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Relato erótico: “La tara de mi familia 6/ Thule” (POR GOLFO)

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 Makeda tardó en despertarse un par de horas, durante los cuales me puse en contacto con el hombre del cardenal en Aquisgran. Como no podía ser de otra forma, era un cura de una iglesia de la ciudad, que desconociendo las verdaderas intenciones de Antonolli, había hecho un seguimiento a mi objetivo. De esa forma supe donde y como encontrar a Thule, la titánide alemana.

Seguía haciéndome gracia el nombre. La muchacha se llamaba como el reino mítico de los arios, que algunos confunden con la Atlántida o con Islandia. Muchos jerarcas de Hitler habían pertenecido a una sociedad secreta llamada la orden de Thule, una especie de franmasonería mezclada con esoterismo, y que había intentado encontrar infructuosamente el santo grial. Todo lo relacionado con la muchacha apestaba a nazismo y a superioridad racial.
Tuve que reconocer que no era muy diferente a lo que estábamos intentado, crear con mi simiente una nueva hornada de Titanes, cuyo fin último era recuperar el poder que nuestros ancestros habían perdido a lo largo de la historia. La única diferencia era que ellos hablaban de raza y nosotros de genes. Con todo ello en mi cabeza, decidí que de nada servía retrasar nuestro encuentro por lo que en cuanto Makeda se espabiló un poco, le pedí que se cambiara, que debía de ir a ver al cura, mientras yo aprovechaba para ir al restaurante donde se suponía iba a estar nuestro objetivo.
Es mejor que nos dividamos, yo me ocupo de Thule y tu consigue que nos deje un lugar donde estar tranquilos durante al menos una semana-.
Disfrute viéndola mientras se vestía. Embelesado por su belleza, me impresionó observarla en movimiento. Era una mujer con todos sus músculos perfectamente definidos pero a la vez intensamente femenina. Potencia y gracia. Cuerpo magnífico decorado por unos pechos duros, que eran una delicia. Su sola visión me retrotrajo a unas horas antes durante las cuales había echo uso intensivo de su sensualidad. De no ser por que el momento ideal para hallar a Thule era ese, me hubiera entretenido entre sus brazos.
Cuando terminó de engalanarse, le mostré mi admiración. La ropa que llevaba, lejos de esconder realzaba su atractivo. Un traje de chaqueta con un pequeño escote que dejaba intentaba enmascarar con poco éxito la rotundidad de sus pechos. Parecía una ejecutiva agresiva. Makeda sonrió al escuchar mi silbido, y como hembra sabedora de su encantado, salió de la habitación contorneando sus caderas.
Fue durante el trayecto en taxi, cuando ella me sacó el tema.
-No te he preguntado antes, pero ¿que es lo que me hiciste?-, entornó sus ojos antes de proseguir,-Creí que me estaba muriendo, que no iba a conseguir aguantar el placer que me estabas dando, cuando de improviso me vi dentro de ti-.
-¿A ti también te ocurrió?-, pregunté extrañado, por que no se me había ocurrido pensar que mi experiencia hubiese sido en los dos sentidos. Recapacitando sobre lo que significaba, le dije:-Cuando hicimos el amor, nos debimos compenetrar de tal modo que fusionamos nuestras mentes, y nuestros recuerdos-.
Entonces no hay problema, pensé que te había fallado al apropiarme de tus vivencias, pero si ha sido mutuo, no tengo por que sentirme mal-, y un poco avergonzada me pregunto:-¿Qué opinas de mí, ahora que me conoces, mejor que nadie?-.
Tratando de quitar hierro al asunto le contesté: -¡Que esta muy buena!-.
No, tonto. Quiero decir si no te has sentido defraudado-.
-Para nada. Y si antes me gustabas, ahora me encantas-.
Mi respuesta le satisfizo, y abrazándome entre sus brazos, me susurró al oído: –Yo, en cambio me he sentido engañada, eres un fraude- .
Vete a la mierda-, le contesté, muerto de risa, dándole una un beso en la mejilla.
De buen humor me bajé del automóvil, mientras ella proseguía hacia su cita con el sacerdote. Ya en el restaurante, entre sin fijarme en la gente que había a mi alrededor. Tan concentrado iba en como abordar a la muchacha, que no caí en el tipo de personas que estaban cenando y menos en la decoración tan surrealista con la que estaba engalanado el comedor.
Fue al sentarme en la mesa, que el maitre me había señalado cuando me percaté de todo ello. En las paredes habían colgado una serie de fotografías de hombres y mujeres desnudas. Todos los cuadros eran una apología al ario, cuerpos espléndidos en posición marcial, que no hubieran desentonado en las dependencias personales de Rudolf Hess, o del propio Hermann Goering. Pero lo mas chocante de todo fue que la pintura del local era toda en rojo, blanco y negro, junto con los comensales todos rubios con el pelo cortado a cepillo, y aspecto pulcro, hacían que sin haber ninguna esvástica, la configuración de las mesas recordaba a una reunión de nostálgicos del antiguo régimen.
Sospeché que al ser el único con pelo negro de las mas de treinta personas que estaban cenando, me habían dado una mesa alejada al lado de los lavabos. Como debía hacerme notar, llamé al dueño, un gordo casi albino, con pinta de tener mala leche. En cuanto llegó le exigí que me cambiara de mesa y que me colocara en la principal. Tuve que insistir haciendo uso de mi particular forma de disuasión para arrancárselo, ya que en un principio se había negado de plano y habiéndolo conseguido me senté a esperar acontecimientos.
No tardó en ocurrir lo que esperaba, porque a los dos minutos y sin haber empezado a beberme la cerveza que había pedido, Thule hizo su aparición rodeada de cuatro de sus acólitos. Al ver que su mesa estaba ocupada y encima por un tipejo con pinta de español, montó en cólera, haciendo llamar al pobre obeso.
Lo siento señora, sé que es su mesa. Pero no se porque no me he podido negar a complacer a ese hombre-, fue la respuesta del dueño. Thule viendo que no iba a conseguir nada de ese modo, mandó directamente a sus ayudantes a que me expulsaran de la mesa y del restaurante.
Los vi acercarse. La gente hizo un silencio esperando que se armaran bronca. Me mantuve impertérrito mientras el jefe de ellos, me pedía de forma agresiva, que me retirara que esa era la mesa de su líder. Creyó que no entendía el alemán, al no obtener respuesta, y por eso agarrándome, intentó jalar de mi para echarme. No se esperaba mi reacción, y antes que sus acompañantes se dieran cuenta, el germano estaba tirado en el suelo con el brazo roto.
Sin inmutarme, provocándoles con mi mirada, les dije en voz baja, que se retiran si no querían terminar como su jefe. Viendo el miedo en sus ojos, les insulté diciendo:
Yo no me pliego a hablar con inferiores, decidle a Thule, que la estoy esperando para cenar en mi mesa-.
La rubia estaba indignada, debió de pensar que quien coño me creía para vapulear a su seguidores en su presencia, y segura de si misma, se acercó con intención de hacer ella misma lo que ellos no habían podido.
Observé como le consumía la ira, incluso antes que me llamara en castellano, “sucio español” y que con su mente me ordenara que desapareciera de su presencia. Haciendo caso omiso de su orden, me levanté y como un caballero le acerqué la silla, mientras le decía:
Menos mal que tienes un buen culo, sino te azotaría en frente de tu personal por maleducada-.
Su tez había perdido todo su color, pálida y disimulando con una sonrisa para el respetable, no pudo mas que sentarse. Habían ocurrido simultáneamente dos hechos que ella no se esperaba. Por primera vez en su vida, alguien desobedeció una orden directa suya y para colmo de males, apreció en sus propias carnes lo que suponía ser manipulado por alguien mas fuerte que ella.
Se mantuvo durante unos momentos tiesa y muda, recapacitando sobre ello. Toda su supuesta superioridad con la que había crecido se desmoronó en un instante y encima por obra y gracia de un hombre de una raza que hasta esa noche, ella había considerado inferior.
-¿Quién eres?-, me preguntó, cuando habiéndose repuesto pudo articular palabra.
La insolencia de su tono, merecía un castigo que con placer le apliqué cruelmente. Sintió que su cabeza iba a estallar, derramando sangre y huesos por la sala.
Soltándola, le expliqué:
Me tienes que hablar con mas respeto, para empezar deberás de dirigirte a mí usando el usted-.
Adolorida por el correctivo y humillada por su derrota, rectificó diciendo:
-¿Quién es usted?-
Has entendido a la primera, realmente no esperaba que alguien tan poco inteligente lo aprendiese tan rápido-, le contesté insultándola deliberadamente.
Intentó levantarse y al hacerlo su cerebro volvió a sufrir el duro escarmiento. Con lágrimas corriendo el rimel de sus pestañas, me imploró que cesase el dolor que la consumía.
Desapareció cuando escuché de sus labios un por favor.
Zorrita, soy tu dueño. Fernando de Trastamara, el mayor de los titanes, tu verdadera raza-.
Sin poderme replicar como hubiese deseado me contestó:
No se de que habla, soy aria-.
Te equivocas eres una hembra de mi estirpe, una titánide. Y he venido a tomarte bajo mi manto-.
Esta loco, no se que me ha hecho, pero nadie puede dominarme-.
-Vuelves a estar errada, no solo puedo sino que ya lo he hecho-. Y chasqueando los dedos de mi mano derecha, esperé.
De su interior, un enorme calor fue aflorando concentrándose en su sexo y en sus pechos, y antes de que se pudiese oponer a mi mandato, berreó como cierva en celo al ser montada por el semental. Asustada por la violencia de su orgasmo y avergonzada por los gritos que habían hecho darse la vuelta a todos los presentes, empezó a llorar sin moverse de su sitio.

Ves como solo eres una putita en mis manos, donde ha quedado la gran líder, la esperanza de la nación paneuropea, yo solo veo a una mujer que se corre a mi mandato. Deberías estar orgullosa que me haya fijado en un ser tan mezquino, y que haya decidido que sea de mi propiedad-, y levantándome de la mesa, le acerqué un papel diciendo: –Te espero en esta dirección dentro de dos horas, y para que sepas que no me puedes fallar, te voy a dejar con una muestra de lo que te puede ocurrir si lo intentas-.

Antes de que saliera por la puerta, Thule ya se estaba retorciendo en el suelo del dolor que sentía en sus entrañas, era como si un tubo ardiendo le traspasara el estómago y los pulmones, mientras alguien la rociaba con ácido el resto de su cuerpo. Dejé que se prolongara su padecimiento mientras esperaba un taxi. Y solo paró cuando perdió el conocimiento.
Sabiendo que tenía tiempo suficiente, le pedí al conductor que me llevara al sex-shop mas cercano, ya que tenía que aprovisionarme de una serie de elementos con los que domesticar a la perrita.
No sabía lo caro que resultaban todos lo instrumentos que compré, hasta que el empleado de la tienda me extendió con alegría la factura. Fueron casi dos mil euros los que se cargaron a mi tarjeta, pero no me importó al pensar en el uso que les iba a dar.
Ya en mi habitación, pedí al servicio del hotel que me trajeran de cenar. Debido a lo sucedido, no había podido probar bocado y mis tripas me lo recordaban quejándose por la ausencia de alimento. Acababa de irse el camarero cuando llegó Thule con mas de media hora de antelación.
Al abrirle la puerta, su rostro mostraba una tremendas ojeras, producto del tratamiento recibido, y en su actitud sumisa descubrí lo desolada que se sentía por tener que obedecerme.
-Siéntate mientras termino de cenar-, le ordené.
Con la orejas gachas, y sin hablar se acomodó en el sillón. Durante unos minutos deje que se impacientara y cuando percibí que se revolvía ya nerviosa por la espera, le pregunté:
¿Qué sabes de ti?, ¿sabes de donde viene tu poder?-.
Hasta ese momento se había comportado dócilmente, pero al hablar de sus ancestros y como ella era una selección de los mejores especimenes arios, se volvió a tornar la hembra orgullosa y racista que me había encontrado.
Le solté una carcajada en su cara diciéndole:
-Memeces, eres un poco mejor que el resto del ganado, que es la humanidad, pero hasta que no se demuestre lo contrario eres eso, una res a domesticar, una escoria que azotar y un vientre que inseminar-.
Le acababa de decir cual era su fin último, ser el recipiente de mi esperma, y lejos de revolverse contra la idea de ser preñada por mi, observé que la complacía. Explorando en su interior descubrí que se veía como la nueva Eva de una raza superior. Tenía que hacerla caerse de su guindo, pero para ello tenía toda el tiempo del mundo.
Ponte de pie-, le ordené mientras me terminaba de tomar el café.
Sin rechistar se levantó, quedándose en medio de la habitación, esperando que le dijera que tenía que hacer.
Desnúdate, quiero observar la clase de hembra que eres-.
Tras la sorpresa inicial, producida por no estar acostumbrada a que nadie la mandara, la muchacha se empezó a despojar rápidamente de su ropa.
Mas despacio-, le dije al ver que se había quitado la falda mecánicamente, sin gracia,-Quiero que te luzcas. Imagínate que eres una esclava que están subastando, y que si no convences a los pujadores, tu amo te va azotar por bajar innecesariamente tu precio-.
Se lanzó contra mi, como una gata defendiendo a sus cachorros al escucharme, tratándome de arañarme en la cara. Y como única respuesta, chasqueé por segunda vez los dedos. No era necesario algo tan teatral, pero me gustaba el efecto mágico del sonido al hacerlo. Paralizada por el terror esperó que ocurriera algo, que el dolor volviera a sumirla en la desesperación o que el placer demoliera sus defensas. Pero solo escuchó mi burla, y supo que humillarla como había hecho, haciéndola petrificarse solo con el ruido del chasquido era suficiente castigo.
No me obligues a recordarte mi superioridad-, le dije con voz baja,-quiero que te muestres como una puta, como una mercancía deseosa de ser comprada y usada-.
Asumiendo su fracaso, reinició su striptease, pero esta vez sensualmente, todo lo sexi que su carácter germano le permitía, no quedando satisfecho por el resultado le dije:
-Está claro que eres frígida, te voy a tener que ayudar-, y mentalmente manipulé sus sentidos de forma que con sus maniobras que cada vez que rozara uno de sus pechos, o liberara parte de su piel, la excitación fuera creciendo en su interior pero a la vez que fuera incapaz de correrse.
Poco a poco, casi sin darse cuenta se fue sumergiendo en un deseo irremediable. Su miraba brillaba deseosa de mis caricias, y su cuerpo se retorcía pidiendo que lo tomara, pero solo recibió reproches e insultos. La mujer de hielo se derretía con la única herramienta de su imaginación, mientras yo terminaba de servirme un whisky del servibar.
Forzándola mas allá de lo imaginable, cuando se me mostró desnuda ante mis ojos, fui juzgando y opinando de cada una de las partes de su cuerpo. No le hizo demasiada gracia cuando sopesando sus pechos con mis manos, le expliqué que los habías visto mejores y menos cuando dándole la vuelta, y observando su trasero, le dije que necesitaba ejercicio que lo tenía caído. Era una tortura, ya que cada vez que rozaba su piel se le incrementaba la líbido, pero al escuchar mis críticas durante unos segundos se menguaba la intensidad del deseo para volver con mas fuerza si cabe.
Ya la había llevado al borde del orgasmo, pero no le había permitido saltar al vacío, cuando llamaron a la puerta. En ese momento le di un uniforme, y le exigí que se lo pusiera en el baño mientras yo abría la puerta.
Era Makeda que volvía de la reunión con el cura. Nada mas verme, supo que lo había conseguido y que la rubia había caído en la telaraña. Sirviéndose una copa me explicó que había conseguido su propósito y que al día siguiente nos recogería un coche de la nunciatura para llevarnos a nuestro destino. Mientras le servía una copa descubrió los utensilios que había adquirido, y con cara extrañada me preguntó:
-¿Crees que serán necesarios?-
Cuando salga, veras que sí-, le respondí.
En ese momento, vi que Thule aparecía por la puerta del baño, vestida con un escaso uniforme de criada. La falda que llevaba era de esas que vulgarmente se llaman cinturones anchos, porque si hubiese llevado bragas, hubiésemos podido verlas, pero como no las portaba, su sexo se mostraba en toda su plenitud. Cortada, entró al salón de la suite, no se esperaba compañía y menos una mujer de raza negra.
-¿Quién es esta?-, dijo, mirando de una forma despectiva a Makeda.
Quise quitarle la altanería de golpe, pero la etíope me pidió que la dejara encargarse a ella.
-Soy Makeda Song, antiguamente llamada Makeda de Abisinia. Concubina de Fernando y una titanide superior a ti-.
Yo no hablo con monos-, le respondió insultándola.
Pensé que la saltaría al cuello, dándole una paliza, pero al contrario de lo que suponía, sonrió diciendo:
Mira niña, el único animal que hay aquí eres tú. Ni mentalmente ni físicamente eres competencia, si te portas bien dejaré que me sirvas-.
-¿Servirte?, antes muerta-, le espetó lanzándole un ataque mental.
La fuerza de su mente, era al menos equivalente a la de la negra. Sin que las contendientes se dieran cuenta, reforcé las defensas de Makeda. Esta contraatacó con violencia, mandándole imágenes de la rubia siendo usada por una tribu africana. La repugnancia que sintió, la hizo perder parte del resuello, y con la respiración alterada, vomitó sobre la alfombra.
Veo que te gustan mis compatriotas, quizás después de usarte, te vendamos a un jefe tribal, las rubias se cotizan caro-.
Aun sabiendo que la había vencido, el orgullo de Thule le obligó a actuar a la desesperada, y sin importarle que ocurriera le lanzó una patada al estómago. Makeda había previsto el golpe, por lo que no le resulto difícil el esquivarlo, dándole a la vez un derechazo que la noqueó en el suelo.
Pacientemente esperó a que recuperara el sentido, y nada mas hacerlo, le dio unas mordaza para que se la pusiera.
-Mientras digas bobadas, prefiero no oírte-.
La germana, que por segunda vez en su vida se había encontrado a alguien que le mojara la oreja, estaba desolada, y sin fuerzas para oponerse, no tuvo mas remedio que sumisamente colocarse el bozal en la boca, pensando que así no se prolongaría su castigo. Pero Makeda tenía otros planes, y soltándole un tortazo le exigió que se pusiera a cuatro patas sobre la alfombra. Acercándose a la pequeña cocina de la habitación, cogió un plátano del frutero y sardónicamente le dijo:
Vamos a ver como se come la fruta el mono-.
Thule se empezó a quitar la mordaza para ser obligada a comérselo. La negra se lo impidió, gritándole que nadie le había dicho que lo hiciera.
Son tus otros agujeros los que van a devorarlos-, le dijo suavemente, y sin piedad se lo incrustó en su sexo.
Sin poder gritar, se retorció al sentir como era violada su cueva. Intentando zafarse del correctivo, se trató de levantar, pero usando mi poder se lo impedí, dejándola indefensa en manos de mi pareja. Dos lágrimas surcando sus mejillas eran el único efecto visible de su humillación.
Makeda prosiguió con su tortura, sacando y metiéndolo, mientras que con su mano libre azotaba brutalmente su trasero. Poco a poco, fue cediendo la resistencia a la intromisión, lo que propició que la negra, ordenando a Thule que fuera ella misma la que con sus manos maniobrara con el banano, se levantara a terminarse la copa.
-¿Qué te parece?-, me preguntó señalándome a la muchacha, –Creo que es hora que use uno de tus artilugios, ¿no?-.
Tuve que sentarme para no caerme, de la risa que me entró al saber a que se refería. Nuestra presa se retorcía en el suelo, con su culo adolorido y rozado, mientras la negra mecánicamente se ponía uno de los instrumentos.
Me daba hasta pena saber, lo que le esperaba a Thule. Makeda se desnudó antes de ponerse un siniestro arnés en la cintura, que disponía de dos penes, uno pequeño que estaba diseñado para ser introducido en la vagina de quien lo portara y uno gigantesco para la víctima , que dejaba mi propio sexo en ridículo por su tamaño.
Eres un cabrón, podías haber comprado uno sencillo-, me dijo mientras se masturbaba para colocárselo sin dificultad.
Abriéndose de piernas se lo metió hasta el fondo antes de ajustarse las correas. Como por arte de magia, sus pezones que hasta entonces habían permanecido en letargo se erizaron y dándome un beso me susurró al oído:
-En cuanto acabe con ella, ¡vendré a por ti!-.
Ni se te ocurra venir sin quitarte antes esa mierda, recuerda que tengo otras maravillas que puedo usar contigo-, le contesté con una amenaza nada velada.
Soltó una carcajada al escuchar mis palabras, y centrándose en su objetivo cogió un aceite que había en la bolsa del sex-shop. Echando una buena cantidad sobre su ojete, le introdujo un dedo masajeando los músculos circulares de su ano. Thule al sentir la intromisión protestó, pero al darse la vuelta, y ver el enorme aparato con el que iba a ser penetrada, supo que jamás en su vida iba a recibir un dolor semejante y que no había modo de librarse de el.
Makeda se lo tomó con tranquilidad, no cejó en menear el dedo en el interior de la muchacha, hasta que entraba y salía sin dificultad, y entonces y solo entonces hizo que un segundo le acompañara en su misión. La propia etiope sintió que ella no era indiferente al tratamiento y su cueva se fue encharcando a la par de la germana. Excitada se empezó a retorcer sobre el cuerpo de la muchacha, y mientras le introducía el tercer dedo, la humedad hizo su aparición en su escote, gruesas gotas de sudor recorrían su cuerpo bajando por sus senos.
Thule que se penetraba brutalmente con el plátano, en respuesta al deseo que la inundaba, estaba esperando lo inevitable. Makeda no se hizo esperar, y poniendo la cabeza del enorme falo en su ojete, de un pequeño golpe forzó su entrada. La muchacha se estremeció por el dolor, la mordaza le impedía gritar pero aún así gemido inarticulados salieron de su garganta al continuar la negra con su penetración. Lentamente, centímetro a centímetro fueron desapareciendo en su interior toda la extensión del latex, derribando todas sus defensas.
Makeda dejó que se acostumbrara a sentirlo antes de comenzar una cabalgada sin freno sobre la indefensa muchacha. En ese instante del partido, decidí que quería oír a Thule gritando, y acercándome a su cabeza, la despojé del bozal. Cual sería mi sorpresa cuando habiendo terminado de quitárselo, la muchacha malinterpretando mis intenciones, me bajó el cierre de mi bragueta, liberando mi miembro. Con un rictus de sufrimiento en su rostro abrió su boca, y con suavidad se introdujo toda mi virilidad dentro. Sus labios absorbieron toda mi piel, de igual forma que su culo y su sexo habían devorado los instrumentos de su violación, y con los tres agujeros llenos se corrió retorciéndose sobre la alfombra.
En ese momento, la lujuria nos había poseído por completo, y viendo que la germana se había desplomado por el agotamiento, llamé a mi lado a la otra mujer, y desanudando el arnés de su cuerpo, la cogí en brazos y en volandas la deposité sobre la cama.
Iba a tomarla, subiéndome encima Makeda, cuando la escuché decir que esperara un momento. Molesto por el retraso, observé como levantándose del colchón, iba por la rubía y cogiéndole de los pelos, le dijo:
Quiero que observes como mi dueño, toma a su sierva-.
Y volviendo a mi lado, me hizo tumbarme, y sin mas explicaciones se fue introduciendo toda mi extensión sin dejar de mirar a los ojos a la muchacha. Estaba empapada, su sexo me acogió con lentitud en su interior, pude sentir cada una de sus rugosidades y pliegues al irse apoderando de su cavidad. Cuando se notó totalmente llena, y mi glande ya chocaba con la pared de su vagina, sus caderas iniciaron un pausado baile, que se fue incrementando hasta convertirse en un carrera desenfrenado. Sus pechos rebotaban al compás de su galope, cuando sin sacarla se dio la vuelta dándome la espalda, y con crueldad le gritó a Thule:
-Cómete este negro coño-
Algo había cambiado, lejos de sentir reluctancia por hacerlo, se acercó y vorazmente empezó a torturar su clítoris con la lengua, bebiéndose todo el flujo que salía de la cueva de mi concubina. Esta no pudo soportar la excitación de ser penetrada y mamada a la vez, y gimiendo su placer a los cuatro vientos, se retorció como una puta corriéndose sobre mis piernas, pidiéndome que me derramara dentro de ella.
Pero mis intenciones eran otras, y con mi erección en su máximo esplendor, me puse de pie diciendo a la alemana:
-¿Qué eres?-.
Bajando la cabeza, y con su rostro colorado por la vergüenza me contestó:
-Ganado-
Explorando su mente, percibí su total sumisión, y como estímulo a su nueva actitud, le premié con un solitario orgasmo. Cayó de rodillas, cerrando sus piernas en un intento de conservar para si las sensaciones que la estaban poseyendo.
-¿Quién es ella?-, le pregunté señalando a la negra que alucinada nos observaba.
Mi maestra-.
Nuevamente la premié, satisfecho por su contestación. La rubia gimió al sentir como naciendo de su nuca, una descarga eléctrica, desbordando sus sentido, le anegaba de placer todo su cuerpo.
-¿Y quien soy yo?-.
-¡No lo sé!-, me respondió llorando,-Mi amo, mi dueño, mi señor-
-Te equivocas y aciertas a la vez, soy mas que eso, soy tu futuro, tu presente y tu pasado. Has nacido para servirme, eres una pieza de un engranaje que todavía no llegas a entender, y tu destino esta irremediablemente unido al mío.¿Aceptas tu nueva condición?-
-Si-, me respondió, y en su mente percibí su sinceridad.
Entonces, desde este momento serás conocida por nuestra estirpe como Thule Song, segunda concubina de Trastamara-, y recogiéndola del suelo, llevándola a la cama le dije:-Descansa-.
No, por favor-, me dijo con lágrimas en los ojos,- Tómame, quiero ser tuya-.
-No puede ser, primero mi esposa debe de aceptarte-, le contesté apenado por que la idea me atraía.
-Si es imposible, permíteme al menos que te sirva-, y sin mediar palabra se apoderó de mi sexo con su boca, mientras que sus manos asía la base buscando mi placer. Makeda que hasta entonces se había mantenido en un discreto segundo plano, la besó en el cuello diciendo:
-Hermana, deja que seamos las dos quienes lo hagan-.
Y de esa forma dos bocas, dos lenguas y cuatro manos, se turnaron buscando mi placer, mientras entre ellas una profunda unión crecía, derribando todas sus creencias. Eran demasiados los estímulos, por lo que con rapidez mi cuerpo explotó derramándose sobre mis hambrientas mujeres, que recibieron el néctar de mi simiente, devorando hasta la última gota.
Era tarde, al día siguiente teníamos que mucho que hacer, y mi propio cansancio hizo que poniéndolas cada una a un lado, les exigiera que se tumbaran a dormir. Al contrario que las dos muchachas, yo tardé en conciliar el sueño, era enorme mi responsabilidad y la tarea que tenía que asumir. Imágenes del futuro cercano inundaban mi mente, mientras ellas roncaban a pierna suelta pegadas a mi cuerpo.
Durante toda la noche se sucedieron pesadillas y alucinaciones, en las cuales se producían diferentes tipos de rebeliones por parte de los humanos contra los que en mi sueño eran sus legítimos dirigentes, y que no eran otros que mi estirpe, los titanes. El denominador común era el régimen despótico con el que subyugábamos a la humanidad.
Cuando el sol hizo su aparición en el horizonte, yo ya estaba levantado preparando lo que iba a ser ese día. La realidad se fue desperezando de su letargo mientras mi actividad se multiplicaba. Después de contactar con el cardenal, y explicarle como había ido la captación de Thule, me comentó que Xiu físicamente estaba bien pero que psíquicamente no podía soportar mi ausencia. Me dolió escuchar como mi mujer estaba desesperada al no poderme ayudar, por lo que antes de colgar con él, ya había decidido el llamarla. Pero cuando le expuse mi decisión, él rotundamente se negó a que lo hiciera diciéndome que eso solo serviría para profundizar su pena, y recalcándome que teníamos una misión y que esta era lo importante.
-Ya he contactado con tres titanides, ¿qué mas quiere de mi?-. le contesté claramente enojado por su supervisión. Sabía de antemano su respuesta pero aun así esperé que me lo confirmara.
Debes de sentar las bases del mañana, de nada sirve si no creas una estructura de poder, y si no perpetuas tu linaje-.
El maldito viejo tenía razón, mi simiente debía de germinar en los vientres de mis mujeres mientras fundaba entre tanto una organización que diera sustento y que sobretodo proporcionara los cimientos con los que alcanzar el gobierno en los distintos países.
Tenía a mi disposición la organización secreta del sacerdote, y el partido de paneuropeo de Thule. Era un inicio, pero ambos tenían sus defectos, uno estaba demasiado enfocado a la religión y el otro tenía connotaciones racistas.
Fue el propio anciano quien me dio la solución, si al partido de extrema derecha le quitaba los flecos nazis e incorporaba centristas de gran renombre que secretamente militaban en la “espada de Dios”, podíamos conseguir que en un periodo corto, Thule o sus lugartenientes se hicieran con Alemania, el mayor país de la unión europea.
¿Y esos prohombres se incorporaran al proyecto?-
-A los que no quieran, ¡los convenceremos!-, e iluminándose su rostro al continuar me dijo: -¡Imagínate un mitin!, ¡con todos los titanes manipulando al auditorio!, ¡seríamos invencibles!-
No me costó hacerme a la idea, y un escalofrío recorrió mi columna al hacerlo. Adelantándose a la conversación había preparado un reunión para refundar el partido, dos días mas tarde en la finca de la secta.
Me sentía manejado por Augústulo, durante años había estado preparándose para asaltar el poder. Solo la avanzada edad del viejo, me hacía concebir esperanzas de poder sustituirle en un futuro cercano, pero mientras tanto iba a aprender de su experiencia. Quizás por eso esperé que se levantaran las muchachas, y explicándoles los planes, pedí a Makeda que informase a Xiu de los avances, mientras Thule contactaba con sus lugartenientes principales y los citaba para la reunión.
A la etiope no le gustó la idea de volar a Madrid, según ella mi esposa había sido clara al respecto, su papel era el de estar conmigo, y no el de servir de mensajera. Tuve que explicarle que yo no podía confiar en nadie mas para vencer su reluctancia a hacerlo, pero aun así me obedeció refunfuñando. Descubrí en sus reparos una cierta dosis de celos provocados por que me quedaría solo con la alemana.
En cambio Thule no cabía de gozo, por lo que significaba no tanto por el hecho de no tener que compartirme con nadie sino por el horizonte que se le abría al ser la titánide elegida para ser la cabeza visible de la organización. Ya se veía como la presidenta de una Europa unida y fuerte bajo su mando, por lo que tuve que recordarle que ella era un peón y que el máximo responsable era yo. De triunfar en nuestra misión, en cada uno de los continentes habría en unos años un titán dirigiendo y por encima de ellos, estaría mi persona coordinándolos en la sombra.
El desayuno fue atípico, con tres actitudes claramente diferenciadas, a la circunspecta y enfadada de Makeda se contraponía la euforia de la rubía, manteniéndome yo en un plano equidistante de ambas, preocupado por la carga que iba a asumir. Al despedirnos, les pedí que se mantuvieran en contacto por si había un cambio de ordenes, y cogiendo un taxi me dirigí hacia la capilla palatina de Aquisgrán, que era la iglesia donde el hombre del cardenal era el párroco.
Esta iglesia que cuando fue construida por Carlo magno, formaba parte de su palacio, es uno de los edificios de estilo carolingio mejor conservados del mundo, siendo su decoración gótica con grandes influencias bizantinas. Se cuenta en los ámbitos académicos que gran parte de los libros de la biblioteca personal del emperador, se conservan todavía en su interior. Pero mi intención no era buscar un documento de entonces, sino encontrar cualquier tipo de legado de su bisnieto Hugo de Lotaringia, primer espécimen de la rama alemana.
El padre Klaus me esperaba en la vicaría. Me sorprendió por su juventud y fortaleza, si no fuera por el alzacuellos hubiese podido pasar por un jugador de rugby en activo. Sus dos metros y sus cien kilos le dotaban de una apariencia de oso, que no cuadraba con la enorme capacidad intelectual que me demostró ese día.
Tras las típicas presentaciones, durante las cuales se comportó solícito pero en el fondo cauto, le interrogué sobre la mítica biblioteca. Al cura se le cambió el semblante al escucharme, sus buenas maneras desaparecieron al instante, y excusándose me informó que para que el pudiera enseñarme ni siquiera los libros sino la ubicación de la misma, debía de tener un permiso especial por parte del Vaticano.
Llame a cardenal Antonolli, el le dará la autorización-, le contesté seguro de que la obtendría.
Escamado por dejarme solo dentro del templo sin ninguna supervisión, se metió en su despacho para llamar a su superior. Mientras tanto me entretuve viendo el interior. Es un templo singular formado por una nave octagonal circundado por otras ocho, que forman entre todas un hexadecagono. Sus arcos de medio punto y sus columnas corintias sostienen una de las mayores cúpulas de su tiempo. No hay que olvidar que la Capilla Palatina de Aquisgrán fue el más claro exponente artístico del poder político alcanzado por Carlomagno, al frente del Imperio Franco a principios del siglo IX. Como una expresión del ideal imperial de Carlomagno, la capilla fue decorada con suntuosos mosaicos, mármoles y bronces. Y seguía doce siglos mas tarde muy bien conservada.
Estaba estudiando un fresco de la nave principal cuando con cara de pocos amigos salió Klaus a mi encuentro.
Tengo obligación de mostrarle todo lo que usted desee-, me dijo. No me pasó desapercibido, que no dijera “permiso” sino “obligación”, de manera consciente o no, me había revelado su disgusto por hacerlo.
Le seguí al sótano sin contestar su insolencia, de nada me hubiese servido el hacerlo, y quizás hubiera empeorado la ya deteriorada actitud del sacerdote. Según la información turística la iglesia tenía un solo sótano, pero descubrí la falsedad de su afirmación ya que a modo de catacumbas, del primer sótano salía un segundo y hasta un tercero.
El trayecto sinuoso se prolongó durante minutos, hasta que entrando a una bella capilla subterránea, tras el altar me enseñó una puerta de madera, que de no haber quitado un tapiz, hubiese pasado desapercibida.
-¿Qué es lo que quiere revisar?-, nada mas entrar me pidió el padre.
No se si fue intuición o un salto al vacío, pero contestando al cura le dije:
-Tengo entendido que tienen una copia del verdadero testamento de Hugo de Lotaringía-.
-¿Busca acaso el diario de el bastardo loco?, de ser así le tengo que informar que no tenemos el original solo una copia, y una traducción al alemán.
Me resultó extraño que un documento tan antiguo, hubiese salido sin una buena justificación de ese lugar, pero recapacitando me di cuenta que debía de ser obra del cardenal, por eso no hice hincapié en el asunto y en cambio le pregunté por el calificativo dado al supuesto titán.

Estaba como una cabra, en su diario justifica la perdida del imperio, hablando de una maldición que ha recaído sobre el y su hijo. Sostenía que durante su principado se había excedido usando un supuesto poder, y que como reacción sus tíos y demás familiares se habían unido en su contra despojándole de sus derechos-.

-Pobre hombre-, le contesté,-¿y que fue de él?-
-Según sus escritos se pasó el resto de su vida persiguiendo a toda mujer que se ponía a su alcance hasta que su hijo lo recluyo en un monasterio donde terminó siendo el abad-.
-¿Me puede dar una copía de la traducción?-
-Si claro, desde que lo traduje, usted es el segundo que me pide leerlo, y ya le digo que son solo incoherencias de un paranoico-
-¿Quién fue el otro?-
-El cardenal …. -, me respondió antes de darse cuenta que había cometido una indiscreción. Pero para mi fue suficiente, por que había confirmado mis sospechas que fue el propio Antonolli quien se había apropiado de los originales.
Volviendo a su despacho, me pasé tres horas leyendo la traducción, tomando notas y analizando no lo que teóricamente decía, sino lo que realmente quiso decir su autor. Hay que tener en cuenta que entonces, aunque no existía formalmente la Inquisición, ya que se fundó en el siglo XII para combatir la doctrina albigense, no se puede negar que lo podrían considerar endemoniado o seguidor del diablo si revelaba claramente su don.
No me cupo duda de que era un titán, pero lo que mas me interesó fue como se quejaba de su hijo, el cual se negaba a usar su herencia y que solo la aprovechó para encerrarlo en el convento. Le llamaba cobarde, mujercita sin virilidad y otros dulces apelativos, que hubiesen sonrojado a los nobles de su tiempo. Bonita relación parental la suya, un padre enclaustrado y un hijo desagradecido.
Sabiendo que no tenía nada mas que hacer en ese lugar, despidiéndome del cura salí del templo sin ninguna dirección, y con la intención de dar un paseo me dirigí hacia sus famosa fuentes termales. Como ya eran las dos y el hambre me pedía comer, decidí hacer un descanso antes de llegar a ellas en un restaurante de la zona. Fue entonces cuando recibí la llamada de Makeda, donde me informaba que había llegado bien a su destino. Sobre Xiu me dijo que la había encontrado muy mejorada, pero que le dolía no estar conmigo.
Sobre si había aceptado a Thule o no, fui yo quien sacó el tema, porque a ella se le había pasado el mencionarlo. Con tono serio me explicó como ella había descrito nuestro encuentro a mi esposa, y que esta después de analizar su relato, la había despachado diciendo que si yo creía que estaba lista, que ella lo aceptaba. Le pedí que me pasara con ella, pero siguiendo las ordenes que tenía se negó aduciendo que estaba cansada y que era mejor no hacerlo. Y poniéndose pesada y sentimental me dijo:
Te echo de menos, pero mañana llego a las diez, así que te veré pronto-, colgándome el teléfono sin dejarme insistir.
Pensando que cada día que pasara era uno menos para volver con Xiu, me enfrasqué en observar a la concurrencia. Exceptuando a unos cuantos turistas, la gran mayoría de los presentes eran alemanes de pura cepa, escandalosos y divertidos lejos del tópico de hombres serios y cuadriculados. La camarera iba y venía recorriendo las mesas, llevando en cada mano cinco jarras, “menudos bíceps” pensé al ver la facilidad con la que portaba semejante carga. Y relajado por la cotidianeidad del lugar, disfrute realmente de un buen rato comiendo y poniéndome hasta las cejas de cerveza.
Bastante alcoholizado, o siendo menos fino, bastante borracho, cogí un taxi dirección al hotel. Nada mas entrar a la habitación, tumbándome en la cama, me quedé dormido.

Desperté al oírla entrar, viendo que estaba en la cama, se quedó mirándome desde los pies de la cama, dudando si despertarme o no. En ese momento abrí los ojos, su indecisión me recordó que estaba en mi poder, y que la mezcla de miedo y respeto que me tenía, la obligaba a esperar mis órdenes. La sensación de poder me produjo una excitación indescriptible. Y alargando ese momento, le obligue a mantenerse quieta, parada, mientras lentamente me desnudaba ante sus ojos. Sus pupilas se dilataron por lo que significaba, iba a consumar nuestra unión y quizás producto de nuestra lujuria de su vientre naciera una nueva especie.
Vi como sin percatarse de su reacción, pasó la lengua por sus labios, al verme despojarme de mis pantalones, y solo el que no le hubiese dado permiso, evitó que se abalanzara sobre mí. El escote de su camisa, me deja entrever sus pechos y como una gota de sudor recorría el canalillo de sus senos. Un río recorriendo un profundo cañón, no hubiera hecho mayor ruido que su corazón latiendo desenfrenadamente por el deseo.
Cuando lascivamente, mirándole a los ojos, me quité el bóxer que llevaba y agarrando mi sexo entre mis manos, se lo enseñé diciéndole que es suyo, Thule, sin que yo se lo hubiese pedido pero aleccionada por el pasado, se arrodilló en el suelo y reptando sobre la cama, se acercó a tomar posesión del mismo.
-¿Que haces que no estas desnuda?-, le pregunté.
Si contestarme se desvistió con rapidez, ante mi mirada. Me excitó verla tan sumisa, tan receptiva a todos mis caprichos, por eso la recibí con un beso posesivo, mordiéndole cruelmente sus labios, mientras ella se retorcía por el placer.
Olía a hembra en celo, a una dama reconvertida en esclava, que deseaba ser tomada por su amo. Sabiéndolo, me entretuve alargando los preliminares. Tumbándola a mi lado, exploré su piel sin dejar de decirle que no se merecía ser mi concubina, y que solo por nuestra misión iba a consentir que lo fuera. Desesperada, buscó callarme, bajando por mi cuerpo, mientras su lengua jugaba con el pelo de mi pecho.
-Cómeme-, le ordené.
Lentamente, su boca descendió por mi ombligo y metiéndose entre mis piernas se apoderó de mi sexo. Una placentera humedad fue absorbiendo mi extensión. Noté como apretando mis testículos con una mano, con la otra buscaba su climax masturbándose. No le había dejado hacerlo, pero la calentura que me dominaba me impidió reprenderla, y escuchando como se derretía gritando, quise probar el flujo de su cueva.
-Dámelo-, le exigí. Thule no sabía a que me refería, y petrificada se quedo quieta, buscando una explicación. –Eres boba hasta para esto-, le grité, mientras le daba la vuelta.
Me encantó el sabor dulzón de su coño, cuando separando los labios del mismo introduje mi lengua por su agujero y usándola como cuchara recogí parte del caudal que manaba de su interior. La muchacha recibió mi intromisión como un torpedo bajo su línea de flotación, y se inundó entre gemidos, al ser incapaz de achicar el torrente que salía de su rubio y pulcramente depilado sexo.
Desbordada por la pasión, se corrió en mi boca, gritando en alemán soezmente, rogándome e implorándome que la penetrara. A diferencia de la etiope, al llegar al climax, abrió su mente, sin explorar la mía, de forma que descubrí que en su interior la traición afloraba por todos sus poros. Echo una furia, se lo recriminé y obligándola a levantarse, le exigí que abriera la bolsa con los instrumentos del sex-shop, sacara de su interior unas esposas y un látigo con los que la iba a castigar.
Lloró de angustia al verse descubierta, pero dócilmente obedeció mis órdenes, recogiendo lo que le había pedido. Nada mas tenerlo en mis manos, de una fuerte cachetada la tumbé en la cama, y atándola al cabecero empecé a azotarla. Sus gritos debían oírse desde el pasillo, pero me dio igual, sin importarme los más mínimo infligí una durísima reprimenda a la mujer. Y solo cuando de sus nalgas, hilos de sangre producto de los latigazos recibidos, recorrían sus piernas manchando las sabanas, solo entonces me permití el cesar con la misma.
Seguía enfurecido por la forma que me había engañado, pero también era consciente de que no debía de proseguir el castigo porque iba a terminar marcándola permanentemente en un sitio visible y encima al día siguiente debía de estar presentable ante nuestros futuros partidarios. Por eso, meditando sobre el tema me vestí y saliendo de mi cuarto, la dejé atada y adolorida gimiendo por el dolor y el no conocer que le deparaba el futuro inmediato.
Tardé dos horas en volver, y cuando lo hice, llegué acompañado. Me escoltaba la dueña de una tienda de tatuajes que encontré en el centro, una pequeña francesa de unos veinticinco años, a la que tuve que esperar que cerrara el local, para que me acompañara. En la mente de Thule leí desesperación y arrepentimiento. La tortura de verse esposada en una habitación vacía, al alcance de cualquier persona que hubiese entrado en el cuarto, le hizo meditar sobre las razones que me habían forzado a dejarla en esa posición. Con todo el rimel corrido, su rostro mostraba un padecimiento espantoso.
-¿Qué pasa aquí?-, me preguntó Claire, alarmada al ver el estado de mi victima.
-Es parte de un juego, ¿verdad cariño?-

Asintiendo con la cabeza, la rubia confirmó mi versión. No pudo protestar, aunque lo intento, su garganta fue incapaz de emitir ninguna queja, tras lo cual solo le quedaba esperar el ser usada. Mas tranquila, la mujer me pidió una mesita para ir acomodando los instrumentos que necesitaba. Despejando el mueble que había al lado de la cama, le ayudé a colocar la maquina y las diferentes agujas que iba a usar.
Thule nos miraba, sin hablar. En su fuero interno, estaba aterrada, pero exteriormente nada revelaba que no estuviese de acuerdo con lo que íbamos a hacer.
-¿Cuál es el tatuaje que quiere que le grabe?-
-No es un dibujo, es un texto-, le respondí escribiendo en un papel lo que quería.
-Bien, veamos donde desea que lo ponga-, me contestó mientras en forma totalmente profesional fue reconociendo en que lugar sería mas sencillo el tatuarlo. Obligó a la muchacha a darse la vuelta sobre el colchón, y al ver la piel de sus nalgas, me dijo:-Es una pena, mire. El mejor sitio hubiese sido este, pero en este estado es imposible-. Y sin darle importancia, con la mano abierta le azotó el trasero, ordenándole: -Ponte, boca arriba-.
La pobre germana obedeció sin rechistar, y mecánicamente se tumbó en la cama, dejándonos visualizar la parte frontal de su cuerpo.
-Creo que quedará sexi, aquí-, me informó señalando la zona entre el pubis y el ombligo, -Habrá que afeitarlo para trabajar mejor la zona, Lo mejor es hacerlo con maquinilla para evitar infecciones, pero si quiere lo depilo con cera-.
-No hace falta-, le contesté ahorrándole un sufrimiento innecesario.
Bueno, entonces voy a cambiarme al baño, no quiero mancharme la ropa-, me dijo, recogiendo su bolso, y entrando al baño, nos dejó solos en el cuarto.
Thule, con la intención de que me apiadara de ella, se intentó disculpar, pero ni siquiera la escuché, y sirviendo me una copa esperé que la francesa saliera del servicio.
Cuando lo hizo, venía vestida con una bata blanca de enfermera, que la dotaba de un aura de asepsia y pulcritud que me gustó. Sin espera mi permiso, se puso a afeitar la entrepierna. Primero le puso crema, la cual extendió generosamente sobre la piel, para acto seguido empezar a recorrer con su cuchilla sus labios inferiores.
Indefensa soportó todas las maniobras de Claire, y en pocos minutos su sexo carecía de cualquier tipo de vello. Me recordó al de una niña, lampiño y rosado, como si todavía fuera virgen. Satisfecha por el resultado, la francesa introduciéndole un dedo en su concha, comprobó que estaba húmedo, y riendo me informó:
Tu perrita está cachonda, será mejor que la ate apropiadamente para que no se mueva-, y mirándome me preguntó si podía.
Fue entonces, cuando caí en que la mujer quería participar en el juego, y que debajo de su bata, estaba desnuda. Excitado por la perspectiva de tirarme a esa tía, mientras la otra observaba le di mi autorización. Claire debía de ser una experta en el sado, porque cogiendo una cuerda de la bolsa del sex-shop, le ató las muñecas por la espalda y uniéndolas a sus tobillos la inmovilizó, momento que aprovechó para pellizcar con dureza sus pezones. Thule gimió de dolor al sentir la tortura, pero a la vez se dio cuenta que se estaba excitando y mas cuando se vio forzada a abrir las piernas en esa posición tan forzada.
La francesita desinfectó con alcohol, no solo la zona que iba a tatuar sino también las adoloridas nalgas de la mujer. Esta al notar el escozor de su trasero gritó implorando que la soltáramos, solo recibiendo como contestación un tortazo que hizo brotar sangre de su boca. Teniéndola expuesta e indefensa, encendió la máquina y colocando las agujas comenzó con el tatuaje.
Poco a poco, fueron aflorando las letras del mensaje que quería que llevara en su piel como recordatorio. Palabras que hablaban de su traición. Cada vez que Claire terminaba de esbozar un signo, con su lengua borraba cualquier rastro de la tortura a la que la estaba sometiendo, sin caer en que esos lengüetazos no solo estaban excitando a la alemana, sino que me estaban poniendo a mil.
Ajena a todo ello, seguía tatuando letra a letra mi venganza, las agujas iban grabando con brillantes colores la superficie de la epidermis de mi victima, mientras su dueña sentía que un calor irrefrenable se iba apoderando de su cuerpo. Solo se percató de ello cuando habiendo terminado, del pubis de la muchacha, totalmente depilado brotó un río de placer. Al darse la vuelta y ver que bajo mis boxers una erección revelaba mi calentura, colorada por su propia excitación, me dijo:
-¿Me puedes ayudar?-
-Si claro, ¿qué quieres que haga?-, le respondí acercándome a ella.
Cogiéndome fuera de juego, sin hablar me despojó de mis calzoncillos. Mi pene totalmente erecto, la golpeó en su mejilla, pero ella lejos de molestarse, asiéndolo con ambas manos se lo introdujo en la boca. Fue una felación salvaje, su lengua jugaba con mi glande mientras ella, bajando su mano a su propia entrepierna, se masturbaba con dureza. Su cabeza seguía el ritmo de sus manos, sacando y metiendo toda mi virilidad en busca del placer mutuo. Cuando habiendo conseguido su objetivo y en breves pero intensas sacudidas llené su boca con mi semen. Claire se levantó y acercándose a Thule forzó sus labios, y con un beso cruel depositó mi simiente en su garganta.
-Ves niña, ¡así es como se mama!, ahora te dejaremos ver como un macho se folla a una dómina-, le gritó colocándola a un lado del colchón, para que fuera testigo de nuestra lujuria sin estorbarnos.
Me pidió que me tumbara, pero antes de unirse a mi, cogiendo un enorme vibrador se lo incrustó en su sexo, preguntándome:
-¿Te parece que disfrute ella también?-.
-No hay problema, pero aprovecha para ponerle la mordaza, para que no hable, y unas pinzas en los pechos, para que sufra a la vez-.
No paró de reírse, mientras se las ceñía en los pezones.
O nos damos prisa, o esta puta se va a correr antes que nosotros-, me susurró al oído al escuchar como Thule gemía en voz baja de placer a nuestro lado, y sin mas preparativos alzándose sobre mí, se fue empalando lentamente…..


Dos horas más tarde, Claire se fue. Fue imposible que aceptara que le pagase por el tatuaje. Se consideraba mas que satisfecha con la sesión de sexo que le habíamos brindado entre los dos.
En cuanto se hubo ido, liberé a Thule de sus ataduras. Nada quedaba de la hembra orgullosa y traicionera que había sido en el pasado, sometida y vejada había descubierto su vena sumisa, después de toda una vida dominando. Por eso en cuanto le quité la mordaza de la boca, le dije :
-¿Qué voy a hacer contigo?-.
Debió de pensar que la iba a echar, y la perspectiva de quedarse fuera de todo lo que significaba, hizo que hincándose a mis pies, me pidiese llorando que la perdonase, que había aprendido la lección. Estaba desesperada, abriendo su mente me pidió que verificase su sinceridad. No hacía falta, ya había la explorado y esta vez decía la verdad. Nunca volvería a traicionarme, no era una cuestión de miedo, sino de dominio, me había retado y había perdido, ahora me pertenecía.
Por eso cuando cogiéndola del brazo la llevé al baño para que leyera la frase grabada en su piel, no pudo más que aceptar su destino. En grandes letras sobre su pubis, se podía leer:

“Esta zorra y su vientre son propiedad de Trastamara”.



Relato erótico: “La tara de mi familia 7. Inseminación forzada” (POR GOLFO)

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Capitulo 8. Inseminación forzada.
Esa noche obligué a Thule a dormir a los pies de la cama, por lo que tuve para mí la totalidad del colchón por primera vez en semanas. En un principio me resultó raro no tener que compartir con nadie las sábanas, pero tras esos momentos iniciales, redescubrí la comodidad de dormir solo. No tuve pesadillas, ni premoniciones, quizás no tanto por lo anterior como por el cansancio acumulado de tantas noches de insomnio. El hecho es que eran más de las once de la mañana cuando Makeda me despertó, al levantar las persianas de la habitación.
Estaba de muy buen humor, según ella por estar de vuelta a mi lado, pero no consiguió engañarme. La realidad fue que lo que le alegró fue descubrir que contra los que ella se había supuesto, Thule se había pasado la noche en el suelo. Y ya no cupo de gozo al leer el mensaje que la alemana tenía grabado en su piel. La negra era una mujer avispada, y por eso no me preguntó que es lo que había pasado, por que lo supo en cuanto vio el tatuaje.
Thule, tráele un café a Fernando-, le ordenó sin mirarla, y dirigiéndose a mí me dijo: – Te traigo buenas noticias, Xiu ya se puede levantar y me manda que te dé un beso de su parte-.
-Me alegro y ¿la niña?-
-Bien creciendo, y tú, ¿que tal?-
Concisamente le informé de nuestro plan de utilizar al partido neonazi, reformándolo como la punta de lanza de nuestra toma de poder en Europa, y como el Cardenal había organizado todo. Makeda se mantuvo en silencio mientras le expliqué el resultado de mi investigación y solo cuando hube terminado se atrevió a preguntar refiriéndose a la germana:
-¿Te fías de ella?-.
-Ahora sí, y si no me crees, haz la prueba-
-Lo haré, pero antes de nada debo de cumplir con Xiu-, me contestó sentándose en la cama.
Espera un momento-, le bromeé, -¿Qué te dijo que me dieras un beso de su parte o en mis partes?-
-¡Que bruto eres!-, se hizo la indignada. Pero si le había molestado, no lo demostró porque besándome en los labios fue bajando por mi pecho, mientras que con su manos desabrochaba mi pijama.
En ese momento Thule hizo su aparición con el café. La muchacha al verla de pié, desnuda, esperando nuestras instrucciones, se rió y cogiéndola de un brazo le dijo:
-Deja que lea lo que pone-.
Cruelmente, humillándola hizo que pusiera su pubis a escasos centímetros de nuestras caras.
-Me gusta, pero considero que es un poco pequeño, debía ser mas grande, para que se viera mejor-.
La alemana lejos de ofenderse, le contestó:
-Pues Fernando me dice que me queda muy sexi, y eso es lo que me importa-.
Soltó una risotada al escuchar la respuesta, y volviendo a besarme me dijo al oído:
-¿Ya la has usado?-.
-Si la he usado, pero si lo que me preguntas es si ya la he penetrado, entonces, ¡no!-.
Se alegró al escucharme decir que la había esperado para hacerlo, aunque la verdad es que la hubiese tomado el día anterior si no hubiese descubierto su traición.
Eso se arregla en un momento-, me dijo guiñándome un ojo. Y cogiendo a la mujer de los pelos, la colocó en su entrepierna mientras se apoderaba de mi sexo.
Fue una delicia sentir como introducía lentamente mi pene en su boca, como la humedad de su lengua fue mojando toda mi extensión y como mis testículos eran masajeados por su mano, mientras veía como la rubia torturaba su hambriento clítoris. Makeda jadeó cuando Thule abriendo sus hinchados labios, introdujo el primer dedo en su vagina, pero se volvió una perra en celo cuando sin pedir permiso y sin dejar de mordisquear con sus dientes el botón de placer, penetrándole a la vez, la mujer le dio el mismo tratamiento a su agujero trasero.
Retorciéndose como un pez que ha mordido el anzuelo, y dejando que la lujuria la dominara, la etiope cogió sus pechos con sus manos y brutalmente empezó a pellizcarlo, mientras gritaba a la muchacha que no parase. No me importó que dejara de mamarme, la escena que estaba disfrutando con mi negrita gimiendo mientras la rubia le hacía una mezcla de sexo oral, penetración y sodomización a la vez, valía la pena. Con el ambiente caldeado por la excitación a tres bandas, me levanté de la cama, y poniéndome detrás de la muchacha, le abrí sus nalgas. Ella suponiendo que le iba a volver a forzar su ojete, se me adelantó mojándolo con parte del flujo de la negra.
Pero esa no era mi intención, y sin mediar palabra, de un solo golpe me introduje en su cueva, sacando un suspiro de satisfacción de la alemana. Mi extensión totalmente incrustada en su interior, golpeaba contra la pared de su vagina mientras mis huevos rebotaban rítmicamente contra su cuerpo. Thule al sentirse llena, aceleró sus maniobras hincando tres dedos en el coño de la negra. Makeda recibió la agresión con alborozo, y gritando con un chillido sordo, le exigió que quería más.
La rubia no se hizo de rogar, y sin saber como, en breves momentos tenía los cincos dedos formando una cuña en el interior de la oscura cueva de mi concubina. Esta sintió que se desgarraba algo en su interior, pero en vez de quejarse, abrió sus piernas facilitando el ataque. Esta nueva posición hizo que la mano se introdujera totalmente, provocándole un orgasmo inmediato que inundó la boca de Thule. Ésta se puso a beber el río que manaba de su interior como si fuera el néctar de los dioses, y fuese su única oportunidad, alargándole el clímax mientras se incrementaba la intensidad del mismo. Los aullidos y la violencia con la que su cuerpo recibía los estertores del placer, me incrementaron la libido y sin importarme si Makeda se había quedado satisfecha o nó, hice que la rubia cambiase de postura y tumbándola en la cama, puse sus piernas en mis hombros, de forma que profundicé hasta el máximo mi penetración.
La muchacha me recogió encantada, y gritando que era mía, me pidió que me liberara en su interior. Eso no fue el detonante de mi placer, sino notar como sus músculos interiores se contraían apretando toda la extensión de mi pene mientras ella curvándose en una posición inimaginable se licuaba excitada. Su sexo era una afluente desbordado, su flujo corría libremente por sus piernas, mojando las sabanas, y su garganta, ya ronca por el esfuerzo, no dejaba de gemir cuando sentí las primeras señales de lo que se anticipaba.
Fue un terremoto que asoló todas las defensas de las dos mujeres, mi orgasmo usó sus mentes como amplificadores y nuestros tres cuerpos se retorcieron al compás de mi simiente brotando como si de una erupción volcánica se tratara del agujero ardiente de mi glande. No fui solo yo, quien disfrutó de mi semen recorriendo en oleadas el conducto alargado de mi sexo, sino que ellas por vez primera, sintieron en carne propia el éxtasis que nos sacude cuando sin aguantar mas la excitación nos derramamos liberando nuestra semilla sobre una mujer.
Agotado, caí sobre el colchón antes de darme cuenta de su estado, mis dos concubinas yacían sin sentido al borde de la cama, mientras de sus sexos un líquido blanquecino brotaba sin control. Yo ya no estaba dentro, pero en cambio, ellas me seguían sintiendo en su interior, y sus voluntadas cada vez mas menguadas, iban volatilizándose al ritmo de una supuesta penetración mental.
Tuve que ir a su auxilio, e introduciéndome en sus mentes, les di mi mano, y sacándolas de su encierro las devolví a la realidad. La primera en recobrarse fue Makeda, que se echó a llorar al ser incapaz de articular palabra, en cambio dos minutos mas tarde, Thule al abrir los ojos, me miró diciendo:
He visto el futuro-, mi cara de incredulidad le obligó a proseguir,-no se explicarte como, pero se me ha presentado como una realidad. Venceremos, y nuestros hijos heredaran la tierra, en un reino que durará mil años-.
-Tiene razón-, le cortó la negra,-te puedo asegurar que va a ser el mejor periodo de la humanidad, una era en la que los hombres saldremos del encierro del planeta tierra, y nos extenderemos por el universo-.
-¿Entonces porqué lloras?-, le pregunté escamado.
-Porque hasta que llegue, se van a suceder guerras y desastres, y de las ruinas de nuestra sociedad es cuando con Gaia a la cabeza dominaremos el mundo-.
La visión de tanta desolación y muerte, que por poco iba a llevar al humano al borde de la extinción era una carga demasiado pesada de llevar para una mujer como Makeda que había consagrado su vida a curar. En franca contradicción con lo que sentía ella, Thule estaba encantada, desde su perspectiva, los titanes éramos la solución, la esperanza y encima como ella había soñado desde niña, el poder que iba a dirigir con mano férrea los destinos de miles de millones de hombres hacia un destino común.
A mitad de camino de las dos, su premonición, me acojonó en un principio pero después de meditar sobre las consecuencias y viendo que nuestra sociedad se dirigía inexorablemente hacia ese abismo, me reafirmé en nuestra misión, éramos un mal menor, necesario, quizás por eso existíamos. Dios, los dioses, o quizás unos seres superiores, cuya naturaleza no conseguía concebir, llevaban milenios haciendo una selección de determinados especimenes humanos, con un claro objetivo, que cuando hiciera falta levantar de sus rescoldos lo que quedase y formar una sociedad nueva.
-Hay algo mas-, me dijo la etíope sacándome de mi ensoñación.
-¿Qué?-
-¡Has cambiado!, ¡tu pelo ha encanecido de golpe!-
Asustado por que significaba que mi transformación no se había detenido, corrí a un espejo a ver que me había deparado esta vez. La imagen que me devolvió el cristal al mirarme era alucinante, no solo mi cabeza estaba coronada por una espesa cabellera blanca, sino que mi propia piel había adoptado una coloración morena con tonalidad dorada, parecida a la que se obtiene después de un mes tomando el sol en la playa. Al verme supe hacía donde me dirigía, con cada proceso de cambio me estaba acercando al la imagen que los griegos tenían de Atlas, el titán mitológico que fue condenado por su arrogancia a sostener sobre sus hombros al mundo. Cruel paradoja. Fuera quien fuese, el que desde la sombra estaba dirigiendo mi metamorfosis, tenía un pésimo sentido del humor.
Thule rompió el silencio que se había acomodado en la habitación, diciendo:
-Pues a mi me gusta, no conozco a ese dios, pero Makeda, ¡no podrás negar que le da un aire regio!-.
La risa de las muchachas, quitando hierro al asunto, me hizo sonreir. “No hay mal que por bien no venga”, pensé tratando de encontrar algo positivo a mi nueva imagen. Pero al ir a vestirme, me di cuenta de algo en que no habíamos caído, no solo había encanecido y mi piel estaba adoptando una tonalidad dorada sino que mi cuerpo había crecido y nada de mi ropa me quedaba.
-Makeda, ven y ponte a mi lado-.
La mujer obedeció poniéndose a mi vera, descalza, su cabeza me llegaba al hombro.
-¿Cuánto mides?- le pregunté preocupado por que mis medidas resultaran exageradas y me estuviese convirtiendo en un personaje de feria.
-Uno setenta y ocho, mas o menos-, me contestó.
Calculé que le llevaba al menos treinta centímetros, por lo que mi estatura debía de rondar los dos metros diez, lo que me hizo recordar que Atlas, no solo era un ser fornido sino que había sido el rey de los gigantes en las míticas guerras olímpicas. Resignado a mi destino, solo me cabía esperar el no seguir creciendo, puesto que todavía tenía unas dimensiones razonables, enormes pero humanas.
Fue Thule la que puso el sentido práctico y cogiendo un metro me tomó medidas, y se llevó de compras a la negra mientras yo me devoraba un espléndido desayuno.
Estaba terminado de desayunar cuando recibí la llamada del cardenal, informándome que la reunión iba a ser a las cuatro, y que había conseguido que el quórum fuera los suficientemente representativo del centro y la derecha alemana. Le dejé hablar, le permití que se extendiera, explicándome quien eran los políticos que iban a asistir y cuales eran los planes que iba a poner en práctica, antes de exponerle mis temores.
-Don Rómulo, le puedo hacer una pregunta-, por mi tono supo que era algo importante, y manteniéndose en silencio me dio entrada, y explicándole el sueño de las dos mujeres le dije: -Estoy seguro que usted mismo se lo ha planteado alguna vez, no somos mas que peones de ajedrez manejado por alguien que no conocemos. ¿Quién ha podido tener tanto interés, para elaborar una selección genética a tan largo plazo?-.
Tomándose un tiempo para responderme, me contestó:
-No lo sé, pero por sentido común me he convencido que hay solo dos posibilidades. Para que durante mas de mil años, haya tutelado a la humanidad solo puede ser o un inmortal o una civilización alienígena, y como no creo en extraterrestres, solo me cabe suponer que hay un ser que al menos lleva casi dos milenios recorriendo con sus pies la tierra-.
Entonces lo supe, y sin esperar a que el me lo dijera, le solté:
No será su verdadero nombre Cayo Octavio Turino-, todo cuadraba el emperador Augusto, sucesor de Julio Cesar, había sido el máximo exponente del poder de Roma, y su reinado coincidió con la Pax Augusta, el periodo sin guerras mas extenso de su tiempo, y el futuro previsto no era mas que una copia en grande del imperio.
Al otro lado del teléfono, escuché una carcajada y tras unos instantes me respondió:
No creí que tardaras tan poco en descubrirme, pero te equivocas Augusto solo ha sido una de mis personalidades, en otro tiempo también fui llamado Keops-.
Sentí vértigo, al hacer un cálculo somero de su edad, si Keops había gobernado Egipto durante la cuarta dinastía y se supone que fue en el 2.575 antes de Cristo, Rómulo o como coño se llamase, tenía mas de 4.580 años.
Como te dije, quiero que seas mi heredero, estoy cansado. He estado buscando durante siglos a mi sustituto, por eso cuando estés preparado, por fín podré descansar, poniendo en tus manos el velar por la humanidad-.
-¿Me está diciendo que soy inmortal?-
-Casi, tu mente te prolongara la existencia mas allá de los límites de lo humano, pero al final morirás como yo, pero antes, verás levantarse y derrumbarse la era Titánica, y deberás prever la evolución humana-.
-¡Maldito hijo de puta!-, le contesté colgando el teléfono.
Sentado en una butaca lloré en silencio mi destino. La conversación con el cardenal resultó ser peor de lo que esperaba. Antes de sacar el tema, estaba encabronado por el hecho de que alguien me manejara como a un títere, pero ahora estaba deshecho. Rómulo se había erigido en mi juez y sin ningún reparo me había comunicado una sentencia capital, que había sido dictada siglos antes de que yo naciera.
Siendo culpable de unos hechos impuestos por otros, había escuchado impertérrito el veredicto, Rómulo y mis genes me condenaban a la peor de las penas, mas execrable incluso que una condena a muerte, la sanción que me había sido impuesta era una condena a vida, a seguir existiendo mientras solo polvo y recuerdos quedaran de mis hijos, mis nietos y mis bisnietos….
Recordé la frase de mi padre que tanto terror me había causado; “tener ese gen, te condena a una vida solitaria”.
Lo que no sabía mi pobre viejo era la longitud y el alcance de la misma, ya que vería nacer y desaparecer países e imperios, sería participe de la exploración de nuevos planetas y contemplaría la extinción de sociedades y la creación de otras nuevas. Y para mi desgracia “solo”. De tener pareja, por mucho que llegasen a viejas, solo representarían un minúscula parte de mi existencia, después de mil años, Xiu, Makeda y Thule no serían mas que un vago recuerdo de una época lejana.
Meditando que iba a ser el padre de una especie, la cual vería morir, que antes de llegar al límite de mi vida, iba a escoger a un pobre desgraciado heredero de mis genes para que contra su voluntad, continuara mi obra, fue entonces cuando admití una verdad que me había estado auto ocultando, el cardenal no era solo mi ancestro, sino el pariente lejano de todos los titanes. El anciano me había mentido cuando dijo que no había tenido descendencia, durante milenios había diseminado su simiente por toda la humanidad.
Tuve la tentación de revelarme contra mi destino, pero la certeza del futuro de la humanidad, y la convicción de su casi aniquilación, así como la necesidad que tenía la misma de los titanes, me hizo aceptar, apesadumbrado, la condena.
El ruido de las mujeres volviendo cargadas de la tienda, me sacó del peligroso y masoquista proceso mental en que estaba incurso. Sus risas y sus voces alegres me devolvieron de golpe a la vida, en ese momento sabía lo que ésta me deparaba, pero decidí no pensar en ello, sino disfrutar de las nimias satisfacciones que me diera, y levantándome del asiento fui a unirme a ellas.
-Te hemos sableado tu tarjeta-, me dijo Makeda nada mas verme.
Cada una de las dos traía al menos cinco bolsas repletas de ropa. Aterrorizado esperé que no quisieran que me la probara toda, porque iba a tardar una eternidad en hacerlo, y era algo que odiaba desde niño, todavía recordaba el suplicio que era acompañar a mi madre al Corte Inglés de la Castellana. Cada seis meses íbamos a Madrid y nos pasábamos al menos tres horas en su interior de una planta a otra, sin pausa pero sin prisa, hasta que ya harto me ponía a llorar, por el cansancio y el aburrimiento.
Por suerte, teníamos prisa, debíamos prepararnos para ir a la reunión en la finca, sino me hubiesen inflingido el castigo de servir de maniquí mientras ellas observaban. Haciéndoles ver eso, les pedí que entre ese volumen enorme de prendas, me eligieran algo para ponerme.
Aquí tienes-, me dijo Thule mientras me extendía una percha con un traje y una camisa.
Me las quedé mirando con cara de recochineo.
-¿No se os habrán olvidado los calzoncillos o los calcetines?, no es por nada pero es incómodo el no llevarlos-.
Pero habían comprado de todo, por lo que recogiendo la ropa me metí en el baño a cambiarme. Al cabo de diez minutos, salí hecho un perfecto ejecutivo, con un traje príncipe de Gales, camisa blanca, corbata roja y zapatos de cordones. Me vitorearon, aprobando el cambio, según ellas estaba estupendo, pero me sentía disfrazado, y con una soga apretándome el cuello. Ellas también se había vestido para la ocasión, adoptando una vestimenta sencilla pero elegante, olvidándose Makeda de sus trajes africanos y Thule de los uniformes casi paramilitares que solía usar.
Sin mas dilación, salimos de la habitación. En la entrada del Hotel nos esperaba el chofer para llevarnos directamente a la finca que estaba situada sobre la carretera que llevaba a Dusseldorf.
La entrada a la finca era espectacular, una hilera de robles bordeaban el camino de acceso confiriéndole un aspecto majestuoso y señorial, que lejos de desentonar con el palacio que había en el interior, te preparaba anímicamente a la imponencia de sus muros y torres. Situado en lo alto de una loma, la construcción de estilo romántico recordaba ligeramente al castillo de Cenicienta que tan famoso ha hecho la factoría Disney, repleto de colmenas de las que se divisaban los alrededores. Uno podía imaginar a una princesa pidiendo socorro desde uno de los balcones, en espera que un caballero medieval acudiera al rescate.
“Joder con el cardenal”, pensé al bajarme del automóvil, “menudo apartamento”.
En la puerta nos esperaba un mayordomo con librea, el cual nos hizo pasar rápidamente a una biblioteca. En sus estanterías descansaban miles de libros antiguos dotando al ambiente de un olor a cuero mezclado con pergamino, que resultaba un tanto dulzón. En un rincón, sentado en un enorme sillón orejero nos esperaba el anciano sacerdote. Tardé unos segundos en reconocerle, ya que había dejado colgado sus hábitos en el armario, y se exhibía ante nosotros vestido de seglar, con un traje de calle.
La única que no lo conocía era Thule, que impresionada por lo que significaba estar ante el mas poderoso titán de todos los tiempos, se arrodilló al serle presentado.
-Levántate muchacha-, le ordenó el viejo, encantado por lo servil de la actitud de la muchacha, y entrando directamente al meollo, al motivo de nuestra visita nos dijo: –Los invitados llegarán enseguida, por eso, mientras Thule y Makeda se instalan quiero hablar contigo-.
Era una orden velada, quería estar a solas conmigo y que nadie nos estorbara. Las dos mujeres entendieron a la perfección los deseos del anciano, y excusándose salieron a acomodar nuestro equipaje en la habitación que nos tenían preparada.
-¿Porqué no están todavía preñadas?, ¿acaso no sabes de la importancia que tiene?-, me recriminó duramente, señalándome con el dedo y alzando la voz, -No ves que todavía quedan dos titánides por el mundo, la reunión de hoy es pecata minuta en comparación con tu misión, hubiese preferido que no acudieras a esta cita, a que esos vientres todavía no estén inseminados-.
 
Sentí que me hervía la sangre al escuchar el tono despectivo con el que trataba a mis concubinas. Quizás no tanto por ellas, sino por que al hacerlo a la vez me humillaba confiriéndome solo el papel de procreador. Le importaba mas mi semen, mi semilla, que todo lo demás. Yo era poco mas que unos huevos y un pene con los que él iba a conseguir una nueva ola de titanes. Enfadado y herido en mi orgullo, le mandé a la mierda.
Bajando su voz hasta niveles casi inaudibles, me preguntó si ya me creía lo suficientemente fuerte para contariarle. Aún sabiendo que no era cierto, en mi inconsciencia le dije que “si”. El puto viejo se levantó de su asiento, y dándome el brazo para que le ayudara, me contestó:
Vamos a ver a tus niñas-.
Traté de revolverme y negarme, porque sabía cual era el castigo con el que me iba a premiar, pero seguía siendo una marioneta en sus manos y como un autómata, deslizando mis pies por la alfombra del salón y las escaleras le seguí. Nada pude hacer, por mucho que me esforcé en recuperar el control de mi cuerpo, no lo conseguí, y por eso a mitad del camino, rindiéndome dejé que me llevara.
Al llegar al cuarto, donde estaban las mujeres, las descubrimos jugando. Makeda y Thule se habían inmerso en una guerra de almohadas, sin ser conscientes de lo que les venía encima.
Venid-, les dijo el viejo.
Ambas obedecieron todavía ignorantes de que íbamos a ser violados de una forma cruel.
Las arrugadas manos del cardenal desnudaron a una alucinada Makeda, mientras mentalmente nos ordenaba a Thule y a mí que hiciéramos lo propio. En breves instantes nuestra ropa cayó al suelo, y fue entonces cuando comenzó la tortura. Sabiéndonos usados, un ardor y un deseo impuesto se apoderó de nosotros, incapaces de refrenarlo, nos sumergimos en la lujuria mientras el viejo abandonaba la habitación diciendo:
-No parareis, hasta que en esta habitación se engendren dos titanes-
Incapaces de rechazar su mandato, las mujeres se lanzaron sobre mi inhiesto miembro, competiendo entre sí tratando de ser la primera en ser tomada. La suya era una carrera suicida, colocándose una encima de la otra me imploraban que las eligiese, vendiendo su excelencia y menospreciando a la contraria con feroces insultos. Dos coños se me ofrecían anhelantes de recibir la estocada de mi lanza, mientras sus dueñas se desesperaban pellizcando sus pezones. Gimiendo totalmente calientes se esforzaban inútilmente en calentarme, y digo inútilmente porque carecía de sentido el hacerlo, ya que es imposible el calentar una llama, que era lo que en ese momento me había convertido.
Tratando de calmar mi calentura fui cambiando de objetivo, con mi pene pasaba de penetrar a Makeda durante un minuto, para continuar con Thule, en un intercambio sin sentido que se prolongaba, tanto como la intensidad de sus chillidos.
La negra fue la que abrazándome con las piernas, rompió la cadena, su cuerpo me exigía lubricando toda mi extensión que me derramara en su interior, mientras sus uñas se clavaban como garfios en mi espalda impidiendo que cambiara de coño. Usando mi sexo como garrote, golpeé repetidamente la pared de su vagina, en un galope desenfrenado antes de darme cuenta que Thule, totalmente fuera de sí se masturbaba con una mano mientras con la otra buscaba que la etiope se corriera y la dejase en su lugar.
Este doble tratamiento hizo que Makeda se viniera, gritando su deseo a los cuatros vientos y retorciéndose en el suelo, sus músculos me apretaban, intentando ordeñar mi sexo, en busca de la simiente que escondía en su interior. El escuchar su orgasmo fue el banderazo de salida de mi propio climax, y berreando como un semental ante su monta me derramé en su interior. Nada mas sentir mi hembra, que se avecinaba la siembra, apretó su cuerpo contra el mío con la intención de no desperdiciar la leche germinadora con la que estaba regándola. No dejó que la sacara hasta que la última gota de la última erupción del volcán en que se había transformado mi pene, no hubiese sido recogida por su vagina.
Mi mente se rebelaba contra un cuerpo que nada mas extraer su apéndice de mi primera víctima, asiendo a Thule del pelo, le exigió que volviese a levantarlo a su máximo esplendor. Nada podía hacer, no me hacía caso, por mucho que intentaba parar, toda mi piel exigía seguir con su mandato. La rubia no tuvo mucho trabajo, porque nada mas sentir la humedad de su boca, mi pene reaccionó y ella buscando consolar su calentura se lo metió en la calidez de su cueva.
Éramos dos máquinas perfectamente coordinadas, a cada una de mis embistes ella respondía pidiéndome el siguiente, reptando por las sabanas en un desesperado intento de introducirse aun más mi lanza en su interior. Makeda que se había quedado momentáneamente satisfecha, volvió a sentir furor uterino y sin pedir permiso colocó sus labios inferiores al alcance de la boca de la germana. Ésta fue incapaz de negarse y sin pensar se apropió con su lengua del apetecible clítoris que tenía a centímetros de su cara. Y la negra en agradecimiento se dedicó en cuerpo y alma a conseguir que la mujer que tanto placer le estaba dando recibiera parte de lo que ella misma estaba sintiendo.
El olor a sexo ya hacía tiempo que había inundado la habitación, cuando escuché que se avecinaba como un tifón el climax de Thule. Aceleré el ritmo de mis ataques al sentir que un río de ardiente lava, manaba del interior de la muchacha. Ella en cuanto notó ese incremento en la cadencia con la que era salvajemente apuñalada su vagina, se convirtió en una posesa, y llorando me rogaba que acabase con esa tortura. Su completa inmersión en una lujuria artificial hizo que me calentase aún mas si cabe y agarrando a Makeda, le mordí sus labios mientras en intensas oleadas me licuaba en la cueva de la rubia.
Agotados caímos tumbados sobre un suelo que habiendo recibido el flujo de nuestros sexos, se nos tornaba excitante. Era tal el grado de nuestra alienación que Makeda al recuperarse, poniéndose a cuatro patas empezó a lamer las baldosas en busca de los restos de nuestro orgasmo. Verla así, en esa postura, fue otra vez el detonante que levantó a mi cansado sexo de su descanso, y sin poderlo evitar poniéndome detrás de ella, la penetré de un solo golpe.
Ni viagra ni nada, estaba alucinado que en menos de un minuto mi miembro se alzase otra vez erecto. El cardenal nos había manipulado de forma que aún sabiéndonos violados, no podíamos evitar ser el propio instrumento de nuestra vejación. Era como si espinas de humillación se clavaran en mi mente al ritmo de las embestidas de mi pene.
Mi concubina se retorcía en un perverso afán de ser regada otra vez por mi semen. Éramos una vagina vibrátil y un consolador sin alma en manos del anciano. Mis huevos chocaban contra el frontón que se había convertido su trasero, siguiendo el ritmo de mi galope. Sus pechos rebotaban en un compás sincronizado con el movimiento de su cuerpo. Y nuestros gargantas formaban el coro que cantaba nuestra angustia en una sinfonía compuesta por gemidos y aullidos de placer. Fui la catarata que inundó sus entrañas, desparramando mi leche por su interior mientras ella era un pozo sin fondo que la absorbía glotonamente.
Habiéndome corrido por tercera vez, me vi incapacitado de seguir. Mi cuerpo ya no respondía ni al cardenal ni a mi cerebro, y yendo por libre se sumergió en un nebulosa de la que solo salí al oír los lloros y lamentos de las dos mujeres. Conscientes de la vejación sufrida, de cómo habíamos sido humillados en aras de la reproducción, sollozaban en silencio, mientras esperaban espantadas que se volviera a repetir, y que otra vez el deseo nublara su entendimiento y se lanzara en busca de la satisfacción de la calentura forzada que las había subyugado.
Afortunadamente, los minutos fueron pasando sin que se reprodujese esa sensación frustrante, en la que nos veíamos obligados a montarnos mutuamente sin que el apetito carnal que nos había dominado naciera desde nuestro interior sino que hubiese sido impuesto. Tumbado en el suelo, me fui relajando, a la vez que iba creciendo en mi interior, una nueva inquietud, si la tortura del cardenal había cesado solo podía ser por dos causas, o bien los úteros de Makeda y Thule tenían un nuevo inquilino, o el anciano solo nos estaba dando un respiro para que con nuestras fuerzas renovadas, volviéramos a intentarlo mas tarde.
Tenía que cerciorarme y levantándome, les pregunté si sentían algo diferente. Fue Makeda que supo la primera a que me refería, la que palpándose el estomago, me respondió:
No, pero no puedo asegurarte nada, recuerda que Xiu tuvo constancia al cabo de las horas-.
-¿De que habláis?-, nos preguntó la rubia, que como no había estado cuidando a Xiu, desconocía los síntomas.
El hijo de puta del viejo no da un paso sin asegurarse-, le respondí,-Por lo que o estáis preñadas o esto es nada mas un descanso-.
Fue entonces cuando comprendió, y tal como suponía se alegró por la posibilidad de estar embarazada.
¿Qué es lo que debo de sentir?-
-Cuando Xiu se quedó embarazada, su cuerpo reaccionó violentamente contra el feto, y durante horas se debatió entre la vida y la muerte. Tuve que ayudarla a superar el trance, y una vez curada, la sola presencia de Fernando hacía que se retorciera de dolor-.
Su semblante tomó un tono cenizo al no experimentar ninguno de los síntomas de la china. Desde que me conoció Thule disfrutaba con la idea de darme descendencia, como una forma de pasar a la posteridad como madre de una nueva raza. En ese aspecto, no había cambiado, solo había variado el objetivo. De la supremacía aria a la superioridad titánica.
-Vamos a vestirnos, todavía tenemos que crear un nuevo partido-, les dije a las muchachas. Por mucha humillación que sintiera, mi misión seguía en pié, el futuro de la humanidad estaba en juego.
Sin ninguna gana, ambas muchachas se fueron vistiendo lentamente. Se sentían agotadas para enfrentarse a una audiencia numerosa, pero sobre todo se sentían asustadas de solo pensar en estar frente a frente al cardenal. La potencia mental del viejo las aterrorizaba.
Estábamos terminando cuando un mayordomo nos informó que su jefe me esperaba en el salón principal. Tanto Makeda como Thule respiraron aliviadas por no tener que acompañarme. Viendo que era inevitable el acompañarle, refunfuñando y de mal humor, le seguí por los lúgubres pasillos del palacio.
El sacerdote estaba hablando animosamente con otro anciano cuando entré en la sala. Como víctima propiciatoria, me dirigí a su encuentro, sabiendo que de esa reunión iba a depender gran parte de mi futuro.
Fernando tengo el placer de presentarte a uno de mis más viejos amigos-, me dijo el anciano. Pero no hizo falta, el tipo con el que estaba me resultaba sobradamente conocido. Wolfang Steiner era un conocido filósofo que se había hecho famoso por su rechazo a los regímenes dictatoriales desde un izquierdismo radical. Fundador en los setenta del partido verde alemán, y enemigo declarado de las diferentes intervenciones de Estados Unidos en Oriente medio.
Le contesté con un lacónico: -Le conozco-, y dirigiéndome al pensador le saludé diciendo:-Es un placer conocerlo, su libro “la lucha de clases continua” está siempre en mi mesilla de noche-.
Un piropo siempre sienta bien al ego, y este hombre no fue diferente, con una sonrisa reveladora de su satisfacción por ser leído, me dio su mano mientras me decía:
Así que usted es el heredero, no le envidio-.
Me quedé sin habla al escucharle, no me esperaba que estuviese al corriente de nuestra verdadera condición. Por eso me mantuve en silencio esperando acontecimientos.
Wolfang y yo somos amigos desde hace mas de treinta años, durante ese tiempo hemos discutido mucho sobre el futuro de la humanidad, y sobre la función de los titanes en su destino-, el cardenal hizo una pausa antes de continuar,- siempre me ha gustado recibir sus consejos y críticas, por eso ahora quiero que nos de su opinión sobre nuestros planes-.
Sin esperar mi contestación, abrió su mente y tanto Stenier como yo, pudimos ver como si fuera una película de cine el futuro. Un futuro donde el hombre se involucraba en una guerra sin sentido en busca de las fuentes de energía y cuyo resultado no era otro que la casi completa aniquilación. Nuevos profetas y nuevas formas de fanatismo revivieron antiguas ideologías. Sangre y muerte que abonaban el odio entre países y razas.
Cuando terminó la sucesión de desastres y antes de exponerle nuestros propósitos, el filósofo con la cabeza gacha lloraba:
-“Homo homini lupus”, el hombre es un lobo para el hombre-, susurró entre lagrimas, -No hay otra explicación a tanta irracionalidad-.
El cardenal midió los tiempos, esperó tranquilamente hasta que su amigo se hubiese repuesto para preguntarle:
-¿Cuál crees que es la solución?, ¿qué es lo que se puede hacer?, dímelo aunque no te guste-.
Esta vez se tomó un rato en contestarle. Supe por lo tenso que estaba que lo que nos iba a decir, no solo no le gustaba sino que iba a ir en completa contradicción con lo que hasta ese momento habían sido sus enseñanzas.
Creo que usando un pensamiento de Hobbes, el único medio que existe para evitar ese desastre es que los diferentes países cedan su seguridad y sus derechos a un estado superior y que este haciendo uso de los mismo imponga una dirección unitaria, y desde ahí lograr el bienestar humano-.
 
