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Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (2)” (POR BUENBATO)

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Asalto a la casa de verano (2)

Sin título– ¡No! – rogó Leonor, comprendiendo a qué se refería – ¡Por favor! ¡Ellas no!

Pero el hombre no le prestó atención. Llamó a su secuaz, Lucas, y le ordenó que atara a la mujer. Leonor, en su desesperación, trató de salir corriendo de ahí, como último recurso para pedir ayuda. Pero, tan pronto como aceleró, cayó de culo al tropezarse con sus propias bragas, que aún seguían al nivel de sus pies. Lucas la alcanzó y la pateó, evitando que pudiera incorporarse de nuevo; la piso, manteniéndola boca abajo, mientras la esposaba rápidamente y la terminaba de desnudar de la parte inferior, dejándole sólo la delgada bata de dormir, tan corta que apenas le cubría media nalga.

Leonor ya no pudo hacer nada; se sentía agotada y perdida. Ni siquiera pareció enterarse cuando el tal Lucas la sentó sobre la silla, atándola de la misma forma que habían atado a sus hijas. Con los pies atados a las patas delanteras de la silla y ella recargada de pecho sobre el respaldo, con sus manos sostenidas tras su espalda.

Seguía con el rostro cubierto con los restos seminales del sujeto de la camisa azul, pero ya no lo veía. Sólo se encontraba Lucas, con el arma empuñada. Este la miraba lujurioso y con una malicia inmensa; burlón, se acercó hacia las muchachas, sabiendo que Leonor lo miraba. A cada una de ellas les sobó el culo y les magreo las tetas, asegurándose de que Leonor no perdiera detalle, primero a Sonia y luego a Mireya.

Leonor lo miraba con odio, pero al mismo tiempo le imploraba que las dejara en paz. Sólo tras cinco minutos, la figura del sujeto de azul descendió de las escaleras, secándose el área de su entrepierna con una toalla rosa que le pertenecía a Mireya.

– ¡Por favor! – comenzó a implorar, al verlo bajar – ¡No les haga nada! ¡Haga lo que quiera conmigo!

– Amordaza a esta perra escandalosa. – dijo el sujeto de azul

– Ustedes dijeron…

– ¡Nosotros no dijimos nada! – gritó – Sólo le avisamos que haríamos lo que quisiéramos por las buenas, o por las malas; y que no veníamos a seguir ninguna orden.

– ¡Por favor! Por lo que más qui…– insistió Leonor, antes de que Lucas la tomara por el cuello para amordazarla.

La mujer ya no pudo decir nada; y no le quedó más opción que ver cómo aquel sujeto, completamente desnudo a excepción del pasamontañas, se acercaba como una fiera a sus indefensas hijas. De pronto tuvo que observar aquello sólo con un ojo, porque en el otro le había entrado esperma. Lloraba, de impotencia, dolor y humillación.

Miró como se acercaba a sus hijas; lo vio pasear por detrás de ellas, que se encontraban completamente aterrorizadas. Él les desató los pies y las hizo ponerse de pie. Comenzó con Mireya, que se mantuvo de pie frente a su silla; miraba de reojo a su madre, pero mantenía más que nada la vista al suelo.

– Muy bien, muy bien… – murmuraba el sujeto de azul.

Después desató a Sonia; esta si intentó oponer resistencia, pero no duró mucho su arrebato de rebeldía puesto que bastó una patada seca de aquel hombre para hacerla caer de rodillas. Tomó un cojín del sofá y lo tiró a un lado de dónde se encontraba Sonia.

– Arrodíllate ahí – ordenó a Mireya, señalándole el cojín.

Mireya no supo cómo reaccionar. El sujeto perdió la paciencia, se acercó a ella, la tomó de los hombros y la empujó hacia abajo, obligándola a arrodillarse en el cojín. Cuando por fin ambas quedaron de rodillas, las acomodó de manera que quedaran juntas.

Se agachó tras de Sonia, con las llaves de las esposas, pero sólo para volverla a esposar con las manos tras su espalda. Sonia pensó en huir en aquel momento, pero el miedo la había invadido de tal forma que no se atrevió. Después hizo lo mismo con Mireya, quien menos aún pensó en cualquier posibilidad de escapar.

Una vez hecho esto, se colocó de pie frente a ellas, desnudo como estaba, y con la verga levantándose poco a poco hasta llegar a su erección total.

Sonia y Leonor adivinaron de inmediato de qué se trataba todo aquello, pero Mireya parecía no entender mucho, hasta que el sujeto comenzó a hablar.

– Vamos a jugar un juego – dijo – Se llama “Salvando a mamá”. ¿Quieren jugar?

Ninguna de ellas se atrevió a decir nada.

– ¡Respondan! – gritó, asustándolas – ¿Quieren jugar?

– Ss..si – respondieron ambas, temblorosas

– ¿Sí qué?

– Si queremos jugar – respondió Sonia por ambas

– Perfecto. Las reglas son muy sencillas; hacen lo que les ordene y a su madre no le pasará nada. ¿De acuerdo?

– Sss..ss..si.

Sonia y Mireya eran muy similares. Sonia, la mayor, tenía una tez morena, heredada de su padre, y un cuerpo de infarto gracias a su madre. Media unos 165 centímetros, y lo que más destacaba de ella era, sin duda, el redondo y hermoso culo que decoraba su cuerpo. Sus tetas también eran preciosas, redondas y bien formadas.

Tenía un cabello lacio y negro; que caía a veinte centímetros bajo sus hombros. Su cara era más fina que la de su madre, a excepción de la nariz de su padre, pero conservaba sus labios hermosos y carnosos.

Mireya, por su parte, era aún más bonita, quizás por la edad. Era similar a su hermana, pero con los ojos ligeramente rasgados, como su madre. Su boca era pequeña, pero sus labios eran gruesos y carnosos. Su nariz, mucho más bonita que la de Sonia, estaba ligeramente respingada. Sus cejas, afinadas hacia poco en una estética de la capital, eran dos líneas finas y densas que la hacían parecer a su rostro más mayor de lo que en realidad era.

Era una chiquilla, apenas, de modo que en sus pechos no había más que pequeñas tetitas de adolescente. Su culo, sin embargo, ya tenía las formas redondas y voluminosas de cualquier mujer bien dotada; y con su gusto por la natación, no había hecho más que acentuarlas.

Ambas chicas estaban arrodilladas frente a aquel invasor, que les apuntaba con su verga erecta hacia sus rostros. Sus manos, atadas tras su espalda, las ponían en una situación incómoda y de indefensión.

Sonia lloraba, pero Mireya parecía más desorientada que triste. Entonces recordó lo que su madre había sido obligada a hacer, y sólo entonces comprendió lo que le esperaba. Tragó saliva.

– Pues bien, lo primero que tendrán que hacer es besarme aquí – dijo, señalando el glande de su verga – ¿entendido?

Pero sólo recibió un largo silencio. Ambas chicas se miraron, pero ninguna se atrevió a llevar a cabo lo que el hombre les ordenaba. Simplemente era algo que no querían hacer por nada del mundo.

– Que feo – dijo el hombre – eso es no querer a su mamá.

Iba a ordenar algo a Lucas cuando de pronto la voz de una de las chicas lo interrumpió. Era Sonia, la hermana mayor, que lo miraba desde abajo con ojos de cordero.

– Está bien – dijo, con la voz quedita – Lo haré. Pero, por favor, deja ir a mi herma…

Una bofetada cayó sobre su rostro, haciéndola llorar de inmediato. Mireya también lloró al ver aquello, pero se concentró en mirar al suelo. Su madre, amordazada desde la silla en la que estaba atada, también comenzó a llorar; tanto así, que sus lágrimas comenzaron a limpiar parte de su rostro manchado de esperma.

El sujeto de azul tomó con su mano la barbilla de Sonia y la hizo alzar el rostro, llorosa como estaba.

– A mí no me vengas con que qué debo hacer – dijo, con firmeza – A mí sólo me vas a obedecer. Así que vas a besarme la verga en este instante o la siguiente cachetada es para tu madre, y, si insistes, la que sigue es para tu hermanita.

La soltó, pero el rostro de Sonia se mantuvo en alto. Tragó saliva, lo pensó un poco mientras el hombre la esperaba. Entonces, cerró los ojos, apretándolos muy fuerte, y comenzó a acercarse.

Sus labios apenas tocaron el glande del sujeto, alejándose inmediatamente, pero aquello siguió siendo terriblemente repúgnate.

– Ahora es tu turno – dijo el hombre de azul, dirigiéndose a Mireya

– ¡Por favor! – insistió Sonia – Deja…

Otra bofetada cayó sobre ella. Ella intentó, instintivamente, detener aquella mano con las suyas, pero estaba atada, y a veces lo olvidaba. Su rostro se había enrojecido, y sollozaba con la mirada hacia el suelo.

– Repito, es tu turno. – volvió a decir el sujeto, dirigiéndose a Mireya – ¿O también te pondrás necia?

La muchachita alzó la vista, y movió la cabeza negativamente.

– Perfecto – dijo el hombre – Te espero.

Pero no esperó demasiado, Mireya se acercó rápidamente y besó el glande del hombre para después retirarse inmediatamente. Era como si hubiera besado una llama de fuego. Leonor no tuvo más remedio que ver cómo, después de aquellos rápidos besos, el hombre iba exigiendo más y más, y sus hijas iban cediendo más y más.

Pronto les pidió que lamieran la punta de su verga, y ambas se negaron en un principio; pero cuando Sonia volvió a recibir una bofetada, ambas volvieron a acceder a los deseos. Después de aquellas lamidas, el hombre pidió que le chuparan el glande, y esta vez hubo menos resistencia y ninguna bofetada.

El hombre continuó y continuó; a veces, apretaba la quijada de Sonia, cuando esta le hacia alguna mueca. Otras veces empujaba a Mireya por la nuca, obligándola a no pensar tanto sus movimientos. Y las muchachas comenzaron a ceder a cada cosa que el hombre les decía, por que sabían que ninguna opción tenían si no querían ser lastimadas. Eso lo entendió perfectamente Mireya, cuando se detuvo para rogar compasión a aquel sujeto; entonces recibió su primera bofetada, y ya no volvió a desobedecer.

Sonia aun se ganó tres bofetadas más; y cinco pellizcos en sus pezones; y Mireya, en un momento de repugnancia en el que simplemente no quería tragarse la mitad de aquella verga, provocó que su madre recibiera cinco manotazos en el rostro.

La regla se volvió muy simple: someterse, o pagar las consecuencias. Leonor ya no sabía qué era peor; tanto ver a sus hijas siendo castigadas como verla mamándole el falo a aquel sujeto, le dolía verdaderamente en el alma.

