



APUESTA TRAMPOSA
Cuando Pepe nos reunió a los dos comerciales que dependemos de él no podíamos creer lo que nos estaba proponiendo. A pesar de ser el miembro más joven, tanto por edad como por experiencia de la compañía, fui el atrevido que le preguntó si iba en serio, cosa que confirmó, y si estaba seguro de la apuesta.
-Segurísimo. No sabes lo por culo que dio Gilda cuando te contraté el año pasado, según ella injustificadamente. No sólo le vamos a demostrar lo equivocada que estaba sino que además me voy a cobrar todas sus afrentas, que en siete años han sido unas cuantas.
Javi no dijo nada. Como era habitual en él, se reservó su opinión para un futuro a corto plazo, después de que hubiera masticado y digerido la propuesta. Sería entonces cuando plantearía objeciones, parabienes o simplemente aceptaría.
Esperaba que mi compañero lo comentara con la almohada y más pronto que tarde hiciera recapacitar a mi jefe, pues de no ser así, no tenía nada claro cómo podía acabar el juego y, mucho menos, todos nosotros.
No os diré el nombre de la compañía, pero os aseguro que la marca que comercializamos es muy conocida. Incluso me atrevo a afirmar que todos tenemos algún producto en casa. La central está en Madrid y en Barcelona disponemos solamente de una oficina comercial.
Al tratarse de productos cosméticos y médico-estéticos nuestro público final son mujeres mayoritariamente, pero de unos años hacia aquí los hombres también estamos consumiendo cada vez más productos de belleza y de cuidado personal, así que la balanza masculina ha aumentado paulatinamente, aunque el año pasado apenas supuso el 30% de toda la facturación de la delegación, superior al 23% del resto de España.
Por allí venía la oposición de Gilda a mi contratación. Si tres mujeres comerciales logran el 70% de las ventas, no está justificado tener a tres hombres enfocados en el mercado masculino si éste no llega ni a la mitad del volumen femenino. La justificación de Pepe, director de la delegación, además de responsable último de la gestión de la sucursal fue que el mercado femenino es más maduro por lo que la mayor parte de las ventas son repeticiones y reposiciones, mientras el masculino precisa una fuerza comercial más activa pues debe abrir camino.
Alineándome más con las tesis de mi jefe, también es cierto que tener a dos comerciales picando piedra día sí y día también, le permitía a él vivir mucho más relajado preocupándose únicamente de grandes cuentas por lo que podía dedicarle menos horas al trabajo y más al ocio, que en su caso era el gimnasio y perseguir yogurines.
Por tanto, debo darle una parte de razón a Gilda, la mejor comercial de la compañía, además de la más veterana junto con Pepe, en que cumpliendo cada ejercicio el presupuesto comercial holgadamente, gracias a lo que a fin de año quedaba una bolsa de beneficios estimable que debía repartirse a partes iguales entre los comerciales de la delegación, por qué había que dividir el premio entre 6 cuando podía dividirse entre 5 si el jefe daba el callo.
Por allí venían la mayor parte de las pullas entre los dos, además de la confianza provocada por llevar juntos desde la inauguración de la delegación. La mujer se sentía mejor profesional que nuestro jefe, yo también lo creo, pero debía tragar con decisiones que no compartía o que, como mi contratación, no respondían solamente a una mejora en los resultados, pues tenían un cariz claramente egoísta.
Ante tamaño panorama, había dedicado los nueve meses que llevaba en la compañía a cultivar buenas relaciones con todos los miembros de la oficina, a pesar de la guerra de sexos que se libraba. Tal vez por ello, me parecía descabellado el plan de mi jefe.
También se me antojaba dificilísimo ganar la apuesta, pues ésta se basaba en lograr superar las ventas del sector femenino. Por más que nos esforzáramos los cuatro meses que quedaban de año natural, ¿cómo esperaba Pepe que nuestras ventas fueran superiores a las de ellas cuando el volumen masculino vendido solamente suponía el 36% hasta la fecha?
Eso sin contar que perder la apuesta supondría quedarnos sin un céntimo del bonus de fin de año, unos 30.000€ a dividir entre las partes. Y en mi caso, con 28 años y la premura de mi novia por casarnos, necesitaba los 4 o 5.000€ que podían corresponderme.
Supe que Pepe se lo había propuesto a las chicas por que Patri me llamó al móvil escandalizada. ¡Qué coño se había creído el puto cerdo este! Dos años mayor que yo, no solamente era la compañera con que me llevaba mejor, también era la más guapa con diferencia. Le respondí que a mí también me parecía una locura, que no esperaba que fuera capaz de apostar tan fuerte y que últimamente, parecía haber perdido la cabeza.
El ambiente se enrareció muchísimo los días posteriores, sobre todo desde el momento en que las chicas aceptaron el envite. La verdad es que no me lo esperaba. Había dado por hecho que lo mandarían a la mierda. Pero no fue así. Extrañado llamé a Patri a última hora de la tarde, pero su respuesta me confirmó que se había desatado la guerra total. No solamente me trató con suficiencia y enojo, algo que nunca me había pasado ni creía merecer, es que llegó a amenazarme. Gilda las había convencido segura de ganar la batalla, de machacarnos les había dicho, pero no pensaban contentarse con eso. El siguiente paso sería provocar nuestro despido. Si no lograban fulminarnos a los tres, al menos caería el cabrón de Pepe.
Alucinado, me quedé con el teléfono en la mano un rato, sin acabar de comprender qué coño estaba pasando. Le daba la razón a Patri en que Pepe era un cabrón, pero ¿en qué se había convertido Gilda? ¿En que las estaba convirtiendo a ellas?
La fecha límite era el 15 de diciembre a las 24.00 horas. Todos los pedidos que tuviéramos introducidos en el sistema para media noche contaban para el cómputo final. La victoria se la llevaría el equipo que facturara un céntimo más que el otro. Así de frío, así de claro.
Durante tres meses habíamos picado piedra, aporreado puertas, convocado reuniones, trabajado como cabrones pues nos iba el pan en ello. A todos. Más cuando a mediados de octubre Pepe captó una cuenta monumental, robada a nuestro principal competidor, que nos acercaba al nivel femenino de un modo peligroso para ellas. Hasta ese momento habían estado relativamente tranquilas. En noviembre corrieron como galgos, mientras Javi y yo seguíamos esprintando y Pepe trabajaba más en un trimestre de lo que había trabajado los últimos tres años.
Recuerdo que acabábamos la primera semana de diciembre cuando mi jefe nos dio ganadores. Le dije que las cifras no mostraban eso, que aún estábamos un 6% por debajo y que Gilda aún no había introducido ninguna venta de uno de sus principales clientes. Que en cuanto lo hiciera, se acababa el partido.
Pepe me miró maquiavélico, con aquella media sonrisa tan suya que a Nuria, mi novia, le había parecido asquerosamente sucia cuando lo había conocido una tarde que había venido a buscarme a la oficina, y sentenció:
-Gilda no va a venderles ni un euro más este mes. Le comprarán en enero. Y yo, tengo apalabrado el segundo pedido de mi nueva gran cuenta para el 15 de diciembre exactamente. –La sucia sonrisa se amplió hasta una exagerada mueca de orgullo mientras remataba: -No sabes lo dura que se me pone la polla solo de pensar que en dos semanas voy a tener a aquella zorra de rodillas.
El último día fue una locura. A media noche estábamos todos en la oficina, sin excepción, pero hasta la mañana siguiente, la central no podría mandar el conteo definitivo. Marchamos a casa tensos, angustiados, irritados, acongojados, tanto que no pegué ojo en toda la noche. No podía quitarme de la cabeza la cara de triunfo de Pepe, la tranquilidad con que nos había despachado a todos para casa, la confianza del que se sabe ganador.
Sin duda había gato encerrado.
***
El 16 de diciembre por la mañana había muy malas caras en la oficina. El cansancio había hecho mella en todos, pues era evidente que aquella noche no habíamos dormido demasiado. Pepe, en cambio, se paseaba radiante pavoneándose triunfal. Gilda, confirmándonos su derrota, no apareció por la oficina hasta casi mediodía, cuando se encerró en la sala de juntas con sus chicas, supongo que tratando de calmarlas, pero fue en balde. Patri se mostraba orgullosa pero estaba cruzadísima, Cris salió enjuagándose los ojos.
Nosotros, en cambio, esperábamos ansiosos la confirmación de los resultados. Cuando se verificaron, Pepe convocó a toda la oficina en la sala para tirárselo en cara y cobrarnos el premio. Aprovechando que las chicas tardaron casi diez minutos en entrar, traté de convencer a mis compañeros de condonar la deuda, pues ya habíamos ganado la batalla y podíamos cerrarles la boca para una buena temporada, pero no quisieron escucharme.
-¿A ti te parece que he tramado todo esto para dejarlo correr ahora?
-¿Tramado… a qué te refieres?
Si me faltaba alguna confirmación de los discutibles principios morales de aquel hombre, la obtuve en aquel momento. Pero lo sorprendente para mí fue que Javi también los compartiera, cuando hasta ese momento siempre me había parecido el contrapeso ético al sinvergüenza de nuestro jefe.
-Llevas poco tiempo en la empresa y no has tenido tiempo de sufrir las malas artes de aquella hija de puta. Empezó conmigo en Madrid, pero como era de aquí insistió mucho en que montáramos una delegación en Barcelona. Cuando lo hicimos dio por hecho que la dirigiría ella, así que cuando se encontró con que no sería así me puso todas las zancadillas que pudo. No sabes la de mierda que me ha hecho tragar, así que ahora será ella la que tragará.
-¿Y eso incluye a Patri y Cris?
-Daños colaterales. Además, ellas han participado, ¿no? Aceptaron el juego, ¿verdad? Pues ahora que se jodan. O mejor, las jodemos nosotros.
En ese momento entraron las chicas. No sé si llegaron a oír el amistoso discurso de Pepe, pero daba igual. El ambiente era muy tenso. Gilda trató de terciar.
-Bueno habéis ganado. Así que nos toca llegar a un acuerdo de pago…
-El acuerdo de pago está muy claro y las condiciones están firmadas por las tres –la cortó Pepe. Yo desconocía ese punto.
-Ya, pero no pretenderás…
-Pretenderé lo que está firmado –sentenció imperativo. Después de una pausa en que el silencio solamente era interrumpido por respiraciones nerviosas y alguna garganta anudada tratando de tragar, continuó: -Así que estamos aquí solamente para acordar los términos del pago.
Las chicas se miraron aterradas, sobre todo Cris, pero también Patri, que esta vez sí buscó mi apoyo después de más de dos meses maltratándome. Javi las miraba con el mismo desdén que Pepe, pero yo no fui capaz. Todo me parecía una locura. Iba a decir algo, cuando Gilda contraatacó acusadora.
-Eres un cabrón. Un cabrón y un cerdo. Además, has hecho trampas, estoy convencida que has manipulado las ventas de algún modo. Si no, ¿cómo explicas que me hayan diferido la compra hasta enero?
-Por la sencilla razón que el pedido de julio fue más alto de lo normal y porque llevan todo el año con problemas de liquidez. Si conocieras más a tus clientes en vez de ir a saco siempre, lo sabrías.
-Hijo de puta. Planeaste todo esto a sabiendas que perderíamos. Eres un puto tramposo y nadie le pagará nada a nadie –gritó.
Pepe no se inmutó. Se estaba relamiendo en su triunfo. Como colofón, sacó dos copias de un documento impreso en que habían especificado los términos de la apuesta y el pago acordado, firmado por las tres chicas. ¿Cómo podían haber sido tan cortas para firmar eso?
-Reitero que deberías haber conocido esa información –aclaró en el tono más calmado que le había oído en mucho tiempo. –También forma parte de tu trabajo. Trabajo que perderás, que perderéis, si este documento llega a manos de la Central. –Hizo otra pausa, antes de clavar la daga definitivamente. –Eso sin contar lo que dirán vuestras parejas cuando lo reciban.
Las lágrimas comenzaron a fluir por las mejillas de Cris, casada y madre de una niña de tres años, solamente fue capaz de implorar un lastimero Pepe, por favor, antes de abandonar la sala a la carrera. Patri también tenía los ojos acuosos pero el orgullo frenaba sus lacrimales. Gilda hervía, cual animal salvaje acabado de cazar.