Eso mismo pensamos nosotros, como sabes he vivido siglos velando por el ser humano, inmiscuyéndome lo menos posible, pero ahora no encuentro otro método que tomar el poder-.
-¡Será un dictadura!-, gritó espantado.
Si, y la mas duradera de todos los tiempos, pero en contraprestación el hombre una vez repuesto, y huyendo de la misma se esparcirá por la galaxia, creando una dispersión que le permitirá crecer y sobrevivir. Ya no dependerá de un solo planeta, habrá un segundo renacimiento con miles de sociedades diferentes-.
Por segunda vez, el cardenal nos expuso su visión por medio de la mente, y al terminar el profesor dándome la mano la mano, me dijo:
-Cuente conmigo, odio decirlo pero le ayudaré a ser el dictador máximo-.
Hasta yo mismo estaba acongojado, aun sabiendo de antemano que nos preparaba el futuro, y que nada de lo que nos había mostrado el sacerdote fuera nuevo para mí, no pude mantenerme sereno a la crudeza de los sucesos por venir y al papel que iba a tener en el mismo. Mientras meditaba sobre ello, Romulo sirvió tres copas de cava, y alzando la mano brindó:
-¡Por la era titánica y su diáspora!-
Sabiendo que era irrevocable su elección, Wolfang levantó su copa y se unió en un brindis liberticida que iba a someter al hombre durante milenios. Había hecho un pacto voluntario con el diablo y lo sabía, era conciente que los titanes éramos un mal menor, pero mal al fín.
Saliendo del salón nos dirigimos al pabellón de Baile, una enorme sala de mas de quinientos metros cuadrados que en un origen estaba destinada a conciertos pero que íbamos a usar para realizar el mitin.
Los diez minutos que esperamos antes que los demas invitados llegaran, fue el momento elegido por el cardenal, para informarme de la ubicación de la cuarta titánide, una muchacha neocelandesa descendiente de un antiguo reino índico.
Solo me dio tiempo de echar una ojeada al grueso expediente, sacando en claro que desde la antigüedad existían en Bali numerosos estados que compartían un origen común. y que aunque los primeros holandeses que pusieron un pie en la isla fueron los hermanos Houtman, que llegaron en 1597, la isla no pasó a estar bajo control holandés hasta su colonización gradual a mediados del siglo XIX . En esa época había nueve reinos independientes que estaban gobernados nominalmente por un solo príncipe, el sushunan, que mantenía una tirante relación con la Compañía holandesa de Indias.
El final de esta coexistencia llegó con la sangrienta represión ocurrida en 1906, y la realeza balinesa en su conjunto cargó contra el fuego enemigo, armados únicamente con cuchillos y espadas. Fue un suicidio ritual, una forma de escapar a un destino que no les gustaba, su orgullo no les permitía ser siervos de Holanda y prefirieron una muerte honrosa que vivir subyugados. Según la historia oficial murieron todos sus miembros, hombres, mujeres y niños, pero según los documentos que el cardenal me mostró sobrevivió un niño, Badung II, hijo del rey del mismo nombre que encabezó la revuelta y el primer titán de esa parte del globo. Con toda su familia muerta, unos súbditos leales le sacaron de Bali y huyendo, buscaron refugió en Nueva Zelanda.
Wayan, la titánide que debía de buscar, era su tataranieta y para hallarla debía de coger un avión e irme a Wellington, su capital.
Acababa de terminar de revisar el dossier cuando Makeda y Thule, hicieron su aparición junto con un grupo heterogéneo de personas. Los neonazis del partido paneuropeo venían mezclados con burgueses y típicos extremistas de izquierdas, en una rara combinación que podía saltar en pedazos en cualquier momento por la franca animadversión que sentían sus miembros. Gorras militares, corbatas y pañuelos palestinos se iban sentando en los asientos sin siquiera mirarse, mientras el cardenal y mi personas nos manteníamos en un segundo plano, estudiando a los asistentes desde una habitación adjunta.
El primero en hablar fue el profesor Steiner, que después de agradecer a todos su presencia, les explicó desde un punto de vista teórico el futuro, donde solo un estado fuerte e igualitario podía salvarnos de la barbarie. Mientras hablaba los integrantes de la izquierda mantuvieron un respetuoso silencio, que contrastaba con el claro desprecio de los nostálgicos del reich.
Después fue Thule, que dirigiéndose a sus seguidores, les habló de la necesidad de un cambio, que por el bien de Europa, ella estaba de acuerdo en ceder el liderazgo a un líder que agrupara a todos los presentes. Ambos no estaban mas que preparándome el terreno, manipulando a los presentes para que aceptaran mi autoridad sin discusión.
Viendo que era mi turno, me arreglé la corbata antes de subir al estrado.
Al ir subiendo por las escaleras, percibí como un golpe la actuación entre bambalinas del cardenal. Sin que se dieran cuenta, manipuló a los presentes haciéndoles creer que estaban viendo a un guía en quien confiar sus vidas. Los nazis estaban impresionados por mi apariencia, mi estatura, y mi fuerza, para ellos era una especie de Dios Ario. A los verdes les convenció el puño en alto con el que les saludé desde lo alto , y los burgueses encantados por mi aspecto pulcro y buenos modales vieron en mi alguien que era como ellos, por eso tras un breve discurso donde maticé mis palabras para que fueran del gusto de todos, me premiaron con un aplauso ensordecedor.
Aprovechando su completa entrega, les informé de la creación de un nuevo partido, que buscando el bien europeo iba a competir en las elecciones alemanas con Thule al frente, pero siempre bajo mis órdenes. Nuevamente los vítores y las aclamaciones se sucedieron y sin ninguna voz discordante se eligió una mesa nacional compuesta por elementos de las tres facciones.
Con la tarea terminada, nos reunimos en cónclave los cuatro titanes. Rómulo, representaba el pasado, Makeda y Thule, el presente, y yo, el futuro. Tres épocas y tres visiones pero un solo destino común, el poder absoluto sobre la humanidad. Estábamos entusiasmado por como había ido todo, habiendo conseguido lo imposible, unir a una audiencia tan dispar, nos sentíamos capaces de todo. Pero entonces el cardenal nos bajó de un solo golpe del pedestal que nos habíamos subido, al decirnos:
-No hemos hecho nada mas que empezar, los hombres buscarán revelarse en contra nuestra cuando sienta que les hemos puesto un collar, por eso debemos estar preparados-, sus palabras me hicieron recordar el sacrificio de María y el odio que en el pueblo se había fraguado con la presencia de mi padre,-hoy hemos dado dos grandes pasos, la creación de un partido desde el cual asaltar el poder, y gracias a vosotros la expansión de nuestra estirpe-.
-¿Qué?-, gritó Thule al darse cuenta lo que el cardenal estaba diciendo.
-¡No es posible!, al no poderme oponer a su violación, he evitado que nos quedáramos embarazadas, bloqueando nuestros úteros-, le replicó indignada Makeda.
Una carcajada del viejo resonó en la habitación al escucharla, y todavía riéndose le contestó:
-¿Crees que no me había dado cuenta de tu estúpida maniobra?-, y señalando con el dedo su estomago prosiguió diciendo: -Estás preñada al igual que tu amiga, nada ni nadie puede entorpecer mis planes, tendréis vuestro hijo y solo entonces os daré la libertad de seguirnos o de iros de nuestro lado, pero hasta ese día seguiréis fieles a mis designios y a los de Fernando-.
-¡A mi no me meta!-, protesté tratando de hacerme a un lado.
-Eres parte quieras o no, y no solo como padre de las criaturas sino como mi futuro heredero-.
Habíamos hecho un pacto por el bien de la humanidad, y ahora me exigía cumplirlo. Aunque me jodiera, tuve que reconocer que tenía razón y dirigiéndome a ambas mujeres les dije:
-Callad y obedeced, ¡No somos más que peones de la historia! Y por la supervivencia del hombre debemos aceptar lo que nos ordena-.

Por primera vez desde que la conocía, Makeda se quedó callada mientras me fulminaba con una mirada cargada de odio

Relato erótico: “La tara de mi familia 9. Conozco a la última titánide” (POR GOLFO)

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A la mañana siguiente, me desperté sabiendo que era rey consorte porque la preciosa oriental que dormía a mi lado era la soberana de un pequeño pueblo. Aprovechando su descanso, hice un repaso a todo lo que me había ocurrido en los últimos meses, supe que una vez hubiese acabado mi misión acumularía tal poder que nadie en la historia podría rivalizar conmigo. El ser humano normal no sería consciente de ser mi súbdito pero no por ello dejaría de sentir  en sus carnes mi autoridad. Siguiendo las directrices del plan del fallecido cardenal, mi prole gobernaría el mundo y tras una época convulsa, la humanidad saldrá de su encierro y surcará las estrellas.

Antes de llegar a Nueva Zelanda, ya había contactado con la rama asiática por medio de Xiu,  con la africana por medio de Makeda y la europea a través de Thule por lo que en teoría solo me quedaba descubrir quién era la titánide americana.

Desperezándome sobre la cama, lo primero que hice fue llamar a Xiu, la más potente de todas ellas que además ostentaba la jerarquía de la familia. Ella era mi única esposa mientras las otras tres eran solo concubinas. Por mucho que a mi modo, amara y respetara a esas mujeres, mi verdadera pareja era esa chinita. Embarazada de Gaia, mi futura heredera, había tenido que permanecer lejos de mí, para que mi presencia no perjudicara a nuestra hija ya que el poder que manaba de mi mente podía malograr su embarazo. Por ese mismo motivo, Thule y Makeda habían tenido que separarse de mí. Preñadas la misma noche, en cuanto se enteraron de su estado habían ido a reunirse con mi esposa en Roma.

Me costó un tiempo localizar a Xiu porque debido al asesinato del cardenal, ella ahora fungía como regente de la organización en mi ausencia. Cuando lo conseguí le expliqué que había hallado a la penúltima titánide y que Wayan había aceptado unirse a nuestra causa.

Esa noticia cambió su tono y con voz seria me respondió:

― Te felicito, pero como sabes todavía debes ir en busca de la que falta.

― Lo sé― respondí― el problema es que no sabemos quién es.

Ante mis palabras, se rio y me dijo:

― Creo haberlo resuelto porque he localizado a los dos herederos de los mayores imperios que han existido en América y solo uno es mujer.

Sabiendo que solo había dos posibilidades, comenté:

― ¿Dónde tengo que ir a México o a Perú?

―A México, el heredero Inca es un hombre.

Satisfecho de conocer al fin mi destino, le pedí que me mandara el dossier por mail para írmelo estudiando pero cuando ya creía que íbamos a hablar de nosotros, la chinita me soltó:

― Pásame a Wayan, tengo que darle instrucciones.

Gracias a que esa mujer estaba a mi lado, lo único que tuve que hacer fue pasarle el teléfono. Tras las normales presentaciones, comprendí que habían entrado en materia al percatarme del cambio de expresión de la chavala. Tras unos minutos donde apenas habló, Wayan despidiéndose de su matriarca, dijo:

― Señora, no se preocupe.

Sin darme tiempo a despedirme, colgó. Molesto por no haber podido charlar con mi esposa, solo me quedó preguntar que le había dicho:

― La matriarca me ha prohibido quedarme embarazada. Por lo visto, es posible que necesites mi ayuda con esa mujer.

― No te comprendo― respondí.

Abrazándose a  mi cuerpo, la mujer me lo aclaró diciendo:

― Parece ser que la tal Quetzaly es muy peligrosa porque une a su gran poder mental una sociedad secreta que su bisabuelo fundó hace más de un siglo.

Interesado por primera vez, seguí su explicación. En ella, Waayan me relató como Manuel Toribio había fundado una extraña hermandad que se hacían llamar los verdaderos americanos y aunque su sangre india había sido mezclada con mucha europea, seguían fieles a la religión de sus ancestros.

― ¡No puede  ser!― exclamé― ¡Nadie en su sano juicio y menos un titán se creerá esas locuras!

― Según Xiu, miles de ricos potentados de toda América. No solo en México, sus tentáculos van desde Alaska a la tierra del fuego.

― ¿Me estás diciendo que hundiendo sus raíces en el folclore indígena se han inventado una religión?

― Así es. Don Manuel se erigió como representante de todas esas  deidades  en la tierra y sus acólitos consideran a su nieta  casi una diosa.

Asumí que solo una formidable  rama de titanes hubieran podido fundar y mantener una estructura así sin que nadie se le rebelase y por ello, acepté de buen grado toda la ayuda que se me pudiera prestar. La historia nos había enseñado que cada vez que un titán asumía el poder, tras una época de prosperidad, venía un río de sangre y si esos sujetos llevaban más de cien años al mando de una organización así, ¡Eran de temer!

Aleccionado de mis futuras dificultades, me puse a leer el expediente de esa mujer y lo primero que me sorprendió fue enterarme que esa mujer estaba ya casada. Si por si eso fuera poco todo se complicó al enterarme que su marido estaba emparentado con un antiguo presidente de México. Sobrino carnal de ese mandatario, su propio padre había sido encarcelado por el asesinato de un pretendiente a la jefatura del estado.

« El clásico oligarca», sentencié dando por sentado que se debía tratar de un matrimonio de conveniencia.

Después de estudiar profundamente ese informé, me despedí del consejo de los ancianos y esa misma tarde salimos rumbo a Wellington ya que al día siguiente teníamos previsto volar rumbo al D.F.

―        Te veo preocupado― comentó la oriental al llegar a la habitación del hotel ― ¿En qué piensas?

― No estoy seguro― respondí ― ¡hay algo que no me cuadra!

Tras lo cual le expliqué que no tenía ningún dato para ser suspicaz, ni tampoco le podía decir que era lo que no me gustaba del dossier preparado, pero seguía sin estar convencido que la información recogida fuera la correcta. Waayan que aprovechó a desnudarse mientras me escuchaba, esperó a que acabase para decirme:

― Ya descubriremos qué ocurre en México. Ahora vente a la cama a complacer a tu mujercita.

La desfachatez de la morenita me hizo reír y dejándome llevar, me tumbé junto a ella y levantándola en vilo sobre la cama, forcé su boca con mi lengua. La necesidad de sexo así como la certeza que íbamos hacia un destino peligroso hizo el resto. Reafirmando nuestros votos, nos besamos mientras nuestros cuerpos empezaban a moverse completamente pegados.  Mi nueva concubina, al sentir que sus hormonas se hacían dueñas de su mente, pasó su mano por mi entrepierna y poniendo cara de puta, me preguntó:

― ¿Me harías el amor?

― ¡Por supuesto que sí!― respondí cogiendo uno de sus pechos  entre mis labios.

Ella, al notar mi lengua jugueteando con su aureola, presionó mi cabeza con sus manos mientras me decía dulcemente en mi oído:

― ¡Hazme tuya!

Sus palabras fueron el acicate que necesitaba para arrodillarme a sus  pies y  tras separar sus piernas, quitarle el tanga. El dulce aroma que recorrió mis papilas cuando lo hice me excitó y por ello, mientras ella no paraba de gemir, hundí mi boca en el interior de sus muslos.

― ¡Sigue!― rogó descompuesta al experimentar la caricia de mis dedos mientras separaban sus labios y cómo mi lengua lamía su botón.

Ya dominado por la lujuria, cogí entre mis dientes su clítoris y me puse a mordisquearlo al tiempo que descubría que el flujo encharcaba su coño.

― ¡Qué maravilla!― gimió como una loca y presionando mi cabeza, me rogó que continuara.

La pasión de ese momento no pudo evitar que me quedara embelesado nuevamente al disfrutar de su depilado coño ni que con mi corazón latiendo a mil por hora, reconociera que si era pecaminosamente atrayente. Azuzado por ella, me desnudé deseando eternizar ese momento porque no en vano, no sabía lo que nos iba a deparar el futuro. 

Waayan sonrió al comprobar mi erección y con un erótico tono en su voz, me llamó a su lado. Teniéndome junto a ella, me cubrió de besos mientras su cuerpo temblaba cada vez que mis manos la acariciaban:

― Fóllame―  ordenó con la respiración entrecortada.

Excitado  hasta decir basta, contuve  mis ansias de obedecerla y contrariando sus deseos, metí mi cara entre sus pechos.  Al hacerlo,  su dueña no paró de pedirme que la hiciera mujer. Manteniendo esa cruel rebeldía, cambié de objetivo y me concentré en el tesoro que escondía su entrepierna. Ya con las piernas abiertas y sus manos pellizcando sus pezones, la oriental pegó un alarido al padecer las caricias de mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo.

― ¡Qué belleza!― exclamé al disfrutar de su coño.

La que hasta entonces se había comportado como una tierna amante se convirtió en una hembra  exigente que cogiendo mi pene entre sus manos e intentó forzarme a que la tomara. Obviando sus deseos, seguí devorando su chocho cada vez con mayor intensidad. Los lametazos que propiné entre sus pliegues cumplieron su cometido y completamente dominada por el deseo, mi concubina se retorció dando gritos sobre las sábanas. Empapando el colchón con su flujo, su sexo se me antojó un riachuelo al que debía intentar secar pero cuanto para beneplácito de la mujer, cuanto más lo intentaba era mayor el torrente que manaba de su interior y al querer absorberlo, prolongué de esa forma su éxtasis, uniendo un orgasmo con el siguiente.

Fue entonces cuando con una súplica, me rogó:

― Necesito sentirte dentro de mí.

Si esperar mi respuesta cogió mi pene y lo acercó hasta su sexo. La necesidad que demostró mientras lo hacía, acabó con mis reparos y tumbándola sobre su espalda, le separé las rodillas mientras le decía:

― En este momento no pareces una reina sino una puta barata.

― ¡Me da lo mismo! ¡Hazlo ya!― imploró mientras movía sus caderas intentando meterlo dentro.

Satisfecho decidí complacerla y centímetro a centímetro  vi desaparecer mi verga en el interior de su vagina mientras Waayan se mordía los labios con deseo. Al comprobar que mi concubina había conseguido incrustársela al completo, di inicio a  un lento vaivén, sacando y metiéndola de ese estrecho conducto mientras la oriental no paraba de gemir. Su entrega me confirmó que estaba gozando y por eso fui incrementando poco a poco la velocidad de mis maniobras.

― ¡Me encanta!― chilló descompuesta.

Su rendición se tornó en total al asir sus pechos con mis manos y  berreando de placer, gritó a los cuatro vientos su orgasmo.

― ¡Me corro!

Contagiado de su lujuria, incrementé mi ritmo y mientras por mis piernas se deslizaba su flujo, seguí  martilleando su interior con sus gemidos resonando en mis oídos. Supe que no iba a poder retener mi propio clímax si seguía así y por eso bajé mi compás. Ella al notarlo protestó y con voz melosa, me rogó que siguiera más rápido. El brillo de deseo que descubrí en sus ojos me convenció  y elevando la velocidad de mis penetraciones, golpe a golpe asolé sus pocas defensas hasta que coincidiendo con sus renovados alaridos de placer, mi miembro regara de semen su interior. Ya agotados y satisfechos nos quedamos abrazados e intentamos dormir porque al día siguiente tomaríamos un vuelo hacia la ciudad de México.

Durante el viaje que nos llevaría hasta el D.F. Xiu consiguió que los agentes del difunto cardenal la aceptaran como jefa en mi ausencia y fue a través de ellos que concertó una cita con la última de las titánides en sus oficinas. De ello me enteré al aterrizar en el Benito Juárez, el aeropuerto de la capital mexicana que lleva el nombre del único presidente de ese país con sangre indígena. Estábamos todavía saliendo del avión cuando dos hombres encorbatados, presentándose como miembros de “la Espada de Dios”, se hicieron cargo de nuestro equipaje al tiempo que me hacían entrega de un dossier ampliado de la mujer que íbamos a ver.

Ya en el interior de una limusina con los cristales blindados, me puse a leer la información que habían conseguido sobre Quetzaly Toribio y su extraña secta. Tras dar un repaso a conciencia a esos papeles, seguía teniendo dudas y más cuando leí que esa mujer tenía un par de hijos, ya que en teoría las titánides solo conseguían procrear un único vástago. Si eso era verdad, esa mujer debía ser poderosa al haber conseguido romper ese maleficio y además teniendo su propia descendencia nunca accedería a formar parte de nuestro plan sino que desde un principio se enfrentaría a nosotros. Al explicarle mis suspicacias a Wayan, la oriental se quedó pensativa y tras unos minutos en los que rumió la información, me pidió  que no me anticipara y que esperara a conocerla antes de opinar.

El sentido común que manaba de sus palabras, me convenció y tratando de hacer tiempo, me puse a mirar por la ventanilla del vehículo. Fue entonces cuando me percaté de la presencia de al menos cinco coches siguiendo al nuestro. Al preguntar a mi chofer si formaban parte del operativo de la gente del cardenal, preocupado me contestó que no, mientras me pedía perdón por no haberse dado cuenta.

― ¿Quiere que los despiste?

― No, sigue hacia nuestro destino― respondí después de haber sondeado sus mentes y saber que en caso de peligro, podría hacerme con facilidad de sus voluntades.

Al fijarme en la sonrisa de Wayan comprendí que ella había hecho lo mismo y que su conclusión era idéntica a la mía.  Adorándola como mujer, me resultaba difícil recordar que era una poderosa telépata con poderes semejantes a los míos aunque de menor fuerza.

― Tú sola podrías con todos ellos― comenté mientras le daba un cariñoso beso en su mejilla.

Alegremente, la oriental me contestó:

― No sería digna hija de mi padre si no pudiera.

Tras lo cual y antes que pudiera hacer nada por evitarlo, provocó un accidente sin víctimas que cortó en seco el tráfico detrás nuestro, dejando a nuestros perseguidores anclados en mitad de Reforma. La pericia que mostró en ese momento me confirmó que de haber problemas, esa pequeña muñeca sería un formidable apoyo con el que podría contar.

― ¿Cómo lo ha hecho?― el conductor preguntó al verse libre del acoso de esa gente.

Dulcemente, Wayan contestó:

― Nosotros no hemos hecho nada, fue una señora que, al ver que un niño iba a cruzar, dio un volantazo.

El sujeto no la creyó pero tampoco insistió y siguiendo su camino, con voz seria nos informó que nuestro destino era un palacete sito en Polanco y que llegaríamos en unos quince minutos. Sus cálculos fueron errados al no tomar en cuenta los poderes de mi concubina, la cual consiguió que un par de policías con sus motos Harley nos fueran abriendo paso creyendo que escoltaban a un alto cargo del gobierno.

― ¡No te pases!― la reprendí  al saber que quería impresionarme. ― No debemos hacer uso de nuestras facultades si no es por una causa justificada y aun así debemos tener cuidado.

La balinesa aceptó la bronca sin inmutarse y de buen humor, contestó:

― Lo siento pero es que creía que era lo que deseabas. ¡Te he ahorrado el atasco!

Tenía razón que no me apetecía tragarme todo esa aglomeración de coches pero eso no era motivo para su alarde. Estaba a punto de hacérselo saber cuando de pronto llegamos a nuestro destino, por lo que decidí dejar para un momento más propicio esa discusión. Nada más aparcar frente a ese afrancesado palacete, salieron de él un grupo numeroso de hombres armados que sin ningún miramiento nos registraron.

« ¡Tranquila!», mentalmente ordené a mi acompañante al leer en su cerebro que estaba indignada por ese trato. «¿No sientes su presencia?».

El cabreo por sentirse manoseada le había impedido percibir el poder que se escondía tras esas paredes:

« Perdona», contestó usando también la telepatía, « En ese palacete hay al menos un titán».

Haciendo uso de mi educación, cerré mi mente y en voz baja, le comenté:

― Sube tus barreras. Además de poderoso, es imprudente. Debía estar sondeándonos  o no hubiésemos advertido su presencia.

Dándome la razón, cerró a cal y a canto sus pensamientos. Al verificar la sólida defensa que había construido en un instante, me quedé admirado y cogiéndola del brazo, entré al edificio. Ignorando al equipo de seguridad directamente fui a la recepcionista y habiendo captado su atención, pregunté por la jefa de todo ese tinglado:

― ¿A quién anuncio?― preguntó.

― A Gonzalo de Trastámara.

Tenía una cita con esa mujer pero aun así en un ejercicio calculado de mala educación me hizo esperar media hora antes de atenderme. Sabiendo que tenía por objeto cabrearme, decidí no hacerme el ofendido pero al cabo de los veinte minutos resolví actuar. Usando mis capacidades, manipulé a diversos miembros del staff de ese edificio, de forma que coincidiendo con mi estancia todo empezó a fallar. Se fueron las luces, sonó la alarma de incendio e incluso el servidor que daba servicio a esa organización entró en hibernación.

« Así aprenderá a no jugar conmigo», pensé mientras comenzaba a reinar el caos a mi alrededor.

La tal Quetzaly supo de inmediato quien era el culpable y por eso mandó a un alto ejecutivo a recibirnos de inmediato. El tipo en cuestión debía de ser consciente de la naturaleza de nuestra visita porque desde el inicio se mostró nervioso y preocupado.

― Disculpen la tardanza. La señora, mi señora, mi gran señora les recibirá en un instante.

Reconocí en ese tratamiento al que se daba en la antigüedad a los reyes aztecas y por eso no me extrañó tanta rimbombancia. Aleccionado que esa organización se creía descendientes de ese pueblo cuando entré en la sala donde esa titánide iba a recibirme, no me resultó raro encontrármela vestida a la antigua usanza con un complejo tocado hecho de plumas y profusamente adornada con multitud de collares de oro.

La mujer ni siquiera se levantó de su trono cuando entramos, dando por sentado que se creía superior a los extranjeros que estaba recibiendo. La adoración que los presentes sentían por esa rubia, me impidió percatarme que había algo que no cuadraba. Sentía el poder de una mente colosal en esa habitación y fijando mi atención en ella, no me costó reconocer que esa supuesta reina era una “humana normal” y no la persona a la que había venido a buscar. Aunque lo intenté, no conseguí localizarla por ello decidí obligarla a que se desenmascarara.

Cuando la usurpadora me preguntó a que se debía mi visita, sonreí mientras contestaba:

― Vengo a tomar posesión de ese trono.

La reacción de sus siervos fue soltar una carcajada, acostumbrados quizás al poder omnímodo con el que su señora mantenía la disciplina de la organización. Carcajada que se transmutó en mutismo cuando vieron a su reina ir trastabillando hasta arrodillarse frente a mí. Fue entonces cuando saliendo de un rincón, una jovencita de apenas veinte años subió hasta donde se ubicaba el símbolo real y se sentó diciendo:

― Tenía que llegar este momento― y con un rictus de cólera en su rostro, se presentó diciendo: ― Soy Tecalco, reina de los pueblos indígenas americanos y la única descendiente del gran señor Moctezuma. Este es mi trono y nadie más que yo es digno de sentarse en él.

Durante unos segundos, nos quedamos mirando uno al otro sin decir nada. La actitud de ambos era de cautela, sabedores que la persona que teníamos enfrente era enormemente poderosa. Mi escrutinio no fue físico porque aunque la cría era toda una belleza, lo que me tenía impresionado era su fortaleza mental.

«Cuidado, esposo mío. Esta zorra es dura», me estaba comentando telepáticamente Wayan justo en el instante que el poder de la mexica cayó sobre ella. La oriental se tambaleó y cayó a sus pies de un modo tan certero que comprendí que nunca me había enfrentado a una titánide como ella. Su poder rivalizaba no solo con el mío sino con el del fallecido cardenal.

Asumiendo que esa mujer se creía dueña de los destinos de su pueblo, mi respuesta a su ataque consistió en no defender a mi amada sino cargar contra los cerebros de toda su gente. Los chillidos de terror que recorrieron al unísono las cuatro plantas del edificio, la hicieron dudar. Momento que aproveché para decirle:

― Suelta a mi concubina o mataré a tus seguidores. ¡Serás la única responsable de su holocausto!

La joven comprendió que mi amenaza incluía a todos los de la faz de la tierra y no solo a los presentes en ese palacete, por lo que liberando a su víctima, se encaró conmigo preguntándome quién era:

― Soy Gonzalo de Trastámara― repetí. –El mayor de los titanes.

La expresión de su cara me hizo saber que desconocía su origen y por eso dejándole claro que me sentía al menos su igual, cogí una silla y tomé asiento. La indignación de la muchacha era total. Nunca nadie había osado a tamaño desplante pero actuando prudentemente, sonrió mientras me decía:

― ¿Y qué quiere el titán de la mujer―diosa? ¿Viene a jurar lealtad como su súbdito?

Semejante despropósito me dejó helado al saber que esa muchacha realmente se creía la religión que profesaban sus seguidores. Escogiendo con cuidado mis palabras contesté:

― Mi destino es otro. Como tú, provengo de una larga serie de semidioses. Mi origen se hunde en el inicio de los tiempos y como el mayor de nuestra verdadera raza, vengo a proponerte juntar fuerzas para salvar a la humanidad.

Abriendo mi mente, dejé que Tecalco leyera el futuro del que queríamos librar al hombre pero en vez de fijarse en la urgencia de nuestra intervención,  descubrió que era descendiente de un rey español y como según su educación ese pueblo había sido el causante del fin del reino azteca, me vio como un enemigo y cerrando su cerebro bajo miles de candados, respondió:

―  ¡Jamás! La tierra de mis ancestros lleva casi cinco siglos llorando la muerte de su último gran monarca. Antes moriría a plegarme a tus deseos. ¡Maldito godo!

La cerrazón y el odio visceral que sentía por todo lo hispano hacía inútil seguir hablando. Levantándome de la silla, pasé el brazo por la cintura de mi concubina y justo cuando salía sin despedirme de su presencia, me giré y dije con tono altivo:

― Tú y tu pueblo se lo pierden. Quien no esté conmigo, estará contra mí. Me quedaré dos días hospedado en el Four Seasons, si cambias de idea ya sabes dónde encontrarme― tras lo cual regalé a los aterrorizados adoradores de esa mujer con las imágenes del exterminio que el rechazo de su reina provocaría sobre sus familias.

El pánico que desencadené con ello fue tal que Tecalco tuvo que hacer uso de todas sus facultades para calmarlos. Mientras por nuestra parte, ni siquiera habíamos salido del palacete cuando telépaticamente Wayan me preguntó:

« ¿Serías capaz de tanta infamia?».

« Claro que no, pero ¡ella no lo sabe!».

Ya en el coche, llamé a Xiu y le expliqué que se habían equivocado de mujer y que no era Quetazaly sino una tal Tecalco, la titaníde.

―¿Quién es esa mujer?― preguntó sorprendida.

―Eso esperaba que me dijeras― respondí para acto seguido explicar a mi esposa cómo había descubierto la farsa.

Tras oírme preocupada por semejante fallo, se comprometió a poner a toda la organización a averiguar quién era para acto seguido explicarme cómo iba su embarazo. Según ella, Gaia y las otras bebés iban creciendo demasiado rápido en la panza de sus madres pero lo que la tenía impresionada no era eso sino que ya se comunicaban entre ellas.

―¡Si ni siquiera han nacido!― exclamé alarmado.

―Lo sé y pero lo más curioso es que lo descubrí de casualidad porque de alguna forma, nos lo estaban ocultando.

―No te entiendo, ¿cómo que os lo estaban ocultando?

La matriarca se tomó unos segundos antes de contestar:

―Gonzalo, me creas o no, las tres niñas tienen conciencia y comparten información.

Me parecía imposible pero asumiendo que podía ser cierto, la pregunté cómo se había dado cuenta.

―Cuando saliste hacia México, decidí ocultar vuestro destino al resto de las titánides. Pero por un comentario de Thule, me di cuenta que la alemana lo sabía y al preguntarle cómo se había enterado, me dijo que se lo había contado Dana, su hija…― su tono translucía nerviosismo. – y estaba intentando averiguar cómo se había filtrado esa información, cuando Gaia desde el interior de mi vientre tomó la palabra y me reconoció que se lo había contado…

―¡No tengo tiempo para esto!― le solté― Luego me lo explicas.

Siendo un tema importante era secundario en ese momento y cortando bruscamente el rumbo que llevaba la conversación, azucé a mi esposa a  ponerse a trabajar.

«¡Qué bruto que soy!», pensé al colgar, «Xiu intentaba explicarme algo sobre mi hija pero no la dejé.

Os juro que estuve a punto de volverla a llamar pero cuando ya tenía el teléfono en mi mano, cambié de opinión y mirando a  Wayan, la advertí que mientras no supiéramos realmente quien era nuestra contrincante, deberíamos ser todavía más cautelosos y cortar cualquier contacto con el resto de las titánides.

―¿No crees que necesitaremos su ayuda?― preguntó nada conforme con la idea.

Sus reparos eran lógicos pero algo en mi mente rechazó sus argumentos y la insté a hacerme caso. Molesto conmigo mismo, repasé mi actuación desde la muerte del cardenal y aterrado asumí que era como si alguien estuviese guiando mis pasos.

«¡El viejo está vivo!», farfullé porque de no ser así tenía un adversario desconocido todavía más formidable que Tecalco.

Acabábamos de llegar al hotel cuando el conserje me entregó un extenso fax que había llegado a nuestro nombre con toda la información sobre esa mujer. Dando un breve repaso a las veinte hojas, en ese dossier se explicaba que esa rama llevaba ya tres generaciones ocultando quién era en realidad  el titán poniendo un fantoche a la cabeza para así desviar la atención.

«¡Qué equivocados estábamos!», exclamé en mi interior al leer que el propio fundador de esa secta no era un titán. Quien realmente ostentaba el poder era su medio hermano Antonio, un oscuro ayudante que había permanecido en la sombra.

Olvidando todo lo demás, me concentré en revisar a conciencia esa información al ser totalmente atípico que uno de los de mi especie dejara que otro asumiera nominalmente el poder.

―¡Tecalco es su nieta!

La simplicidad del plan me dejó alucinado:

«Mis antepasados hubiesen evitado su muerte de haber pensado en ello. Las revueltas que habían acabado con sus vidas, hubieran fracasado al matar al tirano equivocado”.

Una vez terminé de memorizar hasta la última letra de esas páginas, seguía habiendo algo que no me cuadraba:

«Es imposible que Xiu haya descubierto todo este tinglado en media hora».

Fue entonces cuando certifiqué era una marioneta en manos de un anónimo personaje al fijarme en la hora que había sido recepcionado dicho fax:

¡El hotel lo había recibido cuarenta y cinco minutos antes de la conversación con Xiu!

Al contarle a Wayan lo que había descubierto, noté su nerviosismo al ver las gotas de sudor que caían por su frente. Compartiendo su congoja, ni siquiera hice el intento de aparentar una tranquilidad que no sentía y junto con ella, me puse a analizar nuestros siguientes movimientos.

―Es claro que esa bruja nos va a atacar― sentenció la oriental― por ello deberíamos anticiparnos.

―El problema es cómo― respondí dando  por sentado que tenía razón. –Es un enemigo formidable y cuenta con una estructura sólida de seguidores.

Fue entonces cuando haciendo uso de su sentido común, me dijo:

―No te olvides que no basta con vencerla, tenemos que hacer que se pase a nuestro lado.

―Odia todo lo que represento― exclamé ―¡lo ha mamado! No ves que para ella soy descendiente de los que destruyeron su pueblo.

A pesar de mis razonamientos, la oriental no dio su brazo a torcer e insistiendo, comentó:

―Tenemos que desbloquear esta situación. Ya que a ti te desprecia, seré yo quien dé el paso.

―No te entiendo, o mejor dicho, no me gusta lo que propones― respondí al intuir que se estaba ofreciendo como mediadora― esa tipa está loca y puede usarte como herramienta para hacerme sufrir.

Mis suspicacias no iban desencaminadas porque Wayan con gesto serio, al oírme, contestó:

―Lo sé. Es más, esa es mi idea. Tecalco no podrá evitar caer en la tentación de intentar llevarme de su lado, pensando que con ello conseguirá una ventaja sobre ti.

―Ahora sí que me he perdido. ¿Me estás diciendo que tu plan es dejar que te rapte?

―Más o menos― respondió y ante mi cara de espanto, prosiguió diciendo:― cuando estábamos en su presencia, noté la intrusión de esa mujer en mi cerebro y sin que se diera cuenta, dirigí su examen hacía mi sexualidad.

―¿Y?

Muerta de risa, entornó sus ojos y en plan coqueta, me soltó:

―¡Se quedó impresionada! Aunque no te lo hayas planteado, esa cría es virgen y al revisar mis recuerdos, se sintió excitada con lo que descubrió dentro de mí.

―¿Te refieres a nuestros secretos de alcoba?

Por medio de una carcajada me informó de lo equivocado que estaba y sin parar de reír, me desveló  un aspecto que no sabía de ella:

―Cariño, no fuiste el primer hombre de mi vida y si todo sale como tengo pensado, ella tampoco será la primera mujer. 

―¡Serás puta!― contesté escandalizado al recibir en mi interior parte de los sensuales recuerdos que esa mujercita me estaba mandando― ¡Te propones seducirla!

Acercándose a mí, llevó una mano hasta mi entrepierna y mientras me comenzaba a acariciar, me indicó:

―No podrás negar que soy una mujer irresistible.

Para entonces, mi verga ya pugnaba por salir de su prisión. Wayan no contenta con ello, pobló mi mente de imágenes eróticas de ella con nuestra adversaria. Riendo al ver el efecto que producían en mí, se arrodilló a mis pies y liberó mi tallo.

―Tú más que nadie sabe de mi atractivo― susurró justo antes de dar un largó lametazo a través de mi erección.

El erotismo y el mimo con el que trató mi pene me hicieron dudar. Admitiendo que el plan era arriesgado, tuve que admitir que era posible, sobre todo cuando experimenté en mi propia piel la humedad de su boca.

«¡Dios! ¡Cómo me pone!», vitoreé en silencio la maestría de esa morena.

Mi entrega le permitió bajar mis pantalones y recreándose en esa mamada, usó su lengua para embadurnar mis huevos con su saliva a base de profundas lamidas y calientes besos. Al percibir lo mucho que estaba disfrutando, sin prisas se dedicó a recorrer con esa húmeda caricia la distancia que le separaba de mi ano y tras penetrar unos segundos en esa entrada, volvió tras sus pasos.

―Eres mala― balbucí totalmente cachondo al observarla abriendo sus labios y metiendo lentamente mis testículos en el interior de su boca.

Ocupada como estaba, su respuesta consistió en jugar con ellos mientras usaba su mano para pajear lentamente mi pene. Reconozco que en ese momento me había olvidado de mi misión y lo único que quería es que Wayan continuara. Leyendo mi necesidad, la morenita usó nuevamente su lengua para lamer lentamente mi verga desde la base hasta el frenillo. La sensacional mamada me tenía noqueado y por ello, no pude más que quedarme quieto. Incrementando mi placer, Wayan fue subiendo por mi miembro con dulces besos hasta llegar a mi glande.

Una vez allí, se apoderó de él separando sus labios, me dijo:

―Vete contando.

Tras lo cual y con una lentitud que me pareció excesiva, fue introduciendo mi extensión en el interior de su boca.

―Una― conté al sentir como se hundía mi verga hasta el fondo de su garganta. Ni siquiera había terminado de introducírsela cuando a mi mente llegó la imagen de Tecalco removiéndose incómoda en su trono.

La integridad de su plan quedó revelada al notar que su cerebro emitía sin cesar lo que estaba ocurriendo entre esas paredes. Alucinado por su audacia, no dije nada cuando su boca fue retirándose.

―Dos― dije ya siendo cómplice de su programa al notar que mi polla volvía a sumergirse dentro de ella. Esta vez la estampa de nuestra adversaría incluía a Wayan arrodillada y separándole las piernas.

Sin saber si nuestro extraño ataque estaba llegando a Tecalco, vi cómo mi concubina recorría los muslos de la muchacha con su lengua.

―Tres― numeré imbuido de lujuria, al observar como si fuera real a la oriental bajando las bragas de la mexicana.

―Cuatro― dije tras el primer lametazo en el sexo aún virgen de esa muchacha.

―Cinco― apenas susurré preso de la pasión por tanto estímulo porque mientras en la habitación del hotel, la garganta de Wayan se hacía con mi verga, en mis neuronas eran el coño de Tecalco el que sufría el acoso de su lengua.

―Seis― conseguí apuntar sin pestañear cuando vislumbré que la morenita incrementaba su ataque, follando el chocho imaginario con sus dedos.

―Siete― cada vez más excitado con ese jueguecito, enumeré esa séptima mamada al tiempo que en nuestros cerebros, las manos de Wayan se apoderaban de las adolescentes tetas de nuestra oponente.

―Ocho― clamé preso de un ardor desconocido, al sentir a la vez la boca de mi concubina sorbiendo mi verga y a sus dedos pegando un pellizco en los pezones de Tecalco.

―Nueve― declaré con la respiración entrecortada por la cercanía de mi orgasmo mientras en mi cerebro la mexicana no dejaba de sollozar y gemir.

La fuerza con la que es imagen se grababa en mi mente, me hizo suponer que podía ser real y colaborando con Wayan, usé todas mis neuronas como amplificadoras de sus pensamientos y lanzándolas al aire, exclamé:

―¡Diez!― mientras mi verga explotaba regando con su jugo la garganta de la oriental.

Aun sabiendo que era posible, no preví que en ese momento y mientras descargaba mi simiente dentro de mi amada, nos llegara como un tsunami el clímax de esa novata. Tecalco sorprendida por ese sinuoso y delicioso ataque, se retorcía en su trono prisionera del que quizás fuera su primer orgasmo.

―¡No puede ser!― me dije al escuchar como si estuviera a mi lado, los gritos de placer de la muchacha mientras su cuerpo colapsaba.

Conectados como estábamos, el gozo de esa mujer no solo me afectó a mí sino también a Wayan que sin poderse contener, se empaló con mi miembro en un intento de aprovechar antes que perdiera su dureza.

―¡Fóllanos a las dos!― gritó desesperada.

Conociendo que debía aprovechar ese instante, cogí a mi concubina de las caderas y me puse a cabalgarla mientras en mi mente era Tecalco la que sufría tal embate. Una y otra vez, penetré en el interior nunca antes hoyado de nuestra adversaria. La persistencia de su imagen disfrutando del ataque, me persuadió a seguir machacando el sexo de la oriental al saber que la mexicana también recibía los embistes de mi polla.

―Muévete, puta. Disfruta de tu dueño― grité a ambas.

Wayan al sentir mi verga rellenando su conducto,  empezó a mover sus caderas como si se recreara con mi monta. Comportándose como una yegua, relinchó cuando agarré sus dos ubres y empezaba a cabalgarla. Del otro lado  de la ciudad, la mexicana intentaba romper el contacto pero su mente estaba demasiado ocupada disfrutando del modo en que apuñalaba sin piedad su sexo con mi pene.

―Sigue follándonos― chilló mi amante gozando cada vez que mi glande chocaba con la pared de su vagina. ―¡Úsame como a una de tus putas!― gritó descompuesta al sentir el chapoteo que producían sus labios cada vez que sacaba mi verga de su interior.

Los sollozos que escuché no eran solo los suyos, me parecía estar oyendo también los de Tecalco y por eso queriendo incrementar el ardor de esa maldita, agarré el negro pelo de mi concubina  a modo de riendas y azotando su trasero, le ordené que se moviera. Mis azotes  la excitaron aún más y me pidió que no parara.

Disfrutando de mi dominio, me salí de ella y me tumbé en la cama. Mirándo a los ojos a Wayan, dije a Tecalco:

―Quiero que tomes posesión de su cuerpo.

Durante unos segundos, vi como la oriental luchaba por no ceder su voluntad pero tal y como había previsto, la mexicana siendo una telépata más poderosa, consiguió poseerla. Con ella en su poder, me miro y dijo:

―¿Ahora qué?

―Móntate sobre mí― le ordené sin hacer uso de mis facultades.

Tecalco, dudó durante unos instantes. Con su respiración entrecortada y mientras no dejaba de decirme que eso nada significaba, se puso a horcajadas sobre mí y se empaló con mi miembro.

―Muévete― insistí al sentir mi glande chocar contra la pared de su vagina.

Sin decir nada, inició un lento cabalgar. No tardé en deleitarme con la visión de sus pechos rebotando arriba y abajo al compás de los movimientos de sus caderas. Aunque eran los de Wayan, ¡Yo solo veía los de la mexicana!

―Bésate los pezones― la ordené.

La inexperta muchacha me hizo caso y estirándolos con las manos,  se los llevó a su boca y los besó.

―Bien hecho― comenté mientras la premiaba con un azote en sus nalgas.

Sobre estimulada como se hallaba, esa ruda caricia fue el detonante para que naciendo en el fondo de su ser, el placer se extendiera por su cuerpo y explotase en el interior de su cueva. Tecalco, al descubrir esas sensaciones desconocidas quiso más y por ello,  aceleró la velocidad de sus caderas. Parecía como si quisiera ordeñar mi miembro. Ya creía que no iba a poder aguantar cuando  ella empezó a brutalmente correrse sobre mí.

Con su cara desencajada por el esfuerzo, chilló a los cuatro vientos que me seguía odiando al decir:

―¡Maldito genocida!

Su orgasmo coincidió con el corte de nuestro contacto. Me di cuenta cuando, Wayan me preguntó:

―¿Tienes todavía fuerzas para complacer a tu mujercita?

La sonrisa que lucía en su cara ratificó que nuevamente tenía el control de su propio cuerpo por lo que soltando una carcajada, la tumbé sobre la cama. Todo en ella era satisfacción y alegría, al querer averiguar los motivos de tanta felicidad, la oriental me contestó:

―Has sembrado en la mente de esa boba la necesidad de ser tuya.

La erección que todavía mantenía, me permitió agradecer a esa mujer su plan y separando sus rodillas, introduje centímetro a centímetro mi miembro en su interior. Wayan disfrutó desde el primer segundo mis incursiones al tener su cueva totalmente encharcada y sus nervios a flor de piel.

―Te amo― chilló en cuanto notó que su ser se colapsaba aprovechando la excitación dejada por la otra mujer.

Dominado por la lujuria, la agarré de los pechos y profundizando en mi penetración, forcé su cuerpo hasta sus límites. La reacción de la muchacha  no se hizo esperar y berreando, me pidió que la usara sin contemplaciones. Al oirla tan entregada, obedecí alargando su clímax con profundas estocadas. Sus chillidos terminaron por asolar mi resistencia y cogiéndola de los hombros, regué mi siguiente en su interior. Tas lo cual, caí rendido sobre el colchón. Totalmente exhausto permanecí abrazado a ella durante unos minutos hasta que habiendo descansando, pregunté:

―Cariño, ¿me explicas lo que has hecho?

Muerta de risa me contestó:

―Tecalco se esperaba un ataque frontal. Toda su vida se había preparado para ello pero cuando ella me exploró, pude ver cuál era su punto flaco.

Intrigado, permanecí en silencio.

―Esa mujer siempre ha visto a los demás humanos como sus súbditos y al sexo como algo de animales. Al conocernos y ver que éramos sus iguales, la naturaleza obró en su contra. ¡No estaba preparada para sentirse hembra de una especie!

―Entiendo― contesté― pero has fallado. Ya viste que me sigue odiando.

―Lo sé pero en cuanto germine su sexualidad y te aseguro que lo hará, tendrá que venir por ti.

―¿A matarme o a follarme?― insistí.

La muchacha sonriendo, me soltó:

―¡A hacer de ti su esclavo!― mi cara debió mostrar mi sorpresa porque sin dejar de reír, prosiguió diciendo: ― Se creé una diosa y como tal le parecerá lo lógico el dominarte y convertirte en su más rendido siervo.

―Antes muerto―respondí.

Wayan, abrazándome, contestó antes de quedarse dormida:

―Entre los dos, conseguiremos hacerle ver que nos necesita…


Relato erótico: “La tara de mi familia 10. La batalla final + epílogo” (POR GOLFO)

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A pesar que compartía con Wayan su punto de vista, los días fueron pasando sin que Tecalco ni su gente hicieran acto de presencia. Durante una semana, solo conseguimos atisbar que nos espiaba cuando sentíamos su influjo al hacer el amor. Solo en esos momentos, experimentábamos retazos de ella al notar que alguien nos observaba en plan voyeur.

Al contrario que yo, mi concubina estaba tranquila porque según ella, nuestra oponente se estaba convirtiendo en una olla a presión.

―Tecalco ignora todo lo relativo al sexo. Cuanto más nos espía, más necesita volver a sentir las mieles del placer― me dijo al preguntarle por la calma con la que se tomaba esa espera.

Sus razones me parecieron sensatas pero no por ello, dejaba de estar nervioso. Mis recelos eran muchos pero lo que realmente me tenía acojonado era que esa mujer hubiese podido dominar a Wayan a tan larga distancia. Yo mismo nunca habría podido hacerlo por lo que no me quedaba duda alguna de su poder.

«Si es tan fuerte, ¿cómo haremos para vencerla?», era el pensamiento que no dejaba de torturarme.

Por otra parte, también estaba el otro tema. Si el cardenal había realmente muerto: ¿quién me había mandado el fax del hotel?

Entre las multiplex explicaciones que había elucubrado, solo dos eran posibles. El primero y menos plausible, que hubiera sido la propia Tecalco quien se hubiera auto descubierto pero entonces: ¿Cuál eran sus motivos? Pero lo que realmente me daba más miedo era que no hubiese sido ella y fuera un tercero el responsable. De ser así, todavía tendríamos que lidiar con un desconocido, cuyas intenciones al intervenir en nuestra pelea no alcanzaba a conocer.

Increíblemente, estaba pensando justamente en ello, cuando una voz en mi mente, me alertó que por fin Tecalco se había decidido a actuar:

―Gonzalo, avisa a Wayan que tiene que estar preparada. La quinta titánide ya viene por ti.

Al tratar de averiguar quién era ese benefactor, nuevamente en mi cerebro, escuché:

―Todavía no puedes saberlo.

A pesar de ser anónimo, supe que su aviso era real y eso me hizo reaccionar. Llamando a la morena, le expliqué lo que había pasado. La mujer al oírme, únicamente sonrió y levantándose a lavarse la cara, me dijo con voz tranquila:

―Esa niña ya no puede aguantar siendo virgen.

La serenidad con la que se tomaba su llegada me parecía inconcebible y al hacérselo saber, con gesto serio, me contestó:

―Su inexperiencia va a ser su perdición.

Tal y como me habían avisado no tardé en notar la presencia de  un titán que se acercaba. El odio que transpiraba era tan enorme que, por primera vez, temí por mi vida. La certeza que se avecinaba un enfrentamiento directo con esa mujer se incrementó al experimentar el desprecio que manaba de su ser.

Sabiendo que de nada servía huir, dejé abierta la puerta de la habitación y llamé a Wayan a mi lado. Juntos esperamos la aparición de Tecalco, cogidos de la mano, mientras aparentábamos una tranquilidad que no existía.

«Aunque consigamos vencerla, nunca se pasará a nuestro lado», medité dando por perdida esa rama titánide. El sonido del ascensor abriéndose nos anticipó su entrada y aunque suene exagerado, los veinte segundos que tardó en hacer su aparición me parecieron una eternidad.

Curiosamente todas mis ideas preconcebidas se vinieron al suelo cuando la líder de esa secta de fanáticos traspasó la puerta. Había imaginado diferentes opciones de su comportamiento pero jamás que sin siquiera hablar, buscara aposento frente a nosotros y acomodándose en el sofá, se nos quedara mirando. Al hacerlo, tanto mi concubina como yo, cerramos a cal y canto nuestras mentes, a pesar que ambos dudábamos de poder mantener nuestras defensas mucho tiempo ante un escrutinio por su parte.

«¿Qué está haciendo ésta loca?», me pregunté al descubrir que no estaba intentando indagar en nuestro cerebro sino que contra toda lógica su examen fue mucho más físico.

Tecalco, sin cortarse un pelo y después de estudiar minuciosamente la anatomía de mi concubina, me soltó:

―Godo, no sé qué has visto en esta zorra. Te vanaglorias de ser un dios y eliges a un ser inferior como compañera.

Asumí que ese absurdo ataque buscaba descentrarnos y al percatarme que, en el caso de la asiática, lo había conseguido, decidí no contestar para mantener así el control de la situación. Wayan no aguantó el menosprecio hacia su figura y sin perder la sonrisa, la replicó:

―Si tanto te disgusto, explícame porque llevas una semana observando todos mis movimientos. ¿O crees que no he notado que me espiabas incluso en la ducha?

―Mero interés científico. A mi lado eres poco más que una chimpancé― y olvidándose de ella, dirigiéndose a mí, insistió: ―Es cierto que os he estado observando pero no por el motivo que presume esta pendeja. Quería averiguar si eras digno de unir tus genes a los míos…

Cabreada hasta la médula, mi compañera la interrumpió diciendo:

―¿Quieres acostarte con él? ¡Te lo presto! Y quizás cuando te dé unos azotes, ¡te sientas mujer!

Testigo mudo de esa pelea de gatas, esperé interesado la respuesta de Tecalco. Por lo que sabía de ella, debía haber sentido como un insulto que la llamara mujer y así fue, durante un segundo el rencor brilló en sus ojos pero reponiéndose, únicamente contestó hablando solamente conmigo:

―Al contrario que su mascota, no siento ningún interés carnal  más allá de lo meramente teórico. He venido a usted a sellar un pacto. Tal y como que tuvo el descaro de anunciarme, su presencia en mi imperio se debe a que desea que unamos nuestras estirpes y después de haberle analizado, no encuentro ningún candidato más idóneo para inseminarme.

El obús que me había soltado llenó de ira a Wayan que, fuera de sí, le espetó:

―¿Te preparo la cama para que te pongas a cuatro patas? o cómo la zorra que eres prefieres hacerle primero una mamad…―ni siquiera pudo terminar de hablar, con un teatral gesto de manos, la ordenó callar y por mucho que la neozelandesa intentó zafarse del bozal mental que su rival le había colocado, no pudo.

Tras lo cual y fijando su mirada en la mía, preguntó:

―¿Cuál es su respuesta?

Si cedía y aceptaba su proposición, cumpliría a medias mi misión al conseguir que las cinco herederas de los viejos imperios de la tierra llevaran mi simiente pero comprendí también que crearía un problema de insondables consecuencias para el futuro. Una heredera con mis genes y los de esa poderosa mujer sería un rival formidable para Gaia, mi hija. Por ello no tuve duda alguna al contestar:

―Primero tienes que jurar fidelidad a mi esposa, como matriarca y aceptar ser  mi concubina.

Tal y como esperaba, no aceptó mis condiciones y soltando una carcajada, me espetó:

―Una diosa no pide, exige― sonrió― solamente estaba jugando contigo. No he venido a someterme a un godo, sino a vengar a mis ancestros y tomar como siervo al descendiente del rey que los conquistó― y usando por primera vez el tuteo, proclamó: ―A partir de hoy eres mi vasallo.

Apenas conseguí sostener mis defensas ante su abrumadora embestida. Usando todos mis recursos defendí la integridad de mi cerebro pero no pude repelerlo y menos lanzar un contra ataque. Confieso que estaba impresionado por la capacidad mental de esa mujer. Tecalco, por su parte, no se esperaba que tanta resistencia. Pero en vez de ponerla nerviosa el empate técnico en el que estábamos instalados, sonrió y dijo:

―Eres todavía mejor de lo que me esperaba. Bajo mi mando, dominaremos el mundo.

Me costó comprender porque estaba tan contenta, si había fallado. Pero, justo entonces, vi a Wayan levantarse de mi lado y dirigirse a la ventana. Noté por su paso vacilante que no era voluntad suya y por eso me aterró ver que abriéndola hacía un ademán de tirarse al vacío. Justo cuando la mitad de su cuerpo ya estaba fuera, escuché a mi oponente decir:

―Ríndete o te quedas sin mascota.

Asumiendo que cumpliría esa amenaza, abrí las puertas de mi cerebro permitiendo que Tecalco entrara en él….

Desconozco todavía hoy cuanto tiempo estuve sin conocimiento. Lo único que sé es que me desperté con un insoportable dolor de cabeza y atado en una habitación que no supe reconocer. Al intentar abrir mis ojos, la luz golpeó inmisericorde mis pupilas y un pinchazo recorrió mis sienes con una intensidad que me hizo boquear.

«¿Dónde estoy y cómo he llegado hasta aquí?», quise saber al verme sin ropa mientras intentaba zafarme de los grilletes que me tenían retenido a la pared.

Mi indefensión actuó como un velo impidiendo que fuera consciente que no estaba solo y no fue hasta que mi vista se acostumbró a la claridad cuando me percaté de la presencia de Wayan en la habitación.

―¡Despierta!― grité al verla tumbada en la cama― ¡Te necesito!

Mi petición de ayuda cayó en saco roto sin conseguir su objetivo, lo que me hizo temer por su vida. Asustado, me concentré en ella para descubrir que aunque no estaba muerta, su cuerpo parecía un cascarón vacío. Su estado me recordó al de Kumiko y de Carmen cuando entre Xiu y yo involuntariamente las poseímos.

―¡Tecalco!― vociferé buscando venganza al reconocer los síntomas.

Ese alarido si tuvo respuesta pero no la deseada porque acudiendo a mi llamado, el cuerpo de mi amada concubina, completamente desnudo, se levantó de la cama y se acercó al rincón donde me hallaba. Reconocí al instante que no era ella sino mi rival la que con paso seguro llegó hasta mí por el brillo perverso de su mirada.

―¿Qué has hecho con Wayan?― inquirí con el corazón encogido.

La frialdad de su risa confirmó mis temores. Recreándose en mi infortunio se sentó sobre mis piernas y sin que pudiera hacer nada por evitarlo, esa bruja comenzó a acariciar mi pecho con sus manos.

―¡Maldita! ¡Esto es entre tú y yo! ¡Déjala a un lado!― exclamé al comprender sus intenciones.

Obviando mis quejas, la titánide acomodó su cuerpo contra el mío y con el sexo de la que tenía poseída frotó el mío, malignamente, mientras me decía:

―Tu zorrita no ha podido aguantar su destino y ha preferido huir  a ser mi esclava.

Por el tono de sus palabras percibí que no mentía y fue entonces cuando caí en la cuenta que esa demente realmente desconocía lo que le había pasado a Wayan.

―La has poseído― espeté en su cara.

―Puede ser pero es algo que no me preocupa ― contestó sin ningún remordimiento. Acto seguido y mientras con las manos comenzaba a estimular mi alicaído pene, comentó: ―Te puedo decir que hasta me viene bien para experimentar sin riesgo en mi parte animal.

El significado de sus palabras cayó como una losa sobre mí. Mientras estuviera en ese cuerpo, no podría usar todo mi poder sin destruir como efecto colateral a mi compañera. 

«Sabe que no me arriesgaré a causarle ningún daño», mascullé entre dientes al tiempo que intentaba rechazar su acoso con la mente. Tecalco tomó mi mutismo como una claudicación y deslizándose entre mis piernas, buscó mi miembro. 

Os juro que intenté escapar de su abrazo pero esa mujer, haciendo uso de la fuerza innata de su cerebro, me inmovilizó. Por mucho que quise librarme de las correas mentales, no me fue posible y agotado, le grité que me dejara en paz.

―Ya te lo dije: serás mi esclavo― contestó al atestiguar que había dejado de debatirme. Tras lo cual, ya segura de mi sumisión, cogió mi sexo y mientras me obligada a permanecer paralizado, esa perturbada acercó su boca a su presa y ante mi estupor, se dedicó a lamerla cada vez más interesada.

«No me puedo creer que me esté violando», me dije mientras sentía que su boca engullía mi pene. El miedo y la frustración me paralizaron y sin darme cuenta, asumí que no tardaría en colaborar con mi captora al ver cómo iba creciendo mi erección.

Ajena a mis sentimientos, la poderosa muchacha sonrió al ver que sus maniobras iban teniendo resultado y separando sus labios, introdujo brevemente mi glande en su boca.

―Es una pena que no pueda hacerlo en persona― comentó excitada al descubrir que le estaba gustando. Tras lo cual, consiguió introducirse mi verga totalmente en el interior de su garganta mostrando, al arañar con sus dientes mi falo, su inexperiencia.

Reteniendo un gemido de dolor, aluciné cuando esa mojigata  consiguió engullirlo por completo y más cuando buscando en alguna otra mente los recuerdos que necesitaba, recomenzó su mamada pero esta vez de manera prodigiosa. Olvidando las premuras, lentamente extrajo mi verga de su boca y reteniendo mi capuchón entre sus labios, se dedicó a mordisquearlo mientras con una de sus manos amasaba delicadamente mis huevos.

«No puede ser», protesté al observar que con el cambio de actitud, mi erección volvía en toda su plenitud.

Tecalco pareció disfrutar de mi dureza porque pegando un sollozo, se inclinó hacia adelante y usando su lengua, recorrió mi glande hasta que sonriendo y sin dejar de mirarme a los ojos, se la embutió a cámara lenta  nuevamente.

«¡Mierda! ¡Me estoy calentando!», a mi pesar comprendí que esa puta no tardaría en conseguir mi semen.

Recreándose en su mamada, una y otra vez repitió la misma estratagema. Su ritmo lento y la profundidad de sus mamadas siguiendo se fueron acrecentando mientras yo intentaba evitar caer en su trampa. Desgraciadamente, demostró que tenía bien aprendido el manual porque cuando ya creía que iba a poder contener ese estímulo, cambió de táctica, convirtiendo su garganta en un torbellino que en el que mi verga se vio zarandeada de un modo atroz.

«No aguanto más», rezumé disgustado al advertir los primeros síntomas del orgasmo. Por mucho que intenté repelerlo, el placer no aplazó su llegada y contra mi voluntad, me vi explotando en el interior de esa maldita.

―¡Si tanto lo quieres! ¡Ahí lo tienes!― grité tratando de humillarla pero siendo consiente que esa perra me había vencido.

Mi enésima sorpresa fue cuando sin darse por aludida, Tecalco usó sus manos para terminarme de ordeñar mientras se tragaba todo mi semen y habiéndolo conseguido, en plan zorra, se puso al limpiar con la lengua cualquier rastro de mi eyaculación con la lengua.

Supuse que con ello se había acabado todo pero me equivocaba, porque sin darme tiempo a descansar, poniéndose a cuatro patas frente a mí, puso su sexo en mi boca. Haciendo acopio de fuerzas, me negué a complacerla. Fue entonces cuando sin hablar, esa guarra llevó una mano hasta mis testículos y mientras me los apretaba cruelmente, me dijo:

―No necesito mi mente para obligarte a satisfacerme, ¿no es verdad?

Temiendo por mi hombría y forzado por las circunstancias, hundí mi cara entre sus muslos. El aroma familiar del coño de Wayan me embriagó y ya sin reparo, separé sus labios y usando mi lengua como si de mi pene se tratara, empecé a penetrarla mientras que con mis dientes torturaba su botón.

―Así me gusta― exclamó dichosa al sentir mi rendición.

La calentura de esa mujer, además de impregnar de humedad mis mejillas, mancilló mi orgullo cuando a los pocos minutos,  llegó al orgasmo solo con la acción de mi boca. Disfrutando como la zorra que era, Tecalco se retorció de gozo al saberse dueña de mis destinos. Tras lo cual, ni siquiera esperó a reponerse para coger mi sexo entre sus manos y sin pedirme opinión, ensartarse con él de un solo golpe.

―¡Bestia!―, aullé al sentir como lo forzaba hasta extremos impensables.

Es difícil de expresar con palabras, la manera en la que esa loca me violó apuñalando su vagina con un ritmo infernal. Violenta, atroz, cruel, todos los adjetivos se quedan cortos para definir la forma en que esa puta se empaló sin pausa. Parecía como si su vida dependiera de ello y necesitara de mi simiente para sobrevivir.  Lo único que puedo deciros es que no cejó en su empeño hasta que por segunda vez, descargué en su interior.

Satisfecha después de haber conseguido su objetivo, me dijo mientras desaparecía por la puerta:

―He decidido que la próxima vez, usaré mi cuerpo.

Agotado y nuevamente solo, lloré deshonrado al saberme un mero objeto en la lujuria de esa mujer. Con Wayan como rehén, supe que no podría rebelarme al temer que mi insubordinación tendría consecuencias desastrosas para mi concubina.

Estaba todavía reconcomiéndome en mi desdicha cuando a mi mente llegó la presencia abrumadora de mi desconocido benefactor. Su fuerza era tan invasiva que diluyó mis miedos antes de susurrar en el interior de mi cerebro:

―Aunque no lo sepas, tu victoria está cercana.

No comprendí sus palabras porque desde mi óptica nada podía ir peor. Atado, indefenso  pero sobre todo desmoralizado, repliqué:

―¿Quién eres? ¿Vas a ayudarme?

Sin responder a mi primera pregunta, esa fantasmal aparición dijo con voz paternal:

―No, ¡debes ser tú quien la venza! Solo te digo, tienes todas las armas para convertir su rencor en amor. Recuerda: Tecalco no es más que una niña inexperta.

Tal y como llegó, sin despedirse, desapareció de mi cerebro, dejando un deje de esperanza que me puse a analizar. Durante largo tiempo, busqué un sentido a esa afirmación.

―¿Niña? ¡Mis huevos! Es una zorra sin alma― reclamé en voz alta, intentando que ese ser me oyese desde el lugar en que se encontrara.

Quizás ese grito me sirvió de catarsis porque, tocando a mi puerta, una idea comenzó a fraguarse en mi interior al recordar que, algo muy parecido, me había dicho mi neozelandesa:

«Su inexperiencia va a ser su perdición», pensé, « fueron sus palabras exactas»

Dando vueltas al tema, se abrió ante mí que me hallaba ante una paradoja:

«Es tanto el odio que siente ante mis antepasados que solo sometiéndome, puedo vencerla».

Agradeciendo el empujón de ese desconocido, esperé la vuelta de mi captora resuelto a hacerle frente de una forma que nunca su retorcida mente pudiera prever. Tan seguro estaba de esa decisión que no me impacienté con el trascurrir de las horas y por eso, aunque ya el sol se había ocultado en el horizonte cuando ella volvió, tuve que ocultar a su escrutinio los verdaderos motivos de la  alegría que sentí al verla entrar acompañada del cuerpo sometido de mi amada.

Por la expresión de su rostro, comprendí que mi transformación alertó sus defensas y por ello, abriendo mi cerebro de par en par, declaré mi sumisión usando el lenguaje grandilocuente al que estaba acostumbrada:

―Señora, mi señora, mi gran señora. He comprendido que de nada me sirve oponerme a sus dictados.

Tecalco me miró llena de sospechas y sin acercarse a mí, usó sus poderes para estudiar con detenimiento mis pensamientos. Mientras examinaba cada una de mis neuronas, agradecí en un rincón de mi cerebro las enseñanzas del difunto cardenal, porque gracias a ellas tras largos minutos horadando en mis recuerdos, esa mujer se aproximó a mí y mientras me retiraba las esposas de mis muñecas, me soltó un tanto nerviosa:

―Ahora que he comprobado que no hay traición en ti, quiero sentir sin intermediarios las delicias de la carne.

Arriesgando con ello el perder su confianza, me atreví a pedirle:

―Señora, una primera vez de una reina es demasiado para un solo titán. ¿Podría liberar a su otra sierva para que entre los dos la sirvamos?

Alagada por mi mansedumbre, la mexica no vio inconveniente y con un breve pensamiento, logró traer de vuelta a Wayan hasta su cuerpo. La recién llegada tardó unos segundos en darse cuenta de donde estaba y al comprobar que estaba desnuda, intentó tapar sus pechos y su sexo con las manos.

            Alargando mi brazo, la atraje hacia mí y haciendo como si la tranquilizaba, acaricié su mejilla mientras le susurraba:

―Nuestra reina nos ha hecho el inmenso favor de elegirnos para ser nosotros los primeros en amarla.

Wayan, que no era idiota, comprendió al vuelo mis intenciones y arrodillándose ante la titánide que la había mantenido retenida, mostró su pleitesía diciendo:

―Permítanos cumplir tan ansiado deber.

Curiosamente la perspectiva de verse adorada por nosotros dos,  gustó a la mexica y sin esperar a que mi compañera se levantara, tiró de ella y dándole un sensual morreo, se pusieron a bailar sobre la alfombra. Con sus sexos pegados, las dos mujeres no dejaron de moverse lentamente mientras con sus manos se acariciaban cada vez con mayor intensidad. Esa ancestral danza fue subiendo enteros y obviando mi presencia, Wayan bajó los tirantes que sostenían el vestido de la otra titánide.  Me encantó ver como cogía los pechos de Tecalco y sacando la lengua empezaba a jugar con sus pezones.

La cara de deseo de esa mujer me informó que íbamos en buen camino pero lo que realmente me confirmó ese extremo, fue más escuchar sus gemidos de placer al sentir los labios de mi compañera sobre sus pechos.

«Esta zorra no sabe dónde se ha metido», me dije y por eso me quedé esperando mientras, entre ellas, se iban estrechando los lazos mutuos con los que obtendría m victoria.

La verdad es que no tardaron en entrar en calor. Cómodamente sentado en mi asiento fui testigo de cómo Wayan la desnudaba y tras unos minutos bailando desnudas, Tecalco no puso inconveniente en dejarse llevar hasta la cama mientras se besaban sin parar. Tengo que reconocer que, por mucho que ese fuera mi plan, ver a nuestra captora  separando sus rodillas siguiendo las directrices de mi amada, me excitó.

«Sigue así», alenté mentalmente a la neozelandesa cuando comprobé admirado la ternura con la que se metió entre sus muslos.

Azuzada por mí, la oriental se dedicó a darle besos en los tobillos mientras le decía lo bella que era. Su inexperta partenaire fue incapaz de retener un sollozo cuando experimentó por primera vez, la lengua de otra mujer subiendo por sus piernas y separándolas aún más, colaboró con ella impresionada del calor que le producía el sentir el húmedo surco que iba dejando sobre su piel.

Cada vez más excitada, Tecalco pidió a su teórica súbdita que se diera prisa pero Wayan disfrutando del suave dominio que ejercía sobre ella, ralentizó más si cabe la velocidad de sus caricias, de forma que cuando su boca ya estaba a escasos centímetros del sexo de la otra titánide, ésta no pudo evitar empezar a gemir mientras con los dedos pellizcaba sus pezones.

―Por favor― rogó descompuesta por la lentitud de mi concubina.

Fue entonces cuando la oriental,  levantando la mirada, sonrió y dirigiéndose a mí, me pidió que le ayudara.

―¿Qué quieres que haga?― pregunté no queriendo marchitar con mi presencia el nacimiento de esa unión.

―¡Adórala!― exigió mientras volvía a ocupar su lugar entre sus piernas.

Os juro que en ese momento, creí me pedía ayuda para excitarla y por ello, me tumbé a su lado. Lo que no sabía pero no tardé en descubrir fue que, a Wayan, la idea de someter con placer a esa presuntuosa le había sobre excitado y por eso cuando vio que con mi mano acariciaba los pechos de la mexica, se volvió loca y cogiendo entre sus labios el clítoris de su víctima empezó a masturbarla con verdadera ansia.

―¡Sí!― chilló la mujer asolada por las sensaciones que estaba experimentando y llevando  un pezón hasta mi boca, me lo dio como ofrenda, mientras me decía: ―Hazme sentir una mujer.

Aunque temía que la inocencia de esa muchacha en cuestión de sexo fuera un hándicap, no me hice de rogar y abriendo mis labios, me apoderé de su negra aureola. Ella al sentir la humedad de mi boca justo en el momento en que la oriental le introducía un par de dedos en su interior, fue más de lo que pudo soportar y pegando un chillido, se corrió sonoramente sobre las sábanas.

El impacto de su mente gozando provocó que a nuestro alrededor se creara un ambiente de lujuria del que no me vi libre y como por arte de magia, mi pene se alzó dolorosamente. A Wayan le ocurrió algo parecido, su sexo se anegó y no queriendo parar,  golosamente siguió saboreando del placer que le estaba obsequiando.

―¿Le gusta a nuestra reina?― preguntó mientras prolongaba el orgasmo de esa novicia al torturar su botón con una serie de suaves mordiscos.

Ambos pudimos comprobar como la aludida convulsionaba de gusto mientras le contestaba:

―Síííííí.

Abducida por el placer, no puso ninguna objeción cuando Wayan,  intercambiándose las posiciones, llevó la cara de Tecalco hasta su propio sexo.

«Para ser virgen, esta niña es de lo más puta», pensé al ver que la nueva postura la dejaba con el culo en pompa y a mi disposición.

Mi concubina, asumiendo que nuestra víctima estaba dispuesta, me pidió que la tomara. No me lo tuvo que pedir dos veces. Poniéndome a su espalda, acerqué mi miembro y esperando permiso, me puse a juguetear con sus labios inferiores. La que se creía una diosa al sentir mi glande acariciando su vulva, gimió de deseo y usando toda la fuerza de su cerebro, me exigió que la adorara.

La potencia de su mandato fue tal que tuve que hacer un esfuerzo para no penetrarla con brutalidad y tratando de conservar la cordura, busqué  con la mirada la aprobación de Wayan.

―Hazlo― dijo la oriental con lágrimas en los ojos, producto del dolor físico que le estaba provocando la urgencia de esa mujer.

Comprendí lo que mi concubina estaba sufriendo y por ello,  intentando hacerlo con lentitud, fui metiendo mi pene en el interior de Tecalco. Su himen cayó limpiamente traspasado sin que su dueña sintiera dolor.

―¡Me encanta!― gritó la mexica al experimentar mi intrusión.

El placer de esa mujer al ser penetrada, curiosamente relajó a la neozelandesa y ya sin pedir su opinión, forzó el contacto de esa boca contra los pliegues de su coño, presionando con sus manos la cabeza de inexperta titánide. Ésta, sobre estimulada y ansiosa por sentir en carne propia lo que había disfrutado mentalmente, se concentró en el clítoris de la morena mientras yo, por mi parte, iba acelerando lentamente la velocidad de mis caderas.

Conociendo de antemano que debía ser ella quien se atara al cuello su perdición, en silencio, seguí machacando una y otra vez, el chocho de la mexica mientras ella no paraba de berrear. Alertado por sus gritos que esa mujer recibía con agrado mis incursiones, seguí galopando sobre ella a un ritmo creciente.

Cuando su sexo ya rezumaba de flujo y arriesgándome a un rotundo fracaso, incrementé su morbo al decirle mientras le daba un sonoro azote:

―Muévete o tendré que obligarte.

No acostumbrada a recibir órdenes y menos con  tanta violencia, Tecalco se quedó paralizada y por eso repitiendo mi órdago, le volví a dar otra nalgada gritando:

―O colaboras o tendré que violarte.

La idea que alguien se opusiera a su poder perturbó a la muchacha pero aún más el oír que Wayan, a la que creía sometida,  dándome la razón dijera:

―Fóllate a esta puta sin contemplaciones.

La complicidad de mi amada me dio alas y agarrando a esa mujer de las caderas, profundicé en mis embestidas. Tecalco no estaba preparada a que usando mi pene cual cuchillo, apuñalara su sexo con ferocidad. Mi nuevo ímpetu desbordó sus defensas y por primera vez se sintió poseída por otra persona.

―¡Para!― gritó tratando de zafarse del ataque.

Para su desgracia, su cerebro no pensaba bien por tanta estimulación y por eso no pudo rechazarme cuando usando todo lujo de violencia, mordí su cuello mientras aporreaba su interior. El dolor se mezcló con el placer en su mente y eso elevó la cota de su excitación hasta límites nunca antes experimentados.

―¡Por favor!― bufó la mujer indefensa.

Aprovechando su confusión, Wayan acercó sus labios a los suyos y con una ternura de la que solo son capaces las mujeres, la besó mientras le susurraba:

―Disfruta de ser mujer.

Ese tierno susurro fue la gota que derramó el vaso de la titánide y sobrepasada por el cúmulo de sensaciones que se agolpaban en sus neuronas,  pegó un impresionante chillido reconociendo así su derrota.

―Hazle sentir el amor de un dios― me dijo la oriental mientras ayudaba a esa mujer a pasar el trance con suaves besos.

Asumiendo un riesgo brutal, llené la mente de Tecalco con mis vivencias. La poderosa muchacha bien podía haber rechazado esa intrusión pero desarmada por la aglomeración de  sensaciones que estaba experimentando, no pudo más que intentarlas digerir mientras todo su cuerpo explotaba.

La propia fortaleza de su cerebro acrecentó el efecto de mis recuerdos y haciéndolos suyos, en unos pocos segundos, la mexica disfrutó de todos los orgasmos que yo había ido acumulando durante mi vida.

―¡Ummm!― gimió al absorber mis experiencias iniciales con  Isabel y con Ana.

Alucinada con esas imágenes, fue en busca de los episodios que compartí con Xiu.

―¡Qué maravilla!― murmuró al verse desflorada durante nuestra boda y prendada por el placer que había compartido con mi esposa, aceleró el flujo de información que le iba suministrando.

La avidez que mostró por esas vivencias provocó que de golpe se viera sumergida en una vorágine de placer donde se convirtió a la vez en todas y cada una de mis concubinas.

―¡Es demasiado!― aulló al irse acumulando en su mente los placeres.

Novicia en esas lides y mientras mi pene se recreaba en su interior, como si fueran las capas de una cebolla, una a una las defensas de Tecalco fueron cayendo ante el influjo de mis experiencias.

―¡No puede ser!― sollozó al sentir como suya la derrota de Makeda para acto seguido gozar de su entrega entre mis brazos.

La desesperación reflejada en su rostro hizo actuar a Wayan. Preocupada por si estaba recibiendo demasiados estímulos, cogiendo sus labios entre los suyos, la besó con ternura. La mexica, fuera de sí, respondió con pasión. Sin saber por qué, llevó su mano a la entrepierna de la mujer y la comenzó a masturbar.

―Sigue mostrándole que significa ser una de nosotras― susurró la neozelandesa, sorprendida al ver hoyado su sexo por los dedos de la joven.

Obedeciendo sus dictados, deslicé en su cerebro el recuerdo de mi encuentro con Thule y como había conquistado a esa racista con todo lujo de violencia. La mente, todavía adolescente de esa niña-diosa, no estaba preparada para asumir que el placer podía ir unido al castigo y colapsando sobre las sábanas, se vio sobrepasada por la imagen de la tortura a la que sometí a esa rubia. Su orgasmo coincidió con  el momento en que en su cabeza sentía como suyos los azotes que descargué sobre las blancas nalgas de la titánide alemana y presa de una lujuria sin parangón, rogó de viva voz que quería experimentarlos en sus propias carnes.

―¡Qué maravilla!― rugió al sentir que la complacía con una de esas duras caricias mientras aceleraba la velocidad con la que mi pene se hacía fuerte dentro de su sexo.

A partir de ese momento, alterné entre sus dos cachetes el objetivo de mis palmadas mientras Tecalco trataba de digerir tantas sensaciones. Fue al asumir como propia la sumisión de Thule cuando sin previo aviso en su mente se desató una cruel lucha. Parte de ella deseaba dejarse llevar por la lujuria recién descubierta, al tiempo que en lo más profundo de su ser, la indignación por sentirse usada por el enemigo de sus ancestros trataba de abrirse camino.

Wayan fue la primera en descubrir su dilema y sin esperar a que yo me percatara, llevó sus pechos a la boca de nuestra contrincante, diciendo:

―No hace falta que te rindas al godo, sométete a Xiu como gran matriarca de todas nosotras.

Comprendí al instante los motivos de esa afirmación y dándola por buena, inyecté en sus neuronas las noches de ardor que entre Wayan y yo habíamos disfrutado. Azuzada por tanto gozo, se agarró a la idea propuesta como única escapatoria y dando un espeluznante aullido, declaró de viva voz:

―Como Tecalco Moctezuma, Gran Señora de los pueblos indígenas de América acepto la autoridad de Xiu Song como matriarca― tras lo cual corriéndose, se desplomó sobre la cama. Sus chillidos casi nos dejaron sordos al tiempo que su sexo dejaba un reguero de caliente flujo cayendo por sus muslos.

Pero fue cuando su mente estalló, cuando tanto mi concubina cómo yo nos vimos inmersos en una oleada de placer sin igual. El impulso psíquico que produjo la novata al correrse nos llevó en volandas a un éxtasis casi místico donde la explosión de mi verga rellenando el interior de su vagina fue el desencadenante de un prolongado y compartido orgasmo entre los tres. 

El tiempo desapareció de nuestras vidas mientras nuestros cuerpos se fusionaban con nuestras mentes. La sensualidad dio paso a un estado de felicidad completa donde el trio que estábamos haciendo se diluyó fundiéndonos en un solo ser.  Sé que es difícil de creer pero me vi siendo penetrado por mi pene mientras mi boca comía del pecho de Wayan que también era el mío. Durante una  eternidad nuestras individualidades se vieron disueltas al tiempo que todas y cada una de nuestras células eran sacudidas por el júbilo hasta que no pudimos tolerar tanta  euforia y los tres caímos desmayados en el colchón…

Epílogo

Horas después me desperté aún abrazado a esas dos. El odio y cualquier expresión de desprecio había desaparecido de la cara de la joven, la cual permanecía con su cabeza apoyada sobre mi pecho:

―Sigo atontado― respondí justo cuando sentí que alguien pedía paso en el interior de mi cerebro.

Sabiendo que era mi extraño benefactor, intenté cerrar todo acceso pero entonces una honda ternura se propagó por mi mente al oír claramente:

―Padre, no me eches. Soy Gaia, tu hija.

Reconozco que la sorpresa me hizo tartamudear y queriendo aclarar mis ideas, me senté sobre la cama preso de terror al percatarme que realmente era ella, un bebé que ni siquiera había cumplido tres meses de gestación, la que me hablaba.

―¿Cómo es posible?

A pesar de los ocho mil kilómetros de distancia, pude oír como si estuviera en la misma habitación a mi hija decir:

―Tú más que nadie deberías saberlo. Soy producto de una larga selección de genes milenaria y la culminación de tu obra.

Anonadado pensé:

«Si estando todavía en el vientre de su madre, ya es tan poderosa, ¡qué será cuando tenga treinta años!».

Os juro que había intentado cerrar ese pensamiento bajo mil candados pero entonces escuché su respuesta:

―Creo que lo sabes y lo temes. ¡Seré la dictadora suprema!

Sus pensamientos eran de una pureza y una bondad plena pero aun así no pude dejar de sentir un escalofrío al advertir que si alguna vez se pervertía ese poder, las consecuencias serían nefastas.

―Por eso necesito a mis hermanas― contestó allende el mar. ― Serán mi contrapeso.

Que un feto fuera ya consciente de su papel en el futuro ya era alucinante pero que encima asumiera que necesitaba de las otras súper titánides para controlarse, confirmó que a su lado yo era un neardenthal.

―Realmente la diferencia es mayor, querido padre. Los humanos son unos trogloditas al lado de vosotros, los titanes. Pero mis hermanas y yo estamos mil escalones por encima de vosotros.

Era como estar vis a vis con un ser con miles de años de existencia. La serenidad que transmitía su mente no evitó que el miedo se apoderara de mí al percibir que en comparación a ellas, éramos unos simios.

―Dime hija, ¿qué será de la humanidad cuando tú estés al mando?

Su respuesta llena de afecto pero no por ello menos dura, me impresionó:

―Querido Padre: ¡Ya estoy al mando! ¿Quién crees que evitó tu derrota en manos de Tecalco?