Con el paso de los minutos, aquello pareció convertirse en cualquier escena barata de una película porno. Leonor se horrorizó con la facilidad con la que aquel sujeto había terminado por someter a sus hijas. Estas ni siquiera se quejaban ya; se habían rendido, y preferían obedecer las palabras y los movimientos de manos de aquel sujeto a ganarse uno de los castigos.

Su madre comprendía todo esto; y tampoco quería seguir viendo cómo las abofeteaban, pero en el fondo deseaba que se negaran, aunque sea un poco, que no se rindieran a los deseos de aquellas bestias. Pero nada podía hacer, sólo llorar.

Y en verdad que sus hijas ya no se quejaban; aquel hombre jugaba con ellas como si se trataran de un par de títeres. Con la mano derecha, detenía o empujaba hacia su verga la boca de Sonia, y con la izquierda tenía el mismo poder sobre Mireya.

La más chica era la que más injusticias se había llevado; Sonia debía tener cierta experiencia, por que el sujeto jamás la reprendió durante la felación. Pero la pobre Mireya, que no tenía la menor idea de aquello, había cometido los errores comunes de meter dentelladas o atragantarse sola.

Dos bofetadas, y un par de indicaciones ladradas por el sujeto de azul, parecieron suficientes para no repetir aquellos errores, aunque debía concentrarse demasiado, preguntándose si aquella o tal forma era la correcta, a sabiendas de que algún manotazo caería de nuevo sobre ella si se equivocaba.

No habían perdido aun el asco a chupar aquel horroroso y apestoso pellejo; pero si habían perdido la esperanza de cualquier alternativa. Sonia y Mireya, las pobres hijas de Leonor, no tenían más opción que evitar que todo aquello empeorara.

Por si fuera poco, el tal Lucas se acercó tras ella y comenzó a manosearla.

Conforme las hijas de Leonor mejoraban su desempeño, sin embargo, más les exigía el hombretón aquel. Comenzó a lastimarles el cabello; primero a Mireya, a quien jaloneaba de los pelos, atrayéndola hacia su verga, mientras de un empujón en la frente alejaba a Sonia, que sacaba aquella verga de su boca entre saliva y líquido seminal. Entonces la pobre chiquilla abría bien la boca, tomaba aire y cerraba los ojos antes de que aquella verga venuda invadiera su boca.

A veces el sujeto le permitía moverse sola pero, cuando se le antojaba, la mantenía atragantándose con aquel falo dentro de su garganta. Entonces la pobre chica se desesperaba, respiraba lo que podía por la nariz y sentía unas ganas insoportables de vomitar. Sólo cuando comenzaba a gorgotear fuertemente, aquel hombre la liberaba empujándola y entonces tomaba de los cabellos a Sonia y repetía lo mismo con ella, mientras Mireya sollozaba en silencio.

Repitió aquello varias veces, en lo que era lo más humillante que ellas habían tenido que soportar hasta entonces. Pero ya nada las sorprendía, cada cosa que él les hacía se convertía en lo más denigrante jamás vivido. Se preguntaban qué más seguiría después de todo eso.

– ¡Oye! – interrumpió Lucas, que estaba de pie tras Leonor – ¿Ya puedo…?

– ¡Si! – respondió molesto por la interrupción el tipo de azul, mientras mantenía a Sonia tosiendo con su verga dentro – ¡Sólo sabes qué parte me toca a mi!

– Perfecto – asintió el chico de amarillo

Leonor sintió entonces las manos de Lucas sobre su espalda y su culo; la abrazó por detrás para alcanzar a manosear sus tetas bajo la bata, ella intentó poner resistencia, creyendo que aquel sujeto sería suficiente, pero un jalón de cabello la regresó a su triste realidad.

– ¡No hagas tonterías – dijo Lucas, directo al oído de la mujer – maldita zorra!

Y Lourdes ya no hizo tonterías; ni cuando él la siguió manoseando, ni cuando comenzó a pellizcar sus pezones, ni cuando la obligó a besarla en la boca, sintiendo como la lengua del sujeto invadía su boca.

Tampoco hizo tonterías cuando él se agachó tras ella y comenzó a besar sus nalgas; ni cuando aquellos dedos comenzaron a magrear su coño, obligándola a excitarse; ni siquiera cuando la verga erecta de Lucas sobó por sobre la línea de su culo antes de penetrarla por el coño. Los dieciocho centímetros de aquel falo se clavaron en lo profundo de su húmedo coño; pero ella no hizo tonterías porque estaba llorando, había estado llorando mientras miraba a sus hijas siendo sodomizadas por el otro sujeto.

Pronto el muchacho comenzó a bombear su coño, y Leonor tuvo que perder de vista a sus hijas para enfrentarse a su propio destino. Más pequeña que la anterior verga, aquella de todos modos la hizo gemir de placer. El muchacho era joven y ágil; y todo aquello agitaba a aquella mujer que, a sus 42 años, todavía era muy capaz de sentir las delicias de una buena follada.

Se sentía sucia; pero su mente no dejaba de confundirse entre sentir asco o goce. Aquella posición sobre la silla la mantenía con el culo bien abierto, permitiendo el libre paso al pene de aquel ágil hombre. La cogía una y otra vez; hasta el fondo, sacando su verga por completo y volviéndosela a clavar.

Leonor ya gemía escandalosamente, sin poder evitarlo; inundando el silencio incomodo que reinaba en la sala. Se sentía una idiota, pero no quería que aquello se detuviera, no en aquel justo momento cuando su interior se estremeció y un chorro de placer pareció recorrer su circuito sanguíneo. Entonces gritó, porque su mente estaba tan inundada de sensaciones que aquel orgasmo se sentía distinto a cualquier otro.

El sujeto ni siquiera dejó de bombearla, aún a sabiendas del orgasmo de la mujer y, hasta que no descargó su leche dentro del coño de Leonor, no paró de embestirla. Esperó a que su pene perdiera

Cuando Leonor regresó la vista al frente, miró de frente a sus hijas. Cruzó miradas con Mireya y después con Sonia; ambas estaban arrodilladas de frente, con el sujeto de azul detrás de ellas, tomándolas de los hombros y obligándolas a observar a su madre.

Leonor se ruborizó; deseaba estar en otra parte, desaparecer de ahí para siempre. Pero su realidad era otra; un extraño le había provocado un orgasmo, y había chillado como cerda frente a sus propias hijas. Entonces el teléfono sonó.

Sonó una vez, y otra, y ambos sujetos se pusieron alertas, aunque el de azul parecía relajado y el chico que la follaba ni siquiera había sacado su pene de su coño. Siguió sonando, hasta que el tono paró. Leonor comprendió, eran las diez y media de la mañana, y a esa hora su esposo y padre de las niñas marcaba todos los días desde el crucero.

– ¿Es él? – dijo la ronca voz del hombre de azul

Leonor asintió; ya no le sorprendía que aquel sujeto lo supiera.

– Pues va a volver a marcar, seguramente; aquí espérenme putitas – dijo, dirigiéndose a las chicas que seguían arrodilladas, mientras se alejaba hacia la mesita del teléfono.

Tomó el teléfono inalámbrico y se acercó a Leonor.

– Cuando conteste – dijo a Leonor, que lo miraba de reojo – vas a hablarle con toda normalidad. Le dirás que estas bien, que tus hijas están bien y que no existe problema alguno. Cualquier idiotez que cometas – dijo, al tiempo que tomaba una de las pistolas – provocará una situación decepcionante. ¿Me has entendido?

Leonor no contestó de inmediato; la sola posibilidad de provocar que dañaran de esa manera a alguna de sus hijas la hizo estremecerse, porque no estaba segura de guardar las apariencias ante su esposo en aquella situación. Entonces el teléfono volvió a sonar.

– Lo haré – dijo Leonor – No te preocupes.

El sujeto de azul le entregó el teléfono a Lucas, quien contestó y alargó su brazo para que Leonor contestara; ni siquiera sacó su verga de ella, y hasta parecía haber vuelto a ganar dureza.

– Bueno – dijo Leonor, tras una extraña pausa

– …

– Si, lo sé – dijo, tratando de normalizar su voz – Estábamos desayunando y dejamos los celulares en los cuartos.

– …

– Si, todo bien, despertamos a eso de las nueve de la mañana – continuó, y en aquel momento vio cómo el sujeto de azul regresaba hacia donde se hallaban sus hijas

– …

– ¡Ah! Que bien, ¿entonces llegan mañana a Puerto Rico?

– …

El sujeto de azul regresó a sus hijas a la posición anterior y, como si nada estuviese pasando, volvió a obligarlas a chupar su verga. Primero Mireya, quien estuvo obligada a realizarle aquella felación durante medio minuto, y luego Sonia otro rato; para después continuar aquel juego de turnos en que él metía su verga bruscamente en la boquita que más se le antojaba hacerlo.

Leonor escuchaba los relatos de su marido, y agradecía no tener que decir nada, puesto que su garganta se había ennudecido.

– Muy bien – dijo, cuando tuvo que responder – Pues yo creo que las niñas y yo vamos a quedarnos en la casa, a menos que salgamos por la tarde al pueblo.

– …

– Si, me parece bien, si los encuentro los compro – respondió, en el momento en que, por fin, Lucas sacaba su verga de ella, provocando que se le escapara un ligero gemido.

– …

– No, nada, me lastimé la espalda durmiendo, yo creo, y me ha estado doliendo un poco.

– …

– Si, lo haré, no te preocupes. – continuó, con la leche de Lucas corriéndole por los muslos, emanando de su concha.

– …

– Si, yo les digo. Igualmente, cuídate.

Entonces colgó; Lucas le arrebató el teléfono y lo colocó en su lugar.

– ¡Lo ves! – dijo el sujeto de azul, mientras masturbaba su verga frente a los rostros de las hijas de Leonor, a quienes había obligado a pegar sus mejillas una al lado de otra y a mantenerse inmóviles, a la espera de su eyaculación – Eres muy buena actriz a pesar de tener una verga dentro.

Leonor hubiese querido verlo reventar en aquel mismo momento; pero se limitó a bajar la vista, ocultando el dolor de su mirada.

Ya no miró cómo aquel individuo mantenía entre amenazas y groserías los rostros de sus hijas aglutinados, esperando con los ojos cerrados el momento en que aquella verga escupiera semen sobre sus rostros, como hacía unos minutos había sucedido con su propia madre.

La espera era eterna, especialmente porque no querían que nada de aquello sucediera; de modo que, finalmente, el escupitajo de esperma las tomó por sorpresa. El primer chorro cayó sobre la frente de Mireya, y un segundo disparo llegó a la nariz y boca de Sonia. Azotó su pene sobre la cara de Sonia, manchándola lo más posible de su leche, pero ya la mayor parte había caído sobre Mireya, que empezaba a tener problemas con los ríos de semen corriéndole cerca de los ojos hasta comenzar a invadirlos.