***
Normalmente viajábamos a Madrid a la cena de fin de año que se celebraba el último viernes anterior a Navidad. Los años anteriores habían tomado un avión o el AVE a primera hora de la tarde para llegar con tiempo, dejar los trollies en el hotel y participar en la fiesta. Este año, la organización iba a tener una ligera variación.
Para empezar no viajamos juntos. La división masculina tomó un tren a media mañana, mientras ellas debían llegar a Atocha sobre las 4. El pago había sido acordado para aquella tarde, a pesar de que Pepe les había propuesto realizarlo antes en Barcelona. Declinaron la oferta, o al menos eso dijo Gilda.
Comimos los tres juntos al llegar, mientras mi jefe se relamía orgulloso de la estrategia tomada. Ante el apoyo inquebrantable de Javi, comprendí que yo había sido el único miembro del equipo completamente desinformado. Además de las chicas, claro. Según me explicaron, a finales de julio Pepe supo que no habría segundo pedido del cliente principal de Gilda, cuando se reunió con ellos para analizar los problemas de pago que estaban teniendo. Esa fue la condición para validarles el pedido. Así que cuando a primeros de septiembre captó la cuenta principal de uno de nuestros competidores, sabedor de que se formalizaría en octubre, se lanzó a la yugular de las chicas.
Objeté que había jugado sucio, apostando con cartas marcadas, a lo que me respondió:
-Así es. ¿Me crees tan imbécil de plantear una apuesta como esta sin saber de antemano que la voy a ganar? ¿Por qué crees que yo soy el director de la delegación y no lo es Gilda?
Las habitaciones eran amplias, triples las dos que nos había reservado la empresa en plena Castellana, así que después de comer nos encaminamos a la nuestra. Ellas debían aparecer a las 5 de la tarde, dándoles media hora de margen por si había algún retraso en el tren o el tráfico las demoraba.
Apuraron su tiempo, la verdad es que no era para menos, así que a las 5.30 llamaron a la puerta de nuestra habitación. Entraron las tres raudas, dispuestas a acabar con el juego lo antes posible, pero pronto se dieron cuenta de que Pepe no iba a ponérselo fácil.
-Así no. Dudo que os hayáis presentado nunca a una cita tan informales, así que no os queremos recibir en tejanos. Queremos que estéis guapas, seductoras, así que os damos otros 30 minutos para que aparezcáis como es debido, con el mismo vestido que os pondréis esta noche en la cena. -Las tres mujeres lo miraron desconcertadas, Gilda llegó a esbozar un gesto de tú qué te has creído, pero cuando iba a verbalizarlo, Pepe blandió los documentos firmados, añadiendo: -¿No querréis que esta noche los saquemos ante sesenta compañeros y vean lo que estáis dispuestas a hacer para vender?
Cuando abandonaron la sala me sentí el ser más inmundo del planeta. Podía haberme ido, abandonado el juego, pero la amenaza de mi jefe había sido la obligación de perpetrar tamaño disparate los tres juntos. O los tres, o ninguno. Y ninguno significaba sacar el documento y joderles la vida. Como si no fuéramos a jodérsela ya, pensé.
No sé si eran las seis pasadas cuando entraron en nuestra habitación, perfectamente maquilladas, atractivas y sugerentes. Gilda vestía de una sola pieza en azul eléctrico, entallado, con un escote en V discreto y las mangas al descubierto. Patri había optado por un conjunto de falda corta y blusa tres cuartos en tonos beige y marrones que le marcaban un culo espectacular. Cris también llevaba un vestido de noche, con un poco de vuelo en las caderas tratando de disimularlas pues eran un poco anchas.
Las víctimas se quedaron de pie en el centro de la habitación, mientras Pepe las devoraba con la mirada sentado desde el sillón individual cual emperador romano. Javi estaba sentado al borde de una de las camas, también con ojos hambrientos, mientras yo permanecía de pie en un rincón, tan abochornado como ellas.
-Hemos puesto nuestros nombres en esta bolsita, –comenzó mi jefe señalando la que sostenía Javi –así que en el orden que os parezca oportuno, deberéis sacar un papel cada una. El nombre que saquéis será vuestra pareja de baile –explicó soltando una risita que Javi secundó. –Pero antes, qué os parece si de una en una dais una vuelta sobre vosotras mismas para que podamos admirar con detalle a la jaca que nos vamos a calzar.
Qué, cómo… las chicas se miraron entre ellas, hasta que Gilda inició una protesta, esto es demasiado, que Pepe cortó de raíz.
-No sólo lo vais a hacer por orden jerárquico, -la cortó mirándola fijamente –sino que cuando Patri haya acabado, elegiréis vuestro premio, prepararéis una copa de cava, -señaló la botella con tres copas que había en la mesita del mueble bar –y se la traeréis a vuestro galán.
Aún tuvieron que pasar interminables segundos para que la función comenzara. Si el juego de por sí ya era ultrajante, el comportamiento de Pepe buscaba humillarlas.
Gilda giró sobre sí misma lentamente, como le había ordenado, mientras tenía que oír los comentarios obscenos de nuestro jefe, jaleados por Javi. Aún tienes un buen culo para haber cumplido los 40, no veas las ganas que tengo de ponerlo en pompa. Cris tuvo que soportar que alabara sus tetas, la de cubanas que habrás hecho con ese par de maravillas, así como sus labios, pues son los más carnosos de las tres. En Patri todo fue degradantemente sucio. Supongo que ser la tercera conllevaba que ambos estuvieran desbocados, pero ser la más joven y guapa, de cuerpo espectacular, provocó que no dejaran centímetro sin agasajar.
Por las caras de las dos jóvenes, esperaba que rompieran a llorar en cualquier momento, pero aguantaron el tipo. Supongo que la dignidad es lo último que intentas mantener.
Gilda resopló sonoramente, avanzó hacia Javi que le tendía la bolsita, metió la mano y sacó un papel con un nombre, lo leyó y se dirigió decidida hacia el mueble bar. Mientras descorchaba la botella, Cris tomó su papel sin poder evitar un lamento al leerlo. Patri recogió el suyo, seria, para dirigirse a coger una de las copas que su jefa había preparado.
Como no podía ser de otro modo, Gilda lideró la comitiva dirigiéndose hacia mí. Me tendió la copa, que cogí temblando mientras un nudo en el estómago no me dejaba soltar prenda. Vi como Cris se acercaba a Pepe con los ojos acuosos, mientras Patri avanzaba hacia Javi aún orgullosa.
Aunque fui el primero en recibir a mi presa, fui el último en moverme. Mis piernas no respondían pues tiritaban. Mi jefe, en cambio, se había levantado del sofá para sobar a Cris sin misericordia. Ésta giró la cara cuando quiso besarla, lo que cabreó a Pepe que le soltó, tú misma, si tus labios no quieren probar los míos probarán otra cosa. En un gesto brusco le bajó las tiras del vestido hasta que sus amplios pechos aparecieron ante él, pues también había arrastrado el sujetador. Se lanzó a devorarlos, qué pedazo de tetas tienes cabrona, mientras Cris cerraba los ojos supongo que tratando de huir mentalmente.
Viendo mi pasividad, Gilda me había tomado de la mano y tiraba de mí para que la acompañara al sofá ordenándome, vamos a acabar con esto de una vez. Caí medio tumbado sobre él, mientras la decidida mujer hurgaba en mi cinturón y bragueta. Cuando metió la mano dentro notó mi miembro aún dormido, así que lo pajeó experta. Nuestras miradas se encontraron. Sin necesidad de verbalizarlo, ambos supimos que ninguno de los dos quería hacer lo que estaba haciendo pero que no nos quedaba otra. Posó sus piernas sobre el sofá, una rodilla a cada lado hasta quedar sentada sobre mí, se bajó el vestido asomando pechos pequeños pero bien formados para pedirme, sóbame. Obedecí, con ambas manos primero, acercando los labios a continuación, mientras su mano mantenía mi hombría asida tratando de despertarla.
Estuvimos un rato hasta que decidió avanzar pues yo no respondía con la celeridad esperada. Se levantó, dejó caer el vestido al suelo, a un lado, quedando ante mí en tanga y medias con goma hasta medio muslo. Aunque tenía un poco de tripa, la mujer seguía estando buena, además de atesorar aquella clase que distingue a las mujeres con buena posición social. Se arrodilló ante mí, me quitó zapatos, calcetines, pantalón y bóxer y engulló mi polla.
Ya estaba a media asta pero el excelente trabajo oral de la mujer la despertó instantáneamente. Además, ver o mirar siempre me han ayudado en los juegos amatorios, así que la imagen de mi polla desapareciendo entre los expertos labios de la directora comercial de la compañía me puso verraco.
Un lamento de Cris me hizo levantar la vista. Como era de esperar era la que peor parte se estaba llevando. Estaba sentada al borde de la cama con la cara incrustada entre las piernas de Pepe que la sujetaba del cabello. La posición diagonal del sofá me otorgaba una excelente visión de la boca de la mujer siendo profanada sin piedad. Otro quejido, acompañado de una arcada, fueron el preludio de lágrimas que surcaron sus mejillas mientras trataba de detener el asedio.
-Pepe, por favor, basta, te lo haré con las tetas si quieres…
-Chupa y calla zorra, ¿o prefieres que te dé por el culo? -Iba a responder algo más pero la polla de mi jefe se lo impidió de nuevo provocándole otra arcada.
Cambié de panorama. Más a la derecha, en la última cama, Patri estaba completamente desnuda tumbada boca arriba mientras Javi le lamía el sexo. La chica tenía la cara girada hacia la pared, así que no sé qué estaba sintiendo, pero la posición inerte de sus brazos paralelos a su cuerpo, no presagiaban nada bueno. En ese momento, mi compañero se levantó agarrándose la polla para acercarse a la chica y penetrarla. Ella le dijo algo tratando de cerrar las piernas, pero no pude oírlo pues los exabruptos de Pepe nos silenciaban a los demás, pero Javi negó, también con la cabeza, así que pude leer claramente un cabrón de los labios de Patri. Mi compañero entró en mi compañera en un gesto seco y decidido, mientras la chica tensaba la espalda y profería un gemido. ¡Joder, qué buena estaba!
Gilda había bajado a mis huevos lamiéndolos con más ganas de lo que yo esperaba. Tal vez fuera profesionalidad, tal vez ganas de acabar cuanto antes, pero me estaba propinando una de las mejores mamadas de mi vida.
-Venga, ya estás a punto para follarme –me soltó incorporándose y bajándose el tanga. Mientras, Pepe acababa de cambiar a Cris de posición, ordenándole ponerse en cuatro como una perra, le levantó el vestido para liberar aquellas nalgas anchas, le arrancó las bragas en un violento gesto que la hizo chillar tímidamente, para acercarse arma en ristre. Se la clavó con ganas comenzando un duro vaivén que mecía aquel par de ubres adelante y atrás mientras la agarraba de la cabellera y le ordenaba ordéñame vaca.
Gilda había visto la escena igual que yo, pero no le importó o prefirió obviarla. Se encajó sobre mí y comenzó la montura. No llevaba condón ni ella había hecho referencia a él, en otro acto vejatorio perpetrado por nuestro jefe, así que la nítida fricción en aquel sexo cálido y encharcado y la excelsa preparación oral a la que me había sometido iban a provocar que no durara nada. Se lo avisé. Aguanta un poco, me pidió, no me dejes a medias. Pero no pude.
Mis gemidos acompañaron a los de Gilda, lastimeros los suyos pues me corrí demasiado pronto. Ella no se detuvo, siguió montándome unos minutos buscando su propio placer, pidiéndome sigue, sigue, sóbame las tetas. Obedecí mientras la mujer cambiaba de ritmo, enlenteciendo, girando en círculos, buscando mayor fricción. Incluso bajó la mano para acariciarse el clítoris.
En ese momento, Patri cruzó la estancia con la ropa en la mano. Miré hacia Javi, que descansaba tumbado. Gilda también giró la cabeza, antes de levantarse. Pensé que ya habíamos acabado, cuando arrodillándose me dijo, eres el más joven, no puedes dejarme a medias. Volvió a engullir mi polla chupando sonoramente, mostrándome mucho la lengua que recorría mi miembro limpiándolo. Sabe a semen, dijo antes de metérsela entera de nuevo.