Relato erótico: “Prostituto 9 La mamá contrata y su niña me folla” (POR GOLFO)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2
Si una profesión es propensa a las
sorpresas esa es la mía. Un prostituto tiene que estar preparado para todo tipo de situaciones raras y lo que es todavía más difícil, debe de saber salir airoso sin perder el prestigio entre sus clientas. Eso fue lo que me ocurrió una noche que Johana, mi madame, me había concertado una cita con un señora bien entrada en los cuarenta. Lo que en teoría iba a ser un trabajo fácil, se complicó de una manera tan extraña que si no llega a ser por mi experiencia acumulada, hubiera terminado metido en un embrollo familiar del que me sería complicado salir.
Había quedado con mi clienta en su casa. Según me había explicado mi jefa, íbamos a estar solos ya que el marido estaba de viaje por Europa y la hija estudiaba en Boston. Por eso cuando toqué el timbre de ese chalet, estaba convencido que iba a ser pura rutina. Unas copas, toqueteo y para terminar un par de polvos.  Tal y como había previsto, Samantha me abrió la puerta vestida únicamente con un atrevido picardías de encaje negro que dejaba poco espacio a la imaginación. Bajo la tela, esa mujer me mostraba impúdicamente los negros pezones que decoraban un buen par de tetas.
“No está mal” pensé al verla. Aunque entrada en años, mi clienta se mantenía en forma por lo que no me preocupó el hecho de excitarme. Sin ser la dama de mis sueños, en peores plazas había toreado y había salido victorioso.
Tras las típicas presentaciones, me hizo pasar al salón y allí, poniendo música, me preguntó si quería algo de beber.
-Lo que tú tomes está bien- contesté.
Sam, sonrió al escucharme y acercándose al bar, cogió dos vasos y sacando una botella de whisky, sirvió  un par de copas. Mientras mi anfitriona estaba ocupada con las bebidas, me puse a observarla. Era una mujer alta con dos buenos melones y aunque en su cintura se le notaban los años, no dejaba de tener un culo apetecible. Se percibía a simple vista que esa cuarentona hacía ejercicio, su cuerpo mantenía gran parte de la lozanía de su juventud, siendo sus piernas las mejores partes de su anatomía. Viéndola desenvolverse, estaba convencido que en la cama sería sencilla de satisfacer y por eso al llegar a mi lado, la cogí de la cintura y la saqué a bailar.
Siguiendo el guion que me había imaginado,  esa morena pegó su pubis a mi entrepierna y frotando su sexo contra el mío, ella sola se fue calentando al ritmo de la canción. Llevábamos abrazados menos de dos minutos, cuando noté que ya estaba lista para ser atacada y por eso deslizando los tirantes por sus hombros,  dejé al aire sus dos senos. Sam no pudo reprimir un gemido al sentir que bajando por su cuello, mi lengua se acercaba a sus pezones. Sé que hubiera podido comerme ese par de peras rápidamente y provocar que esa mujer me rogara que la tomara pero, como tenía una fama que conservar, decidí ir despacio. Si esa mujer confesaba a sus amigas que había pasado la mejor noche de su vida conmigo, eso incrementaría mi crédito entre las hembras pudientes de Nueva York.
Tomándome todo el tiempo del mundo, acaricié su trasero, alabando mientras tanto con dulces piropos alababa su belleza. La mezcla de mimos y lisonjas fueron incrementando su deseo, de forma que no tardé en percibir que, completamente mojada, Sam esperaba mi siguiente paso. Fue entonces cuando mordiendo suavemente sus pezones, empecé a mamar de las ubres con las que la naturaleza había dotado a mi clienta.
-¡Qué maravilla!- suspiró entregada por completo.
Forzando su lujuria a base de besos y lengüetazos, llevé a esa mujer a un estado de efervescencia que me permitió deslizar mi mano por su cuerpo y concentrándome en su entrepierna, empezar a masturbarla sin que pusiera ninguna objeción. Al comprobar que lo llevaba afeitado, sonreí pensando que con seguridad su marido debía de estar encantado con esas ingles desnudas, sin saber que a lo que su esposa se dedicaba cuando él estaba de viaje. Al separar sus labios y toquetear con mis dedos su clítoris, mi clienta se vio desbordada y sentándose en un sillón, separó sus rodillas y mostrándo su sexo, me pidió que se lo comiera.
No tuvo que insistir, despojándome de la camisa, me arrodillé a sus pies y cogiendo una  de sus piernas, comencé a besarla por el tobillo. Embebida por sus sensaciones, Sam posó su cabeza en el respaldo y cerrando sus ojos, se concentró en el lento trayecto de mi lengua. Poco a poco fui subiendo por su pantorrilla mientras con mis manos no dejaba de acariciar sus tetas. La lentitud de mis maniobras la fue conduciendo irremediablemente al orgasmo, de manera que todavía iba por mitad de su muslo cuando llegaron a mis oídos los primeros síntomas de su claudicación.
-Ahh- 
Sus gemidos iníciales se vieron incrementados  en volumen y frecuencia cuando llegando a mi meta, me apoderé del botón erecto de su sexo. Satisfecho al corroborar mis buenas maneras, mi lengua siguió jugando con su clítoris, a la vez que apretando con mis dedos uno de sus pezones, daba inicio a su anhelada rendición.
-¡Me encanta!- chilló al sentir la dulce tortura a la que la tenía sometida y llevando sus manos a mi pelo, forzó el contacto de mi boca presionando mi cabeza contra su pubis.
Acostumbrado a tener que lidiar con ese tipo de hembra, juzgué necesario subir otro peldaño y metiendo un dedo en su interior, volví a acrecentar su temperatura. Sam al advertir mis falanges violando su sexo, no pudo aguantarse más y convulsionando sobre el sofá se corrió sonoramente. Era tanto el placer que la dominaba que la cuarentona proclamó a voz en grito su orgasmo mientras un manantial de flujo manaba de su pubis. Yo por mi parte, que me había mantenido bastante tranquilo hasta entonces, al saborear en mi boca el néctar de esa morena no pude más que verme contagiado de su lujuria y absorbiendo como poseso el líquido de su sexo, prolongué su clímax hasta que totalmente agotada, me pidió que le diera tregua.
-Lo siento pero no puedo- le dije tomando un respiro –eres demasiado bella-
Mi enésimo piropo junto con la continuación de mi mamada, le hizo sollozar de gozo y con una sensualidad que solo una mujer experimentada es capaz de dotar a su voz, me dijo:
-Vamos a mi habitación-
Con ella semidesnuda y yo todavía casi completamente vestido, la acompañé por su mansión y subiendo por las escaleras, me llevó a una enorme estancia decorada con gran profusión.
“Menuda horterada”  pensé al ver que en mitad del cuarto había una cama King-size con dosel dorado.
Todavía estaba contemplando el mal gusto de esa mujer, cuando ella llamándome a su lado, empezó a desabrocharme la bragueta.  Sin darme tiempo a opinar, liberó mi miembro de su encierro y abriendo sus labios, se lo metió en la boca. Centímetro a centímetro, Sam fue embutiéndoselo en su interior hasta que con gran esfuerzo, lo hizo desaparecer en el fondo de su garganta.
“¡Qué bien mama la vieja” sentencié mentalmente al distinguir que había conseguido introducirse toda mi extensión y que sus labios envolvían la base de mi pene.
Excitado, disfruté de cómo esa morena metía y sacaba mi falo de su interior mientras con la lengua presionaba sobre mi piel. Era tal su maestría que logró que pareciera que en vez de su boca fuera su sexo en el que se lo encajaba.
-Eres una putita mamadora- le dije acariciando su melena.
Mis palabras le sirvieron de acicate y cómo si su vida dependiera del resultado, aceleró su ritmo de forma tal que mis huevos empezaron a rebotar contra su barbilla. No contenta con ello, llevó la mano a su entrepierna y sin ningún tipo de recato, se masturbó ante mi atenta mirada.
-¡Qué guarra eres!- le espeté al comprobar que metiéndose tres dedos, esa mujer buscaba correrse antes que yo.
No me explico todavía el porqué pero obviando que ella era la cliente y yo su puto, la cogí de la cabeza y forzando su garganta, la empecé a usar sin contemplaciones llevando mis penetraciones hasta el límite. Sé que debía de haber tenido más cuidado pero actuando como un perturbado, follé su boca salvajemente hasta que explotando dentro de ella, me corrí. Por lógica Sam debería de haberse indignado por el trato pero mi brutalidad le encantó y acompañándome en mi orgasmo, se dejó llevar por su pasión mientras se bebía con auténtica ansia la simiente que había liberado dentro de su faringe. Parcialmente arrepentido, la levanté del suelo y llevándola hasta la cama, la tumbé.
Queriendo arreglar el desaguisado, me desnudé y mientras lo hacía, al mirarla, me di cuenta que contra toda razón, esa mujer me miraba hambrienta desde las sábanas.
-¡Qué bello eres!- me soltó al verme desnudo y poniéndose a cuatro patas sobre el colchón, me pidió: -¡Fóllame!-
Ni que decir tiene que acercándome hasta ella, puse mi glande en su entrada y tras jugar durante unos segundos con sus labios, de un solo empujón se lo metí hasta el fondo. Sam, al sentir su interior hoyado por mi herramienta, gimió de placer y sujetándose a una columna del dosel, me pidió que la tomara sin piedad. Su entrega me volvió a ratificar que esa mujer gozaba con el sexo duro y por eso, usando su melena como rienda, la cabalgué con fiereza. Mi pene la empaló una y otra vez llevándola al borde del abismo pero ella, lejos de quejarse, bramaba como una yegua al ser cubierta por un semental.
-¿Te gusta?- pregunté dejando caer un sonoro azote en sus glúteos.
-¡Sí!- chilló y alzando todavía más su trasero, soltó: -¡Soy una vieja puta que necesita que se la follen!-
Al conocerla, no se me había pasado por mi mente que esa cuarentona de buen ver fuera tan zorra y por eso dándola gusto, incrementé aún más e mis embiste siguiendo el compás de los azotes. Nalgada tras nalgada, fui asolando sus defensas hasta que con su trasero enrojecido Sam se dejó caer sobre la cama mientras aullaba de placer.
-¡No pares!- gritó al sentir que había bajado el ritmo -¡Quiero más!-
Azuzado por su orden, la cogí de sus pechos y despachándome a gusto, la seguí acuchillando con mi pene. Era tal el flujo que salía de su sexo que cada vez que la penetraba, salpicaba en todas direcciones de forma que no tardé en tener mis piernas totalmente empapadas. Queriendo maximizar su experiencia, decidí que ya era hora de desvirgarle el culo:
-¿Te apetece probar por aquí?- dije untando su ojete con parte de su humedad-
Samantha dando su permiso, aulló:
-¡Date prisa!
Justo cuando ya iba a tomar posesión de su entrada trasera, escuché tras de mí que alguien decía:
-¡Mama! ¡Qué haces!-
Al girarnos, pudimos ver que en la puerta de la habitación y con los ojos desencajados por la escena que le estábamos dando, una jovencita estaba hecha una furia. Deshaciéndose de mí, asustada, mi clienta le dijo:
-Hija, ¡No es lo que tú crees!-
Me quedé de piedra al saber que era su niña, la chavala que nos había pillado y sin saber qué hacer, empecé a vestirme mientras Sam salía huyendo tras los pasos de su retoño. Os podréis imaginar los gritos que se oyeron en esa casa. Jenny, así se llamaba la cría, le recriminó a su madre su traición mientras esta se trataba de disculpar diciendo que era la primera vez y que yo lejos de ser su amante era un prostituto que había contratado. Durante un rato ambas mujeres siguieron discutiendo hasta que haciéndose el silencio creí que habían terminado.
Estaba a punto de marcharme, cuando vi que mi clienta entraba por la puerta. Con el rímel de sus ojos corrido, señal de lo mal que lo estaba pasando, se acercó a mí y cuando ya creía que me iba a despachar, me dijo hecha un mar de lágrimas:
-Alonso, tengo que pedirte un favor-
-No te preocupes, lo comprendo: Me voy- le contesté tratando de hacerle más llevadero el mal trago.
-No puedes irte- me suplicó llorando- mi hija me ha exigido que quiere conocerte y nos espera en el salón.
Comprendí que no podía dejarla tirada y por eso sabiendo que me esperaba una desagradable escenita, la seguí por las escaleras. Mi clienta al borde del ataque de nervios, me dejó en la entrada y huyendo de allí, desapareció sin despedirse.
“Mierda” pensé al tener que enfrentarme yo solo a la hija pero entendiendo que no podía evitarlo, entré en el salón dispuesto a recibir al menos un gigantesco rapapolvo.  Sentada en el mismo sofá en el que antes se había corrido su madre, Jenny me esperaba. Al verme entrar, con gesto de desprecio me dijo:
-Así que tú eres el puto que se tira mi madre-
Sus palabras no eran más que el rechazo que sentía por la actitud de su progenitora y comprendiendo que yo hubiera actuado igual, dejé que liberara su furia sobre mí. De pie en mitad del salón tuve que soportar que la muchacha me acusara de haber seducido a su madre, de tener el descaro de manchar con mi presencia el hogar en el que había crecido y demás lindezas que no viene a cuento reseñar. Lo único que os diré que cuando ya creía que había acabado y que era el momento de tomar las de Villadiego, oí su orden:
-Ponme una copa-
Extrañado por su pedido, solo pude preguntarle que quería:
-Ron con hielo- respondió mirándome a los ojos.
Como un autómata, le serví la copa y se la acerqué. Ella al recogerla de mis manos, me preguntó qué cuanto le había cobrado a su madre. Cómo no sabía si Sam se lo había dicho con anterioridad, consideré que lo mejor era ser sincero. Jenny al oír el pastizal que había pagado, se escandalizó y bebiendo de su vaso, se quedó pensando unos segundos antes de soltarme:
-Me imagino que, por esa barbaridad, la zorra se habrá asegurado que pasaras toda la noche con ella-
Sin saber realmente a donde quería llegar, le contesté afirmativamente. La muchacha sonrió perversamente y con gesto serio, tomó un sorbo de su cubata. Al cabo de unos momentos,  me soltó:
-Como no querrás que te denuncie, ¡Me vas a ayudar a castigar a mi madre!-Casi me caigo del susto al comprender que ¡esa pequeña arpía me estaba chantajeando!
Alucinado por la mala leche que se reconcentraba en ese metro sesenta, no supe que contestar y cuando estaba meditando seriamente cruzarle la cara con un guantazo, escuché que su madre entraba en la habitación. Inexplicablemente, Sam  traía entre sus manos una bandeja con comida y tras posarla sobre la mesa, se arrodilló en el suelo adoptando una postura de sumisa. Personalmente no comprendía nada, esa mujer no solo parecía tranquila sino que ni siquiera se había cambiado y seguía medio desnuda.  Fue entonces cuando alegremente Jenny me reveló el acuerdo que había llegado con mi clienta:
-La puta que me parió ha decidido que es mejor obedecer a que le vaya con el cuento a mi padre-
“¡Joder con la niña!” pensé al enterarme de su pacto pero al no estar seguro de los límites, le contesté:
-¿Qué quieres?-
-Para empezar- dijo dirigiéndose a su madre- quiero que me cuentes que es lo que habéis hecho desde que Alonso llegó a esta casa y con todo lujo de detalles-
Sam, poniendo cara de circunstancia, le contó que me recibió vestida con el picardías negro y que tras ponerme una copa, nos pusimos a bailar.
-¡Serás guarra! ¡Recibir a un desconocido casi en pelotas!- soltó con sorna su hija.
Mi clienta muerta de vergüenza prosiguió explicándole que mientras bailábamos, habíamos empezado a tocarnos y que tras unos minutos, le había comido el coño en el sofá.
-¿Te corriste en su boca?- preguntó la rubia con el único objeto de humillar a su progenitora.
Mirando al suelo, le respondió que sí y tratando de pasar lo más rápido sobre el asunto, Sam le contó que en ese momento había decidido proseguir en su habitación.
-¿Y qué más?- le gritó enfadada.
Mi pobre clienta se quería morir y por eso sacando su último resto de fuerza, se la encaró diciendo:
-¡Me folló como nunca me ha follado tu padre!-
Aunque resulte difícil de creer, en ese momento, Jenny soltó una carcajada mientras le decía que no le extrañaba, que su padre era un soso y que hasta el jardinero seguro que sabía satisfacer mejor a una mujer. Para aquel entonces, yo solo era un convidado de piedra de la lucha entre esas dos mujeres y por eso mientras ellas se enzarzaban, me puse a observar a la cría. Sus pechos pequeños  iban en consonancia con su altura pero aún así tuve que reconocer que la rubia tenía un buen culo y que en total era una mujer muy apetecible. Estaba tan ensimismado mirándola que me perdí parte de su conversación y cuando de pronto, la hija soltó un tortazo a su madre, salí de mi inopia y me puse a escuchar que era lo que discutían.
-¡Te he dicho que me cuentes que te estaba haciendo cuando entré!-
Sam, casi llorando, no tuvo más remedio que explicarle con detalle que en ese instante le estaba untando su ojete porque iba a tomarla vía anal. Al mirar la reacción de la chavala, me quedé alucinado al percatarme que bajo su blusa se le notaban los pezones duros, señal inequívoca de que esa zorra se estaba calentando. Lo que no me esperaba fue que chillando le dijera a mi clienta:
-¡Quiero verlo!-
-¿El qué?- preguntó horrorizada la mayor de las dos.
-Quiero ver cómo te da por culo- contestó con firmeza la muchacha mientras hacía el ademán de coger el teléfono.
La cara de su madre, al entender la amenaza implícita que llevaba ese gesto, fue de absoluto desamparo. Si no la complacía, la perversa criatura llamaría a su marido y podía darse por jodida: su tren de vida se iría a la mierda. Confieso que el trato con el que esa pigmeo trataba a quien le había dado la vida me indignó y tratando de ayudar a Sam, señalé:
-Jenny, ¿Tendré algo que decir?…-
Mi clienta no me dejó terminar, con lágrimas en los ojos y mientras me empezaba a desabrochar mi camisa, me imploró:
-Por favor, ¡mi marido no debe enterarse!-
La puta chantajista de su hija sonrió al ver la sumisión de su madre y reforzando su dominio, le soltó:
-Date prisa, llevas veintidós años jodiéndome y tengo ganas de ver como alguien te jode-
Comprendí, muy a mi pesar, que esa zorra nos tenía en sus manos y como por otra parte, si al día siguiente no volvía a saber nada de ellas, al final yo no habría hecho otra cosa que cumplir con mi trabajo. Me habían contratado para follar y hasta ese momento, no me habían pedido otra cosa que cumplir con mi cometido. Por eso, ayudando a Sam, me terminé de desnudar.
-¡Está bueno el puto!- exclamó la chavala y con el ánimo de fastidiar al verme en pelotas, le dijo a su progenitora: -Mamá, si no le chupas la verga, a este no se le levanta-
Me imagino que debí taladrarle con mi mirada pero esa zorra haciendo caso omiso a mi cabreo y a la vergüenza de su madre, se levantó del sofá y cogiendo a Sam de la melena, puso su boca a escasos centímetros de mi pene. La pobre mujer, completamente destrozada, abrió sus labios y sin quejarse se fue introduciendo mi extensión mientras de sus ojos no paraban de brotar lágrimas.
“¡Será hija de puta!” pensé al ver que la niña estaba disfrutando y que metiéndose la mano en la entrepierna, se empezaba a masturbar.
Me cuesta reconocer que el morbo de estar con la madre mientras la hija se toqueteaba mirándonos,  pudo más que mi cabreo, de manera que en poco tiempo, la calidez de la boca de Sam y la atenta mirada de esa pervertida cumplieron su objetivo y provocaron una dura erección entre mis piernas. Ambas mujeres se alegraron al ver mi firmeza pero por motivos bien distintos. La mayor de las dos queriendo que el mal trago pasase cuanto antes y la menor al saber que iba a hacer realidad su castigo.
Mi clienta asumiendo lo inevitable, se quitó las bragas y poniéndose a cuatro patas sobre la alfombra, me pidió que la tomara. Al separar sus nalgas y ver que todavía su ojete seguía dilatado, me alegré porque no quería hacerle más daño de lo necesario.
-Tócate- le pedí previendo que de esa forma sería más liviano el trance.
La cabrona de su criatura, impelida por su peculiar lujuria, le exigió que me hiciera caso y por eso, Sam llevó la mano a su sexo y sin ninguna gana, empezó a torturar su alicaído clítoris. Jenny al comprobar la completa sumisión de su madre, ya sin disimulo separó los labios de su pubis y pegando un gemido, siguió dando rienda suelta a su sadismo. Asumiendo mi papel, puse la cabeza de mi pene en su entrada trasera y con una pequeña presión de mis caderas, introduje el glande en su interior.
-Ahh- aulló la pobre al sentir sus músculos maltratados pero aunque le había hecho daño, no se zafó.
“Mierda” pensé al percatarme que había evaluado mal la relajación de su esfínter. Su sufrimiento me hizo mella y buscando ejercer el menor sufrimiento, fui lentamente introduciendo el resto de mi falo en su interior mientras se incrementaba mi resentimiento contra la zorra  de su niña. Examinando la situación, me dije que a la menor oportunidad iba a devolvérsela con creces.
No acababa de terminar de empalar a mi clienta, cuando ambos escuchamos que Jenny nos urgía a darnos prisa. No hice caso a su sugerencia y cuidadosamente esperé a que se acostumbrara a tenerlo embutido para iniciar la cabalgada. Viendo que ya estaba lista, emprendí un suave trote usando sus pechos como sujeción. Mi cuidado al tomarla se vió recompensado y al cabo de unos momentos, reparé en que mi miembro entraba y salía con mayor facilidad de sus intestinos y por eso, paulatinamente, incrementé la velocidad de mis embestidas.  
-¿Te gusta? ¿Verdad? ¡Puta!- soltó la jodida cría al percibir que iba desapareciendo la angustia de los ojos de su progenitora y que se iba transformando en gozo. Queriendo seguir humillándola, no se le ocurrió mejor forma que poniéndose frente de ella, tumbarse y ordenarla que le comiera su coño.
-Jenny, ¡Soy tu madre!- contestó escandalizada su víctima.
-¡Habértelo pensado mejor antes de ponerle los cuernos a papá!-
Aceptando su destino, Sam acercó su boca al sexo de su retoño y venciendo su repugnancia, sacó su lengua y se puso a lamerlo. La muchacha al sentir las caricias en su clítoris, forzó el contacto, presionando con sus manos sobre la cabeza de mi clienta.
-¡Cómo me gusta!- soltó la muy perra separando sus piernas mientras me decía que le diera caña a la mujer que tenía ensartada.
Admito que la escena me había excitado y contagiado por su deseo, aceleré el ritmo de mis penetraciones gustosamente. Curiosamente, Sam no solo aceptó su destino sino que moviendo sus caderas, colaboró conmigo en mi asalto. Poco a poco, golpe a golpe de mi pene, se fue contaminando de nuestra lujuria y pegando un grito, me pidió que no parara. Al oir que mi clienta estaba disfrutando, me liberé y dándole un azote en su trasero, me lancé en una salvaje persecución de mi propio placer.
-Me corro- escuché decir a Jenny, la cual, derramándose sobre la boca de Sam, llegó al éxtasis.
No sé si su madre creyó ver en ese flujo su liberación o por el contrario, abducida por el deseo no pudo evitarlo, pero la realidad es que comportándose como una autentica lesbiana, obvió que ese coño era el de su hija y metiendo dos dedos en su interior prolongó el placer de la muchacha.
-¡Dios!- gritó la rubia al regodearse mordiéndose sus labios del gozo que estaba dominándola y convulsionando sobre la alfombra, vio amplificado su orgasmo.
Sus gritos y sobre todo el aroma a sexo que poblaba el ambiente, me llevó a mí también al límite y sabiendo que mi clienta no vería mal que me corriera cuanto antes, exploté en su interior. Sam al advertir mi eyaculación, buscó moviendo su trasero, ordeñar mi miembro. Sus maniobras terminaron de excitarla y uniéndose a mí, sintió como su cuerpo se revelaba y dando gemidos, se liberó calladamente.
Agotado  y satisfecho, me salí de ella y sentándome en el sofá, esperé a ver si la maldita enana estaba complacida o por el contrario, deseaba seguir sometiendo a su progenitora. No tardé en salir de dudas, Jenny una vez recuperada, le espetó a Sam:
-Ves como no ha sido tan difícil- y cogiéndome de la mano, me llevó escaleras arriba hasta el cuarto de su madre.
Al girarme vi que con la cabeza gacha, mi clienta nos seguía pero también advertí que algo había cambiado, la angustia y la desesperación habían desaparecido de su rostro e incluso me pareció vislumbrar un cierto anhelo de lo que con seguridad iba a ocurrir entre las paredes de su dormitorio. Nada más entrar en el cuarto, su hija la obligó a terminarla de desnudar tras lo cual tumbándose sobre la cama, me ordenó tomarla.
Hasta entonces no me había percatado del estupendo tipo que tenía la muchacha. Siendo pequeña, su cuerpo estaba perfectamente proporcionado. De pechos pequeños y duros, esa cría tenía un culo estupendo y por eso, encantado con la idea me puse encima y de un solo golpe,  rellené su sexo con mi pene.
-Sigue- me pidió gimiendo la rubita- ¡Vamos a enseñarle a la zorra de mi madre cómo se folla!- chilló encantada.
Su entrega hizo que el rencor acumulado aflorara y cogiendo entre mis dedos sus pezones, se los retorcí cruelmente. Ella, al sentir la tortura, aulló dando gritos pero no hizo ningún intento de huir. Al contrario, vio incrementado su deseo y sollozando me pidió que no tuviera compasión. Os juro que no la tuve, usando mi pene como si fuera un cuchillo, machaqué su vagina con fieras cuchilladas. Fue alucinante, esa mujercita, recién salida de la adolescencia, berreó y gimió al ritmo de mis embistes mientras me pedía que la siguiera follando.
-¡Disfrutas del sexo duro! ¿Verdad?, ¡Zorrita!- le solté mientras le daba un cachete en su rostro.
-¡Sí!- bufó retorciéndose sobre las sábanas.
Sabiendo que era el momento de mi venganza, le di la vuelta y sin más preparación, la tomé por detrás sin importarme sus protestas. La rubia al sentir la violencia de mis actos, trató de escapar  de mi ira pero reteniéndola con una mano, usé la otra para azotar su trasero. Su madre al ver los sollozos de su niña, trató de intervenir en su defensa pero no solo me negué a pararme sino que en voz alta, le ordené que pusiera su coño a disposición de su hija.
Sam no supo cómo actuar hasta que Jenny, histérica, le gritó:
-¡Haz lo que dice! o le digo a Alonso que te suelte un guantazo-
No os podéis imaginar el modo tan brutal con el que esa cría se apoderó del sexo de Sam. Como poseída, se lanzó sobre él y usando tanto su lengua como sus dedos, buscó masturbarla mientras no dejaba de gritar por el placer que estaba sintiendo al ser horadado su esfínter. Marcando mi ritmo con sonoras y dolorosas nalgadas, cabalgue a placer sobre su diminuto cuerpo mientras ella devolvía a su madre el placer robado. Contra toda lógica, fue mi clienta la primera en correrse y llenando con su flujo la cara de la rubia, se retorció de gozo sobre el colchón.  Jenny al saborear el fruto del coño de su madre, se desplomó exhausta mientras seguía siendo ensartada por mí brutalmente.
Al ver su cansancio, no tuve piedad y cogiéndola de la melena, usé su pelo como riendas mientras le decía:
-¡Muévete puta!-
Mi orden hizo que sacando fuerzas de su flaqueza, la muchacha se incorporara y sumisamente, se dejara cabalgar. Si al descubrirnos esa cría se había comportado como una arpía, al comprobar mi dominio, se dejó llevar y en pocos minutos, bramó de placer al experimentar nuevamente un orgasmo. Su entrega me hizo comprender que mi trabajo había terminado e inundando su conducto trasero con mi esperma, me corrí copiosamente.
Después de descansar durante unos minutos, pregunté a mi clienta si iban a seguir necesitando mis servicios y al responderme que no, me levanté y me vestí. Mientras lo hacía, no pude dejar de disfrutar de la visión de esa pequeña despatarrada y con el culo dilatado, llorando en brazos de su madre. Al irme a despedir, le pedí a Sam que me acompañara.
Nada más salir de la habitación, acercándome a ella, le susurré al oído:
-Revisa tu móvil-
-¿Y eso?- me preguntó.
-Verás, al entrar en tu dormitorio, lo vi encima de la mesilla y percatándome que tu hija estaba despistada, lo encendí. Ha grabado todo lo ocurrido-
Completamente sorprendida, me preguntó que quería que hiciera con él. Soltando una carcajada se lo aclaré:
-Si esa putita trata de chantajearte, enséñaselo. Cualquiera que lo visione, vera a tu hija y a su novio forzándote a tener sexo con ellos. ¡La tienes en tus manos!-
Su cara se iluminó al darse cuenta que tenía razón y con una sonrisa en sus labios, me contestó:
-Lo usaré si mi hija no cumple su amenaza de usarme como su esclava. Te parecerá imposible pero esta ha sido la mejor noche de mi vida-
Sabiendo que sobraba, me despedí de ella con un beso y saliendo de su chalet, cogí mi coche con el orgullo de un trabajo bien hecho.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

Relato erótico: “Prostituto 11 Una policía y su gemela me chantajean” (POR GOLFO)

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POLICIA portada3
La teniente Blair:
Acababa de terminar el cuadro que me encargó Mari, una de mis clientas, al mirar la hora descubrí que eran las dos y como no tenía nada más que hacer, decidí salir a comer al restaurante de la esquina. Mientras salía de mi edificio, tengo que reconocer que estaba bastante satisfecho con el resultado porque había conseguido plasmar sobre el lienzo sus deseos. Para los que no os sepáis la historia, conocí a esa mujer gracias a que el idiota de su marido me contrató para que me acostara con ella mientras él miraba y con el ánimo de recordarle su infamia, me rogó que le hiciera un retrato. Fue ella la que me dio la idea, me pidió que dibujara su desnudo visto desde el ojo de una cerradura y así lo hice.
“Coño, ¡Qué hambre tengo” pensé mientras entraba en el local.
El maître me conocía y por eso al verme haciendo fila, me llamó y saltándose los turnos, me llevó a una mesa alejada de la entrada. Cansado como estaba, me dejé caer sobre la silla y cogiendo la carta, me puse a elegir mi comida. Entretenido con la elección de la comanda, no la vi venir hasta que sentándose frente a mí, dijo:
-Hola, Alonso-
Levanté mi mirada para ver quien se había sentado en mi mesa. Mi sorpresa fue total al comprobar que quien me había saludado era una extraña.
-¿Te conozco?- pregunté un tanto mosca porque estaba convencido que nunca me había cruzado con ese estupendo ejemplar de mujer.
La tipa en vez de contestarme, llamó al camarero y pidiéndole una cerveza, se puso a leer la carta.
“¡Qué descaro!” exclamé mentalmente ya interesado. Esa geta sabía que estaba buena y por eso se permitía esos lujos. Mirándola le eché unos veintiocho años. Rubia de bote, llevaba una melena rizada de peluquería que no cuadraba con lo informal de su atuendo. Vestida con una camiseta y unos pantalones vaqueros rotos, iba demasiado peinada.
Creyendo que las intenciones de esa muchacha eran ligar, sonreí al ver al empleado del restaurante trayéndole su bebida. Fue después de darle un trago cuando me preguntó entornando sus ojos:
-¿Qué decías?-
Solté una carcajada al percatarme de su total ausencia de vergüenza.
-Te había preguntado si te conocía-
-Tú no pero yo sí-  respondió muerta de risa- y al verte entrar, decidí que me ibas a invitar a comer-.
Contra toda lógica, la caradura de esa mujer me encantó y por eso  resolví que ya que tendría que pagar la cuenta, iba a disfrutar tomándole el pelo aunque reconozco que también me vi influido por  el tamaño de sus pechos. Vestida de modo informal, la naturaleza había dotado a esa rubia con un par de espectaculares melones.
-¿Me vas a decir tu nombre o tendré que averiguarlo?-
-Me llamo Zoe pero, para ti, soy la teniente Blair- me soltó cambiando de tono. Si antes era todo dulzura y simpatía en ese momento se volvió arisca y dura.
Todavía creía que el propósito de esa mujer era seducirme y por eso sin medir las consecuencias, le respondí:
-Huy, ¡Qué miedo!, te apellidas como la bruja-
Mi chiste, además de malo, debía de haberlo oído mil veces pero en esa ocasión, tuvo que dolerle porque hecha una furia, me espetó:
-Y tú, ¿Cómo prefieres que te llame?: Alonso el Gigoló, Alonso el Prostituto o simplemente el vividor-
Como comprenderéis, no me esperaba que esa mujer conociera mi doble vida y menos que a voz en grito, me descubriera en mitad del restaurante. Cabreado hasta la medula, le cogí de la mano y acercándola, le susurré al oído:
-¿Se puede saber a qué coño juegas?. A lo que me dedique no es tu puto problema-
-En eso te equivocas, no te aclaré antes quien era: Soy la teniente Blair de la policía metropolitana de Nueva York-
Su respuesta me dejó acojonado, ya que el mayor de los problemas a los que se puede enfrentar un prostituto no es otro que la policía. Por eso y tanteando el terreno, me defendí diciendo:
-Pues te han  informado mal, soy pintor, pago mis impuestos y para nada me dedico a eso-
La puñetera muchacha soltó una carcajada al oírme y sacando de su bolsa un dossier, lo dejó encima de la mesa. Al ver que no hacía ningún intento por cogerlo, me ordenó:
-Léelo-
Temblando abrí la carpeta para descubrir que esa puta no solo tenía un completo informe de mis finanzas sino que se había tomado la molestia de seguirme durante un mes. Entre los papeles, había multitud de fotos con mis clientas. En ellas, se me podía ver alternando en bares, discotecas y hoteles. No tuve que ser muy espabilado para comprender que estaba en un aprieto y que todo lo que dijera podía ser usado en mi contra. Por eso, al terminar de leerlo, lo dejé en la mesa y me quedé callado.
-¡Te tengo cogido por los huevos!-
La seguridad con la que lo dijo me produjo escalofríos porque aunque me había asegurado de declarar mis ingresos, difícilmente mi versión se sostendría ante una investigación oficial. Ella, al comprobar el efecto de sus palabras, dulcificó el gesto y cogiéndome de la mano, me soltó:
-Necesitas protección y yo te la puedo dar-
“¡Hija de perra!” pensé al advertir sus intenciones y soltando su mano, le pregunté:
-¿Qué es lo que quieres?-
-Poca cosa: el diez  por ciento de tus ingresos y que me ayudes en una investigación-
Lo primero me lo esperaba pero fue lo segundo lo que me dejó aterrorizado porque supuse que si esa zorra necesitaba de la ayuda de un gigoló, solo podía significar que iba a ponerme en peligro.  Cómo no podía negarme de plano, pensé que lo mejor era que me explicara que quería que hiciera porque siempre podía coger un avión y huir a España.
-¿Qué tengo que hacer?-
-Algo muy fácil, necesito que seduzcas a una mujer y que cuando lo hayas conseguido, me avises-
“¡Será puta!” exclamé mentalmente al percatarme que esa petición tenía gato encerrado y que no podía ser tan sencillo.
-¿Quién es la afortunada?-
Por respuesta, la policía sacó una foto y me dijo:
-Mi hermana Jane-
Reconozco que suspiré aliviado al enterarme que era un tema personal y que nada tenía que ver con drogas o mafia. Al mirar la foto descubrí que la tal Jane, además de su hermana, era su gemela. Imaginé que se trataba de un tema de herencia y por eso solo le pregunté dónde podía localizarla:
-La encontrarás cualquier noche en “Le Souk”-
Una vez aclarado ese extremo, solo me quedaba averiguar que era exactamente lo que quería que hiciera:
-Follártela-
-¿Nada más?- reiteré.
Click en la foto para cerrar...Mi insistencia la hizo dudar y tras unos momentos de vacilación, me respondió:
-Me vendría bien que la filmaras mientras te la tiras. Esa puta va de estrecha pero a mí no me engaña y sé que es un zorrón pero quiero demostrarlo-
Después de eso nada me retenía ahí, pero cuando me levanté para irme, esa puta no me dejó y no me quedo más remedio que aguantar su charla toda la comida. Fue una hora espantosa, sin saber qué hacer ni que decir,  soporté en silencio el monólogo de la arpía sin quejarme. Así me enteré que desde niñas, las dos hermanas se odiaban y que durante todo ese tiempo se habían dedicado a joderse la una a la otra.
-¡Imagínate!: esa zorra se tiró a mi novio cuando ya tenía fecha de boda- se quejó en un momento dado la policía.
No me cupo duda que se quería desquitar. Era tal su rencor que en cuanto supo de mi existencia, advirtió que podía usarme para completar su venganza. Por lo visto, Jane se acababa de casar con un ricachón y ni siquiera la invitó a la boda.
“Quiere joderle el matrimonio” sentencié mientras pagaba.
Al estar en sus garras, le prometí que tendría pronto noticias mías y cabizbajo, volví a mi apartamento. Estaba tan desesperado que pensé en pedir consejo a Johana, mi madame, pero tras meditarlo decidí no hacerlo no fuera a ser que se espantara y dejara de surtirme con clientas. Tratando de tranquilizarme salí a correr. Al cabo de una hora, estaba agotado pero feliz porque  había analizado mis posibilidades y comprendí que si solo me pedía una comisión y que me tirara a su hermana, no era tan desesperada mi situación.
Su hermana gemela:
Nada más llegar a mi apartamento, me duché y tras afeitarme, me puse a bucear en internet a ver si de casualidad salía algo de mi supuesta víctima. No me costó hallar información de la susodicha. Tal y como me había anticipado su hermana, Jane se había casado con un vejestorio podrido de dinero y se rumoreaba que la boda no era más que un paripé porque rara vez se les veía juntos.
Siguiendo las instrucciones de la teniente, esa misma noche me acerqué al bar donde se suponía que alternaba. No tardé en localizarla. Sentada con una negrita en un apartado, tenían un séquito de admiradores que no las dejaban en paz:
“Mierda” pensé al percatarme de lo complicado que tendría para llegar hasta ella.
Afortunadamente y cuando ya pensaba en claudicar, recordé que según su hermana, esa perra no aguantaba que nadie le hiciera sombra y que encima tenía por costumbre, envidiar lo ajeno.
“Su amiga es la vía”  pensé.
Aprovechando que la morena se había levantado al baño, me hice el encontradizo  y tras una breve charla, me enteré que se llamaba Liz y conseguí llevármela a mi mesa. Acababa de llamar al camarero para pedir una copa para la negrita, cuando vi de reojo que Jane se acercaba a donde estábamos. Fue entonces cuando me vino a la mente el plan y cogiendo a su amiga de  la mejilla, le di un beso. La muchacha respondió con pasión y  frotando su sexo contra el mío, buscó saciar su calentura.
-¿Qué haces Liz?- preguntó nada más llegar a nuestro lado, celosa quizás de que su amiga hubiera conseguido rollo antes que ella.
Al oírla, me hice el sorprendido y poniendo cara de angustia, exclamé:
Click en la foto para cerrar...-¡Zoe!, ¡No es lo que piensas!-
Mi reacción la dejó helada y tras unos breves instantes, vi que su semblante cambiaba y que tras la sorpresa inicial producto de haber sido confundida por su hermana, creyó que a buen seguro que podía usar mi error a su favor y me soltó:
-¿Y qué es entonces?-
Siguiendo con mi papel, respondí que la zorra de su amiga se me había tirado encima. Indignada, Liz me dio un bofetón, tras lo cual se fue. Jane no cabía de gozo. Sin pedirme permiso se sentó a mi lado, diciéndome:
-Para empezar no soy Zoe sino su hermana y ahora mismo voy a llamarla-
-Por favor, ¡no lo hagas!- respondí con un tono desesperado.
-¿Quién eres?-
-Soy Alonso, un amigo-
-No te creo. Por tu reacción debes de ser su novio y acabo de ver cómo le pones el cuerno-
Simulando un estupor que no sentía, le rogué que no se lo dijera y que en compensación, haría todo lo que ella quisiera. Estaba encantado por el modo en que se estaban desarrollando los acontecimientos, esa mujer no solo era clavada a su hermana sino además tenía la misma voz de su hermana.
-Bien para empezar, dame tu número de teléfono-
Como comprenderéis se lo di inmediatamente mientras seguía disculpándome. Jane, tras anotarlo, me llamó para comprobar que era el verdadero y al oírlo sonar, me dijo:
-Ahora, vete de aquí – la dureza de su voz no enmascaró la alegría que esa bruja sentía por la posibilidad de joder a su hermana nuevamente – Mañana te llamo con lo que he decidido-
Ocultando mi satisfacción, me despedí de ella con la cara desencajada y salí del local. Al pisar la acera, solté una carcajada porque aunque ninguna de las hermanas lo supiera, acababa de cambiar mi suerte. Si no estaba confundido, el odio, que esas dos se tenían, iba a ser la herramienta con la que me libraría del chantaje al que me tenía sometido la corrupta de la teniente Blair.
La gemela muerde el anzuelo:
Esa mañana me levanté temprano y sin pensar en otra cosa, salí de mi casa a comprar una serie de artículos que estaba convencido esa misma tarde iba a necesitar. Eran poco más de las once cuando  llegué de vuelta. Confiando en mi plan, me puse a pintar un retrato de Zoe, usando como modelo una foto que saqué subrepticiamente a su gemela en el bar. Con toda la intención del mundo, plasmé a la chantajista semidesnuda con uniforme de policía. Había terminado de esbozar su rostro con gorra cuando recibí la llamada de Jane.
-Alonso, quiero verte a solas- me dijo con un tono autoritario que me recordó a su hermana.
Tartamudeando por unos fingidos nervios, le respondí que porque no venía a mi estudio. La mujer se sorprendió al saber mi profesión y con voz firme tras pedirme mi dirección, me dijo que me veía a las seis.
“Cojonudo” exclamé mentalmente mientras me despedía de ella “tengo todavía cinco horas para terminar el puto cuadro”
Con la confianza que da el saberse al mando, me dediqué en cuerpo y alma al retrato. Si normalmente trataba de ocultar el rostro de mis modelos, esta vez pinté no solo  con precisión sus rasgos sino que me di el lujo que  dibujarla en una pose cuasi pornográfica. Pincelada a pincelada fui cerrando la soga alrededor del cuello de Zoe, de forma que cuando su querida hermana tocó el timbre de mi casa, ya casi había acabado.
Al abrir la puerta y dejarla entrar, me percaté que esa zorra venía en son de guerra. Vestida con un ajustado traje de cuero, sus pechos quedaban realzados por un rotundo escote.
Click en la foto para cerrar...“Está buena la cabrona” pensé mientras la llevaba hasta el salón donde tenía el estudio.
Todo estaba calculado. El cuadro que teóricamente era de su hermana en mitad de la sala y sobre una silla, el uniforme de teniente de policía que había comprado esa misma mañana. Jane nada más entrar, se fijó en ambos y aprovechando que, sumida en sus pensamientos,  se acercaba a mirar el retrato más de cerca, le pedí que me esperara un minuto, aduciendo que tenía que quitarme los restos de pintura.
Tranquilamente, me metí a duchar sin olvidar poner en funcionamiento  la cámara que grabaría todo lo que sucediera en esa habitación. Cuando volví recién duchado y tapado únicamente por una toalla, supe al instante que todo marchaba según lo planeado. Jane creyendo que iba a putear a su hermana, se había puesto el uniforme y me esperaba adoptando la misma postura del cuadro.
-¿Qué haces?-  pregunté con tono de sorpresa al verla vestida con la gorra de lado y con la chaqueta de policía abierta sin sujetador y con solo un brevísimo tanga negro cubriendo su entrepierna.. 
La zorra de Jane sonrió al verme tan alterado y mordiéndose los labios mientras se pellizcaba un pezón, me respondió diciendo:
-Esta mañana he hablado con mi hermanita y le he preguntado si salía con alguien-
-¡No se lo habrás contado!-
-No- contestó riendo- la muy puta me ha mentido, negando que tuviese pareja-
Lancé un suspiro aliviado ya que por un momento creí que todo se había ido al traste. La mujer malinterpretó mi suspiro y acercándose a donde estaba, tiró de mi toalla, diciendo:
-Lo tuyo con mi hermana debe de ir en serio porque si no esa guarra se hubiese jactado del bombón que se estaba follando-
Completamente desnudo, intenté taparme con las manos pero entonces Jane, susurrando en mi oído, me preguntó:
-¿No querrás que mi hermanita se entere que el capullo de su novio le pone los cuernos?-
-¡No conoces a tu hermana! ¡Me mataría!- respondí asustado.
Su sonrisa me avisó que se había tragado el anzuelo. Ni siquiera se quitó la gorra: sin hablar, se arrodilló a mis pies y acercando su boca a mi sexo, lo fue engullendo mientras con su mano se empezaba a masturbar. No sé si fue la sensación de sentir a esa puta mamando o la certeza de que me iba a librar de su hermana pero la verdad es que mi pene no tardó en adquirir su máxima extensión.
Viendo mi erección me llevó a empujones al sofá y en cuanto aposenté mi trasero, me soltó:
-Te voy a demostrar como la policía hace  buenas mamadas-
Agachándose frente a mí, me obligó a separar las piernas y sin más prolegómeno, se fue metiendo mi pene en su boca. Disfrutando del momento, dejé que esa rubia fuera  engullendo con suavidad mi extensión  mientras con sus manos acariciaba mis testículos. Tuve que reconocer que Jane era una artista, jugando con su lengua recorrió todos los pliegues de mi glande antes de comenzar realmente con la felación. Excitado como estaba, tuve que acomodarme en el asiento cuando la boca de esa mujer se convirtió en una aspiradora.
¡Fue increíble!.
Con mi verga clavada hasta el fondo de su garganta, succionó mi miembro de manera que este se vio aprisionado en su interior. Ya creía morirme de placer cuando esa zorra se lo sacó de la boca y mirándome, sonrió.
-¿A qué nunca te han hecho esto?- me soltó volviéndoselo a empotrar y repetir la misma operación.
Tenía razón, nadie jamás había usado esa técnica. Sin pausa fue introduciendo, comprimiendo  y sacando mi falo hasta que explotando dentro de su boca, bañé con mi esperma su interior. Satisfecha, Jane no perdió la oportunidad de darse un banquete y como si fuera maná caído del cielo, esa zorra siguió masturbándome hasta que consiguió ordeña hasta la última gota de mi maltrecho pene.
-¿Soy una buena mamadora?- preguntó con voz de puta.
-¡Buenísima!- respondí sin faltar a la verdad.
Mi entrega le dio alas y convencida de que se estaba tirando a su futuro cuñado, se levantó y meneando su trasero, me ordenó:
Click en la foto para cerrar...-¡Fóllame!-
No me lo tuvo que repetir dos veces, colocándola de espaldas, la apoyé sobre la mesa del comedor y bajándole las bragas, la ensarté de un solo empujón.
-Ahh- chilló de placer.
Lentamente fui sacando y metiendo mi verga en su interior mientras con las yemas de mis dedos, pellizcaba sus pezones. Increíblemente, esa mujer se corrió tras unas cuantas embestidas lo que me dio la suficiente confianza de decirla:
-¿Te gusta? ¡Putita!-
Absorta en sus sensaciones, Jane no contestó mientras su cuerpo convulsionaba de placer.
-¿Te gusta? ¡Zoe!-
Al oír que la llamaba como a su hermana, creyó desfallecer de gusto y moviendo sus caderas, gritó descompuesta:
-¡Sí!- y creyendo que era parte del juego, chilló: -Dale duro a tu teniente-
No hizo falta más y azuzándola con una nalgada, di  comienzo a su doma. Jane protestó al sentir mi dura caricia en su cachete pero impelida por un deseo hasta ese momento desconocido para ella, berreó y como posesa me rogó que siguiera follándomela así. Marcando su ritmo con azotes, la obligué a acelerar.
-Zoe, follas mejor que las ricachonas que me tiro. Si quieres, un día le digo a alguna que mire mientras lo hacemos-
-Sí- aulló -¡Me encantaría!-
Ajena a estar siendo usada para desbaratar los planes de su hermana, Jane siguió contestando afirmativamente a todo lo que le decía. Sin darse cuenta de sus respuestas, confirmó que sabía que era prostituto, que cobraba comisión de mis tarifas e incluso llegó a decir que ella también cobraba. Satisfecho por la información recabada, me dediqué entonces a aliviar mis propias ansias y agarrándola del pelo, tiré de su melena y susurrándola mis intenciones, me lancé en busca de mi orgasmo.
Mi liberación:
Al día siguiente me levanté eufórico, no solo había le echado un buen polvo a una preciosidad sino que gracias a ella, me había liberado de su hermana chantajista, aunque la teniente Blair no lo supiera todavía. Nada más terminar de desayunar, la llamé.
Zoe se sorprendió de mi llamada porque no esperaba que hubiese tardado solo un día en cumplir con la misión de seducir a su parienta.
-¿Te la has tirado ya?- insistió extrañada.
-Sí- contesté- ¿No era lo que querías?-
-Y ¿la has grabado?-
-También, tienes que ver como berreaba- solté en plan de guasa con el ánimo de picarla.
-¡No te creo!-
Como había previsto esa reacción le dejé escuchar unos segundos en los que su hermana gritaba de placer pidiéndome que la azotara.
-¡Eso tengo que verlo!- respondió sin creerse su suerte -¡Voy para tu casa!-
Estoy convencido que esa perra llegó con el chocho empapado por el gusto de tener por fin un arma con la que destruir a Jane porque nada más entrar, me pidió ver lo grabado.
-¿No quieres una copa?- pregunté para incrementar sus ganas de ver cómo me había follado a su gemela – Te la aconsejo, lo que vas a ver es bastante fuerte-
Click en la foto para cerrar...Refunfuñando, me pidió una cerveza. Mientras se la servía, aproveché para darle un buen repaso. Era acojonante, la poli y su hermana eran clavadas. No solo iban peinadas igual sino que mirándola con detenimiento, comprobé que ambas tenían el mismo culo e incluso los mismos pechos. Estaba convencido que nadie podría poner en duda que era ella la mujer que aparecía en el video. Previendo su contraataque, había grabado a su hermana desde lejos y con música de fondo, de manera que le resultara imposible demostrar que no había sido ella la protagonista.
Zoe, entretanto y sin hacer mención al asunto, revisó la habitación con la intención de comprobar que no la grababa. Acostumbrada por su profesión, no le costó hallar la cámara y al ver que estaba apagada, sonrió aliviada.
-No soy tan capullo- le dije haciéndole saber que me había dado cuenta de su maniobra.
Al darle la bebida, me fijé en que estaba nerviosa, se podía decir que estaba inclusive excitada con la idea de asestar un golpe definitivo a su querida hermanita. Os parecerá increíble pero no pude dejar de observar que bajo su camisa, sus pezones la delataban. Sabiendo que de nada servía prolongar la espera, le pedí que se sentara frente a la televisión y sin más, encendí el reproductor.
Sin ser consciente de lo que se avecinaba, soltó una carcajada cuando vio que su hermana disfrazada se arrodillaba a hacerme la mamada:
-Será puta, fíjate, se ha disfrazado de poli- señaló muerta de risa.
-Eso no es nada- respondí colocándome a su espalda –espera y verás-
Ensimismada mirando la escena, no dijo nada cuando llevando mis manos a sus hombros, le empecé a hacer un masaje. A Zoe tampoco le importó que lentamente estas bajaran por su cuerpo y sin ningún disimulo empezaran a acariciarle los pechos:
-Sigue que me gusta- me dijo sin separar sus ojos de la tele.
No me cupo duda de que esa zorra se creía al mando y que por eso, admitió sin reservas que la víctima de su chantaje incrementara el palpable deseo que ya le dominaba. No tardé en oír sus primeros gemidos cuando introduciéndome bajo su blusa mis yemas aprisionaron sus pezones. Valiéndome de que no perdía detalle de cómo Jane se estaba introduciendo mi falo, desabroché sus botones y después de liberar sus senos, me introduje uno de ellos en mi boca.
-¡Qué rico!- suspiró y adoptando el papel de dueña de mi destino, me espetó: -Creo que además de pagar mis honorarios, te voy a follar a mi antojo-
-Lo que tú ordenes- le contesté sumisamente mientras llevaba mi mano a su entrepierna.
-Para ser prostituto, eres muy manejable- dijo ya excitada abriéndose de par en par el pantalón para facilitar mis caricias.
“¡No sabes cuánto!” exclamé mentalmente sin descubrir todavía mi juego.
La arpía gimió al notar la acción de mis dedos sobre su clítoris.
-¡Dios!-aulló de placer imbuida en deseo.
Entre tanto, la reproducción seguía su curso de modo que Zoe no tardó en observar como su hermanita se tragaba mi semen.
-¡Se va a cagar cuando le enseñe el video!- espetó al ver y escuchar que Jane a voz en grito me pedía que la follara –No creo que le guste mucho al ricachón de su marido ver lo zorra que es su mujercita-
 
Click en la foto para cerrar...Concentrada en su venganza, no se percató que abriendo un cajón saqué unas esposas. Sin darle tiempo a reaccionar, llevé sus brazos a la espalda y cerrando los grilletes sobre sus muñecas, la dejé inmovilizada:
-¡Qué cojones haces! ¡Quiétamelas!- gritó como histérica al comprobar que estaba a mi merced.
Aproveche que estaba indefensa para quitarle la pistola que llevaba en el sobaco y pegándole un tortazo, le ordené que se callara. Disfruté de sobremanera, verla llorando de la impotencia:
-No me puedes hacer esto. ¡Soy policía!-
-Sé que eres policía pero ambos sabemos que eres corrupta- le solté y sentándome a su lado, le dije: -Tranquilízate y sigue viendo la grabación-
Con el último resto de rebeldía, se negó y cerró los ojos pero no tardó en abrirlos cuando recogiendo entre mis dedos uno de sus pezones, se lo pellizqué dolorosamente mientras le susurraba al oído:
-Te he dicho que mires, ¿No querrás que me enfade?-
Chilló de dolor pero obedeció de forma que durante los siguientes diez minutos ni siquiera pestañeó no fuera a ser que volviera a castigarla. Es difícil de describir la satisfacción que sentí al observar que a medida que veía la cinta, esa mujer se iba encogiendo al ser consciente del embrollo en el que se había metido. Las lágrimas afloraron a su rostro cuando escuchó como su hermana se hacía pasar por ella y reconocía una serie de delitos que sin duda no solo acabarían con su carrera sino que la levarían a pudrirse en una cárcel durante una larga temporada.
Al terminar, me levanté y mirándola a los ojos, pregunté:
-¿Qué te parece?-
Con odio en su rostro, me contestó:
-No te saldrás con la tuya. Obligaré a mi hermana a confesar que fue ella-
Soltando una carcajada, la levanté del sofá y llevándola hasta la mesa del comedor, la obligué a apoyarse sobre ella.
-Eso no te lo crees ni tú. ¿Realmente me crees tan idiota? Nunca lo reconocerá porque eso significaría que el viejales con el que se ha casado la abandonara dejándola sin un duro-
Supe que ella opinaba igual porque ni siquiera hizo el intento de rebatir mi argumento. Viendo su desolación, me puse tras ella y lentamente le fui bajando tanto el pantalón como las bragas sin que ella pudiese hacer nada por evitarlo.
-¿Qué vas a hacer?- chilló aterrorizada cuando mis manos le abrieron las nalgas.
Parafraseando sus propias palabras cuando en el restaurante me chantajeó, le contesté:
Click en la foto para cerrar...
-Poca cosa: Ahorrarme el diez por ciento de mis ingresos y aliviar mi cabreo en tu culo-
Zoe trató de patearme pero entonces, tirando de sus esposas, la inmovilicé mientras le decía:
-Te aviso que he mandado copia de este video a unos amigos en España y si me ocurre algo, no solo lo harán llegar a la jefatura sino que lo colgaran en internet para asegurarse que llega a la opinión pública.
Al oír mi advertencia, dejó de debatirse y llorando a lágrima viva, esperó lo inevitable. Su castigo no tardó en llegar porque acercando mi glande a su entrada trasera, lo introduje sin intentar siquiera que se relajara. El dolor que sintió fue tan intenso que la impidió moverse ni reaccionar, de manera que con tranquilidad terminé de penetrar su hasta ese momento virgen esfínter, consumando la violación.
-¿Sabe mi teniente que tiene un culito irresistible?- me mofé mientras empezaba a moverme – Creo que te voy a estar follando hasta que consiga que ladres y aúlles como la perra policía que eres.
-¡Por favor! ¡Me duele mucho!- rogó entre gritos mi victima al sentir mi verga hoyando sus intestinos -¡Haré lo que quieras! Pero ¡Sácamela!-
No hice caso de sus ruegos y afianzándome sobre ella, aceleré mis penetraciones. Zoe creyó desfallecer por el atroz sufrimiento al que la estaba sometiendo. Apretando su mandíbula, intentó dejar de gritar pero entonces sintió en sus nalgas mi primer azote:
-Muévete puta-
Furiosa por mi trato, quiso rebelarse pero su insumisión solo le sirvió para acrecentar su castigo y tras una media docena de dolorosas cachetadas, afrontó su destino sin quejarse.
-Así me gusta- le susurré al percatarme de su rendición – Si te comportas como una buena cachorrita quizás te permita correrte-
Click en la foto para cerrar...-¡Vete a la mierda!- gritó indignada porque le hubiese insinuado que podría obtener placer de esa violación.
Sacando fuerzas de la desesperación, la rubia policía intentó zafarse pero entonces cogiéndola del cuello, la inmovilicé. Al sentir mis manos estrangulándola, buscó con ansiedad respirar. Jadeando  se desplomó sobre la mesa, momento que aproveché para llevar la velocidad de mis incursiones al límite y fue entonces cuando se produjo un efecto que no había previsto: Al constreñir su respiración, se elevaron los niveles de CO2 en su cerebro por lo que las venas y la arterias de la mujer se dilataron, y eso multiplicó sus percepciones y sus sensaciones mientras yo seguía machaconamente penetrándola.
Zoe, luchando por su vida, sintió que todo su cuerpo se revelaba y cuando la adrenalina acumulada se juntó con la acción de mi pene, desde su interior y como si de un terremoto se tratara, todas y cada una de sus defensas se vieron asoladas por el maremágnum de placer que recorriendo su anatomía se concentró en su sexo:
-¡Me corro!-consiguió gritar antes de que de su vulva un manantial de flujo confirmara con hechos sus palabras.
De improviso, la rubia convulsionó sobre la mesa, gritando y aullando por el orgasmo que estaba devastando su mente:
-¡Sigue!, por favor- me suplicó llorando.
Su sometimiento  pero sobre todo el deseo que traslucía por su tono me hicieron saber que había ganado por lo que le di la vuelta. Directamente la senté sobre la mesa y sin pedirle su opinión, puse sus piernas sobre mis hombros y de un certero empujón, le clavé toda mi extensión en el interior de su vagina.
-¡Animal!- aulló al sentir mi glande abriendo el camino en su conducto.
En ese momento, había dos Zoes. Una orgullosa que todavía peleaba por no claudicar y otra entregada que imploraba que no parara. Usando mi pene como mazo, fui derribando sus postreros reparos de manera que en menos de un minuto y cuando ya sentía aproximarse mi propio clímax, escuché que me decía:
-Haz conmigo lo que quieras pero ¡Sígueme follando!-
Encarrilado como estaba, no puse objeción a su ruego e incrementando tanto la velocidad como la profundidad de mis incursiones, conseguí nuevamente que se corriera pero en esa ocasión, me uní a ella y vaciándome en el interior de su vagina alcancé la victoria. La otrora orgullosa teniente se desplomó agotada mientras sentía que su alma era elevada al cielo carnal de las elegidas. Aproveché su debilidad para descansar durante unos minutos, tras lo cual le quité las esposas y con la certeza de que esa mujer ya era de mi propiedad, me fui por una cerveza a la cocina.
Al volver me encontré a Zoe, ya vestida, sentada en el sofá. Con el rímel corrido, su rostro era un poema. Se notaba a simple vista que esa mujer estaba deshecha, había llegado a mi casa suponiendo que gracias a la información que tenía de mis actividades, por fin había vencido en su rivalidad con su hermana pero desgraciadamente para ella, todo se le había torcido. Su visita triunfal había supuesto su derrota más dolorosa.
 -¿Me puedo ir?- preguntó sin ser capaz de sostenerme la mirada.
-Por supuesto- le respondí – tenemos un trato: yo no distribuiré el video si tú te comprometes a tirar ese dossier a la basura-
-¿Nada más?- reiteró con un deje de tristeza que no supe interpretar.
-¿Qué más quieres?- respondí tanteando el terreno- Vete ahora porque si sigues aquí cuando me termine la cerveza, te volveré a tratar como la perra que eres-
Mis duras palabras, le hicieron reaccionar y cogiendo su bolso, salió despavorida por la puerta. Solté una carcajada al verla huir, haciendo aún más ominosa su espantada. Satisfecho y contento por el modo en que había resuelto el problema, me tumbé en el sofá mientras terminaba mi bebida. Estaba a punto de levantarme para ir a por otra cuando escuché el timbre de mi casa.
Al abrir, me topé con Zoe en el zaguán.
-¿Qué haces aquí?- le dije solo parcialmente sorprendido.
La mujer me miró indecisa y tras unos instantes de vacilación, respondió:
-Vengo a ver a mi amo-
-Pasa- le dije y al hacerlo, la besé suavemente.
Desde entonces, tengo una perra policía que me protege y me cuida pero también una amante dulce y cariñosa que se desvive por hacerme feliz. Amante a la que no le importa a lo que me dedico siempre y cuando al llegar a su casa, le haga recordar nuestro primer encuentro.


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Relato erótico: “Prostituto 12 Ayudo a Zoe a vengarse de su gemela” (POR GOLFO)

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POLICIA portada3
Hay un viejo proverbio árabe acerca de la venganza que dice:
 
“Siéntate a la puerta de tu casa y verás el cadáver de tu enemigo pasar
 
La moraleja de esa frase se puede resumir en que el tiempo pone a cada uno en su lugar y que no siempre es necesario actuar porque muchas veces es el destino quien te brinda la posibilidad de vengarte. Eso fue lo que le ocurrió a Zoe en su eterna lucha con su hermana Jane.
Estaba desayunando con una marchante de arte, intentando exponer, cuando recibí la llamada de mi amiga. La teniente Blair, mi perra policía, estaba nerviosísima y casi a gritos me pidió verme:
-¿Te ocurre algo?- pregunté preocupado.
-No, pero tienes que ayudarme-
Cómo no tenía nada que hacer esa mañana,  quedé con ella en mi casa a las doce, tras lo cual,  colgué y me dediqué a convencer a la dueña de la galería para que me permitiera colgar mis cuadros en una muestra colectiva.
Al terminar y llegar a casa, estaba feliz porque había conseguido que esa mujer hiciera un hueco para mi obra. Sé que no fue muy ético pero os tengo que confesar que en contraprestación, me había tenido que tirar a esa cincuentona en el baño del restaurant. Cuando abrí la puerta de mi apartamento, me encontré con Zoe, tranquilamente sentada en el sofá del salón.
-Hola cachorrita- dije a modo de saludo.
Mi amante, tal y como habíamos acordado siempre que estuviera en casa, estaba desnuda y poniéndose en posición de sometimiento, aguardó  mi caricia. Tengo que reconocer que me gustaba verla así: de rodillas, con los brazos extendidos y la frente pegada al suelo. Esperó inmóvil hasta que pasé mi mano por su lomo y levantándole la cabeza, mordí sus labios.
-Puedes hablar- dije satisfecho por su entrega.
-Dueño mío, necesito su ayuda- contra lo que suele ser usual en una pareja como la nuestra, no me gustaba la palabra amo y por eso desde el inicio le obligué a referirse a mí como su dueño.
-¿Cuéntame?- contesté mientras me sentaba frente a ella y le hacía una seña que significaba que quería poseerla.
La rubia sonrió al ver que iba a tomarla y sin esperar nuevas instrucciones, me abrió la bragueta. No hizo falta que me motivara con su boca porque nada más liberar mi miembro, este se hallaba completamente erecto. Al percatarse de ello, mi zorrita se puso encima de mí y sin más dilación se fue ensartando lentamente. Zoe, sabía que me gustaba lento y por eso ralentizó su penetración. La lentitud de su empalamiento me permitió apreciar cada uno de los pliegues de su sexo y solo cuando sintió que mi glande chocaba con la pared de su vagina, me dijo:
-Uno de mis soplones me ha informado que esta tarde venden a mi hermana-
-¿Y?- contesté interesado a donde quería llegar porque antes que ella lo supiera, yo ya estaba informado porque desde que me la había tirado, había estado en contacto con ella. Nunca se lo dije a mi amante pero, Jane, al descubrir conmigo nuevas sensaciones, se quedó impresionada por esa forma de placer y contra mi opinión,  había seguido experimentando con la dominación y el sado.
-Me gustaría que la comprara – dijo mientras empezaba a incrementar su cabalgar.
-No lo comprendo- le respondí dando un azote a su trasero, ¿Para qué quieres que me haga con esa esclava?-
-Aunque es una hija de puta, también es mi hermana y temo por ella, mi dueño. Según mi contacto, puede ser comprada por una red de tráfico de blancas-
Supe que mentía descaradamente, le importaba una mierda lo que ocurriera con ella, lo que realmente quería es ser su dueña. Como con anterioridad ya había decidido hacerme con ella, le prometí que lo intentaría mientras con mis dedos le pellizcaba uno de sus pezones.
-Gracias- chilló de dolor al sentir la dura caricia e imprimiendo mayor velocidad a sus caderas, buscó corresponderme con un orgasmo.
La brutal excitación mostrada por mi cachorrita al oírme que iba a tomar como sumisa a su parienta, le traicionó.  Con sus pezones erectos como nunca, Zoe se puso a gemir como poseída al imaginarse a su hermanita siendo tomada por mí. Era tal su calentura que mordiéndole la oreja, le amenacé:
-Te prohíbo correrte, zorrita-
Mi veto la sacó de las casillas y casi llorando, me imploró que le diera permiso:
-¡No!- solté disfrutando de su angustia –ya tienes bastante premio con la puta que te voy a conseguir-
Zoe, asintió, consciente de que si quería colaborar en el adiestramiento de Jane, tenía que complacerme y por eso apretó sus mandíbulas en un intento de evitar que su cuerpo se dejara llevar por el placer. Al percatarme de sus esfuerzos, busqué su tropiezo diciéndole al oído:
-Me encantará ordenar a Jane que se coma tu coño. Estoy seguro que mi perrita estará feliz al sentir a su hermanita lamiéndole el chochito-
-Por favor- gritó desesperada, -¡No siga!-
La humedad que brotaba de su entrepierna me advirtió de la cercanía de su fracaso y decidido a que me obligara a castigarla, le detallé el modo en el que iba a jugar con mi nueva adquisición:
-Lo primero que voy a hacer es atarla desnuda a una mesa y pedirte que relajes su esfínter con la lengua-
La imagen de Jane a su merced terminó por asolar sus últimas defensas y sin poderlo evitar se corrió en silencio. Su fracaso y el saber que me había dado un motivo para azotarla fueron suficientes para que explotando en su interior, bañara con mi semen su vagina. Zoe, recibió mi simiente sin hablar y tras comprobar que me había vaciado, se levantó y caminando a gatas  hasta la cómoda del salón, sacó de uno de sus cajones mi fusta:
-Mi dueño tiene que aleccionar a su perra- dijo al llegar a mi lado.
Siguiendo el estricto protocolo aprendido para esos casos, le pedí que me pasara sus esposas. Al hacerlo, llevé sus brazos a la espalda y cerrando los grilletes en sus muñecas, la puse de pie con las rodillas estiradas. Entonces tirando de sus brazos, la obligué a bajar la cabeza de forma que puso su culo en pompa esperando el castigo. Esa era mi postura favorita ya que la sumisa al temer perder el equilibrio, experimenta un correctivo doble. Por una parte, sufre el dolor de los azotes pero por otra, al tratar de evitar la caída, ve forzado su columna por la acción de las argollas.
-¿Preparada?- pregunté.
-Sí, mi dueño-  contestó con un deje de alegría en su voz.
No tuve que ser ningún genio para conocer que tras esa aceptación, existía el convencimiento que el castigo iba a ser nimio en comparación con el placer que ver a su odiada hermana en mis manos le iba a proporcionar. Por eso en esa ocasión no me cohibí y dando inicio a su correctivo, le solté un duro latigazo.
-Ahh- aulló al sufrir el escozor del cuero sobre sus nalgas.
-No te quejes o esta noche será Jane quien lo haga-
Mi amenaza surtió efectos y a partir de entonces, mi cachorrita asumió sin protestar todos y cada uno de los flagelos que propiné sobre sus preciosos cachetes. Cuando terminé, sus nalgas mostraban un color rojizo producto de los golpes recibidos pero su cara delataba su satisfacción:
“Esa noche culminaré mi venganza” pensó sonriendo.
Adquiero una nueva cachorrita:
Había quedado con Zoe a las nueve en su casa. Al subirse en mi porsche, me satisfizo comprobar que había obedecido mis instrucciones y que bajo su gabardina, venía desnuda con el único adorno de su collar de esclava:
-Estás guapísima- le dije mientras acariciaba uno de sus pezones.
Gimiendo como una gata en celo, se retorció sobre el asiento del copiloto y separando sus rodillas, puso su sexo a mi disposición para que lo inspeccionara.
-Bien hecho- solté al comprobar que tal y como había dispuesto, llevaba alojado en el interior de su vulva un conjunto de bolas chinas.
-Lo que agrade a mi dueño, me hace feliz- respondió orgullosa de haber cumplido.
-Me alegra saberlo y como la casa donde vamos está retirada, me apetece relajarme-
-¿Puede su cachorra complacerle con una mamada?-
-Puede y debe- respondí sin retirar la mirada de la carretera.
La que puertas a fuera era una orgullosa teniente de la policía de Nueva York se agachó sobre mis rodillas y deslizando sus manos por mi entrepierna, sacó mi miembro de su encierro y me empezó a masturbar. Cuando comprobó que mi pene estaba erecto abrió sus labios y tras dar una de serie de besos a mi glande, se lo fue metiendo lentamente mientras con los dedos me daba un suave masaje a los testículos.
-Como no te esmeres más, va a ser la puta de tu hermana la encargada de las mamadas- le solté mientras forzaba su garganta presionando su cabeza contra mi sexo.
Temiendo verse desplazada usó la boca como si de su sexo se tratara, imprimiendo un ritmo feroz a su felación.  La  profundidad con la que se embutió mi pene en su interior hubiese provocado a cualquier mujer, no adiestrada para ello, dolorosas arcadas pero Zoe en cambio resistió impasible las violentas incursiones. Al cabo de unos minutos, no pude más y descargando en su boca mi placer, me corrí. Mi perrita no perdió la oportunidad de saborear hasta la última gota y después de lamer a conciencia mi pene, dijo sin levantar su mirada:
-¿Está mi dueño relajado? o ¿Desea acaso usar el culo de su propiedad?-
Solté una carcajada al escuchar sus palabras.
-Me gustaría pero tengo que reservarme para mi nueva perrita- le respondí sabiendo que al decirlo se consumiría de celos.
-Mi querido dueño, siento ser yo quien se lo diga pero deberá fijarse bien antes de hacer una oferta. ¿Quién sabe cuántas pollas ha tragado esa zorra?. Estoy segura que tendrá el coño escocido y el esfínter desgarrado de tanto usar-
-Y ¿Qué me sugieres?- pregunté viendo por donde iba.
-Deje que sea yo quien la inspeccione. Me dolería  que malgastara su dinero pagando demasiado por esa perra sin pedigrí-
Me hizo gracia que tratara de menospreciarla aduciendo a una supuesta falta de linaje, sobretodo porque ella y Jane compartían hasta el último de los genes al ser univetilinas y provenir ambas del mismo cigoto pero sabiendo que estaba influenciada por el odio, no dije nada y le permitir ser a ella quien la examinara. 
-Se lo agradezco, mi dueño amado- contestó temblando de la emoción.
Para entonces, acabábamos de llegar al chalet donde iba a ser la subasta por lo que le ordené que se pusiera una máscara que tapara su cara por completo-No quería que al ver que era la gemela de la subastada, subieran el precio artificialmente ya que en ese mundillo, una pareja de gemelas esclavas era algo infrecuente y por eso se valoraba en exceso.
Zoe se la colocó y bajándose del coche, me abrió la puerta. Tranquilamente, aguardó en posición de quieta. De pie, con las piernas abiertas, las manos a la espalda y la cabeza baja esperó a que saliera y cuando lo hice, puso en mis manos una correa que até a su collar.
-Vamos- ordené.
Mi perrita se dejó llevar y moviendo su trasero en señal de alegría, entró tras de mí en la casa. Tras unas breves presentaciones, donde obligué a Zoe a demostrar lo aprendido, nadie en ese lugar tuvo duda de hallarse frente a un amo estricto y dominante.
-¿Dónde está la carne?- pregunté al encargado de vender el lote.
El susodicho era un gigantesco negro con cara de pocos amigos que al oír mi tono, se me encaró exigiéndome respeto:
-¿No entiendo a qué se refiere?- respondí sin saber qué ley había infringido.
-No es carne sino ganado selecto- contestó con gesto serio –Nuestra mercancía  está al menos tan adiestrada como la suya-
-Veremos- dije aliviado por no haber metido la pata.
Acto seguido, me llevó a ver el género. Una docena de hombres y mujeres permanecían sobre una tarima, esperando que alguien del público pidiera inspeccionarlos. No me costó encontrar a Jane. La rubia se alegró al verme entrar pero al percatarse que su hermana me acompañaba, cambió de actitud y con gesto huraño, bajó la cabeza. Cómo no quería que nadie supiera de mis intenciones, me entretuve examinando lo expuesto antes de decirle a mi ayudante que inspeccionara a una preciosa negrita de grandes pechos.
Zoe no se hizo de rogar y cogiéndola de la coleta, la puso de rodillas y llevando sus manos tras la nuca, le obligó a poner recta su espalda, tras lo cual le abrió la boca y contándole los dientes, se dio la vuelta y me dijo:
-Amo, esta zorra parece sana. ¿Qué quiere que compruebe?-
-Dime que tal sabe- respondí como si nada mientras charlaba con un parroquiano interesado en mi asistente.
Zoe, tras meter sus dedos en el interior del sexo de la negrita, se los llevó a la boca y me contestó:
-Fuerte pero dulce, ¿quiere probarlo?-
-Sí, dame un poco-
Esta vez, mi ayudante forzó la elasticidad del sexo de la sumisa al introducirle tres dedos. La negra gimió al ver horadado su sexo pero sobre todo cuando deleitándome en su sabor, dije en su oído:
-Si no sales cara, esta noche dormirás conmigo-
El rostro de la esclava reflejó que dicha perspectiva sería de su agrado y obviando que estaba ante un público extenso, la morena adoptó la posición de esclava del placer por si me apetecía hacer uso de ella.
Solté una carcajada pero pasando a la siguiente sumisa que no era otra que Jane, le levanté la cabeza y mirándole a sus ojos, le pregunté su nombre:
-Mi nombre no importa, será el que mi nuevo amo me ponga- contestó altanera.
Su hermana aprovechó su arrogancia para  castigarla con un doloroso pellizco en los pezones. No se midió, cogiendo ambos entre sus dedos, se los estrujó y retorció hasta que con lágrimas en los ojos, Jane me pidió perdón diciéndome su nombre.
-Si llego a comprarte te llamaré “Chita”, no te mereces tener nombre de persona”- y dirigiéndome a Zoe, le pedía que la revisara.
Mi cachorra sonrió y poniéndose unos guantes, abrió las nalgas de su hermana y sin mediar palabra, forzó su esfínter introduciéndole todas las yemas de su mano.
-Me duele, puta- chilló quejándose del maltrato.
Su chillido provocó el silencio de los presentes y tuvo que ser su dueño de entonces,  el que pidiéndome perdón, le soltara un guantazo por la falta de respecto a un posible comprador.
-Amo, ¡Usted no comprende!- se trató de defender Jane, insistiendo en su desobediencia.
Su dueño cabreado porque tal actitud bajaba el precio que podría conseguir, trató de aminorar el daño, ofreciéndome usarla gratis.
-Yo no, pero le importa que sea mi perra la que la pruebe-
-Sí, claro- contestó el propietario porque un show lésbico podría hacer olvidar lo sucedido.
Tendríais que haber visto las caras de ambas al escuchar el permiso. Zoe no cabía de gozo, se la veía excitada y no pudo reprimir un grito de alegría cuando le ordené que se pusiera un arnés. En cambio su hermana estaba desolada. Con lágrimas en los ojos, esperó postrada sin poder hacer nada por evitarlo que la rival de su niñez llegara a su lado y abriéndole las nalgas, empezara a sodomizarla con violencia.
-¡Argg!- gritó de dolor al sentir campear al enorme pene de plástico por sus intestinos.
Mi sierva no se compadeció de ella e incrementando la velocidad de sus embates, la cogió de la melena a modo de riendas.
-Muévete puta. Demuestra lo que sabes hacer- le gritó a la vez que tiraba hacia atrás de su melena.
Temiendo una nueva reprimenda, Jane se mantuvo en silencio mientras su hermana disfrutaba de su posición y solo cuando forzando aún más su entrada trasera la agarró de los pechos, su propia calentura hizo que empezara a gozar. Al darme cuenta, obligué a mi cachorra a bajarse del estrado y volver a mi lado.
-¿Por qué me ha parado?- molesta, me susurró al oído.
-¿Eres idiota o qué?- contesté – Si la gente  se percatara de su orgasmo, subiría el precio-
Asintiendo con la cabeza, se arrodilló a mi lado y agachando la cabeza, me besó los zapatos en señal de obediencia. Su actitud servil consiguió la aceptación unánime de la concurrencia, llegando incluso uno de los amos presentes a decirme si estaba interesado en venderla:
-¿Cuánto pagarías?- pregunté ante la horrorizada mirada de Zoe.
El tipo tras pensárselo unos instantes, me respondió:
-Veinte mil dólares-
Solté una carcajada al descubrir que tenía un pequeño tesoro pero haciéndome el ofendido, contesté:
-Por ese precio, te la alquilo una semana-
Contra toda lógica, el fulano me pidió mi email para permanecer en contacto y como en ese momento nos avisaron que iba a dar inicio la subasta, quedamos en seguir hablando al terminar la misma. Para quien no lo sepa, en esos ambientes al primar la privacidad, todos los tratos se hacen por correo electrónico para evitar problemas con las autoridades.
-¿No pensarás venderme?- me susurró Zoe en cuanto el posible comprador se fue a ocupar su silla.
-Depende. En esta vida todo tiene un precio- respondí muerto de risa.
Mis palabras consiguieron inculcar el miedo en ella y temblando de terror, se mantuvo postrada a mis pies mientras el encargado subía al estrado con un altavoz.
El primer sujeto en ser subastado fue un culturista. Por sus músculos se notaba que dicho sujeto había invertido muchas horas en su cuerpo y eso se tradujo en el precio. De todos los presentes solo dos personas licitaron por él: una cincuentona con cara de mala leche y un mariquita escuálido. Al final fue el homosexual quien se lo llevó a casa por siete mil dólares ante el cabreo de la señora. En cambio, el rubio se mostró alegre al ser adquirido por un hombre.
La segunda liza consistió en dos mujeres de pelo castaño. Aunque a mi parecer eran insulsas y de segunda calidad, al ser bisexuales y mostrar un adiestramiento ejemplar, hubo un reñido  pugna por ver quien se las agenciaba y al final el comprador tuvo que pagar trece mil euros por incorporar a esos dos especímenes a su harén.
Como los siguientes lotes tampoco eran de mi agrado y quería que todo el mundo creyera que estaba interesado en la negrita, estuve alabando de sobremanera su belleza ante mis tertulianos.
Un árabe vestido de occidental, refutando mi gusto, adujo que la morena no era de su agrado porque la veía poco instruida.
-Eso es lo bueno. En las manos de alguien como yo, se puede convertir en una obra de arte. Fijaros en mi cachorra, cuando llegó a mí, no sabía siquiera hacer una mamada y ahora es una experta- y sin pedir opinión a la rubia que tenía a mis pies, le pregunté si quería una demostración.
El sujeto en cuestión aceptó mi sugerencia y ante la mirada pasmada de Zoe, la llevó hasta su silla y le obligó a hacerle una felación.
-No me falles o te arrepentirás- amenacé a mi perrita al ver el desinterés con el que se arrodilló frente al norafricano.
Mi advertencia espoleó su ánimo e imprimiendo todo su saber en la mamada, levantó el aplauso de los presentes. Al volver a mi lado, me preguntó con ira en sus ojos si estaba complacido con mi sierva. A modo de respuesta, le contesté en voz alta que sí y que a modo de premio, le permitía elegir entre el ganado a alguien para ser su esclavo:
-Dueño mío. Me gustaría que compraras a la tal “Chita”-
Indignado, recriminé su mal gusto, aduciendo que era un ejemplar del que difícilmente se podría sacar nada provechoso.
-Lo sé pero aun así la quiero. Deseo castigarla por el modo en qué se ha dirigido a usted-
Dirigiéndome al fulano que tenía al lado, soltando una carcajada, dije casi gritando para que todo el mundo se enterara:
-Por eso sigue siendo sumisa, le falta eso que diferencia a un instructor de un verdadero amo. Es acojonante que entre todo el grupo subastado le guste esa zorrita desobediente-
Todo el mundo me dio la razón.
La subasta seguía mientras tanto y por eso, cuando el organizador llevó a la mitad del estrado a la negrita, fui el primero en pujar:
-Dos mil dólares-.
La morena sonrió al ver que cumplía mi palabra. Se veía a la legua que deseaba ser adquirida por mí pero desgraciadamente para ella y en gran parte gracias a mí, su cotización subió como la espuma llegando el árabe a pagar por ella casi treinta mil dólares. Su antiguo dueño estaba como en una nube, ya que, ni en su mejor sueño pensaba recibir por ella más de cinco mil euros.
Fue entonces cuando sacaron a Jane a subasta. Increíblemente la concurrencia la recibió con pitos, de forma que al final conseguí comprarla por apenas mil quinientos pavos. La gemela se mostró desolada al enterarse que era yo su nuevo dueño y llorando dejó que su hermana le ajustara un collar con mi emblema.
-Tráeme a “Chita”- ordené sin descubrir todavía mis cartas.
Zoe arrastró a mi nueva adquisición hasta mí y obligándola a adoptar la postura de esclava del placer, me mostró orgullosa la captura.
-Aquí la tiene- dijo mientras le soltaba un azote en el trasero.
Lo que no se esperaba mi cachorra fue que en ese momento, le dijera:
-¡Quítate la máscara!-
Sin darse cuenta de mis intenciones, la teniente se despojó de su careta de modo que todo el mundo se percató que eran iguales. Lo que empezó siendo un murmullo se convirtió en un clamor cuando alzando la voz, pregunté al organizador si admitían nuevos lotes. Me contestó que por supuesto y ante la desolación de las gemelas, las puse a la venta advirtiendo que de no alcanzar el precio que creía justo por ellas, me las quedaría.
Como comprenderéis la venta de ese par de rubias alcanzó un precio desorbitado ya que todos querían quedarse con esos ejemplares tan extraños en ese mundo.  Alucinado contemplé la pelea que protagonizaron cinco amos por agenciarse a las dos muchachas. Cuando la subasta llegó a su fin, el precio se había elevado hasta los doscientos mil dólares. El postor no era otro que el árabe ricachón que había disfrutado de la mamada de Zoe. Fue entonces cuando el subastero me preguntó si estaba de acuerdo con esa suma.
-Todavía, no- respondí y dirigiéndome al tipo,  dije: -Si acepto me quedaría sin esclava. Si añades la negrita a esa cifra, ¡Son tuyas!-
El tipo cerró el trato con un apretón de manos. Como último favor le pedí que me dejara despedirme de las hermanas, a lo cual no puso ningún impedimento. Estaban todavía llorando cuando me acerqué a ellas.
-¿Por qué lo has hecho?- preguntó Zoe, completamente desecha.
-No creeréis que he olvidado vuestro chantaje. Como dicen en México: “perdono pero no olvido”-  e intercambiando esclavas, salí del local con mi morena sin mirar atrás.