– ¡Váyanse a bañar! – les gritó, mientras empujaba a Sonia para que se pusiera de pie, misma cosa que no tuvo que repetir con Mireya, que ya se incorporaba – Lucas, sube con ellas.

Lucas tomó su arma y las hizo subir.

– ¡Lucas! – gritó, mientras el muchacho subía – Acuérdate de lo que te dije.

El hombre de amarillo asintió, y siguió su camino. El individuo de azul se quedó solo con Leonor, quien seguía fija al suelo. No se podía saber si lloraba o si se había desmayado de tantas emociones. Le alzó el rostro, y se encontró con una mirada perdida y desesperanzada.

Se agachó, a un lado de ella, acariciándole la barbilla. El esperma de Lucas aun goteaba desde su coño, cayendo al suelo.

– Mira nada más que desastre – dijo el tipo, asomándose hacia el culo de Leonor – eres tan puta que ya dejaste un charco de mugre acá atrás.

Llevó su dedo bajo la concha de la mujer y una gota cayó en su dedo; se incorporó e impregnó la gota de esperma en la nariz de la mujer, que lo miraba con una extraña combinación de odio y miedo.

– En fin – continuó – Te puedo adelantar que esto es sólo el principio – dijo, agachándose de nuevo frente a ella, acercándose a su oído.

– ¿Qué más quieres? – preguntó Leonor, con una voz destrozada

– Todo, follarte, follarte hasta que me canse. Y follarme a tus hijas también; romperle el culo a Sonia, desvirgar a tu adorada Mireya; lanzarles mi leche sobre sus culos y atragantarlas con mi verga. Eso quiero.

Las lágrimas de Lourdes corrían silenciosamente por sus mejillas. Miraba al suelo, pensativa, mientras escuchaba las sandeces de aquel individuo que no dejaba de parecerle familiar.

– ¿Quién eres? – preguntó

Alzó la vista y mirándole los ojos a través de aquel pasamontañas. El hombre la miró; se quedó pensando un largo rato hasta que, por fin, decidió quitarse el pasamontañas.

– ¿No me recuerdas? – dijo

Ella no lo recordaba; no sabía quién era. Lo miró; y trató de recordar aquel rostro y aquella voz. Pero nunca había conocido a alguien como él. Estaba a punto de preguntar hasta que una idea le cruzó por la cabeza; entonces lo recordó.

– Benjamín – dijo, completamente segura

– El tipo al que le rompiste el corazón.

CONTINUARÁ…


Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (3)” (POR BUENBATO)

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ASALTO A LA CASA DE VERANO (3)

Sin títuloEra él, definitivamente; pero lo veía tan cambiado. Físicamente parecía haberse desarrollado más; siempre había sido un muchacho robusto. Pero jamás se hubiese imaginado que él fuera capaz de cometer algo como aquello; nunca lo hubiese creído.

Habían sido novios durante una corta temporada; ella tenía 16 años y él 19, pero era apenas una chiquilla, los cinco meses que salieron juntos no significaron gran cosa para Leonor, quien hubiese salido con quien fuera que la invitara. Que se tratara de Benjamín o de cualquier otro era lo de menos.

Ella siempre había sido muy bonita; y sin duda era la mujer más bonita en aquella colonia. Benjamín era un muchacho serio, trabajador y extremadamente responsable; hubiesen seguido como novios de no haber sido por la necesidad de alejarse.

Él entró a la Escuela Militar de Medicina, le prometió a ella que volvería y ella juró que lo esperaría. Se escribían cartas; él escribía dos cartas por cada una de las que ella le enviaba. Pero con el tiempo se fueron reduciendo aún más; a veces él tenia que esperar dos meses y dieciocho cartas para que ella le respondiera, cada vez con menos cosas que decirle. “Suerte”, era lo único bonito que ella le escribía.

Ella se hubiese enterado del amor que aquel sujeto le tenía, si tan sólo se hubiera tomado la molestia de leer aquellas cartas. Pero, siendo bonita como era, no tardó en regresar a una vida social atrabancada, en la que los más muchachos más galantes y populares acaparaban su tiempo y su atención. Guardaba las cartas en una cajita; y después las tiraba a la basura cuando estas se acumulaban.

Llegaba a leer algunas, pero le parecían escritas por un pobre necio que no entendía que las relaciones a distancia no tenían futuro. Decidió entonces escribirle la carta más corta de todas: “Basta ya, Benjamín, no te he escrito en meses por que deseo que me dejes en paz. Esto ya murió hace mucho. Suerte.”

Aquello funcionó, tras dos años y medio de correspondencia apasionante, ella no volvió a recibir ninguna carta. Un alivio del que se olvidó pronto. Habían pasado más de 25 años desde entonces; y apenas y había podido recordar su nombre.

– Lo lamento – dijo Leonor, tratando de comprender aquella situación – Pero lo que estas haciendo no solucionará nada. No puedes culparm…

– No te estoy culpando – dijo él – Es sólo venganza.

– No puedes hac…

– Lo estoy haciendo; ¿crees que tus disculpas me harán decir “muy bien, sólo eso necesitaba; me voy, hasta nunca”? – dijo, burlón – Planeé esto desde hace muchos años; no voy a dejarlo ir por unas falsas disculpas.

– Son sólo unas niñas. Hazme a mi todo lo que te venga en gana, pero los que les hiciste hace un momento a ellas es realm…

– El principio. – interrumpió

– No puedes ser tan malo, Benjamín

– Eso mismo creía de ti – concluyó, alejándose

Subió las escaleras, seguramente hacia el baño, donde el otro sujeto y sus hijas se encontraban. Cuando se sintió sola, intentó zafarse de sus amarres. Pero era inútil; las esposas la inmovilizaban completamente, y no encontraba manera alguna de desatarse los amarres de los pies. Sus intentos de desatarse la hicieron caer de espaldas, cayéndole encima la silla. Lloró de impotencia; se sentía una idiota, desnuda ahí sin poder hacer nada por defender a sus hijas.

Arriba, en efecto, Lucas supervisaba a las chicas mientras se lavaban el rostro, cabello y cuerpo bajo la regadera. Les había quitado la blusa y la playera, recortándolas con unas tijeras. Ahora Mireya vestía sólo con el traje de baño de dos piezas, y su hermana Sonia sólo iba cubierta por sus bragas.

– ¡Que bonitas! – dijo el socarrón de Benjamín – ¿Ya se limpiaron bien la carita? Vi que a la chiquita le entró un poco en el ojo.

Lejos de responderle, las chicas lo miraron con rencor. Como si, debajo de la regadera, pudieran estar a salvo. Pero no era así; apenas cerraron la llave y se acercaron a tomar sus toallas; el gorilón de Benjamín las empujó hacia la plataforma de la regadera, haciendo que resbalaran y chocaran sus cuerpos entre ellas.

– Les hice una pregunta, pendejas, ¿creen que estoy jugando?

Las muchachas se asustaron de nuevo, y cualquier espíritu de rebeldía se esfumó. Movieron la cabeza negativamente.

– ¿Entonces por qué no responden? ¿Se limpiaron la cara? Si recuerdan, ¿no? ¿Recuerdan cómo les llené la cara de leche? ¡¿Eh?! ¿Lo recuerdan?

– Si – dijeron ambas, al unísono

– ¿Les gustó?

Ambas se miraron mutuamente, estaban tan asustadas que ya no lo pensaban dos veces.

– Si – respondieron

– ¡Que putas! No me sorprende en lo absoluto. Me acabo de follar a su madre y ha quedado encantada. ¿Les gustó ver cómo nos las follamos mi amigo y yo?

– Si – respondieron las pobres chicas

– ¿Si qué, putitas?

– Si nos gustó ver – respondió Sonia, por ambas

– A ti – dijo señalando a Mireya – ¿Te gustó cómo te eché mi leche en tus ojitos?

Mireya estaba tan asustada que apenas y pudo entender la pregunta. Trató de pensar rápido, incluso Sonia la apuraba con suaves pellizcos para que respondiera; Benjamín se estaba desesperando cuando por fin la chiquilla se atrevió a responder.

– Si – dijo entonces, como si lo hubiera tenido ensayado – Si me gustó, mucho.

– ¿Mucho? – repitió el hombre – Vaya que eres una perrita al natural, a ti te voy a enseñar muchas cosas.

Aquello la asustó, pero no dio tiempo de ello; Benjamín dio indicaciones a Lucas, y entre ambos las tomaron de los brazos y las hicieron levantarse, mojadas aún como estaban. Benjamín llevaba a Sonia, que a pesar de los intentos de arrebatos era incapaz ante aquellos fuertes brazos. Menos aún pudo poner resistencia Mireya, a quién Lucas jaloneaba con el menor de los cuidados. Entraron a la recamara de ellas.

Las lanzaron sobre los colchones de sus camas, exactamente donde cada una de ellas dormía; ya fuera por casualidad, o por que conocían bien cómo se llevaban a cabo las cosas en aquella casa.

Cayeron sobre las camas; pero no tuvieron tiempo de incorporarse por que, de forma casi sincronizada, ambos hombres se les encimaron para inmovilizarlas boca abajo. Les volvieron a colocar las esposas, y sacaron unas cuerdas con las que ataron, por desde la mitad los cuellos de las chicas, y después cada uno de los extremos a las patas superiores de las camas.

Aquello estaba, evidentemente, más que planeado; en menos de dos minutos ambas muchachas estaban completamente inmovilizadas boca abajo sobre sus camas. No podían moverse mucho en aquella posición y con aquellas ataduras. Si existía un secuestro bien planeado, era aquel.

Las dejaron solas, o al menos eso les hizo creer. Benjamín miraba satisfecho todos los intentos de las chicas por escapar, por si existiera algún defecto en su plan; pero no lo había, por más que ambas intentaron, no podían moverse demasiado. Cualquier movimiento forzado las hacia ahorcarse a ellas mismas con las ataduras. No podían hacer otra cosa que mantenerse en aquella posición.

Lucas y él bajaron a la sala; descansaron, especialmente Benjamín, quien había eyaculado más veces. Era uno de los inconvenientes que veía, deseaba follárselas sin parar. Lucas hubiese continuado, pero estaba bajo las órdenes de Benjamín, y las parecía obedecer al pie de la letra.

Miraron algo de TV y comieron algo en el cuarto de la cocina; de vez en cuando hacían rondines por la casa. Lourdes había terminado por rendirse; y lo poco que lograba era arruinado por alguno de ellos, que reforzaban los amarres.

Lo mismo sucedía con Sonia, quien de vez en cuando se retorcía sobre la cama esperando escapar, pero de igual manera era inútil; y cuando era descubierta en pleno intento, lo único que conseguía era una buena nalgada.