Pepe también acabó en ese momento. Zorra, perra, vaca y puta sonaron claramente llenando la sala mientras percutía desde detrás agarrándola de las caderas. En cuanto se desencajó, Cris escapó corriendo llorando a moco tendido. Mi jefe, en cambio, se sentó orgulloso al filo de la cama mirando como su rival me devoraba. Me guiñó un ojo, sonriendo ampliamente. Su mirada debió haberme puesto sobre aviso, pero lo que no vi, pues Gilda volvía a su posición anterior de jinete, fue el gesto que le dedicó a Javi. Sin duda, una propuesta irrenunciable.
Yo volvía a tener la polla bien dura, Gilda gemía satisfecha cabalgándome, acercándose al orgasmo que tanto ansiaba, cuando noté dos sombras cerca. Mi posición me permitió ver parcialmente a mis compañeros, Javi a la izquierda de la mujer, Pepe detrás. Ella, en cambio, estaba concentrada en sus sensaciones, gimiendo con los ojos cerrados, frotándose el clítoris, hasta que cuatro manos la despertaron.
Javi la agarró venciéndola hacia mí, inclinándola, mientras Pepe la sujetaba de las caderas. Ordenándome, no se la saques, sigue follándola, apuntó su pene hacia ella. Gilda giró la cabeza, alarmada, mientras gritaba soltadme. Noté claramente como Javi hacía más fuerza, para que no escapara, mientras Pepe buscaba el objetivo.
-No, eso no. Soltadme hijos de puta -gritaba la mujer, pero la respuesta de mi compañero, quieta zorra, y la de mi jefe, una nalgada que debió dejarle los cinco dedos marcados mientras le aconsejaba estarse quieta si no quieres que te rompa el culo por las malas. –Por favor eso no, por favor. Follarme los tres si queréis, pero eso no…
Un grito desgarrador anunció a los cuatro vientos que la respuesta de Pepe a los ruegos de Gilda había sido, eso sí. La mujer trataba de removerse, insultándonos, gritando, pero no había nada que pudiera liberarla. Pasivamente, yo la tenía sujeta. Activamente, Javi y Pepe la tenían empalada. Hundió la cara entre mi hombro derecho y el sofá ahogando gritos y jadeos.
Por más cerca que hubiera estado del orgasmo, esto no le estaba gustando. Supongo que optó por dejarse hacer esperando que todo acabar lo antes posible. Yo notaba perfectamente la estrechez de su vagina, multiplicada por la entrada paralela. Las sensaciones no eran tan placenteras como cuando me la había chupado, qué maravillosa felatriz, pero mejoraban en mucho la penetración precedente. Instintivamente me seguí moviendo, al compás de las estocadas de Pepe.
Tuvo que hacérsele largo a Gilda pues el sodomita tardó un buen rato en correrse, varios minutos más que yo, aunque no desalojé la cueva. Pero creo que lo peor no fue el dolor rectal. Mi jefe se estaba cobrando afrentas pasadas.
-No sabes las ganas que tenía de joderte zorra, de darte por el culo como a una vulgar perra. A partir de ahora, cada vez que me mires, cada vez que me hables, notarás mi polla en lo más hondo de tu ser –le bufaba agarrándola del cabello.
Cuando Pepe acabó, la mujer suspiró aliviada, aunque yo sabía que el suplicio aún no había finalizado. La cara de Javi, ansiosa, era diáfana. Gilda trató de levantarse, pero mi compañero la detuvo, ¿dónde crees que vas?
-No, por favor, basta. No aguanto más.
-Yo también quiero mi parte, puta.
-Por el culo no, por favor. Duele muchísimo. –Fuera debilidad de la mujer, fuera la fuerza de Javi empujándola, esta quedó arrodillada en el suelo suplicando, así que propuso: -Te la chupo ¿vale? Podrás correrte en mi boca y me lo tragaré todo ¿vale?
Agarró la polla del chico y se la comió decidida, chupando sonoramente, supongo que tratando de demostrarle que sus habilidades le proporcionarían un orgasmo más intenso. Durante unos minutos, parecía que Gilda se había salido con la suya, hasta que Pepe terció.
-¿Qué tal la chupa la zorra?
-De maravilla, tío.
-Ven aquí, déjame probar –ordenó agarrándola del pelo. Pero Gilda, soltándose con la mano derecha, se negó aduciendo tú ya estás. –Yo estoy listo cuando yo decido que estoy listo –respondió mi jefe agarrándola con más fuerza.
Los ojos de Gilda se cruzaron un segundo con los míos, resignada, antes de meterse la polla más odiada del planeta en la boca. Instantáneamente, se la sacó de la boca pues una profunda arcada le sobrevino.
-¿Sabe a mierda, verdad? –Se rió Pepe. –Debería gustarte, es tu mierda, la de tu culo. Venga, continúa, límpiamela –ordenó agarrándola del pelo de nuevo.
Gilda suplicó en todos los idiomas que conocía, arrodillada, pero fue en balde. Además, una promesa del abusador pareció convencerla. Límpiamela y no te daremos por el culo otra vez.
Las arcadas eran constantes, únicamente no le sobrevenían cuando le lamía los huevos, o cuando cambiaba de polla, pues la de Javi no estaba sucia. Pero Pepe seguía abusando de ella verbalmente, ¿te gusta lamer mierda, zorra? ¿Con estos labios besarás a tus hijos? Nunca olvidaré esta estampa, de rodillas comiéndome los huevos.
Hasta que una nueva arcada, provocada por la brutal penetración que mi jefe le acababa de endosar, casi la hace vomitar. No llegó a hacerlo, aunque sacó bilis y saliva. Tal vez tenía el estómago vacío, no lo sé, pero quedó desmadejada con la cabeza gacha, entre los brazos, y la grupa levantada.
-Basta, por favor basta –es todo lo que oíamos.
Decidí intervenir. El juego hacía mucho rato que había pasado de castaño oscuro, si no lo hizo ya antes de empezar. Ya está bien, afirmé levantándome del sofá y acercándome a ella para levantarla y sacarla de allí. Pero mis compañeros, por llamarlos de algún modo, me detuvieron. Quieto ahí.
– Ya os habéis cobrado todo lo cobrable, con creces.
-Yo aún no me he corrido y también quiero darle por el culo a esta hija de puta. Se lo merece.
Insistí, con vehemencia incluso, acusándoles de violadores, pero Pepe me detuvo en seco con un ¿y tú qué eres? ¿Qué acabas de hacer también? ¿O es que no has participado? Quise irme, pero también me lo impidieron. Juntos hasta el final, sentenciaron.
Pepe arrastró a la pobre mujer hasta el sofá, haciendo caso omiso de sus llantos y quejidos, la sujetó boca abajo para que ofreciera sus nalgas al siguiente y ordenó a su compinche, venga, ¿a qué esperas? Reviéntale el culo a esta zorra.
Gilda aún tuvo arrestos para luchar unos segundos, forcejeando con las manos hacia atrás, pero solamente le sirvió para posponer el desenlace. Gritó a pulmón lleno cuando Javi entró, pero ahí murió su fuerza. Solamente le quedó energía para llorar mientras la sodomía siguió su curso.
Traté de ayudarla a levantarse, pero me rechazó con aspavientos. Sólo me permitió darle la ropa, pues de pie, le fue imposible agacharse.
***
Cris no apareció en la cena. Nunca más supe de ella, pues tampoco se presentó a cobrar el finiquito las semanas siguientes. Parece que le mandaron toda la documentación directamente a casa.
Gilda tenía mala cara, estoy muy cansada estos días, se excusaba, pero una buena capa de maquillaje había logrado disimular el trago. Durante la cena fue incapaz de mirarnos a los ojos a ninguno de los tres. Las semanas siguientes, trató de volver a tomar la iniciativa en el trabajo, pero ante cualquier duda o discusión que tenía con Pepe, éste apelaba a sus excelentes labores orales y le preguntaba por su conducto posterior, literal. Así la desarmaba.
La sorpresa me la llevé con Patri, que se comportó como si nada hubiera pasado durante la cena, altiva y orgullosa como solía ser siempre, también en las reuniones en Central donde era conocida como La Guapa o La Princesa.
Estábamos tomando una copa en el bar del Ave, desierto a aquellas horas pues habíamos pospuesto nuestra vuelta a Barcelona en el último del sábado, cuando Pepe le preguntó a Javi por el polvo con Patri.
-Una mierda. Con lo buena que está, es lo más soso del mundo. Se desnudó, se abrió de piernas y aquí te espero. Nada más. A parte de haberle sobado aquel par de perfectas tetas hasta que se me pelaron las manos, solamente me queda el consuelo de haberme tirado a la más guapa de las tres.
-No te niego lo de sosa, un poco lo es, pero si le das el aliciente adecuado también sabe currárselo.
-¿A qué te refieres? –preguntamos al unísono.
Una amplia sonrisa se le dibujó en la cara, sí, la que mi novia calificó de sucia, orgullosa según él, dio un largo trago al gin-tonic que se estaba tomando para hacerse el interesante hasta que se explicó:
-Ayer no solamente me tiré a la mojigata y a la zorra. –No nos hizo falta que especificara a quien se refería. –También puse de rodillas a la princesita de la empresa.
-¿Cómo? –abrimos los ojos como platos.
-Muy fácil. A una tía tienes que darle las motivaciones adecuadas. ¿Por qué os pensáis que algunos vejestorios van con zorritas más guapas que esta? Muy simple, porque les dan lo que quieren. Dinero, estatus o poder. Patri no es distinta. –Dio otro interminable trago. –Ayer por la noche, bastante tarde, sobre las tres o las tres y media, me la llevé un momento a uno de los baños de la planta de arriba de la discoteca, en la zona vip donde no había nadie. Y allí, la puse de rodillas. Al principio tuve que amenazarla con el documento firmado. Se negó al principio, claro, que ya habían pagado la apuesta, pero insistí un poco así que se dio la vuelta apoyando las manos en la pared y, dándome la espalda, me dijo que lo hiciera rápido. Así no, le dije. Quiero que me la chupes. Eso ni hablar, me contestó girando la cabeza orgullosa. Hasta que solté el segundo argumento. Si lo haces ahora, te convertirás en la nueva directora comercial de la empresa, por encima de Gilda. Cuando, en vez de negarse de plano me preguntó ¿y ella? Supe que ya la tenía arrodillada. Me la voy a cargar, le prometí. No veas como chupaba la puta, no es tan buena como Gilda, pero entre las ganas que le ponía y correrme en su boca agarrado a aquel par de tetas perfectas… ¡Qué pasada! Se ha ganado el puesto.
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Aquí os dejo el link del primer libro que he autopublicado en Amazon.es por si sentís curiosidad. Son 12 relatos inéditos con un personaje común.
La espalda le dolía demonios y le costaba acomodarse en el sillón de su oficina. El comisario Riviere había tenido una discusión con su esposa la noche anterior, que terminó no sólo por sacarle el sueño, sino también le valió una noche en el sofá, causa principal del dolor mencionado.
“Estoy seguro que me recuerda. Hace dos meses me llevé a las dos hijas del juez Saavedra por venganza. Ya ve, cosas que suceden cuando quieren cerrar mis instalaciones y ponerle precio a mi cabeza, ni qué decir de esa cadena perpetua de mierda a la que quiso condenarme. Que se joda el hijo de puta, por hijo de puta. Así que entenderá mi deseo de que se comuniquen con el Juez para que vea cómo le van a sus dos nenas. La transmisión comenzará en… menos de nueve minutos… estoy seguro de que su padre no querrá perdérselo.”
– Sí, bueno, Señor Juez, él me recomendó que si surgía un acontecimiento similar al que vivió… pues lo mejor era mantenerlo al margen. Pero sé, como soy también padre de familia, cuán difícil es vivir día a día sin saber dónde pueden estar sus hijas… por eso, Señor Juez, decidí llamarlo.
– ¡Hijo de puta!
“Continuemos, su adorada Sofía tiene un tatuaje hermoso justo encima de su coño; “I love dicks” Me dio mucha gracia cuando lo vi, es que cuando la trajimos aquí, la estúpida lloraba cada vez que la traíamos en la fábrica para follarla en grupo… ¿quién diría que al final le terminaría gustando los “dicks”? Debo decirle otra cosa, a Sofía le encanta comer su arroz dentro del coño de su hermanita, ¿verdad que sí, preciosa? Me encanta cuando sonríe su nena… ¿verdad que comes el arroz que metemos dentro de la almeja de tu hermanita?, arroz con jugo de coño… ¿Y te gusta también chupar el semen del perro dentro del culo de ella?, ¿te encanta, no?, hala, ¡ésa es mi puta!”