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Relato erótico: “Prostituto 15 Dina quiere ser violada” (POR GOLFO)

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Mi jefa viene a verme:
Como prostituto sé que cuando la gente deja volar su imaginación y se recrea en fantasías da como resultado las situaciones mas morbosas y raras con la que uno no ha soñado siquiera. Un ejemplo claro fue cuando Johana me llamó una tarde para comentarme la extraña petición de una clienta:
-Alonso, ¿Vas a estar en casa?-
Desde que Tara me abandonó, mi jefa aprovechaba cualquier oportunidad para verme y por eso no me extrañó que me lo preguntara. Por mucho que había tratado de explicarle que estaba bien y que ya me  había recuperado de su traición, no me creía y mirando por su inversión, cada vez que podía se auto invitaba a cenar. Más que harto del marcaje al que me tenía sometido, le contesté que no.  Por mi tono comprendió que no estaba de humor pero como tenía que hablar conmigo, respondió:
-Necesito verte, así que ¿O me esperas o me dices donde vas a estar?-
La firmeza con la que me habló me hizo a regañadientes aceptar verla y cabreado hasta la medula, le contesté que la esperaba hasta las siete, ni un minuto más:
-Allí estaré- me soltó colgando el puto teléfono.
“Esta puta cree que es mi dueña y me trata como a un niño”, maldije enfadado al advertir que me había dejado hablando solo al otro lado del auricular. Aunque gracias a ella vivía como un pachá, interiormente la acusaba de mi separación, ya que, una de las razones principales por las que Tara me dejó era que no soportaba que fuera un prostituto. Las dos horas que tuve que aguardar encerrado entre las paredes de mi apartamento, lejos de calmar mi cabreo, lo hicieron incrementar y por eso decidí hacerle pasar un mal rato.
Desde que nos conocíamos, había surgido entre nosotros una extraña química que hacía que nos atrajésemos y repeliésemos por igual. Johana, en sí, era una mujer pelirroja preciosa. Dotada por la madre naturaleza de unos pechos que harían suspirar a cualquier hombre, me había dado calabazas siempre que había hecho un intento por acercarme a ella. Era consciente que le atraía pero se negaba aduciendo que lo nuestro eran negocios.
“¡Te vas a joder!”, pensé mientras planeaba mis siguientes pasos, “si no sabes si te atraigo o te doy asco, hoy te vas a enterar”.
Aprovechando que siempre que venía a casa, nunca llamaba al timbre sino que usaba las llaves que le había dado para un caso de emergencia, decidí darle un escarmiento y la esperé tumbado en mi cama, totalmente desnudo.
Eran las siete menos diez cuando la oí llegar. Al no verme en el salón ni en la cocina, mi querida “madame” creyó que la había dejado plantada y enojada, gritó:
-¿Alonso?-
-Estoy en mi habitación- contesté desde la cama.
La muchacha, ajena a lo que se le avecinaba, entró en mi cuarto y al verme en pelotas sobre las sábanas, exclamó preocupada:
-¿Estas mal?-
 -¿Tú sabrás?, según las clientas que me consigues, estoy francamente bien- respondí cogiendo mi pene entre las manos y enseñándoselo.
Por su cara, mi exhibicionismo le molestó pero fue incapaz de retirar sus ojos del miembro que perversamente masajeaba frente a ella.
-¿Qué coño haces?- hecha una energúmena me soltó y tras reponerse de la sorpresa inicial, me gritó: -¡Tápate!-
-Lo siento pero no puedo- contesté levantándome y cogiendo un bote de Nivea, me la empecé a untar por mi cuerpo. –Tengo que salir y no querrás que nuestra clientela encuentre mi piel reseca-
Su desconcierto fue total al saber que estaba luciendo mi anatomía con el único propósito de molestarla pero a la vez, sabía que no podía evitarlo porque la razón que le había dado era de peso. Johana esperó callada unos minutos creyendo que sería rápido pero al ver que me eternizaba con la crema, me preguntó:
-¿Vas a tardar mucho?-
-Unos quince minutos- respondí  muerto de risa y poniendo el bote en sus manos, le susurré al oído: -Si quieres que me dé prisa, ¡Ayúdame!-
Mi descaro consiguió sacarla de sus casillas y bastante enfada, soltó:
-¿Te gusta jugar? ¿Verdad?-
Mi jefa obtuvo como única respuesta una sonrisa. Al advertir mi recochineo, me miró diciendo:
-Si quieres jugar, ¡Juguemos!-
Cuando creía que iba a ayudarme con la crema, hizo algo que no me esperaba: imprimiendo toda la sensualidad que pudo, ¡Se empezó a desnudar!. Cómo comprenderéis me quedé acojonado al observar como esa pelirroja dejando caer su vestido al suelo y desprendiéndose de su ropa interior, se quedaba completamente desnuda frente a mí. Creyendo que lo que quería era marcha, me acerqué a ella pero en cuanto vio mis intenciones, dijo:
-Cómo se te ocurra tocarme, ¡Te corto los huevos!-
Sin saber qué hacer, me la quedé mirando. Johana sonrió al ver mi confusión y abriendo el bote, cogió crema y melosamente se la empezó a untar por los pechos mientras me decía:
-¿Te parece bien que hablemos de negocios?-
Os juro que jamás creí que mi estratagema diera como resultado que por primera vez pudiese disfrutar de la visión de sus pechos y menos que esa fría mujer se pellizcara los pezones en mi presencia solo para devolverme la jugarreta. Alucinado y bastante excitado, no me quedó más remedio que reconocer que esa chavala tenía un cuerpo de escándalo mientras veía como sus manos recorrían lentamente y sin ningún pudor toda su piel. Siempre supuse que Johana estaba buena pero al verla así, me di cuenta de mi error:
¡Estaba buenísima!.
No solo era una mujer delgada de grandes tetas sino la perfecta combinación de genes la habían dotado de un culo espectacular que no desmerecía en nada al resto de su anatomía. La pelirroja disfrutando de su nuevo poder, se dio la vuelta y agachándose sobre el sofá, me dejó claro que era una oponente formidable cuando echándose un buen chorro, se embarró sus nalgas mientras me decía:
-Una de mis clientas quiere un servicio un tanto especial y le he prometido que te iba a convencer de hacerlo….-
-¿Qué quiere?- respondí mirando absorto cómo con los dedos se separaba sus dos cachetes y regodeándose en la visión que me estaba brindado, mi jefa untó de crema la raja de su trasero.
-Poca cosa, tiene la fantasía de ser violada- soltó como cualquier cosa mientras se daba la vuelta y separando sus rodillas, me mostró orgullosa un sexo pulcramente depilado – Sé que es raro pero me ha firmado un documento donde te exime de cualquier responsabilidad, afirmando que sería sexo consentido-
Debí negarme de plano pero en ese momento, mi mente estaba deleitándose con la vulva casi adolescente de la pelirroja. La muchacha sabiéndose deseada, separó los labios con sus yemas y mientras acariciaba su clítoris, me dijo:
-Está todo arreglado, me ha dado las llaves de su casa y cómo no quiere saber cuándo vas a hacerlo, me ha informado que va a estar sola todas las noches hasta fin de mes-
Os juro que ni siquiera me di cuenta de que mi pene había reaccionado y que totalmente erecto, se mostraba en toda su extensión. Queriendo alargar el momento, le pedí la dirección pero entonces, Johana cogiendo su ropa se empezó a vestir mientras me la daba. Al terminar y cuando ya salía de mi apartamento, me soltó:
-Aunque seas un prostituto, no puedes negar que eres hombre. Creía que me iba a ser imposible convencerte pero ya ves, con solo enseñarte una teta, has aceptado-
-¡Zorra¡- la insulté.
Ella no se inmutó y cerrando la puerta tras de sí, soltó una carcajada mientras me decía:
-Por cierto, tienes una bonita polla-
Hundido y humillado, me vi en mitad del salón con una erección de caballo mientras mi supuesta víctima se iba victoriosa sin daño alguno. “¡Será una calientapollas pero tengo que reconocer que es brillante!” maldije mientras me  volvía a la cama a liberar la tensión acumulada en mi entrepierna.
 Cumplo su encargo:
Esa tarde por mucho que intenté borrar de mi mente la imagen de mi jefa y la crema, me resultó imposible porque cada vez que lo intentaba, volvía con más fuerza el recuerdo de esa calientapollas. Yo que me creía un halcón resulté ser una paloma en cuanto Johana se lo propuso. Usando mis mismas armas, esa mujer me venció con tal facilidad que me quedé preocupado. “Va a resultar que me gusta esa zorra” pensé mientras tratando de olvidar mi ridículo, abría el dossier sobre esa clienta:
 “¡No puede ser!” exclamé al descubrir que la supuesta trastornada que quería sentir una violación era una primorosa morena de veinticinco años. Cuanto más miraba su foto, más raro me parecía todo al no comprender como una monada cómo esa, deseaba ser follada sin su consentimiento.
“O está como una puta cabra, o lo que le ocurre a esta tipa es que está cansada de los hombres que sin duda la cortejan y quiere probar que alguien la tome sin su consentimiento” sentencié cerrando la carpeta y yéndome a arreglar.
Aunque esa noche no tenía ninguna cita, decidí ir al Hilton a ver si había alguna ejecutiva con ganas de juerga. Mientras me duchaba, seguí pensando en mi jefa de forma que sin darme cuenta, me volví a excitar sin que el agua fría pudiera hacer nada por remediarlo.
“A la que violaría sin pensármelo dos veces es a ella”, me dije al percatarme mientras lo enjabonaba de la erección de mi miembro.
Os juro que si no llega a ser porque debía ahorrar fuerzas por si esa noche triunfaba, me hubiese masturbado nuevamente en su honor. Necesitaba follar para mitigar el calentón con el que esa puñetera pelirroja me había castigado y por eso, me vestí con mis mejores galas y salí a conquistar Nueva York. Esa noche todo me salió mal. Al coger un taxi, pinchó y cuando traté de tomar otro, me fue imposible porque parecía como si toda la ciudad hubiera pensado en lo mismo. Tras media hora soportando en una esquina el calor de Manhattan, decidí irme andando. Para colmo de males, al llegar al hotel, descubrí que todo el ganado medianamente pasable estaba ocupado con mi competencia y tras varios intentos infructuosos, me quedé comiéndome los mocos en una esquina del bar mientras los demás prostitutos hacían su agosto.
“¡Hay que joderse!”, pensé al observar a un jodido italiano de baja estofa saliendo con una rubia espectacular, “si hubiese llegado antes ese culo seria mío”.
Molesto y con alguna copa de más, salí del local al cabo de tres horas. Harto de que durante todo ese tiempo solo se me hubiera acercado una anciana borracha, decidí irme a casa pero cuando ya estaba en la parada del taxi, me di cuenta que al salir de mi apartamento, había cogido las llaves de Diana, la fetichista que quería ser violada. Cómo casualmente su piso estaba a unas manzanas de distancias, solventé hacerle esa misma noche la visita.
“No creo que se lo esperé. Al fin y al cabo, hoy se lo ha pedido a Johana  y según ella tengo un mes para hacerlo” pensé mientras me dirigía a pata hasta su dirección.
Estaba caminando hacia allí, cuando caí en que si se suponía que debía parecer una violación, no podía ir a cara descubierta y por eso al toparme con una tienda de chinos abierta 24 horas, entré y me compré unas medias que colocarme en la cabeza. Ya que estaba en ese establecimiento, también me agencié con un par de bolsas de tela y una cuerda para dar mayor veracidad a mi actuación. Debieron ser las copas pero curiosamente al llegar a su portal, no estaba nervioso cuando lo lógico es que estuviera a terrado con lo que iba a hacer. Entré en el edificio con las llaves de la cría y llamando al ascensor, subí hasta el décimo piso. Ya en el descansillo, busqué la letra D y sin hacer ruido, abrí el apartamento.
Al cerrar la puerta y girarme, comprobé que no había luz en la casa y poniéndome la media, empecé a recorrer la casa. Por el lujo con el que estaba decorada, comprendía que además de estar buena, esa muchacha tenía pasta. Se notaba por todo, desde los cuadros colgados en las paredes hasta los muebles destilaban clase y dinero. Al pasar por la cocina, cogí un cuchillo con el que dar más realismo al asalto y tranquilamente fui en busca de la muchacha.
La encontré dormida tranquilamente en su cama y para evitar confusiones verifiqué que fuera la misma de la foto que tenía en el móvil.
“Es ella” determiné tras comprobar sin lugar a dudas que esa cría era la misma que me había contratado y entonces poniéndole el cuchillo en la garganta, la desperté.
Os podréis imaginar el susto con el que se despertó al abrir los ojos y toparse con un tipo con una media en la cara mientras en su cuello sentía una fría hoja de acero. Tapando su boca con mi mano, evité que su grito despertara a los vecinos y entonces le dije con voz fría:
-¡Zorra!, si no gritas no te va a pasar nada-
Fue entonces cuando comprendí que la muchacha se había repuesto del susto y que había comprendido que yo era el tipo que había contratado porque en vez de llorar, sonrió mientras me decía:
-¡No me violes! ¡Por favor!-
Disgustado por su pésima actuación, decidí darle un escarmiento y soltándole un tortazo, le grité:
-Aunque venía a robar quizás aproveche para darte un revolcón- y sin esperar su reacción, le di la vuelta y cogiendo la cuerda la até.
-¡Me haces daño!- se quejó cuando apretando los nudos, la inmovilicé con los brazos atados a sus tobillos.
Sin compadecerme de ella, la cogí del pelo y tirando de su melena, le pregunté:
-¿Dónde tienes las joyas?-
La morena me miró asustada por primera vez e intentando comprender lo que ocurría me dijo casi llorando:
-Johana no me dijo nada de robar-
Aproveché su desconcierto para darle otro guantazo mientras le decía que  no sabía de qué hablaba. La cría histérica me preguntó si no era el amigo de la pelirroja y al contestarle que no la conocía y que ya podía irme diciendo donde guardaba las cosas de valor, se quedó aterrada.
Incapaz de asimilar lo que le estaba ocurriendo, Dina me rogó que no le hiciera nada y que tenía todo en una caja fuerte en el salón.
-Te voy a soltar para que me la abras pero no intentes escapar o te mato- dije mientras la desataba.
A esas alturas, la cría ya estaba convencida de que yo era un delincuente y mientras la llevaba hacía esa habitación, no paró de llorar.
-¡Cállate!, puta- le exigí retorciéndole el brazo.
Su gemido angustiado me informó de que estaba consiguiendo llevarla a la desesperación y  cuando temblando se puso a introducir la combinación, aproveché la ocasión para contemplar a la morenita.
“Está buena” me dije valorando positivamente el estupendo cuerpo que se podía vislumbrar bajo la lencería negra que llevaba.
Pequeña de estatura, tenía un par de peras dignas de un banquete pero lo mejor era ese culito tierno y bien formado que desde que la vi postrada en la cama se me había antojado.
-¡Date prisa!- le solté con el único objetivo de aterrorizarla.
Hecha un flan, tuvo que hacer dos intentos para conseguir  abrir la caja. Cuando lo consiguió le ordené que metiera todas las joyas en una de las  bolsa de tela, tras lo cual, la volví a llevar a su cuarto.
-¿Qué me vas hacer?- musitó acojonada cuando la lancé sobre la cama.
-Depende de ti. Tienes que ser una zorra de lujo para dormir así- le grité mientras con el cuchillo desgarraba su sujetador.
Dina, pávida, tuvo que soportar que prenda a prenda fuera cortando toda su ropa, Cuando ya estaba desnuda sobre la cama, pasé el filo de acero por sus pechos y jugueteando con sus pezones, le dije con voz perversa:
-¿No querrás que cuando me vaya, te deje una fea cicatriz?-
Esa cría que fantaseaba con ser violada cuando  vio que iba en serio, se meó literalmente.  Incapaz de retener su vejiga, Dina se orinó sobre las sabanas al estar segura de que su vida corría peligro y con voz temblorosa, me respondió:
-No me hagas daño, ¡Te juro que haré lo que me pidas!-
Satisfecho al tenerla donde quería, la obligué a arrodillarse a mis pies e imprimiendo todo el desprecio que pude a mi voz, le ordené que me hiciera una mamada. Reconozco que me encantó verla descompuesta mientras sus manos me bajaban la bragueta y más aún cuando esos labios acostumbrados a besar a hombres con dinero, se tuvieron que rebajar y abrirse para recibir en el interior de su boca el pene erecto de un supuesto delincuente.
-Así me gusta, ¡Perra!. ¡Métela hasta dentro!-
Tremendamente asustada y con su piel erizada cual gallina, mi pobre clienta se metió mi miembro hasta el fondo de la garganta. Sin quejarse empezó a meter y sacar mi extensión mientras gruesos lagrimones recorrían sus mejillas. Tratando de reforzar mi dominio pero sobre todo su humillación, le ordené que se masturbara al hacerlo. Sumisamente, observé como esa niña bien separaba sus rodillas y llevando una de sus manos a su entrepierna, se empezaba a tocar.
-Debiste ser la putita del colegio y ahora estoy seguro que eres la amante de algún ricachón, ¿Verdad?- le solté para seguir rebajando su autoestima y cogiendo su cabeza entre mis manos, forcé su garganta usándola como si su sexo se tratara.
A la chavala le dieron arcadas al sentir mi glande rozando su campanilla pero temiendo contrariarme se dejó forzar hasta que derramándome en su interior, me corrí dando alaridos. Mientras lo hacía le ordené que se tragara toda mi simiente y ella, obedeciendo no solo se bebió toda mi corrida sino que cuando mi pene ya no escupía más, se dedicó a limpiarlo con la lengua.
Viendo su buena disposición, la obligué a ponerse a cuatro patas en la cama y entonces, le pregunté si tenía un consolador. Totalmente avergonzada, la muchacha me contesto que tenía uno en el cajón. Sacándolo se lo di, tras lo cual le dije que si quería seguir viva cuando me fuera, quería verla masturbándose con él empotrado en el trasero.
-Soy virgen por ahí- se quejó en voz baja.
-Tú verás- le informé- ¿o te metes ese aparato o tendré que ser yo quien te rompa el culo?-
No tuve que repetir mi amenaza, cogiendo un poco de flujo de su vulva, la muchacha untó su consolador antes de con gran sufrimiento, desvirgar su entrada trasera. Fui testigo de cómo sufrió al ver forzado su esfínter y de cómo esa cría una vez con él introducido hasta el fondo, se empezaba a masturbar. Poniéndome a su lado, cogí uno de sus aureolas entre mis yemas y dándole un pellizco, me reí de ella diciendo:
-Eres una guarra, ¡Tienes los pezones duros como piedra!-
La morenita gimió al sentir mi caricia y tratando de complacerme, reconoció en voz alta que era una puta. Su sumisión me dio alas y cogiendo el dildo que tenía incrustado, empecé a sacarlo y meterlo en su interior mientras la acariciaba y la insultaba por igual. La combinación de insultos y mimos fueron llevando a la chavala a un estado tal que no sabía si estaba excitada o muerta de miedo. Yo por mi parte si lo sabía, Dina aunque todavía no fuera consciente estaba totalmente dominada por la lujuria y estando al borde del orgasmo, cualquier empujón por mi parte, la haría correrse sin remedio.
-¿Qué prefieres cerda? ¿Qué te preñe o que te dé por culo?-
Dina asumió que era inevitable y confiada por estar tomando la píldora, me rogó que la preñara porque eso significaba mantener medianamente intacto su orificio trasero. Solté una carcajada al escuchar su preferencia y tumbándola en la cama, levanté sus piernas hasta mis hombros y de un solo empujón le clavé mi extensión hasta el fondo mientras la informaba:
-Primero el coño y luego el culo-
-Ahh- gritó al sentir mancillado su sexo.
Al meter mi miembro, descubrí que esa zorra estaba empapada y por eso sin dejar acostumbrarse a sentir su conducto relleno, imprimí a mis incursiones de una velocidad endiablada.
-¡Dios!- gritó al pensar que la partía cuando notó mi glande chocando contra la pared de su vagina.
Sin darle tiempo a reaccionar, cogí entre mis dedos sus pezones y presionándolos, ordené a mi clienta que se moviera. Para el aquel entonces la media que portaba me tenía acalorado. Por eso cogí la otra bolsa de tela y se la puse en la cabeza para seguir representando el papel de violador.
-Por favor, ¡No quiero morir!- chilló al sentir que la apretaba sobre su cuello.
-No te voy a matar, ¡Todavía!. Te la pongo para no verme obligado a hacerlo. Tengo calor y no quiero que me veas la cara-
Mis palabras consiguieron calmarla momentáneamente pero mi acción tuvo un efecto no previsto, al reducir el flujo de aire, su cerebro y la adrenalina incrementaron sus sensaciones de forma que no llevaba ni tres minutos follándomela encapuchada cuando la sentí convulsionar bajo mi cuerpo y aullando desesperada se corrió sobre las sabanas. Era tal la cantidad de flujo que brotaba de su entrepierna que realmente parecía que nuevamente esa muchacha se estaba meando.
-¿Te gusta ¡Putita!-
-Sí- gritó con sus últimas fuerzas antes de caer agotada sobre la cama.
Su entrega era total y yo, todavía no me había corrido, por lo que la obligué a incorporarse y a colocarse a cuatro patas sobre el colchón. Dina, con la visión bloqueada, se dejó poner en esa posición aunque en su interior estaba acojonada. Cuando sintió unas manos abriendo sus cachetes, intentó protestar pero ya era tarde porque, con el ojete tan dilatado como lo tenía, no me costó horadar por vez primera con un miembro humano esa virginal entrada.
Dina gritó al experimentar mi dureza maltratando su ojete pero contra lo que tanto yo como ella esperábamos no hizo ningún intento de apartarse. La tranquilidad con la que iba absorbiendo mi extensión, me permitió seguir insertando mi pene y lentamente pero sin pausa, se lo clavé hasta que su base chocó contra sus nalgas.
-¡Que gusto!- aulló sin darse cuenta que estaba aceptando ser violada y como si fuera un hábito aprendido, empezó a moverse con prudencia.
Cuidadosamente, la cría fue incrementando la velocidad con la que se  empalaba hasta que su cuerpo tuvo que soportar un castigo infernal. Los suaves gemidos fueron aumentando su volumen mientras mi víctima sentía que su esfínter se había convertido en una extensión de su sexo. En un momento dado, Dina berreó como si la estuviera matando al ser desbordada por el cúmulo de sensaciones que iba experimentando.
-¡Me corro!- chilló mientras convulsionaba sobre las sábanas.
Una vez había conseguido que la morenita se corriese, me vi libre de buscar mi propio placer y cogiéndola de los pechos, esta vez fui yo quien aceleró sus sacudidas. Al acrecentar tanto el ritmo como la profundidad de mis incursiones, prolongué su clímax de forma tan brutal que con la cara desencajada, la muchacha me rogó que parara. 
-¡No aguanto más!-
Sus ruegos cayeron en el olvido y tirando de ella hacía mí, proseguí con mi mete-saca `particular sin importarme sus sentimientos. Con la moral por los suelos, Dina fue de un orgasmo a otro mientras su supuesto agresor seguía mancillando y destrozando su culo. Afortunadamente para ella, mi propia excitación hizo que explotara regando con mi semen sus adoloridos intestinos. Aun así seguí machacando su entrada trasera hasta que mi miembro dejó de rellenar su conducto y entonces y solo entonces, la liberé.
La pobre y agotada muchacha cayó sobre el colchón como desmayada. Al verla postrada de ese modo, supe que había realizado un buen trabajo y orgulloso de mi desempeño, me levanté al baño a limpiarme los restos de nuestro desenfreno. Ya de vuelta a la habitación, Dina ni siquiera se había movido. Indefensa esperaba que me hubiese ido, pero temiendo lo contrario ni siquiera se había quitado la capucha.
Nada más sentarme a su lado, se la quité. Asustada metió la cabeza en la almohada, intentando no verme porque eso supondría que la tendría que matar para que no me identificara. Solté una carcajada al saber el motivo y dándole la vuelta, le dije con suavidad:
-Dina, ¿Te ha gustado tu fantasía?-
Al verme la cara y reconocer en ella al prostituto que había contrato, se puso a reír completamente histérica mientras me insultaba acordándose de todos mis parientes.
-¡Serás cabrón! ¡Me has hecho pasar el peor rato de mi vida!-
-¿No era eso lo que querías?- le pregunté sonriendo.
-Sí…-contestó y tras unos momentos pensando, prosiguió diciendo: -Eres un capullo pero ahora que sé que era una farsa, te tengo que confesar que he disfrutado como una perra. ¡Me ha encantado sentirme indefensa! Aunque todavía tengo un sueño que me gustaría hacer realidad-
-¿Cuál?-
-¿Te importaría atarme?-
Muerto de risa, le pellizqué un pezón mientras recogía del suelo la cuerda con la que cumplir su deseo. Dina, al sentir mi caricia, se tumbó en la cama y ofreciéndome sus brazos, me rogó:
-¡Fóllame!-

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

Relato erótico: “Vendo sumisas” (POR AMORBOSO)

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Hola, soy Manuel, y tengo cinco sumisas que quiero vender. Tienen entre 18 y 29 años y están todas muy bien educadas. Responden a cualquier orden sin pensar en revelarse, término que ha desaparecido de sus mentes.

Están en muy buena forma física, porque dedican varias horas al día al ejercicio físico, además de cuidar su alimentación.

Todas entrenadas para hacer presión tanto con el anillo del culo como del coño para mayor satisfacción del amo. No están anilladas ni marcadas, lo dejo a elección de su nuevo amo.

La garantía es de por vida. Con reeducación gratuita si en algún momento tuviesen algún signo de rebeldía.

Si tiene interés y no consigue una, no se preocupe, más adelante iré disponiendo de más cada pocos meses. Puede apuntarse a la lista de espera. También es posible adaptarlas a gustos especiales.

Pueden enviarme las ofertas y gustos cuando deseen.

Seguramente no se creerá que pueda disponer de nuevas sumisas en pocos meses, cuando se tarda años en conseguirlo, por lo que voy a contarle el método, en la seguridad de que pocos o más bien nadie, podrán copiarlos y lo hago por dos razones, para convencerle y para dar a conocer las manipulaciones de las multinacionales.

Soy hijo de un matrimonio de médicos. Mi madre dirige una residencia de ancianos y mi padre es médico de la sanidad pública por las mañanas, tiene un afamado consultorio privado en la mejor zona de la ciudad, donde pasa consulta los lunes, miércoles y viernes por la tarde, dedicando el martes y jueves a atender gratuitamente a enfermos en una de las zonas más deprimidas. Todavía saca algo de tiempo para ayudar a mi madre en la residencia, donde viven ellos y hasta no hace mucho, yo también.

Desde que nací, me he criado entre el dolor de los demás. Los ancianos con sus molestias, dolores articulares y de todo tipo, el de los pobres que no pueden comprar medicinas y calmantes para sus enfermedades, a pesar del reparto gratuito e insuficiente que hace mi padre, y otros que he ido viendo.

Cuando tuve un poco de razón, decidí que estudiaría para conseguir un modo barato, si no gratuito, de suprimir el dolor de las personas. Por eso, en cuanto pude, empecé a leer todo lo que podía sobre el dolor, sus causas, cómo se transmite, etc., aburriendo a mis padres con mis preguntas cuando no entendía algo. Gracias a Dios, tengo gran facilidad de aprendizaje, por lo que ya de mayor, estudié bioingeniería, biotecnología y microelectrónica casi a la vez, con magníficos resultados, culminados con un proyecto de fin de carrera sobre nanotecnología aplicada al dolor, que hicieron que, antes de tener el título en mis manos, ya estuviese contratado por una multinacional farmaceútica, con la cesión de derechos de mi trabajo a favor de la misma y un grupo de otras cinco más.

Cuando entré a trabajar, me colocaron en un despacho con un trabajo que me pareció tan inútil como innecesario y cuando lo hice notar, agregando que podía desarrollar mi proyecto, me dijeron que el proyecto, después de estudiarlo detenidamente, carecía de interés y de futuro, por lo que había sido desechado al no ser rentable.

Cuando pedí más explicaciones, la propia directora general me dio a entender que, si se llevaba a cabo, iban a perder muchísimo dinero al dejar de fabricar la gran cantidad de productos dedicados a calmar el dolor en mayor o menor medida.

Es decir, me habían dado el trabajo para bloquear mi proyecto.

Durante mis estudios, me había montado un laboratorio en una de las habitaciones del sótano de la residencia, donde hice las prácticas de mis estudios y las pruebas de mi proyecto. Cuando salía de perder el tiempo, ya que eso no era trabajar, iba a mi laboratorio para perfeccionar lo mío.

Un año después, asistí a la celebración de la fiesta anual de la empresa. Nos llevaban a uno de los mejores restaurantes, nos invitaban a una fabulosa cena, seguida de baile con barra libre para todos.

Lo pasé estupendamente, los compañeros de mesa, al los que no conocí hasta entonces, fueron amables, de conversación fluida y alegre, lo que unido a las exquisitas viandas, hicieron que disfrutase de la velada en todos los sentidos.

Cuando llegó la hora del baile, la directora general y el que me dijeron los compañeros que era su marido y que veía por primera vez, lo inauguraron con un vals, al que pronto se le unieron algunas parejas. Fue el comienzo de las maniobras que quería llevar a cabo y que había planeado desde hacía tiempo.

Invité a una de las muchachas más hermosas de la mesa a bailar y fuimos evolucionando por la pista hasta llegar junto a la directora, momento en que detuve mi baile y, saludando con una inclinación de cabeza, les dije:

-Les apetece cambiar de pareja?

El marido, no lo dudó. Dejó a su mujer y se abrazó a la muchacha. Yo lo hice con la directora y seguimos evolucionando por la pista.

Llevaba un vestido escotado y atado al cuello, que dejaba su espalda al aire, casi

-Es una fiesta magnífica, doña Elena, estoy disfrutando muchísimo.

-Me alegra que te guste… eee…

-Manuel, doña Elena

-Ah, si, Manuel, ya me acuerdo. Es una costumbre de la dirección desde hace años, para que los empleados puedan confraternizar en un ambiente más distendido que el de la empresa.

-Pues conmigo lo han conseguido, tengo unos compañeros de mesa magnífic…

-Agg. Me estás clavando algo en la espalda.

-Uy, perdón, se me ha girado el anillo y lleva abierta una de las garras que sujetan la piedra y es lo que le ha pinchado.

Me la puse bien y seguimos bailando hasta terminar la pieza, momento en el que la acompañé a su mesa y le di las gracias.

No le quité ojo de encima y dos o tres bailes después, vi que se encontraba sentada en su sitio con mala cara, mientras su marido no había dejado a la muchacha que le había intercambiado.

“Ha llegado el momento”, me dije y me fui hacia ella para sacarla a bailar nuevamente.

-No, gracias, tengo mucho malestar por todo el cuerpo. Creo que me iré a casa.

-Quiere que la ayude? Recuerde que yo se mucho sobre el dolor.

-No, gracias, ya se me pasará. Me tomaré alguna pastilla y listo.

-Dudo que se le pase. Es más, creo que irá en aumento. Cuando no pueda más, avíseme y buscaremos la solución juntos. Yo se cómo calmarlo.

Y dicho esto me fui a mi mesa

No era tonta, debió estar pensando y no tardó mucho en acercase a mi, que me encontraba solo en mi mesa y no dejaba de mirarla y sonreir.

-Me has hecho algo, verdad? Me has pinchado con algo. ¿Qué me has metido?

-El resultado de mis estudios…

-¡Maldito cabrón! Sácame lo que me has metido ahora mismo. –dijo gritando, aunque con la música solamente pude oirla yo.

-Shhhhhsssst. No grites. Si me obedeces, te calmaré el dolor, si no, morirás esta noche entre terribles convulsiones y dolores.

Los dolores debían ser muy fuertes, porque enseguida se echó a llorar y dijo:

-¿Qué quieres de mi?

-A ti.

-¿Cómo?

-Te quiero a ti. Quiero que seas mi esclava sumisa.

-¡Maldito hijo de puta! Lo que voy a hacer es denunciarte en la primera comisaría de policía y que te obliguen a limpiarme lo que me has inoculado!

-Haz lo que quieras. –Le dije mientras metía la mano en mi bolsillo. La expresión de su cara volvió a cambiar con un nuevo rictus de dolor.- Pero mañana no verás el sol.

-Cabrón. ¿Qué me estas haciendo?…

-Solo demostrarte que la solución está en mis manos y en tu aceptación.

-¡Detenlo, por favor! –Dijo llorando.

-¿? –La miré con actitud interrogante.

-¿Qué quieres que haga?

-Ve al baño de hombres, entra en uno de los servicios. Espérame allí.

-¡Por favor, quítame este dolor ya!

-Cuando cumplas tu parte.

-¡No puedo ni moverme. Me duele todo el cuerpo. Te lo pido por favor. Quítame este dolor!

-…

-Maldito seas toda tu vida. –Dijo llorosa- Ven pronto, por favor, ya no puedo aguantarlo.

Y se fue moviéndose despacio, llorando por los dolores que se agudizaban a moverse.

No tardé mucho en ir al baño. Cuando entré, estaba vacío, y solo una de las puertas de los cuatro inodoros estaba cerrada. La empujé pero no se abrió.

-Abre.

Se oyó el cerrojo y la puerta se abrió facilitándome el paso, volviendo a cerrarse a mi espalda.

-Llevas un bonito vestido. Te sienta estupendamente. Pero me gusta ver lo que hay debajo. Muéstrame las tetas. (Si hubiese sido otra, le hubiese dicho pechos, que me parece más fino, pero quería empezar a humillarla)

-¡Y una mierda. Cabrón. Hijo de puta. Que te las enseñe tu madre!

Volví mi mano al bolsillo y saqué un pequeño mando con dos potenciómetros deslizantes, con tan mala fortuna que los cursores se engancharon en un hilo suelto y al moverlo se desplazaron hasta el extremo. A pesar de la prisa que me di en volverlos a su posición media, no pude evitar que Elena diese un grito inhumano y cayese redonda al suelo, donde no llegó por los pelos, cuando pude sujetarla. La senté en el inodoro y esperé a que se recuperase.

-¿Qué me ha pasado?

-Has sufrido un dolor tan fuerte que ha saturado tus sentidos y te has desmayado. Por suerte ha sido solamente un momento, si no, habrías muerto en unos segundos.

-Todavía siento mucho dolor.

-Todavía no me has enseñado las tetas.

Creo que en ese momento se rindió. Llorando, llevó las manos a la nuca y desanudó el vestido, dejando caer las dos tiras que lo formaban en su parte superior y que cubrían sus pechos. Operados, por lo firmes que estaban para los 52 años que tenía.

-Me gustan. Ahora, sácame la polla y hazme una buena mamada hasta que me corra. El dolor se incrementará poco a poco y cesará totalmente cuando me corra y te lo tragues todo.

-¡Por favor, no me hagas esto! ¿Qué te he hecho yo para que me lo hagas?

-Luego te lo explicaré. Ahora ponte a chupar y procura hacerlo bien para que me corra pronto, porque llegará un momento que no podrás hacerlo por el dolor y morirás. Lo de antes ha sido solo un aviso.

Con cara de asco y dolor, procedió a soltar mi cinturón.

-No lo sueltes. No quiero que me bajes los pantalones. Sácame la polla y chupa.

Bajó la cremallera de mi bragueta y buscó mi polla en el interior. Cuando la encontró, la sacó con facilidad, porque no estaba erecta, ni siquiera a mitad. La verdad es que esa mujer no me excitaba mucho, pero cuando metió mi polla en su boca y comenzó a darle con la lengua, mientras yo acariciaba sus pezones, los estiraba y apretaba, pellizcaba sus tetas, se me puso dura en un momento.

Era una estupenda mamadora. La chupaba, la recorría con la lengua, deteniéndose en el glande, para luego metérsela hasta la garganta, toda entera, y eso que no es pequeña, aunque grande tampoco (18 cmts y de grueso proporcionado). Eso, unido a que llevaba meses sin follar, me hicieron alcanzar rápidamente un tremendo orgasmo, que, presionando sobre su cabeza para que le entrase toda mi polla, me hizo descargar una abundante corrida directamente a su estómago.

Tosió y escupió babas. Una fuerte bofetada la paralizó.

-No escupas nada, si no quieres limpiarlo con la boca en este sucio suelo.

Seguidamente, moví los cursores de mi pequeño mando y se le calmó todo el dolor.

-¿Cómo lo haces? –Me preguntó.

-¿Recuerdas porqué entré en la empresa?

-Creo que tenías un proyecto para calmar el dolor. –Dijo más calmada.

-Efectivamente, pero me impediste comercializarlo. Por eso he mejorado el sistema para mi uso personal. Ahora no calma el dolor, sino que lo activa e incrementa.

-Y como consigues dar o quitar ese horrible dolor.

-Mi sistema original esta basado en nanobots. Pequeños robots preparados para identificar y fijarse a determinados nervios del cuerpo y bloquear los impulsos que informan al cerebro del dolor. Mi mejora consiste en que también pueden reproducir esos impulsos dolorosos y enviarlos al cerebro como si realmente existiese algún tipo de daño. Cuando estimulo al máximo todos los nervios a la vez, se produce un bloqueo cerebral con resultado de muerte si se prolonga. (Esto no lo tenía comprobado, pero quería asustarla)

Por desgracia –continué- todavía no están perfeccionados y no distinguen entre un nervio y otro, solamente distinguen entre los que lo transmiten, por lo que se fijan a todos a la vez. Tampoco se hacer que vayan al sitio adecuado, por lo que se fijan todos junto al cerebelo, donde llegan todas las terminaciones nerviosas. Por eso sientes como si te estuviesen golpeando, aplastando, pinchando y todo tipo de sensaciones dolorosas por todo el cuerpo a la vez

-¿Ya me los has quitado?

-No, solamente están aletargados. El mando es un emisor de frecuencias que recarga o descarga su energía. Se recargan con la energía de tu cuerpo, y cuando tiene de la mitad en adelante empieza a producir impulsos dolorosos, que se incrementan hasta llenarse completamente de energía, llegando al colapso total, aunque mucho antes ha muerto la persona anfitriona.

-¿Y qué me va a pasar?

-Cuando la energía suba, volverás a sentir dolor, entonces deberás venir a mi para que la descargue.

-¿Y que sentido tiene todo esto?

-Te lo he dicho en la mesa. Desde ahora harás todo lo que te diga. De momento, cada mañana pasarás por mi despacho preparada para ofrecerme tu coño, culo o boca, según me apetezca, no consentiré que te niegues a nada. Si no vienes sufrirás, si no obedeces, sufrirás, si alguien se entera o me detienen sufrirás y luego morirás. Así que tú decides. Mañana es domingo, como la empresa está cerrada, pasarás por mi casa a las 12 en punto para usarte. Esta es la dirección. –Dije pasándole en un papel la dirección de un piso que tenía como picadero.

-¡Eso no te lo crees ni borracho, cabrón, hijo de puta!

-Ah, y quiero que vayas siempre con faldas y sin ropa interior o desnuda, como prefieras o te ordene.

Dicho esto, salí de allí y me fui de la fiesta.

El domingo no vino en todo el día. Yo aproveché para modificar el mando, utilizando botones protegidos para evitar la presión accidental y eliminado los potenciómetros que me habían dado tan enorme susto, además, introduje un código de seguridad para evitar manipulaciones extrañas.

El lunes, a las 4 de la mañana (empezábamos el trabajo a las 9) llamaron a mi puerta con insistencia. Sabiendo lo que ocurría, me puse un calzoncillo, pues duermo desnudo y fui a ver que ocurría. Cuando abrí con los ojos somnolientos, apareció ella demacrada, sin pintar y sin peinar.

-Hijo de puta, quítame otra vez este dolor. –Dijo empujándome y entrando rápidamente.

Yo dejé la puerta abierta, la alcancé y tomándola por el brazo, la arrastré de nuevo al rellano.

-Mal comienzo. Vamos a empezar nuevamente. –Y cerré la puerta.

Volvió a llamar, esta vez de forma normal. Abrí de nuevo y …

-Por favor, quítame este dolor.

Llevaba una blusa blanca y pantalón negro.

-No vas vestida adecuadamente. –Y volví a cerrar.

-Te dije “con falda”, “sin ropa interior” o desnuda

Al otro lado escuché:

-Por favor, déjame pasar y haré lo que quieras. Aquí no puedo hacerlo. Pueden verme los vecinos.

-A estas horas, lo dudo.

-Déjame pasar, por favor.

Yo no contesté. Un minuto después volvió a llamar. Al abrir estaba desnuda, con la ropa sujeta contra su pecho, cubriendo las tetas y el coño.

-Por favor,,, -Dijo llorando.

Yo me quedé mirando su ropa sin dejar paso. Ella aumentó su llanto y bajó sus manos con una parte de las prendas en cada una, quedando desnuda ante mi. Su cuerpo, pese a sus 52 años, se conserva como el de una de 20. Sus pechos operados tienen un tamaño medio con una aréola pequeña, de marrón oscuro, de donde salen los pezones gruesos y grandes, su coño, totalmente depilado, también ha sido tratado para aparecer más recogido, con su interior rosado, como si jamás hubiese sido utilizado.

-Suéltala.

Dejó caer su ropa, pasando a cubrirse tetas y coño con las manos y brazos. La dejé pasar. Cerré la puerta y mientras me volvía, repitió.

-Por favor, quítame este dolor.

-Debías de haber venido ayer a medio día y… ¡Deja los brazos a los costados cuando estés ante mi!.

-Ayer… Noo… pude. Me levanté tarde… y… tenía citas.

-Desde ahora tu cita más importante soy yo. Si te llamo, sea la hora que sea, irás inmediatamente a donde te indique. Si te cito en un lugar y hora, estarás puntual. Cualquier cosa que te ordene la harás inmediatamente, sonriendo y poniendo todo tu interés, sea conmigo o con quien te diga. No le harás ascos nada de lo que te indique. De lo contrario sufrirás… y mucho.

-Haré lo que quieras, pero quítame este dolor…

-Antes tienes tareas pendientes, las que no hiciste ayer.

-Dímelo rápido y las haré para que me lo quites.

-La primera, desnudarte, ya la has hecho, ahora ponte de rodillas y chúpamela.

Lo hizo con rapidez. Me bajó el calzoncillo, quedando mi polla ya morcillona, ante su cara. Me pajeó varias veces y la descapulló para llevárselo a la boca y chupar el glande, pasando la lengua alrededor del borde, mientras seguía pajeando mi tronco.

Cuando la puso en su máximo esplendor, se la metió entera en la boca, mientras calentaba mis huevos con una mano y llevaba la otra hacia mi culo para acariciar mi ano.

Separé mis piernas para facilitar su labor y ella se aprovechó de eso. Sacó mi polla de su boca y metió en ella su dedo, ensalivándolo bien. Acto seguido volvió a meterse la polla en la boca y el dedo en mi culo masajeando mi próstata.

Fue increíble, atacado por tres lados me costaba enormes esfuerzos no correrme rápidamente.

-Más despacio, puta, no quiero correrme demasiado pronto. Quita el dedo de mi culo y dedícate más a mi polla.

Siguió alternando los recorridos con la lengua desde la base hasta el capullo con las engullidas hasta la garganta, hasta que ya no pude más y le dije:

-Ya no aguanto más, puta, empléate a fondo y prepárate para tragarlo todo.

En ese momento estaba lamiendo mi glande. Volvió a meterse el dedo en la boca para ensalivarlo y llevarlo a mi culo y repetir el proceso anterior.

-AAAAAAAAAhhhhhhhh Me corrooooo.

Ella se la metió hasta el fondo y se tragó toda mi corrida, dejándola completamente limpia después.

-Por favor, ahora ya he cumplido mi parte, quítame ahora este dolor.

-¿Quién te ha dicho que has cumplido? Esto solamente es una parte. Sigue aquí arrodillada.

Me fui a la habitación, mientras la oía gemir diciendo:

-Por favor… Manuel… No me hagas sufrir más. Me estoy volviendo loca.

Tomé el mando que controlaba los nanobots, y que servía para dar órdenes, y reduje su dolor a la mitad. Seguidamente volví junto a ella. No dijo nada, notaba lo que había hecho.

-Vuelve a ponérmela dura otra vez, quiero follarte.

Pude apreciar que se esmeró en conseguirlo. No soy de segunda erección fácil. De echo, no sabía se era de segunda erección, pero consiguió ponérmela dura otra vez, después de un buen rato de trabajársela.

-Date la vuelta, ponte a cuatro patas, con la cara en el suelo y separa bien las piernas.

Obediente, lo hizo. Se notaba que tenía experiencia, como así lo confirmaba la mamada que me había hecho y la perfecta colocación, que permitía mi acceso a su culo o a su coño.

Me arrodillé tras ella y froté mi polla recorriendo su raja. Mi intención era excitarla, hasta que caí en que sus nervios estaban bloqueados por el dolor y por tanto daba igual lo que hiciese porque no se iba a excitar. Sin más se la clavé. Entró bastante bien, por la saliva de la mamada, pero se la notaba seca.

La saqué, me levanté y, tomándola del pelo, la medio arrastré hasta mi cama.

-Ponte ahí en posición, puta. –Le dije mientras tomaba un bote de crema hidratante que tengo para la piel, pues desde niño la tengo muy seca y me produce picores.

Me unté la polla, la hice girarse y ponerse en el borde y punteé la entrada de su coño. Inmediatamente ajustó su altura para que pudiese meterla con comodidad, cosa que hice de inmediato.

-MMMMMMMM que estrecha estás, puta. Pareces primeriza. Qué gusto das.

Luego supe que contraía los músculos de la vagina para dar mayor placer. Como acababa de correrme, estuve más de media hora entrando y saliendo de ese coño que me resultaba tan estrecho, unas veces más rápido para aumentar el placer y otras más lento, cuando veía que se aproximaba mi orgasmo.

También le di unos azotes con mi mano en su culo, pero ni siquiera se puso algo rojo como consecuencia del bloqueo. No obstante seguí azotando por mi placer.

Cuando ya no podía más, se la clavé hasta el fondo, me incliné sobre ella, tomé sus pechos y llevé la mano a sus pezones, estirándolos y retorciéndolos, mientras un fuerte orgasmo me hacía soltar todo lo que me quedaba en los huevos, en la entrada de su útero.

Cuando me relajé, le dije:

-Límpiamela.

Ella se giró y lo hizo con prontitud. Cuando la tuve brillante por su saliva, me acerqué al mando, puse la combinación de seguridad y bajé el umbral de dolor. A partir de las 23-24 horas, se incrementaba gradualmente de forma automática.

Me descuidé y dejé el mando sobre la mesita, aunque desactivado, y le di un par de palmadas en su culo, que ahora si respondió coloreándose un poco. Elena se movió despacio sin que yo pudiese prever sus actos, hasta que saltó sobre el mando y saltó corriendo de la cama en dirección a la puerta, mientras pulsaba los botones frenéticamente.

El sistema de bloqueo estaba pensado para incrementar el dolor si no se introducía el código correcto, por lo que, en segundos, soltó el mando y cayó al suelo retorciéndose de dolor.

-AAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGG.

-Espero que esto te sirva de lección. –Dije recogiendo el mando. –Por esta vez no te voy a castigar, pero no quiero que hagas nada que yo no te haya ordenado, ni toques nada que yo no te haya indicado.

-Siii, perdona, pero, por favor, quítame este horrible dolor.

-Solamente quiero que te enteres bien de mis instrucciones. ¿Las has comprendido?

-Siii. Por favor, no lo haré más. Quítame el dolor. –Llorando

Introduje el código y volví a eliminar el dolor.

-Vístete y vete. No te olvides de que, a partir de ahora, lo primero que harás nada más llegar a la oficina será venir a mi despacho para ofrecerte. Y recuerda también que la próxima vez que te retrases no seré tan blando y rápido a la hora de reducir tu dolor.

Dicho esto, me metí en la cama para seguir durmiendo, ella se fue al recibidor, tomo su ropa, se vistió en silencio y se fue. Desconfiado, di una vuelta para ver si estaba todo en orden y volví a acostarme. Eran las 6 de la mañana.

A las 8 me levanté. Ducha, afeitado y a la oficina, donde nada más llegar pedí un café a la secretaria que compartía con otros dos directivos.

A las 10:30, media hora más tarde de lo habitual, Elena entró en las oficinas y vino a mi despacho:

-Aquí me tienes, hijo de puta, ¿quieres algo?

-Tshs, tshs, tshs. ¿Tu crees que esas son formas de ofrecerte?

-¿Cómo quieres que lo haga? Pedazo de cabrón.

-Tranquila, que te voy a enseñar. Lo primero, suprime los insultos de tu vocabulario, o la próxima vez te arrepentirás. En segundo lugar, desnúdate siempre nada más entrar. Y en tercero, cuando estés totalmente desnuda me preguntarás: ¿Deseas usar alguno de mis agujeros u otra parte de mi cuerpo? ¿Entendido?

-Si

-… -Alcé las cejas al ver que no se movía.

-¿A qué estás esperando?

Esta vez llevaba blusa y falda negras y me había hecho caso. No llevaba ropa interior. Enseguida quedó desnuda.

-¿Deseas usar alguno de mis agujeros u otra parte de mi cuerpo?

Aparté los papeles de la mesa y eché hacia atrás el sillón.

-Recuéstate sobre la mesa delante de mi, abre bien las piernas y separa los cachetes del culo. Quiero ver bien tus agujeros.

Silenciosamente hizo lo que le mandé. Sentado en mi sillón, metí mi dedo índice en su ano haciéndole emitir un gemido de dolor.

-¿Qué te ocurre?

-Me haces daño.

-Eso te pasa por no venir preparada. ¿Y si decido metértela por el culo? No pretenderás que sea yo quien te lo lubrique.

Seguidamente, metí el dedo medio en su coño y estuve un rato frotando la zona de su punto G, al mismo tiempo que su ano. Cuando empecé ya estaba mojado, pero pronto se convirtió en un río. Hasta tal punto salía, que mojaba ambos dedos para lubricar suficientemente su ano.

Cuando notaba que se aproximaba su orgasmo, la hice bajarse, arrodillarse ante mí y chupármela un rato. Cuando mi excitación crecía un poco, la volvía a poner sobre la mesa y seguía masturbándola, eso si, evitando las partes “mágicas” para que no alcanzase el orgasmo que a esas alturas tanto deseaba. Hasta cinco veces le hice esa jugada.

Al fin, la hice arrodillarse entre mis piernas y la dejé que me hiciese una mamada completa. Puso todo de su parte para hacerme alcanzar mi orgasmo. Lamió mi glande, lo chupó, se metió la polla hasta la garganta, tan profunda que le daban arcadas. Acarició mis huevos, y no me metió el dedo en el culo porque la había sacado sin bajarme los pantalones. Después de un rato trabajándomela, le anuncié mi inminente orgasmo.

-No desperdicies ni una gota. MMMMMMMMMMMM. Me corrooooo.

Ella, todavía forzó más la entrada en su boca y recibió todo mi semen, el poco que quedaba desde la madrugada, que tragó inmediatamente.

Después de limpiármela, me dijo:

-¿Quieres algo más de mi o de mis agujeros?

-No gracias, puedes vestirte y salir.

-Por cierto, -dije seguidamente- No quiero que te masturbes ni tengas un orgasmo hasta que yo te de permiso. Si lo tienes, me enteraré y sabrás lo que es sufrir en extremo una vez más.

-Pero… Me has dejado muy caliente. Necesito correrme.

-Mañana me lo pensaré. Hoy, ni se te ocurra correrte.

-Lo que tu digas.

Guardó mi polla en el pantalón, se levantó y vistió, mientras yo le activaba más tiempo en los nanobots.

Durante el resto del día no volvimos a comunicarnos ni a vernos, al día siguiente, puntual a las 10 de la mañana, entró en mi despacho, se desnudó quitándose un vestido hasta la rodilla, con una zona elástica bajo sus tetas que marcaba su cuerpo e impedía su movimiento indiscriminado al andar, con el fin de que nadie pudiera asegurar que iba sin sujetador, y me dijo la frase:

-¿Deseas usar alguno de mis agujeros u otra parte de mi cuerpo?

-Si, quiero follarte el culo.

Aparté los papeles de la mesa y eché atrás mi sillón y le hice un gesto para que viniese y se arrodillase ante mi.

-Sácame la polla. –Dije poniéndome en pie para que me bajase los pantalones. Antes tomé el mando, lo liberé y lo escondí en mi mano. Mi intención era jugar un rato con ella excitándola y aplicándole dolor para que no alcanzase el orgasmo.

Desabrochó el cinturón y el pantalón bajándolo, junto a mi calzoncillo, hasta los tobillos. Seguidamente me senté de nuevo y le señalé mi polla, que ya estaba casi en total erección, señal de que empezaba a gustarme el juego, y le dije:

-Pónmela a tono con la boca.

Ella se colocó entre mis piernas, tomó con una mano mis huevos y empezó a lamerla desde abajo hasta el glande, donde se entretuvo dándole lengüetazos todo alrededor del borde para volver a bajar y subir de nuevo.

Seguidamente, se la metió entera, rodeándola con los labios, formando un anillo estrecho que masajeaba mi pene y me transmitía sensaciones de placer al cerebro. En un momento me la puso como una piedra.

En uno de esos movimientos, no se si por casualidad o porque algo me decía que esa sumisión tan rápida no era normal, vi que abría su boca al máximo y sacaba los dientes e imaginé lo que venía a continuación. Fue un acto reflejo. Pulsé el botón que enviaba un impulso de máximo dolor cuando comenzaban a clavarse en mi polla. Ella cayó al suelo sin un gemido. Yo revisé los daños, observando una serie de pequeñas heridas que sangraban un poco, pero que resultaba más aparatoso que efectivo.

Con un suspiro de alivio, vendé las heridas con mi pañuelo y me subí los pantalones dejando la polla fuera para controlar el sangrado.

A ella la llevé al centro del despacho y la coloqué boca abajo. Mientras esperaba a que se recuperara, busqué en los cajones una regla de 60 x 5 cmts., que no usaba para nada, acerqué el sillón me senté a esperar.

Tardó como unos 15 minutos en recuperarse completamente. Cuando pudo darse la vuelta, me vio con la regla en una mano y el mando en la otra y se le mudó el semblante. Se sentó en el suelo y empezó a arrastrar el culo hacia atrás, intentando poner el máximo de espacio entre ambos, mientras decía:

-Yoo…

-Nooo…

-Lo siento.

-Lo siento mucho.

-Ha sido… sin pensar.

-Perdóname.

-Perdóname por favor.

-No volverá a ocurrir.

-Te compensaré por esto…

La interrumpí al escuchar esta frase. Una idea vino a mi mente.

-Vuelve al sitio donde estabas y a la postura en la que te he dejado.

-Perdóname…

Levanté el mando y ella se apresuro a obedecer, colocándose boca abajo en el mismo sitio, pero ligeramente girada para ver lo que hacía.

-Bien. Has intentado hacerme daño. Mucho daño. Incluso…

-Perdóname. No sabía lo que hacía…

-¡¡Cállate!! No hables si yo no te lo indico. Si sueltas aunque sea un suspiro, lo sentirás ¡y mucho!

Se calló y quedó mirándome.

-Has intentado hacerme mucho daño. Incluso hacerme morir desangrado. Y me da igual si fue intencionado o sin pensarlo. Vas a ser castigada, y muy duramente. Te voy a dar 25 golpes con esta regla. No quiero oirte ni verte abrir la boca. Después, y durante todo el día vas a sentir dolor en todo tu cuerpo, hasta que anochezca, pero no te preocupes, no morirás por ello.

-Tienes dos opciones –Continué- Primera: Aceptas el castigo y si gritas o viene alguien por el ruido te encargas de despacharlo. O segunda: No lo aceptas, te vistes y te vas. Es indistinto si me denuncias o no, pero esta segunda opción significa que morirás a la puesta del sol. Tú eliges, primera o segunda.

Con voz casi inaudible, dijo:

-La primera.

-¿Cómo?

-La primera. –Echándose a llorar.

-Bien. Levanta el culo al máximo y mantén pegada la cabeza al suelo.

Cuando se hubo colocado, me situé a su costado y solté un fuerte golpe sobre su culo, con efecto rebote, para golpear rápido, con fuerza y separándola con la misma rapidez, como el rebote de una pelota.

-ZASS.

-Huuummmmmmmmfffffffsssssss.

Fue el sonido que emitió cuando el dolor la alcanzó. Una línea roja, del acho de la regla, le cruzó ambos cachetes. El efecto la hizo caer larga al suelo.

-Maldita puta, ponte de nuevo en posición. –Le iba diciendo mientras golpeaba por todas las partes de su cuerpo que tenía a la vista, hasta que se volvió a colocar

Tras cuatro o cinco segundos de espera, que utilicé para cambiar al otro lado:

-ZASS.

-Hufff… ffff… ffff… ffff…

Esta vez casi cayó, pero consiguió mantenerse.

-ZASS.

-….

Cuando ya llevábamos unos quince, dados con toda mi fuerza, llorando y con voz apagada dijo:

-Por favor, no más. He aprendido la lección.

-No, no la has aprendido. Hablar te supondrá cuatro golpes en las tetas.

Cuando terminé con su culo, estaba cubierto de bandas rojas y líneas sanguinolentas en todas las direcciones que soltaban algún reguero que escurría por sus piernas. En el suelo, bajo su cara, un charco de babas y lágrimas.

-Incorpórate. Ponte de rodillas. Con el cuerpo recto.

La levanté yo, porque el dolor la impedía moverse por su cuenta, la coloqué más o menos en posición y quitándome la corbata, vendé con ella sus ojos. Me situé ante ella dispuesto a continuar. Casi me dio pena. La cara empapada en lágrimas. Su pintura corrida. Con un gesto de dolor que la desfiguraba. Parecía un monstruo.

Alargué mi mano y sobe primero un pecho y su pezón y luego el otro, lo que aumentó su llanto y gemidos de dolor.

Me separé de ella y …

-ZASS. ZASS.

Sendos golpes en los costados de sus tetas. Uno de ida y otro de vuelta

-MMMMMMMM

No pudo dejar escapar un gemido que bien hubiese podido parecer de placer, pero que no era así.

Cinco minutos después.

-ZASS. ZASS.

Sendos golpes de arriba abajo en una y de abajo arriba en la otra.

-MMMMMMMMMMMMMM

Esta vez, el gemido fue más largo.

Desaté mi corbata y la eché sobre la mesa.

La ayudé a ponerse en pie, tomé su vestido que había dejado en una silla y le dije:

-Toma. Vístete y vete.

-Puedo…

-…

-Necesito…

Decía con voz casi inaudible.

-Necesito lavarme.

-Pasa al baño lávate, te vistes y te vas. (El despacho constaba de un baño con ducha).

Le dije mientras la acompañaba.

En ese momento, la secretaria llamó a la puerta.

-Don Manuel, Doña Elena. ¿Ocurre algo?

-No pasa nada, Marta, siga con lo suyo.

Intentó abrir la puerta, pero Elena había puesto el pestillo al entrar.

Yo me guardé mi polla rápidamente con un ramalazo de dolor y fui a abrirla.

Se asomó al despacho y preguntó:

-¿Y doña Elena?

-Está en el baño. –En ese momento se oyó la ducha.

Vi que miraba la habitación. Sus ojos fueron a la mesa despejada con la corbata sobre ella y luego al charco del suelo. Se puso roja como un tomate y dijo.

-Perdone, Don Manuel, pero he oído algo extraño y he pensado que les había ocurrido algo. No les volveré a molestar. Si quiere, más tarde le envío al personal de limpieza.

-Ya le diré algo. –Le dije mientras la empujaba con la puerta y volvía a poner el pestillo.

Seguidamente, entré en el baño, donde Elena estaba secándose el cuerpo, evitando su culo. Se lo miré y le dije:

-Voy a ponerte en esas heridas un poco de masaje de afeitar que tengo aquí,

-Noooo. Por favor, me escocerá mucho.

-Pero te curará antes. Dóblate y separa las piernas.

Tomé el masaje, me lo eché en las manos, las froté un poco y se las pasé con suavidad por su culo. Aun con todo, ella emitió otro fuerte gemido y empezó a tragar y soltar aire.

Cuando terminé, coloqué papel del baño sobre las heridas y le ayudé con el vestido.

-Por favor, no me hagas más daño. No me merezco lo que me estás haciendo.

-¿Qué no? ¿Tú sabes la cantidad de personas que han sufrido tremendos dolores por enfermedades como el cáncer, por enfermedades reumáticas, por simples operaciones, amputaciones y un largo etcétera durante este tiempo? Todos podrían haber sido aliviados con mi trabajo, pero preferisteis comprar los derechos para dejarlo abandonado con el fin de que no disminuyesen los beneficios. Esto es solo una pequeña compensación moral por ello.

-En cuanto llegues a tu despacho, -continué- dirás al departamento de contabilidad que deberán pasarme un estado de todas tus cuentas y las de tu familia. ¡A partir de ya! ¿Entendido?

-Si.

-Ya te puedes ir. Luego pasaré a verte.

La vi salir hasta la puerta. La marcha hasta su despacho tuvo que ser espectacular. Sus movimientos lentos, sus gestos de dolor y las manos que iban al culo alguna vez, debieron dar a entender algo, que precisamente esa vez, no había sucedido.

Pasada una hora o poco más, me trajeron el informe de las cuentas, en el que, al primer vistazo, me saltaron a la vista varias cifras

La primera fue una transferencia mensual por un importe equivalente a lo que yo cobraba en un año a favor de su marido, que nunca aparecía por la empresa. La segunda, otro importe mensual, algo mayor que el mío, que se ingresaba el día último de cada mes en una cuenta conjunta con otro hombre, y que desaparecía el día uno. Había una tercera a nombre de una mujer cuyos apellidos coincidían con los de ellos, y de nombre Patricia, que deduje que era la hija. Los demás eran pagos normales.

Llamé a mi secretaria para interrogarla sobre el marido y el otro, porque había aprendido que en la empresa se sabía todo de todos, y no me equivoqué.

Me contó que el marido era un vividor, que repartía su tiempo entre las putas, las drogas y el juego. Que su mujer había tenido que pagar varias veces las deudas que contraía y que el otro era un desaprensivo que la chuleaba para vivir a costa de ella y acostarse de vez en cuando. Al terminar, se me quedó mirando y con la confianza que da el día a día en un trabajo donde no tienes nada que hacer me preguntó:

-¿Te la estás tirando?

-Por el momento, solo una vez.

-Pues la has dejado para el arrastre. Después de salir de aquí, moviéndose de forma rara, ha ido a su despacho, a hecho una llamada y se ha ido a casa alegando que no se encontraba bien. No se qué eres capaz de hacer, pero me gustaría probarlo algún día.

Y dicho esto, se marchó.

Al día siguiente, puntual a las 10 de la mañana, vino a mi despacho a ofrecerse, pero como todavía no tenía la polla en condiciones, rechacé su oferta. Ella volvió a irse a su casa.

Al otro día, cuando volvió nuevamente a ofrecerse, le dije:

-No, todavía no estoy en condiciones, sin embargo, quiero hablar contigo, siéntate, que tengo que darte unas instrucciones.

-Yo tampoco estoy en condiciones de sentarme por tu culpa. Si no te importa, permaneceré de pie.

-Eso lo decido yo. –Aparté los papeles de la mesa y continué.- Recuéstate sobre la mesa y se para bien las piernas.

-Por favor, no me hagas más daño, llevo dos días sin poder sentarme, ni dormir, ni ponerme ropa en condiciones.

-Obedece y no tendré que castigarte.

Se situó sobre la mesa, dejando su culo y su coño ante mi. Realmente, llevaba el culo en carne viva. Entre nosotros, reconozco que me pasé golpeando, pero… ¿y tú no lo hubieses hecho?

Llevaba el ano lubricado. Se veían restos de crema a su alrededor y toda la zona brillaba, pero no fue ese mi objetivo.

Esta vez, fui yo el que se arrodilló tras ella, acerqué mi boca a su coño y recorrí los labios con mi lengua, dando lengüetazos rápidos durante el recorrido. No tardaron en abrirse ante mi estímulo, asomando su clítoris entre ellos.

Entonces, volví a sentarme y sustituí la lengua por el dedo, volviendo a recorrer la zona y rodear su clítoris para mantener su excitación si que llegase al orgasmo. Mientras, comencé a decirle.

-Vas a realizar algunos cambios en tu vida. Quiero que te divorcies del putero de tu marido, sin que tenga derecho a nada. Puedes aprovechar y denunciarle por la situación de tu culo. De cualquier forma, no te costará encontrar cientos de motivos.

-MMMMM. Pero… MMMMM. No… MMMMM. Puedo hacer eso. MMMM. Tenemos.. MMMMMM. Un acuerdo.

Mi dedo entraba en su coño, llegando hasta la entrada de su útero y recorriendo el cuello con círculos de la yema de mi dedo medio.

-No me importa. Habla con tus abogados o con quien sea necesario, pero quiero que dentro de un mes estés soltera.

-FFFFF Si… Hablaré con los aboga… MMMMM dos..

-También dejarás, desde ahora mismo, a tu chulo y amante. A partir de ahora solamente follarás conmigo.

Lo sacaba y recorría los labios hasta la base del clítoris.

-MMMMM Lo que tu digas. MMMMM.

-zas.

Le di una suave palmada en su coño, más erótica que de castigo, a la que respondió con un gemido placentero, y le dije:

-Pues entonces, vuelve a tu sitio y haz lo que te he dicho.

Me aparté más de la mesa para que saliese.

-Necesito correrme.

-Tu necesitas lo que yo te de. Te correrás cuando yo quiera. Ahora vete.

Se levantó, se puso su ropa y se fue. Casi sin dar tiempo a cerrar la puerta, entró la secretaria para ver si necesitaba algo.

-No, nada, gracias. Pero quiero que llame antes de entrar. De todas formas, no es necesario que pregunte. Si necesito algo, la llamaré.

Salió con un mohín de disgusto y con una larga mirada a la mesa.

Dos días después, ya me encontraba en condiciones de usar mi polla. Cuando vino a ofrecerse, la hice colocarse sobre la mesa como la vez anterior. Su culo tenía mejor vista, pero seguía siendo algo horrible. Le quedarían cicatrices para el resto de su vida.

Cuando me agaché para pasar la lengua por su raja, la encontré abierta y rezumante, con el clítoris sobresaliendo entre los pliegues.

-¿Te has estado tocando?

-No, llevo así desde el otro día. Necesito un orgasmo. Por favor, no me lo niegues. Seré tuya para siempre.

-Esto último no lo niego. En cuanto te divorcies del cornudo de tu marido, nos casaremos tú y yo.

-Pero… ¡Soy mucho mayor que tú! Solo tienes 24 años y yo 52. Lo que debes buscar es una chica de tu edad. –Dijo medio incorporándose, girándose un poco y volviendo la cabeza.

-ZASS

-AAAAAAAAAAAAAAGGGGGGG.

El golpe en su maltratado culo le produjo un gran dolor que le hizo emitir un fuerte grito, sobre todo por lo inesperado. Nadie vino a preguntar qué era lo que pasaba.

-¿Quién te ha dicho que no tendré una chica de mi edad? No vuelvas a opinar sobre nada. Acepta lo que te diga y obedece, sin hacer nada más. Haré lo que quiera, cuando quiera y con quien quiera. Tú te limitarás a estar a mi servicio y obedecer mis órdenes. ¿Entendido?

-Si, como tu quieras.

Yo mismo me bajé la ropa y dejé la polla libre, dura como una piedra. Aquello me estaba gustando.

Recorrí con el glande toda su raja. Su agujero era como una aspiradora que pretendía absorber toda mi polla entera.

-OOOHHH Siiii.

Le froté el clítoris con ella, dándole vueltas alrededor.

-MMMMM Sigueee, sigueee, ohhhh.

Estaba tan excitada que vi que se iba a correr en cualquier momento. Pasé de más preámbulos y se la clavé entera. Estaba tan mojada que entró sin resistencia.

-SIIIIIII. Métemela bien, dame duro. Siiiii

Yo me quedé quieto un momento, luego la saqué un poco y comencé un pequeño vaivén, sacándola unos milímetros y metiéndola otro tanto.

-MAAASSSS. Por favor, maass. –Gritaba.

-Tranquila, que vas a tener tu ración de rabo, pero no demasiado pronto.

-MMMMM No me hagas esto. Estos días me he portado bien, he hecho lo que tu querías.

Yo seguí con mis movimientos cortos, que mantenían su excitación pero no le dejaban llegar al orgasmo, mientras mi placer se iba acercando.

Cuando lo sentí próximo, comencé un mete saca a toda velocidad.

-AAAAAAAGGGGGGGG. SIIIIII DAME MAAASSSS. MAS FUERTEEE.

Cuando sentí que me iba a correr, bajé la mano para pinzar su clítoris entre mis dedos, con intención de masturbarlo mientras me corría, pero no pude hacerlos. Nada mas pinzarlo empezó:

-AAAAAAGGGGGGGG ME CORROOOOO

-OOOOOOOHHHH QUE FUERTEEEE.

Oirla gritar así, hizo que no pudiese aguantar más y me corrí en su interior. Sentir cómo mi esperma se derramaba en su vagina, hizo que un nuevo orgasmo se le encadenase.

-SIIIIIII. OTRA VEEEZ. OOOOHHHH. QUE BUENOOOO.

Tras esto, quedó como desmayada sobre la mesa, yo sobre ella, hasta que se me desinfló la polla y se salió por ella misma. Cayendo sentado sobre mi sillón.

Varios minutos después, le dije que podía marcharse.

-¿No te apetece repetir? –Dijo a la vez que se levantaba.- ¿Quieres que te la ponga en forma otra vez?

Seguía con ganas de más.

-No, no quiero repetir, pero no es por miedo a que vuelvas a intentarlo, dije tomando el mando, pero déjamela bien limpia antes de irte.

Me la estuvo chupando y lamiendo hasta que me pareció suficiente y la hice marcharse.

Más tarde, pedí un café a la secretaria, que, solícita, lo trajo al momento, depositándolo a mi derecha.

-Gracias.

-Si lo deseas, ya sabes que estoy dispuesta a que me lo agradezcas de otra forma…

Entonces me di cuenta de que me estaba tuteando.

-Señorita, no creo haberle dado permiso para que me tutee. Le ruego recomponga su actitud, al menos durante las horas de trabajo.

-Por supuesto, Don Manuel. Pero recuerde que si desea agradecerme algo, estoy a su disposición.

-Déjeme solo, por favor.

Cerca del fin de la jornada, Elena volvió a mi despacho, se desnudó e hizo la pregunta de rigor

-¿Deseas usar alguno de mis agujeros u otra parte de mi cuerpo?

-No, ahora no, gracias. ¿A qué has venido?

-El otro día despedí a mi amante, y ahora me ha enviado unos correos con unos vídeos comprometidos reclamándome una indemnización equivalente a 10 años de lo que le estaba pagando.

-Vamos a tu despacho.

Se vistió y salimos juntos hacia su despacho. Había varios correos con vídeos tomados con el teléfono, donde se la veía chupando y lamiendo la polla a la vez que miraba a la cámara hasta conseguir una corrida en su cara en uno, en otro en una cama con el culo levantado por almohadones y la polla entrando y saliendo de su coño, por cierto, una polla más pequeña que la mía, pero que, al parecer, debía saber manejarla muy bien. En otro le daba por el culo mientras estaba arrodillada en el borde de una cama, y varios más en distintas posiciones, lugares y agujeros.

Por lo visto, no había un lugar donde no hubiesen follado y hubiese sido filmada.

-Cítalo para mañana. Cuando venga, me llamas a mi y me presentas como gestor de tus cuentas, y después de que yo lo salude, le dices que soy su sustituto.

Así lo hizo, al día siguiente no la follé cuando vino y la despedí inmediatamente. Sobre el medio día, me llamó a su despacho:

-Don Manuel, ¿puede venir un momento a mi despacho?

Yo me ajusté mi sortija correctamente y fui para allí.

Cuando me presentó al sujeto, bajo el ridículo apelativo de Jony, como el gestor de sus cuentas, alargué mi mano y le di un fuerte apretón.

-Agggg. ¡Me ha pinchado!

-Oh. Lo siento, Jony, tengo que llevar esta sortija al joyero, lleva una patilla del engarce un poco suelta y como siempre se me da la vuelta, me ocurren cosas como esta. Discúlpeme, por favor.

-No. No ha sido nada. No se preocupe.

-Don Manuel es tu sustituto. –Dijo entonces Elena.

-Maldita puta. Me has sustituido por este mierda de jovenzano. Me las pagarás. Voy a publicar todo lo que tengo sobre ti en Internet, y lo enviaré a todos tus clientes y proveedores. ¡Te voy a hundir! Puta.

-Bueno, hablemos con calma –dije yo- Creo que usted reclamaba una cantidad por entregarle los vídeos, estamos aquí para llegar a un acuerdo.

-Ahora ya no me conformo con eso, ¡quiero el doble! Esta puta me ha engañado!

Observé las reacciones de molestias en distintas partes del cuerpo me indicaron que los bots estaban haciendo su trabajo.

-Bien Jony, en estos momentos estás notando que te empiezan a doler todas las partes de tu cuerpo. Ese dolor irá incrementándose hasta que se produzca un colapso general y mueras. Tienes dos opciones, o nos das todos los vídeos, fotos y material que tengas sobre Elena y te libero o te niegas y dejo que siga el proceso.

-¿Qué me estáis haciendo?

-Es muy simple, al saludarte, te he inyectado una fórmula experimental que estimula los centros nerviosos del dolor, pudiendo llegar a bloquear tu cerebro y causarte la muerte. Si tardamos mucho, no tendrá remedio.

Aceptó ir a su casa, donde tenía el material, ya que era tan tonto que no esperaba resistencia por parte de ella. Eliminamos los correos enviados, los ficheros del disco, sobrescribiendo otros encima antes de borrar, revisamos todos los pendrives, discos, cd’s, teléfono, cámara de fotos, etc. No dejamos nada sin mirar ni limpiar. Incluso pasamos un programa eliminador de rastros.

Cuando terminamos, el dolor que sentía debía ser muy alto.

-A partir de ahora siempre estarás dolorido. No alcanzarás el nivel mortal, pero nunca más volverás a disfrutar de ninguna parte de tu cuerpo. Sólo tendrás dolor. Espero que eso te enseñe a no intentar extorsionar a nadie.

Nos dimos la vuelta, bajé su nivel de dolor a un nivel más soportable y nos fuimos, dejándolo como una piltrafa. En la puerta aún me volví y le dije:

-Y cambia ese apodo de Jony. En este país, los anglicismos resultan ridículos. Y más en un chulo de putas como tú.

-¿Qué le pasará ahora?

-Estará dolorido el resto de su vida y jamás tendrá placer de ningún tipo.

-Es muy cruel.

-Si. Ve aprendiendo.

El marido era más tonto que el otro. Le presentó una demanda de divorcio por infidelidad, con tantas pruebas y tan abrumadoras que firmó todo lo que le pusieron delante y sin protestar. Dada su buena disposición, le dije a Elena que le regalase el piso que utilizaba para sus juergas y puteríos y fue eso lo único que obtuvo del matrimonio.

Quince días después de obtener el divorcio definitivo, nos casábamos en el juzgado. Mis padres, cuando se enteraron también estuvieron aconsejándome durante horas de que debía buscar una mujer de mi edad, que no sabían que le veía a esa mujer, que era ya muy mayor, que cuando yo tuviese 60 años ella tendría 88 y sería una vieja decrépita, que estaba echando a perder mi vida, que si era por el dinero, ellos tenían el suficiente para que pudiese vivir desahogadamente, etc. Yo no di explicaciones y nos casamos.

Por supuesto, nos fuimos a vivir a su casa, un chalet en una urbanización de lujo. Piscina, zona arbolada, enorme espacio de césped, barbacoa, pista de tenis, padel, gimnasio, sauna, y un enorme garaje. Por su parte, el chalet consta de un gran sótano, montado como bodega, una planta calle con un gran salón, una no menor cocina, dos baños y tres dormitorios pequeños con aseos, destinados al servicio, y ocupados en parte por una doncella y una cocinera. En la parte superior, el dormitorio principal, enorme, con cama enorme y baño completo enorme, incluyendo sauna y bañera de hidromasaje, además de cinco habitaciones más pequeñas todas con baño.

Nada más entrar, me enseñó todo y al terminar le dije:

-En una parte de la bodega instalaré mi laboratorio, dormiré en el dormitorio principal y tú lo harás en el del final del pasillo (el más alejado). Cuando estemos solos, irás desnuda, sin que tenga que recordártelo.

Trasladé todas mis cosas a la casa, monté mi laboratorio y me dispuse a disfrutar de mi vida de casado. Por cierto, no hubo viaje de novios.

No hace falta decir que “convencí” a la doncella y la cocinera con el fin de que estuviesen calladas.

Todas las mañanas, Elena tenía la obligación de venir a mi habitación y despertarme con una mamada. Si me apetecía, la follaba por la noche por alguno o todos sus agujeros, según me viniese en gana. Al mostrarse siempre obediente y sumisa, sin decirle nada, fui dejando sin energía poco a poco a los bots, que se iban desprendiendo y eliminando por la orina, aunque de vez en cuando dejaba que le doliese un poco con los que quedaban para que pensase que todavía estaba bajo mi control.

Por supuesto que no volví a la oficina. Cuando ella se iba, me encerraba en el laboratorio para perfeccionar mi proyecto. El disponer de dinero ayudó mucho para mi trabajo, preparé una nueva versión que puede dar dolor o placer, según interese.

Como dije antes, Elena tiene una hija, Patricia, de 29 años que vivía con un novio del que no puedo precisar nada debido a que cambiaba cada quince, treinta o más días, pero siempre menos de 90. Nunca llegaban a los tres meses.

Cuando se enteró de que su madre se había divorciado de su padre y, sobre todo, que se había casado con un tío más joven que ella misma, vino a la casa a montarle un tremendo follón a su madre.

Había oscurecido ya cuando llamó a la puerta. A Elena la mandé a ponerse algo encima y fui a abrir yo mismo. Nada más hacerlo, la vi por primera vez, imaginé quien era por su parecido. Ella me saludó con el mismo estilo cariñoso de la madre:

-¿Así que tu eres el chulo? ¿Dónde está mi madre?.

-Arriba pon…

-Aparta y quítate del medio, imbécil.

Me dio un empujón y fue en busca de su madre. La encontró en el cuarto donde dormía, terminando de arreglarse.

Empezó una discusión preguntando el porqué de dejar a su padre si ella llevaba el puterío tan al día como su él. Que por qué se había casado con un imberbe que podía ser su hijo, que de hecho era más joven que ella misma. En fin gritos, gritos, gritos. Yo fui a por mi anillo, actualicé la carga y fui a buscarlas. Elena lloraba sentada en la cama. Cubriéndose la cara con las manos. No podía decir nada porque se lo había prohibido. La hija, inclinada sobre ella le lanzaba sus gritos e improperios la tomé por su brazo desnudo en una clara intención de separarla.

-Y tú que haces aquí, madito cab… AAAAGGGG Imbécil, me has pinchado, ¿qué es lo que estás haciendo?

-Perdona, es que esta sortija se da la vuelta y tiene una pata del engarce suelta y es lo que pincha. No pretendía más que separarte un poco de ella.

-No, Manuel, por favor, a mi hija no.

-Lo hecho, hecho está.

-Qué coño pasa aquí. De qué mierda estáis hablando. ¿Qué te ha hecho este hijo de puta, mamá?

Elena lloró más angustiadamente, viendo que su hija iba a sufrir el mismo calvario que ella.

-Por favor, no te excites. Terminarás con dolor de cabeza y es lo único que sacarás. Estamos casados y no vamos a deshacer el matrimonio. Te guste o no. Así que acéptalo y deja a tu madre en paz. –Dije.

-Tú no te metas, imbécil. ¿Qué te pasa? ¿Vienes por el dinero de mi madre, no? Porque no querrás decirme que te has enamorado de ella, ¿Verdad?

-No, no me he enamorado de ella. Y si, en parte estoy con ella por su dinero, pero hay algo más. Quiero castigarla.

-¿Castigarla? ¿Y quién eres tú para castigarla? ¿Qué ha hecho ella para merecer el castigo? Y ¿Por qué te atribuyes el poder de juzgarla y condenarla? Ufff. Todo eso me está dando dolor de cabeza.

-Los motivos no te importan, lo que si te importa es que ese dolor se irá incrementando hasta resultarte inaguantable, para, al final, colapsar tu mente y matarte.

-De donde te has sacado semejante imbecilidad, subnormal.

-Hazle caso, hija, no sabes el dolor que puedes llegar a sentir.

Ella notaba el incremento de dolores por todo el cuerpo.

-¿Qué…? ¿Qué me has hecho?

-Este subnormal, cabrón e hijo de puta, -le dije- es el autor de un proyecto que es capaz de hacer sentir dolor agudo a las personas, hasta el punto de matarlas y no quedar rastro. Desde ahora eres otra de mis víctimas, sentirás dolor en todo tu cuerpo, y solamente yo soy capaz de calmarlo y para conseguirlo, tendrás que obedecerme ciegamente.

-Y una mierda, cabrón. Eso es una sarta de mentiras. Mamá, ¿Dónde tienes los calmantes?

Ella le señaló el lugar, pero le dijo.

-No te servirán de nada, yo probé todo antes de dejarme llevar. Es mejor que lo asumas y te dejes tú también.

Las dejé solas y me fui a ver la televisión. Mejor dicho, a esperar acontecimientos delante del televisor.

Poco tardaron ambas en salir de la habitación. Patricia encorvada y con la cara contraída por el dolor, Elena la sujetaba de los hombros y la guiaba hasta mi.

-Le he contado lo que me has hecho pasar y se ha convencido. Está dispuesta a obedecerte.

-¿Y sabe lo que tiene que hacer?

La madre empezó a desnudarse, intentando hacer lo mismo la hija, pero el dolor hacía torpes sus movimientos y no conseguía hacerlo. Su madre le ayudó.

-¿Deseas usar alguno de nuestros agujeros u otra parte de nuestros cuerpos? –dijo Elena.

-¿Por qué tienes que hablar tú en nombre de las dos? Cada una que hable en su nombre.

-Perdona. ¿Deseas usar alguno de mis agujeros u otra parte de mi cuerpo?

-No, ahora no quiero usarte.

-¿Deseas… fff usar… fff alguno de… fff mis agujeros u otra… fff parte de mi cuerpo?

-Si, quiero que me hagas una buena mamada hasta que me corra en tu boca, y que no dejes derramar ni una gota.

Vino hasta mi acompañada por su madre, ambas llorando, se arrodilló ante mis piernas con su ayuda y procedió a bajarme el pantalón corto que llevaba para estar por casa y dejar mi polla al descubierto, pues no suelo llevar nada debajo, seguidamente, se la llevó a la boca y empezó a chuparla, se la metía hasta el fondo de la garganta y la sacaba despacito, formando una anilla con sus labios y presionándola con la lengua contra el paladar, después la sacaba y lamía mi capullo volviendo a introducirla hasta el fondo, pero con el detalle de no presionar con la lengua para no hacerme daño.

Estuvo casi 10 minutos lamiendo y chupando. Su boca es cálida y acogedora, tiene un gran dominio de su lengua, que juega con mi polla y sobre todo con el glande. Mi excitación se encontraba al máximo.

Estaba apunto de correrme. Ella se dio cuenta y aceleró los movimientos de forma increíble. En un momento me corrí. Cuando ella notó la tensión de mi polla, se la metió toda dentro y acarició mis huevos mientras me corría.

Tragó hasta la última gota con mi polla dentro de su boca, para seguidamente proceder a dejarla totalmente limpia antes de sacarla.

Tras esto, eliminé su dolor, cayendo al suelo llorando presa de un ataque de histeria. Mientras repetía una y otra vez:

-¿Por qué a mi? ¿Por qué a mi?

Su madre la tomó por los hombros, la puso en pie, dispuesta a llevarla a alguna habitación.

-Que se acueste en la habitación anterior a la tuya. A partir de ahora vivirá aquí.

Y desde ese día, mis experimentos fueron con ella. Descubrí las secuencias de los impulsos dolorosos que permitían identificar al cerebro el origen del dolor. Con esa información reprogramé mis bots para especializarlos cada uno en un punto distinto. Al tiempo, también encontré las secuencias para identificar el placer.

Con todo esto, volvió a llegar la fecha de la cena y baile anual, al que asistí con mi esposa. A los postres, fui recorriendo las mesas y hablando con la gente, ganándome su confianza a la vez que buscaba víctimas para mis experimentos.

Haciendo preguntas, encontré a 4 muchachas, Sonia, Silvia, María y Begoña,de 17, 18, 22 y 22 años respectivamente, que vivían solas en un piso y eran trabajadoras de la empresa, a las que convencí para ir mi casa el fin de semana siguiente, con la excusa de un día de fiesta y piscina con algunos amigos.

También me encontré después con la mujer de mi vida, Eva, una muchacha preciosa, rubia teñida, 24 años, soltera, sin pareja, viviendo sola, con pechos bien formados, redondos y tiesos, pues se veía que no llevaba sujetador. Del tamaño que me gustan, un cuerpo de escándalo y unas piernas largas que aparecían bajo su minifalda.

Bailé con ella toda la noche, hasta el punto de que se mosqueó y me preguntó si no le sabría malo a mi esposa. Le dije que no, pues en estos eventos teníamos el acuerdo de congeniar con los empleados para facilitar el acercamiento. Le hable de las 4 muchachas invitadas al día de fiesta del fin de semana siguiente y aproveché para invitarla a ella, que también aceptó.

Durante la semana, mandé poner dos camas en cada habitación de las que quedaban contiguas a Elena y su hija, en previsión del fin de semana.

Ese fin de semana, llevé a las 5 a la bodega, con la excusa de enseñarles toda la casa, y las “convencí” por el procedimiento habitual, esa noche se quedaron todas en casa. Las cuatro muchachas en las habitaciones dobles, Eva en la contigua a la mía, antes, en un aparte, indiqué a Eva a la hora que quería que estuviese en mi habitación.

No merece la pena repetir los detalles de conducción a la sumisión de todas, solamente contaré un par de detalles, uno con la que es mi novia y otro con la más joven.

Esa noche, fui a buscar a Eva y la llevé a mi habitación. Allí estuve besándola, sin ser correspondido, acariciando su cuerpo y diciéndole cuanto me gustaba, permaneciendo ella silenciosa. Me ayudé con la opción de estimulación placentera de mis bots, pero en ningún momento intenté forzarla. Mis caricias ya no le resultaban tan desagradables. Pronto fue ella la que buscaba dirigirme a sus puntos de placer, siguiéndole el juego pero evitando que se excitara tanto que llegase a alcanzar un orgasmo. Mi intención era que fuese ella la que me lo pidiera.

Viendo que se acercaba la hora de que viniese Sonia, la tomé en brazos, la llevé a su habitación, la acosté y cubrí con la sábana. En su mirada vi que dudaba entre quedarse conmigo o quedarse sola en la habitación. Por si acaso, bloqueé sus opciones de placer. En días sucesivos la iría convenciendo y llevándola a grandes orgasmos.

Al poco de volver a mi cama, entró Sonia.

-Aquí me tienes. ¿qué quieres de mi?

-¿Todavía no has aprendido a presentarte? –Le dije al tiempo que le aumentaba el dolor.

-Agggg. No, por favor…

-Aggg. ¿Deseas usar alguno de mis agujeros u otra parte de mi cuerpo?

-Si, ven que quiero follarte.

Se acercó llorando, se acostó a mi lado y se abrió de piernas.

-¿Por qué no lo hacemos de otra manera? Ponte a cuatro patas sobre mi, con el coño en mi boca y hazme una buena mamada.

Después de esto lancé la estimulación del placer. Tras colocarse sobre mi, aceptó mi polla con placer. Yo acerqué mi boca a su coño, que empezaba a mojarse. Recorrí con mi lengua los bordes en una suave caricia. A pesar de tener la boca llena de polla, se le escapó un gemido de placer.

-MMMMMM

Seguí recorriendo su raja y pasé a mojar su ano, el cual ensalivé bien. Volví a recorrer su raja, aprovechando para acariciar con el dedo su ano, que encontró poca resistencia. No dejé de ensalivarlo por eso, y poco tiempo después tenía tres dedos metidos. Todo ello sin dejar de prestar atención a su raja, abierta totalmente y con el clítoris fuera. Un par de lamentazos en él, la llevaron al borde del orgasmo.

-OOOOOOh Siiiiii. Me voy a correeeer.

Por supuesto que no la dejé, dedicándome a meter un dedo de la otra mano en su coño y acariciarlo suavemente por dentro. Ese dedo chocó con algo en el interior, que deduje que era su himen, pero no dije nada. Ella imprimía un ritmo frenético a la mamada de mi polla, como indicándome que quería que le diese a ella también más deprisa.

-Um, uff, umm, uff.

No me pude aguantar y solté toda mi lefa en su boca, que tragó, creo que con placer, y dejó limpia mi polla.

Seguí con mis lentas caricias, mientras ella volvía a intentar estimularme. Ya estaba poniéndose excesivamente ansiosa cuando consiguió que alcanzase una buena erección.

-Ponte en cuatro al borde de la cama. ¿Eres virgen de coño y culo?

-De coño, si, pero de culo no.

-¿Cómo es que te han desvirgado el culo y no el coño?

-Fue un novio que tuve. No quise que me quitase la virginidad, pero a cambio me pidió el culo y se lo tuve que dar.

-Voy a metértela por ahí. –Le dije mientras me colocaba de pie tras ella.

-Si, por favor, estoy deseando que me folles por cualquier sitio.

Y se la clavé. No gritó ni se quejó. Un profundo suspiro acompañó a mi polla en su camino, que finalizó cuando mis muslos chocaron con los suyos y mis huevos con su coño. No tardó ni un minuto en anunciarlo.

-Me corroooo. Siiiiii. Sigue, sigue.

Su ano presionaba mi polla coincidiendo con sus contracciones de placer. Yo estaba preparado para seguir un buen rato más, por lo que estimulé los bots de sus centros de placer, consiguiendo que, en los 20 minutos que estuve dándole por el culo, se corriese tres veces con orgasmos intensos. En ese momento ya no pude más y descargué lo que me quedaba en su recto, cayendo los dos sobre la cama rendidos y agotados.

Cuando se recuperó, la mandé a su habitación, diciéndole:

-Vuelve a tu cama. Mañana te espero a la misma hora para follarte el coño y desvirgarte.

-Lo que tú digas.

Me acosté bien y me dormí inmediatamente.

El lunes, mi mujer me despertó con su mamada. Si le supo a mierda, no dijo nada. Cuando terminó, se fue corriendo al trabajo pues debido a la juerga nocturna, me costó más correrme.

Ese lunes empecé las pruebas con las cuatro sumisas, mas la hija de mi mujer. He estado haciendo pruebas otro año más, descubriendo que en dos meses, si las muchachas son jóvenes, se convierten en sumisas capaces de hacer cualquier cosa que se les pida.

Como he dicho antes, no voy a repetir el proceso, porque siempre es el mismo, obligarles una y otra vez a hacer lo que no quieren y castigarlas con dolor si no obedecen. Si lo hacen, les dejo una ligera sensación placentera, que no la notan, pero las pone muy contentas. Es el mejor lavado de cerebro.

Esa noche, Sonia vino a mi cama nerviosa.

-¿Qué te ocurre? ¿Por qué estas nerviosa?

-Hoy dejaré de ser virgen y temo que me hagas mucho daño.

-Te aseguro que no sufrirás lo más mínimo.

Podía haber bloqueado sus nervios de dolor y haberla follado inmediatamente, pero preferí otra forma de hacerlo que le dejase mejor recuerdo.

La hice acostarse a mi lado, desnudos ambos, Estando yo boca arriba, hice que ella se pegase a mi costado, doblando su pierna sobre mi cuerpo y abrazándome. Mi brazo bajo su cabeza, permitía a mi mano acariciar su espalda. Ladeé ligeramente mi cuerpo y mi otra mano pudo acariciar su costado, desde el muslo hasta el cuello, sin olvidar su ano.

Estuve largo rato acariciando su cuerpo, tanto por detrás como por delante, buscando su relajación, pero no llegaba a relajarse bien.

Acariciaba su cuello, su culo, su ano, sus tetas, su espalda. Besaba todos los puntos a mi alcance, pero si bajaba mi mano a su coño, se tensaba como una ballesta. Decidí ayudarla, estimulando su placer. Pronto mis caricias llenaron de humedad su coño. Seguía tensándose, pero menos. Algo debía haberle ocurrido antes, porque eso no era normal ante la buena disposición para entregar su culo. Quizá hubiese sido mejor decirle que se la iba a meter por el culo y cambiar de agujero sobre la marcha.

Cuando estaba ya bien húmeda, la hice ponerse sobre mi y frotarse contra mi polla, que estaba ya dura como una piedra. Ella misma se hacía recorrer la raja con el glande, haciéndola saltar cuando se enganchaba en la entrada de su coño.

Se notaba la subida de su calentura, gemía mientras se frotaba, llegó a meter la punta hasta sentir que chocaba con su himen, incluso presionó ligeramente. Ese fue el momento que esperaba. La hice girar, quedando debajo de mi, empecé a meter solamente la punta, sin profundizar, sacándola completamente y recorriendo hasta el clítoris de salida y haciendo el camino inverso hasta meterla de nuevo.

Volví a aumentar la sensación de placer y a anular el del dolor, jugué con ella dos veces más y se la clavé hasta el fondo. Sentí la resistencia de su himen y cómo cedía. Ella solamente sintió placer, y en unos instantes, alcanzó un orgasmo. Yo seguí bombeando, besando y chupando, en busca de mi placer. Con el estímulo exterior y la ausencia de dolor, unido al machaqueo de mi polla, llegó a alcanzar tres orgasmos. El último, coincidiendo con mi corrida, debió de sentirlo tan fuerte que quedó como ida. No se recuperó, pasando directamente al sueño.

Dormimos juntos, abrazados, hasta que vino mi mujer a la mamada matutina. Sonia se levantó y se fue a su cuarto. Mi mujer cumplió con su cometido sin decir nada, volviendo a salir a toda prisa por la demora en correrme.

De Eva he conseguido que se enamore de mi con el paso del tiempo, ahora somos como un matrimonio, sabe toda la historia y la acepta. Compartimos el placer de las sumisas y de mi mujer, que ahora nos despierta comiendo polla y coño. Por cierto, mi mujer me pidió permiso un par de veces para follarse a unos clientes. Al parecer era su costumbre con ellos para conseguir sus contratos. Con el fin de tenerla controlada, hemos hecho un chalecito en un extremo del terreno, con entrada independiente desde la calle, para que las futuras citas las tenga allí y poder controlar a los clientes cuando pueda hacerlo con los hombres.

Y esa es la historia. Ahora no puedo investigar en condiciones porque las sumisas están muy entrenadas y no se si la mezcla de nanobots les afecta directamente.

Pongo a la venta a Sonia, Silvia, María y Begoña, perfectamente educadas y enseñadas. Si hubiese mucha demanda, vendería también a la hija de mi mujer. Solamente pongo las siguientes condiciones: No deberán ser tan maltratadas que les queden secuelas y no podrán ser vendidas a prostíbulos. Antes de cualquier transacción, deberé ser informado y aceptarla.

Con esta venta espero reponer mi laboratorio de nuevas mujeres para nuevos experimentos.

No olvides valorarme bien para que las chicas alcancen un mejor precio en el mercado.

Relato erótico: ” En manos de mi taxista” (POR LEONNELA)

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Laboraba en una empresa con horario de la tarde, que se extendía desde las 2 hasta las 10 de la noche, por lo que me veía obligada casi a diario a tomar un taxi que me condujera a mi departamento, que estaba ubicado  en las afueras de la ciudad. Con el fin de ahorrar unos centavos compartía la tarifa con Sandra, una compañera de trabajo, puesto que ella iba en la misma dirección aunque se quedaba a mitad del camino.