Mireya, sin embargo, había terminado por dormirse. “La más lista – pensó Benjamín – Con todo lo que le espera”. Se acercó a ella y le acarició suavemente el culo; ella no despertó. La contempló un rato; ya sabía que ella nadaba, pero sólo hasta entonces comprendió las ventajas de aquel ejercicio.

El trasero de la muchachita era precioso, redondo y voluminoso; junto con su cintura delgada le otorgaban un cuerpo precioso. Si bien era, en parte, heredado, pues su madre y hermana también se cargaban un buen par de nalgas, la más chica no había perdido el tiempo y, mientras nadaba, iba marcando aún más su bello cuerpo.

El traje de baño era muy bonito; tenía holanes de colores sobre la tela rosada, era claramente un traje de baño de tipo infantil. La parte superior no estaba hecha para cubrir gran cosa, y es que en verdad las tetas de la chiquilla eran insignificantes. La parte inferior, por su parte, sí que estaba apretujada sobre sus voluminosas nalgas. Las tocó otra vez, esta vez con más ahínco, y Mireya despertó. Debió haber estado soñando algo lindo, porque el regresó a la realidad no pareció caerle bien.

Benjamín regresó de la última ronda con su compañero. Había sido un descanso de tres horas; Lucas lo aprovechó para revisar las computadoras. Había revisado la laptop de Mireya, pero nada le llamó la atención, y también revisó el celular de Sonia, al cual le dedicó casi una hora, y la tablet de Lourdes, dónde no encontró nada interesante.

– ¿Algo importante?

– Nada – respondió Lucas, mostrando su aburrimiento – Parece ser que sus vidas aquí no tienen mucho de interesante.

– Pues ya va siendo hora de cambiar eso; subamos.

Lucas sonrió, entusiasmado, y caminó tras Benjamín. Este se acercó rápidamente a donde se hallaba Leonor, y acercó su boca a su oído.

– Sólo para avisarte que ya les llegó la hora a tus hijitas.

– ¡Púdrete! – espetó Lourdes

– Gracias – respondió Benjamín, alejándose – eso me alienta.

Subió a la alcoba de Sonia y Mireya, seguido de Lucas. Las muchachas los esperaban, atadas sobre sus camas.

– Pasará esto, Lucas – dijo al muchacho – Comenzaremos con la mayor; sólo quiero penetrarla un poco, después será toda tuya. ¿Te parece?

– Perfecto – dijo Lucas

Las chicas podían escucharlos pero, ¿Qué importaba eso? Se dirigieron a la cama donde se hallaba Sonia; comenzaron a bajarse los pantalones, quedando completamente desnudos, con sus vergas erectas y listas.

Sonia temblaba de verdad; sintió las manos de Benjamín sobre sus piernas, pero estaba tan trabada que ni siquiera pudo alejarse. Vestía sólo sus bragas blancas; pero estas no tardaron en irse, cuándo Benjamín las arrancó de un solo jaloneo.

Ella tenía un cuerpo precioso, dónde los rasgos africanos y latinos no se limitaban a su tono de piel morena. Tenía un par de tetas preciosas que ya todos conocían, redondas y altivas, con el tamaño adecuado para competir con las de su madre. Debajo de su pecho, comenzaba una curva que disminuía para formar su cintura y, más abajo, la curva volvía abrirse para dar paso al culazo que siempre lucia.

Era un culo corriente, por así decirlo. Grande por naturaleza, vibraba como cama de agua con cada movimiento brusco. Sus caderas eran anchas, pero no tanto para la abundancia de nalgas con el que contaba. Un hombre podía sobrevivir un mes sin problemas alimentándose de ellas.

No parecía ejercitarse tanto, como su madre y su hermanita, pero aquello no tenía importancia con el cuerpazo con el que contaba en ese momento. Eso lo supo Benjamín quien, abalanzando su cuerpo sobre ella, la acarició desde abajo hasta arriba. Lanzó algunas nalgadas a la chica, poniéndola nerviosa; pero es que aquello era inevitable, su trasero mismo invitaba abiertamente a lanzar manotazos sobre la superficie de sus culo.

El hombre alzó con sus brazos las caderas de Sonia, obligándola a arrodillarse sobre la cama y abrir sus piernas. Pronto sintió la lengua de aquel sujeto restregándose entre su coño, saboreando su culo y besuqueando sus nalgas. Aquello era repugnante, y lo peor es que de cierta forma comenzaba a sentir sensaciones placenteras.

Su coño era un bollito oscuro e hinchado, rodeado con unos vellos oscuros y medianamente crecidos. Era evidente que la chica no veía a su novio desde hacía unas semanas, y había dejado de rasurarse el área de su concha. La parte interior de su almeja rosada comenzó a excitarse, provocada por los dedos mañosos de aquel sujeto que abrían paso a su asquerosa lengua.

Se sintió estúpida cuando su concha comenzó a llorar jugos de placer. La dura lengua y los labios de aquel sujeto chupándole su coño comenzaban a provocarle inevitables efectos. No tardó, contra lo más racional de su voluntad, a restregarse ella misma contra el rostro de aquel individuo.

Benjamín sonrió satisfecho, al ver cómo aquello sobrepasaba el carácter de la chica y la hacía sucumbir al deseo sexual. Dio un último beso a los labios vaginales de Sonia, y alejó su rostro, llevándose adheridos algunos vellos en sus mejillas.

– No tardaste mucho en calentarte putita – dijo Benjamín, limpiándose el rostro con las bragas de Sonia, al tiempo que se colocaba de rodillas tras ella.

– Déjeme por favor… – intentó pedir Sonia, pero una bofetada la acalló.

Era Lucas, quien se estaba acomodando frente a ella, apuntándole con su verga erecta. El muchacho se acomodó para que la pobre chica le chupara la verga, pero Sonia se negó de inmediato. Mala idea, una mano le alzó la cabeza por los cabellos y recibió cinco bofetadas seguidas que la regresaron a su triste realidad, y entonces tuvo que ceder a los deseos del muchacho. Abrió la boca, y se dejó llevar por la mano de Lucas hacia su verga.

No había terminado de llevarse aquel falo a la boca, cuando la verga de Benjamín la penetró. Su coño estaba tan húmedo que no costó gran trabajo clavársela hasta el fondo. Ella gimió de dolor, pero ni siquiera para eso pudo sacarse aquel otro pedazo de carne de su boca. Apenas y tenía permiso de respirar; y las embestidas de Benjamín le aceleraban tanto la respiración que era desesperante tener la verga de Lucas en su boca.

Este la obligaba a tragarse completamente su falo; y aunque este no era tan grande como el de Benjamín, era suficiente para hacerla sentir que perdía la respiración. De modo que la muchacha tuvo que implementar una estrategia que le permitiera tomar un poco de control. Comenzó a moverse como pudiera, de manera que no fuera necesario que Lucas le moviera la cabeza.

Él comenzó poco a poco a soltarla, cuando se dio cuenta que ella misma se encargaba de mamarle la verga. Lucas se recargó sobre la cama y se limitó a disfrutar de aquella felación; a Sonia, por su parte, esto le permitía respirar en los momentos adecuados. Con el tiempo, aprendió a coordinarse entre chuparle el falo a Lucas y recibir las embestidas que Benjamín le propinaba a su coño.

Pero no tardó mucho tiempo en volver a perder el control, y es que Benjamín no la taladraba con su verga completa, pero cuando comenzó a hacerlo el éxtasis hizo sucumbir a la pobre muchacha. Entonces Lucas volvió a azotarle su boca sobre su verga, sin que pudiera hacer nada, puesto que apenas y tenía las fuerzas necesarias para soportar el placer que se le estaba acumulando desde la espalda hasta sus caderas.

Entonces, con todas las fuerzas que tuvo, se alzó lo suficiente para sacar el falo de Lucas, tapizado de su saliva, al tiempo que su coño reventaba de placer con la verga de Benjamín adentró. No había podido evitarlo, había experimentado el primer orgasmo del día.

Benjamín se detuvo, lanzó unas cuantas embestidas más, lentas y pausadas, y entonces sacó su verga chorreante de los jugos vaginales de la muchacha. Le propinó una sonora nalgada que le hizo lanzar un gritito.

– Toda tuya – dijo Benjamín, poniéndose de pie – La zorrita se ha venido y debe querer volver a disfrutar una buena follada.

Y es que era verdad, aunque Sonia no quisiera admitirlo, su coño extrañó de inmediato aquella sensación que le habían provocado los encontronazos de Benjamín. Se sintió idiota, sucia, se sintió una verdadera zorra y comenzó a llorar; y sin querer se encontró en la misma encrucijada moral que su madre. Pero no iba a permitir que aquellos pensamientos la doblegaran, y mucho menos exteriorizarlos.

– ¡Ya basta! – dijo, con las fuerzas acumuladas – Déjenme en paz.

Pero Benjamín no le dirigió la palabra; todo lo contrario, le dio la espalda y se alejó hacia la cama donde el cuerpo tembloroso de Mireya aguardaba.

– La más preciosa de las tres – murmuró Benjamín, mientras se acomodaba de rodillas sobre la cama, tras la menor de las hermanas.

Colocó sus manos sobre el culo de Mireya, y esta se estremeció tanto que pareció perder temperatura. Poco le importó eso a aquel sujeto, que ya masajeaba con sus manos las pronunciadas nalgas de la chiquilla.

Se agachó a darle un rápido beso a su culo, e inmediatamente se dejó caer sobre ella, repegándole su pecho sobre su espalda, su verga entre sus piernas y sus labios a su oreja.

– Eres mi favorita – dijo – Eres un poco más negrita, pero tienes la misma cara que la zorra de tu madre cuando tenía tu edad. Me recuerdas mucho a ella, ¿sabes?

La chica temblaba; sentía el olor del coño Sonia emanando de la boca de aquel sujeto, sentía la verga de él deslizándose húmeda sobre sus piernas, su pecho sudoroso sobre su espalda y sus labios endurecidos chocando con sus orejas.

– A tú madre nunca me la follé en ese entonces, pero creo que tú harás un mejor papel que ella, ¿no crees?

La niña no respondió, porque quería creer que nada de aquello estaba sucediendo.

– ¡¿Lo crees o no?! – se alteró él, al tiempo que rodeaba a la chica con sus manos para tomarle los pechos a través del sostén del traje de baño – ¡Responde!

– Sí, señor – dijo ella, finalmente, con una voz tan tierna que la verga de Benjamín se endureció más de lo posible

– Lo sé putita; mira nada más que tetitas tienes acá. – continuó, apretándole lo poco que ella tenía de senos – ¿Eres una putita verdad? ¡Dilo! – insistió, estrujándole aún más las chichitas

– Si – dijo ella, con la voz entrecortada por el llanto acumulado

– ¿Si qué? Dímelo.