EL MEDICAMENTO
Perecet le miraba con media sonrisa dibujada en la cara mientras Miguel exponía sus argumentos. Cuando hubo acabado le puso una mano en el hombro y acercó su cara a la del muchacho hasta que pudo verle los granos de la nariz.
-Tu madre es enfermera, ¿Verdad?
-No te corras dentro. –gritó Miguel. –por favor no me dejes tu semen dentro.
La vistió y la dejó en el mismo estado que la había encontrado, apagó la luz de su dormitorio y se fue a buscar a su anfitrión.
“Bueno, bueno, lamento que mis hombres estén desgarrando tan cruelmente sus ropas, pero como que las putitas no quieren cooperar. ¡Ah! Mire a la menor, ¿cómo se llama? Sí, sí, Marisol. Su uniforme de colegiala no le favorece en absoluto, qué muslos se manda, las tetas bien prominentes, más que las de su hermana mayor Sofía, que es una universitaria bien atractiva pero de escasas curvas, ¡qué cuerpos bronceados se mandan los dos! Estará orgullosa la señora Saavedra por haber engendrado tamañas putitas, ¿no? Vea cómo se tapan sus partes privadas, las tetas con un brazo y su entrepierna con el otro, miran con pavor a mis hombres. Las veo demasiado flacas, supongo que se cuidaron mucho, crecieron en salones de belleza y gimnasios, típicos de las hijitas de gente rica como usted… ah, no, mire a mi compañero, el gordo grasoso, quiere introducirle el dedo corazón entre las piernas a la colegiala. Ahí la están sujetando para abrirle las piernas… ¡cómo se retuerce la nena, no quiere! Mire ahora, otro de mis hombres se está retirando su cinturón… ahora lo está doblando. ¡Parece que le va a azotar! Qué bestias son mis hombres, en fin. Ahí se acerca y… ¡Uh! El cinturón golpeó entre sus tetazas ¡Eso debe doler! ¡Cómo llora la putita! Bueno, al menos ya entiende que debe quedarse quieta, el gordo le está metiendo el dedo… vaya, como que le cuesta introducirlo. Seguro tiene un agujerito de lo más apretado… bueno, eso va a cambiar hoy.”
El joven dirigió su mano al hinchado botón de la mujer para friccionarlo duramente, pero ordenándole que ni se le ocurriese gritar. La señora Saavedra no pudo evitar llegarse mientras veía a sus hijas protagonizando una auténtica película de porno duro, empezó a temblar y emanar flujos a borbotones;
“Mire nuevamente a la colegiala, arrodillada frente al sofá, lamiéndosela al gordo mientras sus manitos pajean los sexos de otros dos hombres que están a sendos lados de su cuerpito, todo ello lo hace a punta de pistola. Observe cómo sus lágrimas y mocos se mezclan con el semen del hombre al que se la chupa, pobrecita, y eso que la punta del pene apenas entra en su boquita. Ese rostro de resignación de la nena no tiene precio. Por cierto Señor Juez, me parece curioso, cuando su empleada nos abrió las puertas, nos
encontramos a la nena estudiando “Lengua Castellana” en su cuarto… vaya, qué giros da la vida, ahora le estamos ayudando a usar la lengua a la putilla… ¿ve que al fin y al cabo somos buenas influencia, señor Juez?”
El comisario Riviere ya había recibido varios informes de su grupo desplegado en el edificio, iban varios los pisos requisados pero no encontraban al sospechoso. Sólo encontraron un par de camareros, pero eran todos reconocidos por el administrador como sus empleados. El hombre decidió tomar la posta del asunto y empezó a ayudar en la búsqueda en los pisos que aún faltaban.
En efecto, reposaron al perro sobre la espalda de Sofía y ordenaron a la muchacha – a punta de pistola – que envíe el erecto pene del perro en su agujero que ella desee. Lógicamente la joven no estaba como para captar órdenes, así que uno de los hombres se puso un guante y llevó el sexo del can en su trasero. Fue filmada cerca de diez minutos con el perro bombeándola violentamente y rasguñándole la espalda con sus patas hasta que Sofía chilló ensordecedoramente, con su rostro enrojecido y bañado en lágrimas y sudor… al parecer el perro estaba trancado a ella y empezaba a tirar semen en sus tripas.
Los tipos no pudieron evitar mirar mi culo ni mis tetas y eso lejos de agradarme, me enfadó porque me parecía inconcebible que se fijaran en una cría que bien podía ser su hija. Afortunadamente ese mal rato acabó en cuanto crucé la puerta que salía al exterior ya que esos malditos prefirieron quedarse bajo el aire acondicionado del hall.
Todavía sintiéndome sucia por el modo que esos babosos me habían mirado, me tumbé en una hamaca y me puse a darme crema mientras echaba un vistazo a mi alrededor. La piscina estaba casi vacía. Únicamente un matrimonio chino jugaba con su hijo en la parte menos profunda. Eso me dio la tranquilidad de esparcir el bronceador por mis nalgas.
Con lágrimas en los ojos y mirando su figura en esa pequeña pantalla, pregunté qué era lo que quería de mí. El malvado soltó una carcajada y respondió:
Os juro que no había asumido esa sensación como producto del afrodisiaco y por eso me quité el jersey, mientras seguía tenedor a tenedor disfrutando de la lasaña. Pero cuando el calor seguía en aumento y ya me sobraba la corbata de colegiala, asustada comprendí la razón de tal sofoco. Aterrorizada y dejando al lado el dichoso plato, luché durante unos segundos que me parecieron eternos contra esa calentura química.
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
Para los que no hayáis leído la primera parte, me llamo Esthela y para mi desgracia, durante un viaje de placer fui secuestrada por un millonario texano que me recluyó en una finca. Allí, he sufrido humillaciones de todo tipo: teniendo todo a mi disposición, debía de pagar en carne por ello. De forma que he sido su conejita de laboratorio y mediante hormonas, me ha convertido en una vaca lechera a la que ordeña a su antojo.
Mis días han sido una sucesión de agravios, dolor y sexo. Para comer he tenido que mamársela, dejar que me sodomice y solo he mantenido mi virginidad a salvo porque ese malvado dice que la tiene reservada para un evento especial. Aunque no me he atrevido a preguntar cuándo va a hacer uso de ella porque temo su respuesta, sé que pronto lo averiguaré y que lo que ha planeado no va ser de mi agrado.
Os lo digo porque mi “dueño”, así quiere que le llame, hoy me ha traído ropa y me ha ordenado que me la ponga para dormir. Nada más verla, comprendí que esa túnica blanca podría ser mi “traje de novia y que con ella, ese pervertido me va a desflorar y quitar con ello, la poca autoestima que me queda.
¡Odio a ese cabrón! Ojala tuviera fuerzas para suicidarme y que terminar así con mi sufrimiento…
Mi despertar en unas ruinas.
A la mañana siguiente desperté completamente desnuda en una especie de catre. Recordaba haberme vestido con la túnica que me entregó mi secuestrador por lo que alguien debió de quitármela. Durante unos segundos dudé si esa habitación era parte de la finca pero rápidamente comprendí que estaba en una choza al ver a través de los huecos de los troncos que sostenían el tejado, que estaba en mitad de la selva.
«¡Hay gente!», exclamé esperanzada al oír voces en el exterior.
Creyendo que me había liberado, no me importó el salir corriendo sin nada que me tapara. Nada más irrumpir al exterior, se me cayó el alma a los pies al descubrir que estaba en mitad de la selva, dentro de una especie de aldea. Viendo que había un grupo de mujeres de aspecto oriental en una de las chozas, me acerqué a donde estaban y les pregunté:
-¿Dónde estoy? ¿Pueden ayudarme?
Las indígenas me miraron y mediante señas me hicieron entender que no me comprendían. Insistiendo, repetí mis preguntas en inglés con el mismo resultado, para ellas mis palabras eran ininteligibles. Casi llorando intenté explicarle que me habían secuestrado y que necesitaba su ayuda, pero lo único que conseguí fue que con una sonrisa una de las más ancianas me diera agua en un cazo de barro.
-No tengo sed, ¡lo que quiero es volver a casa!- grité derrumbándome al saber que ese sujeto había planeado todo y que me había dejado esperanzarme para que así fuera todavía más duro el saber que seguía en sus manos.
Sentada en un tronco, me dejé llevar por mi angustia y comencé a sollozar desconsoladamente mientras esas mujeres me sonreían. Su actitud amable lejos de confortarme, azuzó mis llantos y durante largo rato, no hice otra cosa que llorar hasta que una joven de ojos rasgados se acercó a mi con un crio en sus brazos.
– Cho bú, cho bú- me pidió.
Al no comprender que era lo que quería, me la quedé mirando y entonces, me pasó al bebé mediante gestos me explicó que quería que le diera de mamar. Estaba a punto de negarme cuando el puñetero enano al sentir mis pechos repletos, llevó su boca hasta uno de mis pezones y se puso a chupar con desesperación. La sensación de esa boquita mamando de mi teta me gustó e incluso solté un suspiro, al notar que al vaciar mi seno estaba rebajando el dolor que sentía al tenerlo lleno.
Todavía no me había acostumbrado a tener al crio colgado de mi pecho cuando otra madre viendo que del otro brotaba un chorrito de leche, trajo a otro crio y lo puso también a mamar. La sorpresa de sentirme ama de cría me paralizó y aunque estaba indignada, no pude reaccionar al saber que dependía de la buena voluntad de los habitantes de ese poblado para sobrevivir. Mi decisión resultó acertada porque mientras los dos bebés me ordeñaban, llegó otra indígena con un plato de frutas y sin pedirme opinión, comenzó a darme de comer en la boca.
«Me están cebando para obtener mi leche», comprendí desesperada cuando la madre del chaval viendo que el niño ya se había atiborrado lo recogió, cediendo su puesto en mis tetas a los retoños de otras dos mujeres que esperaban haciendo cola frente a mí.
Humillada hasta decir tuve que aguantar que, de dos en dos, los pequeños de la aldea mamaran de mis pechos hasta que consiguieron vaciarlos. Al darse cuenta que ya habían ordeñado todo su contenido, las mujeres cogieron a su hijos y reanudaron sus labores cotidianas, dejándome allí tirada.
«Para ellas, ¡soy ganado!», comprendí mientras volvía llorando a la choza en la que desperté y aunque fuera por un momento, eché de menos a mi captor porque al menos él era uno.
No llevaba ni diez minutos, escondida y llorando mi desgracia en la penumbra de esa cabaña cuando un ruido en la entrada me hizo levantar la mirada. Al hacerlo descubrí a dos muchachos todavía adolescentes observándome desde la puerta. En sus ojos detecté un extraño brillo, que se incrementó cuando en silencio se acercaron hasta el catre donde yo estaba.
-¿Qué queréis?- grité angustiada al no saber sus intenciones.
No tardé en comprobar qué era lo que les había llevado allí porque sentándose uno a cada lado, tapándome la boca, me hicieron callar mientras llevaban sus bocas hasta mis pechos. Al contrario que los niños que solo se alimentaban, la forma en que esos dos recorrieron con sus lenguas mis pezones me hizo saber que sus razones eran otras y más cuando el más avispado de los dos, llevó su mano hasta mi entrepierna y se puso a pajearme obviando mis protestas.
« ¡Van a violarme!», incapaz de gritar pensé mientras intentaba zafarme de su acoso.
A los mocosos les hizo gracia mi rebeldía y reteniéndome entre los dos, sin dejar de intentar succionar mi leche, se dedicaron a recorrer mi cuerpo con sus manos mientras intentaba defenderme con un frenesí que me dejó agotada. Cuando dejé de debatirme, las caricias de los chavales se hicieron más sensuales pero no por ello menos humillantes. Usando sus dientes mordisquearon mis pezones al tiempo que con sus dedos hurgaban en mis dos agujeros. La ausencia de violencia no consiguió tranquilizarme y por ello, intenté gritar cuando obligándome a ponerme a cuatro patas uno de ellos, separó mis nalgas con sus manos y hundiendo su cara en ellas, comenzó a lamer mi ojete con su lengua.
-¡Por favor! ¡No lo hagas!- chillé al sentir su apéndice hurgando dentro de mi culo.