A esas horas el sector comercial ya era un tanto escaso y los peligros que pudieran amenazar a dos jóvenes guapetonas, se incrementaban, sin embargo pecábamos de confiadas por ser una ciudad relativamente tranquila.
 Afortunadamente para nosotras, una parada de taxis quedaba a menos de una cuadra y desde la oficina podíamos observar si había algún vehículo disponible. Como tantas noches Julio  esperaba pasajeros sentado en la calzada, vestía una  camiseta que marcaba sus pectorales  y un jean ceñido, que dejaban en claro su aspecto fortachón; no se podía decir que era guapo, pero tenía un no sé qué, que lo hacía sexy, lo más rescatable eran esos labios carnosos, y sus ojos negros dueños de una intensa  mirada, en eso coincidíamos plenamente con Sandra, puesto que solíamos bromear diciendo que para un vacile andaba muy chulo.
  En un lapso de cinco meses, tiempo aproximado que él era taxista,  habíamos coincidido varias veces, por lo que se había generado algo de confianza como para bromear durante el recorrido. Era agradable su forma descomplicada con la que nos hacía entretenido el trayecto,  además  de que al ser joven como nosotras disponía de música actual y en lugar de percibir la típica fragancia de auto, se sentía el delicioso aroma de un perfume masculino y eso en comparación con los otros taxistas ya era una gran diferencia. No era el tipo de hombre con quien pensaría en salir y no lo digo porque fuera taxista, sino mas bien porque me gustaban los hombres más formales,  pero eso no quitaba lugar, a que varias veces aprovechando las insinuaciones de Sandra también me hubiera escabullido en algún coqueteo.
 Aquella noche miraba hacia nuestro edificio, como si nos esperara,  eso se podía interpretar, puesto que últimamente casi siempre lo encontrábamos a las 10, y alguna vez que nos retrasamos un poco,  le descubrimos chequeando su reloj  pendiente de nuestra salida. Vamos, se le notaba que tenia algún interés de por medio, bueno mas bien tenía la esperanza vacilar conmigo, al menos eso decía Sandra.  En ocasiones nos gustaba el juego de provocarle y dejarle con ganas, como todo un par de chicas calentonas; no estaba bien hacerlo, pero era nuestra terapia anti estrés después de un agotador día de  trabajo, era algo como un  entretenimiento para nuestra vanidad y pues a él, parecía divertirle.
 Caminé bamboleando mis caderas,  llevaba el clásico uniforme de oficina, faldita corta con partido trasero, blusa manga larga por dentro, con abertura en el cuello, con una par de botones abiertos cómplices de la insinuación de mis pechos, tacones  altos que levantan el trasero, mostrándolo aun mas redondeado.
 Llevaba  la chaqueta agitándola en la mano, pese al frio que se empezaba a sentir y que se evidenciaba en mis pezones enhiestos, pero cualquier sacrificio valía la pena con tal de dejarle nuevamente babeando, desde luego Sandra iba a mi lado vestida de igual forma, aunque esta noche en particular, no resaltaba tanto, pues su paso se veía algo torpe, gracias a las copitas de mas que bebió en la reunión de compañerismo de la cual acabábamos de escapar.
Bastó mirarnos para que automáticamente se levantara, y pasara los dedos por su cabello en un acto reflejo de coquetería, dejó sus manos en los bolsillos delanteros como si quisiera atraer  miradas  a su bragueta, y claro que lo lograba  humm de veras que era todo…todo un fortachón. Mi mirada desinhibida quizá por las dos o tres copas de licor que me calentaban las mejillas, (bueno no solo las mejillas), provocó su sonrisa de satisfacción, levantando  por los aires su ego y quién sabe si algo mas….
_Hola saludé  asiéndome de la manija del auto para abrirlo.
_Buenas noches guapas, pensé que  ya no vendrían
_Tuvimos una reunión….pero no sabía que teníamos un auto esperándonos
 _Pues de hecho sí, es más sepa que está totalmente a su disposición para cuando lo necesite, usted solo ordene.
Pestañeando hacia un lado esbocé un  mmm de aquellos cuyo significado se complica interpretar, provocando las risitas de mi amiga que el alcohol la tenia por demás feliz.
Le ayudé a subir puesto que contrario a ella me encontraba en buen estado, salvo por el aliento que los chicles no disimulaban totalmente y una cierta coquetería más allá de lo usual.
  Al subir,  la faldita corta se me trepó más de la cuenta, proyectando  a través del espejo la imagen de mis muslos desnudos, procuraba bajármela, más que por pudor, por picardía y cruzándolas sensualmente cincelé  en su retinas el satín  del forro de la falda, confundido con el encaje de una diminuta tanga perdida en mi sexo. Sus ojos fijos en el retrovisor y su pantalón hecho carpa  me provocaban ganas de ser más insinuante, aunque no había necesidad de mucho, puesto  que  fácilmente le idiotizaba, hasta casi hacerle confundir entre el acelerador y el freno.
_Perdona que me quite los tacones dije con voz sugestiva, pero no sabes todo lo que he bailado
_Por mi encantado, quítese todo lo que haga falta…
 Los tres reímos por la doble intención de su frase, e inclinándome, desaté las correíllas de mis zapatos,  consciente de que al hacerlo la profundidad del escote exhibía  mis  pechos casi hasta las aureolas, apenas protegidas por la transparencia fucsia del brasier; al incorporarme tropecé con su mirada indiscreta y con el ágil movimiento de mano escapando de su bragueta.
 Fingí no notarlo y sin importar el efecto que podría causar,  me recliné hacia atrás y confianzudamente  estiré mis piernas dejándolas entre los asientos delanteros… Sandra hizo lo mismo, recostándose sobre mi hombro.
 La música suave, el aire acondicionado, y un tipo de ese calibre, me hacían desear mi cama, y dejándome arrastrar por algún pensamiento desviado me quedé en silencio, con la mirada perdida en aquella entrepierna que parecía estar erecta.
 Al fin llegamos al domicilio de mi acompañante,  se despidió con un beso y con un: cuidado con pasarte con mi amiga eh? palabras que se volvieron proféticas…
 Habían trascurrido unos breves minutos cuando un ligero roce en mis pies me hizo agitar, sentí la  suavidad de sus dedos tocando los míos, masajeándolos con cuidado, la presión se deslizaba hacia la planta, dándome un cosquilleo agradable que caminaba hacia mi talón, luego avanzaba hacia los dedos y subía hasta los tobillos. Me gustaba el contacto…
 La caricia ascendía por mi pierna jugueteando en   mi rodilla, erizando mis muslos que traidores se separaron un poco; subió más, hasta encontrarse con el filo de mis medias color carne y con maestría tiró de ellas deslizándolas hacia abajo, las percibió hambreando mi aroma y se las guardó en el bolsillo del jean.
Perdiendo un poco el control del volante optó  por parquear el auto a un lado de la carretera, que se veía oscura como seguramente oscuras ya eran sus intenciones. Mientras deslizaba su mano nuevamente por la cara interna de mis muslos, se inclinó sobre mis pies y lamió mis dedos, uno a uno, pasaba su legua entre ellos y se los introducía ascendiendo y descendiendo, ensalivándolos, chupándolos, mordisqueándolos. Se sentía delicioso,  se concentró en la succión de mi pulgar que es una de mis grandes debilidades; me provocó una electricidad que bajaba desde mi espalda hasta mi cadera y terminaba con una  contracción en mi sexo, no podía negarlo, inescrupulosamente perdía el control en manos de mi taxista  y luchando contra mi propia debilidad quise   alejar mis pies de aquella rica sensación, pero él me los sujetó, obligándome a aceptar las caricias. Hice un nuevo  intento de retirarlas, pero visiblemente me lo impidió, me sujeté del asiento y  empujé sus brazos, pero lo único  que conseguí es que sus dedos se aprisionaran como garfios en mis rodillas  y me las abriera despiadadamente.
 En ese instante sentí miedo de lo que podía pasar, ya no era un juego de seducción, en el que una decide hasta donde llegar, estaba siendo violentada. Se pasó al asiento posterior, agarrándome del trasero me impulsó y en cuestión de segundos quedé tendida con mis piernas semiflexionadas frente a él, empujó la una contra el espaldar del asiento y la otra deteniéndola por el tobillo la extendió hacia afuera; como mi falda no daba muchas facilidades de abrirme, con brusquedad la  subió por encima de la cintura, quedando a la vista la tanguita que apenas protegía mi pubis. Pasó sus sucios dedos por el encaje  como si valorara mi buen gusto al elegir lencería, y apretando su palma  me dejó muy en claro lo que quería.
 Luchaba por zafarme, pero abriéndome brutalmente  me ocasión un tirón en la ingle que me dejó quieta unos segundos, luego  me asió  del cabello forzándome a permanecer inmóvil, mientras restregaba sus labios por mi cuello. Se subió sobre mí, llenaba mi boca de su aliento  hasta asquearme de sus besos que dejaban restos de saliva casi por toda mi cara,  a la menor oportunidad que tuve, mordí con furia sus labios haciendo que por el dolor, automáticamente retirara sus manos de mis senos.
 _Perra!!! Gritó mientras me cruzó la cara de una bofetada, Y se lanzó nuevamente sobre mí, besándome con más intensidad, mordiéndome hasta obligarme a abrir la boca y mezclar el sabor  de su sangre con mi saliva.
 A momentos lograba zafarme de sus garfios, y le propinaba golpes en sus hombros, rodillazos en su rostro, pero de nada servían porque seguía sintiendo como apercollaba mi sexo, y como era incapaz de moverlo, su cuerpo me avasallaba dejándome extenuada y cada vez me sentía más débil…

A medida que mis golpes se suavizaban por el agotamiento, sus besos se volvían  mansos,  el dolor por los jalones de mi cabello era reemplazado por caricias, y sus manos antes verdugas, me tocaban con suavidad…volvió a besarme deslizando su lengua por los laberintos de mi boca, buscando mi disposición, y maldición que me provocaba una absurda gana de responder, de gozar de esa lengua que me ensartaba, de ese sudor que se mezclaba con el mío, de ese pieza que punteaba mi sexo.

No se quien era más enfermo o depravado, pero se me antojaba ser sucia en sus brazos, nadie me había dominado y en el sexo siempre se hacia lo que yo quería, y ahora estaba allí, sometida por un degenerado que despertaba mis ganas de ser tomada…
 La blusa perdió sus botones y el brasier de encajes fue desatado, su lengua  caliente se paseaba triunfante  lamiendo mis senos, y los pezones se alborotaban ante el tibio contacto, y yo me odiaba a mi misma  por gemir en cada succión y temblar en cada manoseo…
 Hice un gesto de dolor por la incomodidad, la espalda parecía rompérseme, se incorporó dejándome respirar libremente,  a la vez que aprovechaba de abrirse el pantalón, y en ese momento recuperando un poco la conciencia supe que  tenía un segundo para escapar…
 Con rapidez abrí la manija  me lancé hacia afuera, pero la incomodidad no me permitió dar un paso muy largo ni pude ser tan ágil y fácilmente me detuvo
 Me agarró del brazo marcándome sus dedos, y sujetándome el rostro  hasta lastimarme, gruño
_Casi me engañas, puta!!, debí suponer que fingías,  vas a ver lo que puede darte un taxista…
Mis súplicas de auxilio ni remotamente eran escuchadas y mi voz se perdía sin lograr ayuda.
_Por cada nuevo grito, te  caerá un golpe zorra!!
De un tirón  arrebató mis pantis, y  solo pude ver como  bajaba sus pantalones y mostrándome su sexo me gritaba:
_Esto esto es lo que mereces por calienta pollas!!
Sin piedad descuartizó mis piernas colocándolas por encima de sus hombros, y sin importarle agredirme me lo hundió de golpe, grité producto de la cruel embestida, llegó hasta el fondo raspando las paredes de mi sexo y en ese momento supe que ya no valía la pena luchar más, sino rogar porque todo acabara rápido. Totalmente humillada viré mi rostro y dejé de defenderme…
_Eso así está mejor…tranquila…no me obligues a lastimarte…
Sacó su pene de mis entrañas y lo ubicó por encima de mis labios, con suaves movimientos  rozaba mi clítoris, una y otra vez, su boca chupaba mis pechos, y yo procuraba pensar en todo para ya no sentir, odiaba esa sensación de placer que me hacia apretar los dientes para que no se me escape un gemido, su arma  volvió a ingresar esta vez suave, despacio, buscando la medida justa para causarme placer, entraba, salía y mi vagina lubricando le facilitaba el movimiento, a momentos paraba tan solo para volverme a punzar con mas maña;  sus bolas chocaban contra mis nalgas, como si quisieran meterse dentro mío y mis senos se agitaban al vaivén que hacia gozar mis entrañas…
Volvía a golpearlo queriendo convencerme de que era una violación, no importaba si mi cuerpo reaccionaba a sus embates, no tenía la culpa de ser sensible y que mi vagina no distinguiera entre lo deseado y lo no consentido, pero que va,  no solo ella estaba confundida, también mis pechos se mostraban duros deseosos, de ser tomados… usados … humillados…

Su pene resbalaba con facilidad, me lo hacía suave, controlando el movimiento, y luego acelerándolo sin piedad al mismo ritmo que sus dedos en mi clítoris, me llenaba toda, saciaba mis ganas, y retirándose un momento bajó sus labios a mi vulva, y tuve que morderme la mano para no gritar ante un orgasmo producto de un ultraje.

Acerco su pene a mi boca, y remordí mis labios para no rozarlo, jugó con él por mis pechos, y descendió nuevamente a mi vulva, introdujo sus dedos y yo ya no tenía fuerzas para ocultar el placer, hervía por dentro, de rabia, de humillación y de…ganas.
Se sentó reclinándose contra la espalda, y acariciando su pene de arriba abajo ordenó:
_Ven linda ven siéntate aquí,
Me tomó la mano ayudándome a incorporar y se la empujé enfurecida
Sonriendo burlonamente dijo:
_Está bien, si quieres seguir fingiendo que no te gusta, lo haremos a tu manera
Me haló con fuerza y tomándome de la cintura hizo que me sentara en sus piernas y forzando para que abriera mis muslos me llenó profundamente con su herramienta.
Sacando mis medias de sus bolsillos me las cruzó haciendo un nudo en mi cuello
_Ya mamita si no te mueves ajustaré el lazo hasta ahogarte…así que a moverte…
Suavemente lo iba apretando, haciéndome sentir “obligada a menear mis caderas”, sí, las movía al ritmo que él dictaba y al compás de mis estúpidas ganas de ser cogida.
Ya no podía callar más, lo que inició como un ultraje estaba terminando con un destape de placer. Subía, bajaba, sin necesidad de que el lazo me ahorcara, y le ofrecía mis pecho sin que hiciera falta la fuerza, me apretaba contra su sexo, y lo abrazaba con las piernas tras su espalda queriendo alargar la furia de un nuevo orgasmo.
Sudorosa y gimiendo echaba mi cuerpo hacia atrás, mientras sus manos acariciaban mi espalda hasta perderse en mis glúteos;  su pene aun estaba duro,  y mientras nos besábamos, sus dedos jugueteaban en mi cola. Suave muy suave lo dilataba, su punta empezó el ingreso, y con cortitos movimientos de cadera iba abriéndose espacio, sus labios en mis pezones disminuían el dolor, y poco a poco me rompió totalmente…
Empujaba con más fuerza, sin ninguna contemplación, como si mi pequeño agujero, tuviera el poder de enloquecerlo, de hacerle babear. Entraba y salía, de aquel espacio reducido, cogiéndome como le daba la gana, no tardó en acelerarse, para luego asentarme fuerte contra su trozo, y soltar de sus entrañas  la leche que pugnaba por fluir.
Terminé como al inicio, recostada sobre el asiento trasero mientras nuestras respiraciones, poco a poco volvían a la normalidad.
Me besó una vez mas y cambiándome de asiento, lo recline hacia atrás, casi vencida por el cansancio
_Me llevas a casa?
_Claro preciosa, tranquila, te despierto al llegar
Varios minutos de recorrido, algunos cruces de calle, y al fin acabamos frente a mi departamento.
Tomé  mi cartera, mi chaqueta, mis medias y como todo un caballero bajó del auto, me abrió  la portezuela, e  inclinándose rozó mis labios murmurando:
_Hasta mañana linda…
Acaricie su mejilla, sonreí dulcemente y estrellando una piedra contra el parabrisas grité:
_Hasta mañana… hijo de puta!!!!

Relato erótico: “Venganza en el rancho” (POR ROCIO)

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Esta historia es la continuación de mi relato “Unos negros quisieron preñarme en un rancho”, que pue
den encontrarlo en mi cuenta de autora. ¡Advertencia de contenido! Este es un relato para la categoría “Sadomaso”, si entraste aquí por error sal pitando antes de que te alcance un latigazo.
El estar apresada en un viejo cepo de tortura hizo que pensara sobre mi vida. Porque estaba allí, en medio del rancho, bajo la sombra de un árbol, con las manos y cabeza aprisionadas en la barra del cepo, amén de las piernas abiertas tanto como mi cintura pudiera debido a la barra espaciadora en mis pies. Hacía solo un par de meses me dedicaba a charlar con mis amigas de la facultad, cotillear sobre chicos, opinar sobre moda y hasta planeando ir juntas a un salón de belleza para darnos un gustito. Me gustaba esa vida simple y casi rutinaria.
Pero desde que el jefe de mi papá me chantajeara para ser su putita y la de sus colegas (de lo contrario mi progenitor perdería su puesto de trabajo), todo en mi vida dio un giro brusco. Ahora yo, la estudiante modélica de la facultad, me encontraba adornada con aros de anillo injertados en cada pezón que me los mantenían paraditos, así como una argolla de titano en cada labio vaginal, y uno últmo atravesándome el capuchón que recubre mi clítoris. Yo, la nenita consentida de papá, tenía un tatuaje en el vientre que rezaba “Vaquita en celo”, no visible debido a mi posición inclinada en el cepo, y uno muy notable en el coxis que decía “Vaquita Viciosa”, dibujado en letras hermosísimas.
Dos noches atrás estaba durmiendo abrazada a mi papá porque tengo la costumbre de hacerlo cuando llueve, pero ahora estaba en medio de un rancho perdido en el campo, lejísimos de mi querida Montevideo, desnuda, magullada y cansada pues pasé una noche salvaje con cuatro peones negros que, a escondidas de su patrón, me revelaron sus intenciones de preñarme y secuestrarme para abordar un barco rumbo a su país natal, Somalia, y convertirme en una putita cuya única función sería la de darles bebés. ¿Y lo más gracioso? Que mi papá pensaba que yo estaba durmiendo en la casa de mi mejor amiga “por cuestiones de estudios”.
Pasé largo rato pensando sobre mi situación, viendo los peones del rancho ir y venir sin hacerme mucho caso, llevando pilas de heno a un granero, cargando baldes para ordeñar a las vacas y hasta sacando algunos caballos del establo para llevarlos a un enorme corral. Era como si para ellos yo no estuviera allí, pero sí lo estaba y de qué manera, expuesta a cualquier guarrada que quisieran.
Un hombre de edad se acercó a mí con un balde del que sobresalía una pequeña manguera de plástico trasparente. Algunos peones dejaron sus actividades por un momento solo para observarnos desde la distancia, haciendo comentarios entre ellos. ¿Tal vez hablaban de lo que me haría ese viejo? ¿O de qué clase de muchacha se dejaba humillar así sin poner resistencia?
—Buen día, vaquita. Soy don Josué. Me envió el patrón para que te prepare. Va a ser divertido.
“Divertido” era sinónimo de “Ni veinte años de tratamiento sicológico van a ser suficientes para curarte de lo que te vamos a hacer”. Pero yo estaba demasiado vencida y agarrotada para decir algo, la noche anterior los cuatro negros somalíes me dieron una auténtica tunda de pollazos hasta hacerme desfallecer; mis condiciones eran deplorables, bañada de lefazos, azotes y repleta de chupetones. Si me liberaran del cepo probablemente caería desplomada como un saco de papas.
Para mi desesperación, el hombre retiró del balde un enema conectado a la manguerita trasparente, cuyo otro extremo terminaba en un embudo. Así que armándome de valor decidí preguntarle:
—Oiga, señor Josué… ¿eso es un enema?
—Sí, te lo voy a meter por el ano, vaquita.
—No… no es necesario, me he limpiado antes de venir aquí.
—No es para limpiarte, nuestro patrón nos dijo que ya estabas limpia.
—¿¡Entonces qué va a hacerme con eso!?
Se dirigió detrás de mí, donde de manera inevitable ofrecía culo y coño a la vista. Palpó mi cola con cierto cuidado, seguramente porque vio el trío de cintarazos que me propinaron temprano a la mañana (había intentado advertirle al patrón que sus peones somalíes me querían preñar, pero no me creyó y me disciplinó). No dudó en enviar sus dedos hasta mi hinchada concha para palparla con descaro; se detuvo un rato para tirar de mis argollitas incrustadas allí, separándolas para ver mis carnecitas. Nada podía hacer yo más que gemir para delirio de los curiosos.
—Qué precioso coñito anillado tienes, todo rosa y seguro que está apretadito adentro.
—Uf… No las estire tanto, que duele…
—Es abultado, con mucha carne, se nota que te follan a menudo.
—¡Auch! ¡Tráteme con cuidado, viejo estúpido, no soy una campesina!
—Desde luego, seguro eres una pendejita de la ciudad que se cree superior a todos aquí.
—¡No es verdad, deja de presuponer cosas de mí, desubicado!
Silbó y llamó a alguien más, seguramente un colega. Como ambos estaban detrás de mí, no podía verlos, pero sí oírlos. “Míralo, don Carlos, ¿a que es una preciosidad?”. “Sí, don Josué, lástima que no podamos follarla, el patrón fue muy claro. Solo la trajo para los somalíes”, masculló el otro, estirándome la argolla de un pezón.
Eran cuatro las manos que ahora acariciaban mi machacado cuerpo y que de vez en cuando daban cachetadas a los muslos para comprobar mi firmeza, arrancándome tímidos gemidos de placer porque, aunque la situación fuera muy degradante, eran muy hábiles, seguro que las vacas y yeguas la pasaban genial con esos viejos. Pero debía dejar de disfrutar y tratar de conseguir ayuda, así que pese a que no los podía ver, les rogué que me prestaran atención:
—Escúchenme, señores, ¡tengo que decirles algo sobre esos cuatro somalíes!
—¿Eh, qué pasa con ellos, vaquita?
—¡Me quieren embarazar! ¡Y don Ramiro no me cree! ¡Tendré que pasar la noche en el granero con ellos y dudo que logre salvarme!
—Eso no tiene sentido, esos hombres están desde hace muchos años y son gente de confianza. Es obvio que tú tienes algo en contra de ellos, seguramente las niñas de la ciudad como tú no soportan a la gente de color.
—¡No es verdad, no es verdad!
—¡Deja de gritar! Podemos ir y decirle a don Ramiro que sigues con esa historia de “los negros me quieren preñar”, porque nos lo ha advertido.
—¡No! ¡No se lo digan, me va a volver a castigar!
—Pues entonces será mejor que te quedes callada, putón.
Mientras mis nalgas eran groseramente abiertas, sentí un líquido frío y viscoso caerse en mi cola. Di un respingo de sorpresa. Uno de los dos viejos empezó a embardunar mi ano con aquello para, imagino, que el enema me entrara con facilidad. Fuera quien fuera, le faltaba tacto y caballerosidad.
—¡Auch, auch! ¿¡Podrían por favor tener más cuidado!?
—Respira hondo, niña, voy a meter el enema.
—¡Mfff! ¡Me va a romper la cola, quítela por favor!
—Relájate, sé lo que hago, todo va bien. Esto es como preñar a las vacas y yeguas.
—¡Diosss! ¿¡Hasta dónde la vas a meter, cabrón!?
—Chillas demasiado y para como tienes el culo prieto, ¿puedes ir y callarla, don Carlos?
El tal “don Carlos” fue frente a mí y me cruzó la cara con la mano para que me callara. Lo vi por primera vez al recuperarme de la bofetada, era otro señor de edad como don Josué, vamos que podría pasar por mi abuelo, no creía que personas de esa edad fueran podrían ser tan malvadas. Volví a chillar porque aquel enema me estaba partiendo en dos, por lo que don Carlos se bajó la bragueta y sacó su polla morcillona. Se la manoseaba mientras me decía: “Chupa, que si no el patrón se entera”.
No quería mamarla, obviamente no era una verga larga ni imponente como la de aquellos negros, pero es que estaba ya harta de ese tufo rancio que emanan las pollas, y ya ni decir que me daba arcadas imaginar que debía tragar la leche de ese viejo asqueroso.
Una de las cosas de las que más estoy orgullosa es de mis labios pequeños pero carnosos; y me asqueaba sobremanera que lo quisieran usar tan vulgarmente. Pero hice tripas corazón porque lo último que deseaba era que viniera don Ramiro cabreado con cinturón doblado en mano.
Abrí la boquita y empecé a acariciarla con la lengua, usando el piercing que tengo en la punta. Serpenteando en el cálido glande, logré que su erección fuera plena y no dudó en metérmela hasta la campanilla; su vello púbico me raspaba la nariz; me retorcía como loca pues me estaba asfixiando; el viejo no se inmutaba, solo se reía de mí cuando hacía gárgaras.
E inesperadamente, detrás, sentí un frío líquido entrando en mis tripas. Arrugué mi cara de dolor y empecé a lagrimear, pero eso no fue impedimento para que el señor Carlos me empezara a follar la boca como si fuera un coño. Luego de interminables segundos, sintiendo cómo mi cola se llenaba de ese líquido, don Carlos me tomó del mentón y retiró su polla totalmente lubricada de mi vejada boca.
Su tranca empezó a escupir leche a tutiplén por toda mi cara mientras yo trataba de recuperar respiración; el viejo gruñía; un lefazo grande incluso impactó contra mi ojo izquierdo, cegándomelo; pero apresada como estaba no me quedó otra que dejarme hacer. No tenía tanto semen como los negros, al contrario, así que no tardó tanto.
—Don Josué, le metiste tanto líquido en las tripas que ahora parece estar preñada —dijo limpiándose la polla con mi cabello.
—¡Basta ya! Uf, uf… Voy a reventar como siga metiéndome agua…
—¿Agua? ¿Quién dijo que estamos llenándote con agua?
—¿No es agua? ¿Qu-qué está metiéndome en la cola, viejo asqueroso?
—Pues… es vino.
—No es verdad… ¡¡¡No es verdad!!!
Me zarandeé a modo de protesta pero lo cierto es que con el vino revolviéndose dentro de mí se hizo doloroso el solo moverme, por lo que pensé que lo mejor sería estar quieta hasta que aquella vejación terminara. Retiró el enema y antes de que yo pudiera derramarlo sin control, lo taponó con algo pequeño que, por la sensación, era de plástico.
—Madre mía… ¿¡Tengo vino en mi culo, viejos de mierda!?
Ambos hombres volvieron frente a mí, y con mi único ojo abierto, vi que cada uno retiró una fusta de su cinturón, de esas que usan los jinetes gauchos para apurar a los caballos, de mango grueso y con una tira de cuero larga y trenzada. Pero a mí no me iban a asustar, la rabia se desbordaba de mi cuerpo.
—¿¡Qué es lo que quieren!?
—Vamos a beber el vino de tu culo, desde luego. Don Josué va a quitarte el tapón y va a beberlo, pero más te vale no derramar todo el vino en su cara si no quieres que te cosa a azotes.
—Exacto, vaquita, tienes que controlar el esfínter para no dejarlo escapar todo. Ahora necesito que te agites un poco para revolverlo bien en tus tripas.
—¡Noooo!
Como me negué a agitarme porque en serio era algo insufrible, ambos volvieron detrás de mí. Cayó un latigazo sádico en mi espalda que me hizo retorcer de dolor y gritar agudamente, y antes de que pudiera mandarlos a la mierda, cayó otro, perpendicular al anterior, de manera que seguro en mi espalda tenía una equis rojiza. El sonido del vino revolviéndose dentro de mí era bastante evidente, así como el tintinear de las argollas anilladas en los labios vaginales.
El último azote fue demasiado cruel pues alguien me lo dio justo en el coño. Fue rápido, certero, duro. No sabría describir cómo me zarandeé, grité y sufrí sintiendo el cuero trenzado comiéndome mis carnecitas mientras el vino se revolvía en mi interior. Me dejaron así, prácticamente llorando de dolor por cinco minutos hasta que vieron que mi respiración se había vuelto normal.
Un viejo me levantó la cara con una mano, con la otra preparó para cruzármela, pero se detuvo. Tal vez se apiadó de mi desencajada cara repleta de lágrimas y mocos. Bajó la mano y me preguntó:
—Ya sabes lo que tienes que hacer, ¿vas a portarte bien?
—Uff, ¡sí!… ¡Mierda!, sí, prometo que lo haré bien…
—Voy a arrodillarme y destaparte, más vale que hagas fuerza para no derramarlo todo.
Estaba literalmente temblando de miedo. Esos varazos dolían terrible y lo último que quería era que mis tripas sufrieran con el revuelco del vino y que mis carnecitas volvieran a sufrir algo tan terrible.
Tragué saliva cuando me destapó con un sonoro “plop”; la cola me dolía horrores pero logré atajar el vino dentro de mí haciendo presión con el esfínter. Separó mis nalgas y sentí inmediatamente su boca a centímetros de mi ano porque sopló. “Esta es una vista preciosa, don Carlos”. Y acto seguido me dio un beso negro para posteriormente succionar mi cola con tanta fuerza que apenas pude contener el flujo del vino.
—¡Ugghhh, diossss, bastaaaaa!
—¿Ves, cerdita? Te dije que iba a ser divertido. Ya tengo ganas de catar ese vino tan especial.
—¡Deje de chupar ahíiii! ¡Ughm! ¡Es lo más asqueroso que me han hecho en mi vida!
El truco era atajarlo todo como mejor pudiera, pues como él succionaba con fuerza, iba sacándome chorros de vino inevitablemente. A veces se detenía, posaba su lengua en el ano y presionaba mi pancita hacia arriba para que lo sacara a chorritos por mi cuenta. Estuve así largo rato dándole de beber, sintiéndome la muchacha más sucia y pervertida de todo Uruguay. Cuando más o menos me sentía mejor porque mucho del vino ya se había vaciado de mi interior, me volvió a taponar la cola.
Tenía el rostro visiblemente desencajado, no podía controlar la saliva que se me desbordaba de la boca. Les rogué que me dejaran en paz, pero creo que simplemente no me entendieron debido a que me solo me salían balbuceos inentendibles.
Pronto se hizo lugar don Carlos y repitió la misma operación hasta dejarme, por fin, con solo chorretones de vino goteándome de la cola. Estaba prácticamente desfallecida, sudando y colgando del cepo, sintiendo cómo caía el vino restante por mis muslos. Y sí, lo confieso, también estaba algo excitada. Había hecho varias guarradas en mi vida pero eso de dar de beber vino a unos señores desde mi cola era algo que algún día tendría que repetir, pero en mejores condiciones, eso sí.
—¡Fue una estupenda catada, Don Carlos! Lástima que no podamos follarla.
—Ya te digo, Don Josué, pero ya es muy amable de parte del patrón el habernos cedido un rato a esta vaca.
—No soy ninguna vaca —susurré, sintiendo cómo volvían a meterme de nuevo el enema. Empecé a llorar desconsoladamente y de manera muy audible porque no quería volver a sufrirlo. Vaciaron la botella de vino en mi interior y lo volvieron a taponar. Para mi sorpresa no volvieron a beberlo, me dijeron que eso era para mis Amos. Imaginé que con “Amos” se referían a los cuatro somalíes.
—Bueno, se hace tarde, será mejor que volvamos a nuestras actividades.
Volví a quedarme sola en medio de aquel rancho, viendo a los demás trabajar con mi único ojo funcional, pues el semen se había resecado en el otro y no me permitía abrirlo, con las tripas llenas de vino y seguramente una panza similar a la de una preñada de varios meses. Minutos después se acercó, para mi desesperación, Lenny, uno de los negros somalíes que me había sometido la noche anterior. Al principio me costó reconocerlo porque era la primera vez que lo veía con ropa de trabajo, y no desnudo.
Lenny, en Somalia, había trabajado en un campamento de drogas, lo cual me espantaba sobremanera, vale que según don Ramiro ya se había dejado de esa vida criminal, pero yo dudaba muchísimo de él tras cómo me había tratado en el granero.
Su ceño serio no me aterrorizó, al contrario, preparé un cuajo de saliva para tratar de alcanzarle el rostro, pero él me tomó de la cara de manera descortés, hundiendo sus dedos en mis mejillas, empujando mis labios hacia afuera para que terminara desparramando mi saliva.
Me saludó con su típico español forzado y mal hablado.
—BUEN DÍA, VACA. LINDA PANCITA TENER, PREÑADA PARECER YA.
—¡Mfff! ¡No me digas vaca, Lenny! ¡Y te ruego que no me preñes, dios, solo tengo diecinueve! ¡Ni siquiera sé lo que es el amor, hijo de puta, y me quieres destruir la vida!
—¡JA! YA DECIDIMOS ESTA MAÑANA. LO MEJOR SERÁ PREÑARTE LOS CUATRO, POR TURNOS, EN LAPSO DE CINCO AÑOS. ESPERO SER PRIMERO, ESO AÚN NO DECIDIR. ESTA NOCHE HUIREMOS EN BARCO RUMBO A SOMALIA.
Lenny rebuscó algo de su bolsillo mientras yo pensaba cómo podría salvarme de tan cruento destino. No podía asimilar viajar en un barco por meses, rodeada de convictos violentos, con una panza de embarazada que apenas me dejaría mover. Seguro que tendría que amamantarlos, con lo machistas que me parecían hasta pensé que me harían trabajar en la limpieza y cocina aún en mi estado de gestación. Tal vez hasta tendría que parir a sus bebés en alguna plaza pública, ¡la madre que los parió!
Me desesperé al ver que el somalí retiró de su bolsillo una especie de pastilla blanca. Obviamente no sabía qué era pero aspirina no iba a ser.
—¿¡Qué es eso!?
—SIMPLEMENTE TRAGARLA, VACA.
Era obvio que Lenny aún manejaba drogas y no se trataba de un “ex convicto queriendo rehabilitarse”. Si su patrón se enterara de las cosas que le escondía lograría zafarme de ellos, pero nadie en el rancho me iba a creer, esos negros habían estado trabajando allí por años y se habían ganado la confianza de todos.
—¡Estás loco! ¡No pienso consumir drogas!
—SENTIRTE BIEN TÚ. DEJAR DE REVELAR NUESTRO PLAN DE PREÑARTE AL TOMARLO.
—¿Quieres callarme drogándome, idiota? ¡No voy a tragarlo! ¡Lenny, escúchame, te ofrezco un trato!
—VACA ESTÚPIDA, DINERO NO QUERER YO.
—Lo sé, ¡lo sé! Lenny, creo que te amo…
—¿EH? O YO ESTAR ALUCINANDO O TÚ ESTAR CONFESÁNDOME AMOR ETERNO.
—¿Amor eterno? Claro, claro… Me encantaría que me preñaras solo tú, y que pudiéramos huir juntos a Somalia para tener un montón de bebés. Solo necesito que te deshagas de tus otros tres amigos.
—IDEA TENTADORA SER.
—Síii. Y podremos tener nuestro propio campamento de drogas para hacernos ricos, ¿qué me dices?
—¿QUÉ TENER EN MENTE, VACA?
—¡Deja de decirme vaca! Podrías darle de alguna manera esas pastillas a todos los otros peones, al anochecer. Así aprovecharemos y huiremos juntos.
—¡JA! VACA SABIA. BEBÉS INTELIGENTES DARME TÚ. TRATO HECHO. ESTA NOCHE HUIR JUNTOS. MAÑANA… MAÑANA CONQUISTAR MUNDO CON MARIHUANA.
—Gracias… ¿Podrías liberarme del cepo? O por lo menos destapóname la cola…
—NO PODER, VENDRÁN PRONTO MIS AMIGOS A USARTE. OYE, SI REALMENTE TÚ QUERER HUIR CONMIGO, TRAGAR PASTILLA COMO MUESTRA DE AMOR.
—¿E-en serio?
Retiró un látigo larguísimo de su cinturón, de tira larga y humedecida. La sacudió frente a mi atónito rostro, cortando el aire en un sonido seco que me dio un respingo de horror. Se dirigió detrás de mí, donde mi pobre espalda y colita se le ofrecían. Oí cómo el látigo cortó el aire nuevamente, resoplé; iba a pedirle que no me azotara  pero cuando abrí la boca sentí el cuero mojado, estrellándose contra la parte baja de mi espalda, prácticamente comiéndome la carne, abrazándome toda mi cintura para luego desenroscarse de mí. Me retorcí de dolor, el vino adentro de mí se oyó revolverse; chillé tan fuerte que las gallinas en las inmediaciones se desesperaron. Lenny era hábil.
—¿VAS A TRAGAR PASTILLA?
—Mfff… ¡No quieroooo!
Otro latigazo, esta vez hacia mi pobre cola donde aún me ardían los tres cintarazos que me habían dado para disciplinarme. Ni siquiera se apiadó cuando vio mi rostro repleto de lágrimas y mocos, aquello era demencial, me quitaba el aire de los pulmones, deseaba con ganas volver a mi casa con mi papá, dormir abrazada a él, pero no, estaba a kilómetros de la capital, en un maldito rancho con ex convictos queriendo embarazarme y drogarme.
—¿VAS A TRAGAR?
—¡Síii, cabrón, síiii! ¡Deja de azotarmeeee, ufff!
Volvió frente a mí. Metió los dedos en mi boca y sacó mi lengua agarrándolo del piercing, poniendo allí la pastilla, asegurándose de que nadie nos viera. Tras comprobar que la había tragado, se retiró para continuar con su rutina, jurando que esa noche íbamos a huir juntos. Pero yo estaba desesperadísima, a saber qué clase de mejunje me había tragado y cómo iba a reaccionar yo.
Estuve allí, siempre bajo la sombra del árbol por varios minutos, sin sentirme rara ni nada salvo por mis tripas. El siguiente en acercarse a mí fue otro de los negros, de nombre Samuel. Él era un ladrón en Somalia, y por lo que me habían contado los viejos que me metieron vino, actualmente se encargaba de cuidar el establo de los caballos.
—VAQUITA LINDA, ¿CÓMO ESTAR FUTURA MADRE DE MIS BEBÉS?
—Samuel, necesito decirte algo… ¿Me vas a escuchar?
—MUGE, SOY OIDOS TODO, JA JA JA.
—Samuel, ladronzuelo, creo que te amo…
—YO SABER DESDE PRIMER MOMENTO QUE TE ROBÉ EL CORAZÓN.
—Síiii… quiero tener contigo un montón de bebés, pero estaría bien que te deshicieras de tus amigos para que tú y yo podamos huir a Somalia y tener un montón de bebés.
—MALA IDEA NO SER. ¿QUÉ PLANEAR TÚ?
—¿Tú te encargas de los establos, no? De noche, ven a buscarme en un caballo, y espanta a los demás caballos para distraer a los peones. Huiremos juntos e iremos al barco para ir a Somalia.
—VACA, SORPRENDERME TÚ. IDEA GENIAL SER. ESTA NOCHE, AL CAER SOL, HUIREMOS. PREÑARTE YO.
Festejó la idea follándome la boca, como no podría ser de otra manera. Claro que la polla de Samuel era gigantesca, terminé con la mandíbula desencajada y dolorida, babeando largos hilos de semen desde mi boca y nariz, llorando por el ojo sano porque creí que me iba a morir asfixiada. Cada vez estaba en peores condiciones, pero no me importaba, debía seguir aunando fuerzas para finiquitar mi plan.
Evidentemente se negó a liberarme del cepo o del tapón anal, y minutos después de retirarse, llegó el tercer negro, de nombre Ismael, que me encontró prácticamente hecha un auténtico despojo humano. Pero las cosas se pusieron demasiado raras para mí. Mi coñito me ardía de manera demencial, la visión de mi ojo sano no la tenía muy clara y para colmo me sentía mareada. Pero aún tenía algo de lucidez mental: Ismael era un asesino serial en Somalia, y el más corpulento de los cuatro negros.
—VACA, BUEN DÍA. VAYA CON CARITA TUYA, REPLETA DE LECHE ESTAR.
—Buen día, Ismael… oye… hip… tengo que confesar que te amo…
—NO ESPERAR ESTO YO. MATAR CORAZONES EN MI JUVENTUD. NO PERDER ENCANTO, VEO.
—Sí… podrías noquear a tus tres compañeros y así podremos huir juntos solo tú y yo para parir un montón de asesinos a sueldo… ¡Jajaja!
—EXTRAÑA ESTAR TÚ. ¿LENNY DARTE DROGA O QUÉ?
—Dios santo, ¿soy yo o tienes dieciséis brazos, cabrón?
—NO IMPORTARME QUE DROGADA ESTÉS. BUENA IDEA TENER TÚ. ESTA NOCHE HUIR JUNTOS A SOMALIA, Y BEBÉS DARME MUCHO.
—¿Eso quiere decir que tienes ocho pollas?
Festejó el trato follándome con condón por un breve rato, pues solo vino junto a mí aprovechando que estaba de paso. Me hizo berrear de dolor con su enorme rabo negro sacudiéndome y agitando el vino en mi interior, seguramente adrede para hacerles saber a los demás peones que curioseaban que yo era una putita exclusivamente de su propiedad. Pero me sentía tan caliente más que humillada, hasta tuve un ruidoso orgasmo mientras Ismael estaba dale que te pego y los otros peones se tapaban la boca, asustados.
Por último, me dio de comer su recientemente usado preservativo a modo de desayuno, pero por más extraño que pareciera, no me desagradó el gusto rancio de su semen ni el plástico del forro. Es más, le pregunté si tenía más de eso pero solo se carcajeó de mí antes de alejarse. Pensó que estaba bromeando…
Al llegar el último negro, de nombre Ken, que para los que no recuerden fue un sicario de la mafia somalí, los efectos primarios de aquella extraña droga habían cesado. Había dejado de ver cosas que no debía –como elefantes, OVNIS y hasta una verga parlante dándome consejos sobre cómo sobrellevar mi vida—, pero no obstante sentía un extraño hormigueo en mi vientre que se hacía más deliciosa conforme pasaba el tiempo. Me daban unas ganas irrefrenables de masturbarme, pero los cabrones preferían dejarme apresada en el cepo.
—VAQUITA PRECIOSA, DEJAR QUE TE LIMPIE LA BABA QUE TE CUELGA A CHORREONES…
—Ken… uf, gracias… Oye, creo que te amo…
—QUE ME DISPARE UN CAPO SI ES VERDAD LO QUE YO OÍR.
—Es verdad… y quiero tener un montón de bebés solamente contigo. Huyamos solo tú y yo en el barco a Somalia para fundar una… ¡mafia!
—NO SE SI DECIR TONTERÍAS POR DROGADA ESTAR, PERO MALA IDEA NO SER.
—La verga parlante me ha dicho que estaría buenísimo que prendieras fuego a todo el rancho para causar una distracción. ¿Y sabes qué? ¡Esa verga tiene razón!
—¿VERGA PARLANTE? TÚ ESTAR LOCA. PERO ESTAR BUENA TAMBIÉN. NO PREOCUPAR, ESTA NOCHE TÚ Y YO HUIR JUNTOS A SOMALIA.
Estaba súper contenta. Y súper drogada. Y demasiado caliente. Jamás en mi vida había estado tan excitada, por el amor de dios. Me eché un morreo brutal con el negro, pero él no parecía muy contento de tener a su putita totalmente cachonda. Claro que luego me di cuenta que estaba morreándome con su verga, tras la tela de su pantalón.
—PUTA, TÚ ESTAR ZAFADA. TENGO QUE IR AL PUEBLO DE COMPRAS. TE LIBERARÉ DEL CEPO Y LA BARRA ESPACIADORA, ERES LIBRE DE PASEAR POR RANCHO.
—¡Síiii, jajaja!
Al liberarme caí al suelo totalmente agarrotada pero contenta de haber salido del cepo; lo primero que hice fue limpiarme el ojo que me cerraron de un lechazo; el somalí aprovechó para colocarme unas cadenas en los pies. Luego me enganchó tres pequeñas campanillas, o cencerros, do a través de las anillas de mis pezones, y uno a través de la anilla del capuchón que cubría mi clíltoris. Era para que no escapara, y si escapara, que me encontraran oyendo el tintinear de mis cencerros, ¿pero quién querría huir de ese paraíso de mierda? Se despidió de mí y yo me levanté a duras penas para vagar sin rumbo por el lugar, sujetando el cencerro de mi coño porque era incómodo llevarlo colgando, sonriente, repleta de latigazos, con una pancita similar a la de una preñada debido al vino en mi culo, pero estaba muy sonriente. Y drogada.
El rancho era hermosísimo, y ni qué decir de los peones y animales que iban y venían a mi alrededor, flotando y tal. Creo que era cerca del mediodía porque muchos se estaban retirando para almorzar. Estuve a punto de llorar de tristeza porque sabía que nadie más que los negros podían follarme, así que me fui bajo la sombra de un árbol y empecé a hacerme deditos como una putita viciosa, liberando mi clítoris de su capuchón gracias al aro anillado. Al cabo de unos pocos segundos se acercaron los dos viejos que me habían metido vino en la cola. Estaba tan caliente que hasta me parecían guapos y todo.
—Hola de nuevo, abuelitos.
—¡Oh! ¡Así que el sonido del cencerro resultó ser la putita del patrón! ¡Justo estábamos hablando de ti! ¿Qué estás haciendo aquí?
 —Uffff, ¡me estoy dando un gustito porque nadie me quiere!
—La vaquita está muy rara, don Josué.
Quise levantarme pero me tuvieron que ayudar porque no tenía muy buena movilidad con tanto mareo y cadenas. Don Josué me abrazó por detrás para que no me cayera, y aproveché para restregarme contra él ya que sentía su verga durísima tras mi colita. Ladeé mi cabeza y empecé a lamer su cuello, le rogaba que por favor me quitara el tapón anal pero no me hacía caso.
—Creo que está zafada. Como sea, esta niña quiere guerra, don Carlos.
—¡Síii, estoy con ganas de vergas, abuelitos!
—Pero el patrón fue muy claro, don Josué, no podemos follarla ya que solo la trajo para los somalíes.
—Uf, ¡yo era una chica decente!, estudiante modélica y mírenme ahora, con piercings aquí y allá, con tatuajes también, con vino en el culo, ofreciendo mi cuerpo a unos viejos pervertidos… ¡jajaja!
—Pero los somalíes se fueron a almorzar, don Carlos, y luego tienen que ir al pueblo para hacer las compras. Podemos llevarla tras los matorrales. Nadie se enterará.
Tuvieron que apartarme las manos a la fuerza, porque me estaba dando otra estimulación vaginal riquísima. Me hice de la remolona porque me cortaron tan rica masturbación, pero bueno al menos ya habían decidido darme carne. De hecho cuando por fin llegamos tras los matorrales, me puse como una moto viéndoles desvestirse para mí.
—¡Abuelito dime túuu!, ¿por qué yo soy tan feliz?
—¿Soy yo o la vaquita está como… drogada, don Josué?
—¿Acabas de cantar la canción de Heidi, niña?
Me pusieron de cuatro patas y me follaron tan duro que hicieron tintinear mis argollitas y cencerros, sacudiéndome demencialmente las tetas; lo que a mí me molestaba era el maldito vino alojado en mi interior, revolviéndose conforme daban fuertes embestidas del abuelito de atrás, además tenía una polla que si bien no era gruesa sí era larga, y debido a mi posición, su tranca casi alcanzaba el cérvix. Normalmente gritaría para que me dejara en paz, pero el otro señor me silenció enchufándome por la boca de manera bestial porque no quería que yo gritara y así nos pillaran los otros peones.
—No veas cómo me la chupa, don Carlos.  Es una jovencita muy viciosa, no como las campesinas de por aquí.
—La mejor carne es la uruguaya, esta niña lo deja claro —dijo el otro, dándome una nalgada sonora.
Me desesperé muchísimo cuando sentí que un señor se corrió dentro de mí, ¡no quería embarazarme! Me aparté de ellos a la fuerza y  me puse a llorar imaginándome con una gran panza de preñada, con enormes tetas derramando leche, paseando desnuda por el rancho y pidiendo verga, sacudiendo mis cencerros para llamar la atención. Pero ellos me tranquilizaron diciéndome que era imposible que me quedara embarazada solo porque alguien se corriera dentro de mi boca. Cuando caí en la cuenta me reí un montón.
—Don Josué, definitivamente esta nena está loca.
—Uf, ¡me duele la espalda, abuelitos! —dije dándole una mamada a mi dedo corazón—, yo me porto bien y aún así me azotan como unos cabrones…
—Pues te daré más varazos como no te arrodilles y me mames la verga, que no pude correrme aún.
—Noooo… no me castiguen, les voy a sacar la leche, me gusta mamar, ya verán…
Y así me arrodillé. Feliz. Excitada. Drogada también. Me encantaba chupar esas dos vergas de manera intermitente. Esas trancas estaban durísimas, súper húmedas y me hacían reír porque me contaban chistes. O eso parecía. Los viejos me cruzaban la cara con la mano abierta de manera violenta para que chupara más fuerte y dejara de reírme sin razón, pero lejos de molestarme, me calentaba más y les daba mordiscones a sus glandes.
—¡Abuelito dime túuu, que el abeto a mí me vuelve a hablar!
—Y sigue cantando la música de Heidi… Me hace recordar a mi nieta, me cago en todo.
—¿Estás llorando, don Josué?
—¡Es que amo a mi nieta!
Tras terminar nuestra pequeña aventurilla, me llevaron al granero y me hicieron acostar sobre las pajas. ¡Y no se dignaron a por lo menos quitarme el maldito tapón anal! Eso sí, varios minutos después, alguien me despertó zarandeándome del cabello. Cuando abrí los humedecidos ojos me di cuenta que los cuatro somalíes estaban frente a mí. Debo decir que tenía muchísimo miedo, pensé que tal vez uno de ellos pudo haberme traicionado, revelando mi plan. Por suerte no fue así y estaban enojados por otra cosa.
—VACA, ¿QUIÉN FOLLARTE SIN NUESTRO PERMISO?
—Uf, no sé de qué me hablan…
—ES OBVIO QUE UNO DE LOS TRABAJADORES USARLA. ESTA VACA ES NUESTRA, ¡FALTA DE RESPETO AQUÍ!
—¡Dios, estoy como una puta moto, cabrones!
—VACA ESTAR RARA… LENNY, ¿TÚ DARLE DROGAS?
—SÍ, ASÍ NADIE HACERLE CASO CUANDO REVELE NUESTRO PLAN DE PREÑARLA.
Parece que les había molestado que uno de los trabajadores del rancho me follara. Me llevaron a rastras para afuera, hacia el fondo del rancho donde había una especie de estrado con una columna gruesa de madera erigiéndose en el centro. De allí pendían un par de brazaletes de acero que, si era tal como temía, me levantarían los brazos de tal manera que, o me quedaría colgando o por el contrario solo podría alcanzar el suelo con la punta de los pies.
—¿¡Pero qué he hecho ahora, imbéciles!?
—DEJAR DE MUJIR. AVANZAR, VACA.
—¿¡Dios, eso es un elefante lo que tienes en el bolsillo, Lenny!?
Y así, colgada de los brazaletes, mostrando pancita, tatuajes, cencerros en las tetas y el coño, los cuatro somalíes llamaron a todos los trabajadores para reunirse frente al estrado, sacudiendo el cencerro que me colgaba del coño. Se presentaron casi una treintena de hombres, entre ellos los dos abuelitos. Pero lo que más me confundía era que los efectos de aquella pastilla aún no parecían haber mitigado y yo, lejos de mostrarme asustada, estaba prácticamente sonriendo, chorreando jugos en mi chumino y largos hilos de saliva en mi boca.
Samuel retiró un largo látigo de su cinturón y lo chasqueó al aire para llamar la atención de todos. Me preguntó en su horrible español quién de esos hombres frente a mí me había follado, pero yo con lo drogada que estaba solo me limité a cantar la canción de Heidi como única respuesta. Los abuelitos se habrán quedado con el corazón en la garganta, pero obviamente los somalíes no tenían ni la más mínima idea de por qué cantaba aquello.
—SI VACA NO QUERER CONFESAR, YO COSERTE A AZOTES. EL QUE TE FOLLÓ DEBE SER UN HOMBRE Y ADMITIR QUE USÓ NUESTRA PUTITA SIN PERMISO.
—¡Nooo, azotes nooo, señor Lenny, jajaja!
Justo cuando iba a propinarme un trallazo, llegó el patrón del rancho, don Ramiro, montado en su caballo blanco. Junto con él estaba una joven rubia que lo abrazaba, vestida elegantemente con un largo vestido blanco y una pamela a juego; era mi mejor amiga, Andrea. Ella estaba que no cabía de gozo, desde que llegó al rancho se le trató como a toda una princesa, a diferencia de mí. Don Ramiro se bajó del animal y le ayudó a Andrea a hacerlo también. Se besaron como una pareja de recién casados para jolgorio de sus peones.
Mi amiga, al mirar alrededor, me vio colgada en el escenario y su rostro se desencajó.
—¿Rocío?, ¿¡qué haces ahí!?
Rápidamente subió al estrado y me miró de arriba para abajo como quien no puede creérselo. Ella estaba radiante en su vestido, olía a rosas y se le veía un brillo de felicidad en los ojos, vamos que era la puta princesa del reino. Yo en cambio era un auténtico despojo humano, azotada, magullada, repleta de chupetones, chorreando algo de vino por la cola y con la cara roja de tanta bofetada, sinceramente la rabia se me desbordó al ver la diferencia entre ambas.
—¿¡Qué te han hecho, Rocío!?
—Andy… ¡esto es tu culpa, estúpida! ¡Hiciste que perdiera ese juego adrede y por eso estoy aquíiii!
—¡Pero no esperaba que te trataran así! ¡Pensé que te gustaría estar con cuatro negros!
—¡Sí, claro! ¡Me quieren preñar, Andy, me quieren embarazar y secuestrarme para ir a Somalia!
—Rocío, ¡ya deja de decir eso! ¡Don Ramiro dijo que son gente de confianza!
—¿¡Pero cómo puedes ser tan estúpida, Andy!? ¿Confías en ellos o en mí?
Andrea se quedó boquiabierta, realmente no podía creer cómo le estaba hablando. Claro que en parte yo estaba inducida por el mejunje pero es verdad que también estaba enojadísima, después de todo, era la putita de cuatro negros por su culpa.
—¡No me digas estúpida, Rocío, soy tu mejor amiga!
—¡Mi mejor amiga no me dejaría a merced de cuatro convictos toda una noche, desgraciada!
—JAJAJA, VAQUITA ESTAR ENOJADA CON AMIGA. RUBIA, TOMAR MI LÁTIGO. QUE LA VACA APRENDA.
—¡No te metas, Lenny! —protesté zarandeándome.
—¿Sabes, Lenny? —Andrea esbozó una sonrisa malvada—. Tienes razón. Estoy harta de que Rocío me trate así. ¡Dame ese látigo!
Los presentes vitorearon cuando ella lo tomó, chasqueándolo al aire con ferocidad. Si es que hasta don Ramiro aplaudió mientras se fumaba su habano. Todos los demás se sentaron en el suelo, a los alrededores del estrado, y se acomodaron para ver el espectáculo.
Pero yo estaba muda, no sabía qué decir o hacer, colgada como estaba no tenía muchas chances. Disculpas no las iba a dar, esa maldita rubia era la causante del peor fin de semana de mi vida. Ella me dijo, caminando a mi alrededor, engrasando el látigo con un trapo, que me iba a liberar si aceptaba arrodillarme ante ella y besarle sus pies, pero le dije que antes muerta, que yo tenía aún algo de orgullo.
—¡Qué pena, Rocío, entonces te voy a disciplinar! Por cierto, deberían ponerte más tatuajes. Tal vez la frase “¡Muuu!” en el cuello, ¡o el dibujo de tus dos adorados perros, uno en cada nalga!
—¡No me asustas, Andy, te falta mucho para siquiera hacerme temblar!
—¡O te podríamos tatuar el escudo de Peñarol en el muslo!
—¡Noooooo, piedad, piedad!
Me zarandeé como loca, pero ella me agarró de la cintura y me giró para que mostrara mi espalda y culo a los espectadores. Acarició el tapón anal y pareció tomarlo con sus dedos. Sentí que lo sacaba para afuera. Estaba aliviada porque por fin me liberaría del vino contenido en mis tripas, pero tampoco era plan de vaciarme frente a una multitud.
—¡Espera, Andy, no lo hagas, no me quites el tapón, maldita!
Pero lo hizo. Lo sacó con un sonoro “plop”. Lo derramé todo como una marrana, colgada como estaba y con el esfínter magullado debido al tapón no pude contenerme. El jolgorio aumentó, los aplausos para Andrea también; el sonido del vino chapoteando en el charco debajo de mí fue demasiado humillante. Estuve así, un largo minuto, hasta que simplemente solo salían pequeños chorros de mi interior.
—¡Soy una cerdaaa!
—¡Puaj, qué asco, Rocío!
—¡No miren, dejen de mirar!
—Rocío, parece que ya te han disciplinado toda esta mañana y aún no aprendes, vaya con los azotes que te han dado.
Antes de que pudiera decirle que se fuera a la mierda, retrocedió un par de pasos y me propinó un latigazo tan fuerte que me hizo ver las estrellas, justo encima de las nalgas, donde tenía mi tatuaje de “Vaquita viciosa”. Me sacudí tanto que las tres argollitas anilladas en mi coño tintinearon entre sí.
—¡Ayyyy!
—¿¡Te dolió, no es así, Rocío!?
—¡Mbuffff!
No supe si era por la droga o algo más, pero lo cierto es que más que dolerme me calentó a cien. O mejor dicho, producto del avasallante dolor sentí una especie de simbiosis en mi cuerpo que me trajo una ola de placer; un éxtasis que con el correr de los azotes desarrollaría mejor. Mis carnecitas bullían de calor y tenía ganas de frotarme contra algo. Volvió a darme otro trallazo; en el medio de la espalda donde tenía la equis rojiza que me habían propinado los abuelitos; de nuevo tintinearon mis cencerros y me revolví como un pez fuera de agua.
Jadeé y traté de recuperar la respiración, me estaba asustando que aquello me gustara, eso no era ni medio normal. Dolía, sí, ¡dolía horrores! ¡Pero ese dolor me provocaba un placer inaudito! ¡La humillación, la tortura, la carne hirviendo, la gente mirando, dios! Cuando oí a los peones alentando a mi amiga para que me diera más duro directamente tuve un orgasmo demoledor.
—¡Toma, Rocío! ¡Esto es por reírte de mí cuando me resbalé en el patio de recreo de la secundaria!
—¡Ayyy, diossss! ¡Uf, eso fue hace como cinco años, Andy!
—¡Pues aún no me olvido de ello!
Otro trallazo, esta vez directo en las pobres nalgas donde aún sentía los cintarazos de la mañana. Pero yo estaba prácticamente jadeando como si estuviera teniendo sexo, no como si estuviera recibiendo una paliza. Cuando Andrea me volvió a girar, todos vieron mi carita viciosa; largos hilos de saliva me colgaban de la boca que esbozaba una ligera sonrisa.
—Rocío… ¿Te gusta que te dé azotes? No te conocía ese lado masoquista.
—Uf, uf… Dios, yo tampoco… Andy… ¡te odio!
Me volvió a dar la vuelta y una lluvia de fuertes latigazos cayó una y otra vez sobre toda mi espalda, cola y muslos. Al principio eran espaciados pero luego iban y venían sin descanso. Sentía el calor de las tiras mordiéndome con saña, comiendo la piel, haciendo bullir la sangre; chillaba y me zarandeaba como una poseída a cada golpe; resonaban los cencerros; era un martirio pero a la vez deseaba que no terminara nunca.
“¡Zas, zas, zas!”, una y otra vez. Creo que no quedaba piel sin ser marcada con la trenza del cuero engrasado. Gritaba una y otra vez, cada vez más ahogadamente, como si estuviera perdiendo fuerza o como si mi garganta estuviera ya resintiéndose. A medida que la paliza iba creciendo en intensidad y ritmo, mi respiración era más entrecortada y mis exclamaciones y jadeos cada vez menos audibles.
Al cabo de unos minutos, ya prácticamente colgaba vencida, respirando dificultosamente; no, ya no me zarandeaba ni chillaba cuando caían los azotes. Cuando Andrea notó que me estaba orinando, dejó de castigarme. Mi respiración era acelerada y muy audible, sudaba como una cerda, estaba súper excitada pero también al borde del desfallecimiento. Pero no pensaba disculparme, tal como había dicho, prefería desmayarme del dolor antes que perder la poca dignidad que me quedaba.
—¡Rocío, me rindo! ¡Me duelen los brazos! ¡Y tú prácticamente te estás corriendo mientras te azoto, eres la reencarnación del Marqués de Sade!
No podía responderle porque prácticamente estaba asfixiada de dolor y placer. En el fondo, muy en el fondo de mí, le maldije por no haber continuado con el flagelo. No sabría decir si era yo una reencarnación de Sade, pero madre mía que esa tarde le rendí un tributo al alcanzar varios orgasmos allí colgada.
Escuché que cayó el látigo al suelo, y nuevamente, Andrea me dio vuelta para verme la cara desencajada pero ligeramente sonriente.
—¿¡Qué te he hecho!? ¡Perdón, Rocío! ¡Perdóname, amiga! ¡Déjame liberarte de los brazaletes!
Caí al suelo del estrado como un saco de papas, sobre el charco de vino. Andrea se arrodilló y me hizo rodear un brazo por sus hombros. Aproveché para levantar la mirada y así ver a todos los asistentes, porque la verdad es que desde hacía rato estaban callados. Ya estaba atardeciendo, y por muy raro que parezca, solo estábamos nosotras dos y don Ramiro, sentado sobre una roca, hablando por móvil y sin siquiera hacernos caso.
—Andy, ¿dónde están todos los peones?
Escuchamos unos sonidos muy raros y lejanos que se iban acercando. Parecía ser el trotar de unos caballos. Abrí los ojos como platos cuando vimos cómo una gigantesca muralla de fuego parecía levantarse y rodear todo el rancho, comiéndose árboles, estancias y graneros de manera lenta pero inexorable, amenazando con extenderse; entonces recordé que le había pedido a uno de los somalíes, a Ken, que prendiera fuego para causar distracción. Al rato vimos a los caballos corriendo sin rumbo por todo el rancho, y a algunos peones persiguiéndolos para que no escaparan: sonreí al saber que Samuel había hecho bien su trabajo.
—¡Me cago en todo! —gritó don Ramiro. Se levantó y dejó caer su móvil así como su cigarrillo, atónito ante lo que veía. ¡Su rancho estaba en problemas!
Andrea y yo bajamos lentamente del estrado, y vimos a más peones en el fondo, hacia el granero. Mi amiga no podía entender por qué algunos parecían estar bailando y otros revolcándose en el suelo; obvio que no sabía que seguramente Lenny los había drogado como le solicité.
—¿¡Pero qué cojones pasa aquí!? —gritó don Ramiro, antes de que un caballo lo embistiera de frente, haciendo que cayera desmayado.
Tres de los cuatro somalíes se presentaron frente a nosotras, sonrientes porque cumplieron su trabajo. Claro que enseguida se dieron cuenta de que cada uno ya había hecho un plan para huir conmigo, pero no hubo tiempo para discutirlo porque el asesino serial, o sea el cuarto somalí, vino sobre un caballo y se abalanzó sobre ellos para darles una golpiza tremenda. Mientras los puños iban y venían entre ellos, Andrea me habló desesperada.
—¡Rocío, el rancho se está incendiando! ¡No veo cómo podamos escapar!
—¡A mí no me mires, Andy! ¡Lo de incendiar el rancho fue idea de la verga parlante!
—¿Verga parlan…? ¿Pero de qué estás hablando?
Por suerte un coche atravesó la muralla de fuego a velocidad frenética y estacionó a metros de nosotras, levantando pedacitos de césped y polvareda a su paso. Fueran quienes fueran, estaba claro que vinieron a rescatarnos del incendio. Nuestros repentinos héroes bajaron del coche y sonreí de felicidad: eran los abuelitos que me habían follado y bebido vino de mi culo. Vamos que me alegré muchísimo de ver a esos hijos de puta.
—¡Don Carlos, sube a las chicas al coche, tenemos que sacarlas antes de que el fuego consuma todo!
—Don Josué, creo que nuestro patrón se ha desmayado.
—¡Cárgalo también, lo llevaremos al centro de salud!
—¡Gracias por venir a rescatarnos, abuelitos!
—No, gracias a ti, Rocío. Si no fuera por tu canción de Heidi habría olvidado para siempre las cosas importantes de la vida, como mi adorada nieta o beber vino de una botella.
De noche ya estábamos, yo y mi amiga, de vuelta rumbo a Montevideo, en el lujoso coche conducido por don Josué y don Carlos. Su patrón, don Ramiro, había caído en un estado de shock en el centro de saludo al saber que había perdido su gran y todopoderoso rancho de mierda, pero bueno, al menos seguía vivo. Pero a mí no me importaba, mi venganza había estado perfecta.
No salí preñada, no me secuestraron, los somalíes fueron reducidos y denunciados por los peones que no fueron drogados, y lo mejor de todo, don Ramiro ya no quería saber nada de mí por, espero, lo que durara de mi vida. Claro que aún me quedaban siete señores a quienes debía servirles como putita, entre ellos el jefe de mi papá, pero el peor de todos ellos ya estaba fuera del círculo.
Mirando el paisaje de la campaña uruguaya por la ventanilla, Andrea me tomó de la mano y me sacó de mis pensamientos.
—Rocío, ¿te duele la espalda?
—Obvio que sí. Y los muslos y la cola también, Andy.
—¡Dios, lo siento mucho! Pero te admiro, Rocío, pareces muy calmada. Entiendo que quieras dejar de hablarme por cómo te azoté.
—Andy, me considero una chica madura. Claro que te perdono, hiciste las cosas sin pensar, me es suficiente con verte arrepentida. Solo espero que vengas todos los días a mi casa para ponerme crema en la espalda y en las nalgas, ¿sí?
—¡Claro que sí, amigas para siempre!
—Eso es, amigas para siempre. Ahora toma una aspirina que robé del bolso de uno de esos somalíes, seguro que te tranquiliza.
—¿Una aspirina? ¡Vaya, gracias Rocío! ¡Si no existieras te inventaría!
—Disculpen, abuelitos, ¿podríamos hacer una parada cuando pasemos por una estación de servicio?
—Claro, Rocío, ¿qué necesitas?
—Pues necesito comprar vino, un embudo y una manguerita —sonreí pícaramente, esperando que mi mejor amiga cayera cuanto antes bajo los efectos de la pastilla.
Gracias a los que han llegado hasta aquí. Perdón por tardar tanto en escribir la segunda parte. Espero que nadie se haya desmayado a mitad de la lectura. Miles de gracias a los que pidieron continuación, y también a Longino por sus magistrales clases de tortura.
Un besito,
Rocío.

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Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 8. Tierra Prometida.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 8: Tierra prometida

El amanecer les sorprendió abrazados en la misma postura. Hércules se despertó un poco desorientado hasta que reconoció el cuerpo de Akanke descansando plácidamente entre sus brazos. Aprovechó para observar su precioso rostro expresando por fin serenidad y paz.

No pudo evitar acercar la mano y acariciar con suavidad aquellos pómulos tersos color ébano y los labios gruesos que tanto placer le habían dado la noche anterior. La joven suspiró y abrió los ojos grandes y negros. Al descubrirle observándola no pudo evitar apartarle la cara con la mano mientras sonreía.

—No hagas eso por favor.

—¿El qué? —preguntó Hércules.

—Mirarme así.

—¿Por qué? —insistió él divertido.

—No lo merezco. —dijo ella en tono compungido— He hecho cosas muy feas…

—No digas tonterías. Tú no eres culpable de lo que te ha pasado. Y lo que ha hecho, lo has hecho para sobrevivir.

—No sabes nada. —dijo Akanke a punto de llorar.

—Pues cuéntamelo. Cuéntame tu historia Akanke. Quiero saberlo todo de ti, lo bueno y lo malo. Quiero saberlo todo de la mujer que amo.—dijo Hércules acariciando la oscura melena de la joven.

—Está bien, —respondió ella con un escalofrío al escuchar las palabras de Hércules— pero prométeme que no intentarás hacer ninguna tontería. Te quiero y lo único que quiero de mi pasado es olvidarlo. Nada de venganzas ni ajustes de cuentas.

—Prometido. —replicó Hércules.

—No sé por dónde empezar…

—¿Qué te parece por el principio?

Nací en una pequeña aldea cerca de Onuebu, a orillas de uno de los brazos menores del delta del Níger. Pasé toda mi infancia sin alejarme más de diez kilómetros de la aldea así que cuando vinieron unos hombres bien vestidos de la capital, buscando jóvenes guapas para servicio doméstico en Europa, no me lo pensé y accedí de inmediato, antes incluso de que hablasen de la pequeña compensación económica que recibirían mis padres.

Así que en mi inocencia hice un pequeño hato con las cuatro cosas que me pertenecían y subí al todoterreno. Una vez en él, me llevaron a Lagos donde hice los trámites para conseguir un pasaporte que jamás llegué a ver. Aquellos hombres me llevaron a un piso donde había otra docena de mujeres esperando partir. La cara de incertidumbre que expresaban hizo que mi confianza se evaporara. Intenté idear una excusa y volver a mi casa, pero el hombre que se encargaba de nuestra “seguridad” se mostró inflexible y no me dejó salir. En ese momento descubrí que estábamos encerradas y cuando intenté protestar recibí un bofetón por toda respuesta.

Las mujeres siguieron llegando hasta que formamos un grupo de alrededor de veinte. Entonces llegó Sunday con su metro noventa, su sonrisa cruel y sus manos grandes y cargadas de anillos. Nos obligó a levantarnos y nos miró una a una evaluándonos. Tras desechar a una de nosotras, aun no sé el motivo, nos dijo que al día siguiente partiríamos en un pesquero rumbo a España y que el viaje no sería gratis. Que nos descontarían del sueldo el coste del viaje. Nunca nos llegaron a decir a cuánto ascendía nuestra deuda y la única mujer que se atrevió a preguntarlo recibió una paliza de muerte.

El viaje fue una pesadilla. Apiñadas en la pequeña bodega que apestaba a pescado podrido de un pesquero, balanceadas por las enormes olas del Atlántico. Pasamos mareadas y bañadas en nuestros propios vómitos la mayor parte del viaje, sin llegar a ver el sol en toda la travesía.

El pesquero nos desembarcó en una pequeña cala solitaria, mareadas, famélicas, medio muertas. Sunday nos estaba esperando, impecablemente vestido, como siempre y nos hizo subir a una furgoneta. Nos llevaron a un chalet solitario en medio de las montañas. Estábamos, solas, hambrientas y sucias en un país extranjero, sin conocer su idioma, sus hábitos ni sus costumbres, no nos podíamos sentir más vulnerables.

Cuando llegamos nos permitieron ducharnos y nos dieron ropa, un tenue hilo de esperanza creció en mí, pero cuando nos reunieron a todas en el salón del chalet todo se vino abajo. Los hombres llegaron y con sonrisas que no auguraban nada nuevo, cogieron a las mujeres y se las llevaron a distintas habitaciones.

Un tipo gordo y bajito se acercó a mí y me olfateó como una comadreja. Yo cerré los ojos temblando, esperando no sé muy bien qué. Se oyó un ruido y el hombre se retiró renegando. Cuando abrí los ojos Sunday estaba frente a mí con la sonrisa blanca y afilada de una pantera.

Me cogió por el brazo y tirando de mí me llevó a una habitación con una gran cama por toda decoración. No se anduvo por las ramas y en cuanto cerró la puerta me ordenó desnudarme. Yo me encogí, poniendo los brazos por delante en postura defensiva. Sunday se acercó a mí me miró y me dio un doloroso bofetón antes de repetir la orden.

Temblando de pies a cabeza y con la cara marcada por los anillos de Sunday me quité la ropa poco a poco. Llevado por la impaciencia el mismo terminó por quitarme la ropa interior de dos tirones dejándome totalmente desnuda. Con una sonrisa de lujuria me amasó los pechos y magreó mi cuerpo diciéndome que era muy bonita y que iba a ganar mucho dinero conmigo.

Yo ya estaba aterrada y el hombre ni siquiera había empezado. Con parsimonia se acercó y me besó. Yo traté de resistirme, pero él me obligó a abrir la boca y metió su lengua dentro de mí unos instantes. A continuación lamió mi cuello y mis pechos y mordió mis pezones hasta hacerme aullar de dolor.

Intenté escapar, pero él me cogió y me tiró sobre la cama y a continuación se tumbó sobre mí inmovilizándome con su peso. Impotente sentí como el hombre hurgaba entre mis piernas mientras se sacaba un miembro grande, grueso y duro como una piedra de sus pantalones.

Lo balanceó frente a mí disfrutando de mi terror. A continuación se escupió en él y sin más ceremonia me lo hincó dolorosamente hasta el fondo. Grite y me debatí mientras el hombre inmovilizaba mis muñecas y me penetraba con rudeza. Yo lloraba y suplicaba, y gritaba pidiendo auxilio, pero mis gritos se confundían con los de mis compañeras de infortunio.

Llegó un momento que el dolor se mitigó un poco y pasé a no sentir nada. Dejé de resistirme y gritar y dejé que aquel hombre hiciese con mi cuerpo lo que quisiese mientras apartaba la cara y las lágrimas corrían por mis mejillas.

Tras lo que me pareció una eternidad Sunday gimió roncamente y con dos brutales empujones se corrió dentro de mí. Aquella bestia se dejó caer sobre mi aplastándome y cubriendo mi cuerpo con su repugnante hedor. Cuando finalmente se levantó yo estaba agotada, dolorida y sucia. Solo deseaba dormir para no volver a despertar, pero a la mañana siguiente volví a despertar y Sunday volvía a estar ante mí desnudo preparado para continuar con lo que él llamaba mi adiestramiento.

Las violaciones y las palizas continuaron durante semanas hasta que todas nos convertimos en una especie de zombis que accedían a cumplir cualquier orden de nuestros captores.

Una noche nos subieron a dos furgonetas y nos llevaron a la ciudad. Allí nos soltaron en un polígono industrial con la orden de que debíamos recaudar al menos trescientos euros si queríamos comer al día siguiente.

A partir de aquel momento nuestra vida fue una monótona sucesión de noches de sexo sórdido en el interior de coches o contra contenedores de basura y días de sueño intranquilo acosadas por terribles pesadillas. Yo aun tenía la esperanza de que si lograba reunir el dinero ue les debía me dejarían libre así que, haciendo de tripas corazón, me apliqué lo mejor que pude. En poco tiempo me hice con una clientela fija y empecé a ganar más del doble que las otras chicas, así que Sunday me alejó de las calles y me metió en “Blanco y Negro” un club de carretera dónde supuestamente solo iba lo mejor.

Una noche, tres hombres me alquilaron para llevarme a una fiesta. En realidad no había tal fiesta y me follaron en el coche. Cuando les pedí el dinero me dieron una paliza tan fuerte que perdí el conocimiento. Lo siguiente que recuerdo son tus brazos llevando mi cuerpo vapuleado y aterido de frío a tu casa…

Las lágrimas corrían incontenibles por las mejillas de Akanke mientras terminaba el relato. Hércules que no había dejado de acariciarla durante su relato. La besó y recogió con sus labios aquellas lágrimas susurrándole palabras de consuelo. Embargado por una profunda emoción, Hércules se vio impelido a abrazar a la joven estrechamente hasta que dejó de llorar.

—Ahora estás conmigo. Nunca volverás a sentirte así, te lo prometo. Conmigo estás segura.

La joven sonrió y le besó en los labios, sin saber muy bien cómo, el beso se prolongó, se hizo más profundo y ansioso y Hércules terminó haciéndole el amor, con suavidad, haciéndola sentirse amada y protegida.

Pasaron toda la mañana haciendo el amor y decidieron pegarse una ducha e ir a comer algo por ahí.

Akanke se puso un vestido blanco, largo y ceñido que resaltaba su figura espectacular. Se había atado el pelo en una tirante cola de caballo y Hércules no pudo evitar darle un largo beso antes de salir por la puerta.

Comieron en un restaurante cercano y decidieron dar un paseo por el parque. No podía apartar las manos de la joven y Akanke agradecía silenciosamente cada contacto.

***

Ahora entendía la desaparición de aquella pequeña furcia. Llevado por una indefinible desazón Sunday había salido a dar una vuelta en el coche. Condujo sin rumbo, girando al azar en los cruces a izquierda y derecha, disfrutando de los cuatrocientos caballos de su BMW y justo cuando estaba a punto de volverse a casa, esperando en el semáforo, la vio pasar espectacularmente vestida del brazo de un tipo grande como un armario.

¿Qué posibilidades había de encontrarse a su puta preferida, por pura casualidad en una ciudad tan grande, en un barrio por el que normalmente no pasaba? Definitivamente los dioses estaban con él.

Sin hacer caso de la señal de prohibido aparcar dejó el coche en el primer hueco que encontró y siguió a los dos tortolitos. Observó como su zorra se dejaba acariciar el culo por su nuevo chulo haciendo que la rabia creciese en su interior. Se lo iba a hacer pagar.

El paseo duró unos minutos y les siguió mientras enviaba un mensaje a Tico y a Slim diciéndoles que dejasen lo que estaban haciendo y viniesen hasta el parque. Gracias al wasap parecía otro gilipollas obsesionado con el móvil mientras organizaba el seguimiento de la pareja sin ser vistos.

Con una sonrisa vio como el hombre entraba en un edificio de ladrillo cara vista. Slim, que se había mantenido en reserva hasta ese momento se acercó lo suficiente para poner el pie antes de que se cerrase la puerta de entrada.

El esbirro de Sunday dejó que la pareja entrase al ascensor y esperó para ver en que piso se paraba. Abrió la puerta a sus compañeros e indicó a su jefe el piso en el que se había parado. Sunday subió hasta el quinto piso y avanzó silenciosamente por el pasillo. Se agachó y pegó los oídos a las puertas de las tres viviendas que había en el piso.

Con una sonrisa escuchó susurros ahogados y gemidos apagados… Tenían que ser ellos. Podía entrar ahora, pero seguramente ese gilipollas les causaría problemas, mientras que si hablaba con la joven a solas y aprovechaba su sorpresa amenazándola con matar a aquel idiota y a toda su familia, probablemente se la llevarían sin armar jaleo.

Tras cerciorarse por última vez, se escurrió en silencio y salió del edificio donde sus esbirros le esperaban. Inmediatamente dio instrucciones para que vigilasen el piso y le avisasen en cuanto el tipo saliese solo de casa.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: INTERRACIAL

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es

Relato erótico: “Me follé a la puta de mi jefa y a su secretaria 1” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 1

Soy un nerd, un puto friky. Uno de esos tipos con pelo grasiento y gafas de pasta a los que jamás una mujer guapa se dignaría a mirar. Nunca he sido el objeto de la lujuria de un espécimen del sexo femenino, es mas sé sin lugar a dudas que hubiera seguido siendo virgen hasta los treinta, si no hubiese hecho frecuente uso de los favores de las prostitutas.
Magnífico estudiante de ingeniería, tengo un trabajo de mierda y mal pagado. Todos los buenos puestos se los dan a esa raza detestable de inútiles, cuyo único curriculum consiste en resultar presentables y divertidos. En las empresas, suben por el escalafón sin merecérselo, jamás de sus estériles mentes ha brotado una idea brillante. Reconozco que los odio, no puedo aguantar su hipocresía, ni sus amplias sonrisas.
Soy un amargado. Con un coeficiente intelectual de 165, no he conseguido pasar de ayudante del ayudante del jefe de desarrollo de una compañía de alta tecnología. Mis supuestos superiores no me llegan al talón de mis zapatos. Soy yo quien siempre resuelve los problemas, soy yo quien lleva dos años llevando bajo mis hombros el peso del departamento y nadie jamás me lo ha agradecido, aunque sea con una palmadita en el hombro.
Pero aún así me considero afortunado.
Os pareceré loco, cualquier otro os diría entre sollozos que desea suicidarse, que la vida no tiene sentido vivirla. Tenéis razón, hace seis meses yo era así, un pringado de mierda adicto a los videojuegos y a los juegos de roll, pero una extraña casualidad cambió mi vida.
Recuerdo que un viernes cualquiera al salir del trabajo, me dirigí al sex-shop que han abierto al lado de mi casa a comprar la última película de la actriz Jenna Jameson. Estaba contento con la perspectiva de pasarme todo el fin de semana viendo sus grandes tetas y su estupendo culo. No me da vergüenza reconocer que soy fan suyo. En las estanterías de mi casa podréis encontrar todas sus apariciones, perfectamente colocadas por orden cronológico.
Ya estaba haciendo cola para pagar cuando vi a la gran jefa, a la jefa de todos los jefes de mi empresa, entrando por la puerta. Asustado, me escondí no fuera a reconocerme. “Pobre infeliz”, pensé al darme cuenta de lo absurdo de mi acción. Esa mujer no me conocía, todos los días la veía pasar con sus estupendos trajes de chaqueta y entrar en su despacho. Estoy seguro que nunca se había fijado en ese empleaducho suyo que bajando la mirada, seguía su taconeo por el pasillo, disfrutando del movimiento de culo que hacía al andar.
Más tranquilo y haciéndome el distraído, la seguí por la tienda. El sentido común me decía que saliera corriendo, pero sentía curiosidad por ver que cojones hacía ese pedazo de hembra en un tugurio como ese. Resguardado tras un estante lleno de juguetes sexuales, la vi dirigirse directamente hacía la sección de lencería erótica.

“Será puta, seguro que son para ponerle verraco al presidente”, me dije al verla arramplar con cinco o seis cajas de bragas.

Doña Jimena salió de la tienda nada mas pagar, no creo que en total haya pasado más de cinco minuto en su interior. Intrigado, esperé unos minutos antes de ir a ver qué tipo de ropa interior era el que había venido a buscar. Al coger entre mis manos un ejemplar idéntico a los que se había llevado, me quedé asombrado al descubrir que la muy zorra se había comprado unas braguitas vibradoras con mando a distancia. No podía creerme que esa ejecutiva agresiva, que se debía desayunar todos los días a un par de sus competidores, tuviese gustos tan fetichistas.
Coño, ¡Qué gilipollas soy!, esto es cosa de Presi. Va a ser verdad que es su amante y este es unos de los juegos que practican”, pensé mientras cogía uno de esos juguetes y me dirigía a la caja.
Ese fin de semana, mi querida Jenna Jameson durmió el sueño de los justos, encerrada en el DVD sin abrir encima de la cómoda de mi cuarto. Me pasé los dos días investigando y mejorando el mecanismo que llevaban incorporado. Saber cómo funcionaba y cómo interferir la frecuencia que usaban fue cuestión de cinco minutos, lo realmente arduo fue idear y crear los nuevos dispositivos que agregué a esas braguitas.
Al sonar el despertador el lunes, me levanté por primera vez en años con ganas de ir al trabajo. Debía de llegar antes que mis compañeros porque necesitaba al menos media hora para instalar en mi ordenador un emisor de banda con el que controlar el coño de Doña Jimena. Había planeado mis pasos cuidadosamente. Basándome en probabilidades y asumiendo como ciertas las teorías de un tal Hellmann sobre la sumisión inducida, desarrollé un programa informático que de ser un éxito, me iba a poner en bandeja a esa mujer. En menos de dos semanas, la sucesión de orgasmos proyectados según un exhaustivo estudio, abocarían a esa hembra a comer de mi mano.
Acababa de terminar cuando González, el imbécil con el que desgraciadamente tenía que compartir laboratorio, entró por la puerta:

-Hola pazguato, ¿Cómo te ha ido?, me imagino que has malgastado estos dos días jugando a la play, yo en cambio he triunfado, el sábado me follé una tipa en los baños de Pachá-.

-Vete a la mierda-.

No sé porque todavía me cabrea su prepotencia. Durante los dos últimos años, ese hijo puta se ha mofado de mí, ha vuelto costumbre el reírse de mi apariencia y descojonarse de mis aficiones. Esa mañana no pensaba dedicarle más de esos cinco segundos, tenía cosas más importantes en las que pensar.

-¿Qué haces?-, me preguntó al verme tan atareado.

-Se llama trabajo, o ¿no te acuerdas que tenemos dos semanas para presentar el nuevo dispositivo?-.

Mencionarle la bicha, fue suficiente para que perdiera todo interés en lo que hacía. Es un parásito, un chupóptero que lleva viviendo de mí desde que tuve la desgracia de conocerle. Sabía que no pensaba ayudarme en ese desarrollo pero que sería su firma la que aparecería en el resultado. Por algo era mi jefe inmediato.

-Voy por un café. Si alguien pregunta por mí, he ido al baño-. Siempre igual, estaría escaqueado hasta las once, la hora en que los jefes solían hacer su ronda.

Faltaba poco para que la jefa apareciera por el ascensor. Era una perfeccionista, una enamorada de la puntualidad y por eso sabía que en menos de un minuto, oiría su tacones y que como siempre, disimulando movería mi silla para observar ese maravilloso trasero mientras se dirigía a su despacho.
Pero ese día al verla, mi cabeza en lo único que pudo pensar era en si llevaría puestas una de esas bragas. Doña Jimena debía de tener prisa porque, contra su costumbre, no se detuvo a saludar a su secretaria. Con disgusto miré el reloj, quedaban aún quince minutos para que mi programa encendiera el vibrador oculto entre la tela de su tanga.
En ese momento, me pareció ridículo esperar algún resultado, era muy poco probable que esa zorra las llevase puestas. “Seguro que solo las usa cuando cena con Don Fernando”, pensé desanimado, “que idiota he sido en dedicarle tanto tiempo a esta fantasía”.

Es ese uno de mis defectos, soy un inseguro de mierda, me reconcomo pensando en que todo va a salir mal y por eso me ha ido tan mal en la vida. Cuando ya había perdido toda esperanza, se encendió un pequeño aviso en mi monitor. El emisor se iba a poner a funcionar en veinte segundos.
Dejando todo, me levanté hacia la máquina de café. La jefa había ordenado que la colocaran frente a su despacho, para así controlar el tiempo que cada uno de sus empleados perdía diariamente. Sonreí al pensar que hoy sería yo quien la vigilara. Contando mentalmente, recorrí el pasillo, metí las monedas y pulsé el botón.

“Catorce, quince, dieciséis…”, estaba histérico, “dieciocho, diecinueve, veinte”.

Venciendo mi natural timidez me quedé observando fijamente a mi jefa. Creí que había fallado cuando de repente, dando un brinco, Doña Jimena se llevó la mano a la entrepierna. No tuve que ver más, recogiendo el café, me fui a la mesa. Iba llegando a mi cubículo, cuando escuché a mi espalda que la mujer salía de su despacho y se dirigía corriendo hacia el del Presidente.
Todo se estaba desarrollando según lo planeado, al sentir la vibración estimulando su clítoris, creyó que su amante la llamaba y por eso se levantó a ver que quería. No tardó en salir de su error y más acalorada de lo que le gustaría volvió a su despacho, pensando que algún aparato había provocado una interferencia.
Ahora, solo me quedaba esperar. Todo estaba ya previamente programando, sabía que cada vez que mi reloj diese la hora en punto, mi querida jefa iba a tener que soportar tres minutos de placer. Eran las nueve y cuarto, por lo que sabiendo que en los próximos cuarenta y cinco minutos no iba a pasar nada digno de atención me puse a currar en el proyecto.
Los minutos pasaron con rapidez, estaba tan enfrascado en mi trabajo que al dar la hora solo levanté la mirada para comprobar que tal y como previsto, nuevamente, había vuelto a buscar al que teóricamente tenía el mando a distancia del vibrador que llevaba entre las piernas.
Deja de jugar, si quieres algo me llamas-, la escuché decir mientras salía encabronada del despacho de Don Fernando.
Qué previsibles son los humanos, sino me equivoco, las próximas tres descargas las vas a soportar pacientemente en tu oficina”, me dije mientras programaba que el artefacto trabajara a plena potencia. “Mi estimada zorra, creo que esta mañana vas a disfrutar de unos orgasmos no previstos en tu agenda”.

Soy metódico, tremendamente metódico. Sabiendo que tenía una hora hasta que González hiciera su aparición, me di prisa en ocultar una cámara espía dentro de una mierda de escultura conmemorativa que la compañía nos había regalado y que me constaba que ella tenía en una balda de la librería de su cubículo. Cuando dieran las dos de la tarde, el Presi se la llevaría a comer y no volvería hasta las cuatro, lo que me daría el tiempo suficiente de darle el cambiazo.
A partir de ahí, toda la mañana se desarrolló con una extraña tranquilidad porque, mi querida jefa, ese día, no salió a dar su ronda acostumbrada por los diferentes departamentos. Contra lo que era su norma, cerró la puerta de su despacho y no salió de él hasta que Don Fernando llegó a buscarla.
Esperé diez minutos, no fuera a ser que se les hubiera olvidado algo. El pasillo estaba desierto. Con mi corazón bombeando como loco, me introduje en su despacho. Tal y como recordaba, la escultura estaba sobre la segunda balda. Cambiándola por la que tenía en el bolsillo, me entretuve en orientarla antes de salir corriendo de allí. Nada más volver al laboratorio, comprobé que funcionaba y que la imagen que se reflejaba en mi monitor era la que yo deseaba, el sillón que esa morenaza ocupaba diez horas al día.