– Soy una putita – dijo ella, limitándose a repetir las palabras de él

– Sí que lo eres, y hoy lo descubrirás.

Se alejó de su oído y de su espalda, soltó sus tetas y pareció irse. Ella sintió una extraña calma hasta que, de pronto, una fuerza le hizo descender el bikini de su traje; sacándolo por los pies. Ni siquiera había tenido tiempo de voltear hacia atrás cuando las manos de Benjamín sostenían fuertemente su cintura y su boca se deslizaba entre sus nalgas.

Intentó alejarse de aquellos labios que besuqueaban entre la falla que partía sus nalgas, pero le era imposible. Benjamín le hizo abrir las piernas, con la fuerza de su cuerpo. Mireya se quejó, gritó un poco hasta que lo consideró inútil; estaba a punto de darse por vencida cuando sintió la horrible lengua de aquel sujeto sobre la entrada de su ano.

Apretó sus nalgas inmediatamente, y estas eran tan firmes y fuertes que lograron detener a aquel individuo. Pero aquello no duró mucho, y no se sorprendió cuando una tras otra de fuertísimas nalgadas cayeron sobre su culo. Aquel sujeto no se detenía, incluso cuando ella rogaba que parara.

– ¡Está bien! ¡Está bien! – lloriqueaba la muchacha – ¡Ya por favor!

– ¡No vuelvas a hacer idioteces! – gruñó aquel hombre, que le había dejado enrojecida la nalga izquierda a la pobre de Mireya.

Volvió a besar el culo de la chica, e inmediatamente dirigió su lengua al anillo de su ano; esta vez Mireya tuvo que tragarse su orgullo, moral, decencia e integridad. Benjamín le chuparía el culo y no había remedio.

Él parecía disfrutar realmente de ello; el olor de la mierda que ella había cagado en la mañana aún era perceptible, pero parecía un aroma perfumado por aquella situación tan erótica. Su lengua, hábil en aquellas labores, no tardó en provocar que la chiquilla cerrara los ojos y respirara más profundamente.

Las sensaciones venían del esfínter de su ano, pero era su virgen coño el que progresivamente se iba mojando por dentro. Comprendió, a pesar de su edad, que se estaba excitando; no sabía, en aquella confusión, si lo que la calentaba más era la lengua de Benjamín en su culo o los gemidos de Sonia mientras era montada por Lucas.

Vio cómo el muchacho detenía sus movimientos, con la verga clavada en su hermana y sus manos apretujándole las tetas. Era claro que estaba eyaculando dentro de ella. Aquello también estimuló su coño; parecía no tener control sobre su propio cuerpo.

La lengua sobre su ano se interrumpió, Benjamín parecía haberse ido, y sólo quedaba en el cuarto los sonidos de Sonia y Lucas suspirando. Pero, entonces, un par de manos le volvieron a alzar el culo, y un objeto se posó sobre su coño. Era Benjamín, que estaba a punto de robarle su virginidad con su verga de veinte centímetros.

Pensó en gritar, pero lo descartó; pensó también en retorcerse y tratar de evitar aquello, pero también lo consideró inútil. Pensó en rogar, pero comprendió que aquellos sujetos no tendrían oídos para sus súplicas. Decidió entonces ceder, y esperar a que aquello terminara.

El hombre acomodó su verga; Sonia ya no gemía, y entonces Mireya volteó para ver qué sucedía. Lucas estaba frente a ellos; con una cámara en la mano, apuntando a ella y a Benjamín.

– ¿Ya? – preguntó Benjamín

– Ya, estoy grabando.

– Aquí tenemos a esta putita – comenzó a narrar Benjamin, mientras Lucas se acercaba a grabar el rostro de ella, que volteó la mirada hacia otro lado – ¡Saluda a la cámara putita! – le recriminó Benjamín, volteándole bruscamente la cabeza

– Perdón – dijo ella

– ¿Cómo te llama putita?

– Mireya

– ¿Te gusta mamar vergas?

– Si – respondió ella, para no arriesgarse a nada

– Mira a la cámara putita. ¿Cuántas vergas has chupado?

– Una – dijo ella

– ¿Una nada más? ¿Quién fue el afortunado?

– Usted

– ¡Ah sí! Lo recuerdo. Me imagino que quieres chupar muchas vergas, ¿verdad?

– Sí, señor – dijo ella, aguantando las ganas de llorar

– Chupa la de mi amigo – dijo Benjamín, mientras alargaba el brazo para sostener la cámara

Lucas no perdió tiempo alguno; y enseguida se colocó de rodillas frente a Mireya. La hizo alzarse, y ella se dejó llevar como una simple muñeca de trapo. Le intentó alzar la cabeza jalándola de los cabellos, pero ella prefirió incorporarse sola, colocándose sobre sus rodillas, con tal de no sentir dolor en su cuero cabelludo.

Cuando estuvo frente a frente con la verga de Lucas, se limitó a abrir la boca; el glande de aquel falo estaba impregnado de restos de esperma, y el olor del coño de su hermana Sonia era penetrante. Y sin embargo prefirió no pensar en aquello, y limitarse a abrir la boca. Pero la bestia de Lucas le metió su falo completo, sosteniéndola de la cabeza.

La fustigaba con violencia hacia su verga, y la chica simplemente trataba de no ahogarse con todo ese ajetreo. Benjamín reía mientras grababa la cruel escena. El muchacho sacó y metió salvajemente su verga una docena de veces, y para entonces las lágrimas de la chica recorrían silenciosamente sus mejillas.

Benjamín no paraba de lanzar risotadas. Grababa aquella situación con su mano izquierda, mientras que con los dedos de su mano derecha palpaba el coñito velludo de la muchachita. Eran unos vellos gruesos ya, aunque no tanto como los de Leonor o Sonia; eran negros y parecían crecer como un bosque no muy denso sobre toda el área de aquella conchita.

Su coñito no era el bollo que caracterizaba a Sonia y a su madre, sino una apertura en medio de un vientre bajo plano, apenas perceptible el discreto cañón curvo por el que se llegaba a sus entrañas. Cuando los dedos de la mano de Benjamín estuvieron los suficientemente mojados, decidió continuar con lo suyo.

– Basta ya – le dijo a Lucas – Toma la cámara.

Lucas liberó la boca de Mireya, y se despidió de ella golpeándole las mejillas tres veces con su verga; tomó la cámara y la apuntó hacia Benjamín, que ya se acomodaba tras de la muchachita.

– ¿Te gustó mamársela? – preguntó Benjamín, todavía riendo, mientras Mireya tosía

– Si – respondió ella, recuperando el aliento

– Me alegra – dijo él, palpando la entrada húmeda de aquella conchita con el glande de su pene – Porque eres muy zorrita, ¿no es cierto?

– Si – respondió ella, que se comenzaba a acostumbrar a aquellos diálogos

Dejaron de hablar, porque la dura verga de Benjamín comenzaba a empujar entre los labios vaginales de la chica. Mireya comenzó a gritar; nunca se imaginó que la entrada de aquella gruesa verga fuese a resultar tan doloroso. Golpeaba el colchón, tratando de soportar el dolor. Apenas habían penetrado tres centímetros de glande.

El hombre siguió avanzando, lento, como si quisiera recabar cada detalle de aquel momento. Lucas acercaba el zoom de la cámara a la zona en la que la chica estaba siendo penetrada.

– ¡Uy! – dijo Benjamín – Ya siento la telita de esta perrita – anunció, refiriéndose al himen intacto de Mireya.

El coño de Mireya se contraía, intentando inconscientemente evitar aquello; pero aquello no molestaba en lo absoluto a aquel hombre, y sólo intensificaba el dolor de la muchacha.

Siguió penetrándola, con la firme idea de reventarle el himen; pero este había resultado bastante flexible, y permaneció sin romperse aun cuando media verga de Benjamín estaba clavada en la muchacha.

– ¡Vaya putita! – exclamó él – No quiere romperse.

Siguió penetrándola, como si aquello fuera una especie de reto, mientras ignoraba por completo los gritos y retortijones de la pobre muchacha, que intentaba moverse para sacarse aquello de su coño, aunque esto era inútil ante la enorme fuerza de los brazos que la sostenían.

Entre más se expandía su resistente himen, más era el dolor que sentía. Quería que aquello terminara de una buena vez, pero no fue hasta que Benjamín la penetró más, que aquella telilla se desgarró, provocándole un dolor aún más espantoso.

La niña lloró y siguió retorciéndose entre gimoteos, pero Benjamín no hacía más que posar ante la cámara al tiempo que mostraba el hilillo de sangre manchando su verga. Pronto el dolor fue disipándose, los gritos de dolor atenuándose y las lágrimas secándose; la pobre chica había sido arrebatada de su virginidad, y ya no había nada que hacer.

En ese momento se dejó someter. Se convirtió auténticamente en la muñeca inflable que aquellos sujetos veían en ella. Cuando Benjamín la comenzó a bombear, ella se limitó a soportar las embestidas. Cuando él la hacía alzar el culo, ella se dejaba llevar, y mantenía la posición en la que lo colocaba. Lloraba, por momentos, pero a nadie más que a ella parecía importarle.

Se limitaba a obedecer sumisamente los antojos de aquellos sujetos; cuando Lucas se acercaba a ella, para grabar su rostro, ella hacia un esfuerzo inútil por sonreír. Pero no era su sonrisa lo que deseaba grabar, sino sus gemidos, los cuales comenzaron una vez que el dolor se disipó para dar lugar al regodeo que le comenzaban a provocar las cada vez más veloces embestidas de Benjamín.

Lucas grababa el rostro enrojecido, los ojos apretados y la boca abierta por la respiración agitada de Mireya; la naricita de ella parecía ser demasiado pequeña para mantener el acelerado ritmo de sus quejidos y su exhalación.

Benjamín no la penetraba completamente, colocaba una de sus manos como tope, y sólo dos tercios de su verga bastaron para provocar el primer orgasmo en la vida de Mireya. Ella gritó y se retorció de placer; su coño generó unas contracciones que Benjamín se detuvo a disfrutar. Aquel coño era cálido y apretado; y era sin duda una fortuna poder penetrarlo.

Pasaron todavía varios minutos y dos orgasmo más. La sensación del tiempo había perdido importancia. El tercer orgasmo lo había experimentado al tiempo que mamaba la verga de Lucas, que había regresado por una nueva ración de sexo oral.

A los pocos segundos de aquel último éxtasis, sintió cómo un chorro cálido invadía el interior de su coño. Hubiese llorado de la vergüenza, pero aquello se sentía tan bien que sólo se limitó a cerrar los ojos y disfrutarlo al tiempo que chupaba el glande de Lucas, como si se tratará de una paleta.