Pero entonces su acompañante, tirando de mi melena hacia abajo, introdujo su falo hasta el fondo de mi garganta evitando de ese modo mis quejas. Afortunadamente el tamaño de ambos miembros nada tenían que ver con la verga de mi captor porque de haber tenido la longitud y el grosor al que me tenía acostumbrada ese indeseable, a buen seguro me hubieran roto el culo de una manera cruel. Aun así al no haber preparado con anterioridad mi esfínter, su intrusión me dolió atrozmente.
Con su pene en el interior de mis intestinos, el puñetero chaval llevó sus manos hasta mis ya adoloridos pezones y cogiéndolos entre los dedos, comenzó a tirar de ellos con pasión.
-¡Dios!- chillé al sentirlos maltratados.
La tortura de tetas produjo un efecto no previsto y como si esas adolescentes yemas hubiesen abierto un grifo en mis areolas, de estas comenzó a brotar un chorro de blanca leche que emocionó al muchacho que tenía su polla en mi boca. Sacando su miembro, se tumbó debajo de mí y se puso a mamar de mis pechos mientras su amigo machacaba sin parar mi entrada trasera.
-¡No quiero!- chillé angustiada al sentir que los dientes del puñetero crio alternando entre mis pechos y el pene del otro campeando en mi culo estaban elevando la temperatura de mi cuerpo.
La mezcla de humillación, dolor y excitación me tenía confundida. Mientras mi mente se revelaba ante tamaña agresión, mi cuerpo comportándose como un traidor me pedía más. La humedad de mi chochito era una muestra evidente de mi calentura pero más aún que involuntariamente llevara una mano entre mis piernas y sin pensar, me pajeara mientras esos dos me forzaban. Mis agresores se rieron de mis gritos de angustia y mientras uno se daba un banquete con el nutritivo producto de mis tetas, el otro comenzó a azotarme en el culo pidiéndome mediante gestos que me moviera.
-¡Dejadme!- imploré descompuesta al notar que contra mi voluntad todas mis neuronas estaban en ebullición.
Sé que de haberme entendido, tampoco me hubiesen soltado ese par de energúmenos porque para ellos yo solo era un medio para satisfacer sus oscuras necesidades. Al no comprender siquiera mis palabras, los dos indígenas siguieron a lo suyo hasta que sentí que el pene que estaba martilleando dentro de mi trasero, eyaculaba rellenando con su semen mi culito.
-¡Maldito!- aullé menos indignada de lo que debería porque en ese momento mi coño parecía un ardiente polvorín a punto de explotar.
La gota que derramó el vaso y que me llevó en volandas hasta el mayor orgasmo que nunca había sentido, fue levantar mi mirada y ver a mi “dueño” sonriendo a dos metros del catre donde estaba siendo violada. Su presencia y la satisfacción que sentía al verme disfrutando de esa agresión, hizo que mi cuerpo colapsara y liberando mi tensión, me corrí en voz en grito mientras increíblemente le pedía perdón a ese sujeto por hacerlo. Os juro que todavía hoy no comprendo que fue lo que me motivó a disculparme.
Muerto de risa, mi captor echó a los críos de la cabaña y sentándose en el catre, me contestó mientras acariciaba mi melena:
-Putita mía, no has podido evitarlo. Desde que conocí a esta tribu hace años y descubrí que estaban esperando que su diosa les mandara una reina, te he estado buscando por todo el mundo. Sabiendo que según sus creencias esa deidad les mandaría una virgen de cuyos pechos brotara leche, te capturé y te estoy condicionando para ser su representante terrenal.
-No entiendo- respondí limpiando las lágrimas que surcaban mis mejillas.
Mi “dueño” me regaló un lametazo en un pezón antes de contestar:
-Para ellos, esa reina les procurara alimento mientras ellos le ofrecen placer. Todas las penurias a las que te he sometido tenían una razón, está noche te desvirgaré en su presencia mientras amamantas a los miembros de la tribu.
Al conocer mi destino debía de haberme sentido molesta pero mi cuerpo me traicionó al notar su lengua recorriendo mis pechos y pegando un grito, me volví a correr sin poderlo evitar. Aun sabiendo que era producto del lavado de cerebro al que me tenía sometida, me retorcí sobre ese catre pidiendo que me tomara. Necesitaba ser desvirgada por “él” y por eso comportándome como su puta, me arrodillé frente a mi captor para rogarle que me hiciera suya.
Ese cabrón sonrió al ver mi entrega y manteniéndose de pie junto a mí, se bajó su bragueta. Comprendí que se esperaba de mí y por vez primera mi sexo se encharcó mientras metía una mano dentro de su pantalón para sacar su verga. Al sentir entre mis dedos ese duro tronco, mi boca se me hizo agua y como si me fuera mi vida en ello, se la saqué mientras babeaba.
-Necesito chupársela- susurré obsesionada mientras acercaba mi boca a su miembro.
En ese momento, mi mente estaba dividida. Una parte estaba avergonzada por mi claudicación pero la otra se sintió arrastrada a devorar esa morbosa tentación que tenía a mi alcance. Sacando mi lengua me puse a lamer su extensión con lágrimas en los ojos.
« ¿Qué estoy haciendo?», maldije al tiempo que recorría golosamente los bordes de su glande. Cómo un ser sin voluntad, abrí mis labios y agachando lentamente mi cabeza, experimenté como ese pene se iba introduciendo en el interior de mi boca. La satisfacción que experimenté al sentir su erección llenando mi garganta y el latigazo de placer que inundó mi coño, me hicieron saber que estaba perdiendo la batalla contra ese sujeto.
El que se autodenominaba como mi dueño gruñó al experimentar la húmeda caricia con la que yo, su puta, le estaba regalando y presionando con sus manos sobre mi cabeza, hundió su verga por completo en mi interior mientras me ordenaba que me masturbara. Os juro que intenté hacer oídos sordos a su mandato pero entonces me vi contrariando mis deseos y separando mis rodillas, hundí un par de dedos en mi sexo al tiempo que su glande se hacía presente contra mis amígdalas.
« ¡No puedo parar!», casi llorando pensé al comprobar el ardor con el que torturaba mi clítoris.
Cuanto más intentaba evitar seguir pajeándome, con mayor énfasis introducía sin pausa mis yemas en mi vulva. Dominada por una pasión incontrolable buscaba que el placer de mi secuestrador coincidiera con el mío y por eso al sentir la explosión de su polla en mi boca, me corrí nuevamente mientras mi mente sollozaba de vergüenza.
Habiendo satisfecho sus oscuras apetencias, el sujeto me obligó a limpiar su verga con mi lengua para acto seguido desaparecer sin despedirse.
Durante el resto de la mañana, me quedé encerrada en la choza. Una vez que mi secuestrador me había dejado sola, la certeza que nunca volvería a mi país me hizo llorar desconsoladamente. Hundida en mi depresión, me acurruqué en un rincón del camastro dando rienda suelta a mi dolor. Fueron horas duras en las que añoré mi vida anterior dándola por perdida.
Mi humillación fue máxima cuando sobre sobre las doce, tres jovencitas llegaron cargadas con frutas. Al verlas me recluí todavía más en mi sufrimiento pero entonces ellas me forzaron a comer. En un principio incluso me abrieron la boca para que tragara hasta que viendo la inutilidad de mi rebeldía dejé que me fueran dando uno tras otro trozos de lo que ellas consideraban un manjar. El problema vino cuando al terminar y tal como me había anticipado el sujeto esas tres crías exigieron su recompensa.
Sacándome de mi sopor una de las muchachas me abrió la camisa y antes que me pudiese quejar acercó su boca a mi pezón para comenzar a mamar. Jamás en mi vida me imaginé amamantando a una mujer y menos a dos, porque a los pocos segundos una segunda se apropió del pecho libre y buscó mi leche. Os parecerá extraño pero tras la sorpresa inicial, la sensación de esas dos lenguas ordeñando mis ubres me gustó y por eso relajándome sobre el catre, dejé que siguieran ordeñándome. Lo que no me esperaba fue que la tercera, viendo mi disposición, se acomodara entre mis piernas y separándolas, hundiera su cara entre ellas.
-¡Qué haces!- protesté pegando un gemido.
La oriental malinterpretó mi queja y creyendo que era de placer, usó su lengua para dar un largo y profundo lametazo a lo largo de mi sexo. La ternura y sensualidad con la que esa jovencita trató mi coñito, me hizo gritar pero esta vez de gusto, tras lo cual sus dos compañeras sin dejar de mamar quisieron también agradecer mi leche por medio de caricias. Esas seis manos y esas tres bocas al unísono, me hicieron boquear y sin poderlo evitar, la calentura me dominó. Colaborando con mis captoras, separé aún más las rodillas al notar las manos de las chicas torturando mi clítoris mientras su amiga seguía dando buena cuenta de mi coño.
-¡Parad!- les pedí sabiendo que estaba a punto de correrme sin percatarme que, según sus creencias, ellas debían de procurar el placer de su reina para que sus pechos nunca se vaciaran.
Azuzadas por mis gritos, esas crías me hicieron ponerme en pie y mientras dos de ellas se ocupaban de mi sexo, sentí que la otra separaba mis nalgas y hundía su lengua dentro de mi ojete. Al experimentar esa intrusión, me volví loca y presionando las cabezas de las que tenía frente a mí, me corrí dando aullidos. Ellas al sentir el geiser en el que se había convertido mi coño, se alternaron en el intento de secar ese manantial mientras a mi espalda, la tercera seguía follando con su lengua mi culito.
-¡Dios!- gemí llena de gozo ya entregada al placer.
La persistencia y la profundidad de las caricias de las orientales hizo que uniera sin pausa un orgasmo con el siguiente al tiempo que en mi mente la idea que ese destino no iba a ser tan malo empezaba a florecer….
-No hace falta que me acompañes, quédate con él, que no le has visto en todo el día-, dijo saliendo de la habitación.
Ese día me desperté temprano, mi novia estaba acostada a mi lado, con la cabeza recostada sobre mi pecho. La tersura de su piel me enloquecía, no fue un acto voluntario pero al mover mi brazo, oí su suspiro. Como si fuera el banderazo de salida, con la yema de mis dedos, empecé a dibujar círculos en su espalda, hasta llegar a sus nalgas. El sentir mis caricias, provocó que se estremeciera, pegando mas su cuerpo en el mio, lo que me permitió recorrer la costura de su tanga, la hendidura de sus glúteos, y disfrutar con la rugosa piel de su agujero. Su suspiro se convirtió en gemido. Retiré mi mano, y llevándola a mi boca, ensalivé mis dedos. La humedad de mi saliva entró en contacto con su piel. Abrió los ojos, y sin mediar palabra, se puso de rodillas, con la cabeza en la almohada, dejando su culo expuesto a mis caricias.
Con mis manos, separé sus nalgas, teniendo cuidado que nada, ni siquiera su tanga, entorpeciera mis intenciones. Colocando mi lengua al principio de su espalda, fui bajando lentamente hacia el canalillo de su trasero, dejando tras de mi un rastro brillante. Al acercarme a su ano, me invadió el olor penetrante de hembra insatisfecha que necesita ser llenada. Con la punta recorrí las arrugas oscuras de mi destino, Lucia involuntariamente lo izó mas, dejando me entrever como se contraía al ritmo de mis caricias. Su mano descendió hasta su sexo, y con ansia castigaba su montecito del placer. Ver su calentura, me excitó. Escupí en su agujero, y con la lengua lo repartí, sin dejar pliegue, ni rugosidad, sin su dosis.
-Por favor-, me suplicó. Sabia lo que necesitaba, pero iba a hacerla sufrir un poco más. Sacando del cajón, un bote de aceite, derramé una gotas sobre su cuerpo, lo suficiente para que con mis dedos, aflojara su tensión. Mi anular tomó posesión dentro de ella, con desplazamientos laterales, de forma que su esfínter se relajó. Estaba preparada.
Apoyé mi pene en su entrada, sin forzarla. Tras unos instantes quieto, lo moví a lo largo de su canalillo, recorriendo su vulva hasta llegar a su clítoris. Ella protestó, queria que la tomara por detrás. Moviendo su cadera, intentaba introducírsela, pero yo no la dejaba. Me apiadé de ella poniéndola en la abertura de su anillo. –No te muevas-, le pedí. Ella me obedeció, quedándose quieta. Lentamente fui forzando su entrada, abriendo su pliegues, hasta que la cabeza de mi verga, entró totalmente en su interior.