“Ya solo queda ocuparme del correo”. Una de las primeras decisiones de la guarra fue instalar un Messenger específico para el uso interno de la compañía. Recordé con rencor que cuando lo instalaron, lo estudié y descubrí que esa tipeja podía entrar en cualquier conversación o documento dentro de la red. Me consta que lo ha usado para deshacerse de posibles adversarios, pero ahora iba a ser yo quien lo utilizara en contra de ella.

Mientras cambiaba la anticuada programación, degusté el grasiento bocata de sardinas que, con tanto mimo, esa mañana me había preparado antes de salir de casa. Reconozco que soy un cerdo comiendo, siempre me mancho, pero me la sudan las manchas de aceite de mi bata. Soy así y no voy a cambiar. La gente siempre me critica por todo, por eso cuando me dicen que cierre la boca al masticar y que no hable con la boca llena, invariablemente les saco la lengua llena de la masa informe que estoy deglutiendo.
No tardé en conseguir tener el total acceso a la red y crear una cuenta irrastreable que usar para comunicarme con ella. “Y pensar que pagaron más de cien mil euros por esta mierda, yo se los podría haber hecho gratis dentro de mi jornada”. Ya que estaba en faena, me divertí inoculando al ordenador central con un virus que destruiría toda la información acumulada si tenía la desgracia que me despidieran. Mi finiquito desencadenaría una catástrofe sin precedentes en los treinta años de la empresa. “Se lo tienen merecido por no valorarme”,sentencié cerrando el ordenador.
Satisfecho, eché un eructo, aprovechando que estaba solo. Otro de los ridículos tabúes sociales que odio, nunca he comprendido que sea de pésima educación el rascarme el culo o los huevos si me pican. Reconozco que soy rarito, pero a mi favor tengo que decir que poseo la mente más brillante que he conocido, soy un genio incomprendido.
Puntualmente, a las cuatro llegó mi víctima. González me acababa de informar que se tomaba la tarde libre, por lo que nadie me iba a molestar en lo que quedaba de jornada laboral. Encendiendo el monitor observé con los pies sobre mi mesa cómo se sentaba. Excitado reconocí que, aunque no se podía comparar a esa puta con mi amada Jenna, estaba muy buena. Se había quitado la chaqueta, quedando sólo con la delgada blusa de color crema. Sus enormes pechos se veían deliciosos, bien colocados, esperando que un verdadero hombre y no el amanerado de Don Fernando se los sacara. Soñando despierto, me imaginé torturando sus negros pezones mientras ella pedía entre gritos que me la follara.
Mi próximo ataque iba a ser a las cinco. Según las teorías de Hellmann, para inducir una dependencia sexual, lo primero era crear una rutina. Esa zorra debía de saber, en un principio, a qué hora iba a tener el orgasmo, para darle tiempo a anticipar mentalmente el placer que iba a disfrutar. Sabía a la perfección que mi plan adolecía de un fallo, bastaba con que se hubiese quitado las bragas para que todo se hubiera ido al traste, pero confiaba en la lujuria que su fama y sus carnosos labios pintados de rojo pregonaban. Solo necesitaba que al mediodía, no hubiera decidido cambiárselas. Si mi odiada jefa con su mente depravada se las había dejado puestas, estaba hundida. Desde la cinco menos cinco y durante quince minutos, todo lo que pasara en esa habitación iba a ser grabado en el disco duro del ordenador de mi casa. A partir de ahí, su vida y su cuerpo estarían a mi merced.
Con mi pene excitado, pero todavía morcillón, me puse a trabajar. Tenía que procesar los resultados de las pruebas finales que, durante los dos últimos meses habíamos realizado al chip que, yo y nadie más, había diseñado. Oficialmente su nombre era el N-414/2010, pero para mí era “el Pepechip” en honor a mi nombre. Sabía que iba ser una revolución en el sector, ni siquiera Intel había sido capaz de fabricar uno que le pudiera hacer sombra.
Estaba tan inmerso que no me di cuenta del paso del tiempo, me asusté cuando en mi monitor apareció la oficina de mi jefa. Se la notaba nerviosa, no paraba de mover sus piernas mientras tecleaba. “Creo que no te las has quitado, so puta”, pensé muerto de risa, “sabes que te quedan solo tres minutos para que tu chocho se corra. Eres una cerda adicta al sexo y eso será tu perdición”.

Todo se estaba grabando y por medio de internet, lo estaba enviando a un lugar seguro. Doña Jimena, ajena a que era observada, cada vez estaba más alterada. Inconscientemente, estaba restregando su sexo contra su silla. Sus pezones totalmente erizados, la delataban. Estaba cachonda aún antes de empezar a sentir la vibración. Extasiado, no pude dejar de espiarla, si llego a estar en ese momento en casa, me hubiera masturbado en su honor. Ya estaba preparado para disfrutar cuando, cabreado, observé que se levantaba y salía del ángulo de visión.

-¡Donde vas hija de puta!, ¡Vuelve al sillón!-, protesté en voz alta.

No me lo podía creer, la perra se me iba a escapar. No me pude aguantar y salí al pasillo a averiguar donde carajo se había marchado. Lo que vi me dejó petrificado, Doña Jimena estaba volviendo a su oficina acompañada por su secretaria. Corriendo volví al monitor.

“¡Esto no me lo esperaba!”, me dije al ver, en directo, que la mujer se volvía a sentar en el sillón mientras su empleada poniéndose detrás de ella, le empezaba a aplicar un sensual masaje. “¡Son lesbianas!”, confirmé cuando las manos de María desaparecieron bajo la blusa de su jefa. El video iba a ser mejor de lo que había supuesto, me dije al observar que mi superiora se arremangaba la falda y sin ningún recato empezaba a masturbarse. “Esto se merece una paja”, me dije mientras cerraba la puerta con llave y sacaba mi erecto pene de su encierro.

La escena era cada vez más caliente, la secretaria le estaba desabrochando uno a uno los botones de la camisa con el beneplácito de la jefa, que sin cortarse le acariciaba el culo por encima de la falda. Al terminar, pude disfrutar de cómo le quitaba el sostén, liberando dos tremendos senos. No tardó en tener los pechos desnudos de Doña Jimena en la boca. Excitado le vi morderle sus oscuros pezones mientras que con su mano la ayudaba a conseguir el orgasmo. No me podía creer que esa mosquita muerta, que parecía incapaz de romper un plato, fuera también una cerda viciosa. Me arrepentí de no haber incorporado sonido a la grabación, estaba perdiéndome los gemidos que en ese momento debía estar dando la gran jefa. Soñando despierto, visualicé que era mío, el sexo que en ese momento la rubita arrodillándose en la alfombra estaba comiéndose y que eran mis manos, las que acariciaban su juvenil trasero. Me encantó ver como separaba las piernas de la mujer y hundía la lengua en ese deseado coño. El clímax estaba cerca, pellizcándose los pezones la mujer le pedía más. Incrementé el ritmo de mi mano, a la par que la muchachita aceleraba la mamada, de forma que mi eyaculación coincidió con el orgasmo de mi ya segura presa.

“Que bien me lo voy a pasar”, me dije mientras limpiaba las gotas de semen que habían manchado mi pantalón, “estas putas no se van a poder negar a mis deseos”. Y por primera vez desde que me habían contratado, me tomé la tarde libre. Tenía que comprar otras bragas a las que añadir los mismos complementos que diseñé para la primera. ¡Mi querida Jenna tendría que esperar!.

 

CAPÍTULO 2

Nada más salir de la oficina, fui a comprar en el sex-shop las famosa braguitas pero cambié de opinión y compré dos coquetos conjuntos compuestos de braga y sujetador, por lo que mi trabajo se multiplicó exponencialmente al tener que añadir nuevos artilugios a los que ya tenía preparados. Especialmente difícil fue adaptar a los tangas unas bolas chinas y un estimulador anal, pero no me importó al saber lo mucho que iba a disfrutar viendo a mis presas corriéndose a mi merced.
Para estimular mi creatividad, puse en la pantalla de 42 pulgadas la escena que había grabado esa tarde. Me encantó ver a cámara lenta como esa zorra se corría, pero más descubrir que había apagado el monitor antes de tiempo, porque cuando ya creía que todo había acabado, la zorra de Doña Jimena subió a su secretaría a la mesa y quitándole las bragas, se dedicó a hacerle una comida impresionante.

“Esta guarra tiene dotes de actriz porno”, pensé al verla separar los labios de su empleada y con brutal decisión introducirle tres dedos en la vagina mientras con su lengua se comía ese goloso clítoris.

Anonadado, me relamí al observar que la jovencita se dejaba hacer y que facilitaba la penetración de la que estaba siendo objeto, sujetándose las piernas con las manos. Su siniestra jefa debía estar fuera de sí porque, mordiéndole los rosados pezones, forzó aún más el sexo de María haciendo penetrar toda su mano en el interior.
Vi a la muchacha gritar de dolor y como si fuera una película muda de los años 20 veinte, correrse ante mis ojos. Todavía insatisfecha, Jimena tiró todos los papeles de la mesa para hacerse hueco y subiéndose encima de su amante, buscó nuevamente su placer con un estupendo sesenta y nueve. Desgraciadamente, había programado que la grabación durara quince minutos y por eso no pude deleitarme más que con su inicio.

“No hay problema. Jimenita de mi alma tendrás que repetirlo muchas veces antes de que me canse de ti”, me dije mientras apagaba la televisión y me ponía a trabajar.

Me había pasado toda la puta noche en vela, pero había valido la pena sobre la mesa del comedor tenía los artilugios, productos de mi mente perversa, listos para ser enviados. Con paso firme, salí de mi casa rumbo a la oficina, pero antes hice una parada en un servicio de mensajería, donde pagué en efectivo y exigí que los dos paquetes debían de ser entregados sobre las doce.
Al aterrizar en mi puesto de trabajo, el orgullo no me cabía en las venas, gracias a mi inteligencia y a un poco de suerte, iba a tener un día muy entretenido. Haciendo tiempo, releí el mail que esa misma mañana le había mandado a mi deseado trofeo.

De: Tu peor pesadilla
Enviado el: jueves, 24 de junio de 2010 08:33
Para: “la zorra”
Asunto: Curioso video

 

Mi estimada zorra:

Te anexo un curioso video que por casualidad ha caído en mis manos, sino quieres que circule libremente por la empresa, deberás seguir cuidadosamente mis instrucciones:

1.- Como no tardarás en averiguar, he colocado una cámara en tu biblioteca. No la quites.

2.-Hoy antes de las doce, recibiréis un paquete María y tú. Debéis ponéroslo en tu oficina para que compruebe que me habéis hecho caso.

3.-Esperarás instrucciones.

Atentamente.
Tu peor pesadilla.
 
P.D. Me encanta tu culo, so guarra.
 

Sonreí al terminar, la puta acostumbrada a machacar a los hombres se iba a cabrear al leerlo, pero se iba a mear encima del miedo al visualizar su contenido. Desde que nació, se había ocupado solamente de satisfacer su ciega ambición, sin importarle que callos tuviera que pisar o que hombre tirarse para conseguirlo y por primera vez en su vida sentiría que todo eso por lo que había luchado se iba al garete.
Ni siquiera me importó esa mañana que González hiciera una de sus bromas al saludarme. Aunque no lo llegara nunca a saber, desde esa mañana, yo era el jefe. Cualquier cabrón que se me pusiera en mi camino sería despedido y todo gracias a que un viernes entré en un sex-shop a comprar una película porno.

“Te adoro mi querida Jenna Jameson”.

Al oír el sonido característico de sus tacones, encendí el monitor, minimizando el tamaño de la imagen para que nadie me fuera a descubrir. Me descojoné al comprobar que Doña Jimena cumplía escrupulosamente con su rutina. Besó en la mejilla a la secretaria, preguntó que tenía ese día tras lo cual, entró en su oficina y tras quitarse la chaqueta, encendió el ordenador. Se la veía tranquila, sacando un espejo de su bolso, retocó su maquillaje mientras se cargaba el sistema operativo.

“¡Que pronto se te quitará esa estúpida sonrisa!, puta”.

Con la tranquilidad producto de saberme seguro, esperé a que leyera mi e-mail. Su cara se transformó, pasó de la ira al desconcierto y de ahí a la profunda angustia. No pudo reprimir un grito al ver que le acababa de enviar la tórrida escena de ayer. María, al oír su grito, entró pensando que le había ocurrido algo, para descubrir a su amada jefa llorando desconsoladamente mientras en el monitor ella le estaba besando los pezones.

-¿Qué coño es esto?-, creí leer en sus labios.

Haciéndole un gesto la obligó a callar y sacándola del despacho se encerró con ella en la sala de juntas. No tuve que ser un genio, que lo soy, para imaginarme esa conversación. La zorra de la “Directora General” seguro que tuvo que convencer a su amante de que no tenía nada que ver con esa filmación y explicarla que eran objeto de un chantaje. Conociendo su trayectoria, Doña Jimena no se iba a quedar con las manos atadas, e iba a intentar atrapar y vengarse de quien le había organizado esa trampa. Tardaron más de un cuarto de hora en salir, al hacerlo el gesto de la jefa era duro y el de la secretaria desconsolado, por eso no me extrañó que nada más volver a su asiento, se pusiera a escribirme un mail de contestación. Pacientemente esperé a recibirlo, no tenía prisa, cuanto más tirara de la cuerda esa mujer, más sentiría como se cerraba la soga alrededor de su cuello.

De: “la zorra”
Enviado el: jueves, 24 de junio de 2010 9:45
Para: “Tu peor pesadilla”
Asunto: Re: Curioso video

 

Mi peor pesadilla:

No sé quién eres, ni qué es lo que buscas. Si quieres dinero dime cuanto, pero por favor no envíes este video a nadie más.

Atentamente.

Tu estimada zorra

P.D. Me encanta que te guste mi culo.

 

“¡Será hija de puta!, no esperará que me crea sus dulces palabras. La muy perra debe de estar planeando algo“, pensé al leer lo que me había escrito.

Estimulado por la sensación de poder que me nublaba la razón, empecé a escribir en mi teclado que esperando mis instrucciones, si quería podía darme un anticipo con un toqueteo de tetas frente a la cámara pero cuando estaba a punto de enviarlo, lo borré. No debía caer en su juego. Primero tenía que recibir mi regalo.
Durante diez minutos, esperó mi respuesta, poniéndose cada vez más nerviosa. Al ver que no le contestaba decidió ponerse manos a la obra y cogiendo su bolso, salió de su despacho. La vi dirigirse directamente hacia el departamento de personal. Su paso ya no era tan seguro, miraba a los lados buscando a alguien que la estuviera vigilando.
La reunión no duró en exceso y cuando salió su cara reflejaba su cabreo.

“¿Malas noticias?, pequeña zorra”.

Doña Jimena, en vez de volver a su cubículo, se metió nuevamente en la sala de juntas.

“No quieres que te vea, ¿verdad?”, estaba pensando cuando de repente sonó mi teléfono.

Al descolgar, oí su voz:

-¿José Martínez?-.

-Sí, soy yo-, respondí.

-Soy Jimena Santos, necesito que venga a verme. Estoy en la sala de juntas ejecutiva. Dese prisa y no le diga a nadie que le he llamado-.

-No, se preocupe señora, ahora mismo voy-, le contesté acojonado por enfrentarme a ella.

No podía creer que me hubiese descubierto tan pronto, no era posible que esa zorra hubiera adivinado el origen de sus problemas. ¿Cómo lo había hecho?, y lo peor, no tenía ni puta idea de que decirle. ¡No estaba preparado!. Derrotado entré a la habitación.
Sorprendentemente amable, me invitó a sentarme frente a ella y cogiéndome la mano, me dijo en voz baja:

-José, tengo un problema y según el director de recursos humanos, tú eres el único capaz de ayudarme a resolverlo-.

-¿Qué le ha pasado?-, le pregunté un poco más seguro, al ver que esa zorra estaba usando todas sus dotes de seducción.

Un hacker se ha metido en mi ordenador y me consta que ha puesto una cámara con la que espía todo lo que hago. Quiero que descubras quién es, sin que se percate, por lo tanto debes de tener cuidado, el tipo es bueno, trabajarás solo en el despacho que hay frente de mí. Te ordeno completa confidencialidad-, y entornando los ojos me dijo:-Sabré como compensarte-.

“Estúpida de mierda, estás poniendo al zorro a cuidar de las gallinas”, pensé mientras le prometía que haría todo lo posible y que la mantendría al tanto de mis progresos.

Al volver a mi estrecho cubículo, cogí todos mis papeles, las pruebas y los resultados y se los tiré encima de la mesa a González:

-¡Qué coño haces!-, irritado me gritó.

-Me acaban de asignar otro proyecto. Te quedas solo, tienes catorce días para terminarlo-.

Entusiasmado más por la venganza que por mi súbito ascenso, recogí mis bártulos y corriendo me fui a instalar en mi flamante despacho. Tenía que darme prisa ya que el mensajero no tardaría en llegar y debía de estar conectado cuando hiciera entrega de los paquetes, para dar a esas perras instrucciones precisas. Al sentarme en mi nuevo sillón, casi me corro del gusto, no solo era cómodo sino que desde ahí tenía una perfecta visión de la jefa y de su secretaria.
Acababa de ubicarme cuando María tocó mi puerta:
José, vengo a decirte que Jimena me ha pedido que te ayude en todo lo que necesites-.

-Gracias-, le respondí un poco acobardado.

-¿Quieres un café?-.

-No me apetece, otro día-.

Que servilismo el de esa puta. Necesitaban a un buen informático y como yo era el mejor disponible, no tenían reparo ahora en rebajarse a hablar conmigo, pero durante los dos últimos años, para la preciosa jovencita y la zorra de Jimena, yo no existía. “¡Eso iba a cambiar!”,sentencié justo en el momento que vi por el pasillo llegar al mensajero.
Completamente histérica, la secretaría firmó el recibí de la mercancía y cogiendo los dos paquetes, entró en el despacho de su amante. Encendí la cámara, para ver qué es lo que ocurría tras esa puerta cerrada.
María y la Doña abrieron sus respectivos paquetes para descubrir los coquetos conjuntos. Fue entonces cuando supo mi jefa que era lo que quería el chantajista, no tardó en descubrir los estimuladores de pezones, así como los demás artilugios y desnudándose mecánicamente frente a la cámara, se vistió con mi regalo, introduciéndose en su coño las bolas chinas y colocándose estratégicamente el estimulador anal, tras lo cual ordenó a María hacer lo mismo mientras ella escribía en su ordenador con el ceño fruncido un mensaje.
No tardé en recibirlo. En él, Jimena me decía que ya habían recibido el regalo y que esperaban instrucciones. Rápidamente le contesté, el juego no acababa más que empezar:

De: Tu peor pesadilla
Enviado el: jueves, 24 de junio de 2010 12:01
Para: “la zorra”
Asunto: Instrucciones.

 

Mi estimada zorra:

Tenéis diez minutos de relax, antes que ponga en funcionamiento los hábiles dispositivos que como ya has visto he incorporado. Tomároslo con tranquilidad. Si no quieres que todo se haga público, deberéis seguir al pie de la letra las siguientes instrucciones:

1.- Durante diez días, no os lo quitareis. He instalado un sensor que me avisará que lo habéis hecho.

2.- Quiero veros a las dos frente a la cámara diariamente a las cinco de la tarde.

3.-Disfrutar.

Atentamente.
Tu peor pesadilla.
 
P.D. Te tengo en mis manos. Si quieres mear o cagar, dispondrás solo tres minutos antes que me avise.

Creo que la puta se esperaba algo peor porque me pareció percibir alivio en su cara al leer mi mensaje. En cambio, María estaba super nerviosa, por sus gestos supe que estaba echándole en cara que ella tenía la culpa de la situación en la que ambas estaban inmersas. Todo estaba listo, solo debía sentarme a esperar a que el programa por mi diseñado diese sus frutos. “¡Soy un puto genio!”, pensé convencido del resultado que la serie de estimulaciones sexuales previamente programadas iba a tener sobre la libido de esas dos mujeres.
La primera en sentir que se ponía a funcionar fue la jefa. Sentada en el sillón, sus piernas se abrieron involuntariamente cuando su clítoris recibió las primeras vibraciones. Con un gesto avisó a su secretaría que ya venía. María se sentó en la mesa resignada. Poco a poco la potencia del masaje fue creciendo, encendiéndose además el mecanismo oculto en las bolas chinas. Fue cojonudo ver cómo ambas tipejas cerraban los ojos, tratando de concentrarse en no sentir nada. “Qué equivocadas estáis si pensáis que vais a soportarlo”, me dije disfrutando como un cerdo. El masaje continuado que estaba recibiendo se aceleró justó cuando sus pezones recibieron las primeras descargas. Las vi derrumbarse, lloraron como magdalenas al sentirse violadas. Sus cuerpos las estaban traicionando. Cada una en un rincón del despacho, se acurrucó con la cabeza entre sus piernas, temerosas que la otra viera que estaba disfrutando, de reconocer que se estaba excitando.
Con el vibrador, las bolas chinas y las pezoneras a máximo rendimiento, ambas mujeres intentaba no correrse cuando el estimulador anal comenzó a masajear sus esfínteres. Doña Jimena tumbada en el suelo se retorcía gimiendo mientras María tirada sobre la mesa no paraba de moverse y cuando ya creían que se iban a correr, todo acabó. Incrédulas se miraron a los ojos, incapaces de confesar a la otra que la sesión las había dejado mojadas e insatisfechas y que de no ser porque el chantajista se enteraría, se lanzarían una contra la otra a terminar lo que él había empezado.

“Ahora, otros veinte minutos de relax tras los cuales una suave estimulación intermitente que os va a tener todo el día excitadas”.

Las vi vestirse sin mirarse. Sus semblantes hablaban de derrota y de humillación. Se sabían marionetas, muñecas hinchables de un ser malévolo que desconocían. María salió de la habitación sin hablar y corriendo fue al baño a echarse a llorar desconsolada, en cambio Doña Jimena se tomó su tiempo, se pintó, se peinó y cuando ya se vio suficientemente tranquila, vino a mi despacho.
Se la veía tensa al entrar y sentarse frente a mí:

-¿Qué has averiguado?-, me preguntó.

Haciéndome el inocente, bajando la mirada le contesté:

-Más de lo que me hubiese gustado-.

-¿A qué te refieres?-.

Tomando aire, le repliqué:

-Usted me pidió que intentara averiguar quién se había colgado de su ordenador y al hacerlo no he tenido más remedio que leer sus mensajes y ver lo que acaba de pasar. Jefa, ¡Ese hacker es un verdadero cabrón!-.

Se quedó cortada al oírme, durante unos instantes se quedó pensativa. Poniendo un gesto serio, me dijo:

-Cierra la puerta-.

Obedientemente, me levanté a cerrarla. Al darme la vuelta, me sorprendió ver que la mujer se estaba desvistiendo en mi presencia. Viendo mi desconcierto, ruinmente se explicó:

-No creas que me estoy ofreciendo. ¡No estoy tan necesitada!, lo que quiero, ya que lo sabes todo, es que revises que narices ha hecho ese hijo de puta y si hay alguna forma de desconectarlo sin que él lo sepa-.

Profesionalmente me arrodillé frente a esa mujer casi desnuda y haciendo como si estuviera revisando los mecanismos, le pedí permiso para tocarla, ya que para cumplir sus órdenes no tenía más remedio que hacerlo.

-¡Hazlo!, no te cortes, no me voy a excitar porque me toques-, me respondió altanera, dejándome claro que no me consideraba atractivo.

“Cacho puta, en una semana vendrás rogando que magreé tus preciosas tetas“, pensé mientras retiraba suavemente la parte delantera de su mojada braga. Inspeccionando el vibrador llegó a mis papilas el olor al flujo que la pasada excitación había dejado impregnado en la tela.“Que rico hueles”, pensé y tirando un poco del cordón que llevaba a las bolas chinas, dije:

Señora, me imagino que el final de este cordón es en un juguete, ¿quiere que lo saque para revisarlo?-.

-Si lo crees necesario, no hay problema, pero date prisa, ¡es humillante!-.

Una a una, saqué las bolas de su sexo todavía humedecido. El adusto gesto de la perra me decía que consideraba degradante el tenerme ahí jugueteando con sus partes íntimas. Poniéndolas en la palma de mi mano, las observé durante un instante y, sin decirle nada, se las reintroduje de golpe.

-¡Qué coño haces!, ¡Me has hecho daño!-, protestó.

Riendo interiormente, le contesté:

-Lo siento pero al descubrir que llevaba un sensor, he creído que debía de volverlas a colocar en su lugar-.

A regañadientes aceptó mis disculpas, mordiéndose sus labios para no hacer evidente que la ira la dominaba.

-¿Puede darse la vuelta?-, le pregunté, -debo revisar la parte trasera-.

Sumisamente, se giró poniendo su culo a mi disposición, momento que aproveché para lamer mis dedos y probar, por primera vez, su flujo. Con bastante más confianza, puse mis manos en sus nalgas.

-Tengo que …-

-Deja de hablar y termina de una puñetera vez-, me gritó enfadada que le fuera anticipando mis pasos.

Separando sus cachetes, descubrí que la guarra además de tener perfectamente recortado el vello púbico, se depilaba el culo por entero.“Qué bonito ojete”, me dije mientras recorría los bordes de su rosado esfínter con mi dedo. El estimulador anal se introducía como había previsto dos centímetros en su interior. Tenerla ahí tan cerca, provocó que la sangre se acumulara en mi pene, produciéndome una tremenda erección que, cerrando la bata, intenté disimular.
Solo quedaba revisar el sujetador. Poniéndome en pié, la miré. Sus negros ojos destilaban odio contra el culpable de esa brutal deshonra a la que se veía sometida por tener que dejarse sobar por mí. Haciendo caso omiso a sus sentimientos, le expliqué que en el cierre del sostén tenía escondido un sensor y la batería, para que no saltar debía de inspeccionar el mecanismo sin quitárselo.
Ni siquiera se dignó a contestarme. Ante su ausencia de respuesta, palpé por fuera esos pechos, con los que tanta noches me había masturbado, antes de concentrarme en teóricamente descubrir cómo funcionaba las pezoneras. Seguía teniéndolos durísimos, como de quinceañera. Introduciendo un dedo entre la tela y su piel, estudié las orillas del mecanismo aprovechando para disfrutar de su erizada aureola.
Actuando como un médico que acaba de auscultar a su paciente, me alejé de ella y sentándome en mi asiento, le pregunté:

-¿Quiere que le haga un resumen?-.

-Eso espero, cretino-.

-Lo primero y más importante es que el hacker es un empleado o directivo de esta empresa-.

-¿Cómo lo sabes?-, me respondió por primera vez interesada.

-Es fácil, ha utilizado al menos dos dispositivos desarrollados por nosotros y que no están en el mercado-.

Se quedó meditando durante unos instantes, consciente que tenía el enemigo en casa y que sería mucho más difícil el sustraerse a su vigilancia pero que a la vez tendría más oportunidades de descubrirlo, tras lo cual me ordenó a seguir con mi análisis.

-Desde el aspecto técnico es un técnico muy hábil. El mecanismo es complejo. Consta sin tomar en cuenta a los estimuladores que usted conoce, con tres sensores, dos receptores-emisores de banda dual y baterías de litio suficientes para un mes de trabajo continuo-.

No acababa de terminar la breve exposición cuando pegando un grito, me informó que se acababa de poner en funcionamiento nuevamente. Yo ya lo sabía, habían pasado los veinte minutos de relax que el programa tenía señalado. Alterada al no saber que solo iba a ser un suave calentamiento, me pidió que agilizara mi explicación.

-Se controlan vía radio y GPS, luego les aconsejo que no visiten aparcamientos muy profundos, no vaya a ser que al perder la señal crea que los han desconectado-.

-Entiendo-, me contestó con una gota de sudor surcando su frente,- ¿y qué sabe de la cámara y del correo?-.

-Ahí tengo buenas y malas noticias. Las buenas es que es sencillo hacer un bucle a la imagen-.

-No entiendo-.

-No se lo aconsejo, pero si usted necesita estar en su despacho sin que la vea, puedo crear una serie de secuencias en las que no haya nadie en la habitación o por el contrario, algo anodino como que usted este sentada en la silla trabajando pero se corre el riesgo que si el hacker quiere jugar con usted, interactuando, se daría cuenta al no corresponder la imagen con lo que realmente está ocurriendo-.

-¿Y las malas?-.

-Bien se lo voy a explicar cómo se lo expondría a un profano. Si se pierde, me lo dice. Verá, desde el CPU de su ordenador ha establecido una compleja red por internet que va saltando de una IP fija a otra cada cinco segundos dificultando su rastreo. Para poder averiguar donde está ubicado, deberé de obtener muchos registros pero para ello debe forzar a ese tipejo a contactar con usted-.

-No le comprendo-, me contestó angustiada.

Déjeme exponérselo crudamente. La cámara, aunque está permanentemente funcionando, no emite nada, a menos que el hacker lo deseé. Es decir, solo iré acumulando registros mientras la esté observando en directo, por lo que si quiere rapidez, deberá provocarle y que se mantenga en línea lo más posible-, por mis cálculos, en pocos segundos su estimulación se iba a acelerar y la mujer iba a salir corriendo de mi oficina, por lo que siendo un bruto, le dije: -¡Tiene que ponerlo cachondo para que yo pueda localizarlo!-.

Lo haré. No se preocupe, tendrá sus registros-, me contestó, saliendo directamente de mi oficina.
Al verla irse, me reí:

“Lo que no sabes es que cuanto más te excites, más rápida será tu sumisión absoluta. Llegará el momento que solo con pensar en tu chantajista, te correrás como la perra que eres. Y no me cabe duda que para entonces, sabrás que yo soy el objeto de tu deseo”.

Relato erótico: “Me folle a la puta de mi jefa y a su secretaria 2” (POR GOLFO)

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CAPITULO 3
 

Para celebrar mi triunfo, me fui a comer a una pizzería cercana a la oficina. Estaba tan concentrado mirando la carta, que no me di cuenta que María acababa de entrar por la puerta del restaurante.

-José, ¿puedo sentarme?-, me preguntó sonriendo.

-Sí, claro-, respondí, pensando que cómo habían cambiado las cosas. Antes a esa rubia no se le hubiera pasado por la cabeza, pedirme permiso para sentarse en mi mesa.

Gracias, creía que iba a comer sola, es una suerte que hoy hayas decidido comer aquí-.
Ese fue el inicio de una conversación insustancial durante la cual, la muchacha no dejó de tontear conmigo. Supe que quería sonsacarme información, por lo visto no estaba seguro que su adorada jefa le hubiese contado toda la verdad y no se atrevía a confesarlo.
Ya en el postre, le pregunté:

-¿Qué es lo que quieres de mí?, no me creo que este encuentro haya sido tan casual.

María se ruborizó al oírme. No sabiendo como disculparse, ni que decir, empezó a llorar desconsoladamente. Siempre me ha jodido que usen el chantaje emocional, por lo que en vez de ablandarme, su llanto me encabronó.
Deja de llorar-, le dije sin querer que se me notara mi enfado, – no seas boba, que todo se va a arreglar.

Creyendo que había conseguido el objetivo, paró de llorar y bajando la voz, se explicó:

-José, sé que ese tipo no ha hecho todo esto por mí, sino por Jimena. Soy una víctima inocente-.

-Eso es cierto, pero estate segura que ahora que te tiene, no va a dejar que te escapes. Eres una presa demasiado bonita para soltarla. Creo que tu destino está irremediablemente unido al de tu amante-, contesté dándole una de cal y una de arena. Por un parte le había dicho un piropo y por otra la había acusado de usar su cuerpo para medrar en la empresa.

No es mi amante, me obligó-, protestó al escuchar mis palabras.
Por favor, ¿me crees un idiota?. Fui testigo de cómo le hacías el sexo oral y tampoco se te veía a disgusto cuando ella te tumbó en la mesa-.

 

-¿Lo vistes todo?-, me preguntó totalmente colorada.

-Si te refieres al estupendo sesenta y nueve que os marcasteis, sí-.

Derrotada, me reconoció que era bisexual pero no dio su brazo a torcer respecto a que era su amante. Según María, Jimena la usaba cuando le venía en gana sin pedirle su opinión. Intrigado por su respuesta no pude evitar el preguntarle cada cuanto era eso.
Depende-, me respondió, -hay veces que pasa un mes sin tocarme y otras que me usa toda la semana e incluso fuera del horario laboral-.

-Es decir, que si te necesita, te llama y tú vas-.

-Sí, no puedo negarme. Mi sueldo es bueno y no puedo perder este trabajo-.

Eso cuadraba, las malas lenguas llevaban hablando años del furor uterino que consumía a la jefa. Aprovechando ese halo de confianza que sus confidencias había creado, le pregunté:

-Y tú, ¿cómo te sientes?-.

-Mal, me siento permanentemente violada. Estos malditos cacharros me tienen todo el día excitada. Ese cabrón consigue ponerme a mil y cuando creo que me voy a relajar con un orgasmo, todo se para. He pensado en masturbarme pero me da miedo, no vaya a ser que se entere y me castigue por ello-.

-Si quieres eso tiene solución, no puedo anular sus sensores, pero no creo que haya problema en modificar las frecuencias para que cuando creas que no puedes mas, vengas a mí y yo libere tu tensión, haciendo que te corras-.

-¿Harías eso por mí?-.

-¡Claro!, ¿no somos amigos?-.

Su esplendida sonrisa fue una muestra clara de que se había tragado mi supuesta buena fe. María creyendo que me tenía en el bote, pidió la cuenta y tras invitarme, me dio un beso diciendo:

-Pensaré en tu oferta-.

Al verla salir meneando su trasero, pensé:

“¡Esta tía es aún más imbécil que Jimena!, si viene a mi despacho a que le ayude, su adicción por mí va a ser casi inmediata”. Me sentía un triunfador, todo se estaba desarrollando mejor que lo planeado, ya me veía comiéndole el coño a esa preciosidad mientras ella se corría sin control. La sensación de control era alucinante, después de una existencia gris se abría el cielo para mí. Saber que en poco tiempo tendría dos estupendas mujeres a mi entera disposición, me hacía sentir eufórico.

 
Al llegar a la oficina, me sorprendió ver sentada en mi flamante despacho a la gran jefa. Estaba cabreadísima, nada mas verme entrar, empezó a despotricar pidiéndome resultados. En cinco segundos, me llamó inútil, inepto y demás lindezas. Aguanté esa bronca inmerecida sin inmutarme, dejé que soltara todo lo que tenía dentro antes de responderla. Su furia no era otra cosa que el resultado inesperado de las sesiones. Al igual que su secretaria, Jimena no podía aguantar estar en permanente estado de excitación y necesitaba liberarse.
Señora, no creo merecerme esta reprimenda. Estoy haciendo todo lo posible, pero como ya le he explicado necesito datos-.

Viendo que había metido la pata y que me necesitaba, cambió de actitud pidiéndome perdón.

-No sé qué me pasa-, me confesó.-Llevo cabreada todo el día desde que descubrí que ese hijo de puta me estaba haciendo chantaje. Solo pensar que en menos de media hora, voy a ser el objeto de su lujuria, me saca de quicio-.

-Pero también le excita, ¿verdad?-.

Me fulminó con la mirada antes de responderme:

-¿Cómo se atreve?. ¡No le despido ahora mismo porque le necesito!, ¿Con quién coño se cree que está hablando?-.

Bajando la mirada, haciéndome el sumiso, le pedí perdón, casi de rodillas, diciéndole:
Le pido que me disculpe, soy un bruto insensible. Le quería explicar que creo que he descubierto qué es lo que se propone ese maldito hacker- .

-No le capto-, me confesó interesada.

Jefa, María a la hora de comer ha estado hablando conmigo y me ha contado que el hacker ha diseñado la ropa interior de forma que ustedes dos se vayan excitando poco a poco y que antes de llegar al orgasmo, les da una combinación de descargas que hacen que se les baje de golpe-.

-Si eso es verdad-.

-No se enfade pero creo que su enemigo busca convertirla en una olla a presión…-, le contesté haciendo una pausa, …Quiere mantenerlas al límite de orgasmo, para así manejarlas a su antojo. Cómo ya le he dicho a su secretaria y si usted lo considera oportuno, no creo que sea difícil alterar esos instrumentos para conseguirle un orgasmo y desbaratar sus planes-.

-No creo que lo necesite, pero vete estudiando cómo hacerlo por si te ordeno que lo hagas-, me respondió dando un portazo. ayudes

“¿Me ordenarás?. Puta, no creo que aguantes la sesión de las cinco sin venirme a rogar que haga que te corras”, pensé al comprender que había tenido un error de principiante. Cuando calculé la duración de su entrenamiento, no tomé en cuenta la angustia que les produciría la posible vergüenza de ser expuestas al escarnio público, no soportaban la idea que ese video se difundiera en internet. Si aplicaba esa variante al cómputo, la resultante era que esas dos hembras iban a rendirse en menos de dos días.

Para ahondar en ese sentimiento de vergüenza, las mujeres tenían que sentirse observadas y por ello, sonriendo, me puse a escribir un e-mail modificando las reglas. La vez pasada, se habían acurrucado cada una en una esquina, incapaces de reconocer a la otra su humillación, en cambio para esta sesión les iba a ordenar que se colocaran una enfrente de la otra y que durante los diez minutos que durara no se tocaran pero que debían no dejar de mirarse entre ellas. Satisfecho por lo escrito, mandé el correo sabiendo que en menos de treinta segundos, la zorra de Jimena lo leería. Acto seguido, encendí el monitor para espiar su reacción. Mi querida jefa cumpliendo al pie de la letra mis recomendaciones de excitar a su chantajista, estaba haciendo ejercicio medio en bolas, solo cubierta con mi regalo. “¡Qué buena está, mi futura sierva!“, me dije al comprobar que las largas horas de gimnasio, le habían dotado con un cuerpo no solo bello sino flexible.
Cuando escuchó que el clásico clic del Messenger, dio una voltereta en el aire para acercarse a mirar mi mensaje. “Está esforzándose en captar mi atención“. Tal y como había anticipado, palideció al leer que María iba a estar observándola mientras su intimidad y su persona eran violentadas. Pude leer en sus labios una palabrota.
Faltaban cinco minutos para la hora cuando vi entrar a la secretaria a la habitación. Jimena le explicó las nuevas instrucciones y entre las dos cerraron las cortinas y movieron las sillas para estar enfrentadas cuando todo empezara. Como el reo va al patíbulo, cabizbajas y humilladas se sentaron en su sitio a aguardar que diera inicio su tortura. En María, creí vislumbrar una lágrima aún antes que el vibrador incrustado en su braga se pusiera a funcionar. “Esa va la primera en caer”, pensé satisfecho mientras mi pene se empezaba a alborotar, “pero a la que realmente tengo ganas es a la puta estirada de la jefa”.

Las vi tensarse al percibir que los tres aditamentos de su ropa empezaban a trabajar al mismo tiempo. Inconscientemente, cerraron sus piernas y se aferraron a los brazos de sus asientos, buscando retrasar lo inevitable. Recordé que esa sesión iba ser más corta pero más intensa. Las descargas en los pezones serían continuas y en cambio, las vibraciones en el clítoris y el esfínter serían intermitentes, buscando calentarlas pero sobre todo confundirlas. No me hizo falta estudiar los controles para saber qué era lo que estaban sintiendo, María se agarraba los pechos intentando controlar la excitación de sus aureolas mientras que Jimena no dejaba de mover su pelvis como producto de una imaginaria penetración. El sudor recorriendo sus pechos no tardó en hacer su aparición, las muchachas jadeando, exteriorizaban su calentura. Temblaban por entero al ser conocedoras de que la otra estaba siendo coparticipe de su humillación. Cada una de ellas era víctima y verdugo. Al estar siendo violadas en público la degradación era máxima y aunque les costara reconocerlo, también su excitación. Deseaban que terminara pero a la vez anhelaban lanzarse una contra la otra, pero sabían que se les había prohibido expresamente apagar el incendio que recorría sus cuerpos con el extintor de sus bocas y manos. Jimena fue la primera en agitarse descontroladamente encima de la silla. María, quizás alentada por su jefa, rápidamente la secundó. Estaban a punto de correrse, pero sabían que antes de poder explotar todo terminaría. Miré mi reloj, quedaban solo treinta segundos. Era el momento que lanzando una salva final, las pezoneras, las bolas chinas y los dos vibradores se volvieran locos, cortando de cuajo el placer que asolaba ambos cuerpos. Disfruté viendo sus caras de sorpresa cuando esto ocurrió, asustadas las muchachas se quedaron petrificadas sin saber que hacer o que sentir, para respirar aliviadas al terminar.
Ni siquiera se miraron al vestirse, no tenían nada que decirse. María salió sin hacer ruido del despacho de su jefa y se sentó en su mesa esperando que nadie se diera cuenta que en su interior lloraba. Jimena, por lo contrario, esperó que su secretaria saliera para derrumbarse en la alfombra. La vi llorar y patalear durante cinco minutos. La orgullosa jefa estaba rota y no le importó que su chantajista la viera así, no le quedaban fuerzas ni dignidad para oponerse. Transcurrido un rato, se levantó del suelo y cogiendo su bolso, salió de su oficina en dirección a la mía. La vi acercarse, estuvo parada en medio del pasillo, luchando contra la idea de pedirme ayuda pero cuando ya creía que iba a claudicar, dándose la vuelta, cogió el ascensor. Desde mi ventana la vi marcharse.

“¿Faltó poco?, verdad. ¡Mañana caerás!”.

Su espantada me dejó la tarde libre. Sin supervisión, invertí mi tiempo en preparar las distintas trampas que mi fecunda mente había diseñado. Usaría mi nueva posición para aprovechar y desembarazarme de todos aquellos que en un pasado, se habían mofado de mí. Por supuesto, el primero en caer iba a ser mi jefe, el Sr. González. Llevaba una hora enfrascado en mi venganza, cuando tocando la puerta, María me pidió permiso para entrar.

-¿Tienes un momento?, me preguntó histérica. Sus profundas ojeras me narraban por si solas el doloroso sufrimiento que aquejaba a su dueña.

-Sí, ¿en qué puedo ayudarte?-. Era una pregunta retórica, ya que su repuesta era evidente.

José, me da mucha vergüenza pero necesito tu ayuda, no lo soporto más-, me contestó echándose a llorar.
La tonta estuvo berreando durante largos minutos, repartiendo la culpa de lo que le pasaba entre el hacker y Jimena. Al primero, no le podía perdonar haberla mezclado en su vendetta, pero era a su jefa-amante a la que acusaba directamente de todos sus males. Era una ironía del destino que eligiera el hombro de quien le estaba puteando para sincerarse. María se quería morir de la vergüenza, no podía soportar que sus padres y hermanos algún día descubrieran que había sido capaz de tirarse a una mujer para mantener un buen trabajo.
Me gustan las mujeres pero prefiero a los hombres-, afirmó intentado recalcar su independencia,-Maldito sea el día que esa zorra se fijó en mí, daría todo lo que tengo para librarme de su acoso-.

No le pude decir que no se preocupara por eso, cuando yo terminara sería del mío, del que tendría que preocuparse. En vez de ello, le ofrecí mi apoyo, jurándole que en mí iba a tener un amigo. Poco a poco se fue tranquilizando, le estaba dando una vía de escape a la que aferrarse, sin caer en la cuenta que lo que le extendía a sus pies era una trampa incluso peor que la de su odiada Jimena. Cuando ya pudo hablar tranquilamente, me pidió ruborizada que cumpliera la promesa de la comida, necesitaba liberar toda la excitación acumulada.
Me tomé mi tiempo antes de contestar:

-Cumpliré lo prometido pero, para hacerlo, necesito acoplar a un emisor de ondas una serie de aparatos que tengo en casa. Tardaré al menos cuatro horas. Mañana si quieres quedamos a las ocho, antes que lleguen todos y lo hago -.

En su cara descubrí decepción, la muy ilusa debía de pensar que su caballero andante la iba a salvar nada mas pedirlo. Por supuesto que podía proporcionarle un orgasmo en ese preciso instante, pero según mis cálculos no sería hasta las once de la noche, cuando el estrés llegara a su punto álgido. Además tenía que ser prudente, que tuviese la solución levantaría las sospechas tanto de ella como de su jefa.

“¡Qué espere, coño”.

-¿Estás seguro que mañana lo tendrás listo?, no puedo pasar otra noche en vela, sufriendo esos ataques-, susurró en un tono desesperado.

-Lo único que puedo hacer es llamarte cuando haya terminado y así sabrás que está listo-, le respondí con un doble propósito; provocarle aún más tensión al esperar mi llamada y conseguir su teléfono personal que me sería muy útil en el futuro.

Sin demora, cogió un papel que tenía en mi mesa y garabateó su número mientras me agradecía mis atenciones y me prometía compensarme de alguna forma. Tras lo cual, se acercó donde yo estaba y, por vez primera, me dio un beso en los labios, dejándome solo y cachondo en el despacho.
 

CAPITULO 4

La maquinaría estaba aceitada, el firme de la carretera en perfecto estado, tenían sus motores encendidos y sobre revolucionados, solo faltaba un pequeño empujón para que esas dos aceleraran sus cuerpos sin control y se despeñaran por el barranco. Tenía ya mis redes extendidas. Redes que al liberarlas de un siniestro chantaje, las mantendrían atadas de por vida.
Ese empujón iba a ser que ambas supieran que con solo pedírmelo, yo podría hacerlas disfrutar como nunca antes. Para ello, tenía que fabricar dos mandos portátiles que sustituyeran al teclado de mi ordenador, uno lo suficientemente aparatoso para que ellas estuvieran seguras de no haberlo visto antes, y otro tan pequeño que aún buscándolo pasara desapercibido.
Esa tarde, me volví a escapar antes de tiempo. Sabiendo que tendría que invertir por lo menos un par de horas, me fui directo a casa a trabajar. No me costó esfuerzo transformar un simple mando de la tele en un instrumento práctico para controlar los distintos aditamentos de la ropa interior de mis víctimas. Otra cosa fue crear de la nada un dispositivo no detectable que al acercarse ellas a mí, los pusiera en funcionamiento sin que ellas se diesen cuenta del cambio, y adujeran su excitación a una supuesta atracción por mí. Vencidas las trabas técnicas, lo acoplé a mi cinturón.
Miré la hora al terminar. Eran las diez y media de la noche y tenía hambre. Siempre he sido un desastre en la cocina en mi nevera no había nada decente que comer, por lo que ordené en el Telepizza una margarita. Tardaría media hora, para hacer tiempo a que llegara, decidí darme una ducha.
El agua caliente fue el detonante que necesitaba mi fértil imaginación para empezar a divagar. Bajo el chorro, soñé despierto que Jimena venía gateando sumisamente a mi cama en busca de mis caricias. Sus ojos hablaban de lujuria y rendición. Haciéndose un hueco entre mis sábanas, sus manos recorrieron mi cuerpo buscando mi pene bajo el pantalón del pijama. En mi fantasía, la vi abrir la boca y con su lengua transitar por mi sexo, antes de introducírselo completamente hasta su garganta. Siguiendo el guión de esa visión onírica, mi mano aferró mi endurecido tallo y empecé a masturbarme al ritmo imprimido por mi jefa. Estaba a punto de regar la ducha con mi semen, cuando el sonido del timbre me sacó de mi ensoñación.

“¡Puto repartidor!, podía haber tardado un minuto más”, pensé mientras salía de la ducha y cogía una toalla con la que tapar mi erección. Al abrir la puerta, me llevé la sorpresa que en vez del empleado de Telepizza, quien estaba ante mí era María. Me quedé de piedra. Casi desnudo, no tuve la rapidez ni el valor de evitar que entrara.

-Disculpa que haya venido sin avisar, pero tenía que saber cómo ibas-, me dijo mirando el bulto que resaltaba bajo la toalla.

-Estaba duchándome-, protesté.

-Por mí no te preocupes, termina que aquí te espero-, me contestó con el desparpajo que solo una mujer, que se siente guapa, tiene.

Cabreado por esa intromisión, volví al baño a secarme. “¿Quién cojones se cree esta niña para venir a mi casa?”, no podía dejar de repetir. Tardé en tranquilizarme, mi casa siempre había sido un lugar sagrado, jamás había permitido que las prostitutas, que había contratado, manchasen con su presencia sus paredes. Estaba poniéndome los pantalones cuando empecé a verle el lado bueno, si esa perra había venido por mi ayuda, se iba a llevar a casa mucho mas. Era incluso una oportunidad de oro que no podía desaprovechar, mis planes antiguos me daban de ocho a nueve para someterla, pero su indiscreción, me permitía contar con tiempo ilimitado.
De vuelta en el salón, María estaba de pie ojeando la colección de porno que tenía en la estantería. “Posee un culo estupendo”, pensé al ver su trasero respingón. Al oírme, se giró diciendo:

-Tienes buen gusto, para mí Jenna Jameson es la mejor-.

-¿Ves porno?-, le respondí extrañado. No conocía a ninguna mujer que abiertamente reconociera que era fan de ese cine tan mal catalogado por las mentes pensantes.

-Sí, me encanta, me ayuda a relajarme-.

Su respuesta me ablandó, quizás no fuera tan tonta como parecía. Tratando de verificar que no se estaba echando un farol solo por contentarme, le pregunté cuál era su película preferida. Sonrió al darse cuenta que era una prueba:

-Sin lugar a dudas es los tatuajes de Jenna, me dio mucho morbo la protagonista tatuando esos cuerpazos mientras le contaban sus fantasías-.

Prueba superada y con nota, la chica sabía de qué hablaba. Tras un momento incómodo donde no sabía que decir ni que hacer, le pregunté si quería una copa. Me preguntó si tenía un whisky.

-En mi apartamento puede faltar comida, pero nunca alcohol-, le contesté cogiendo el hielo.

Estaba sirviendo las dos copas cuando escuchamos el timbre:

-¿Esperas a alguien?-.

-No-, le respondí, -debe de ser el repartidor. Hazme un favor, sobre la cómoda hay dinero. Págale-.

Al volver, la rubia esta riéndose a carcajadas. Por lo visto el motero le había echado los tejos, diciéndole que había terminado su turno y que si quería se quedaba a disfrutar con ella de la pizza.

-¿Y qué le has contestado?-.

-Que ya tenía la mejor de las compañías-.

Me ruboricé al oírla. Esa muchacha estaba usando todos sus encantos para echarme el lazo. Lo sabía y, curiosamente, no me molestó. Tratando de evitar que al humanizarla tuviese algún reparo en usarla, le dije que ya tenía listo el emisor y que si quería podía darle lo que había venido a buscar.
Frunciendo el seño, me dijo:

-¿No me vas a invitar a cenar?, estoy que devoro-.

-Claro-, le respondí asustado por su franqueza. Había supuesto que había venido a correrse y nada más, por lo que ese cambio de actitud me desarmó.

La cena fue estupenda. María demostró tener ingenio y sentido del humor, además de estar buenísima. Paulatinamente fuimos cogiendo confianza. Me preguntó por mi vida, por mis aspiraciones y lo que más me sorprendió si tenía a alguien con quien compartir una pizza de vez en cuando.

-Soltero y sin compromiso-, le repliqué orgulloso de haber mantenido mi celibato intacto.

-Eso se puede arreglar-, pícaramente me contestó mientras recogía los platos y los llevaba a la cocina.

Había llegado el momento y de nada servía retrasarlo más. Esperé a terminar de recoger la mesa para preguntarla si estaba lista:

-¿Qué quieres que haga?-, me respondió.

-Me da corte decírtelo pero tengo que confirmar que tienes los mismos aparatos que Jimena. Necesito que te desnudes-.

Se le iluminó su cara como si fuera algo que realmente deseaba. “Está actuando”, pensé tratando de protegerme de su influjo, “no debo de caer, es una puta”, me dije buscando un motivo de no excitarme. Me quedé maravillado al ver la forma en que se desnudó. Como si fuera una stripper, María se bajó la cremallera de su falda contoneándose y sin dejar de mirarme. “Mierda, me estoy poniendo bruto”, tuve que reconocer cuando la chica empezó a desabrochar los botones de su camisa.

-Eres una cabrona-, le solté sin poder contenerme, – date prisa que si no voy a ser yo el que se ponga como una moto-.

-Me pides que me desnudes y ahora ¡te quejas!-. su desparpajo me estaba cautivando,- Si quieres que sea impersonal, ¡te jodes!-.

-Vale, vale-, le contesté tratando de mantener una aséptica posición.

Dejó caer su ropa al suelo y modelando, me hizo deleitarme con la belleza de su juvenil cuerpo. Con ella casi desnuda, aproveché el paripé de revisar los aparatos para disfrutar de su cuerpo con absoluta libertad. Me encantaron sus pechos de colegiala, sus contorneadas piernas, pero lo que realmente me cautivo fue su culo y su pubis. Dos poderosas nalgas que eran el complemento perfecto al sexo completamente imberbe que tenía.

-¿Estoy buena?-, me preguntó sin dejar de jugar conmigo.

-No lo sé todavía no te he probado, pero como dices eso se puede solucionar-, le dije metiendo un dedo en su sexo y llevándomelo completamente embadurnado de su flujo a la boca,-Sí, ¡estás muy buena!-.

-¡Qué pedazo de hijo puta eres!-, me respondió muerta de risa por mi caradura-, para eso es, pero se pide-.

Dándole una nalgada, le respondí que ya bastaba de jugar, que había venido a desbaratar los planes de ese chantajista, y eso íbamos a hacer:
Un favor, antes que empieces. Te importa poner una película y sentarte a mi lado, no quiero darle el placer de correrme como una autómata, prefiero que sea Jenna quien me excite-.

No pude negarme, y tras poner el video, me acomodé a su lado en el sofá.

-¿Cuando quieras?-, le dije.

Nerviosa, me rogó que esperara a que diera comienzo la película y que no le avisara cuando, que no quería saber que parte era natural y cual inducida. Eso no solo no me venía mal sino que favorecía su futura adicción a mí, por lo que no tuve ningún reparo en prometerle que así sería. Reconozco que no fue una decisión cien por cien racional también me excitaba la idea de verla entrando en faena por sí sola.
La película que había seleccionado no podía ser otra que su favorita. Ella al percatarse de mi elección, me dio un beso en la mejilla y apoyo su cabeza en mi regazo para verla tumbada.

-¿No te importa?-, susurró sin apartar su ojos de la tele.

En la pantalla, Jenna estaba atendiendo a una espectacular morena en su tienda de tatuajes. La protagonista quería que le tatuara un corazón muy cerca de su pubis, lo que daba al guionista el fútil motivo para que la actriz afeitara el sexo de su clienta.

-Tócame-, pidió sin mirarme,-nunca he follado viendo una porno-.

Esas palabras eran una declaración de guerra, María quería que le diese caña y recorriendo con mi mano su dorso desnudo, decidí que caña iba a tener. Recibió mis primeras caricias, diciéndome que no comprendía porque nunca se había fijado en mí. No quise escucharla, llevaba demasiado tiempo sin una mujer que me diera cariño. No podía creerla. Para tener las manos libre, programé los controles para que fuera subiendo su excitación y en menos de media hora se corriera brutalmente.
En la película, Jenna estaba pellizcando uno de los pechos de la intérprete, fue entonces cuando decidí seguir el guión marcado por el celuloide. Subiendo mi mano por su estómago, atrapé uno de sus pechos y sin importarme si estaba lista, apreté su pezón entre mis dedos.

-Ahh…me gusta-, la escuché decir mientras se llevaba su mano a la entrepierna.

Envalentonado, repetí la operación con el otro mientras le decía que era una putita muy dispuesta. Mis palabras coincidieron con la puesta en funcionamiento de los aditivos de su ropa interior, y sin poderse aguantar la muchacha me rogó que siguiera acariciándola.
Para obedecerla, me puse de rodillas. Verla tirada en el sofá, esperando mis mimos, me calentó de sobremanera. Cogí uno de sus pies, y usando mi lengua fui recorriendo cada uno de sus dedos antes de metérmelos en la boca.

-Dios, ¡qué maravilla!-, gimió descontrolada.

El suave sonido del vibrador me indicaba que aún quedaba más de quince minutos para que mis artilugios estuvieran a plena potencia. Tenía tiempo, mucho tiempo, podía disfrutar lentamente de esa cría. Bajando por su tobillo, fui embadurnando de saliva sus piernas mientras mis manos apresaban sus pechos, magreándolos. Sus caderas bailaban al ritmo de las caricias de mi boca en una arcaica danza de fertilidad. Su excitación se fue incrementando producto de mis caricias. El flujo estaba empezando a manchar la braguita. Al notar ella que ya tenía su sexo a escasos centímetros de mi lengua, me imploró que no parase que necesitaba sentirla en sus labios.
No le hice caso, ralentizando mi acercamiento, recorrí su muslo cruelmente. Tenía que llevar el control. Con la respiración entrecortada, me gritó que me diera prisa. En vez de ello, le aticé una sonara nalgada mientras le decía:

-Llevas mucho tiempo esperando a correrte, no te vendrá mal unos minutos-.

Estaba desbocada, le urgía sentir un pene entre cualquiera de sus labios. Sin pedirme permiso se bajó del sofá y sentándose en la alfombra, sacó mi pene de su encierro y hecha una loca golosa, se lo introdujo en la boca. Su humedad envolviendo mi sexo coincidió con el inicio de su estimulación anal. María no podía dejar de retorcerse de placer, mientras su mano acariciaba mis huevos y su garganta se empalaba con mi tallo.

“¡Qué buen francés!”, certifiqué al sentir que estaba usando su lengua para presionar mi glande cada vez que se lo introducía. “Esta muchacha es una verdadera máquina”.

Viéndome a su merced y sin importarle que pudiera pensar de ella después, se levantó y preguntó:

-¿Donde están los sensores?-.

-En los pechos y el coño-, le respondí sin saber a qué se refería.

Poniéndose a cuatro patas, se quitó el estimulador anal y agarrando mi pene, se lo acercó a su entrada trasera.

-¡Qué esperas!-, me gritó.

Sus palabras dieron carpetazo libre a mi lujuria y cogiendo con mi mano parte de su flujo, aflojé los músculos de su esfínter antes que, de un solo golpe, le introdujera toda la extensión de mi falo en su interior.

-¡Animal!– chilló al sentir como se abría camino en sus intestinos, pero no trató de sacarlo sino que tras una breve pausa empezó a agitar sus caderas buscando llegar a su clímax.

Verla tan dispuesta, me exacerbó y usando sus pechos como agarre, empecé a montarla sin misericordia. Tras un minuto de loco cabalgar, mi montura se empezó a cansar por lo que le tuve que espolear dándole una fuerte nalgada. Como buena yegua respondió al castigo acelerando su ritmo. María no podía dominarse, gritando y gimiendo, me pidió que siguiera azotando su trasero. Dominado por la pasión, no le hice ascos a castigar ese maravilloso culo mientras su dueña berreaba sin control.

-¡Me corro!-, bramó retorciendo todo su cuerpo sobre la alfombra.

Inconscientemente miré el reloj de mi pulsera, su clímax estaba coincidiendo con el momento álgido de la acción de los aparatos. Acelerando mis maniobras busqué sincronizar mi goce con el de ella. Agarrando su melena, tiré de ella para conseguir que mi penetración fuera total. A punto de explotar, fui coparticipe de su placer. Al rebotar mis testículos contra su coño, el flujo que brotaba libremente de su cueva salpicó mis piernas, dejándolas totalmente empapadas. Todo mi ser estaba disfrutando de ella cuando desplomándose contra el suelo empezó a agitarse como posesa, pidiéndome que abonara su sexo con mi simiente. Sus gritos fueron la espuela que me faltaba para explotar dentro de María en feroces oleadas de placer. No tuve piedad y seguí derramando mi esperma hasta que conseguí vaciar todo dentro de ella.
Al sacar mi pene, María me obsequió con una visión celestial. Abierta de piernas, tirada sobre la alfombra, su esfínter totalmente dilatado no pudo contener toda mi eyaculación por lo que me maravilló ver los blancos riachuelos, que surgían de su interior, recorriendo sus piernas. Mi adorada presa le costó recuperarse, desmayada no dejaba de gemir con los últimos estertores de su orgasmo mientras, en la tele, Jenna se corría en la boca de una apetitosa negrita. Agotado, me senté en el sofá con la satisfacción del trabajo bien hecho. Al cabo de unos minutos, gateando se acercó a donde yo estaba y con la felicidad impresa en su rostro, besó mi mano diciéndome que nunca en su vida había disfrutado de un orgasmo semejante.

-Tienes mucho que aprender-, le dije acariciándole la cabeza mientras volvía a poner en funcionamiento las pezoneras y el vibrador-, esta noche te quedas a dormir, tengo que enseñarte un montón de cosas-.

Apoyando su cabeza en mi regazo, solo pudo murmurar un GRACIAS antes que, cogiéndola en mis brazos, la llevase a mi cama.
 

CAPITULO 5

 

Una mano acariciando mi pene me despertó. Medio adormilado observé a María acurrucada a mi lado, tratando de animar a mi amorcillado tallo con sus dedos. Mi querida presa me expresaba de ese modo que no había tenido bastante con los múltiples orgasmos que asolaron sus defensas antes de caer dormida por puro agotamiento. Recordé que de madrugada, la muchacha, llorando de alegría, me rogó que la dejara descansar, que le dolía todo el cuerpo de tanto como había gozado. No habían trascurrido más de tres horas y ya estaba ansiosa por repetir.

“Esta niña me va a dejar seco”, pensé al verla ponerse en cuclillas y sin pedirme mi opinión, recorrer con su lengua mi extensión. “Qué arte tiene“, certifiqué al sentir como jugaba con mi glande, con besos y lengüetazos mientras me acariciaba suavemente mis testículos. No tuve que tocarla para que se fuera calentando de una manera constante. Era una locomotora que se dirigía hacia el abismo y su maquinista lejos de intentar frenar aceleraba cada vez más. Sus jadeos comenzaron aún antes que consiguiera despertarme por completo, Moviendo sus caderas, usó mi propia pierna para masturbarse. Fuera de sí, fui espectador de su primer orgasmo. Retorciéndose como una sanguijuela, se introdujo mi pene en la boca. Estaba poseída por la pasión, exigía como sacrificio desayunar mi leche para calmar su hambre. Aunque le costaba respirar era tal su pavorosa necesidad que, alucinado, experimenté como las paredes de su garganta se abrían para dar cobijo al intruso hasta que sus labios rozaron la base de mi falo. Su coño empapado no dejaba de rozarse contra mi piel, cuando sentí como todo su cuerpo volvía a temblar. Totalmente excitada, no supo o no pudo detenerse y levantándose sobre el colchón, la vi quitarse las bragas y las bolas chinas y de un solo arreón empalarse. Gritó al sentir mi cabeza golpeando contra la pared de su vagina y antes que pudiera, yo, siquiera moverme, caer derrotada retorciéndose mientras no paraba su placer de fluir por mis piernas.

-Estás loca-, dije poniéndole las bragas y reintroduciendo las bolas chinas en su interior,– el chantajista puede saber que te las has quitado-.

Me da igual, te necesitaba-, me respondió con una sonrisa, – y la culpa la tienes tú-.

-No sé a qué te refieres-, dije extrañado.

-No te hagas el tonto, has encendido los aparatos cuando sentiste que te tocaba-.

Entonces al oírla supe que la misión de los artilugios había terminado, María con solo tocarme se había excitado hasta el orgasmo sin ayuda exterior.
Te equivocas, no he usado el mando. Has sido tú sola-.

-¡Imposible!-, me respondió.- He sentido su acción en mis pechos, en mi coño y en mi culo. No me digas que no-.

Era el momento de confirmar mi teoría. Dándole el mando, le ordené que verificara ella misma que estaba apagado.

-José, no fastidies, te repito que lo noté-.

-Y, ¿Ahora?-.

Torciendo el gesto, visiblemente enfadada, me contestó que no.
Termina lo que empezaste-, le ordené acercando mi sexo erecto a su boca.
Nada mas sentir sus labios rozar mi glande, la excitación recorrió su cuerpo y renovando su pasión, se lanzó en la búsqueda del placer mutuo.
Cinco minutos después, tirada en la cama y con su estómago lleno de mi semen, derrotada, me miró:
-¿Qué me has hecho?, ¿porqué siento esto cada vez que te toco?-.

-No lo sé, pero creo que el chantaje ha tenido este efecto secundario. Te has vuelto adicta a mí-.

Se quedó unos minutos callada, pensando, tras lo cual sin ningún rastro de vergüenza o de rencor me contestó que si era así, ella estaba encantada. Nunca había experimentado tanto placer y si ser adicta significaba que con tocarme su cuerpo iba a volver a disfrutarlo, bienvenido.

-Hay un problema, Jimena-, le recordé.

Mi querido celebrito, ¿cómo es posible que siendo tan inteligente, seas a la vez tan tonto?, no te das cuenta que durante dos años he estado en manos de esa zorra y que con tu ayuda, le devolveremos con intereses sus desprecios-.

Solté una carcajada al oírla y usando mi nuevo poder, le pedí que se levantara a preparar el desayuno.

-Sí, mi amo-, me dijo con una esplendida sonrisa.

Después de desayunar y mientras se estaba vistiendo, le comenté que si quería no era necesario llevar el conjunto.

-Y eso ¿porqué?-

-Todavía no has caído en que yo soy el chantajista-.

Me miró alucinada y tras unos instantes de confusión me contestó:

-Eres un cabrón, pero …MI CABRON…me lo voy a poner hoy porque seguimos con un trabajo que hacer pero, esta noche, ¡Te juro que me vengaré!-.

 

CAPITULO 6

Fuimos al trabajo en el coche de María, pero antes de llegar me bajé para que nadie nos viera. Teníamos que seguir guardando las apariencias, no nos convenía que llegara a oídos de Jimena que nos hubieran visto coger llegar juntos porque podría atar cabos. Durante el trayecto, habíamos planeado los pasos a seguir, las diferentes trampas que extenderíamos a su paso para que al terminar esa jornada, nuestra odiada jefa hubiese perdido su capacidad de reacción y por eso al entrar en mi oficina, me enfrasqué en el trabajo. Ni siquiera me di cuenta que rompiendo con una rutina de años, la zorra llegó con dos horas de retraso.
Al salir del ascensor, vino directamente a verme. Me sorprendió su aspecto desaliñado. Estaba histérica, no había podido pegar ojo en toda la noche y quería saber que había averiguado.

-Muchas cosas-, le contesté, –he localizado la IP del hacker y en este instante estoy intentando romper las claves de su firewall. Solo queda esperar, en menos de veinticuatro horas, sabremos quién es y si la suerte nos acompaña, podré inocularle un virus que destroce su disco duro, borrando toda su información-.

-Entonces, solo queda esperar-.

-Sí, conviene seguirle la corriente para que no sospeche y no se le ocurra hacer públicos los videos antes de tiempo-.

Le acababa de decir que su problema se podía considerar terminado. Lo lógico hubiera sido que esa mujer hubiese saltado de alegría al saberlo, pero su semblante seguía siendo cetrino.

-Jefa, no comprendo, ¿porqué no se alegra?-.

-No sé si voy a poder aguantar hasta mañana sin volverme loca. Ese malnacido ha diseñado el instrumento de tortura perfecta. Desde que lo llevo puesto no he podido dormir ni comer, me da miedo hasta beber, por si al ir al baño saltan las alarmas. Fíjate lo mal que estoy que me parece insalvable esperar estas veinticuatro horas-.

-Ya veo. Mire no sé si le puede servir pero ya he terminado de desarollar el aparato que le conté. Solo hace falta encenderlo. Si me da usted permiso, lograría relajarse-.

Se le iluminó la cara al oírme. No era consciente pero en ese instante estaba siendo excitada por mí.

-¿En qué consistiría?-.

-Nada que no haya sentido pero amplificado. El hacker diseñó un ingenioso sistema que les llevaba al borde del orgasmo, lo único que he hecho ha sido romper esa barrera, por lo que no solo conseguirá correrse sino que según mis cálculos, el placer que sentirá será algo nunca experimentado-.

-¿De verdad?, ¿conseguirías hacerme descansar?-.

-Sí-.

-Entonces, ¿a qué esperas?-.

Señora, no creo que la oficina sea el lugar adecuado. Piense que el proceso tardará al menos una hora y cuando se aproxime, ustedes dos perderán por completo el control-.

-Entiendo-, se quedó pensando en lo acertado de mi consejo, si era la mitad de salvaje de lo que ella misma suponía, convenía hacerlo en su sitio que no tuviera testigos. –José, voy a llamar a María y nos vamos-.

No me había dicho donde pero daba igual el sitio que eligiera. En dos horas, esa mujer iba a ser nuestra sirvienta, quisiera o no. A través de mi ventana, observé a sus secretaria haciéndose la sorprendida. Tal y como habíamos previsto, Jimena no iba a poder soportar el estado de excitación continua y aceptaría gustosa cualquier vía de escape que le propusiéramos. Llevando todo lo necesario en mi maletín, las esperé en el pasillo.
Siguiendo a pies juntillas mi papel, bajé la mirada al montarme con ellas en el ascensor. Para que no desconfiara, yo debía de seguir siendo ese tímido empleado, mero ejecutor de sus órdenes. Fuimos directos al parking donde había aparcado el Jaguar. Me hizo sentar en los asientos de atrás mientras le pedía a María que se sentase a su lado.
La certeza de que quedaban minutos y no horas para liberarse, fue haciendo que humor cambiase y en menos de diez minutos, había vuelto a ser la misma hija de puta estirada de siempre.

-Mi linda, ¡cómo vamos a disfrutar!-, estaba encantada con la idea de volverse a tirar a su secretaria y refiriéndose a mí, le soltó:-Por éste no te preocupes, piensa que es un mueble, mañana cuando descubra quien es ese hacker, le daré una gratificación y todo olvidado-.

No demostró enfado por ser tratada de puta en presencia de un extraño, al contrario pude ver, a través del espejo, cómo mi ahora cómplice me guiñaba un ojo mientras le preguntaba hacia adonde nos dirigíamos.

-A mi casa-.

Fui incapaz de evitar sonreír al oírlo. Según María, Jimena solo la llevaba a su apartamento en contadas ocasiones, la mayoría de ellas cuando quería dar rienda suelta a su faceta dominante. “Esta puta no sabe donde se está metiendo” pensé, disfrutando por anticipado, al saber que entre otros artilugios esa mujer había hecho instalar una silla de ginecólogo como objeto de placer. En ella, solía atar a su secretaria para abusar de ella.
Esa zorra tenía tanta prisa que, en un trayecto que normalmente le tomaba medía hora, tardó veinte minutos. Sin bajarse del coche, abrió la verja de su chalet y sin meter el coche en el parking, nos hizo bajarnos . Nunca había estado en la Moraleja, no sabía que pudiera ser posible tanta ostentación y lujo. Se mascaban los millones que se había gastado en decorarlo. Abriendo el camino, nos llevó a su habitación. Reconozco que me quedé alucinado al entrar, en ese cuarto cabían al menos dos pisos como el mío.

-Esperad aquí mientras me cambio-, nos ordenó nada más entrar.

No nos hizo falta hablar, ambos sabíamos nuestra función en ese drama. Teníamos que seguirle la corriente hasta que se excitara, entonces y solo entonces daríamos la vuelta a la tortilla y la cazadora se convertiría en víctima. Tardó unos minutos en volver vestida, además de con el conjunto, con un antifaz y unas botas negras. Esa zorra se había disfrazado de dominatriz. Haciéndome el idiota, pregunté si quería que me escondiera en un armario para no ser testigo de lo que ocurriera.
No hace falta, me da morbo que estés mirando. Tómatelo como un anticipo-, contestó mientras desnudaba a su secretaria. María se dejó hacer. Callada, soportó sin inmutarse que su jefa desabrochara su falda y su blusa, dejándola solo con el conjunto que yo les había regalado. –Acerca la silla a la cama-, me ordenó a la vez que tumbaba sobre las sabanas a la muchacha,-quiero ver cómo te masturbas mientras me tiro a mi secretaria-

No hacía falta esperar más, sacando de mi maletín el mando a distancia, di inicio al programa que había diseñado especialmente para ella. La siguiente medía hora Jimena iba a sentir como se iba calentando hasta conseguir llevarla más allá del orgasmo, sin saber que María solo disfrutaría de una suave sesión.
La zorra de mi jefa gimió a sentir las primeras vibraciones en su coño y poniéndose a cuatro patas abrió las piernas de María. No le pidió su opinión para hundir su lengua hasta el fondo del sexo de la rubía al saber que al igual que durante los dos últimos años esta no iba negarse, le pagaba un buen sueldo y se creía en el derecho de usarla cuando le diera la gana. “Qué buen culo a desflorar. Qué poco te va a durar virgen”, pensé catalogando mentalmente como un diez las nalgas de Jimena que su lujuria me permitía observar pero no tocar por ahora. Mi cómplice me había comentado que esa mujer solo tenía un tabú en el sexo. Podía ser una ninfómana pero nunca aceptó que nadie hoyase su entrada trasera. “¡Eso va a cambiar!, de hoy no pasa que yo te desvirgue tu rosado agujero”.

La temperatura de la escena iba subiendo por momentos. Desde mi posición, pude percibir como del fondo de su coño fluía sin control un riachuelo que discurría por sus piernas, yendo a morir sobre las sábanas. María era la persona que mejor la conocía, era ella quien debía de dictaminar el momento de tomar el control y someterla. Mientras tanto solo podía observar y callar. Sin quitar ojo de la escena, fui preparándome mentalmente para el instante en que por medio de una seña previamente pactada me dijera que era el momento de actuar. María no dejaba de decirme con su mirada que me deseaba pero que esperara, que todavía Jimena no estaba lista.
Ser el convidado de piedra de un show lésbico no me resultó sencillo y más al ser consciente que una de sus integrantes lo que deseaba es sentir mi pene nuevamente deambulando por el interior de su coño, y no la lengua de la otra. La secuencia de descargas y vibraciones estaban llevando a Jimena al colapso, olvidándose de su pareja se dejó caer sobre las sábanas y retorciéndose buscó con sus manos su propio placer.
Ven. Déjame hacerte el sexo oral como a ti te gusta-, escuché decir a María mientras tumbaba a su acosadora sobre las sábanas. Cuando mi amante, aprovechándose del estado de Jimena, cerró los grilletes en torno a sus muñecas, supe que había llegado el momento de levantarme y ayudarla a inmovilizarle las piernas.

-¿Qué hacéis?-, gritó echa una furia al percatarse de que estaba indefensa.

-Evitar que te escapes mientras María y yo hacemos el amor-, le contesté mientras cogía el mando e incrementaba la velocidad de los distintos aditamentos pero sobretodo del estimulador anal.

Os ordeno que me soltéis, ahora mismo-, chilló histérica.
Poniéndose a horcajadas encima de ella, María le soltó un tortazo.

-¡Puta!, ¡cállate!. Necesito silencio para disfrutar del pene de mi hombre-.

Asustada, obedeció. Se le notaba aterrorizada al saber que la mujer que la tenía sometida había sido objeto de sus desprecios durante mucho tiempo y que ahora se estaba vengado. María me llamó a su lado. Dijo susurrando que quería que le hiciera el amor encima de su presa. Rápidamente terminé de desnudarme.

-Jimena, chúpame mientras yo disfruto de su hombría. Y hazlo bien, o ¡te arrepentirás!-, oí que le ordenaba poniendo su sexo en la boca de la mujer y dirigiéndose a mí, me rogó que me acercara.

Asiendo mi pene con dulzura, acercó su boca a mi tallo y sacando la lengua fue acariciándolo mientras me decía lo mucho que me había echado de menos y que esa puta ya no conseguía excitarla. Su odiada jefa tuvo que soportar escuchar que era un segundo plato, pero lejos de protestar, incrementó sus caricias al sentir que su cuerpo se revelaba contra esa humillación y que contra su voluntad estaba sobreexcitada. La rubia cambiando de posición se tumbó sobre Jimena dándome la espalda, dejando su sexo expuesto a mí pero permitiendo que la morena siguiera mamando de su néctar:

-Fóllame mientras está puta te chupa los huevos, ¡quiero que se trague el flujo de mi placer!-.

Comprendí cual era su intención, mi amante deseaba que fuera coparticipe de nuestro placer para forzar su sumisión. Usando mis manos separé sus nalgas y acercando mi glande a su vulva, exigí a nuestra víctima que la lubricara. Incapaz de negarse abrió su boca engullendo mi miembro mientras yo acariciaba los pechos de mi amada. Ya completamente ensalivada, fui penetrando el sexo de María lentamente para que pudiera experimentar como cada uno de sus pliegues se retorcía al dar paso a toda mi extensión.

-Te necesito-, gritó al sentir como que la cabeza de mi pene chocaba contra la pared de su vagina.

Sus palabras de pasión me dieron la motivación extra que esperaba. Usando mi miembro como ariete fui derribando una a una todas sus defensas, a la par que mis huevos rebotaban contra la cara de Jimena. La mujer no pudo evitar soltar un sollozo al oír los aullidos de placer de María. “Estás celosa, puta”. Acelerando mis penetraciones, usé los pechos de la rubia como agarre. Completamente poseída por sus pasiones, me estaba rogando que me corriera dentro de ella cuando empezó a temblar presa del éxtasis que dominaba su cuerpo, momento que aprovechó nuestra jefa para beberse con gran sed el flujo que su sexo derramaba sobre mis huevos.

-¡Me corro!-, clamó desesperada Jimena, retorciéndose bajo nuestros cuerpos.

-No la dejes-, me pidió María,- debo ser yo la primera-.

Reconozco que fui insensible a sus ruegos, pero tenía una buena razón para ello, debía ser mi pene el que la sometiera. Por eso y solo por eso, saqué mi miembro de su sexo y liberando a la zorra, le di la vuelta. Ese culo con el que tantas veces me había masturbado tenía que ser mío. Jimena chilló al darse cuenta de mis intenciones. No hice caso de sus lloros y desgarrando la tela de sus bragas, le abrí sus nalgas y cogiendo flujo del coño de María, relajé durante un momento su esfínter y de un solo golpe la desvirgué analmente. Se quedó paralizada al sentir que le rompía el culo. Había supuesto que iba a revelarse a mi agresión, pero en contra de mi previsión, esperó pacientemente a que yo marcara el ritmo. Mi rubia amante decidió que ella también quería su parte y tirándole del pelo llevó su boca a su sexo.

-¡Dale duro!-, me ordenó María.

No sé si fue eso, o verme como un semental que se estaba cruzando con la mejor yegua de la oficina, pero dándole un azote en las nalgas empecé a mover mi pene en su interior.

-Agg…-gimió al notar que sus músculos eran forzados por los movimientos de mi extensión en su trasero.

Hice caso omiso a ambas mujeres, la posesión de ese ansiado trasero me espoleó y acelerando mis penetraciones tiré de su negra melena, mientras seguía castigando sus cachetes con mi mano. La presión de su esfínter se fue relajando facilitando que la mujer se fuera acostumbrando a sentir mi verga en su interior. Paulatinamente, el dolor fue dando paso al placer, hasta que completamente rendida a mi acoso, clavando las uñas en el colchón reanudó la mamada a la rubia. Ésta al sentir la lengua de su odiada jefa hurgando en su clítoris, me miró buscando mi aceptación.

-Está bien-, al escuchar que no me importaba que fuera su boca quien la hiciera gozar, mordiéndose los labios y cerrando los ojos, se puso a disfrutar.

Ya tenía suficiente confianza con ella para sentir celos de mi montura. Pero aún así, no podía olvidar los malos ratos que le había hecho pasar ni los continuos desplantes con los que mi jefa me había tratado durante años, por eso acercándome a ella, le susurré al oído que ya había descubierto al chantajista y que entre su secretaría y yo habíamos montado esa orgía con el único propósito de bajarle los humos.

-Eres una puta de culo fácil-, le solté mientras cambia de agujero.

Su coño recibió mi pene totalmente mojado. La zorra estaba a punto de correrse y al constatarse del cambio, empezó a estremecerse pidiéndome que no parara. Obedeciendo a mi instinto de depredador, mordí su cuello coincidiendo con el orgasmo de las dos mujeres. Cabreado por no haber conseguido desahogarme, continué acuchillando su cuerpo con mi sexo, prolongando su clímax más allá de lo razonable. María al ver que no conseguía vencer mi erección se agachó a mi espalda y separándome las nalgas, violó mi esfínter con su lengua. La sacudida fue brutal, mi verga explotó anegando la cueva de Jimena con mi semen, mientras su dueña caía desplomada sobre la cama.
Tirados sobre las sábanas, nos costó unos minutos recuperar el aliento, tras lo cual, mi amante me dio un beso diciéndome:
Vámonos a casa, José. Aquí ya hemos terminado
Sabía que tenía razón, solo quedaba una cosa por hacer:
Jimena, en este pendrive, tienes las pruebas que el hacker es González. Haz lo que quieras con él, su disco duro ha sido borrado y no tiene ninguna prueba que usar en contra de ti. Mañana pasamos por el finiquito-.
Lejos de sentirse aliviada, mi querida jefa, totalmente espatarrada y con el culo roto, se echó a llorar al saber que todo había terminado. Ni María ni yo quisimos consolarla y vistiéndonos salimos de su chalet.

-Podíamos haberle pedido que nos acercara a coger un taxi-, me susurró la rubia al caer en la cuenta que teníamos que andar un largo trecho hasta la entrada de la urbanización.

-Eres una ingenua. Antes de cinco minutos esa zorra va a venir corriendo a buscarnos. Acostumbrada a mandar nunca había disfrutado del sexo realmente. Hoy, la hemos desvirgado en más de un sentido. Por primera vez en su vida ha sabido lo que es el placer y ya nunca se le va a olvidar.

 

EPÍLOGO

Esto que os he narrado ocurrió hace seis meses. Hoy en día seguimos teniendo nominalmente un trabajo de mierda, María sigue siendo la secretaria de Jimena y yo, ese empleaducho de tres al cuarto del departamento de desarrollo pero al salir del trabajo y llegar a nuestra casa en la Moraleja, nuestra altiva jefa cambia su traje de chaqueta por el uniforme de criada y se dedica en cuerpo y alma a servirnos.

“Un pequeño gran hombre y sus compañeras de clase 6” POR GOLFO

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8

Ana y Cayetana se enteran de que la mulata se ha acostado con el enano, pero en vez de alegrarse sienten celos al darse cuenta de la tontería que han hecho al contratar a una extraña, cuando deseaban ser ellas quienes lo estrenaran. Por ello, ambas se lanzan a reconquistar lo que creen suyo.

Eran cerca de las once de la mañana, cuando el sonido de un móvil nos despertó. Altagracia reconoció que era el suyo y levantándose de la cama, fue a contestar. Pero al cogerlo y ver quien la llamaba, me miró angustiada diciendo:

        ―Es Cayetana… seguro que quiere saber si me he acostado contigo… ¿qué le digo?

        Ni siquiera lo pensé y pidiéndola que se pusiera a mi lado, le dije que fuera sincera y que le contara la verdad.

        Tal y como se esperaba nada más contestar, la rubia le pidió detalles de lo que había sucedido, lo que Altagracia nunca previó fue que en ese instante y con ganas de jugar, yo metiera mi cara entre sus piernas. La mulata tardó en reaccionar al no esperarse que tener que hablar con mi amiga mientras le devoraba el chumino, pero tras unos segundos de confusión contestó la pregunta diciendo:

        ―Ni te imaginas lo que disfruté con ese pervertido, solo decirte que mientras hablamos el puto enano tiene su lengua dentro de mi coño.

        Cayetana soltó una carcajada y asumiendo que era broma insistió en que le hiciera un resumen de lo que había pasado porque la había visto salir conmigo y sabían que había llamado a Manuel para que me hiciera el quite con mis padres.

        ―¿Quieres la versión rápida o la corta?― preguntó divertida al sentir que mientras ella hablaba, estaba dedicándome a mordisquearle ahí abajo.

        ―Primero la corta y si hay algo interesante la larga― contestó la rubia.

        ―La corta es que me lo traje a casa con la intención de follármelo rápidamente y ganar cien euros, pero el cabrito demostró ser un diablo de patas cortas, pero pene grande. Y tras mamarme el coño, follarme en todas las posturas, esta mañana me dio por culo y todavía sigue en pelotas en mi cama pidiendo más.

        Si ya era suficientemente fuerte lo que le había soltado, Altagracia puso la guinda diciendo:

        ―Te lo pasaría, pero me temo que está muy ocupado. En este momento, tiene en la boca llena con mis chichis.

Asustada porque fuera verdad, Cayetana prefirió colgar y esperar a que esa tarde yo le contara la realidad y por ello se despidió sin pedir a la mulata que profundizara más.

―Tus amigas no saben aceptar una broma― sonriendo, comentó y mientras se agachaba para acoger mi polla entre sus labios, me preguntó que hacía con el dinero, si lo cogía o lo rechazaba.

―Tu cumpliste con tu parte― contesté, descojonado: ―¡Te lo has ganado!

―Lo sé, pero había pensado en darte la mitad.

―Cariño, me ofendes. Puedes haberte comportado como una puta, pero eres mi puta, no tengo nada más que decir…―pero tras pensármelo mejor, añadí: ―Otra cosa, durante estas dos semanas en las que ellas te van a pagar las copas, quiero que las desplumes para que no les quede ganas de volver a meterse en mi vida.

―Así lo haré― murmuró mientras valoraba si la tenía suficientemente erecta.

Al decidir que sí, alzándose sobre mí, se dejó caer empalándose:

―Mira que eres bruta― chillé: ―¡No te das cuenta de que pesas el doble que yo!

―Calla y fóllate a tu negra― replicó con su alegría innata y obviando mis protestas, comenzó a mover sus caderas como si no hubiese un mañana.

―Prefiero tu lado sumiso a cuando te pones así― le dije molestó con ella.

Mi mulata hizo oídos sordos y luciendo nuevamente una sonrisa de oreja a oreja, con desfachatez, me contestó:

―Después de ser tu esclava, es justo que me permitas un poco de libertad. Además, no te quejes. Soy una mujer preciosa y tú un enano.

La geta de esa hembra me tenía cautivado, pero no por ello iba a dejar que se envalentonara y cogiendo uno de sus pezones entre mis dedos, se lo pellizqué diciendo:

―Me parece bien pero luego mi zorra me va a preparar un buen desayuno.

―No te preocupes… en cuanto terminé de ordeñarte, llamaré a tu sumisa para que te trate como a un rey― muerta de risa y sin dejar de follarme, respondió.

Dando por sentada la suerte que tenía con ella, decidí que no había nada malo en ser el objeto sexual de una diosa de piel oscura y tirando de uno de sus pechos, me puse a mamar de su pezón mientras pensaba en que, si se quedaba embarazada, tendría leche de sobra para compartir .

Muerto de risa, le comunique mi idea y que, si la preñaba, a buen seguro sería, además de puta, negra y sumisa, una vaca lechera.

―Me encantaría sentir un enanito tuyo en la panza― gimiendo alborozada me espetó.

Su respuesta erizó hasta el último vello de mi cuerpo y sin ganas de seguir hablando, exigí a mi amante que terminara cuanto antes, ya que me moría de hambre.

La muy zorra comprendió mis miedos y mientras incrementaba su galope, murmuró en mi oído:

―No voy a parar hasta que derrames tu simiente dentro del fértil útero de tu negra.

A nadie le puede extrañar que, por segunda vez con esa belleza, mi pene se arrugara al escuchar esa amenaza…

9

Tras desayunar me despedí de Altagracia y nuevamente la bella mulata demostró hasta donde le había impactado al echarse a llorar. Reconozco que me preocupó la hipersensibilidad de esa muchacha y su insistencia en que no me fuera. Con el ánimo encogido, soporté estoicamente que me implorara que no la abandonase.