Pero este se puso de pie y comenzó a masturbarse; Benjamín permaneció dentro de ella hasta que su pene recuperó la flacidez. Segundos después, Lucas se colocaba tras ella y la penetraba. No tardó mucho, con unos cuantos movimientos, su verga comenzó a lanzar escupitajos de esperma.

Benjamín miraba satisfecho su obra. Lucas terminó de descargar su leche, y los restos impregnados en su verga los restregó sobre las hermosas y morenas nalgas de Mireya.

– ¿A poco no te sientes una verdadera putita? – preguntó, concluyente, Benjamín

– Si – respondió la chica, recuperándose, como si hubiera estado enterada de aquella pregunta

– Excelente, ¿te gustó tu regalo de cumpleaños? Por qué no creas que no nos acordamos.

– Si – respondió Mireya; después suspiró – Gracias.

Las hicieron caminar hacia el baño después de desatarlas de la cama. Estaban entumidas de las piernas. A Sonia le chorreaba el esperma de Lucas por las piernas; y a Mireya le brotaba en aún más cantidad de su coñito, atiborrado de la leche de aquellos dos sujetos.

Completamente desnudas, las hicieron bajar ante su madre. Ella las miró desconsolada; como si quisiera pedirles perdón sin palabras. Las ataron de nuevo. A Mireya la dejaron esposada con las manos en la espalda, al pasamanos de la escalera; a Sonia, con los pies atados y esposada de espalda con espalda a su madre, a quien habían liberado de la silla sólo para volver a atarla a su propia hija.

Pasaron así el día; hasta que, alrededor de las tres y media de la tarde, el timbre de la casa sonó y todo mundo se puso alerta.

CONTINUARÁ…

Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (6 y final)” (POR BUENBATO)

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NOTA DEL AUTOR

Pues eso, este es el último capitulo. Decidí hacer el cápitulo más largo e incluir el final de una vez.

Fue una buena experiencia, y debo decir que tengo varias historias en mente.

Mi plan es terminar primero los relatos, antes de enviarlos, y así poder subir capitulos más largos y más constantemente.

Quizas vaya subiendo algunas historias cortas; pero debo antes arreglar unos asuntos laborales.

Espero les haya gustado la seríe, y agradezco sus puntuaciones y comentarios.

No sé que genero les gustaría, estoy abierto a sugerencias.

Saludos.

BUENBATO

————————————————-

ASALTO A LA CASA DE VERANO (6, FINAL)

Con todas las chicas limpias, las bajaron de nuevo a la sala. Les pusieron ataduras más cómodas y les permitieron recargarse sobre el sofá. Aquello fue el momento más tranquilo que habían vivido hasta el momento; los hombres se dedicaron a sus propios asuntos.

Benjamín descargaba y miraba los videos que había grabado con su cámara. Lo escuchaba con el volumen en alto, riéndose de los gritos y súplicas que se escuchaban en los videos y las imágenes de su verga penetrando a las muchachas.

Sofía se sonrojó en silencio y bajó la mirada, evitando los ojos de todos los presentes, cuando escuchó el video de sus aullidos de dolor de cuando Benjamín deslizaba su pene dentro de su apretado esfínter.

Así hubieran continuado otro rato, hasta que Sonia rompió el silencio, para sorpresa de todos.

– Tengo hambre – dijo, con una voz neutral

Benjamín la miró, estaba recargada sobre el sofá, entre su madre y su hermana. Ella bajó la voz cuando él volteó, pero volvió a alzarlos convencida de la importancia de aquello.

– Ni siquiera he desayunado – miró a su alrededor, pero sólo se encontró con la mirada asustada de su madre – Todas tenemos hambre – concluyó

Benjamín se puso a pensar; por un momento se le ocurrió que aquella petición era comprensible, naturalmente debía darles hambre y lo más correcto sería alimentarlas. Pero, su mente, repleta de todas las perversidades, comenzó a maquinar alguna forma denigrantes de darles de comer. Entonces habló.

– Bien – dijo él, y se retiró hacia la cocina

Regresó minutos después, con dos botes de leche, algo de pan, un tarro de miel y varios platos hondos de la vajilla. Colocó cinco platos en el suelo, y los llenó de leche.

– Tendrán que ganárselo – comenzó – y la manera es muy sencilla. Aquí tengo un tarro de sabrosa miel, toda la que quieran, pero la comerán directo de mi verga. En cuanto a la leche, tendrán que beber rápido, porque Lucas se las estará follando todo el tiempo que demoren.

Lucas no estaba enterado de aquello, pero sonrió con la idea. Ambos tenían las vergas algo adoloridas, pero se habían colocado un ungüento antinflamatorio y analgésico que había resultado efectivo. De modo que la idea no tardó en endurecerles la verga a ambos.

Comenzaron a desvestirse la parte de abajo, liberando sus falos. Mientras las mujeres miraban al suelo, considerando la posibilidad de pasar hambre. Todas excepto Sonia que, hambrienta, comenzó a arrastrarse hacia donde se hallaba Benjamín. Avanzaba sobre sus rodillas, a veces tropezando y cayendo de cara al suelo, pues llevaba las manos atadas por la espalda.

Finalmente llegó ante Benjamín, quien comenzó a embadurnarse la verga de miel con un pincel de cocina. Se untó la miel en todo lo largo de su tronco, en su glande enrojecido y en sus testículos peludos.

– Provecho – le dijo sonriendo a Sonia, quien lo miraba desde abajo, como tratando de terminar de atreverse de aquello.

Entonces, empujada por el hambre y el impulso, abrió su boca y comenzó a chupar aquella verga. Tuvo que admitir para sus adentros que aquello era delicioso, y es que el hambre la estaba matando. Succionó toda la miel del glande, y comenzó a girar su cabeza de un lado a otro, asomándose por todos lados, para limpiar la miel esparcida a lo largo del tronco.

Las otras chicas y su madre la miraban, no tanto con indignación como con curiosidad. También tenían hambre, y aquello no parecía tan malo después de todo. Miraban cómo Sonia terminaba de chuparle los testículos a Benjamín, y cómo este, finalmente, le cedía el paso para que se dirigiera a la leche.

Ella se acercó a uno de los platos, y comenzó a bajar la cabeza para beber de la leche, aunque tuviera que hacerlo a lengüeteadas. No llegó a tocarla superficie con la lengua cuando un jalón de cabellos la detuvo; era Lucas.

– Con las piernas abiertas – le dijo el muchacho – Abre las piernas o no comes, putita.

Ella tuvo que abrirlas; entendió que aquello era para que él pudiera penetrarla más fácilmente. Era difícil mantener el equilibrio así, porque el peso de su cabeza y de sus tetas la hacía sentir que caerían de cara sobre el plato. Entonces sintió la verga de Lucas penetrándole el coño, y sosteniéndole de las caderas.

Aquello al menos ayudaba, Lucas ayudaba a mantenerla en equilibrio mientras la embestía, aunque los movimientos más fuertes le hacían sumergir la nariz en el plato de vez en cuando.

Estaba a la mitad de aquel delicioso plato de leche cuando una segunda chica se animó a participar en la cena. Era Sofía, hambrienta también, que se acercaba más lenta y tímidamente a Benjamín, quien ya comenzaba a pintar su verga de miel.

– Otra putita – exclamó, cuando esta ya estaba frente a ella – ¿Qué busca señorita?

La niña no respondió, no hubiese sabido qué responder.

– Responde, putita, ¿qué se te ofrece?

– Comer – dijo ella

– ¿Qué quieres comer?

– Miel

– Tengo miel en mi verga, curiosamente, ¿se te antoja?

– Si – dijo ella, queriendo terminar con aquella incomoda charla

– Entonces dímelo, sin pena.

Ella respiró profundo, esperando dar con la respuesta correcta.

– Señor – dijo entonces – Quisiera chuparle la miel que hay en su verga. ¿Puedo?

Benjamín rio complacido, entonces le acarició la cabecita a la niña, y miró al resto de las muchachas que esperaban.

– Por supuesto – le respondió entonces a la chica – Chúpame la verga todo lo que quieras, buen provecho.

Se comenzaban a escuchar los gemidos de Sonia cuando Sofía comenzó a chupar el glande de Benjamín. Era muy dulce verla, chupaba durante segundos alguna parte de aquel falo, y después se retiraba unos centímetros a saborear la dulzura de la miel, luego entonces regresaba a continuar con aquella mamada.

Desde el glande hasta los cojones, consumiendo todo el endulzante. Aún tuvo que darle un largo beso al glande, a petición de Benjamín. Entonces se dirigió a uno de los platos, abrió las piernas y esperó paciente a que Lucas terminará con Sonia.

No tuvo que esperar bastante; Sonia, a duras penas, había terminado de beber la leche. Entonces Lucas le sacó su falo, y se colocó tras Sofía. La niña dio el primer sorbo al mismo tiempo en que el muchacho la penetró.

Trató de beber rápido, y lo logró. En menos de dos minutos se había bebido la leche. Lucas se enfadó un poco.

– Esto es trampa – denunció a Benjamín – La muy zorra ha bebido como si fuera elefante. Apenas y me la he podido follar un minuto.

Benjamín concordó, y entonces dijo.

– Pues síguela follando; a ver cuál de sus amiguitas viene a rescatarla.

En efecto, Lucas volvió a penetrarla. Siguió embistiéndola, enfrente de todos, mientras la niña gemía de dolor y excitación. Ella miraba alrededor, esperando si alguien más acudía para sustituirla.

Leonor la miraba con el pecho adolorido, y entonces comprendió que era su responsabilidad hacer lo posible porque a aquella muchacha no le siguieran sucediendo barbaridades. Estaba a punto de avanzar, pero de pronto alguien a su lado se le adelantó. Era Mireya, que avanzaba de prisa hacia Benjamín.

– Mi zorrita favorita – exclamó él – ¿Quién más podría ser? ¿Ahora eres una especie de heroína? ¿La heroína de las putas?

– Si – contestó ella, sorprendiéndolo a él y a todos – Ponte la miel.

Benjamín le dio el gusto; se embadurnó la verga con una cantidad abundante de miel, y dio paso para que Mireya se acercara. Ella no lo pensó dos veces, se llevó la verga a la boca y comenzó a mamar la verga de Benjamín sin tapujos algunos; aquello sólo se trataba de hacerlo rápido, para ayudar a la pobre de Sofía.

Desde atrás, Leonor se sorprendió al ver las manos de su hija tras su espalda, palpándose el área de su coño mientras chupaba el pene de Benjamín. Entonces, tras pensarlo, comprendió que estaba tratando de lubricarse.

Mireya terminó con toda la miel de la verga de Benjamín; pero este la tomó por los cabellos, se vertió más miel y le llevó la cabeza de nuevo hacia su verga.