-Ahora échate hacia atrás, para que sientas como te penetra-, dije. Obedientemente movió su cuerpo, introduciéndose toda mi extensión. No fue un movimiento continuo sino que con breves envites, centímetro a centímetro, rugosidad a rugosidad, fue absorbiéndome en su oculto tesoro. El dolor se mezclaba con el placer, ni una queja salió de sus labios, mientras se empalaba. Cerró los ojos al sentirla plenamente, mis huevos habían chocado, ya, contra sus nalgas. Experta, esperó unos momentos, para que su esfínter se acostumbrara a su castigo. Con suaves movimientos circulares me demostró que podía empezar, por lo que con un leve bombeo comencé a moverme. Poco a poco, fui aumentando la velocidad.
-Mas fuerte-, me exigió. Aceleré mis arremetidas, a la vez que con mis manos abiertas marcaba el ritmo con azotes en sus nalgas. –Me encanta-, gritaba al sentir como la vara de su hombre, se regocijaba en su interior. Mientras con una mano seguía castigando su clítoris, con la otra estrujaba mis testículos. Del interior de su vulva, emergía un manantial de caliente flujo, que se mezclaba con el aceite.
Era una pasada, verla moverse al ritmo de mis caricias. En su espalda, una gota de sudor bajaba por su columna, pero volvía a subir con mis embistes. Parecía jugar con nosotros, en un trío involuntario. Sus gemidos y la humedad de su cuerpo, aumentaron mi calentura. Previendo su climax, agarré su cuello con las dos manos, impidiéndole la respiración. Lucia no se preocupó por mi estrangulación, sabia que la necesidad de aire que sentía, aumentaría su placer. Sus brazos cedieron, de forma que mi cuerpo se clavó mas profundamente, mientras que su cadera se estremecía, y todo su cuerpo entraba en ebullición. En la palma de mis manos, latían sus venas hinchadas por la presión que ejercía. No aguantando mas, se desplomó en espasmos de placer. La solté, pero sin compasión proseguí con mi tarea, hasta que sentí como me derretía en su interior.
Exhausto y satisfecho, me quedé abrazado a ella, sintiendo como mi sexo, perdía poco a poco su dureza, dejando salir el rastro lechoso de mi placer. Estuvimos en esa posición unos minutos, hasta que el despertador rompió el encanto del momento.
Fui el primero en levantarme, tras una ducha rápida y un café con leche, cogí mi coche en dirección a mi trabajo. En la radio no había mas que noticias desastrosas, atentados, terremotos y las típicas peleas del gobierno con la oposición. Decidí apagarla, mi despertar había sido perfecto y no quería estropearme el día con cosas que no me afectaban.
La oficina me agobiaba, gracias al padre de Lucia, era rico, pero como era un dinero ilícito, tenía que seguir con la pantomima del trabajo honrado. Sería sospechoso, el dejar de trabajar en el momento de irme a vivir con la hija de un ladrón. Dediqué gran parte del tiempo a gestionar “nuestra herencia”, -La gente no sabe, lo que tiene que trabajar un rico, para ser aún más rico-, pensé, disfrutando, cuando verifiqué los impresionantes réditos, que me estaban dando las inversiones de la compañía que habíamos fundado en un paraíso fiscal.
Eran las dos de la tarde, cuando me llamó Lucia para avisarme, que esa noche, venía a cenar Patricia, su amiga. Resulta que tenía graves dificultades económicas, su socia y ella estaban a punto de ser embargadas por una compañía a la que debían dinero. Querían mi consejo y mi ayuda, ya que mi novia les había contado lo experto que era en temas financieros.
-No te preocupes, veré lo que puedo hacer, pero dile que venga también su amiga, para que nos den una visión global del problema-, le contesté.
Mi plan había resultado, durante los últimos tres meses, había estado comprando en el mercado, la deuda de ellas, pero como era lento, les di un empujoncito por medio de una compra masiva desde una empresa, que a la semana quebró. Por supuesto, la empresa quebrada era mía.
Decidí que esa tarde, saldría temprano, ya que tenía que explicar, a Lucia, el plan. Pero antes de salir de la oficina, la llamé. No quería llegar a casa y encontrarme con la sorpresa de que se había ido otra vez de compras, cosa que se había habituado a hacer con demasiada frecuencia.
La encontré enfrente del ordenador. Por lo visto, estaba buscando en internet, mansiones en las islas Caiman, para cuando nos fuéramos de España. Me enseñó la que le había gustado. Una verdadera exageración con 10 dormitorios, una barbaridad de terreno, piscina, padel, frontón, es decir un palacio. Estaba tan entusiasmada, que tuve que pedirle que se callara por que quería decirle algo importante.
-¡Nos han descubierto!-, me dijo totalmente asustada,-¡Dime la verdad!.
-No, tonta, es algo bueno-, mi respuesta le tranquilizó, por lo que con una sonrisa, me pidió que le explicara entonces que era eso tan importante.
Tomé un breve respiro, antes de empezar a hablar.
-Últimamente, te has quejado de no tener nadie de servicio. ¿Te gustaría educar a dos nuevas perras?, de 24 y 28 años, morenas, buenas tetas, y dos magníficos culos, que azotar-, le solté a bocajarro.
Se quedó con la boca abierta, aunque habíamos hablado de ello, no se lo esperaba. Tras unos momentos, empezó a sospechar.
-¿Quién son las candidatas?-, me preguntó.
-Patricia y su socia-, dejé caer como quien da la hora, sin darle la mínima importancia.
-¡Estas completamente loco!, son un par de estrechas, que están esperando a su príncipe azul-, dijo totalmente alterada, pero por el brillo de sus ojos, supe al instante que no le desagradaba la idea.
-Pues si tu quieres, a partir de esta noche, tendrán su rey y su reina-, le contesté, explicándole acto seguido que las teníamos en nuestras manos, o mejor dicho que sus cuellos estaban bajo nuestras botas, y que en cualquier momento podíamos apretar y asfixiarlas.
No se podía creer que hubieran sido tan bobas, y menos que yo hubiera ardido un plan, tan maquiavélico, que les hizo cavar su propia tumba.
-¡Eres un hijo de puta!, pero, ¡ me encanta!, ya que tu has diseñado la primera parte del plan, déjame que yo sea quien ejecute la segunda-
No tuve nada que objetar, era justo, y menos cuando sentí que me bajaba la bragueta y me empezaba a hacer una mamada. La sensación de poder, la había excitado. Separándola de mi, le indiqué:
-Guarda fuerzas, para esta noche. Si todo sale bien, vamos a estar muy atareados-.
Eran la 8:30 de la noche, quedaba una hora para que llegaran nuestras presas, por lo que nos fuimos a preparar la encerrona. Lucia se vistió para la ocasión. Cuando la vi salir, me quedé alucinado, llevaba puesto un vestido negro de cuero, que mas que tapar enseñaba, totalmente pegado, de forma que sus nalgas y su pechos resaltaban en su figura.
-¿Y eso?, le pregunté.
-Lo tenía preparado para una ocasión especial-, me contestó muerta de risa.
Como ella iba a ir de negro, en plan Madam Fatal, no quise quitarle protagonismo, por lo que me vestí de blanco, en plan moda ibicenca, con una camisa de lino y unos pantalones de pintor. No me había terminado de atar los cordones, cuando sonó el timbre.-Alea jacta es-, la suerte esta echada, pensé parafraseando a Julio Cesar, el conquistó un imperio, yo estaba formándome un haren.
Cuando llegué al salón, estaban conversando animadamente con mi novia. Patricia e Isabel se levantaron a saludarme, lo que me permitió observar sus cuerpos. La primera, delgada, menuda, una joven morena que parecía que no había roto un plato, de pechos pequeños pero apetecibles, en cambio su socia, era un mujerón, mas de un metro ochenta de lujuria, el pelo rizado, y dos espectaculares melones que serían la delicia de cualquier hombre, todo ello enmarcado en un cuerpo espectacular. Encima de la mesa, había dos carpetas con toda la documentación, que tenía que estudiar, por lo que tras las corteses presentaciones, me excusé y cogiendo todos los papeles me dirigí hacia mi despacho.
Conocía el contenido del 90% de los documentos, pero como tenía que hacer tiempo, me serví un whisky, mientras ojeaba las fotocopias de la empresa. Realmente, estas dos mujeres eran tontas, como dicen en México “las nalgas están peleadas con el cerebro”, desesperadas por su situación habían falseados sus balances, de forma que no solo las iban a embargar, sino que iban a pasarse una buena temporada en la carcel. Al pedir su último préstamo, en poder de mi empresa, se habían inventado unas partidas inexistentes, y para colmo, se les ocurrió poner como aval al padre de Patricia, que llevaba muerto seis años. Era un fraude de lo mas burdo, seis añitos en la trena, calculé.
Era bastante mejor, de lo que suponía, por lo que con la excusa de que quería otra copa, llamé a Lucia, explicándole las novedades, que ya no eran problemas económicos sino penales.
-Dame media hora-, me pidió.
Era su turno, tenía que preparar el terreno, por lo que me puse a leer una revista, para pasar el rato. Pero era imposible, no me podía concentrar en los artículos, no dejaba de especular en los tres bombones, que tenía a 10 metros de mi puerta, en como serían en la cama, y en el uso que les iba a dar. Los minutos transcurrían con una lentitud exasperante, parecía que el reloj no funcionaba, tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano, para quedarme sentado en la silla y no salir corriendo hacia mi futuro.
-Ya no puedo mas, no me importa que solo hayan pasado 20 minutos-, pensé, mientras recogía las carpetas y salía con aire preocupado a reunirme con la mujeres.
Al verme entrar tan serio, en la habitación, Patricia me preguntó:
-Tan mal, estamos-, en su voz noté que había bebido, sobre la mesa estaban dos botellas de vino, vacías y otra a medio terminar, Lucia les había dado de beber, para bajar sus defensas.
-Peor-, le contesté,- tenéis un 90% de posibilidades de terminar en la cárcel-.
-¡No puede ser!-, saltó Isabel,-nuestro asesor nos ha dicho que, como máximo, nos embargan-, su tono de voz se oía francamente preocupado, en su interior debía de saber que yo tenía razón.
-Seguro que no sabe, que el padre de Patricia está muerto, habéis suplantado su personalidad, con el objeto de engañar al banco. Eso es delito, y se paga con 15 años de cárcel-, exageré, pero nos venia bien. Las dos muchachas se desmoronaron, Patricia llorando, se refugió en brazos de Lucia, que la estaba esperando. Con delicadeza, acarició su cabeza, tratando de tranquilizarla.
Durante unos minutos, las dejamos llorando, para que se fueran hundiendo mas en su propia miseria. Isabel, estaba sola, nadie la estaba animando. Desesperada, se lanzó a mis brazos en busca de consuelo.
Mi novia, al ver que me abrazaba, se levantó de su asiento, y cogiéndola de los pelos, le gritó:
-No te parece bastante, lo que has hecho a mi amiga, que ahora, ¡quieres quitarme el hombre!-, a la vez que empezaba a pegarla, a insultarla, echándole la culpa de la desgracia de su amiga haciéndola sentir mas cucaracha, de lo que ya se sentía. Esperé unos momentos antes de intervenir, la violencia era un paso más en el derribo de sus defensas.
Separé a las dos mujeres, pidiéndolas tranquilidad, Lucia no quiso quedarse quieta, todo lo contrario, y dirigiéndose adonde estaba Patricia, le dio un sonoro bofetón, que le hizo caerse de espaldas.
-¡Eres imbécil, ¡no esperes que te vaya a visitar a la cárcel!, ¡ojalá!, ¡te encuentres con una bollera que te viole todas las noches!, dijo maldiciéndola, mientras la muchacha caída en el suelo, no paraba de llorar.
La cosa evolucionaba, mejor que lo que me hubiera podido imaginar, Lucia era toda una actriz, merecía una oscar por su actuación, echándose a mis brazos llorando me imploró:
-Pedro, ¡no lo puedes permitir!, no te lo he contado nunca, pero aunque estoy enamorada de ti, amo a Patricia, no puedo soportar que alguien la toque, ¡ayúdala!, ¡por favor!-
-Zorra-, le grité, mientras la separaba de mí. Las dos socias pararon de llorar, para mirarnos, mi novia seguía abrazada a mis pies, pidiéndome que las ayudara, tan buena era en su papel, que hasta yo me lo estaba creyendo.