A pesar de explicarle que, si no volvía a casa, mi madre se preocuparía, ella quiso que buscara una excusa para quedarme. Conociendo a mi sobre protectora progenitora decidí no tentar la suerte y quedé con ella que volvería sobre las siete.

―Voy a estar casi seis horas sin verte― sollozó mirando el reloj de su móvil.

Asumiendo que, si le decía algo, nuestro adiós se prolongaría otro cuarto de hora, le lancé un beso y salí de su apartamento sin mirar atrás mientras trataba de asimilar que una mujer tan bella se hubiese quedado colgada de mí en tan poco tiempo. Supe que tenía un problema cuando antes de encender mi coche recibí un mensaje en el que me decía lo mucho que me echaba de menos, pero pensando en que tendría tiempo de solucionar la enfermiza dependencia que esa diosa sentía, respondí que yo también la extrañaba.

 Esa preocupación se incrementó cuando al llegar a casa, vi que otro WhatsApp suyo donde me enviaba una foto desnuda para que recordara lo que me perdía al no estar con ella.

«Qué buena está», pensé mandando al olvido su fijación por mí mientras recorría con la mirada su exuberantes curvas.

Ya en casa, comprendí que mi vieja se había tragado que había dormido con Manuel cuando me saludó como si nada y gracias a ello, pude encerrarme en mi cuarto hasta la hora de comer. En la soledad de mi refugio, recapacité sobre la extraña noche en la que dejé mi virginidad atrás y mientras decidía como devolver a Ana y a Cayetana el “favor” que me habían hecho, rescaté la foto de mi mulata y me pajeé en su honor.

Como hora y media hora más tarde,  llegó mi padre y lo primero que hizo entrar a mi habitación para quejarse de que había tenido que salir con la bici solo esa mañana.

―¿Dónde te has metido?― me preguntó.

Pensando que mi mentira no iba a tener consecuencias, le repetí la misma excusa. Supe que algo iba mal al observar que levantaba su ceja izquierda.

―¿Por qué mientes? ¿Acaso no confías en mí?

Comprendí que me había caído con todo el equipo, pero fingiendo amnesia, le pedí que se aclarara. Entonces y solo entonces, me contó que un amigo suyo me había visto besando a una mulata y entrando a su edificio.

Para mi sorpresa su tono no era de enfado.

―¿Quién es la chavala?― insistió.

Su interés me dejó descolocado, ya que jamás había preguntado por mis relaciones. Desde que había dejado atrás la adolescencia, lo más que había hecho fue reírse por mi cercanía con Ana y Cayetana.

―La chica con la que salgo― fue mi escueta respuesta.

Muerto de risa, me comentó que según sus fuentes “mi novia” era todo un monumento.

―Es muy guapa― reconocí.

―Será mejor que por ahora tu madre no sepa nada. Se preocuparía― dijo con un deje de orgullo y antes de salir por la puerta, me informó que era hora de comer.

Que mi padre se convirtiera voluntariamente en mi confidente, fue algo nuevo para mí. Sin estar seguro de cómo acabaría todo ello, entré al baño a lavarme las manos. Durante la comida, me volvió a sorprender al echarme un capote cuando mamá me preguntó por la noche anterior.

―Deja al chaval en paz. Si tuviera algo importante que contarnos, nos lo diría.

No había asimilado todavía sus palabras cuando de pronto, giñándome un ojo, comentó que había pensado en pasar la noche en la casa del pueblo, dado que llevaban más de un mes sin ir.

Como eso le daba la oportunidad de ver a su hermana, mi vieja aceptó de inmediato y únicamente me preguntó si los acompañaba.

Viendo mi cara de susto, intervino tomando la mano de su esposa:

―Déjale que se quede en Madrid. Me apetece ir en parejita. 

        Esa pícara propuesta terminó con las reticencias de su amada y totalmente ruborizada, aceptó preguntando únicamente a qué hora se iban.

―Quiero llegar temprano. Lo mejor es que salgamos al terminar de comer― escuché que le decía dando por terminada la conversación.

Alucinado al saber que la razón última era dejarme el campo libre, me quedé callado mientras trataba de comprender por qué me ayudaba. No tuve que ser un genio para saber que consciente de mis limitaciones mi viejo había creído conveniente desaparecer para facilitarme las cosas. Por ello, tampoco me extrañó que antes de salir rumbo a su coche, pusiera cincuenta euros en mis manos mientras me decía que ese dinero era para que llevara a “mi chica” a cenar.

―Nos vemos mañana por la tarde. No creo que lleguemos antes de las ocho― fue lo último que dijo al cerrar la puerta de casa.

Que me avisaba hasta de la hora que iban a volver, confirmó mis sospechas y agradeciendo su ayuda, me tumbé a ver la televisión. Las pocas horas que Altagracia me había permitido dormir tuvieron sus consecuencias y a los pocos minutos, roncaba como un bendito en mitad del salón.

 Cerca de las cinco, el timbre me despertó. Todavía medio adormilado, me encontré de frente con Ana al abrir la puerta.

―¿Me dejas entrar?

Aunque era la última persona que me hubiese gustado ver, ya que seguía enfadado con ella, le pedí que pasara.

―Coge una cerveza ― dije señalando la nevera.

Con la confianza que da la amistad, Ana no dijo nada y entrando en la cocina, abrió una Mahou mientras aprovechaba para lavarme la cara. Ya más espabilado, pensé que avergonzada por lo que habían hecho no sacaría a colación lo sucedido y confiado que iba a ser así, volví al salón.

Mi amiga se había quitado la chupa de cuero y me esperaba sentada en el sofá. Como tantas otras veces, antes de acomodarme a su lado, aproveché para echar una ojeada a su generosa delantera, pero en esta ocasión no pude evitar recordar el injusto comentario de Altagracia sobre su tamaño.

«Son al menos tan grandes como los de la mulata», sentencié en silencio.

Tan habituada estaba esa morena a mis miradas que, a pesar de advertir el riguroso examen del que acababa de ser objeto, no comentó nada al respecto. Tomando el mando de la tele, la apagó e inició el interrogatorio:

―Cuéntame, cabronazo. ¿Cómo te fue?

        «Directa al grano», pensé y sin ganas de revelar nada de la noche anterior hice como si no la hubiese oído y pregunté por Manuel.

        ―Mi novio está bien, pero no he venido a hablar de él. ¿Qué tal con Altagracia?

        ―Muy bien, es una buena muchacha.

Riendo a carcajada limpia, me soltó:

―¿Es buena o está buena?

―Que es guapísima no tengo que decírtelo, ya lo sabes. Es quizás una de las más guapas de toda la universidad― contesté: ―Me refería a que es encantadora.

―Pero…¿te acostaste con ellas o no?― sin cortarse, me preguntó.

―Pasamos una noche maravillosa― no queriendo dar más detalles repliqué.

―Eso le dijo a Cayetana, pero quería confirmar que era verdad.

Temiendo que si no era más explícito ese par se acogiera a mi mutismo para no pagar los cien euros prometidos, decidí abrirme un poco y sin dar demasiados pormenores, lo reconocí diciendo:

―Si lo que preguntas es si sigo siendo virgen, la respuesta es no.

La morena abrió los ojos al oír de mis labios esa confirmación y tras unos segundos en los que dudó si seguir interrogando o dejarlo ahí, decidió no soltar la presa, y con tono divertido, dejó caer que ese pedazo de mujer me debía de haber dejado agotado.

―Ambos quedamos satisfechos.

―¿Mi enanito pudo con ese hembrón?

Advirtiendo el posesivo que usó al referirse a mí, comenté:

―Será mejor que Altagracia no te oiga decir que soy tu enano. Ahí donde la ves, lo que tiene de exuberante, lo tiene de celosa y para ella, soy ya su novio.

―¿Le has pedido salir?― preguntó impresionada.

Fanfarroneando ante mi amiga, contesté:

―Fue Altagracia quien me lo pidió mientras descansaba de lo que según ella había sido el mejor polvo de su vida.

Asombrada ante mi respuesta, la morena quiso saber que había contestado.

―Por favor, ¡qué quieres que dijera! Piensa que me lo preguntó la chavala con las mejores tetas que conozco.

Curiosamente mis palabras la indignaron y sacando pecho, me soltó que eso no era cierto y que ella las tenía al menos tan grandes y más duras que la mulata.

Riéndome de su reacción, me la quedé mirando y tras recorrer con mi mirada sus también portentosos senos, respondí con la intención de picarla:

―De tamaño, reconozco que estáis igualadas. Pero para opinar sobre quien las tiene más duras, debería tocártelas para así poder comparar.

Creyendo por experiencias previas que me iba a amilanar, Ana me retó a que comprobara cómo de firmes las tenía. Por un momento, fue así. Reconozco que dudé si hacerlo, pero gracias a la confianza que me daba saber que una preciosidad como Altagracia me esperaba, decidí aceptar su órdago y acercándome, comencé a magrear las tetas con las que llevaba soñando más de dos años.

La sorpresa de sentir que su amigo del alma la estaba sobando de esa manera la dejó paralizada y disfrutando de ese inesperado regalo, me permití pellizcar por encima de su camisa los pezones de la morena mientras le contestaba mirándola fijamente a los ojos:

―Los tienes cojonudos, pero para decidir con cuales me quedo debería verlos.

Juro que pensé que me iba a dar un bofetón, pero entonces y con la respiración entrecortada, susurró que su novio era mi amigo y que eso sería traicionarle. Que, en vez de castigar mi osadía, Ana me recordara a Manuel, me descolocó y separando mis manos de sus senos, preferí no seguir tentando la suerte.

Lo malo fue que, al alejarme de ella, quedó de manifiesto el tamaño que habían adquirido sus pezones e impresionado de que mi travesura hubiese tenido ese efecto,  tomé mi cerveza y me la bebí de un trago.

Tan confundida como yo, cambiando de tema, me preguntó si había quedado con la mulata. Tras explicarle que la había prometido pasar a las siete por ella, Ana miró su reloj y cogiendo su chupa, se despidió de mí no sin antes rogarme que tuviese cuidado..

Cómo no podía ser de otra forma, la acompañé a la puerta y justo cuando estaba a punto de cerrarla, preguntó dónde estaban mis padres.

―Se han ido al pueblo y no vuelven hasta mañana― respondí.

He de confesar que no interpreté bien su sonrisa al enterarse de que esa noche iba a estar solo en casa…

10

Estaba vistiéndome para ir a ver a mi mulata cuando recordé la petición que me había hecho y cogiendo los cincuenta euros que mi padre me dio para llevarla a cenar, decidí darles otro uso.  Con la idea de comprar el picardías que me había sugerido, cogí las llaves del coche.

Ya en el Ibiza me dirigí a la calle Orense, acordándome que una vez había acompañado a Cayetana a comprarse un sujetador allí, nada más aparcar, busqué la tienda de Oysho. Con tan mala suerte que nada más entrar me encontré de bruces con esa rubia.

        ―¿Qué haces aquí?― preguntó al pillarme.

        Como no se me ocurrió nada para explicar mi presencia en ese lugar, preferí decirle la verdad. Ella al escucharme se quedó con la boca abierta y llevándome a una esquina, murmuró:

―¿Entonces es cierto? ¿Te la has tirado?

―Sí― respondí cabreado al sentir que dudaba de mi hombría.

Al percatarse de mi mala leche, Cayetana reculó y con una sonrisa, se ofreció a ayudarme a comprar algo mono, ya que según sus palabras dudaba que fuera capaz de comprar algo que no fuera unas bragas de esparto. Dando por sentado que no andaba desencaminada, acepté su sugerencia y por ello, me vi recorriendo con la más pija de mis amigas la sección de lencería de la tienda.

―¿En qué habías pensado?― dijo mientras revisaba a conciencia un perchero lleno de conjuntos a cuál más caro.

―En algo sexy, pero solo tengo cincuenta pavos― sonrojado hasta el tuétano confesé.

Acostumbrada a comprar esas prendas, me dijo que era suficiente. Como testigo mudo, observé que, tras otro minucioso examen a las existencias del local, cogía tres de su gusto y me los ponía en las manos.

―¿No son demasiado provocativos?― pregunté totalmente cortado al ver que en todos su tela era casi transparente.

―Nada es suficientemente sexy para una mujer― con voz segura respondió mientras me insistía en que eligiera uno ya que todos eran preciosos.

Avergonzado, reconocí que no me hacía una idea de cómo quedarían y que eligiera ella porque me fiaba de su experta opinión.

―¿Quiere que me los pruebe y así decides? – preguntó.

He de confesar que me quedé estupefacto con la propuesta y queriendo salir del paso, le dije que no porque Altagracia era más alta y con más pecho.

―¿No sabes que hay diferentes tallas?― se rio de mí y volviendo sobre sus pasos, cogió otro ejemplar de cada uno,  pero esta vez acorde con su estatura y peso.

Seguía mudo cuando tomándome del brazo me llevó a los cambiadores y dejándome en la puerta de uno, me pidió que esperara mientras se cambiaba. Sabiendo que cuando saliera esa rubia del probador llevaría puesto un picardías, los dos minutos que tardó en hacerlo se me hicieron eternos.

―¿Qué tal me queda?― comentó luciendo uno de encaje verde.

Con mi corazón a punto del colapso, me quedé babeando al verla y es que sin importarle que nada de su anatomía quedara a mi imaginación, me dejó recrear mi mirada en ella mientras modelaba el conjunto.

―Estás preciosa― murmuré mientras mis ojos recorrían la belleza de sus nalgas desnudas.

Sonriendo, se volvió a encerrar dejándome en un estado de excitación brutal.

―¿Qué te parece este?― me dijo tras aparecer con uno rojo todavía más escandaloso.

Temblando como un crio ante un puesto de helados, me quedé observando que la parte de arriba de ese conjunto consistía en dos escuetos triángulos traslucidos que dejaban al descubierto los rosados y apetitosos pezones de mi amiga.

―No me extraña que Borja esté loco por ti. ¡Estás buenísima!

La rubia no se esperaba ese halago, pero tras unos segundos de indecisión, me dijo al oído que esperara a ver el último, porque si los dos anteriores me había parecido sexis, ese los ganaba por goleada.

Comprendí de lo que hablaba cuando salió por tercera vez del probador y es que del mismo no surgió mi amiga, sino una deidad nórdica tan excitante como bella. Cayetana se percató enseguida de mi embarazo y revelando su lado más coqueto, se acercó mientras me preguntaba que pensaba. Absorto con esa visión celestial, me pregunté cómo era posible que tras dos años tratándola no hubiese advertido su singular atractivo mientras acariciaba con la mirada sus pequeñas pero suculentas tetitas. Si ya con eso mi calentura había adquirido proporciones nada desdeñables, está se incrementó cuando, al ver que aparecía una señora, Cayetana me metió con ella en el probador.

―¿Qué haces?― pregunté al darme cuenta de que cerraba la puerta tras de sí.

Demostrando una falta completa de decoro, mi amiga me sentó en la silla que había en ese estrecho cubículo y se puso a menear el pandero mientras me preguntaba si Altagracia podía competir con su culo.

―Dios. ¡no sé!― exclamé acojonado al tener sus blanquísimos cachetes a escasos centímetros de mi cara mientras intentaba comprender lo que se proponía.

No tardé en saberlo y es que obviando que el hilo del tanga apenas tapaba su ojete, la que hasta entonces consideraba casi una monja, se sentó sobre mí y con una calentura tan evidente como brutal, empezó a restregarse contra mi entrepierna.

―Llevo deseando hacer esto desde que toqué tu polla― confesó entusiasmada al notar que gracias a ella la tenía erecta.

En ese instante recordé que me había amenazado con no quedarse contenta hasta habérmela visto. Debí presentir lo que iba a suceder, pero confieso que me cogió desprevenido que usando mi verga a modo de consolador la rubia empezara a masturbarse con ella.

―Lo tienes tan enorme como recordaba― sollozó acelerando el movimiento de su trasero.

La lujuria que destilaba su voz me alertó de que, si no hacía nada para remediarlo, Cayetana no tardaría en correrse. Desgraciadamente, la carne es débil y teniendo a mi alcance ese culo de revista, me vi urgido a acariciarlo.

―¡Cómo me tiene mi amado enano!― la escuché gemir mientras se pellizcaba los pechos.

Para entonces, mis hormonas ya se habían apoderado de mí y dejando para después el analizar la insistencia de mis dos amigas en decir que era de su propiedad, me permití el lujo de meter uno de mis dedos bajo el picardías.

        Cayetana pegó un respingo al notar que mi yema buscaba el botón que escondía entre los pliegues y gimiendo como una loca, me rogó que continuara. Desgraciadamente, cuando me proponía a cumplir sus deseos y pajearla, una empleada de la tienda tocó la puerta, preguntando qué ocurría.

        ―Nada, ahora salimos― respondí y viendo que, comportándose como una guarra, seguía frotando su sexo contra el mío, le tuve que ordenar de muy mala leche que se vistiera.

        ―Júrame que uno de estos días, me enseñaras lo que ha vuelto loca a la mulata― musitó desolada.

        Temiendo el escándalo que provocaríamos si no parábamos, se lo prometí. Al escuchar mi promesa, me dejó ir y mientras Cayetana terminaba de vestirse, con el modelo de la talla de Altagracia en mis manos fui a pagar.

La vendedora se sorprendió al ver que no levantaba dos palmos del suelo el tipo que había pillado en el probador y solo me preguntó si quería que lo envolviera de regalo.

―Por favor― respondí y sin aguardar a que mi amiga saliera, hui del local rumbo al apartamento donde vivía la mulata.


“Un pequeño gran hombre y sus compañeras de clase 8” POR GOLFO

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13

Altagracia se entera de la paja que Pedro ha hecho a su amiga en mitad de la disco, pero en vez de montarle la bronca decide que esa noche Ana la vea follando con el enano para así demostrarle que no solo es su novia sino la única hembra que necesita y por ello la invita a que los acompañe a casa. 

Ya en el coche, Altagracia me dijo que quería probar a qué sabía el coño de Ana y sin darme opción a responder, tomó mis manos y comenzó a lamer mis dedos. Acojonado pero excitado a la vez, le pregunté cómo se había dado cuenta.

        ―¿De qué le has hecho una paja?― contestó: ―Era consciente de que esa guarra te iba a provocar y conociendo lo perverso que te muestras conmigo, supe que no ibas a perder la oportunidad. Por eso estuve cachondeando a su novio para darte cancha.

Todavía sin saber a ciencia cierta cuál iba a ser su reacción, me quedé observando cómo buscaba en todos y cada uno de mis dedos el rastro de su flujo antes de preguntar si le gustaba.

―No, mi amor. Pero ahora que conozco a qué sabe esa puta, te mataré si vuelvo a hallar su aroma en cualquier parte de tu cuerpo― respondió con una sonrisa de oreja a oreja.

―Entonces, si no la aguantas, ¿para qué la has invitado?

        ―Es tu amiga y sé que la quieres― contestó secamente para acto seguido quedarse callada.

No deseando tentar mi destino, preferí también el silencio no fuera a cabrearse conmigo y me quedara compuesto y sin novia. Llegué a casa unos diez minutos antes que Ana y Manuel y lo achaqué a que a buen seguro esa pareja había discutido en el coche. Eso me permitió enseñar la casa a la mulata antes de que ellos aparecieran por la puerta.

Al enseñarle la habitación de invitados y ver la gran cama que mis viejos habían instalado para cuando vinieran los abuelos, saltando en ella, me comentó si podíamos pasar la noche ahí:

―Eso depende de lo bien que te portes conmigo― riendo al contemplar su alegría respondí.

A cuatro patas sobre el colchón, me replicó que no me preocupara porque pensaba ser malísima.

―¿Cómo de mala?― riendo pregunté.

―Esta noche voy a enseñar a esa zorra cómo se debe comportar si quiere que algún día te la folles.

La fijación que tenía en que terminaría tirándome a mi amiga me descolocó.

―En serio, ¿parece que quieres que me la cepille?

Con una triste pero elocuente sonrisa, la muchacha me espetó:

―Es algo que debes hacer. Mientras no te acuestes con ese par de putas, nunca sabré que me prefieres a mí.

Confundido por sus palabras, quise romper una lanza a favor de nuestra relación diciendo que con ella tenía más que suficiente.

―Yo lo sé, pero tú todavía no― sentenció mientras me rogaba que esa noche dejáramos la puerta abierta.

―¿Y eso?

Despelotada de risa, susurró:

―Estoy deseando ver la cara de esa engreída al contemplar cómo me follas.

―No creo que eso pase, piensa que estará ocupada con Manuel.

A carcajada limpia me anticipó lo que iba a ocurrir, diciendo:

―Tu amiguete se va a coger tal pedo que a pesar de los esfuerzos de su novia se le va a quedar dormido… y con un peso muerto a su lado, no va a librarse de espiarnos al escuchar los gritos que pegaré mientras me empalas.

Alucinado por lo maquiavélico de sus planes no dije nada mientras Altagracia siguiendo su hoja de ruta se iba a la cocina a preparar unos mojitos.

«Tanto Manuel como yo solo somos unos invitados en esta pelea», estaba pensando justo cuando tocaron la puerta.

Al abrir, me encontré a mi amigo con el ánimo por los suelos por la más que segura bronca que su novia le había echado mientras venían. Sin hacer comentario alguno, les pedí que entraran. Ana en cambio venía con un cabreo de narices y dejando su bolso sobre la primera silla que encontró, me preguntó por Altagracia.

―Estaba preparando las bebidas― uniéndose a nosotros, contestó la aludida mientras repartía las copas.

No me pasó inadvertido que el primero en recibir la suya fue Manuel, el cual ajeno a lo que se le avecinaba elogió ese mejunje tras probarlo. Con la duda de si se lo había cargado especialmente, di un sorbo al mío.

«Está más suave que el de ayer», me dije.

Me resultó raro que hasta Ana alabara el mojito y mientras se bebía el suyo, la mulata me preguntó si no había música. Convencido de facilitar sus planes y de que deseaba lucirse, puse la bachata que la había visto bailar en su casa.

―Cariño, ¡qué bien me conoces!― exclamó moviendo sus caderas.

La sensualidad con la que se puso a menear el pandero me dejó obnubilado e hipnotizado por la belleza de la mulata, seguí sus pasos por el salón. Manuel tampoco pudo abstraerse a esos contoneos y con la mirada fija en las duras nalgas de Altagracia, se bebió la copa. Ana también se vio afectada y sin percatarse de la excitación que esa morena provocaba en su novio, rumió su enfado sin dejar de observarla.

La chavala disfrutó al verse el centro de nuestras miradas, pero no por ello olvidó sus planes y comportándose como anfitriona, rellenó las copas de los tres. Al caer en que llevaba dos jarras y que con una de ella solo servía a mi amigo, comprobé mis sospechas de qué el mojito de Manuel llevaba más ron que el resto.

―¿Te apetece dejar acompañarme?― preguntó tomando de la mano a mi amiga: ―Con tu belleza y la mía, dejáremos embobados a este par de idiotas.

Aunque se podía cortar con un cuchillo el ambiente y era evidente que la enemistad entre ellas, Ana no quiso perder la oportunidad de exhibirse ante mí y por ello, aceptó el reto y salió con ella a bailar.

Desde el sillón, Manuel y yo permanecimos en silencio y mientras mi colega miraba entusiasmado, comprendí que del duelo de esas dos divas solo una saldría triunfante mientras la perdedora irremediablemente se vería humillada. Por ello no me extrañó que, aprovechando el cambio de canción, se retaran mirándose a los ojos midiendo sus fuerzas e intentando que la otra se sintiera intimidada.

Adjudicándose la primacía al conocerme desde hace años, Ana decidió que ella debía de iniciar las hostilidades y por eso con tono suave para que no la oyéramos dijo a su rival:

―Mira zorrita, aunque te lo hayas follado, Pedro es mío.

Con una sonrisa burlona, la mulata la interrumpió diciendo:

―Mi enanito prefiere la piel morena y parece que tu novio también.

Indignada al darse cuenta de que no solo estaba en peligro mi devoción por ella sino también la de Manuel, contestó:

―¿Crees que una zorra como tú me los puedes quitar? ¡Ese par beben de mi mano!

Altagracia soltó una carcajada al ver que lo había oído y retando directamente a su rival, con voz baja, contestó:

―Puedes conocerlo desde antes, pero yo le he dado lo que ni tú ni la rubia fuisteis capaces de ofrecerle.

Constaté que era verdad y que Ana sentía que la estaba robando, pero fue la mención de su amiga el detonante de su ira y sin medir las consecuencias,  la espetó:

―¡Soy mucho más mujer que tú!

Denotando su cabreo, se llevó las manos hasta sus pechos, mientras le decía que la haría morder el polvo cuando tanto su novio como yo la prefiriéramos a ella.

Muerta de risa, su oponente respondió mientras empezaba a moverse al ritmo del merengue que sonaba en el equipo de música:

―Eso lo veremos.

Junto a mí, Manuel,  que no se enteraba de nada, me pidió otra copa y sintiendo hasta pena de él, se la rellené usando la jarra que específicamente Altagracia había preparado para él.

―Macho, ¿quién nos diría que al final se llevarían bien?― con la voz ya cogida por el alcohol murmuró en mi oído al creer que al estar bailando juntas la tirantez entre ellas entre había desaparecido.

«Este tío es tonto», pensé mientras sobre la improvisada pista nuestras novias meneaban sus panderos con la única intención de calentarnos.

 Atento a sus reacciones, observé que Ana se iba encabronando al saber que el tipo de música favorecía a su rival y por eso, simulando una sonrisa, me pidió que pusiera algo europeo.

Dando un brindis al sol, obedecí poniendo una de sus melodías preferidas. Al escuchar a través de los altavoces, el Je t´aime de Jane Birkin sonrió.

«Esta puta no sabe quién soy yo», pensó al ver en esa elección una muestra de mi afecto y cogiendo una mano de la mulata, se la colocó en su trasero mientras comenzaba a bailar.

Altagracia no se quejó al ver la burda maniobra de su rival y subiendo la apuesta llevó la otra a sus nalgas, mientras se congratulaba del error que había cometido porque en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo sus curvas y la diferencia de altura compensaría el no conocer la canción mientras pegándose se reía de lo caídas que tenía las tetas.

Que menospreciara sus atributos,  indignó a Ana y queriendo darle una lección a esa advenediza, aprovechó para pegarle un pellizco en el culo.

―Serás zorra― indignada, la mulata le recriminó el daño que la había hecho y aprovechando que Manuel no podía verlo, agarró uno de sus pezones entre los dedos y apretó.

Ajeno a la violencia del duelo, Manuel seguía en la inopia y apurando su copa, me pidió otra mientras comentaba, señalando el bulto que crecía bajo su pantalón, lo bruto que le estaba poniendo esa escena.

Que esa don nadie le hubiese devuelto la agresión sacó de sus casillas a Ana y queriendo humillarla en plan calentorra le desabrochó los botones de la camisa.

―Para ser una zorra, no estás mal de delantera― reconoció al comprobar las ubres que escondía bajo el picardías.

La mulata ni siquiera hizo el intento de ocultarlos y disimulando su cabreo, bajó los tirantes de su agresora dejándola en ropa interior.

Mientras yo temía las consecuencias de ese enfrentamiento, Manuel estaba encantado al ver a esas dos casi desnudas y creyendo que era parte de un juego, aplaudió mientras brindaba conmigo por nuestras novias.

Su borrachera le impidió percatarse de la mirada asesina que le dirigió su novia ni escuchar que, acercando su cara a Altagracia, Ana le decía al oído que no sabía lo que su enano veía en ella.

 Muerta de risa, al notar la impotencia de su competidora, agarró con sus manos el trasero de mi amiga y pegándole un buen magreo, le respondió:

―En cambio a ti ni te mira, debe de ser porque tienes el culo blandengue.

Aunque ese insulto hizo mella en la morena, lo que realmente le sacó de las casillas fue oír a su novio pidiendo que le rellenara el vaso. Tomando la iniciativa, restregó su coño contra el de la mulata mientras la llamaba sucia lesbiana. Juro que aluciné al advertir en mi pareja que ese arrebato la había excitado y que pegaba un gemido al sentir un estremecimiento en su entrepierna.

«Esto no me lo esperaba», pensé dando un sorbo a mi mojito.

 Rechazando las sensaciones que amenazaban con derrotarla, quiso vengarse metiendo las manos bajo las bragas de Ana, pero para su desgracia al intentar tirarle de los pelos, se encontró con que llevaba el chumino totalmente depilado.

Tras recuperarse de la sorpresa de que la mulata estuviese hurgando en su sexo, Ana le espetó con intención de humillarla si le gustaba que sus parejas no tuviesen pelo en el sexo.

―Mucho, por eso mi hombre se lo rasuró― replicó sin perder la compostura y decidida a castigarla como se merecía, aprovechó que tenía la mano entre sus muslos para buscar con una de sus yemas su clítoris.

        Mi amiga abrió los ojos de par en par al notar esa agresión y acojonada por lo que podríamos pensar al contemplar el trato del que estaba siendo objeto, nos miró. Pero al comprobar que su novio con la mirada perdida meneando su copa sin atender a lo que sucedía a escasos metros de él y que el único que no perdía detalle de ello era yo, decidió demostrarme con hechos que mi pareja perdía aceite y separando las rodillas, comentó:

―Si tanto te atrae mi coño, ¡te lo presto!

Confieso que me quedé paralizado y temiendo la reacción de mi amigo al ver que su novia daba vía libre a su oponente para que la tocara, giré mi cara hacia él.

«¡No me lo puedo creer!», exclamé en silencio, «¡Se ha quedado dormido!».

Tal era la concentración de esas dos que ninguna se percató que yo era el único testigo de su enfrentamiento y mientras su novio se echaba una siesta sobre el sofá, Ana comprendió que debía igualar la contienda. Usando las manos liberó las tetas de Altagracia para acto seguido morderle un pezón. El gemido de placer que brotó de mi negra pareja la destanteó y más excitada de lo que le hubiese gustado estar, cambió de pecho y repitió el castigo mientras se derretía al sentir los dedos de la mulata pajeándola.

He de señalar que el más excitado era yo, pero a pesar de las ganas que tenía de sacármela y de comenzarme a masturbar, no lo hice y como mero espectador, observé que el sudor había hecho su aparición en ambas contendientes.

Mi querida amiga nunca se esperó que cogiéndola de la barbilla la beAna y por ello tardó en reaccionar al sentir la lengua de la negrita jugando con la suya. Altagracia al notar que no rehuía ese beso, supo que iba a vencer y que no tardaría en correrse, por ello siguió torturando su botón mientras le preguntaba al oído si quería ver cómo Pedro se la follaba.

―Por favor― sollozó presa de la lujuria al escuchar esa propuesta y sin poder retener las ganas de correrse, se vio sacudida por el orgasmo.

Habiendo vencido esa escaramuza y dejándola tirada sobre la alfombra del salón, Altagracia me miró y extendiendo la mano, me informó que era hora de que su amo la empalara.

No tuve que ser muy listo para entender lo que quería y por ello, sacando la polla, la espeté:

―¡Cómemela antes!

―Su esclava está deseando servir a su señor― contestó mientras se agachaba entre mis piernas.

Ana no se había repuesto de su pecaminoso placer cuando ante sus ojos vio como la vencedora acercaba la cara a su premio y a pesar de sentirse humillada, no pudo más que gemir excitada al contemplar que Altagracia separando sus labios se introducía mi trabuco en la garganta.

―Lo tiene enorme― sollozó al saber que mi pene al menos esa noche era propiedad exclusiva de la morena y contraviniendo el comportamiento monjil que me había mostrado durante años, se comenzó a masturbar con el espectáculo.

Dando por hecho que mi pareja deseaba que le mostrara a mi amiga mi lado dominante, comenté mientras la tomaba de la melena y la llevaba hasta la cama:

―Demuestra a la que se cree muy mujer cómo es una verdadera hembra.

―Sí, mi dueño y señor― con una sonrisa, contestó poniéndose a cuatro patas sobre el colchón.

Como una zombi, Ana nos siguió al cuarto y sin intervenir en lo que estaba sucediendo sobre las sábanas, se sentó en una esquina de nuestro particular ring de boxeo.

―Tenemos compañía― riendo informé a la morena.

―Déjala que mire y que aprenda― musitó Altagracia mientras desabrochaba los corchetes de su picardías.

La belleza de ese negro y rasurado coño despertó la envidia de mi amiga y tartamudeando deseó por primera vez que me follara a la negra mientras se metía un dedo bajo sus bragas buscando algo que sustituyera a mi verga. Al contemplar la desesperación con la que se masturbaba, no me lo pensé y sabiendo que su necesidad por mí crecería exponencialmente al ver cómo poseía a mi mulata, tomé mi erección y tras jugar brevemente en su coño, se lo embutí hasta el fondo.

Para mi sorpresa fueron dos los gritos que llegaron a mis oídos, el de Altagracia al verse empalada y el de Ana al observar cómo lo hacía.

―Fóllate a tu amada― rugió la mulata mientras miraba a su oponente.

Ni que decir tiene que me puso como una moto el complacerla mientras a un escaso metro y sobre la misma cama, una de mis íntimas amigas lloraba excitada viendo al que creía su pagafantas empalando a su rival.

―Muévete, putita mía― con un sonoro azote ordené a mi montura.

Altagracia rugió presa de deseo al sentir que la nalgada y olvidando el descrédito que le supondría que Ana se fuera de la lengua, me imploró que la castigara porque se había excitado al tocar a mi amiga.

El jadeo que escuché de los labios de la aludida me informó que a ella tampoco le había resultado indiferente y lleno de lujuria, marqué mi ritmo con una serie de sonoros manotazos sobre los cachetes de la negrita.

―Zorra, mira como mi amo me hace suya y sueña con el día en que sea tu culo el que reciba estos azotes― gritándole a la cara, soltó a una de las dos crías que durante más de dos cursos habían dominados mis sueños.

Ese exabrupto desmoronó las últimas defensas que le quedaban en pie y obedeciendo, Ana acercó su rostro para contemplar mejor como entraba y salía mi pene del chocho de Altagracia. Juro que me impresionó ver el deseo que destilaba su mirada y sin saber a ciencia cierta si ansiaba ser penetrada por mí o pegar un lametazo a esos pliegues, di un salto en nuestra relación al pedirle que se pellizcara los pechos.

―No quiero― respondió, pero sin poderse oponer a mi orden usó las dos manos para torturarse los pezones.

Al observar que aún vestida Ana estaba entregada, solté una carcajada y ejerciendo de dueño de esa monada, le exigí que repitiese la operación con los pechos de la mulata.

―No quiero― como una autómata repitió antes de apoderarse de las tetas de la que había sido su rival, pero en vez de retorcérselos como había hecho con ella, Ana prefirió disfrutar de ellos mamándoselos.

Altagracia al sentir ese imprevisto y estimulante ataque colapsó sobre el colchón y rugiendo como leona en celo, me hizo saber que deseaba sentir mi semilla en su fértil útero.

―Embaraza a tu puta― me rogó Ana sacando de su boca el pezón de la morena.

Nada me previno de la reacción de Altagracia al oírla y es que, pegando un chillido, atrajo mi amiga y la besó. La pasión que ambas demostraron al comerse los morros fue la gota que derramó el vaso y mientras compartían babas entre ellas, exploté sembrando con mi simiente a la mulata.

Agotado por el esfuerzo, me tumbé colocando la almohada de forma que no me perdiera nada y viendo que seguían enfrascadas en el besó, desde mi privilegiada posición ordené a Ana que limpiara de semen el coño de la mulata.

Por un momento mi compañera de clase dudó, pero al ver el manjar que ponía a su disposición olvidó el recipiente y lanzándose entre los muslos de mi pareja, comenzó a retirar con largos lametazos sobre sus pliegues el blanco producto de mi lujuria.

―Está delicioso― suspiró al saborear el semen que impregnaba los labios de la mulata y cerrando los ojos, buscó saciar su hambre mientras Altagracia se retorcía de placer sobre las sábanas.

«Joder, ¡qué escondido se lo tenía», asombrado señalé en mi mente al contemplar la intensidad con la que recolectaba mi esencia.

El esmero que demostró al limpiar cualquier resto de mi corrida provocó que nuevamente mi querida negrita se corriera pegando gritos mientras me pedía que volviese a tomarla.

Riendo al ver su urgencia, comenté señalando a la muchacha que acababa de comerle el coño:

―¿Qué hacemos con esta?

Ana creyó que había llegado su turno y luciendo una dulce sonrisa, se arrodilló en la cama. Y poniendo su coño y su culo a mi disposición, me preguntó si se desnudaba.

―¡Que se vaya con el pelele de su novio! Bastante considerada he sido de permitir que aprenda. Ahora quiero a mi hombre, solo para mí― Altagracia contestó mientras abriendo de par en par sus piernas me daba entrada.

Viendo que no intercedía por ella y mientras volvía a penetrar a la que era mi pareja, la que hasta entonces se creía mi musa se bajó de la cama y cabizbaja fue a ver si Manuel estaba en condiciones de calmar, aunque fuera solo en parte, la humillación que sentía al verse rechazada por nosotros.

―No creo que ese borracho se despierte― tuvo que escuchar que mi negrita le chillara desde la cama….

14

Al despertar, Manuel y Ana ya se habían ido y eso me alegró porque no estaba en condiciones de enfrentarme con ella y menos con ese amigo de toda la vida al que había traicionado con su novia. Y cuando digo traicionado, no me he equivocado de verbo. Aunque no me la había tirado, era suficiente el haberla llevado a rogarme que lo hiciera para sentirme un judas.

        «Soy un capullo», sentencié mientras observaba a Altagracia desnuda a mi lado.

        La morenaza al ver la expresión de mi cara comprendió los negros nubarrones que poblaban mi mente y atrayéndome hacia ella, comentó que no era mi culpa sino la de Ana y que no debía sentirme mal.

        ―Lo sé, pero no puedo evitarlo― contesté mientras me dejaba mimar por ella.

        ―Piensa que fue ella la que te pidió que te la follaras y que tú fuiste el que se negó a hacerlo.

        No quise contradecirla, pero la realidad era que, si mi mulata no la hubiese echado de la cama, a buen seguro hubiese caído en la tentación que para mí suponía esa chavala.

        ―¿Qué quieres de desayunar?― cambiando de tema, preguntó mientras se levantaba.

La hermosura de su cuerpo desnudo me hizo exclamar:

―¡Conejo a la cubana!

El rostro de Altagracia se iluminó al escucharme y volviendo sobre sus pasos, contestó:

―¿El cerdo de mi novio no ha tenido suficiente?

―Nunca― repliqué muerto de risa cuando en plan goloso esa belleza puso su sexo en mi boca,  dando inicio a una nueva escaramuza en la que ella buscó dejarme seco mientras al contrario yo buscaba que se anegara y así durante todo el día hasta que, sobre las ocho de la tarde, supimos que debíamos separarnos.

Y fue una suerte porque acabábamos de hacer la cama y ya se disponía a marchar cuando de pronto escuchamos que se abría la puerta.

―Pedro, ¿estás ahí?― preguntó mi vieja al ver las luces encendidas.

Tan asustada como yo, Altagracia me preguntó si se escondía, pero sabiendo que tarde o temprano mis padres tendrían que conocer a la que era mi pareja, le respondí que no y tomándola de la mano, la llevé a conocerlos.

        Mostrando una timidez impropia de su carácter y con las mejillas coloradas, me siguió por el pasillo temiendo la reacción de sus “suegros” al ver que su retoño aparecía con una mujer que le sacaba más de medio metro de altura.

        ―Papá, mamá. Os presento a Altagracia.

        Mis padres se quedaron mudos por la sorpresa. La primera en reaccionar fue mi madre, que todavía en la inopia, le preguntó si era mi compañera de clase.

        ―No, mamá. Altagracia es mi novia― interviniendo respondí.

        Casi se le cae la mandíbula al oírme y al borde de una ataque de nervios, la invitó a cenar.

        ―Se lo agradezco, pero no puedo. Debo volver a casa― tartamudeando respondió la morena.

Mi padre viendo la escena decidió echarme un capote y mientras le daba un beso en la mejilla a modo de despedida, le hizo saber que era bienvenida, para acto seguido y girándose hacia mí, preguntarme si no iba a llevar a esa monada a casa.

―Por supuesto― respondí y tomándola nuevamente de la mano, salí escopetado.

Ya en el coche, me percaté que dos gruesas lágrimas corrían por las mejillas de Altagracia y al preguntar el motivo por el que lloraba, la morena me respondió:

―Jamás nadie me había presentado como novia a sus padres.

De nuevo, comprendí el desprecio que sus anteriores parejas sentían por su color y acercando mi cara a la suya, preferí obviar el tema y respondí:

―¡Cómo no voy a fanfarronear del pedazo de hembra que me he agenciado! Sería idiota por mi parte, si no estoy orgulloso de ti.

―Lo dices para hacerme sentir bien― sollozó.

Tratando de hacerla reír y así evitar que siguiera martirizándose, comenté:

―No, lo hago para que mañana cuando me veas sigas queriendo follar conmigo.

―Eres un gilipollas, pero… te adoro― enjuagándose los lagrimones me replicó.

Rectificándola nuevamente, le solté:

―Soy un suertudo que todavía no comprende que has visto en este enano.

Sonriendo y justo antes de besarme, contestó:

―No veo a un enano, sino a un cerdo pervertido que solo piensa en abusar de su bellísima novia…

Durante cinco minutos, nos dejamos llevar por la pasión hasta que poniendo la cordura que a mí me faltaba, Altagracia me pidió que la llevara a casa de sus padres.

Al dejarla en el portal, me tomó de la mano y con una ternura que me dejó totalmente apabullado, me dio las gracias por haberle hecho pasar el mejor fin de semana de su vida.

―El primero de muchos― tartamudeé al caer en lo mucho que me gustaba esa morena mientras la veía marchar.

De vuelta a mi hogar, nervioso comprendí que me preguntarían por Altagracia, pero jamás preví que al llegar iba a sufrir un interrogatorio tipo Gestapo y es que nada más entrar en la cocina, mi madre supo que alguien que no era ella había trasteado en ella, tras lo cual revisó a conciencia el piso y descubrió que también habíamos usado la habitación de invitados.

Sabiendo que, si le comentaba algo al viejo, éste le obligaría a callárselo, esperó a que ajeno a lo que se me venía encima entrara por la puerta y sin mayor prolegómeno, me pidió que le dijera cuanto tiempo llevábamos saliendo y que desde cuando me acostaba con ella. Mi padre que estaba leyendo en el sofá trató de mediar diciendo que me dejara en paz.

Si las miradas matasen, hubiese caído fulminado ante la mirada furibunda que le lanzó su esposa y por ello, acobardado, no dijo nada cuando mi madre insistió en que la contestara.

Comprendiendo que se hubiese escandalizado si le decía que la primera vez que había hablado con Altagracia había sido ese viernes, preferí mentir:

―La conozco desde primero y aunque llevábamos tonteando desde entonces, no fue hasta el mes pasado que empezamos a salir.

Que la conociera desde hacía tiempo, la tranquilizó y dirigiendo su mala leche hacia mi viejo le preguntó si él lo sabía. Como en otras ocasiones y aun sabiendo que era mentira que llevábamos saliendo más de treinta días, papá contestó:

―Tu hijo me lo contó hace dos semanas y si no te dije nada fue porque sabía que te iba a sentar a cuerno quemado que tu bebé ya sea un hombre.

Le hubiese abrazado en ese momento al saber que le había contestado eso para concentrar el enfado en él. Y así fue, porque con un cabreo de dos pares de narices su esposa le comenzó a echar una bronca de campeonato.

Mi padre esperó a que se desahogara para decirle:

―Cariño, ¿querías que te dijera que nuestro chaval salía con un bellezón de un metro ochenta que levanta piropos a su paso?  ¿O que su novia es tan guapa que cualquier hetero que se precie desearía para él?

El desmesurado elogio de su marido por la nuera que le acababan de presentar la cogió desprevenida y desmoralizada, contestó que eso era exactamente lo que la preocupaba.

―No quiero que sufras― me dijo casi llorando.

Me quedé sin palabras al ver su preocupación y por ello, nuevamente mi viejo me dio una lección diciendo:

―Pedro sabe más que nadie lo dura que es la vida y en este momento, lo único que debemos hacer es alegrarnos por él y pedirle que sea un caballero con esa preciosa criatura que ha sido capaz de vencer los prejuicios y ver más allá de su estatura.

Mi madre dio por terminada la conversación diciendo:

―No es para tanto, mi hijo es más guapo.

Riendo a carcajada limpia, mi padre me tomó del brazo y susurrando en mi oído, me soltó:

―No le hagas caso… tu madre no sabe de mujeres ¡Altagracia es un bombón!

“Un pequeño gran hombre y sus compañeras de clase 9” POR GOLFO

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15

Después de que Ana los hubiese visto follando y el enano la hubiera rechazado, tanto ella como Cayetana rehúyen cualquier contacto hasta que una tarde le piden quedar. Pedro sabe que es una encerrona, pero nunca prevé que sus amigas hubiesen decidido hacerlo suyo ¡aunque fuera por la fuerza!

Al día siguiente, Altagracia me estaba esperando en la puerta de la universidad y al verme volvió a demostrar lo poco que le importaba la gente, dándome un largo y apasionado beso. Un tanto acomplejado por esa muestra de cariño, le pregunté si me había echado de menos y con el desparpajo que me traía loco, me contestó que gracias a las fotos que tenía en el móvil se le había hecho más llevadero el no estar conmigo.

―¿Y eso?― pregunté.

Desternillada de risa, respondió:

―Me pasé toda la noche pajeándome con la imagen de mi enano desnudo.

―Eres un poco puta― con nuevos bríos para enfrentar esa jornada, contesté.

―Sabes lo insaciable que soy y eso es lo que te gusta de mí, ¿verdad?

―Sí, mi pequeña y casta albina― riéndome de ella murmuré mientras entrabamos al edificio.

―Capullo, no soy pequeña, ni casta, ni albina. Soy alta, bella, negra y tu amante más ardiente.

―¿Es que tengo otras?― con la intención de picarla, pregunté.

―Tú verás… ¡no creo que quieras que te convierta en eunuco!― siguiendo la broma y señalando mi entrepierna contestó.

Estaba todavía riendo cuando de pronto vimos llegar a Ana y a Cayetana. Iba a saludarlas, pero rehuyendo mi mirada pasaron por nuestro lado sin siquiera mirarnos.

―Tus amigotas todavía no han asimilado que estemos juntos― Altagracia me dijo mientras se despedía de mí.

Sabiendo que era verdad entré a clase, donde confirmé que era así al ver que en contra de lo que era nuestra costumbre, se habían sentado en las primeras filas.

 ―Peor para ellas― mascullé entre dientes mientras aposentaba mi trasero en mi sitio habitual.

Durante el descanso entre clase y clase, esas dos me volvieron a rehuir, pero no me importó al recibir la visita de mi mulata.

―¿Siguen sin hablarte?― murmuró al verme solo.

―Te tengo a ti― respondí.

A pesar de los pocos días que llevábamos juntos, Altagracia me conocía y tomando mi mano entre las suyas, me preguntó si quería que hablara con ellas. Supe que su intención era buena, pero tras negarme y di un giro a nuestra conversación, invitándola a desayunar.

―¿Me quieres cebar? ¿Acaso te gustan las gordas?― en plan divertido comentó mientras se cogía una inexistente molla de sus caderas.

―Me gustan las tetas gordas y cuanto más gordas, mejor― llevando mi mano a una de sus ubres repliqué.

―No comprendo cómo estoy tan colada por un degenerado― sentenció alegremente al sentir el suave pellizco que le regalé en un pezón.

Deslumbrado por el carácter juguetón de la morena, respondí mientras entraba con ella en la cafetería:

―Yo lo tengo claro, lo que más me gusta de ti es cuando te vistes de policía y me esposas a tu cama.

―Cerdo mío, nunca he hecho tal cosa.

―¿Ah no? ¿Entonces con quien fue?

―Uno de estos días, ¡me quedó viuda!― muerta de risa, comentó.

Justo en ese momento y cuando ya iba a decirle que todavía no pensaba en el matrimonio, recibí la llamada de Manuel. El cual, tras saludarme brevemente, me preguntó qué narices había ocurrido en mi casa.

―¿Por qué lo dices? – en plan gallego contesté.

―Joder, Ana apenas me habla y ayer se pasó la tarde llorando.

Incapaz de confesar lo cerca que había estado de ponerle los cuernos conmigo ni que se había dejado pajear por mi novia, aduje ese cabreo a la borrachera que se pilló.

―No fue para tanto― se defendió.

―Macho, te quedaste dormido en vez de aprovechar que ibais a pasar la noche juntos.

―¿Debe haber algo más?― en plan cretino me soltó.

Quitándome el teléfono de las manos, Altagracia le aconsejó regalarle unos bombones y luego de las mismas, echarle el polvo que no le echó, tras lo cual, colgó.

―Eres un tanto bruta.

―Y Manuel, un lelo total que no se da cuenta de que la zorra de su pareja anda soñando con el nabo de su mejor amigo.

Asumiendo que eran lógicos sus celos, llamé al camarero y le pedí dos desayunos mientras en mi fuero interno me traía preocupado el que Ana se hubiese pasado la tarde llorando, ya que eso, unido a los desplantes de esa mañana, podía significar que le había dolido más de lo que suponía mi rechazo.

«Si sigue sin hablarme, sabré que es así», sentencié mientras mojaba la madalena en el café…

16

Durante dos semanas, tanto Ana como Cayetana rehuyeron cualquier contacto conmigo y mientras comprendía las razones de la primera, el que la rubia también lo hiciera era algo que no comprendía porque al fin y al cabo con ella no había pasado nada. Afortunadamente, la vivificante alegría de Altagracia y su desaforado apetito sexual me hicieron más llevadera lo que en otros momentos hubiese sido una soledad absoluta.

Aun así, estaba triste y mi mulata lo notó y una tarde mientras la llevaba en coche a casa, me dijo preocupada:

―Te lo digo por última vez, ¿quieres que hable con esas locas?

―No― por segunda ocasión, me negué.

Dándome por imposible, me informó que sus padres le habían preguntado por mí.

―¿Y qué les dijiste?

―Que eras mi novio― respondió: ― y siento decirte que se lo han tomado bastante mal.

 Con el corazón encogido y creyendo que nada podía ir a peor, quise disculpar a sus viejos diciendo que era normal que les preocupara que su hija saliera con un enano.

Mi amada mulata me miró alucinada y riendo, contestó:

―Eso no les importa, incluso les ha hecho gracia. Con lo que no pueden es que no seas negro.

―¡Serán racistas! Con lo mucho que le gusta a su niñita este blanquito― al escuchar la razón de sus reparos, contesté.

Viendo que quitaba hierro al asunto, murmuró en plan picarón mientras con sus dedos me bajaba la bragueta:

―Serás blanco y enano, pero tienes la polla de un gigantón negro.

―Y a mi mulata, le encanta― descojonado respondí al sentir que, olvidando que alguien podía vernos, Altagracia había liberado mi falo y me empezaba a masturbar.

        Con las manos en el volante, me concentré en la conducción al observar que no contenta con pajearme, agachaba la cabeza y metiéndola entre mis mulos, tomaba mi erección entre los labios.

―Loca, ¡nos podemos matar!― exclamé cuando en mitad de la mamada, su nuca chocó con mi brazo haciéndome girar.

―No voy a parar. Si quieres aparcar, hazlo― sacándosela brevemente de la garganta contestó.

Conociendo la fijación de la morena con ordeñarme en cuanto podía, preferí estacionar a un lado y así disfrutar sin tener un accidente. Para mi desgracia, estaba todavía buscando el deslecharme cuando de pronto recibí una llamada en el teléfono.

―Es Cayetana― musité temiendo que diese por terminada la felación.

Pero en vez de mostrarse celosa debió de darle morbo el seguir haciéndolo mientras su novio hablaba con otra y me pidió que contestara. La verdad es que no las tenía todas conmigo porque al tener el bluetooth activado Altagracia escucharía la conversación y por ello acojonado con lo que podía decir, contesté a Cayetana.

―Pedro, necesitamos hablar. Quiero que vengas a casa esta tarde sin falta.

Con un gesto Altagracia me ordenó aceptar y al contar con su permiso, únicamente le pregunté a qué hora y si Ana iba a estar.

―Te esperamos a las cinco, no faltes― y denotando su cabreo, colgó sin despedirse.

―¿Por qué quieres que vaya? – ya sin que nos pudiese escuchar la rubia pregunté.

―Cariño, son tus amigas y no quiero que pienses que hago algo por evitar que sigan siéndolo. Si después de hablar con ellas siguen sin hablarte no será culpa mía, sino suya.

La generosidad de la chavala me sorprendió y más cuando cómo si nada la hubiese interrumpido, reinició la mamada con mayor ímpetu.

―Cómo seas tan bruta, me voy a correr― le informé.

―Eso quiero, mi amor. Para que cuando esta tarde vayas con ese par de zorras no tengas nada en los huevos que regalarlas.

 Descojonado, me relajé en mi asiento acatando de esa forma lo que el destino y la boca de mi novia tenían reservado para mí.

17

Tras dejar a Altagracia en su casa, fui a comer a la mía donde mi madre como hacía casi todos los días me preguntó por ella:

        ―¿Cómo sigue tu morenita?

        Con ganas de decir que cada día con mejores tetas, respondí que bien.

―¿Cuándo la vas a traer a cenar?

Deseando contestar que con mi semen se quedaba contenta, de malas ganas repliqué que ya se lo diría.

―Me gustaría conocerla más― insistió mi jefa.

Enfadado por su interés, cogí mi plato y me fui a comer a la cocina, dejando a mi vieja sola en el comedor despotricando de su hijo.

Ya en mi cuarto, empecé a ponerme nervioso al saber que de lo ocurriera esa tarde dependía en gran manera nuestra amistad y por eso decidí intentar limar asperezas, aunque para ello tuviese que ceder algo con el único límite de acostarme con ellas.

«No creo que pase a mayores, no en vano sus novios son mis amigos y comprenderán que no es normal que les pongan los cuernos conmigo», sentencié mientras me preparaba para ir a esa crucial cita.

Dos horas más tarde, estaba tocando en la puerta del piso donde vivía la rubia. Supe que las cosas no pintaban bien en cuanto me abrieron y contemplé que ambas iban en picardías. Con ganas de salir huyendo, aun así, entré y como perrito faldero, las seguí hasta el salón.

―¿De qué queréis hablar?― pregunté mientras me sentaba en una silla.

Fue Ana la que contestó mientras se aposentaba a la izquierda de donde yo lo había hecho:

―De nosotros y de nuestro futuro.

―Me parece bien― respondí con la mosca detrás de la oreja al observar que Cayetana imitaba a la morena sentándose a mi derecha.

Sintiéndome encajonado entre ellas e intentando que no se me notara los esfuerzos que hacía para no recorrer con los ojos sus cuerpos, quise dejarles clara mi postura diciendo:

        ―Estoy jodido con esta situación, para mí sois mis mejores amigas y quiero solucionarlo.

        La sonrisa con la que recibieron mis palabras me tranquilizó y por ello, creí conveniente comentar que haría lo necesario para que todo volviera a la normalidad.

        ―Lo mismo pensamos nosotras, queremos que vuelvas a ser nuestro confidente, el amigo en el que llorar y que nunca nos falla― dijo la dueña del piso.

        Si bien estaba de acuerdo con ella, su tono suave y meloso me alertó.

        ―Nunca he dejado de serlo. Jamás he traicionado vuestra confianza y todo lo que me habéis contado, no ha salido de mí ninguno de vuestros secretos.

        ―¿Ni siquiera se los has contado a tu negrita?― me preguntó Ana poniendo su mano en una de mis piernas.

        ―Ni yo se los he contado, ni ella me los ha preguntado― respondí mientras de reojo observaba el profundo canalillo que lucía la morena.

        ―¿Y a Manuel o a Borja?― desde mi derecha me interrogó la rubia mientras recorría con sus dedos el muslo que tenía libre.

        ―Ya sabéis que nunca sería capaz de poneros mal ante vuestros novios― contesté ya aterrorizado al sentir que las manos de esas dos iban subiendo por mi pantalón.

        Casi susurrando, Ana insistió en el tema diciendo:

        ―Entonces puedo confiar en que nunca se entere de lo que me hiciste hacer la otra noche.

        ―Yo no te obligué a nada― tartamudeé al sentir que mientras la morena incrementaba sus caricias, Cayetana había llevado sus manos a los botones mi camisa y los empezaba a desabotonar.

        ―Y respecto a lo ocurrido en el probador de Oysho, no me gustaría que Borja sepa lo bruta que me pusiste cuando me acariciaste el trasero― mordiendo mi oreja, dijo la rubia.

―Tampoco, os juro que nunca me iré de la lengua de algo que solo nos afecta a nosotros.

―¿Tampoco con Altagracia?― insistió.

―Tampoco― ya con dos gotas de sudor respondí al notar que abría de par en par mi camisa.

―Ahora que está todo claro y para que te perdonemos, nos vas a follar― cogiendo entre sus dedos mi pene, replicó Ana.

Confieso que para entonces ya estaba excitado, pero recordando a la mulata retiré su mano mientras decía:

―Lo siento, pero no. Tengo novia.

―Si tú no se lo cuentas, por nosotras no se enterará ―saltando encima mío, contestó la morena.

Tener la cara incrustada entre las dos tetas con las que tantas pajas me había hecho no facilitó mi decisión y sabiendo que jamás tendría otra oportunidad de disfrutarlas, pedí a su dueña que se bajara.

―No seas tonto, llevas deseándolo desde que nos conoces― me dijo al ver que intentaba quitármela de encima.

Apoyando a su amiga, Cayetana me tomó de la barbilla y girándome la cara, me besó. Al sentir los labios con los que había soñado tanto tiempo me hizo dudar y cediendo momentáneamente, dejé que mi lengua jugara con la suya.

Ana creyó que habían ganado y llevando la mano a mi bragueta, la bajó y tras liberar mi pene, empezó a restregar su coño contra mi erección. Fue entonces cuando aterrorizado advertí que no llevaba bragas y que intentaba empalarse.

―¿Qué coño os ocurre a las dos?― grité molesto mientras haciendo un esfuerzo me retiraba de ella.

La fuerza que usé fue excesiva y espantado observé como se caía hacia atrás golpeándose contra el suelo.

―Te juro que no quería hacerte daño― pidiéndole perdón me agaché a ayudarla.

Tan acojonado estaba por los efectos de mi empujón que no me di cuenta de que Cayetana aprovechaba el momento para sacar unas esposas de un cajón.

―Tranquilo, no ha sido nada― todavía adolorida, Ana contestó mientras me rogaba que me volviera a sentar.

Sin tenerlas todas conmigo, accedí y sentándome al sofá, les volví a tratar de explicar que los tres teníamos pareja. Fue entonces cuando tomando una de mis manos, la rubia comentó que las perdonara, pero siendo mis únicas amigas se veían en la obligación de demostrarme lo equivocado que estaba.

―¿De qué hablas?― en plan ingenuo respondí.

―Tanto Manuel, como Borja o Altagracia son solo un juego. Nosotros tres somos un todo y es inevitable que estemos juntos― cerrando una de las argollas en mi muñeca me soltó.

Confieso que en un primer momento creí que era una broma, pero entonces llevando mi otro brazo hacia atrás Cayetana me colocó la esposa que faltaba.

―¡Quítame esta mierda!― enfurecido exclamé.

Me quedó claro que no iban a ceder y que lo tenían preparado cuando, actuando sincronizadamente, entre las dos me bajaron los pantalones.

―¡No hagáis algo de lo que luego tengáis que lamentarlo!― sintiéndome indefenso les grité.

―De lo único que nos arrepentimos es de no haberte follado antes y que tuviera que venir esa puta para que nos diésemos cuenta― dijo Cayetana mientras con la ayuda de su amiga me llevaban en volantas hasta su cama.

Creyendo que todavía había tiempo para convencerla antes de que me violaran, les rogué que recapacitaran. Pero ellas en vez de hacerlo, aprovecharon que no podía defenderme para encadenarme también las piernas.

―¡No soy vuestro juguete!― debatiéndome sobre las sábanas les chillé.

―Por supuesto que no lo eres… ¡eres nuestro macho!― con un intenso brillo en la mirada, replicó Ana mientras se acercaba a mí con unas tijeras.

Reconozco que casi me cago al ver que con ellas en sus manos se ponía a cortar mis calzones y más cuando al terminar de destrozarlos, me decía que o era de ellas o de nadie. Acojonado, dejé de forcejear y asumiendo todavía que se podía conversar con ellas, les pedí que me liberaran.

Siguiendo la hoja de ruta que habían acordado, la rubia puso música a todo volumen mientras la morena sonriendo se empezaba a desnudar.

―¿Prefieres que yo te haga una cubana con estas tetas o que Cayetana te haga una mamada?

Cualquiera de esas dos opciones me hubiera entusiasmado unos días antes, pero en ese momento era tal mi cabreo que ni digné a contestar y mi silencio lejos de hacerlas repensar sus planes, los aceleró y mientras su amiga se quitaba el picardías, Ana tomó mi verga entre sus pechos con la intención de pajearme.

Ese sueño tan largamente anhelado, me resultó repulsivo y a pesar de los intentos de la morena para mantener mi erección, esta fue menguando a la par que hacía más intenso su calentón.

―Por favor― musitó en mi oído, llena de angustia:  ―necesito ser tuya.

 Queriendo explotar su flaqueza, le rogué en voz baja que me quitara las esposas sin asumir que todavía no estaba lista y que era mayor su rencor que la necesidad de ser tomada.

―Todo tuyo― con un deje de tristeza se levantó y dejó su puesto a la rubia.

Esta sonrió al saber que la verdadera razón de ese gatillazo fue la brutalidad con la que me había intentado masturbar y no queriendo caer en ese error, parándose frente a mí, comenzó a pellizcarse los pezones diciendo:

―Reconoce que soy preciosa y que siempre me has deseado.

Aunque lo intenté no pude abstraerme de la sensualidad con la que se estaba tocando y menos cuando subiéndose a la cama, gateó hacia mí mientras me decía las ganas que tenía de lamer mi paquete.

―Nunca pensé que aplicaría lo aprendido con mi novio con el que es mi verdadero macho― murmuró mientras con la lengua besaba mis pies.

El recuerdo de mi mulata haciéndolo llegó a mi mente e involuntariamente soñé que era Altagracia la que lo hacía. De inmediato, mi erección renació como ave fénix, Sonriendo, esa zorra de pelo rubio supo que iba en buen camino y en vez de abalanzarse, subió por mis gemelos dejando a su paso un camino con sus babas. No contenta con ello pidió a Ana que mordisqueara mis pezoncillos y solo cuando comprobó que la morena la obedecía, con su voz teñida de lujuria, ensalzó mi tamaño diciendo:

―Me tiene sin dormir el pensar que otra que no somos ninguna de las dos usa lo que es nuestro.

Juro que intente rechazar mentalmente la calentura que se iba apropiando de mí, pero mis intentos quedaron en nada cuando los carnosos labios de la rubia rozaron mi glande.

―Piensa en Borja― le pedí desmoralizado al saber lo mucho que deseaba que se introdujera mi verga en la boca.

―Esto lo hago por nosotros, quiero que te des cuenta de que solo existimos nosotros tres― susurró echando su aliento sobre mi tallo.

Ese suave soplido fue un huracán que demolió mis defensas y cerrando los ojos, anhelé que esa maldita zorra hiciera realidad su amenaza y tomara posesión de mi pene.

La lentitud con la que se introdujo cada uno de los centímetro de mi erección no puso fácil rechazarla, pero sacando fuerzas de mi desesperación juré que me vengaría de ambas pocos momentos antes de sentir que, absorbiendo la totalidad dentro de la garganta, sus labios llegaban a la base de mi pene.

―¡Dios!― gemí cuando envidiosa de su amiga Ana se lanzaba desesperada sobre mis huevos y que mientras su amiga metía y sacaba cada vez a mayor ritmo mi verga de su boca, la morena daba lametazos a mis testículos.

―¡Sois unas putas!― avisé de viva voz mi derrota al notar que el placer se iba acumulando exponencialmente en mí y que no tardaría en correrme.

La angustia de mi grito no las hizo menguar en su acción y percatándose de lo cerca que estaba del orgasmo, pajeándome entre las dos esperaron con cara hambrienta a que explotara.

Ni en mis mejores sueños imaginé tener a Ana y Cayetana entre mis piernas y menos aún que aguardaran ansiosas que las andanadas de mi pene en plan sedientas. Por eso y a pesar de ser capaces de violarme, juro que me sorprendió la voracidad que mostraron al ver salir mi semen. Y es que compitiendo entre ellas buscaron cada una su parte, sin importarles que su propia descoordinación hiciera que ambas terminaran con sus mejillas llenas de mi simiente.  Si ya de por sí eso me resultaba excitante, verlas lamiéndose las caras para recolectar el blanco manjar que les corría por los carrillos fue la causa por la que habiéndome corrido mi trabuco permaneciera inhiesto.

La morena fue la primera en darse cuenta y mientras su amiga seguía chupándose los dedos en busca de restos de semen, tomó mi erección y sin mayor prolegómeno, se empaló brutalmente.

―¡Zorra! ¡Me haces daño!― aullé al sentir que mi glande chocaba con la pared de su vagina.

La felicidad que manaba de sus ojos al comenzar a cabalgar sobre mí me recordó su afición por ese tipo de monta y asumiendo que no pararía hasta conseguir vaciar nuevamente mis huevos, llevé mi cara hasta sus pechos y cogiendo uno de sus pezones, se lo mordí.

Mi arrebato no consiguió que aminorara el ritmo con el que me violaba y quizás con mayor intensidad, se lanzó desbocada en reclamo de un placer que sus antiguas parejas pocas veces le habían conseguido dar. Para colmo, Cayetana al ver que su compinche se le había adelantado y que disfrutaba entusiasmada del hombre que consideraba suyo, decidió que ella también quería y subiéndose a horcajadas sobre mi cara, me ordenó que le comiera el chumino.

Al comprobar que no obedecía, se sentó sobre mi rostro sabiendo que al hacerlo no podría respirar y sin importarle que me retorciera buscando aire, se mantuvo firme durante unos segundos presionando mi boca y mi nariz con el coño.

―Cómeme el chocho, ¡no te lo voy a repetir más!― me gritó dejando que tomara aire.

Indefenso ante ella, no pude dejar de cumplir sus deseos y con lágrimas llenas de ira, le di un primer lametazo mientras mi pene era zarandeado por su amiga.

―No queremos hacerte daño― musitó dulcemente al notar mi lengua entre sus pliegues: ―pero tienes que aceptar que Ana y yo somos tus hembras y tú nuestro macho.

El cambio de actitud de esa loca me permitió pensar y mientras le regalaba un segundo lametón esta vez más profundo, comprendí que si quería salir sano de esa situación tenía que disimular mi cabreo y que ellas creyeran que claudicaba. Por ello, introduciendo mi lengua en su agujero, comencé a follármela mientras planeaba mi venganza.

―Me encanta― sollozó al sentir las caricias de mi húmedo apéndice en su interior.

Satisfecho al escucharlo, lo saqué brevemente de su coño para poder alabar su sabor y pedirle que se corriera en mi boca.

―No sabes cómo necesitaba saber que nos perdonabas― chilló descompuesta mientras le pedía a su amiga que cabalgara más despacio para darle tiempo de llegar al orgasmo.

Aluciné cuando Ana no solo la obedeció, sino que llevando las manos a los pequeños pechos de Cayetana la ayudó estimulándola los pezones mientras le pedía que hiciera ella lo mismo.

El menor ritmo de la morena me tranquilizó y mientras veía cómo retorcían las aureolas de la otra, me dio tiempo a meditar mi siguiente paso y regalándome un capricho con el que había soñado largamente, alargué mi lametazo y dejando atrás el chumino de Cayetana, metí la lengua en su ojete.

Para mi sorpresa, al sentir esa intrusión en su ojete, gimió de placer y usando sus manos, separó sus cachetes buscando que continuara haciéndoselo. Al contemplar Ana la escena y escuchar los aullidos de su amiga, se olvidó de que le había pedido ir más lento y desbocada se lanzó en pos de su orgasmo mientras por mi parte trataba de asimilar lo mucho que me gustaba el sabor y el olor agrio que manaba de ese culo.

Al volver a introducir mi lengua en ese hasta entonces no hoyado agujero, sin previo aviso, el riachuelo que para entonces era el coño de Cayetana se convirtió en un sobredimensionado Amazonas que empapó con sus aguas no solo mi cara sino también todo mi pecho mientras su dueña se veía sacudida por un gozo tan intenso como imprevisto.

―¡Me corro!― aulló descompuesta al sentir que todas sus pasadas experiencias languidecían ante el placer que le recorría su cuerpo y sin pensar en las consecuencias, se apoyó en los hombros de su socia de violación para no caerse.

El peso de la rubia provocó que mi pene se incrustara brutalmente en su coño y contagiada por su amiga, la morena sucumbió también ella ante el gigantesco clímax que naciendo entre sus piernas amenazaba con achicharrar hasta la última de sus neuronas.

―Lléname con tu lefa, ¡maldito!― bramó mientras alargaba y profundizaba en el placer, empalándose con mayor fiereza.

El cúmulo de sensaciones pudieron más que el rencor que sentía por ellas y contra mi voluntad, pegando un quejido exploté llenando de semen su conducto. Al notar que anegaba su útero con mis descargas, Ana se desplomó sobre la cama temblando de dicha y ante mi asombro y el de su amiga empezó a llorar diciendo lo mucho que nos amaba.

«Dice que me ama, cuando me acaba de violar», babeando por la indignación que me dominaba, pensé.

En cambio, sus palabras impactaron en Cayetana y tirándose sobre ella, la empezó a besar con una desesperación que hasta me asustó.

―Yo también te quiero – escuché que le decía mientras entrelazaba sus piernas con las de ellas.

        «Joder», exclamé en mi interior al ver la pasión con la que esas dos restregaban sus coños olvidándose de mí.

        La lésbica escena me cautivó y contra mi voluntad, entre mis rollizos muslos mi pene se alzó traicionándome. Pero cuando presas de la lujuria cambiaron de posición y comenzaron a ejecutar un inenarrable sesenta y nueve y Cayetana me regaló con la visión del glorioso culo que acababa de lamer, fue realmente cuando comprendí que no me podía ir de ahí sin rompérselo y llamando su atención, les pedí que me liberaran porque quería follármela.

―En serio, ¿eso quieres?― me preguntó la rubia: ―¿No nos engañas?

―Os lo juro― contesté y usando sus mismas palabras en contra de ella,  afiancé mi petición diciendo: ―Somos uno y eres la única con la que no lo he hecho.

Al ver que me liberaba sin comentarlo con Ana alcancé a entender hasta donde llegaba su urgencia y sabiendo que mi venganza pasaba primero por sodomizarla en plan salvaje, al verme libre de las esposas, sonriendo le pedí que quería ver cómo le comía el chocho a la morena.

Por vez primera se percató de los besos que había compartido con ella y totalmente colorada, me dijo que no era lesbiana.

―Por supuesto que no, pero te recuerdo nuevamente que somos un todo y si quieres que te tome, no podemos dejarla al margen.

Ese burdo razonamiento fue la excusa para que cediendo a mis deseos mirara a su compañera pidiendo su permiso. Al comprobar que ésta sonriendo se abría de piernas, no se lo pensó más y agachándose, hundió la cara entre sus muslos. Al hacerlo no cayó en que había puesto su trasero a mi disposición hasta que, mojando mi verga en su coño, empecé a jugar con su ojete.

―¿Qué vas a hacer?― me preguntó con una mezcla de deseo y de miedo que no me pasó inadvertida.

―Lo sabes perfectamente― comenté mientras con un empujón se la clavaba hasta el fondo de sus intestinos.

 Un chillido de dolor retumbó entre las paredes de su cuarto y desesperada intentó zafarse de mi ataque, pero cogiendo sus caderas se lo impedí y sin dejar que se acostumbrara a la invasión, comencé un violento mete saca.

―Por favor, me duele― temiendo que se lo desgarrara sollozó.

Fue en ese momento cuando conocí de primera mano hasta la clase de amistad que tenían entre ellas, cuando obviando el maltrato al que la estaba sometiendo Ana le tiró del pelo y de muy malos modos, le exigió que siguiera lamiendo su almeja.

Me satisfizo de sobre manera comprobar que la morena era una cabrona con la rubia y descargando mi venganza sobre las nalgas de Cayetana, la azoté brutalmente mientras le exigía que se moviera. Sus lloros se incrementaron durante unos segundos hasta que paulatinamente fueron siendo sustituidos por gemidos de placer.

―Sigue dándole, ¡a la muy puta le gusta!― en plan perverso me rogó su amigota mientras intentaba acelerar su placer masturbándose a la vez que ésta le comía el chumino.

Como no podía ser de otra forma, en ese momento y con parte de mi venganza satisfecha, me lancé en busca de un merecido orgasmo cabalgando sobre el culo con el que tanto había soñado, pero desgraciadamente antes de alcanzarlo Cayetana se me anticipó y ladrando como perra en celo, se corrió dejándose caer sobre las sábanas.

Al desplomarse la visión de su culo sangrando me hizo saber que tenía que dirigir mi venganza a la otra y cogiendo su móvil de la repisa, tomé a Ana de su melena y la obligué a abrirlo. Asustada accedió, pero llorando intentó pedirme perdón.

Trasteando en el teléfono, localicé la cámara y tras encenderla, le pedí que me la mamara. La morena al contemplar mi verga todavía tiesa llena de la mierda y de la sangre de su amiga me rogó que no la obligara a hacerlo, pero con un sonoro y doloroso tortazo le hice saber que no estaba dispuesto a irme de ahí con la polla sucia.

Llorando desconsoladamente, sacó su lengua y comenzó a retirar con ella los restos que habían quedado tras romperle el culo a Cayetana. Mientras lo hacía, me puse a inmortalizar tanto el momento en que se tragaba mi erección como el ojete sangrando de su amiga.

Solo después de hacer un extenso reportaje fotográfico de los mismos y enviarlo a mi correo, despelotado de risa, cogiéndola de la cabeza, comencé a usar su boca como si de su coño se tratara. No me apiadé de sus arcadas ni de sus lágrimas y por eso continué hasta que descargué mi ira y mi leche en su garganta.

Entonces y solo entonces, recuperando mi ropa, salí de la casa mientras pensaba en cómo le explicaría lo sucedido a mi mulata.

“Un pequeño gran hombre y sus compañeras de clase FIN” POR GOLFO

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18

El enano confiesa a la mulata que Ana y Cayetana lo han violado y ésta decide vengarse. Por ello, las chantajea con las fotos de su pecado y las obliga a alquilar un piso donde someterlas sexualmente. Con este capítulo, termina la serie donde un pequeñín se sobrepone a todo con ayuda de su novia.

A pesar de parecer que había transcurrido una eternidad desde que había entrado, en el portal miré el reloj y vi que todavía no habían dado las siete. Cómo Altagracia no cenaba hasta las nueve y media, la llamé diciendo que quería verla.

        ―Ven por mí― me dijo.

        Comprendí que si no había preguntado cómo me había ido era porque barruntaba que no le iba a gustar mi respuesta.

«No me va a creer», pensé ya que si alguien me llegaba y me decía que dos preciosidades lo acababan de violar, lo tomaría a loco.

Por ello, con los nervios a flor de piel, conduje como loco hasta su barrio. Mi mulata estaba ya esperando en la acera y sin dejar que aparcara, me rogó que fuéramos a un pequeño descampado que había cerca.

Sin ánimo de discutir y decirle no me parecía seguro, accedí y a los pocos minutos, estaba aparcando bajo un árbol. Con el corazón a mil por hora, iba a comenzar a narrar lo sucedido cuando poniendo un dedo en mis labios, me obligó a callar:

―Solo quiero saber una cosa, quisiste o te obligaron.

Abochornado de que supiera de antemano que me había acostado con ellas, contesté:

―Me obligaron.

Con una triste sonrisa, echando su asiento hacia atrás, me pidió que la abrazara porque con eso tenía suficiente. Pasándome a su lado intenté explicarla lo sucedido, pero tapándose los oídos me imploró que no le dijera nada.

―Necesito sentirte― me dijo mientras me tomaba en brazos y me colocaba sobre ella.

Cargando sobre mis hombros una culpa que no era mía posé mi cara sobre su pecho, en silencio. Mi mutismo no hizo más que confirmar a sus ojos que de alguna manera esas, a las que ella llamaba zorras, se habían salido con la suya y queriendo creer que no había pecado en mí, me abrazó con fuerza.

―Te quiero más que a nadie― temeroso, susurré sin mirarla.

―Yo más― respondió con un grueso lagrimón surcando una de sus negras mejillas.

Enternecido y sin llegarme a creer todavía que no me montara ninguna bronca, me incorporé y recogí la salada gota de dolor entre mis labios mientras le pedía que no me dejara.

―Ámame― me rogó mientras besaba mi boca con una ternura que no me merecía.

Sintiendo que ella era mi amada dueña y yo, el fiel bufón secretamente enamorado de la reina,  respondí a sus besos acariciando su pelo sin atreverme a nada más.

―Ámame― insistió quitándome la camisa.

Al ir a ayudarle con la suya, vio en mis muñecas las señales de las esposas y se las quedó mirando furibunda. Supe que lo había adivinado todo cuando sin mencionar las marcas, me tumbó en el asiento y las empezó a lamer como una gata hace con las heridas de sus cachorros.

―Tranquila, no me duelen― susurrando dije en su oído.

―Pero a mí, ¡sí!― respondió con voz suave mientras buscaba en mi cuerpo algún otro maltrato.

Cuando encontró las garras de Ana marcadas en mi espalda, empezó a murmurar entre dientes maldición tras maldición al tiempo que intentaba calmar mi dolor con sus besos.

―Las mataré― fue lo único que comprendí de toda una parrafada que pegó en voz baja.

Asustado por la seguridad y violencia de su tono, le exigí que se calmara y que lo olvidara.

―No puedo― sollozó mientras me volvía a tomar entre sus brazos.

―Si las haces algo, seré yo el que me enfade contigo― dije y abriendo mi correo en la pantalla del móvil, le mostré que ya me había vengado enseñándole el estado de cómo había quedado el culo de Cayetana y a Ana limpiando su mierda con la boca.

Agrandándolas en la pantalla, mi mulata revisó a conciencia las foto. Solo después de haber examinado todas y mientras me bajaba la bragueta, contestó:

―Te prometo no asesinarlas, pero si me las encuentro en la calle no te puedo asegurar que no les diga nada― satisfecha con sus pesquisas me dijo antes de bajar la cabeza y empezar a oler mi erección.

―¿Qué coño haces?― pregunté al verla olisqueando ahí abajo.

―Antes solo sabía cómo olía el chumino de Ana, pero ahora no olvidaré a qué huele el de Cayetana y pobre de ti, si te vuelvo a pillar uno de esos olores en cualquier parte de tu cuerpo – refunfuñó.

Y sin dar importancia a lo que me acababa de decir, con una sonrisa de oreja a oreja abrió los labios para borrar de golpe cualquier aroma que no fuera el suyo…

19

Al irla a dejar, quedé con ella al día siguiente en la puerta de la facultad para que no se le ocurriera hacer una tontería. Aunque me había prometido que intentaría olvidar lo que me habían hecho Cayetana y Ana, no las tenía todas conmigo y prefería que entrara conmigo. Todo el mundo comprenderá que tratase de evitar que fuera a encontrarse con ellas e hiciera algo de lo que luego se tuviese que arrepentir.

Por eso desde las ocho y cuarto estaba ya esperándola y solo me empecé a poner nervioso a la hora de entrar, cuando todavía no había llegado. Aun así, aguardé otros diez minutos antes de llamarla por teléfono y me temí lo peor al no contestar.

«¿Dónde se habrá metido?».

 Asustado comencé a preguntar a sus compañeros de clase si sabían algo de ella, pero ninguno la había visto. Solo respiré cuando cerca de las nueve la vi acercarse por la vereda que da acceso a la universidad.

―¿Dónde has estado?― quise saber al observar que venía agitada y con la blusa fuera.

―He perdido el bus― dijo mientras me daba un beso.

No pude recriminarle que no hubiese contestado mi llamada cuando el día anterior ella me había perdonado que, teniendo la oportunidad de huir, me hubiese quedado solo para sodomizar a Cayetana y tomándola del brazo, como ya no podíamos ir a primera hora nos fuimos a desayunar a la cafetería.

A segunda hora, entré a clase y me fijé que ninguna de las dos arpías había aparecido, cosa que no me extrañó al suponer que estaban aterrorizadas con la idea de que al llegar se encontraran que todos sus compañeros hubiesen visto las fotos que tenía en mi móvil.

«Es su problema, no el mío», sentencié ocupando mi lugar.

Ni Ana ni Cayetana aparecieron por la facultad al día siguiente y tampoco el resto de la semana. Cómo seguía enfadado, no hice intento alguno de ponerme en contacto con ellas y disfruté de la compañía de mi novia, olvidando la encerrona que me habían hecho.

El viernes al ir a recoger a Altagracia conocí a su madre, una madura de muy buen ver que hacía honor a su retoño.  La señora era todo un monumento y tan simpática y dicharachera como su hija.

―Así que este es el hombretón que te trae loca― dijo al verme llegar.

Me hizo gracia que me definiera así y asumiendo que debía ser educado, le solté un piropo:

―Al verla, me queda claro de dónde sacó Altagracia su belleza.

―Además de guapo, lambiscón― usando un coloquialismo americano respondió.

Por la risa de su hija, supe que esa palabra no era ofensiva sino cariñosa y guardándomela en la memoria para preguntar luego su significado, comenté a mi novia donde la apetecía que fuéramos.

―A Cats― respondió sin dudar.

Reconozco que me resultó raro que quisiera ir ahí al ser este el lugar predilecto de esas arpías. Pero no queriendo que si me negaba viera en ello una debilidad, me tragué mis reticencias y únicamente, le dije si estaba segura.

―Lo estoy, mi enano divino.

        Su seguridad disolvió de golpe mis reparos y pacientemente, esperé que se terminara de arreglar mientras soportaba estoicamente la sarta de preguntas que me hizo su progenitora. De todas ellas la que me resultó más difícil de responder fue cuando me preguntó sobre mis intenciones con su chavala:

        ―Nunca la he visto tan ilusionada y me molestaría saber que el hombre que adora solo la considerara un pasatiempo.

        ―Doña Caridad, ¿me ha visto bien? Soy un afortunado y si ella no me hiciera caso, solo por estar con ella me sentiría dichoso con solo tener la oportunidad de llevarle el bolso― respondí.

        ―¿Pero la quieres?― la enorme mulata insistió.

        ―La adoro― haciendo un examen de conciencia, contesté.

        ―Con eso me basta― replicó y pegando un grito a su hija, le pidió que se diera prisa porque no era bueno que una mujer hiciera esperar a su futuro marido.

        Curiosamente, la predicción que encerraba ese afectuoso berrido no me molestó y dando un sorbo a la cerveza que me había puesto en las manos, me puse a recapacitar sobre mis sentimientos.

        «¡La amo!», exclamé en mi interior al percatarme de la profundidad de lo que sentía por ella y por vez primera, temí que algún funesto día me dejara.

        Cuando salió de su cuarto esos temores se reafirmaron al asumir que mi novia era una diosa de ébano y que, a su lado, yo no era más que una pequeña y rechoncha caricatura.

        ―Cariño, ¿nos vamos?― me preguntó subida a unos zancos y vestida con un sugerente, pero fino vestido,  que hacían más evidente la diferencia de físico entre nosotros.

        ―Sí, mi dueña y señora― apurando la bebida, decidí aceptar lo que me deparara el destino y disfrutar de esa relación mientras durara.

        Ya en el coche, la tranquilidad de mi mulata al afrontar el hecho que en ese disco bar podíamos toparnos con las dos brujas que no solo habían intentado separarnos, sino que habían llegado a abusar de mí, me tenía perplejo y rezando para que al igual que no habían aparecido por clase, Ana y Cayetana no estuvieran, conduje hasta allí.

        Mis plegarias no fueron escuchadas y al entrar en el local, vi a Manuel y a Borja sentados en el reservado donde siempre ocupábamos y a sus novias pidiendo una consumición en la barra. Por un momento dudé si acercarnos, pero tomando la iniciativa jalando de mí Altagracia me llevó con mis amigos.

        Al ocupar mi asiento, me quedé paralizado al comprender que esas arpías parecían haber sufrido un accidente.

        ―¿Qué les ha pasado?― pregunté a Manuel al observar que su novia tenía los ojos morados y que Cayetana llevaba uno de esos protectores nasales que los médicos ponían sobre una nariz fracturada.

        ―Si te digo la verdad, no quieren hablar de ello. Por lo visto el martes al llegar a la universidad y sin venir a cuento, una latina loca les dio una paliza en el aparcamiento. Y lo peor de todo es que les ha entrado tanto miedo que se han negado a denunciarla.

        Mirando de reojo la sonrisa de que lucía en ese momento Altagracia, supe que había sido ella esa latina, pero conociendo los motivos que la habían empujado a darles esa golpiza me sentí orgulloso de ser su pareja. A pesar de ello, atrayéndola hacía mí, susurré en su oído:

―Recuérdame que tengo que darte unas nalgadas, no me hiciste caso cuando te pedí que lo dejaras pasar.

        ―No sé de qué me hablas― haciéndose la inocente me contestó.

        Tuve ganas de besarla, pero en ese momento apareció Ana con unas copas para nosotros. Cómo estaba mi amigo de la infancia, no exterioricé mi extrañeza de que nos las trajera sin siquiera haberlas pedido.

―¿Me acompañas a por las nuestras?― dijo levantando de la mesa a su novio.

Ya tenía en la punta de la lengua preguntar a mi adorada negrita qué era lo que ocurría cuando de pronto la rubia de la nariz rota se sentó junto a ella y poniendo un llavero en sus manos, en voz baja, le confirmó que tal y como les había exigido habían alquilado el estudio y que esas eran las llaves para entrar.

 ―Llegaremos a las dos de la mañana― respondió: ―Os quiero ya ahí calentando la cama.

―¿Y qué les decimos a nuestros novios para desaparecer sin que se mosqueen?

―Ese es vuestro problema― Altagracia contestó.

Cayetana casi llorando se levantó y fue a reunirse con su amiga para contarle lo que le había ordenado. Desde mi asiento, observé la cara de espanto de la morena al recibir la noticia y girándome hacía mi chavala, no me hizo falta preguntar qué ocurría porque, sin darle importancia, ella me lo explicó diciendo:

―He llegado a un acuerdo con esas zorras para que, lo que te hicieron, quede entre nosotros.

―¿En qué consiste? – quise saber al advertir que no me decía todo y que se guardaba no un as sino toda la baraja bajo la manga.

Esa dulce, pero perversa, criatura me besó mientras decía:

―Con sus ahorros, esas pijas nos han conseguido un picadero para que lo usemos los cuatro.

―¿Los cuatro?― sin comprender todavía el alcance de su venganza, pregunté.

―Han aceptado su pecado y para compensarte, se han ofrecido a servirnos todo el tiempo que tú y yo consideremos necesario.

Al escuchar sus palabras, tanteé el alcance de ese pacto:

―Cuando hablas de servirnos, ¿exactamente a qué te refieres?

Muerta de risa y mientras le hacía un gesto a Cayetana pidiendo que le fuera pidiendo otra copa, contestó:

―Les debe haber molado el tamaño de tu miembro y mis tetas porque han accedido a ser nuestras putas personales.