– Te ves hambrienta – le dijo él, mientras obligaba con su mano a la chica a mantenerse con su boca llena de aquella verga –Me has conmovido.

Mireya no dijo nada, se limitó a aceptar aquello y seguir chupándole el falo a Benjamín mientras continuaba masturbándose con sus manos.

Finalmente él la dejó en paz, y ella avanzó de rodillas rápidamente, dirigiéndose hacia el plato de leche. Se abrió de piernas y sintió entonces a Lucas posándose tras ella; apenas sintió cómo él la penetraba, ella bajó la cabeza para comenzar a beber.

Él la embestía lentamente, por fortuna. Bebía lo más rápido que podía, aunque a lengüetazos.

Leonor ya se acercaba rápidamente a Benjamín, y repitió la misma técnica de su hija. Chupó la verga de Benjamín sin problemas, masturbándose con las manos por detrás. Quería apurarse también, para rescatar a su hija.

Y así lo hizo, terminó con Benjamín y este la dejo ir, pues detrás ya venía Azucena, quien ya no le encontraba el sentido a quedarse atrás.

Leonor se colocó en posición, escuchaba los gemidos de su hija; miró hacia Sonia, quien se encontraba junto a Sofía esperando recargadas en la pared, de pronto todo quedó en silencio y segundos después sintió las manos de Lucas tras ella. Sintió la penetración, y bajó a beber la leche.

Mireya avanzaba de rodillas hacia su hermana, Azucena mamaba la verga de Benjamín y Leonor era follada por Lucas. Entonces Azucena terminó su miel y avanzó hacia la miel.

– Ve con la chiquita – indicó Benjamín, posando su mano sobre sus hombros – Dejame a esta perra.

Lucas se hizo a un lado, y fue tras Azucena. Benjamín tomó posición tras Leonor, quien ya casi terminaba. Él la penetró y tras algunas embestidas escuchó la voz de Leonor.

– He terminado Benjamín – dijo Leonor – Déjame ir, me he terminado la leche.

– Te falta una – dijo él, sacando su verga del coño de la mujer y apuntándolo en la entrada del ano

Sin previo aviso, y con una fuerza y habilidad propias de la experiencia, el sujeto la penetró en seco. Leonor gritó de dolor al sentir los veinte centímetros de verga atravesándola como una espada.

No era su primer anal, pero aquel fue el más intenso que había sentido. Aquella verga le apretaba tanto dentro de su culo, que se preguntó cómo diablos habían podido soportar aquello las más jovencitas.

Tras sentir las palpitaciones de la verga de Benjamín dentro de sí, comenzó a experimentar los movimientos que este comenzaba a hacer. Lenta, pero progresivamente, Benjamín inició y fue aumentando el ritmo de las embestidas contra aquel enrojecido esfínter. Su verga aparecía y desaparecía de aquel redondo agujero, mientras los suspiros de Leonor se convertían en gemidos de placer.

Pronto, las respiraciones aceleradas de Azucena se unieron; estaba siendo follada por el coño. Lucas sacaba suavemente su pene de ella, y entonces lo metía con fuerza hasta el fondo; repetía aquellos movimientos una y otra vez, provocándole suspiros y grititos a la chica, cuya concha se iba humedeciendo más y más con cada penetración.

Azucena era, de todas, la única que secretamente disfrutaba de aquello. Había disfrutado cada mamada, cada penetración y cada dilatación de su culo. No lo había comentado con nadie, y seguía simulando una actitud de victimismo que realmente no existía. Nunca había tenido sexo, y estaba asustada al principio, como su prima Sofía, pero por alguna extraña razón había terminado por encantarse con aquella situación.

Incluso los amarres, las humillaciones, los gritos y la violencia le habían terminado por gustar; siempre se preguntaba qué podía seguir después con su cuerpo. Pero debía simular, y seguir disfrutando de aquello en secreto.

Y sí que lo hacía; Lucas penetraba su coño mientras esta suspiraba con cada embestida. Se mordía los labios y sentía su cabeza agotarse del placer que le llegaba desde el área de su pubis.

Pero no sucedía lo mismo con Leonor, quien gemía inevitablemente por el placer que le provocaba Benjamín sobre su recto, pero no por ello dejaba de sentirse en una situación humillante y de lo más desagradable. Pero no tenía más opción a la vista que abrir bien el culo y disfrutar obligadamente de cada arremetida sobre su culo.

Así siguió castigándole el ano, hasta que sintió venirse y detuvo su verga bien clavada en aquel agujero; entonces descargó toda su leche en el recto de Leonor, que sintió las gotas de semen salpicándole los intestinos.

Benjamín sacó su verga caliente, chorreándole la leche en las nalgas a aquella mujer que alguna vez había amado y de quien ahora se cobraba venganza. Subió al baño a limpiarse el pene, dejando a aquellas mujeres y a Lucas, quien seguía follándose felizmente a una Azucena que disfrutaba en secreto de sus arremetidas. Se había corrido dos veces ya, y su coño estaba más mojado que nada.

Pronto, Lucas sintió su eyaculación cercana; sacó su verga chorreante de jugos de Azucena; la hizo arrodillarse y apuntó su verga al rostro de la chica. Una salpicadura generosa de leche cayó sobre la cara de Azucena, quien apenas y alcanzó a cerrar los ojos para que el semen no la dejara ciego. El viscoso líquido recorrió sus mejillas, y ella misma atrajo lo que pudo con su lengua. Sintió de pronto dos golpes sobre su rostro que la hicieron reaccionar; era Lucas, que sacudía sobre su cara los restos de esperma en su verga.

Todavía algunas gotas cayeron sobre su rostro y sus cabellos oscuros y rizados, hasta que Benjamín regresó del baño .

– Mira nada más que zorra te ves con tu carita manchada de leche – no pudo evitar comentar Benjamín – ¿Te gustó?

– Si señor – admitió Azucena, sonriendo tímidamente, a sabiendas de que todos creerían que mentía – Me gustó mucho.

– Vaya putita. – concluyó él – ¿Podrías darle un besito a mi verga? – preguntó, ofreciéndole su falo flácido.

La niña no respondió, sólo se limitó a acercarse a aquel glande y darle un beso. Benjamín le acarició los cabellos, como si se tratara de una mascota, y se alejó. Ella se quedó ahí, esperando con la cara llena de esperma.

– Le has tirado una buena cantidad de mecos a la chiquilla – dijo – Sube a lavarla, mira cómo la dejaste.

Lucas subió con Azucena, mientras Benjamín se quedaba junto a las otras chicas. Benjamín se acercó a la pared donde Sonia, Sofía y Mireya estaban arrinconadas. Tomó a Sofía y Mireya por los cabellos y las regresó a rastras a recargarse sobre el sofá.

Misma cosa hizo después con Sonia y Leonor. Cuando bajó Lucas, le ordenó que subiera con Azucena a bañarla y limpiarle el rostro.

Traía en sus manos una bolsa grande de galletas que había encontrado en la alacena; tomó una y la fue metiendo en la boca de cada chica. Repartió alrededor de ocho galletas a cada una, y estas las devoraron, hambrientas como estaban. No hizo nada más; pacientemente las alimentó y después fue a sentarse.

Arriba, Lucas metía a Azucena a la regadera. Dado que él también iba a lavarse y la chica estaba atada, Lucas tuvo que limpiarle el rostro y las partes intimas a Azucena. Le estaba pasando el coño a la chica con el jabón, y esta no dejaba de gemir.

– Tranquila – dijo él – Sólo te estoy lavando, ¿tanto sufres?

– No – dijo ella – Me gusta.

Lucas sonrió, incrédulo.

– ¿Te gusta?, ¿me vas a decir que eres la única a la que le está gustando esto?

– Un poco – admitió ella

– Un poco…

– Al principio no – continuó ella – Pero ahora sí.

Lucas no entendía del todo, pero la historia de la chica le parecía curiosa.

– ¿Qué es lo que te gusta?

– Cómo se siente

– ¿Y cómo se siente?

– Al principio duele, pero después gusta.

Lucas se puso a pensar.

– Entonces – dijo él – Si te desato, te llevo a la cama y nos acostamos, ¿tendrás sexo conmigo sin ningún problema?

– Si – dijo ella

El muchacho pareció rememorar.

– Sabes, me quedé con la duda; ¿qué sentiste cuando Benjamín y yo te follamos al mismo tiempo?

La niña quedó en silencio, parecía recordar aquello. Suspiró y dijo.

– Al principio me asustó, creí que dolería mucho.

– ¿No te dolió?

– Si – admitió ella – Me refiero a que, me doliera en el corazón. Me sentí muy triste, porque sentía que aquello estaba mal, pero…

– ¿Pero…?

– Pero al final me gustó – admitió ella mirando al suelo – Y sentía que estaba mal, y que aquello no debía gustarme.

– Pero te gustó… – dijo entonces Lucas, rodeándola y atrayéndola a él con un brazo – …te gustó

– Si – dijo ella, antes de ser callada por un beso de él.

Se besaron, mientras las manos de Lucas se escurrían sobre la espalda de la esbelta chica; llegaron a colocarse sobre el culo de Azucena antes de meterse entre sus nalgas y reptar hasta su coño.

La mano de Lucas no tardó en magrear la concha de la chica, y no dejaban de besarse apasionadamente. La concha de ella se fue humedeciendo, y su cara temblaba de una especie de pasión tímida.

Hubiesen seguido, hasta que escucharon la voz de Benjamín gritando desde la sala, para que bajaran.

– Te follaremos como una reina – le prometió Lucas, separando sus labios – ¿Te parece?

La niña sólo movió afirmativamente la cabeza.

– Seré tu putita – agregó ella, sin saber exactamente para qué por qué.

Lucas también se sorprendió con aquello, pero no dijo más. Ambos bajaron, como si nada hubiese sucedido, y Lucas la dejó recargada sobre el sofá, junto a las otras chicas.

Sin nada que hacer por el momento, y con las vergas descansando, Lucas y Benjamín siguieron alimentando a las chicas, quienes aprovecharon el momento de bondad para comer jamón, queso, jugo y más galletas. Después descansaron sobre el sofá, algunas incluso se sentaron sobre él, sin que aquello tuviera represalias de los hombres aquellos, que sólo se limitaban a vigilarlas, siempre con su bolsa a la mano, dónde ya todos sabían que se encontraban las armas.

Lucas se acercó en un momento dado a Benjamín, y le contó sobre la charla que había tenido con Azucena.

– ¿Me quieres decir que a ella le gusta todo esto?

– Al menos no piensa poner resistencia, creo que es una especie de afrodita.