-Pedro, eres millonario, tu puedes ayudarlas-, en los ojos de nuestras dos víctimas brilló una leve esperanza, que quedó deshecha al oírme decir que jamás ayudaría a la amante lesbiana de mi mujer.
Patricia, trató de defenderse, diciendo que ella era heterosexual, que jamás había estado con ella, pero no la escuché, y saliendo de la habitación, las dejé solas.
No me había dado tiempo a servirme una copa, cuando Isabel entró en mi despacho, sabía que yo era su única salvación, y no la podía dejar escapar:
-¿En serio, podrías ayudarnos?, me preguntó.
-Podría, pero no quiero-, fue todo lo que oyó de contestación.
-¡Por Favor!, ayudanos, haría cualquier cosa para no ir a la cárcel-, estaba destrozada.
-¿Cualquier cosa?, ¡a ver si es verdad¡, le contesté, mientras liberaba a mi miembro, el cual debido a mi excitación estaba totalmente erécto. Estaba anodadada, nunca se hubiera imaginado que eso es lo que le iba a pedir a cambio de mi ayuda.
-¿Y Lucia?, en su cara se reflejaba el miedo que la tenía, estaba más preocupada por su reacción que por el hecho de hacerme una mamada.
-¿Quieres que te ayude?-, le dije, y ella asintiendo con la cabeza, me contestó. Estaba en mis manos y lo sabía, si quería librarse de ser enchironada, debía de obedecerme.
Sumisamente, se arrodilló frente a mí.Mi pene le quedaba a la altura de de su boca, sin mediar palabra abrió su labios, introduciéndoselo en la boca. No pudiendo soportar la vergüenza, cerró los ojos , suponiendo que el hecho de no ver disminuía disminuía la humillación de ser usada.
-Abre los ojos, quiero que veas, que es a mí, a quién chupas-, le exigí.
De sus ojos, dos lágrimas de ignominia brotaban, entretanto sus labios y su lengua se apoderaban de mi sexo. De mi interior salieron una gotas pre-seminales, las cuales fueron sin deseo, mecánicamente recogidas por su lengua. Era una puta, pero no la perra que yo quería, cabreado la separé de mí, jamás me había gustado, como las prostitutas me follaban, les faltaba pasión.
-Así, ¡No me vale!-, le solté, dejándola sola, en el despacho.
En el salón, Lucia me esperaba impaciente.
-¿Patricia?, pregunté, notando su ausencia.
Todo se había desencadenado, desde que Isabel se fue de mi casa, desesperada. Nunca en su vida había sido objeto de una degradación, así. Se sabía en mis manos, no había escapatoria, iba a ser mi esclava, y no podía evitarlo. Me tenía miedo, pero solo pensar en el ir a la cárcel, le aterrorizaba. Con este pensamiento, encendió su coche, dirigiéndose al apartamento de Patricia. Tenía que convencerle, que no había mas remedio que aceptar nuestra oferta. Eran amigas y socias, su destino era común, no podía dejarla en la estacada.
Algo debía de haber llegado a sus oídos de la broma que me habían preparado el día anterior. Totalmente descolocado, por que no tenía de la menor idea de lo que se proponía le pregunté que quería que yo hiciera, ya que no era mas que su empleado.-Es muy sencillo, quiero que las eduques-, me espetó de pronto.
Cuidadosamente le separé las nalgas, y colocando mi lengua al principio de su espalda, recorrí el canalillo bordeado por sus rotundas nalgas. Su garganta emitió un suspiro cuando mis dientes le dieron un pequeño mordisco a ese glúteo tan apetecible, siguiendo a continuación su camino hacia mi objetivo. Inconscientemente levanto un poco mas su trasero para facilitarme las cosas, y por fin pude disfrutar del olor a hembra insatisfecha que manaba su sexo.
Poniendo la punta de mi glande en su entrada trasera, me entretuve jugando con los rebordes de su ano, hasta que viéndola completamente relajada, forcé la entrada de su anillo.
-Por favor-, gritó al sentir la cabeza de mi pene en su interior. Pero sin pausa hice caso omiso de su dolor y lentamente fui completando mi penetración de manera que toda mi piel pudo sentir la dureza de su esfínter al traspasarlo.
Con mi verga completamente en su interior, dejé que se relajara, dándole besos y diciéndole cosas agradables. El dolor era grande, pero soportable, y rápidamente su ano se acostumbró al castigo. Viéndola aliviada, empecé a moverme. Era un movimiento continuo sin brusquedades, de manera que poco a poco su resistencia fue cediendo y mi pene entraba y salía con mayor facilidad.
El placer fue desplazando al dolor, y Eva tomando impulso con sus brazos incrementó el ritmo de nuestra cabalgada, diciendo:
-No me lo puedo creer, ¡Pero me encanta!-.
Sus palabras fueron el banderazo de salida, a un galope frenético. Con mis testículos golpeando su trasero como si fuera un frontón, y con mis manos apoyadas en su hombros, éramos yegua y jinete. Y como buena cabalgadura, relinchó de gusto, cuando azotándole el culo le exigí que incrementara su velocidad.
-Mas fuerte-, me pidió. No sabía a que se refería si al azote o a mis penetraciones por lo que no tuve mas que aumentar la fuerza de ambas para complacerla.
Era alucinante verla moverse, gimiendo de placer con mi vara en su interior. Totalmente fuera de sí, apoyándose con un solo brazo, usó su mano libre para masturbarse ferozmente, mientras me pedía que me corriera.
Todo en ella, anticipaba su climax, por lo que acelerando todavía mas mis embistes, y usando mi pene como si fuera una espada, la acuchillé cruelmente mientras se desplomaba sobre las sabanas. Su almeja totalmente empapada por el flujo, no pudo contener tal cantidad y brotando como un geiser, me mojó las piernas. Tanta calentura, terminó por excitarme y en intensas oleadas de placer, me derramé en su interior, llenando su intestino con mi semilla.
Escucharla decir:-Gracias amo-, nuevamente, fue como cuando recibí mi primer sobresaliente en la carrera, una pasada, y dándole la vuelta, le coloqué las esposas diciéndole:
-Ves esclava, como si obedeces puedes disfrutar-.
Bajó los ojos ruborizada, pero escuché como de sus labios en bajito salía un avergonzado: -Si, amo-.
Sin darse cuenta, Eva se estaba convirtiendo en mi sierva, paulatinamente la violencia, las privaciones estaban transformando a la pija. Pero la fuerza mas potente, con la que contaba era con su espíritu de supervivencia, hermana contra hermana compitiendo por mis favores.
–Quiero verte guapa-, le ordené, -¿cuál es tu camisón mas sexi?-.
-El rojo-.
Abriendo el cajón de la cómoda, lo saqué, diciéndole que se lo pusiera. La muchacha suspiró aliviada al sentir el tacto de la primera ropa en mas de veinticuatro horas.
–Amo, ¿cómo te puedo agradecer esto?-, me dijo insinuándose.
–Durmiendo, mañana será otro día-.
Su cara de felicidad era completa, creía que por fin me había conquistado, se veía ya como mi preferida. Y acomodándose él colchón, se relajó cayendo dormida al instante.
Esperé a que su sueño fuera profundo antes de levantarme. Comprobando que seguía profundamente adormecida, coloqué las sábanas de forma que taparan las esposas, pero mostrando claramente sus piernas apenas tapadas por el camisón.
Salí al pasillo, con dirección al cuarto del viejo. Al abrir la puerta, el tufo a orín, me resultó insoportable. Natalia, totalmente sucia y despeinada, lloraba en silencio.
-Nati-, le dije usando su apelativo familiar, mientras la liberaba, -no alces la voz, no vaya a ser que nos oiga tu hermana, vamos al baño que te debes de estar a punto de hacer encima-.
La niña, me miró con una mezcla de agradecimiento y de suspicacia, no se fiaba de mis intenciones, pero al ver que la acercaba al váter, sin importarle mi presencia, se sentó en él, y violentamente descargó sus intestinos.
–Lo siento, mi niña, pero no puedo hacer nada más por mejorar tu estado, porque he llegado a un acuerdo con tu hermana-, le dije mientras se limpiaba, -no sé como decírtelo pero tu hermana te ha vendido-.
Alzó la cabeza para gritarme:
-¡No te creo!-.
-Ese es tu problema, eres demasiado inocente. Eva se ha entregado a mis brazos, quiere ser mi favorita, sin importarle tú. Es mas mientras se duchaba, y maquillaba se reía de lo sucia que tu estabas-.
-¿Se ha duchado?-, me respondió alucinada.
–No solo eso, está durmiendo en su cama, sin esposas, con un precioso camisón, contenta de servirme, y además ha cenado como una dama, y no las obras que tú has comido-.
-¡Es imposible!, ¡cerdo!, mi hermana no lo haría-.
Le solté un bofetón, –Soy amo-, y colocándole las esposas y un trapo en la boca para que no hablara, la llevé a la otra habitación.
-¡Mira!-, le espeté señalándole a Eva,-No te he mentido, está limpia, suelta, y dispuesta. Te ha engañado, mientras tú sufres, ella disfruta-.
La angustia de la muchacha se multiplicó por mil al ver sobre la mesa, los restos de la cena. Totalmente convencida, se dejó llevar de vuelta al cuarto de su viejo. Mentalmente estaba humillada, hundida.
Atándola otra vez a la cama, repleta de orín, al quitarle el bozal hecho con el pañuelo, le di un suave beso en los labios, mientras le decía:
–Tu ibas a ser la primera, pero ella se te ha adelantado-.
-¡Amo!, dime lo que tengo que hacer para ser tu mejor esclava-.
Solté una carcajada al escuchárselo decir, y dándole otro beso en los labios, le solté:
-Dormir, mañana será otro día-.
Misma frase, distinto significado. “Le queda poco para ser totalmente mía”, pensé mientras cerraba la puerta dejándola hundida en la miseria.
Lo primero que hice, fue mostrarle la casa, donde estaba el comedor, la cocina y los diferentes salones, dejando para el final lo más importante que eran las dos muchachas. A propósito, alargué el momento invitándole una copa, ella tomaba ron, por lo que mientras se sentaba en el salón, le expliqué que quería.
Después, cuando bajé las manos entre tus piernas y acaricié el pelo me pareció tan suave, me gustó tocarlo. Tenía curiosidad por saber que se sentiría si lo tocaba con la polla por eso la coloque entre tus piernas, pero cuando empecé a frotarme sentí la necesidad de meterla, solo una vez, para saber que se siente. Después lo dejaría.
La reina Iselain se agitó en sueños, en su lujosa cama con dosel, en la habitación del palacio de Amaniel, la orgullosa capital del Reino de Grendopolán.
Dormida, murmuraba y se debatía, intranquila, su frente perlada de sudor, su respiración entrecortada. El sueño ¿o era una pesadilla? era demasiado real. Sus imágenes emponzoñaban su mente como malignos agüeros que presagiaban desgracias sin nombre.
Una torre negra, que flotaba en la nada del fin del tiempo. Dentro vivía una mujer, un misterio de ojos de anciana que han visto demasiadas cosas, con el cuerpo voluptuoso de una mujer madura y la sonrisa inocente de una niña risueña. Iselain, desconociendo cómo, supo que aquella mujer era el Destino. Los pies descalzos de la mujer se deslizaron por la fría piedra hasta llegar a su objetivo: una sencilla habitación con un enorme telar de cristal y un taburete. Vacilante, se sentó.
La mujer eligió con pesar un ovillo de lana gris y, como en trance, lo tramó en el telar y escogió otro ovillo de lana. Éste era negro y la mujer frunció más el ceño. Una lágrima le asomó en el ojo a medida que también lo tramaba en el telar. Después escogió otros colores, azul, rojo, verde.
Luego sus manos se pusieron a trabajar con furia, pasando una y otra vez el hilo, y empezó a tejer un tapiz. Iselain intentó verlo desesperadamente, pero sólo pudo distinguir que se trataba de un mapa. ¿Grendopolán? Sí… La reina distinguió el lago Pentegarn, y las montañas del sur…
Pero algo iba mal… terriblemente mal. En el norte, en el Reino de Drakenwald, el Destino tejía una mancha negra, presagios de maldad y muerte que, a gran velocidad cada vez iba haciéndose más y más grande, oscureciendo y devorando los otros colores.