―¿Me estás diciendo…?

Interrumpiéndome, respondió:

―A partir de hoy, no solo tendremos un sitio donde follar sino un par de juguetes con los que dar rienda a nuestra imaginación.

20

Sobre la una de la madrugada, tanto Ana como Cayetana se fueron sin despedir dejando a sus novios con nosotros y no me enteré de la excusa que habían puesto hasta que Manuel me contó que ese par les habían montado una bronca quejándose de que no les hacían caso y que no paraban de tontear con unas fulanas ya mayorcitas que estaban bailando a nuestro lado.

―Confieso que un par de veces se me fue la mirada a esos culos, pero te juro que no he hecho nada más― quejándose de la actitud de su pareja, me confió.

―Ya se le pasará― dije sabiendo que en ese momento la morena debía de estar con la rubia preparando el apartamento para que todo estuviese listo cuando llegáramos.

Al cabo de un rato, Altagracia me señaló el reloj de su muñeca. Comprendí que había llegado la hora de irnos y por eso tras despedirnos de los cornudos, salimos del local.

―Espero que me hayan hecho caso. No me gustaría tener que castigarlas la primera noche que vamos a pasar juntos― con un brillo picarón en su mirada, susurró ya en el coche.

Por su tono supe que me aguardaba una sorpresa, pero jamás pensé que al llegar ese par nos recibiera en la puerta con unas copas de champagne y menos que lo hicieran disfrazadas de colegialas.

He de decir que no pude evitar reír cuando tomando su copa, Altagracia brindó conmigo diciendo:

―Cómo fueron niñas malas, nos han pedido que hoy las enseñemos a portarse bien… ¿verdad zorrita?― preguntó mientras con una de sus manos acariciaba los pechos de Ana.

Sentir ese manoseo en su tetas la indignó, pero en vez de rebelarse, la morena contestó:

―Así es, maestra. 

Curiosamente y en cambio, Cayetana se pegó a mí como exigiendo que le diese el mismo trato, pero en vez de regalarle un sobeteo en los senos, preferí meter la mano bajo su falda y recrearme con ese culo que había sido la inspiración de tantas pajas. Al hacerlo descubrí que llevaba unas bragas de perlé como las que se usaban hace cincuenta años.

Al contrario de su amiga, la rubia disfrutó de esas caricias y con los pezones en punta, preguntó si me gustaba el piso que había elegido para recibir nuestras clases.

Dejando a mi mulata con Ana, pedí que me lo enseñara.

Aunque no me lo había dicho, al recorrer con ella el apartamento, asumí que además de sufragar la mayoría de los gastos había sido quien se había ocupado de decorarlo. Destilaba la misma clase y el mismo lujo del piso que compartía con sus padres.

Pero lo que me dejó sin palabras fue cuando me topé con una cama de dimensiones gigantescas al entrar en la habitación.

―No encontré una más grande― malinterpretando mi cara, se disculpó.

«Ni falta que hace», estaba pensando al comparar ese estadio de fútbol con la Queen Size de mis viejos, cuando de pronto la escuché decir que sentía lo que me habían hecho y que me daba las gracias por permitir que me lo compensaran.

Al fijarme en ella, el rubor de sus mejillas no consiguió ocultar la extraña satisfacción que sentía por ese pacto y queriendo discernir a qué se debía, directamente quise saber qué le había llevado a violarme y qué había sentido cuando en venganza le había roto el culo.

Incapaz de mirarme a los ojos, me reconoció que al enterarse del modo en que habíamos tratado a Ana en mi casa, le había dado envidia y que sabiendo que las castigaría, había convencido a su amiga de forzarme para así obligarme a abusar de ella.

―Has aprendido en el poco tiempo que llevas con la mulata, más que yo con Borja en dos años― prosiguió diciendo mientras se acercaba a mí.

Casi se me cae la copa de champagne al oír sus motivos, ya que jamás hubiese supuesto que esa rubia tan segura y vanidosa escondiera en su interior una mujer tan ardiente que deseara entregarse a nosotros para que la enseñáramos.

―¿Te pone cachonda saber que vas a ser nuestra puta?― recorriendo con mis manos sus pechos, indagué.

El profundo gemido que pegó al sentir mis dedos fue la indudable respuesta de qué así era y disfrutando con ese descubrimiento, me permití el lujo de pellizcar brevemente sus pezones.

―¿Qué haces jugando con nuestra pupila sin mí?― desde la puerta, Altagracia preguntó.

Estaba a punto de disculparme cuando de pronto descubrí a Ana totalmente desnuda a su lado y muerto de risa comprendí que mi mulata había empezado a educarla antes que yo.

―¿Te apetece probar el jacuzzi?― sonriendo, dijo mientras abría la puerta del baño.

Juro que aluciné al ver la bañera ya preparada y más cuando al entrar ahí, la rubia se agachó y se puso a desnudarme sin que yo le tuviese que decir nada.

―Tu amiga se la ve bastante más aplicada que a ti― señalando a la morena, comentó.

Ana se tuvo que contener para abofetearla y con lágrimas en los ojos, fue desabrochando los botones de la camisa de la mujer que marcaría su vida en el futuro mientras Cayetana arrodillada a mis pies sonreía satisfecha con su destino.

Ya sin ropa, mi novia se metió conmigo en el jacuzzi y observando que la rubia seguía todavía vestida, ordenó a su amiga que la ayudase.

―No soy su criada― protestó Ana.

―Pero sí la nuestra. Y si te pido que hagas algo, espero de ti que lo hagas sin rechistar o tendré que darte un escarmiento― sin elevar la voz, pero con un tono que hasta mí me hubiese dejado temblando, respondió.

La morena quizás recordó los golpes que le habían decorado la cara de morado e inmediatamente, se puso manos a la obra.

―Mas despacio, Cayetana se ha ganado que pueda admirar lentamente la belleza de su cuerpo― apoyado en el interior de la bañera, comenté.

La alegría con la que ésta reaccionó a mi comentario me confirmó nuevamente su decisión de aprender y mientras Ana la despojaba de la falda de cuadros, le pedí a mi mulata que se fijara en el estupendo culo con la que estaba dotada.

―Muchas gracias, mi señor― interviniendo, contestó la aludida: ―Me encanta saber que le gusta.

Muerta de risa, Altagracia susurró en mi oído:

―¿Te has fijado que te llama señor y que te habla de usted? Te juro que yo no se lo he ordenado.

―No solo eso… espera a que termine y atiende― comenté sin revelar a mi novia nuestra conversación.

Intrigada por lo que le iba a mostrar, Altagracia se quedó callada mientras Ana acababa de desnudar a su amiga. Al terminar pedí a Cayetana que se acercara y metiendo la mano entre sus piernas, comencé a hurgar entre sus pliegues mientras le pedía que empezara a enjabonarme.

La mulata sonrió al ver las facilidades que me daba la rubia y no queriendo ser menos, ordenó a la otra chavala que imitara a su amiga y la bañara.

―Prefiero ser yo quien bañe a Pedro― musitó desmoralizada.

―¿Acaso quieres romper nuestro acuerdo?― con voz dura, la negrita respondió.

Aterrorizada por que se hicieran víricas las escenas que había grabado, se tragó el orgullo y llenando de jabón la esponja, obedeció. Altagracia soltó una carcajada y tomándola desprevenida, se puso a juguetear con los pechos de la morena.

Durante unos segundos no supe interpretar los gemidos de Ana al sentir sus tetas manoseadas por mi novia. Por una parte, notaba su indignación, pero por otra al contemplar que no se alejaba, supe que de alguna forma ese contacto no le era tan desagradable.

―No soy lesbiana― en un último intento sollozó al ser consciente de la humedad creciente que amenazaba con anegar su sexo.

La mulata sonrió al oírlo y atrayéndola, se puso a mordisquear sus ubres mientras le decía que eso era algo sin importancia dado que había acordado ser nuestra putita.

―Creía que sería Pedro el que nos usara― respondió.

        Sin levantar la voz, mi novia le pidió que se vistiera y se fuera del apartamento. Fue quizás entonces cuando Ana cayó realmente en que esa mujer la tenía en sus manos y que se tenía que entregar completamente o atenerse a las consecuencias.

―Perdón, quiero quedarme― aterrorizada y cayendo de rodillas ante ella, imploró.

―Demuéstralo― escuetamente contesté.

Con lágrimas en los ojos, mi antigua mejor amiga   se giró y poniéndose a cuatro patas, puso su sexo a nuestra disposición pidiendo que quería recibir el mismo trato que su compañera de penurias, la cual en esos momentos luchaba para no correrse ante mis caricias.

Exigiéndola que entrara dentro de la bañera, Altagracia no desaprovechó la oportunidad que le brindaba y teniéndola ya frente a ella, le pasó el teléfono de la ducha diciendo:

―Lávate el chumino, no me gustaría que Cayetana tenga que descubrir a qué sabe el semen de Manuel antes de tiempo.

Sus palabras terminaron de desmoralizarla al comprender los dos mensajes que escondían, el primero que la rubia iba a ser la encargada de verificar que tal y como había prometido no se había acostado con su novio esa noche, y el segundo quizás todavía más hiriente que de alguna forma esa arpía les iba a obligar a hacer un intercambio de parejas.

―Cumplí con mi parte, no me lo he tirado desde hace días― gimoteó mientras se enjabonaba.

Muerta de risa, la mulata se acercó a mi lado del jacuzzi y susurró en mi oído, a quien me apetecía tirarme antes.

―A ti― fue mi respuesta.

Satisfecha por ella, Altagracia miró a la rubia y le exigió que me pajeara diciendo:

―Mi macho no está listo. Haz algo para solucionarlo.

Cayetana o no entendió o lo que es más seguro, aprovechó esa orden imprecisa para entrar al agua. Para mi sorpresa, mi novia se desternilló al ver que, agachándose entre mis piernas, la muchacha se apoderaba de mi pene con la boca. Por un momento me quedé cortado al sentir que se ponía a mamármela en presencia de Altagracia, pero al contemplar el recochineo con el que se lo tomaba, dirigiéndome a Ana, imitándola comenté:

―Mi hembra no está lista. Haz algo para solucionarlo.

La morena palideció cuando la mulata le puso el coño a su disposición mientras le dedicaba una sonrisa. Asumiendo que no podía negarse, separó las nalgas de mi novia con las manos y reteniendo las ganas de huir, le dio un largo y húmedo lametazo.

―¡Qué rápido has olvidado tus reparos!― divertido dije al observar que no ponía cara de asco al saborear el depilado sexo de mi negrita: ―Lo quiero calentito y bien untado de tus babas.

No sé si fueron mis risas, el suspiro de Altagracia al sentir la incursión o su propia calentura, pero lo cierto es que dejando de lado sus reticencias, Ana se lanzó a devorar ese chumino como si realmente le gustara.

―No sabía que esta puta tenía una lengua tan traviesa― moviendo sus caderas, susurró la mulata al notar que lejos de contenerse mi antigua amiga se recreaba mordisqueando su clítoris ya sin disimulo.

―Ni yo que la mía tenía una garganta tan experimentada― repliqué señalando que gracias a la maestría con la que la rubia se estaba comiendo mi verga, ya la tenía totalmente erecta.

Al percatarse del tamaño que había adquirido, Altagracia ordenó a Ana que se retirara y meneando su pandero, me rogó que la follara. No tengo que aclarar que le hice caso y poniéndome de pie sobre la bañera, comprobé que su chumino quedaba a mi altura, para acto seguido y de un certero golpe, clavarle mi erección al completo.

―Me encanta― chilló feliz al sentir mi invasión.

Fue entonces cuando comprendí que Cayetana iba a proporcionarnos muchos momentos memorables, porque poniéndose a mi espalda, llevó sus manos a las caderas de mi novia y tirando de ellas hacía mí, me ayudó a empalarla mientras murmuraba en mi oído si cuando terminara de desahogarme le daba permiso para ocuparse de limpiar los restos de mi pasión del coño de Altagracia.

Juro que no me esperaba eso y menos la reacción de su compañera al ver que colaboraba conmigo. Ya que con una mezcla de indignación y calentura al saberse ignorada decidió acariciar mi pecho buscando quizás mi perdón.

Los gritos de placer de mi mulata me hicieron saber lo cerca que estaba de verse sometida por el placer y mientras Cayetana me restregaba sus tetas por detrás y la otra besaba mis pezoncillos, me lancé desbocado a empalar a mi adorada esperando que su orgasmo llegara antes que el mío.

Lo cierto es que tuve suerte porque cuando Altagracia sintió que descargaba mi simiente en su interior, pegó un chillido al verse sacudida por un intenso y brutal orgasmo.

―¡Qué rico te la has follado!― murmuró en mi oído la rubia mientras frotaba su coño contra mis nalgas al contemplar el placer que compartíamos.

Aluciné al percatarme de que la escena la había llevado a ella a un estado de excitación brutal y que solo necesitaba de un pequeño empujón para correrse. Deseando castigar tanto a ella como a la zorra de su amiga, concluí en lo humillante que sería para ambas, que la primera vez que se corriera fuera gracias a Ana.

Por ello y ante el estupor de la morena, la tomé de la melena y le acerqué la cara al chumino de Cayetana:

―Cómetelo.

Altagracia comprendió de inmediato lo perverso de mis actos y viendo que la morena se negaba, llegó ante ella y cruzándole la cara con un sonoro bofetón, le ordenó que obedeciera. Indefensa y llorando, cumplió nuestra orden. La rubia al notar el lametazo de su compañera en su botón no necesitó nada más y tal y como preví, llenó la cara de Ana con su flujo.

―No pares hasta que yo te lo diga― comenté mientras le daba la mano a mi novia para que me ayudara a salir del jacuzzi.

―Eres un capullo insensible, pobres chavalas― riendo comentó la mulata al contemplar a Cayetana uniendo un orgasmo con el siguiente mientras Ana lloraba desconsolada.

―Lo sé― respondí saliendo del baño con la intención de estrenar esa enorme cama con mi amada…

Epílogo

Hace más de cinco años que culminamos nuestra venganza. Cinco años en los que terminamos la carrera, cinco años en los que afiancé mi relación con Altagracia y nos fuimos a vivir juntos.

Sin donde ir, Ana y Cayetana nos cedieron encantadas el coqueto piso con la condición de poder ir a visitarnos discretamente. Por ello, sus novios nunca se han enterado de que al menos una vez cada quince días, ese par de putas se vuelven a vestir de colegialas para entregarnos sus cuerpos ya voluntariamente.

        Tampoco se me debe olvidar contar que gracias a la generosa contribución del padre de Cayetana montamos una escuela de primaria en la que actualmente damos clase a más de doscientos niños,  entre los que están el nieto de ese potentado y el hijo de Ana.

        No me importa reconocer que esos dos cabroncetes son nuestros favoritos, ya que según mi amada mulata tienen los ojos y la mirada de su padre.

Hablando de esos dos renacuajos, debo confesar que, aunque no me hubiese importado, agradezco que ninguno haya heredado mi enanismo y no solo por ellos, sino también por Manuel y Borja que ajenos a que son mis retoños y a petición de sus ahora esposas nos pidieron que Altagracia y yo que fuéramos sus padrinos.

         Es más. estoy escribiendo nuestra historia mientras a mi lado Altagracia se zampa los dos kilos de helado que he tenido que salir a comprar a las dos de la mañana, porque según su madre y la mía, es mi labor y mi obligación conseguir que mi embarazada negrita satisfaga todos sus antojos. 

        Lo que nunca reconoceré a nuestras viejas es la fijación que tiene mi amada de que, al mismo tiempo que ella da buena cuenta de ese manjar, Cayetana me esté cabalgando mientras Ana le come el chumino…

FIN

Relato erótico: “Secuestrado, atado y humillado por mi ex suegra” (POR GOLFO)

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Primer acto:

Odio en lo que me he convertido, siempre me había considerado un hombre con mayúsculas. El poder, el sexo y el dinero habían marcado mi vida y hasta hace seis meses, creí haberlo conseguido. Toda mi existencia había discurrido sobre rieles. Licenciado de una de las mejores universidades de España, fui contratado por una multinacional con veintitrés años, inaugurando una brillante carrera, de manera que tras diez años de arduo trabajo era uno de los ejecutivos mejor pagados de la empresa. Respecto al sexo, siempre me había dejado llevar por las faldas, saltando de un coño a otro sin importarme los que dejaba atrás.
Desgraciadamente todo tiene un final y para mí, llegó una de tantas noches de copas. Había salido con un par de amigos de juerga y reconozco que me debí de pasar porque solo recuerdo salir de una discoteca con una rubia bajo el brazo. Estoy seguro que esa puta formaba parte del plan y que por culpa de mi bragueta, no me di cuenta del cambio que iba a representar en mi vida. Por mucho que intento hacer memoria no me acuerdo de mi secuestro ni de como llegué a donde me desperté.
Solo os puedo decir que amanecí con un gigantesco dolor de cabeza y que al tratarme de mover fui incapaz porque  estaba atado de pies y manos. Al abrir los ojos, me costó enfocar y cuando lo hice, me quedé aterrorizado al reconocer la habitación.
¡Ya había estado allí!.
Tres años antes, María me había llevado a esa casa en mitad  del campo y durante dos semanas había disfrutado de su cuerpo sin pararme a pensar que esa niña bien se había enamorado de mí. De vuelta a Madrid, había sido mi novia hasta que harto de su dependencia la mandé a volar. Todavía me estremezco recordando su llamada dos meses después de haberla dejado. La cría desesperada me pidió llorando que volviera con ella. Al no hacerle caso, me amenazó con quitarse la vida  porque, según ella, no podía vivir sin mí. Sé que me comporté como un hijo de perra, pero no aguantaba el cerco al que me tenía sometido y por eso creyendo que era un puto chantaje, le prometí que si se suicidaba, iría a su entierro. No debí ser tan duro y menos debí colgarle porque a la mañana siguiente, la policía tocó a mi puerta para avisarme de su muerte.
Por lo visto, María se había tomado un bote entero de pastillas pero antes de cometer esa locura, llevada por el dolor, había dejado dos cartas, una para su madre y otra para mí, explicando el porqué de su decisión.
Lo que en teoría era un claro suicidio se complicó porque mi ex novia dejándose llevar por la frustración había destrozado su apartamento  y su familia, podrida en dinero, había movido sus hilos buscando que me acusaran de haberla asesinado. Afortunadamente, las pruebas demostraron mi inocencia y jamás fui acusado formalmente de su muerte, pero todavía recuerdo con horror mi careo con su viejo.
Para don Lucas, un vasco de pura cepa, daba igual que tuviera una coartada o que los forenses dejaran meridianamente claro que nadie la había forzado, para él yo era el culpable del fallecimiento de su hija y a voz en grito, juró vengarse. Por mucho que intenté hacerle ver que nada había tenido que ver y que María había estado ingresada en un psiquiátrico antes de conocerme, no dio su brazo a torcer y solo la presencia de los agentes evitó que me agrediera.
Durante casi un año, estuve con líos de abogados. Personalmente sabía que esa muchacha habría tomado tarde o temprano esa decisión y que mi única culpa era no haberla hecho ni caso pero aun así me reconcomía haberle dado el último empujón. Temiendo su venganza tardé en no buscar a mi alrededor un sicario que cumpliera su mandato, por eso me alegré al enterarme de que un ataque al corazón había acabado con él y creyéndome liberado, reinicié mi vida como si nada hubiese pasado. El alcohol y las putas volvieron a poblar mis noches mientras mis días transcurrían de éxito en éxito.
Con todo ello torturando mi mente, traté de zafarme de los grilletes que me retenían pero tras muchos intentos, caí rendido al darme cuenta que ni siendo un superhombre podría deshacerme de las cadenas que me mantenían maniatado a esa cama. 
-Veo que te has despertado- oí decir a mi derecha.
Al girarme descubrí a la madre de mi ex en la puerta, sonriendo. Su rostro reflejaba la satisfacción de tenerme postrado a su antojo. Todo en ella era desprecio, no me costó comprender que iba a ser objeto de su ira y por eso, inútilmente traté de escapar. Al percatarme que era imposible, paré y casi llorando imploré su perdón.
-Por tu culpa, me he quedado sin marido y sin hija- me respondió acercándose a mí – desde hoy vas a reemplazarlos-
No comprendí sus intenciones hasta que cogiendo una tijeras, con la tranquilidad de una perturbada, esa mujer fue cortando mi ropa. Os reconozco que estaba aterrorizado, creía que había llegado mi última hora. Chillando intenté razonar con esa mujer pero ella enfrascada en su turbia labor, obvió mis ruegos y no paró hasta dejarme desnudo.

Atado y en pelotas, no pude evitar que esa arpía se apoderara de mi sexo y cogiéndolo entre sus manos, buscara obsesivamente mi erección.

-¿Qué hace?- grité al ver que esa señora de la alta sociedad,  lo meneaba rítmicamente mientras se ponía a horcajadas sobre mí..
-Llevo muchos meses sin sentir a mi hombre- soltó mientras separando sus piernas se lo introducía lentamente en el interior de su vagina. No me había fijado que mi ex suegra aun completamente vestida, venía sin bragas.
Creyendo que no era bueno en esas circunstancias hacerla enfadar, dejé de debatirme sobre las sábanas y quedándome inmóvil, permití que esa chalada tomara lo que había venido a buscar. La mujer lentamente se fue empalando mientras no paraba de decir lo mucho que me odiaba. Sin otra cosa que hacer, me puse a fijarme en mi captora. Con los cuarenta bien entrados, esa rubia si no llega a ser por su mirada homicida, podía considerarse como una mujer atractiva. Dotada al igual que su hija de grandes pechos, fue cogiendo ritmo acuchillándose con mi falo. Bajo la tela, dos enormes bultos subían y bajaban al compás de su cabalgar.
Tratando de hacer memoria, recordé que se llamaba como su hija y buscando su favor, le pedí que parara:
-Jamás, vas a darme lo que me quitaste- respondió mientras se desabrochaba los botones de su vestido y sin mediar palabra, los acercaba a mi boca -¡Chúpalos!- me ordenó.
Solo me quedó obedecer y sumisamente saqué la lengua para apoderarme de los negros pezones que esa tarada puso a mi disposición. Sus gemidos al sentir mi humedad recorriendo sus aureolas, lejos de excitarme me dejaron paralizado. Fue entonces cuando recibí su primer golpe. Con la mano abierta me cacheteó brutalmente, exigiendo que siguiera mamando de sus senos. Reconozco que me sentí indefenso y tiritando de miedo, absorbí con mi boca de sus enormes ubres.
-Vas aprendiendo- gritó acelerando el ritmo de su cabalgar.
Saltando sobre mi falo, esa mujer se ensartó sin pausa mientras su respiración cada vez más alterada me revelaba la siniestra excitación que la empezaba a dominar.
-Me encanta- aulló alegremente y llevando el frenesí de sus movimientos hasta el límite, me pellizcó dolorosamente mi pecho, diciendo: -¡Como echaba de menos a mi marido!-
La humedad que manaba de su vulva me avisó que esa mujer estaba a punto de correrse y suponiendo erróneamente que su liberación correspondería con la mía, me dediqué en cuerpo y alma a mamar sus tetas. Con la mi glande rebotando sobre la pared de su vagina, la madre de mi ex novia siguió violándome hasta que desplomándose sobre mí, experimentó un brutal orgasmo. Reptando sobre mi piel, exprimió su placer mordiéndome en el cuello. Mi grito no consiguió evitar que esa bruja soltara su presa hasta que provocándome una profunda herida, bebió de mi sangre.
-¡Qué dulce eres!- exclamó relamiéndose los labios.
Al bajarse y advertir que mi miembro seguía erecto, soltó una carcajada y poniendo su culo sobre mi cara, me exigió que relajara su ojete con mi lengua. Quise negarme pero ella asiendo mis testículos entre sus manos, me dijo regocijándose de mi angustia:
-¿No querrás sufrir más de lo necesario?- 
Humillado por tener que saborear su culo, saqué mi lengua y recorriendo los bordes de su ano, fui aflojando su esfínter mientras esa puta no paraba de gozar con mi degradación. Mi suplicio no hizo mas que empezar, María restregó su trasero contra mi cara sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. Al cabo de unos minutos, esa maldita cuarentona decidió que su entrada trasera estaba lista y poniendo una pierna a cada lado de mi cuerpo, se fue clavando el culo sin parar de reír
-¡No sabes las veces que Lucas me usó así! Era un hombre viejo pero tenía un pene formidable-
No me pude creer lo que estaba oyendo, el marido de esa pervertida con fama de gran señora  la había acostumbrado a los placeres de la carne con una eficiencia que sería digna de encomio sino fuera porque en ese momento me estaba violando. Alucinado por el descubrimiento, me quedé perplejo al observar que sin ningún gesto de dolor esa zorra se había embutido toda mi extensión en el interior de sus intestinos y que sin esperar a que se acomodara, salvajemente me empezaba a cabalgar.
-¡Mierda!-chillé al sentir que mi pene era forzado hasta la locura.
Elevándose sobre mí y dejándose caer, esa guarra disfrutó tanto del trato que llevando su mano a la entrepierna, me gritó:
-Primero me vas a follar bien follada y luego seré yo quien te dé por el culo-
Disfrutando como la perra que era, Doña María no dejó de masturbarse mientras su estrecho conducto absorbía con facilidad cada una de las arremetidas de mi verga. Aullando y berreando sin importarle que alguien nos oyera, esa mujer buscó y consiguió ordeñarme el miembro. Solo cuando sintió que explotaba y que con bruscas sacudidas, dejaba mi simiente en su escroto, solo entonces, paró y poniendo una tierna expresión, me susurró al oído:

-Ves que fácil ha sido comportarte como mi marido. Ahora te dejo descansar durante una hora pero luego te toca sustituir a mi hija-

Quise llorar de impotencia. Solo el hecho de que si lo hacía esa engreída iba a ser consciente del dominio que ejercía sobre mí, evitó que mis ojos se poblaran de lágrimas y que como una plañidera me echara a berrear.  Cuando me dejó solo, suspiré aliviado pero al cabo de un tiempo, el no saber qué era lo que  esa bruja me tenía preparado hizo que me empezara a poner nervioso. Paulatinamente mi turbación se fue trasformando en miedo y el miedo en terror, de forma que cuando mi ex suegra apareció por la puerta, estaba nuevamente acojonado:
-¿Qué me vas a hacer?- grité al verla trayendo un recipiente caliente entre sus manos.
La cuarentona se rio y enseñándome el interior de la vasija, me contestó:
-Depilarte. Todas las semanas se lo hacía a mi niña-
Tengo que confesar que fui un idiota, al ver que era cera y que su siguiente paso era algo tan nimio como haberme la depilación, me serené.
 “¡Que pronto saldría de mi error!.  
Doña María, con fría profesionalidad, se sentó a mi lado y cogiendo una paleta de madera, se puso a extenderla. Tras dejar dos bandas de cera caliente sobre mi pecho, esperó a que se enfriara y entonces agarrando una por un extremo, jaló con todas sus fuerzas.
-¡Mierda! ¡Eso duele!- chillé al sentir cómo arrancaba parte de mis vellos al hacerlo.
Como respuesta, me dio el segundo tortazo mientras me decía:
-No te quejes, lo que tú me has hecho duele mucho más-
Comprendí que se refería a la muerte de sus seres queridos y sabiendo que de nada me serviría tratar de apaciguarla, me callé y dejé que siguiera sin quejarme. Sé que mi sumisión le dio alas, porque obviando mis gemidos de dolor cada vez que tiraba de la cera, esa perra cada vez más alegre prosiguió con su labor. En pocos minutos, se deshizo de todos los vellos que colmaban tanto mi pecho como mi estómago, dejando mi piel colorada y adolorida.
Creí que se había acabado mi suplicio al oir que me decía, comprobando el resultado:
-Ahora estas más guapo, antes parecías un oso-
Y digo creí porque reinició su faena con mis piernas. Nuevamente el dolor provocó que gimiera al sentir como arrancaba mis vellos y nuevamente mi captora me pegó una bofetada para recordarme que no debía quejarme.
-¡Puta!- le solté mostrándole todo mi desprecio.
Mi insulto la enervó y retirándose de la habitación, me dejó solo. No tardó en volver pero esta vez con un cinturón en sus manos:
-¡Te voy a enseñar lo que es dolor!- me gritó mientras descargaba un cinchazo sobre mi cuerpo.
Ese fue el primero de muchos porque esa arpía no paró hasta que completamente derrotado le pedí perdón por enésima vez. Curiosamente mis múltiples berridos no la habían apiadado, el modo en que conseguí que parara y cuando ya creía que me iba a matar, fue cuando se me ocurrió implorarla diciendo:
-¡Mamá! ¡Ya he aprendido mi castigo!-
Mis palabras suavizaron la dureza de su semblante y poniendo una sonrisa malévola en sus labios, me contestó:
-Ves que fácil es complacerme-

A partir de ese momento, fue incluso tierna al depilarme y os tengo que decir que cuando le tocó el turno a mi entrepierna, esa loca se permitió el lujo de hacerlo con brocha y jabón. No sé si fue el cambio, pero al sentir la caricia de la brocha en mis huevos, mi miembro me traicionó irguiéndose. Ella al ver mi estado, se  dedicó a excitar mi sexo mientras terminaba de afeitarme, de manera que cuando acabo, mi pene tenía una erección de caballo. Satisfecha, se levantó y con una extraña sensualidad se desnudó frente a mí junto antes de agachándose, meterse entre mis piernas. No comprendo cómo ni porqué me puso a mil ver que desnuda mi ex suegra acercaba su boca a mi miembro, pero la verdad es que desbordado por las sensaciones le rogué que me la comiera.

No se lo tuve que repetir dos veces, esa perturbada abriendo sus labios, fue introduciéndoselo lentamente en su interior mientras no dejaba de acariciar mis  testículos. Increíblemente no cejó hasta que su garganta terminó de absorber toda mi extensión y entonces imprimiendo un ritmo suave fue sacando y metiéndose mi pene de su boca.
“¡Dios que mamada!” pensé quejándome en ese momento de no poder colaborar con ella por tener mis manos atadas.
Absorta en su maniobra, María  llevó sus dedos hasta su clítoris y separando sus labios, se dedicó a masajearlo sin dejar de mamar mi miembro. Con mi mente confusa por la paliza y por lo que estaba experimentando, le pedí que me dejara corresponderle. Mi ex suegra no se hizo de rogar y poniendo su sexo a mi alcance, dejó que mi lengua se regocijara jugando con su botón.
-Sigue mi amor, ¡Como echaba de menos la lengua de mi niña!- gritó mientras frotaba convulsionando de placer su vulva contra mi cara.
Juro que nunca creí que en esas circunstancias hubiera actuado de forma semejante. Debo de admitir que bebí y lamí la vulva de mi secuestradora voluntariamente y lo que es peor, cuando sentí que se corría me dediqué en cuerpo y alma a satisfacerla, de forma que prolongué su éxtasis durante largo tiempo. Tiempo que ella consagró a  exprimir con un entrega  digna de alabanza mi pene. Cuando viendo que me iba a correr, se lo dije, mi ex suegra aceleró aún más sus maniobras, de modo que no tardé en eyacular en el interior de su boca.
María al saborear mi semen, se volvió loca y llenando mi cara con su flujo, se volvió a correr mientras devoraba una tras otra mis sacudidas.  Reconozco que pocas veces había experimentado un placer semejante, por eso cuando esa puta sacando su lengua se dedicó a limpiar los restos de mi eyaculación, no pude más que darle las gracias.
Agradecida, me agarró los huevos y retorciéndolos entre sus manos, me dijo mientras yo aullaba de dolor:
-Estoy cansada, luego nos vemos-
Agotado, roto y humillado, lloré como una magdalena cuando se fue. No era por el dolor que sentía en mi entrepierna sino por la certeza de que esa chiflada no pararía hasta someterme por completo a sus caprichos. Algo en mí, me dijo antes de quedarme dormido que si mi ex suegra había conseguido que me entregara a ella después de torturarme, cuando me hubiera tenido unos días a su merced sería su esclavo y por eso con el corazón encogido, lamenté la perdida de mi libertad.

Segundo acto.

Era la hora de la cena cuando esa perra volvió a la habitación. Vestida con un conjunto de lencería negro, tengo que reconocer que al verla no pude dejar de aceptar que esa rubia estaba buena.  Sus pechos alzados por el sugerente sujetador, me pedían a voz en grito que los acariciara y sus piernas decoradas con unas medias del mismo color hasta el muslo se me antojaron dos monumentos a los que besar. María se dio cuenta de lo que sentía porque mi miembro saliendo de su letargo, se puso morcillón al sentir su mirada.
-¡Qué putita es mi niña! ¡Se alegra al verme!- me dijo sentándose en la cama donde seguía atado.
Nada más hacerlo, me besó brutalmente, mordiendo mis labios mientras me empezaba a acariciar el pene, el cual al recibir sus toqueteos se terminó de erguir sobre las sábanas.
-¿Tienes hambre?, porque yo sí- me soltó y sin esperar mi respuesta, comenzó a masturbarme ferozmente –Dale a mamá tu leche-
La violencia de su perversa forma de amar consiguió demoler cualquier resistencia mía y cerrando los ojos me concentré en recibir placer. La bruja llevando la velocidad de sus maniobras al límite, me ordeñó con premura y cuando de mi miembro empezó a brotar el néctar que buscaba, metiéndoselo en la boca, saboreó hasta de la última gota. Yo, inmerso en un estado de confusión total, me dejé llevar y aunque cueste creerlo disfruté. Mi sumisión pareció molestarle porque llevando su otra mano hasta mi pecho, pellizcó salvajemente mis pezones, diciéndome:
-¿Recuerdas cuando te pillé masturbándote a los quince años?, fue la primera vez que tuve que castigarte por ser tan zorra y veo que no has cambiado-
Sus palabras me dejaron helado. Esa hija  de puta creía que estaba hablando con su hija. Si ya eso era perturbador de por sí más lo fue enterarme que mi pobre ex novia había recibido sus atenciones desde los quince años. “Con razón tenía depresiones” me dije al percatarme que si para mi estaba siendo imposible de soportar, para esa niña apenas salida de la niñez debió de ser el desencadenante de su locura. 
Estaba tan alucinado que no me di cuenta ni de que esa zorra se había levantado ni  de que tirando de las cadenas que me tenían sujeto, me daba la vuelta. Sé que perdí la oportunidad de escapar porque en un momento dado doña María debió de soltar al menos una de mis manos y uno de mis pies, pero la verdad es que para cuando quise reaccionar, estaba nuevamente atado y lo que es peor, dado la vuelta y con el culo en pompa. Tampoco sé de dónde sacó una fusta con la que de pronto se puso a flagelarme.
Gritando que lo hacía por mi bien, doña Maria se dedicó a castigar mi trasero sin importarle los tremendos gritos que salieron de mi garganta cada vez que sentía en mis nalgas la caricia de la vara.
-¡Así aprenderás a obedecer a mamá!- me decía.
El dolor era ya insoportable cuando de improviso cesó el correctivo y el infierno de los golpes se transformó nuevamente en una placentera caricia cuando esa loca, cogiendo crema de la cómoda, se puso a extenderla sobre mi adolorida piel:
-Lo ves, cuando te portas mal, tengo que castigarte pero al final también tengo que ser yo quien te consuele-
“Está jugando al palo y la zanahoria” comprendí pero incapaz de oponerme, me quedé inmóvil mientras apaciguaba el dolor producto de los golpes. Lejos de conformarse con un masaje, la señora separó mis nalgas y acercando su lengua a mi esfínter, me lo empezó a lamer. Jamás ninguna mujer y menos un hombre se había apoderado de esa parte tan íntima de mi cuerpo pero tras la sorpresa inicial, os tengo que confesar que la nueva experiencia me encantó. Al introducir su húmedo apéndice en mi ano, mi pene saltó como impulsado por un resorte e incomprensiblemente se volvió a poner duro. Mi captora debió disfrutar del sabor de mi entrada trasera porque durante al menos diez minutos, jugueteó con mi ojete relajando.

Juro  que no preví su siguiente paso,  cogiendo con una mano mi miembro, se puso encima de mí y fue entonces al sentir un extremo duro, supe lo que me tenía preparado. “¡La muy puta tiene un arnés!” pensé horrorizado al experimentar la presión de un glande de plástico sobre mi todavía virginal agujero.

-¡Ahh!- grité al ver horadado mi esfínter.
Infructuosamente intenté liberarme de su ataque pero doña María aprovechando que estaba indefenso, no solo no sacó el falo de plástico sino que con un movimiento de caderas lo fue introduciendo por completo en mis intestinos. Me creí morir, era tal el dolor que pensé que me iba a partir por la mitad y por eso, llorando le imploré que parara:
-Cállate, putita- soltó la mujer con un tono extrañamente dulce –Ya sabes que a mama le gusta hacerte el amor-
Paralizado por el sufrimiento y costándome hasta respirar, me quedé quieto deseando que terminara esa tortura.   Mi ex suegra obviando mi padecimiento, terminó de penetrarme y cuando la base del arnés ya chocaba contra mis nalgas, tomando nuevamente mi pene entre sus manos, empezó a moverse. Lentamente, mientras con sus dedos masturbaba mi miembro, esa puta usó su juguete para demoler la última de mis defensas. Nunca jamás se me había pasado por la cabeza que alguien me diera por culo y menos que ese alguien fuera la madre de mi ex, pero la verdad es que al cabo de unos minutos de gabalgar pausado, mi esfínter ya se había relajado e incomprensiblemente el dolor se fue convirtiendo en placer.
Doña María al percatarse del cambio, susurró a mi oído:
-Eres una calentorra-
Sus palabras fueron el inicio de una loca carrera donde esa puta machacaba sin compasión mi culo mientras se jactaba de ser mi dueña. Mi ex suegra contagiada de mi excitación movía con rapidez sus caderas, intentando que el extremo del arnés que tenía incrustado en su propio coño le llevara hasta el orgasmo.
-¡Muévete guarra!- exclamó excitada dando un sonoro azote en mis ya adoloridas nalgas -¡Quiero que te corras como la puta que eres!-
No sé si fue el golpe, si fue el dolor acumulado o si en realidad y contra toda mi lógica heterosexual, el que me tomara de esa forma me estaba gustando, pero lo cierto es que berreando entre lágrimas me corrí ruidosamente. Doña María al ver que de mi pene brotaba el producto de mi excitación, pegando un alarido se unió a mi orgasmo mientras mordía mi cuello en un intento de no gritar. El que si gritó fui yo, al sentir su mordisco, experimenté uno de los mayores placeres de mi vida y convulsionando sobre las sábanas terminé de vaciar de semen mis huevos.
Durante unos minutos yací casi desvanecido con el miembro de plástico incrustado en mi interior. Sin fuerzas para hacer otra cosa que esperar, me quedé tumbado con ella encima hasta que sin hablar, esa mujer se levantó de la cama y desapareció. Su partida me permitió desahogarme y llorando como un niño, pené mi desgracia sin importarme que mi captora me oyera. Esa zorra sin alma había acabado con toda mi personalidad en menos de doce horas y por eso, consumido por el llanto, sollocé por mi hombría perdida.

 

Epilogo:
 
Al cabo de dos horas, doña María retornó a la habitación. Se la veía contenta y nada más entrar, metió una cinta en el video y lo encendió mientras me decía:
-Putita, mira lo que he grabado-
Durante mas de una hora, tuve que soportar ver la humillación sufrida. Esa puta había filmado todo lo ocurrido. Cuando hubo terminado, me dijo:
-Ahora te voy a soltar pero recuerda que tengo copias de seguridad y si algo me ocurre, todos tus conocidos recibirán un ejemplar y sabrán que eres una zorrita masoquista y maricona. ¿Comprendes a lo que me refiero?-
-Si- contesté hundido porque esa mujer me tenía en sus manos.
Nada más liberarme de mis ataduras, recogí mi ropa y huí de esa casa, pero no de su vida porque todos los viernes, mi ex suegra viene a mi piso y renueva conmigo el perverso modo de amar con el que tenía sometida a su anterior familia. 

 

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

Relato erótico: “¡Qué culo tiene esa mujer!: La esposa de un amigo” (POR GOLFO Y VIRGEN JAROCHA)

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Este relato lo hemos escrito entre Virgen jarocha y yo. La coautora ha decidido premiaros con otra foto suya. El resto de las imágenes del relato son de una modelo.

Si quereis agradecerle a esta preciosidad, tanto su relato como su foto, escribirla a:
virgenjarocha@hotmail.com
Lo conocía desde niño porque aunque yo había nacido en España, ambos crecimos en Martínez de la Torre, un pequeño pueblo de Veracruz. Y ahora el hecho de que esté muerto, no afecta a que considere que Alberto era un buenazo. Como amigo no había otro igual. Cariñoso, atento, divertido. Si tenía un problema, era el primero en acudir en tu ayuda. Pero siendo una persona maravillosa, tenía un problema:
“¡Era un auténtico desastre!”
Siendo un tipo inteligente y trabajador, era también derrochador a extremos impensables. Tal y como le entraba dinero, se lo gastaba. Nunca pensó en el mañana hasta el día en que le diagnosticaron cáncer, pero entonces era tarde.
Mientras estaba sano, con su salario bastaba para dar a su mujer un más que digno tren de vida. Linda había nacido en una familia acomodada, dueña de una planta de jugos cítricos pero que desgraciadamente había quebrado. Sabiendo de la manera que había sido educada, se ocupó de que a ella no le faltase de nada: si quería un vestido, iba a una tienda y se lo compraba. Si perdía el celular, le conseguía el último modelo. En pocas palabras la trató como una reina pero malgastando el resto en copas y putas. Por eso cuando cayó enfermo, vivía de alquiler y su cuenta corriente estaba en números rojos.
Todavía recuerdo el sábado en que fui a verle a la clínica. Fue duro contemplarlo conectado a todos esos aparatos. Del hombre vital y divertido solo quedaba una cascara de piel y huesos. Al entrar en su habitación, me pidió que me acercara y tomando mi mano entre las suyas, me confesó que estaba acojonado.
-Te comprendo- contesté pensando que se refería a la parca. Morirse a los treinta años es una putada.
Mi amigo se percató de cómo le había interpretado y susurrando para que nadie lo oyera, me sacó de mi error.
-No me preocupa el palmarla. Lo que me trae jodido es dejar a Linda sin un peso- y haciéndome una confidencia, me dijo: –  Mi vida no me importa pero no sé qué va a ser de ella.
Tratando de quitar hierro al asunto, contesté en plan de guasa que valía más muerto que vivo porque cuando falleciera su mujer cobraría la pensión de viudez. 
-Ese es el problema. No he cotizado los años suficientes y con lo que le va a quedar no puede pagarse ni un mísero cuartucho- respondió casi llorando.
Ver como sufría por el destino de su mujer no fue plato de buen gusto y actuando como un verdadero irresponsable, le solté:
-Alberto, como sabes mi situación económica es buena. Me comprometo en buscarle un trabajo con el que pueda sobrevivir holgadamente.
Mis palabras lejos de tranquilizarle, le alteraron más y levantando el tono de voz, me explicó que su mujer nunca había trabajado fuera de casa y aunque era una buena cocinera, no la veía trabajando en un restaurante.
Me debí de haber mordido un huevo en ese instante pero ya lanzado, le ofrecí que podría darle trabajo yo mismo:
-Ya sabes tengo en el pueblo una vieja hacienda y me vendría bien tener alguien de confianza que  se ocupara de mantenerlo. Los guardeses de toda la vida se han jubilado y por eso vengo poco al no tener nadie que me cocine. ¡Me haría un favor!.  
Al oírme se agarró a mi oferta como a un clavo ardiendo y me hizo jurar que lo haría. Si vivo no hubiera jamás defraudado a ese amigo, en la antesala de su muerte ve vi incapaz de hacerlo y sin saber en el lio que me estaba metiendo, le prometí que cumpliría con la palabra dada. En ese momento no fui consciente que desde el sillón, la aludida no se había perdido nuestra conversación pero al cabo de una hora cuando ya me iba, se acercó a mí y dándome las gracias, me preguntó cuándo tenía que ponerse a trabajar.
Sabiendo su mala situación, contesté:
-Considérate contratada desde ahora mismo- y cogiéndola del brazo, susurré a su oído: -Yo solo vengo los fines de semana pero si es demasiado apresurado, cuida a tu marido y si desgraciadamente fallece, ya tendrás tiempo de empezar a trabajar cuando te recuperes.
La mujer se quedó pensando durante unos segundos sobre que le convenía y tras meditarlo, preguntó:
-¿El puesto incluye la casa donde vivían “los jarochos”?
Supe que se refería a un pequeño pabellón que se hallaba en un extremo de la finca. Aunque tenía pensado convertir ese cobertizo en un garaje y viendo por donde iban los tiros de esa mujer, contesté:
-Está muy deteriorada pero si la necesitas, podrías vivir allí.
Incapaz de mirarme a la cara, me respondió:
-Ve vendría bien porque como le ha dicho mi marido, andamos justos y si me presta esa casa, no tendría que pagar alquiler.
-Por mí, no hay problema- 
-Entonces, D. Manuel: Me gustaría entrar de inmediato porque “La Floresta” está a cinco minutos del hospital y podría cuidar de Alberto sin problemas.
Me di cuenta que me estaba hablando de Usted. Y comprendiendo que era la forma correcta de dirigirse a mí ya que iba a pasar a formar parte de mi servicio, decidí dejar para otro día el corregirla. Me sonaba raro que esa mujer que conocía desde cría no me tuteara pero como era una tontería, le estreché su mano cerrando el acuerdo.
Linda se traslada a vivir a “La Floresta”
Todavía no os he explicado que aunque siempre me refería a la propiedad familiar como el casón, en realidad era una finca de diez hectáreas sita en mitad del pueblo. Entre sus muros de piedra, además de la vivienda de los señores y de la casa de los guardeses había una piscina, un jardín descomunal y una gran huerta. Fue mi padre el que viendo que le sobraba terreno quien decidió vallar una parte para producir hortalizas. Desgraciadamente, al vivir yo en Veracruz, la había dejado caer y por aquellas fechas, no era más que un criadero de malas hierbas.
Volviendo a la historia que os estaba contando. Esa noche cené con unos conocidos y se me pasaron las copas. En pocas palabras, llegué con un pedo a casa de los de órdago. Por eso a la mañana siguiente, cuando tocaron el timbre de la puerta, me levanté sobresaltado y con un enorme dolor de cabeza.
“¡Quien coño será a estar horas! ¡Un sábado!” pensé al ver que mi reloj marcaba las nueve.
Cabreado, me puse una bata y descalzo, bajé a abrir a la inoportuna visita. Fue al ver a la esposa de mi amigo en la puerta, cuando recordé que el día anterior la había contratado. La enorme maleta que traía me hizo saber que Linda venía para quedarse, por lo que dejándola pasar le pedí que me diera quince minutos para enseñarle la casa.
-No me esperaba que vinieras tan temprano- dije a modo de disculpa- me cambio y bajo.
-Por mí no se preocupe, Don Manuel- contestó mirando a su alrededor.
Consciente del desorden, traté de excusar el deplorable estado, diciendo:
-Me da vergüenza que veas tanta mierda pero desde que se jubilaron los jarochos, nadie se ocupa.
-Para eso estoy yo, vaya a ducharse que mientras tanto veré que puedo hacer.
Descojonado porque mi nueva guardesa me mandara a la ducha, subí la escalera y me metí en el baño. Fue bajo el agua cuando me dio que pensar si había hecho bien en contratar a esa muchacha. Aunque fuera la esposa de mi amigo, no dejaba por ello de tener veinticinco años y conociendo la mala leche que se gastaban en el pueblo para inventar un chisme, temí que una vez muerto su marido su reputación quedara en entredicho. Por otra parte, estaba acostumbrado a traerme a mis conquistas de una noche a casa y teniéndola a ella ahí, ninguna de las          del pueblo se atrevería a aceptar por aquello del qué dirán. Esa fue la primera vez que me percaté que su presencia iba a cambiar mi modo de vida, pero como le había dado mi palabra, decidí que si surgían problemas, tendría tiempo posteriormente de tomar medidas.
Ya vestido, bajé a buscarla. Linda había decidido ponerse manos a la obra y por eso cuando la encontré limpiando la cocina, no solo me había preparado el desayuno sino que incluso había echado mi ropa a lavar. Cuando entré en la habitación, mi empleada estaba subida a una escalera tratando de quitar la roña de un estante. La forzada posición me permitió valorar las piernas de esa mujer.
“Está buena la condenada” pensé y disimulando mientras me servía un café, di un buen repaso a su anatomía.
Ajena a ser objeto de mi examen, la muchacha parecía contenta e intentando que siguiera obsequiándome gratis la visión de ese par de muslos, me senté en silencio.
“¡Menudo culo!” valoré desde mi silla. Nunca me había fijado en que la esposa de Alberto tenía un trasero digno de museo. Dos nalgas duras y bien puestas hacían a  esa parte de su cuerpo muy deseable. 
El sentir que mi pene se ponía erecto bajo el pantalón hizo me avergonzara de mi actitud y dejando a un lado esos pensamientos, le dije si quería visitar la casa. Aunque me resultó raro, Linda se mostró encantada de acompañarme.
Cómo la casa es enorme, le pregunté por donde quería empezar:
-Si no le importa, me gustaría dejar la maleta en mi cuarto.
Sonará mal pero agradecí su deseo porque de esa forma vería antes ese sucio cobertizo antes que el resto y no al revés, de forma que no le resultará tan deprimente en relación con donde yo vivía porque aunque no había entrado en los últimos tres años, me constaba que era una mierda. Mis peores augurios se confirmaron nada más entrar, porque al abrir la puerta me encontré con que una parte del techo se había caído, haciéndolo inhabitable.
Si mi cara fue de espanto, la de Linda no se quedó atrás y llorando me explicó que esa mañana había hablado con su casero y le había dicho que en una semana, le dejaba el apartamento que estaba alquilando. Viendo la desolación de su rostro, cometí otra idiotez y con visos de se tranquilizara, le ofrecí quedarse en la casa grande mientras mandaba arreglar esa mazmorra.
-¿Está usted seguro?- preguntó aliviada.
-Por supuesto, aquí no hay quien viva- comenté y haciéndome el bueno, dije: -El casón es demasiado grande para mí solo, no me importa que te quedes ahí mientras consigo que alguien repare el techo y adecente el resto.
La mujer de mi amigo recibió mi oferta con tamaña felicidad que solo el hecho de ser yo un antiguo conocido, evitó que me lo agradeciera besando mis manos. Su gratitud me hizo valorar en su justa medida las dificultades de ese matrimonio y suponiendo que sería cuestión  de un par de meses, no vi problema en ello.
Fue cuando le mostré la habitación de invitados que estaba al lado de la mía cuando percibí la exacta dimensión de mi propuesta, ya que como era una casa antigua tendría que compartir con ella mi baño. Mis padres al remodelarla habían colocado el servicio con entrada a ambos cuartos, de manera que tendría que cerrar la puerta de interconexión para mantener mi privacidad. Reconozco que no dije nada porque me parecía clasismo de la peor especie pero habituado a vivir solo, la perspectiva de que alguien usara mi misma ducha no me hizo ni puñetera gracia.
En cambio, Linda estaba ilusionada porque no en vano al lado del pequeño piso que compartía con su marido, mi herencia le parecía un palacio. Tras dejar su maleta en la habitación, le enseñé el resto de la vivienda mientras en mi fuero interno me iba encabronando conmigo mismo.
“¡Seré idiota!” mascullé para mí al terminar y para tranquilizarme decidí salir a dar una vuelta.
Ya me iba cuando me preguntó si iba a volver a comer:
-No, gracias- contesté aunque no era cierto que había quedado.
Mentir de esa forma tan absurda, me sacó de las casillas y por eso nada más entrar en mi coche arranqué y salí huyendo sin rumbo fijo. No podía concebir que a mis treinta y cinco años hubiese mentido para no reconocer que prefería estar solo. Durante dos horas estuve dando vueltas por la sierra y sintiendo hambre me paré a comer en un bar de carretera.
La mala suerte me hizo entrar en un sitio penoso, la comida era una mierda por lo que dejé la mitad en mi plato. Al volver a mi casa, no vi a Linda y creyendo que debía estar limpiando otra zona de la casa, no le di importancia y me fui directamente a mi cuarto. Como tantas veces, estaba abriendo la puerta que daba al baño cuando escuché el ruido del agua de la ducha. Cortado la cerré y me tumbé en la cama.
A partir de ahí, reconozco mi culpa. Que la mujer de mi amigo se estuviera bañando a escasos metros me hizo recordar la maravilla de piernas con las que la naturaleza le había dotado y comportándome como un cerdo, decidí beneficiarme de esa circunstancia. Cómo ya os expliqué, la casa era antigua y por lo tanto sus puertas. Por lo que aprovechando el ojo de la cerradura, me agaché para espiarla. Lo primero que vi fue a sus pantaletas y a su brasier colocados en el lavabo. Saber que Linda estaba desnuda, fue suficiente para que mi pene saliera de su letargo. Juro que ya estaba excitado aun antes de ver su silueta a través de la mampara transparente de la ducha. Como si fuera una película porno, disfruté del modo tan sensual con el que se enjabonaba.
Si sus piernas eran espectaculares qué decir de los pechos que descubrí espiando. Grandes, duros e hinchados eran los mejores que había visto hasta entonces y ya sin ningún recato me desabroché la bragueta y sacando mi miembro me puse a masturbarme en su honor.
-¡Qué maravilla!- exclamé en voz baja al darse la vuelta y comprobar tanto los negros pezones que decoraban sus tetas como el cuidado coño que esa mujer lucia entre sus piernas.
Desde mi puesto de observación, me sorprendió no solo el tamaño de sus pitones sino también la exquisita belleza del resto de su cuerpo y por ende, desde ese momento envidié a mi amigo. 
“¡Joder! ¡Cómo se lo tenía escondido!”, pensé recordando que Alberto nunca había hecho mención del bellezón que tenía en su cama.
Me quedé con la boca abierta cuando la mujer separó sus piernas para enjabonarse la ingle, permitiendo que mi vista se recreara en su vulva. Linda llevaba el coño completamente depilado, lo que lo hacía extrañamente atractivo. Educado a la vieja usanza, me gustaba el pelo en el chocho pero os tengo que reconocer que mi respiración se aceleró al contemplar esa maravilla.
Si no llega a ser imposible, por el modo tan lento y sensual con el que se enjabonaba, hubiese supuesto que se estaba exhibiendo y que lo que realmente quería esa mujer era ponerme cachondo. Completamente absorto mirándola, me masturbé con más fuerza al admirar con detalle todos sus movimientos.  Para el aquel entonces, deseaba ser yo quien la enjabonara y recorrer de esta forma todo su cuerpo. Me imaginaba siendo yo quien  estuviera palpando sus pechos, acariciando su espalda pero sobre todo lamiendo su sexo. Pero la gota que derramó el vaso y que provocó que mi pene explotara, fue verla inclinarse a recoger el jabón que había resbalado de sus manos. Al hacerlo, me permitió maravillarme nuevamente con su culo y descubrir entre sus nalgas, su rosado y virginal esfínter. Imaginarme siendo yo quien desvirgara  la entrada trasera de la esposa de mi amigo, me terminó de excitar y descargando mi simiente sobre la alfombra, me corrí en silencio.
Temiendo que descubriera las manchas blancas y comprendiera que la había estado espiando, las limpié tras lo cual, bajé al salón, intentando olvidar su silueta mojada. Cosa que me resultó imposible, su piel desnuda se había grabado en mi mente y ya jamás se desvanecería. Esa tarde, Linda se fue a visitar a su marido al hospital, lo que me dio la oportunidad de revisar su habitación. Sé que fue algo inmoral pero esa mujer me tenía obsesionado y por eso cuando la vi marchar, esperé diez minutos antes de entrar.
Lo primero que hice fue asegurarme de que no me sorprendiera y por eso atranqué la puerta de entrada a la casa antes de introducirme como un voyeur en el cuarto donde iba a dormir. Ya una vez dentro, abrí su armario donde descubrí otra muestra más de lo mal que lo estaba pasando esa pareja. Había mucha ropa pero toda vieja. Se notaba que llevaba años sin comprarse ningún trapo. Pero lo que realmente me dejó encantado, fue descubrir en un cajón su colección de tangas. Tangas enanos y casi transparentes. Solo con imaginarme a esa belleza con esas prendas hicieron que volara mi imaginación. Me vi separando esos dos cachetes e introduciendo mi lengua en su interior.
Pero lo mejor llegó al final.  Al revisar su mesilla de noche, me encontré con que Linda tenía compañía por las noches. Daba igual que su marido estuviera postrado desde hace meses en una cama, su querida esposa aliviaba su ausencia con un enorme consolador.
“¡Joder con la mujercita de Alberto!” pensé mientras olisqueaba el aparato.
Fue entonces cuando descubrí que estaba recién usado. Todavía conservaba rastros de humedad y el olor dulzón que desprendía, era inconfundible.
-¡Se acaba de masturbar!- exclamé en voz alta, claramente excitado.
Colocando todo en su lugar, tuve que irme al baño a pajearme y mientras liberaba mi tensión, decidí que de algún modo ese culo sería mío. Aprovechándome de su situación económica y de que a buen seguro, debía llevar meses sin que su marido se la follara, esa mujer quisiera o no pasaría por mi cama. Intentaría primero seducirla pero si resultaba imposible, usaría todo tipo de malas artes para conseguir follármela.
El tiempo que transcurrió hasta su vuelta, lo usé para planear mis siguientes pasos y por eso nada más cruzar la puerta, le pregunté cómo seguía Alberto. Linda se echó a llorar al oírme preguntar por su marido y con lágrimas en los ojos, me contestó:
-Muy mal. Los médicos me han explicado que no le queda más de un mes-
Exagerando la pena que me produjeron sus palabras, la abracé y acariciando su pelo, le dije:
-Lo voy a echar de menos.
Su esposa se dejó consolar durante cinco minutos, sollozando contra mi hombro. Actuando como un buen amigo, actué como paño de lágrimas cuando realmente al sentir su cuerpo contra el mío, no podía dejar de pensar en cómo sería tenerla entre mis piernas. Cuando comprobé que se había tranquilizado, me separé de ella y valiéndome de su dolor, le pregunté porque no salíamos a cenar fuera.
-No estás de humor de cocinar- insistí cuando ella se negó.
-Te juro que no me importa y mira con que fachas voy.
Su respuesta para nada rotunda, me dio ánimos y con voz tierna, le contesté:
-No aceptaré un no. Te espero mientras te cambias.
Dando su brazo a torcer, se metió en su habitación. Satisfecho por esa primera escaramuza ganada, me entretuve pensando donde llevarla. Si íbamos a cualquier lugar del pueblo, su salida nocturna podría crear un chisme pero si la sacaba a otro lugar, podría mosquearse. Por eso, mientras la esperaba, decidí que fuera ella quien tomara la decisión. No me extrañó al verla bajar que esa mujer viniera vestida de forma recatada. Ataviada con un traje gris horrendo, podía pasar perfectamente por una feligresa yendo a un servicio religioso.
“¡Qué desperdicio!” pensé al verla.
Aun así, ese disfraz de monja no pudo ocultar a mis ojos, la rotundidad de sus formas. Su culo grande y duro se rebelaba a quedar enterrado bajo la gruesa falda. Valorando en su justa medida el espécimen que me iba a acompañar a cenar, galantemente, le cedí el paso. Linda me agradeció el gesto con una sonrisa y preguntó dónde íbamos.  Tardé en responder porque mi mente divagaba en ese momento sobre cómo y cuándo atacarla pero cuando ella insistió, contesté:
-¿Te parece que vayamos a Papantla?-
Salir del oprimente ambiente de nuestro pueblo le pareció una buena idea por lo que enfilando la carretera, nos hicimos los veinte kilómetros que nos separaban de ese lugar. Ya dentro del casco urbano, me dirigí  a un coqueto restaurante donde solía llevar a mis conquistas.
-¿Conoces esta fonda?- pregunté mientras le abría la puerta.
La muchacha negó con la cabeza y con paso asustadizo dejó que el Maître nos llevara a nuestra mesa, donde una vez estábamos solos, me soltó:
-¿Por qué no vamos a otro sitio? Esté es muy caro.
Comprendí los reparos de Linda y sin darle mayor importancia, le contesté:
-Por eso no te preocupes. Tú te mereces todo esto y más.
Mi piropo diluyó sus reticencias y por eso cuando llegó el camarero con el vino, no puso inconveniente en que le sirviera una copa. Durante la cena, la rubia se relajó y sin darse cuenta, comenzó a beber más de la cuenta. Tras el vino y la cena, vinieron tres cubalibres, de forma que al salir del restaurante, la mujer ya iba más que entonada. Viendo en su ingesta etílica una más que plausible oportunidad de que la esposa de Alberto hiciera una tontería, le pregunté si quería tomar una copa en otro antro.
-Solo una- contestó ya con problemas de articular las palabras.
Esa fue la primera y tras ella vinieron otras dos, por lo que ya bien entrada la noche, me confesó que estaba aterrada por su futuro y que me daba gracias por acogerla bajo mi brazo. Comportándose como el típico ebrio, me abrazaba mientras me decía que me debía la vida y que contara con ella para todo.
“¡Si tú supieras para lo que te quiero!” pensé en silencio mientras pagaba.
Durante el viaje de vuelta, Linda se quedó dormida de la borrachera que llevaba y por eso al llegar a casa, la sujeté por debajo de sus brazos y subiendo por las escaleras, la llevé hasta su cuarto. Una vez allí, la dejé caer sobre la cama. Absolutamente  inconsciente, se quedó en la misma postura en que cayó. Su falda se le había enroscado permitiendo que mis ojos se recrearan en esas piernas morenas y macizas.   Dicha imagen me impactó porque ajena a mi examen, mi nueva empleada me mostraba su trasero casi desnudo y digo casi porque solo  la tira de la tanga enterrada entre sus cachetes, evitaba que lo contemplara por completo.
Sentándome en un sillón frente a su cama, me la quedé mirando. La tentación de tocar las maravillosas tetas que había visto en el baño era demasiado fuerte y tras cinco minutos donde debatí sobre qué hacer, me animé a mí mismo pensando que si lo hacía con cuidado nadie se iba a enterar. Queriendo comprobar su verdadero estado, me acerque a ella y le propiné unos suaves cachetes en la cara.
“¡Está grogui!” confirmé al ver que no se enteraba.
Sin pensármelo dos veces, le fui desabrochando la camisa botón a botón. Cuanto más la abría, más excitado me sentía al comprobar en persona las dos maravillas con las que le había dotado la naturaleza. Cuando ya tenía la blusa totalmente desabotonada, me deleité tocando esas tetas que me tenían obsesionado. Actuando como un drogata al que la primera dosis no le sabe a nada, llevé mi boca hasta sus pezones y me puse a mordisquearlos. Mis maniobras pasaron totalmente desapercibidas por mi victima que como en trance seguía durmiendo la mona.
Ya  para entonces estaba dominado por la lujuria y moviéndola sobre el colchón, la puse boca arriba y con sus piernas separadas. Solo la breve tela de su tanga me separaba de su sexo y por eso, con cuidado de no despertarla, se lo fui bajando hasta sacársela por los pies. Nuevamente comprobé in situ lo que ya había avizorado a través de la cerradura.
“Menudo coño tiene la zorra” sentencié al contemplarlo.
 
Completamente depilado, no había pelos que me impidieran observar tamaña belleza y actuando como un cerdo, pasé uno de mis dedos por la rajita que tenía a mi entera disposición. Me resultó sorprendente encontrarme que estaba mojado y por eso me fijé si en su cara había algún rastro de que se estuviera enterando de en esos momentos me estaba sobrepasando con ella. Pero todo me revelaba  que seguía sumida en un sopor intenso por lo que agachando mi cabeza entre sus muslos, pasé mi lengua por sus pliegues.
“¡Qué rico está!” me dije mentalmente y ya más confiado me puse a mordisquear su clítoris. Su sabor a hembra insatisfecha inundó mis papilas por lo que totalmente excitado, me entretuve comiéndole el chocho hasta que bajo mi pantalón, mi pene me pidió más.
El calentón que recorría mis entrañas era tal que hasta me dolía de lo duro que lo tenía. Sin poderme retener, me bajé los pantalones y sacando mi polla de su encierro, me puse a juguetear con ese sexo. La humedad que anegaba esa preciosidad facilitó mi penetración y suavemente, se la ensarté hasta el fondo. Estaba follándomela cuando me percaté que debía de aprovechar aún más esa feliz circunstancia y sacándola muy a mi pesar, me fui a mi cuarto a por mi celular.
Con él en mi mano, le empecé a sacar fotos de las chichis y del espléndido coño de la cría y no contento con ello, realicé varias poniendo mi glande en su boca, como si me lo estuviera mamando. Acto seguido, le separé las rodillas y metiéndome entre sus muslos, inmortalicé el modo en que mi pene se iba haciendo dueño de su interior. En ese momento, Linda suspiró por lo que me quedé petrificado pensando que se había despertado y que iba a descubrirme violándola, pero todavía hoy doy gracias por que fue solo un susto y la esposa de mi amigo seguía roncando su borrachera. A pesar de ello, os tengo que reconocer que mi corazón a mil y sin moverme esperé unos segundos.
“¿Te imaginas que se despierta y me pilla con mi verga dentro de ella?” balbuceé mentalmente asustado.
Al cabo del tiempo y viendo que no se movía, empecé a moverme lentamente penetrando su interior con mi forastero. Lo estrecho de su conducto y mi calentura hicieron el resto y al cabo de cinco minutos, comprendí que iba a correrme. No queriendo dejar rastro, la saqué y eyaculé sobre sus piernas.
Entonces saciado y aunque deseaba repetir, preferí dejar eso para otro día y limpiando los restos sobre su piel, eliminé toda evidencia de mi paso por su cama. Ya estaba casi en la puerta cuando recordé que no le había puesto el tanga, por lo que retrocediendo unos pasos, cogí su braguita. Desgraciadamente para ella, me acordé de su consolador y pensando en el día después, decidí que si amanecía con él en sus manos, cualquier escozor en su coño lo atribuiría a que borracha lo había usado.
Improvisando sobre la marcha, se lo clavé hasta el fondo para que tuviera rastros de su flujo y dejándolo sobre el colchón, lo encendí a nivel mínimo.
“En dos o tres horas, ese zumbido la despertará y creerá que es eso lo que ha sucedido”.
Muerto de risa, cerré su habitación y me fui a mi cama. Ni que decir tiene que cogiendo las fotos que había hecho, las mandé a mi email para que estuvieran a buen recaudo, tras lo cual, las borré y me quedé dormido.
Reconozco que soy un aprovechado…
Esa mañana me desperté temprano y al ir a desayunar, me topé con Linda en la escalera. Olvidándose de que era domingo, esa mujer estaba lavando los escalones agachada, lo que me permitió dar un completo repaso a su escote.
“Esta tía tiene mas que un polvo” me dije recordando cómo había abusado de ella la víspera.
La validación de que no recordaba nada de lo ocurrido, me llegó al oírla saludarme alegremente y diciéndome que tenía el desayuno preparado. Mi tranquilidad se hizo total al reírse de la borrachera que se había pillado y preguntarme como había llegado hasta su cuarto.
Obviamente, le mentí:
-Dando eses-
Mi respuesta le satisfizo y levantándose del suelo, se fue a calentarme el café sin saber que al mirar su culo por el pasillo, era otra cosa a lo que le había elevado su temperatura. Desgraciadamente, después de tomármelo, me tuve que despedir de ella porque al medio día tenía un compromiso.
-¿Cuándo volverás? – me preguntó con tono apenado.
-El viernes- respondí sin caer en que me había tuteado otra vez.
Ya en el coche, estuve a punto de darme la vuelta pero asumiendo que si quería convertir a esa mujer en mi amante, debía ser una labor de zapa. Lentamente iría cerrando su mundo hasta que no tuviera más remedio que abrirse de piernas. A partir de ese momento, no pude sacármela de la cabeza. Los días encerrado en mi despacho no hicieron mas que avivar la necesidad que tenía de volvérsela a meter.
El viernes nada más llegar a mi oficina, la llamé para confirmarle que llegaba a comer. La mujer se mostró encantada con el detalle de que la hubiese avisado y cruzando un límite hasta entonces impensable, me comentó:
-Te he echado de menos. Sin ti no tengo a nadie con quien hablar.
Su confesión me dejó perplejo y sin saber que contestar, quedé con ella a la tres.
-Te esperaré con la mesa puesta-
Mientras conducía hacia el pueblo, me fui calentando. Necesitaba a esa mujer. Aunque la conocía desde niña, nunca me fijé en ella como en una hembra a la que echar mi lazo y por eso ahora estaba descolocado.
-Joder, es solo un coño- grité aprovechando de que iba solo en mi coche.
Pero algo me decía en  mi interior, que si conseguía llevármela a la cama, difícilmente la dejaría irse.
-Me la follo y si te he visto no me acuerdo- sentencié sin llegármelo a creer.
Al llegar a “la Floresta”, estaba temblando como un puñetero crío ante su primer cita. No sabía lo que me esperaba después de ese desliz verbal de la mujer de mi amigo y por eso saludé discretamente desde la puerta.
Linda contestó que estaba en la cocina. Siguiendo su voz, entré en la habitación y me la encontré preparando la comida. Alucinado me la quedé mirando. El calor que desprendían los fuegos, había elevado la temperatura del ambiente y el sudor de su cuerpo hacía que se le pegara la blusa contra el pecho.  La sensualidad de la escena se magnificaba por acción de sus pezones que grandes y duros se marcaban bajo la tela. Me consta de que ella adivinó mis pensamientos al pillarme fijamente observando ese par de maravillas desde la puerta pero lejos de asustarse o de cortarse, me sonrió.
“¡Dios! ¡La tumbaría sobre la mesa!” me dije tratando de retener mis instintos.
Fue la esposa de Alberto quien tuvo que romper el silencio incómodo que se instaló entre nosotros, pidiéndome que me sentara a la mesa. Desde mi silla contemplé a esa mujer, servirme la sopa mientras dejaba que mis ojos se recrearan nuevamente en su escote. Os juro que si llego a tener el valor que hacía falta, me hubiese lanzado a su cuello pero en vez de ello me tuve que conformar con la cuchara. Sabía que Linda estaba jugando conmigo y que dicho cambio de debía deber a algo y por eso, tanteando el terreno, le comenté que yo también le había echado de menos.
Sentándose a la mesa, se puso a comer sin dejar de tontear conmigo de manera que en el postre, ya sabía que iba a pedirme algo. Primero me contó que su marido estaba de mal en peor y que los médicos le habían desahuciado, para acto seguido explicarme que esa mañana al ir a recoger sus cosas a su antiguo piso, el propietario le avisó que tenía dos meses impagados.
-¿Cuánto es?- pregunté.
-Quince mil pesos- y yendo directamente al grano, me rogó que se los prestara pidiéndome que se lo retuviera de su salario.
-Por eso no te preocupes, ya hallaré el modo de cobrarme- solté como si nada.
Entonces la boba sin pensar en mis palabras me abrazó y me dio un beso en la mejilla, momento que aproveché para darle un buen meneo a su trasero.
-¡Qué haces!- protestó al sentir mis manos recorriendo sus nalgas.
-Tomar un anticipo- dije sin soltarla.
La mujer espantada por mi actitud, se rebeló un poco pero viendo que no avanzaba más allá, dejó que magreara su culo durante un minuto, tras lo cual indignada, salió de la habitación.  Solté una carcajada al verla irse y sacando el dinero de mi cartera, lo dejé encima de la mesa. Había levantado mis cartas y ya no me podría echar atrás. De lo que hiciera esa mujer en una hora, iba a depender no solo que me la pudiera tirar sino incluso mi reputación porque un escándalo haría insoportable mis fines de semana en ese lugar.
Dando tiempo para qué pensará, salí al jardín y mientras lo recorría, comprendí que necesitaba unos mayores cuidados. Al volver a casa, Linda no estaba pero el dinero había desaparecido y temiendo que se hubiese ido definitivamente, entré en su cuarto. Al descubrir su ropa en el armario, sonreí al saber que esa mujer había firmado su sentencia.
¡No tardaría en venir ronroneando hasta mi cama!
Decidido a hacerme con las riendas de su vida, llamé al doctor Heredia, el medico que trataba a Alberto en la clínica. Tras presentarme, me reconoció como el viejo amigo de su paciente e interesándome por él, le pregunté por cómo iba el tratamiento del enfermo.
-Mal- respondió- en este hospital poco podemos hacer. He recomendado a su mujer que se lo lleven a una clínica privada donde puedan darle cuidados paliativos. No va a mejorar pero al menos no seguiría sufriendo.
-Y ¿Qué le ha contestado?.
-La pobre me confesó que no tenía dinero para hacerlo.
-¿Cuánto costaría?- pregunté interesado.
-Unos noventa mil-
La cifra era importante pero afortunadamente no era descabellado y por eso tras pensármelo dos veces, le informé que yo me haría cargo pero que le exigía confidencialidad, nadie debía de saberlo. El médico se quedó extrañado pero viendo que era lo mejor para Alberto, aceptó mi explicación. Haciéndome el buen amigo, justifiqué mi decisión en la amistad que me unía con su paciente. Una vez arreglado ese pequeño pero caro detalle, me tumbé en el sofá del salón y puse la tele.
¡Solo me quedaba esperar!
A las ocho y media de la tarde, Linda llegó hecha una energúmena y nada más soltar el bolso, vino a encararse conmigo:
-¿Quién coño te crees para organizarme la vida?
Se la notaba francamente alterada y por eso esperé que soltara toda clase de improperios de su boca y al terminar, sin dejar de mirar la tele, le respondí:
-¿Te refieres a evitar que tu marido siga sufriendo? ¿Quieres que llame a doctor para retirar mi oferta?
Tal como había previsto, fue incapaz de pedirme tal cosa y con lágrimas en los ojos, me preguntó:
-¿Qué quieres a cambio?
Solté una carcajada y levantándome, fui hacía ella. Me encantó ver como temblaba al conocer de antemano mis intenciones. Ya a su lado, la cogí de la cintura y dándole un beso no deseado, contesté:
-Ya lo sabes.
Destrozada, salió corriendo de la habitación mientras oía desde el pasillo mi risa. Cualquier otro hubiese tomado posesión de su propiedad en ese momento pero yo no. Prefería que con el paso del tiempo, mi víctima se fuera haciendo a la idea, que cuando la tomara ya hubiese asimilado que iba a ser mía.
Como es lógico, Linda se recluyó en su cuarto a llorar durante una hora y solo cuando la llamé para que me pusiera de cenar salió de su encierro. Nada mas verla, no me costó reconocer su completa claudicación porque sacando valor quiso mostrarme que su desprecio, saliendo completamente desnuda.
Su descaro me hizo acercarme a ella y cogiendo uno de sus pechos entre mis manos, le pregunté:
-¿Cuántas veces te has tocado esta tarde imaginándote que te poseía?
-¡Ninguna!- contestó sin retirarse pero con un gesto de asco en su cara.
Encantado `por su rebeldía le cogí de la barbilla y la obligué a mirar la mueca burlesca que se dibujaba en mi cara.
-¿Te he dicho alguna vez que eres una putita muy bonita?
Sin hacer caso a mi insulto, se me quedó mirando con desprecio.
-¡Dejaré que me tomes con la condición de que ayudes a Alberto!.
Parecía tener todavía ganas de enfrentarse conmigo y haciendo caso a mis más bajos instintos, llevé uno de sus pezones a mi boca y recorrí con mi lengua todos sus bordes.
-Mi querida Linda, ¿Quién iba a suponer que tenías estas maravillas escondidas?
Tratando de evitar que la tomara, me preguntó si no le había llamado para que me sirviera de cenar pero entonces yo ya estaba excitado y cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta mi cama.
Asustada por lo que se le venía encima, me pidió que no le hiciera daño. Una carcajada fue mi respuesta y obligándola a separar sus rodillas,  me quedé mirando su coño. Llorando de rabia, la rubia vio que me sentaba a su lado en el colchón. Aunque era consciente de lo que iba a pasar, no pudo reprimir un gemido cuando pasé mi mano por uno de sus muslos.
Temblando de miedo, tuvo que soportar que mis dedos recorrieran toda su piel mientras le miraba a sus ojos, en busca de alguna reacción. Manteniéndose impávida, soportó mis caricias sin hacer ningún gesto. Al notar que pellizcaba uno de sus pezones, sacó fuerzas de la desesperación y con voz seca, me soltó:
-Desgraciado, hazlo rápido.
Inclinándome sobre su cara, lamí sus mejillas y forzando su boca, introduje mi lengua en su interior. La ausencia de respuesta de la muchacha me enervó y agarrándola del pelo, susurré a su oído:
-Mañana, me pedirás que te vuelva a tomar. ¡Zorrita mía!
Acto seguido y obviando sus lloros, descendí por su cuello y recreándome en su pecho, mordisqueé  nuevamente esos pezones que me traían obsesionado. Para entonces aunque nunca lo reconocerá, el calor había invadido sus mejillas y sus lamentos se habían atenuado. Comprendiendo que debía mostrarle quien mandaba, pellizqué su aureola con dureza, consiguiendo que de su garganta saliera un alarido.
-¡Por favor! ¡No me hagas daño!
-Hare lo que me venga en gana porque eres una puta y ¡Te he comprado!
Incapaz de aceptar que era verdad, separó su mirada de mí y se concentró en el techo para evitar la mía. Viendo su reacción, no me importó y agachándome entre sus piernas, saqué mi lengua y con ella, recogí un poco de flujo de su sexo. Al sentir la húmeda caricia en su vulva, cerró los puños mientras dos lagrimones caían por sus mejillas.
-¡No!- musitó calladamente al notar que me había apoderado de su clítoris.
Su lamento se intensificó al percibir que su cuerpo no era inmune a mis caricias y cuando me le metí un dedo dentro de su cueva, tuvo que reprimir un gemido para que no me diera cuenta que le estaba empezando a gustar ese insano trato.
-¿Te gusta? ¡Verdad!
-¡¡¡No!!!-  chilló con todas sus fuerzas.
Reanudando mis maniobras, le introduje el segundo. La respiración de la rubia se hizo entrecortada al notarlo. Decidido a conseguir su rendición, lentamente empecé a sacarlos y a meterlos mientras mi boca se ocupaba de su botón.
-Hazlo ya y déjame.
Muerto de risa, llevé mi mano hasta su boca y abriendo sus labios le obligué a que lamiera su propio flujo mientras le decía:
-Eres una guarra y como tal estás empapada. Lo puedes negar de boquilla pero tu coño dice que estás excitada.
Sin poder negar lo evidente, intentó morderme. Como lo preveía, no consiguió su objetivo y lanzándola contra el colchón, le solté una bofetada.
-¿Quieres que sea violento?- pregunté y levantándome de la cama, fui a su cuarto a por su consolador.
Una vez de vuelta, le mostré lo que traía en las manos, diciendo:
-¿Reconoces tu juguete? ¿Crees que no sé qué te masturbas pensando en mí?
Aunque fue un farol, en sus ojos descubrí que había acertado y ya convencido de lo que estaba haciendo, le obligué a abrir su boca.
-Chúpalo y no te hagas la estrecha.
Habiendo sido  descubierta, Linda no pudo hacer otra cosa que abrir la boca y obedecer. Ni que decir tiene que me encantó verla lamiendo ese falo de plástico mientras yo inmortalizaba ese instante con la cámara de mi celular.
-He pensado en mandar imprimir esta foto y ponerla en mitad del salón- le solté al dejar el teléfono sobre la mesilla.
-No lo hagas por favor. Todo el mundo sabrá que soy tu puta- dijo sin percatarse de su significado.
Aunque no se hubiese dado cuenta, la rubia ya asumía su condición y solo pedía que fuera algo entre nosotros. Para recompensarla, le cogí el aparato y encendiéndolo, se lo metí hasta el fondo de su coño. Al sentir la vibración en sus entrañas, la esposa de mi amigo pegó un gemido que no tardé en interpretar como el primero de placer.
-¡Por favor!- protestó suavemente mientras sus caderas la traicionaban, meciéndose al ritmo de mi muñeca.
Su calentura era evidente pero tratando de profundizar en su sumisión, no dije nada y seguí penetrando su cuerpo con el consolador.
-Estás cachonda, ¡Zorrita mía!- susurré en su oído- No tardarás en correrte-
Asumiendo que su rendición no iba a tardar, la besé forzando su boca.
-Reconócelo, Putita. Dime que te gusta que te trate así.
-¡Nunca!- aulló mientras su cuerpo temblaba al ir siendo sometido por las sensaciones que surgían de su entrepierna.
Sacando el aparato de su sexo, lo sustituí con  mi lengua y recorriendo con ella su cueva, la encontré ya totalmente anegada. Por mi experiencia, supe que Linda iba a correrse y por eso, levantando mi mirada, le ordené que se corriera.
Su orgullo la hizo negarlo pero su voz ya sonaba apagada.
-Hazlo, zorrita mía. ¡Córrete para mí!
Linda estaba tan caliente que no pudo articular palabra y retorciéndose sobre la sábana, negó lo evidente aunque en su mente reinaba la confusión. La mujer sabía que la estaba volviendo loca pero seguía siendo incapaz de reconocerlo.
-No me hagas enfadar. Córrete ya.
En ese momento, Linda no pudo más y levantando su cadera, no solo colaboró conmigo sino que incluso se incrustó aún más el consolador. Su orgasmo fue brutal, mordiéndose los labios para no gritar, se retorció en silencio mientras el placer inundaba su cuerpo. Sabiendo que lo había conseguido, aceleré el ritmo con el que metía y sacaba el aparato con la intención de prolongar su clímax.
-Ves cómo eres una putita obediente- dije en su oreja sin dejar de apuñalar su sexo.
Llorando a moco tendido, unió un orgasmo con el siguiente mientras yo me reía en su cara por lo fácil que me había resultado.
-Sigue, ¡Por favor!- olvidándose de mi burla al estar dominada por la pasión.
Al oírla comprendí que había conseguido mi meta y bajándome de la cama, la dejé sola en el cuarto. Desde el pasillo oí sus lloros porque al cesar su excitación, volvió con más fuerza su vergüenza. No solo se había entregado a mí sino que encima ¡Había disfrutado!.
Al cabo de cinco minutos, bajó al salón donde yo estaba poniéndome una copa y con voz temblorosa, me preguntó si me ponía ya la mesa.
-Perfecto. Tengo hambre- contesté siguiéndola hasta el comedor.
La cena:
Satisfecho de cómo se iban desarrollando los acontecimientos, me senté en la mesa mientras mi empleada-puta-amante iba a prepararme la cena. Con mi copa en la mano, me quedé pensando en cómo iba a aprovecharme de mi nueva adquisición y por eso estaba sonriendo cuando Linda llegó con la comida.
Estaba preciosa vestida únicamente con un mandil, sus enormes pechos sobresalían a ambos lados de la tela dándole una sensualidad difícil de soportar. Teniendo todo el tiempo del mundo para someterla, decidí primero comer y luego recrearme con ella. Estaba apurando mi copa, cuando la rubia llegó y al ir a poner el plato en la mesa, se le cayó encima de mí. Supe que lo había hecho a propósito al ver una sonrisa en su cara.
“¡Será cabrona!” pensé.
Sin hacer aspavientos y sentado, separé mi silla y le dije:
-Límpialo con tu boca.
La muchacha no respondió lo suficientemente rápido y tirándole de la melena, le obligué a agacharse entre mis piernas.
-Limpia tu estropicio.
La serena violencia con la que reaccioné la sacó de sus casillas y a voz en grito, se negó a cumplir mis órdenes.
-¡Tú lo has querido!- dije levantándome de la silla y valiéndome de su negativa, decidí usarla para hacer algo que deseaba desde que vi su culo en la ducha. Iba a castigarla rompiéndole ese maravilloso pandero.
Linda no lo vio venir. Todavía conservaba su sonrisa cuando la levanté del suelo pero al girarla y ponerla de pompas contra la mesa, comprendió lo que le iba a suceder:
-No, ¡Por ahí! ¡No!- chilló muerta de miedo.
Mientras la retenía de la cintura con una mano, usé la otra para desprenderme del pantalón y bajarme los pantalones. Mi miembro que ya estaba excitado desde antes, salió totalmente erecto de su encierro y dándole gustó, presioné con él la hendidura de sus cachetes.
Asustada por el tamaño del miembro que rozaba la raja de su culo, Linda empezó a chillar rogándome que no la sodomizara pero obviando sus lamentos, pasé mi mano por su coño en busca de flujo. Al notar en seguida que estaba seco, decidí que eso no iba a ser suficiente para hacerme cambiar de opinión y separando sus dos nalgas, escupí sobre su esfínter.
Mi empleada intentó escapar al sentir mi baba pero reteniéndola con dureza, puse mi glande en su entrada. La cara de terror de la mujer me confirmó que era virgen por ese agujero y recreándome en sus miedos, le solté:
-Puedes gritar: ¡Cuánto más grites mejor!
¡Y vaya si gritó!. Al sentir mi verga rompiendo la resistencia de su ano, sus ojos se abrieron como platos y de su garganta salió un alarido, en consonancia con el desgarrador dolor que le causó mi intrusión:
-Por favor, ¡Para! ¡Me duele horrores!
Sin ceder a sus ruegos, centímetro a centímetro, fui clavando mi estoque en su trasero. La lenta embestida no la permitía ni respirar y cerrando sus puños intentó no cerrar su  orificio pero le resultó imposible.
-¡No!- chilló golpeando la mesa.
Su sufrimiento me dio alas y al sentir que la base de mi falo, golpeaba contra sus cachetes, comencé un doloroso vaivén con mi cuerpo. El dolor se fue incrementando y la esposa de mi amigo en un vano intento de aguantarlo, cogió una servilleta y metiéndola en la boca, la mordió. Su intento de no gritar fue en vano porque entonces presioné con todas mis fuerzas mis caderas y se la enterré hasta el fondo.
-¡¡¡Ahhhhhh!!!-
Su alarido debió de oírse a cuadras a la redonda y con muy mala leche, susurré a su oído:
-A lo mejor hasta tu marido lo ha oído-
Que mencionara al enfermo, la enervó y sacando una entereza de donde no había, contestó llorando:
-¡A Alberto no le metas en esto!
Profundizando en la herida, volví a forzar con violencia su maltrecho trasero y me reí de su desgracia diciendo:
-Él es el culpable de que me hayas regalado tu culo.
Linda no tuvo fuerzas para contestarme, bastante tenía con acostumbrarse a sentir mi grosor desgarrando su esfínter y con soportar el inexpresable sufrimiento que ello la ocasionaba.  Su inacción me permitió agarrarla de las nalgas y comenzar una serie de penetraciones tan furiosas y rápidas que le hicieron rebotar contra la mesa.
-¿Te parece suficiente castigo o quieres más?
La rubia se agarraba al mantel para evitar el intenso zarandeo mientras su ano le ardía como si lo estuviera acuchillando con un puñal. Desgraciadamente y aunque me apetecía seguir sodomizando a esa mujer, la calentura acumulada durante toda la tarde, me hizo llegar al orgasmo con demasiada precocidad. Por eso al sentir que estaba a punto de explotar, la cogí de los hombros y jalando hacía mí, descargué mi simiente dentro de sus intestinos.  El suspiro que salió de sus gargantas al notar como se iba llenando su conducto, me hizo sonreír. Una vez había terminado de eyacular, retiré mi miembro y observé con detenimiento los desgarros que le había producido y a mi semen saliendo de su interior.
Hurgando en la humillación que sentía, la dejé sola y desde la puerta, le ordené:
-Vete a limpiarte, ¡En media hora te quiero en mi cama!
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