Iselain miró asustada al rostro de la mujer. La lágrima solitaria se había convertido en muchas, que caían desconsoladamente por su rostro. El Destino no quería tejer ese motivo, pero pese a todo, continuó. Era su misión, su propósito.
La mancha negra llegó hasta el centro de Grendopolán, su capital.
La reina gritó. El sueño se quebró en mil pedazos.
La figura en el suelo intentó dejar de temblar. Era una hermosa mujer de largo pelo castaño manchado de plata, en la cuarentena. Su vestido había sido bastante lujoso, pero se hallaba salpicado de sangre y varios desgarrones lo afeaban. Sólo varias antorchas arrojaban algo de titilante luz en la fría mazmorra en la que se hallaba.
Ella era Reesnia, la Oráculo, sacerdotisa de la Sagrada Orden de la Llama Eterna. Era la representante de los dioses en el Reino de Grendopolán, una de las máximas autoridades espirituales. No podía dejar que aquellos bárbaros paganos la amedrentasen. Pero esos salvajes habían asediado las Fortalezas del Norte y las habían conquistado a sangre y fuego, asesinando a sus hermanas, profanando las sagradas imágenes y reliquias, saqueando todo el oro y plata que habían encontrado.
No podía ver el rostro de los dos hombres que la custodiaban. Un yelmo negro como el color de su coraza, ocultaba sus facciones. Puede que la contemplasen con burla, puede que con odio asesino, puede que con aburrimiento. Reesnia acarició la daga bajo sus ropajes. La había podido ocultar antes de que la hubieran confinado en aquella celda de su propio Templo. Puede que ya no fuese una joven luchadora, como sus hermanas guerreras, pero todavía tenía dientes con los que defenderse. Su mandíbula se cerró con furia. Malditos bastardos. Pagarían… Pagarían muy caro aquella profanación…
Reesnia se sobresaltó cuando los dos guardias se cuadraron al entrar en la celda una mujer joven y alta, ataviada con una armadura como la de aquellos bárbaros. Su enguantada mano sostenía su oscuro yelmo y su cabeza, descubierta, revelaba unas duras y despiadadas facciones. Su largo pelo negro, que contrastaba con su pálida piel, estaba recogido en una cola de caballo y sus ojos, de un extraño color violeta, la miraban con malicia y sorna. Con un gesto seco, hizo una señal a los dos guardias para que abandonaran la estancia.
Al lado de ella, quedó una figura encapuchada. Reesnia dedujo que también era una mujer por las formas de su contorno. La voz de la mujer morena con la armadura la sobresaltó.
-Saludos, Reesnia. No sé si sabréis quién soy. Mi nombre es…
-La Perra Negra. Vuestra fama os precede. Disculpad que no pueda atenderos como es debido. Si hubierais avisado de vuestra llegada, habría preparado té y unas pastas.
Un murmullo ahogado -¿una risa?- surgió de la figura encapuchada, que cesó en seco ante una mirada furibunda de la mujer morena. Ésta respiró antes de hablar, como si dominase su furia.
-No me gusta el apodo que me dan en Grendopolán. Mi nombre es Mordekai.
-Perra Negra… Un apodo adecuado para una vulgar mercenaria al servicio del corrompido reino de Drakenwald.
La mujer morena dio un paso hacia ella, sonriente. Reesnia, a su pesar, retrocedió un paso hasta chocar con el duro muro de piedra a su espalda.
-Tenéis agallas, no se puede negar. Como las sacerdotisas-guerreras que han defendido el templo. Han causado grandes pérdidas entre los hombres y mujeres a mi servicio. Fuertes y valerosas hasta extremos… fútiles. Estúpidas fanáticas… Muy pocas se han rendido. Una verdadera lástima, el mercado de esclavos es bastante lucrativo.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Reesnia al contemplar la sonrisa de tiburón de Mordekai. Cuando habló, intentó que su voz no se quebrara en sollozos.
-Los dioses… os castigarán…
La mujer morena izó su mirada hacia arriba, como si pudiera ver el cielo a través del techo de la celda. A continuación propinó una bofetada con su mano enguantada a la sacerdotisa. El golpe no fue muy fuerte, pero derribó al suelo a la mujer. Mordekai miró a su alrededor, como si esperase algo y volvió a fijar su vista en la sacerdotisa.
-Observad. Nada. Ningún rayo me ha fulminado. Extraño, ¿verdad? Los dioses… Os contaré un pequeño secreto. A los dioses no les importamos. Nada en absoluto. Si estuvierais en las alturas, ¿sabéis que escucharíais, mi querida Reesnia? Las carcajadas de deidades crueles e insaciables, riéndose de nuestras desgracias.
-Men… mentís. Vos… no sois más que una pagana descreída que…
-Yo soy una semidiosa, mi querida Reesnia.
El rostro de la sacerdotisa pasó de la incredulidad a la duda, como si no hubiera escuchado bien las palabras que había oído. Luego se tornó en una mueca y comenzó a reírse. Pero la risa se congeló en sus labios cuando Mordekai se desanudó las cintas y ataduras de la parte inferior de su armadura, cayendo ésta al suelo con un fuerte golpe metálico. A continuación se bajó unos calzones de lino y contempló a la sacerdotisa. Su maligna sonrisa parecía a punto de salirse de su rostro.
-¿Lo veis, mi querida Reesnia?
La sacerdotisa permaneció con la boca abierta, incapaz de decir una palabra. En la desnuda entrepierna de la mercenaria, nacía una imponente verga que comenzaba a crecer por momentos. Y bajo ella podía distinguirse una vagina.
Una hermafrodita.
Las leyendas hablaban de cómo la deidad Hermas Frodeit, dios para unos y diosa para otros, había recorrido el mundo, haciendo el amor con humanos mortales y engendrando a seres nacidos con ambos órganos sexuales, a los que se llamaba hermafroditas.
-Vos… sois… una semidiosa… -La sacerdotisa permanecía demasiado anonadada para hablar con claridad. A pesar de ello, logró encontrar las fuerzas para seguir hablando. –Vuestro padre fue un dios, habéis nacido con una señal divina, un regalo de los dioses… y vos habéis elegido servir al maligno nigromante Lord Onsnorth, el Enemigo de Toda Vida. ¡So… sois una traidora!
Los ojos de Mordekai se entrecerraron amenazadoramente mientras avanzaba lentamente hacia Reesnia.
-Desconozco quién fue mi padre. El muy bastardo violó y dejó abandonada a mi madre, una simple campesina que murió al darme a luz. ¿Un dios? Un bastardo hijo de una perra sarnosa…
La sacerdotisa hizo un signo sagrado con los dedos para protegerse de la blasfemia, pero su mano tembló al contemplar el rostro de la mujer morena.
-¿Un regalo de los dioses? Muy bien, zorra, vais a disfrutar de este… regalo de los dioses. Vais a gozar de él como la perra que sois.
Mordekai rio cruelmente mientras arrancaba la falda de la oráculo, descubriendo el sexo de la mujer. Con rudeza, la tumbó sobre el frío suelo de la mazmorra mientras su falo pulsante crecía hasta alcanzar su máxima plenitud.
Reesnia intentó no suplicar, que ninguna palabra surgiera de sus labios, pero no pudo evitar gemir asustada cuando la verga se posó sobre los labios de su sexo. Y gritó de dolor cuando, de dos empellones, la mujer la incrustó casi hasta el fondo.
-¿Gozáis, puta de los dioses? Suplicadme por vuestra vida y sólo quizás me apiade de vos.
Las rudas manos de la guerrera sobaron y retorcieron los generosos pechos de la sacerdotisa, humillándola, pellizcando despiadadamente los pezones. Las embestidas se aceleraron, ferozmente.
-Vos eráis el Oráculo de los Dioses de Grendopolán, ¿verdad? ¡Mmmpphhh! Vamos, gran sacerdotisa, –Mordekai aceleró el ritmo, entre jadeos –reveladme el futuro, unnnfff… haced una predicción sobre mi destino…
De repente, los ojos de Reesnia quedaron en blanco, y sus ahogados gemidos parecieron detenerse hasta desaparecer y quedar totalmente en silencio. Incluso la mujer morena detuvo momentáneamente su cabalgada y pareció mirar con miedo reverencial a la sacerdotisa.
-Una mujer te derrotará, Mordekai. Su nombre es Eressia, princesa de Grendopolán. Ella despertará al Ejército Durmiente. Ella acabará con vos y con el poder del reino de Drakenwald.
A una velocidad pasmosa, la sacerdotisa sacó la daga que ocultaba en sus desgarrados ropajes y apuñaló a la líder de los mercenarios. Sólo el instinto nacido de múltiples combates salvó la vida de la mujer. Levantando instintivamente la mano derecha, desvió el filo mortal que se clavó en su hombro. Reesnia no tuvo una segunda oportunidad. Mordekai gruñó mientras cerraba su garra sobre la garganta de la oráculo.
La guerrera contempló su hombro herido. La visión de la sangre pareció desatar la lujuria asesina de la mujer, que miró con una mueca demoníaca a su oponente.
-Maldita zorra…
Implacablemente, la guerrera cerró su presa más y más, mientras continuaba penetrándola. Las venas se marcaron en la garganta y sienes de Reesnia y su rostro se amorató mientras era estrangulada. Los ojos parecieron salirse de las órbitas mientras la espuma se escapaba de sus labios. La mazmorra se vio inundada de los húmedos sonidos del golpeteo de la carne contra la carne y de los jadeos agónicos de la sacerdotisa mientras la vida escapaba de su cuerpo. Los postreros estertores y la asfixia la provocaron un último orgasmo, causando que sus músculos púbicos se contrajeran y dilataran sobre el falo de Mordekai que gimió ante la presencia del clímax, antes de tensarse mientras eyaculaba en las entrañas de la agonizante mujer, rugiendo sordamente su placer.
Se levantó trabajosamente, saliendo viscosamente del interior del cuerpo de la sacerdotisa, mientras su jadeante respiración se normalizaba. Durante unos segundos, un hilillo de semen unió la húmeda verga y el sexo de Reesnia. Mordekai miró con desprecio el cadáver de su enemiga y se limpió la saliva que caía desde sus labios antes de hablar.
-¿Qué opinas, Lygya?
La figura encapuchada habló con voz suave.
-¿La predicción? Mentía, mi señora. Si de verdad hubiera creído que vos vais a ser derrotada por esa tal Eressia, no os hubiera intentado asesinar con el puñal. Hubiera sido un esfuerzo inútil.
Mordekai pareció meditar las palabras de la mujer.
-¿Sabes, Lygya? Eres la única de todo mi ejército con algo de sesera. Por eso me gustas.
-Vivo para serviros, mi señora. No obstante, será mejor no dejar cabos sueltos. Me encargaré personalmente de esa Eressia.
La flácida verga de la guerrera había vuelto a crecer considerablemente mientras se acercaba como un felino ronroneante a la mujer encapuchada. Con rudeza, Mordekai la sujetó contra el muro, mientras sus labios se cerraban sobre los de la mujer.
-Sois insaciable, mi señora. –Logró jadear Lygya.
La lengua de la guerrera recorrió su boca, su cuello, sus oídos, y sólo se detuvo para morder su guante y, tirando de él, desnudar su mano. Acto seguido, ésta buscó el sexo de la mujer, apretándolo para aumentar su excitación. Un dedo se deslizó por la encharcada gruta, palpando la humedad y el calor de su vagina.
Por fin, como si no pudieran resistirse más, ambas mujeres se tumbaron sobre el frío suelo y Mordekai tendió sobre él a Lygya. Su mano continuó explorando como una culebra inquieta el esponjoso interior de la mujer y, cuando el cuerpo de ella se tensó y su espalda se arqueó, aprovechó ese momento para meterle su verga hasta el fondo. Lygya abrió los ojos desorbitados, su boca abierta en un silencioso grito. La guerrera dio nuevas embestidas, manteniendo su pedazo de carne lo más dentro que podía, abrazadas, intentando que ningún hueco quedara entre sus cuerpos, entrelazados como si fueran uno solo hasta que ambas llegaron al orgasmo.
Lejos, muy lejos de allí, las noticias se extendían por el Reino de Grendopolán. Un vasto ejército del norteño Reino de Drakenwald se dirigía hacia la capital, devastándolo todo a su paso.
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