– Ninfómana, Lucas, se dice ninfómana. Vaya idiota que eres – lo corrigió Benjamín – Es muy joven para eso, simplemente debe haberte dicho eso para que la trataras mejor. Son mujeres, y por muy jóvenes que sean son igual de astutas; yo no me fio de ellas, y no te lo recomiendo.

– Bueno – dijo Lucas – pero probemos; estoy cansado de estarlas forzando, quiero algo más natural, más apasionante.

– ¿Te estás enamorando de esa niña? – lo miró con extrañeza Benjamín

– No –reaccionó Lucas – ¡No! Yo mismo te estoy invitando a que nos la follemos, juntos, es sólo que sin ataduras, simplemente diciéndole lo que debe hacer.

Benjamín quedó pensativo.

– Podría ser; pero me interesa más su prima, tiene ese culo que me fascina.

– Bueno – calculó Lucas – Quizás ella podría convencerle, son primas, deben tenerse confianza.

– Arregla eso entonces – resolvió Benjamín – Pero, a la primera idiotez, tu noviecita se las verá conmigo.

A las once y media de la noche ya todos estaban cansados; comenzaron a prepararlas para dormir. A Sonia y a su madre las ataron por los extremos de las camas de la recamara de Sonia y Mireya; una en cada cama, al menos quedaron lo suficiente cómodas para poder conciliar el sueño.

A Mireya, Sofía y Azucena las llevaron al cuarto de Leonor y su marido. Sofía y Azucena fueron desatadas, pero Mireya fue amarrada a una de las sillas, inmovilizada. Miró con extrañeza cómo Azucena y Sofía podían sentarse con libertad sobre el colchón de su madre, sin atadura alguna; Azucena incluso platicaba en voz baja con Lucas. Entonces Benjamín entró, secándose la verga con una toalla, tras haberse dado una ducha.

– Ya habrá platicado Lucas con ustedes – comenzó

Azucena se arrodilló de inmediato, para sorpresa de Mireya, que miraba desconcertada. Más tímidamente, Sofía secundó a su prima, arrodillándose también.

– Si señor – dijo Azucena, con voz servicial – Seremos suyas.

-¿De verdad? – Benjamín también parecía extrañado

– Lo que usted desee – agregó Sofía, con una voz menos convencida, y aún temerosa

Benjamín las miró largo rato. Llevaban ambas una playera, que debían ser del padre de familia de aquella casa.

– Alcense la playera, quiero verles las tetitas – ordenó, como poniéndolas a prueba

Las niñas obedecieron inmediatamente. Mostraron sus tetas, si es que podía llamárseles así a aquellos bultitos de piel, coronados por sus pezoncitos.

– Tápense – dijo, y las niñas volvieron a cubrirse – Ya veo que son muy putas. ¿Con que les gustaría iniciar? – preguntó

Sofía miró a su prima, y esta respondió inmediatamente.

– Lo que usted desee – dijo ella, sin dudarlo

Benjamín asintió; después preguntó.

– ¿Pero, si pudieran elegir, qué les gustaría hacer?

Azucena quedó pensativa; era obvio que no sabía exactamente que decir, pero sentía que debía ser cuidadosa con sus palabras.

– Chupar verga – dijo, sintiéndose extraña por usar aquella palabra

Benjamín comenzó a masturbar ligeramente su verga, que lentamente iba endureciéndose; Lucas se puso de pie, y se quitó los calzoncillos, liberando su verga erecta.

Lucas se puso frente a Sofía, quien le tomó la verga tímidamente con la mano. Azucena, frente a Benjamín, tomó inmediatamente el falo del hombre y se lo llevó a la boca, donde terminó de endurecerse.

La mulatita no era muy hábil, pero el hecho de que lo intentase cambiaba bastante las cosas. Benjamín disfrutó con la amable felación de Azucena.

– ´Hazlo como tu primita – dijo Benjamín a Sofía, que chupaba torpemente la verga de Lucas – Aprende de ella, mira.

Sofía miró a su prima, que no se detuvo en tragarse una y otra vez el pene de Benjamín, entonces, tomando el ejemplo, fue soltándose también y comenzó a moverse con más habilidad para satisfacer a Lucas, que se lo agradeció acariciándole la cabeza.

Continuaron así por un buen rato; y minutos después Benjamín ordenó un cambio de pareja. Se colocó frente a Sofía, y Lucas hizo lo propio con Azucena; e inmediatamente reiniciaron, adaptándose pronto a las nuevas vergas que invadían sus bocas.

Benjamín, sin decir nada, vio como Azucena comenzaba a magrearse el coño, y se sorprendió cuando ella tocó el hombro de Sofía, quien inmediatamente, aunque con más duda, empezó también a masturbarse.

Así, chupando vergas y masturbándose sus coños, ambas muchachitas se comportaban como dos autenticas expertas en el sexo. Aunque por momentos seguía pareciendo patético cómo Sofía trataba de alzarse lo más posible para alcanzar a tragarse la gruesa verga del grandulón de Benjamín.

– ¡A follar! – ordenó entonces Benjamín, quien de un rápido movimiento se llevó a Sofía a los brazos

Divertido, Lucas hizo lo mismo con Azucena, de modo que parecían dos parejas de recién casados a punto de iniciar una orgia. Lanzaron a las chicas a la cama king size, y estas rieron divertidas por aquello.

Entonces los hombres cayeron sobre ellas, intercambiando de nuevo parejas. Benjamín, con Azucena recostada boca arriba, comenzó a besarla mientras le pellizcaba las tetitas. Sofía había caído boca abajo, y el beso que recibió de Lucas fue en el esfínter de su culo.

Pero la situación era tan apacible que de alguna forma comenzó a disfrutar los lengüetazos sobre la entrada de su ano. El muchacho fue alzándole el culito y abriéndole las piernas, hasta alcanzar con su boca el coño humedecido de la chica.

Poco a poco, comenzó a lengüetearle el coño a Sofía, mientras esta iba humedeciéndose más su concha; era un coñito plano, del que se abría únicamente su raja, de modo que el pequeño y delicado clítoris de la chica estaba completamente a merced de los labios de Lucas.

También Benjamín había bajado hacia el vientre de Azucena, donde besaba ya su ombligo; siguió bajando, besando su piel e instalándose finalmente en el bollito abultado que la niña atesoraba entre sus piernas.

La misma chica que lo había mirado con desconfianza aquella mañana, por su actitud de viejo pervertido, ahora disfrutaba entre gemidos de los lengüeteos con los que saboreaba su coño.

Siguió metiendo su lengua entre aquella raja, saboreando el sabor ligeramente acido de los jugos vaginales que comenzaban a surgir debido a la excitación que le provocaba saberse tan zorra.

Y es que tenía que admitirlo, se abría de piernas con tal de ofrecer su coño lo suficiente como para que alguien se lo chupara, la penetrara o la rellenara de esperma. Y tenía ganas de gritarlo y pedirlo, pero sabía que bastaba con dejarse llevar para conseguirlo.

Alargó su brazo, hasta tomar con su mano la de Sofía, y lo apretó fuerte, en un mensaje de confianza, de que todo estaba bien y nada malo pasaba. De que lo disfrutara tanto como ella disfrutaba sentir la boca de Benjamín provocando su clítoris oculto entre sus abultados labios vaginales.

Entonces su interior reventó; y un chorro de líquido salió de su interior con la fuerza de un estornudo, manchándole la cara a Benjamín, que no por ello disminuyó la intensidad de sus lengüeteadas. Azucena esperaba que él se detuviera, pero al ver que no, se preguntó si sería capaz de soportar tanto placer.

Sólo las sensaciones entre sus piernas se detuvieron, pero sólo para recibir la verga de Benjamín, de la cual no se percató hasta que no la tuvo completamente clavada en el coño. Miró hacia abajo, viendo cómo el rabo de Benjamín era tragado por su concha, y no pudo evitar mirar a aquel sujeto y sonreírle, casi de agradecimiento.

Giró la mirada hacia un lado, y vio cómo Lucas cabalgaba sobre las suaves y voluminosas nalgas de Sofía, quien gemía de placer boca abajo por las penetraciones agiles sobre su coño.

Sofía, bajita como era, apenas llevaba algunos minutos siendo penetrada, pero los lengüeteos en su coño la habían dejado tan caliente que no tardó mucho en descargar su primer orgasmo, mojando su coño repleto de la verga de Lucas.

Del otro lado, tras varios minutos y un orgasmo más de Azucena, Benjamín la colocó en la orilla de la cama, le alzó el culo, y le apuntó su verga a su apretado orificio. Ella no opuso resistencia, pero no por ello le dolió menos. Apenas los veinte centímetros de Benjamín la atravesaron, comenzó a sentir las embestidas lentas pero consistentes de aquel sujeto.

La embistió durante minutos, y Azucena no dejaba de voltear a verlo, con una mirada que trataba de soportar el dolor al tiempo que lo invitaba a seguirle embistiendo el ano. Benjamín sonrió satisfecho, lanzándole suaves nalgadas de vez en cuando a aquella mulata que había resultado una completa zorra.

La folló varios segundos, hasta que decidió que era hora del intercambió. El culo de Azucena no quedó en abandono, porque inmediatamente fue ocupado por la verga de Lucas, más pequeña pero más rápida también, e igual de excitante.

Benjamín fue a penetrar el coño de Sofía, pero apenas tuvo bien clavada su verga en aquella conchita mojada, una voz familiar lo interrumpió.

– ¡Quiero que me folles! – gritó Mireya – Fóllame a mí, cabrón.

Benjamín se detuvo y la miró. Entonces respondió.

– ¡Cállate la boca!

– Fóllame entonces, cállame con tu verga – lo retó Mireya – Saca a todos, toma mi cuerpo y has que me corra. Te reto, maldito. Te reto a que me folles como nunca.

Benjamín sacó los veinte centímetros de su gruesa verga del coño chorreante de una Sofía que no paraba de jadear. Incluso Lucas quedó con media verga fuera y media dentro del ano de Azucena, sorprendido por la extraña reacción de Mireya.

– Salgan todos – dijo Benjamín, empujando a Sofía para que se pusiera de pie – Salgan y déjenme solo con esta zorra.

– Llámame zorra – le espeto Mireya – pero te reto a que me hagas correrme cinco veces.

– ¡Salgan! – insistió Benjamín, con la sangre excitada por todo aquello

Lucas obedeció, llevándose a las dos primas a la sala. Benjamín se puso de pie y cerró la puerta, aunque sin seguro. Se acercó después a Mireya y la desató completamente, dejándola libre tras un largo día de ataduras.

Ella se puso de pie, y empujó a Benjamín suavemente por el pecho, haciéndolo avanzar hacia atrás.

– Quiero chupártela – le dijo la chica, con el tono más corriente – Quiero chuparte tu vergota.

Benjamín, sorprendido de veras, sólo se dejó llevar y se recostó sobre la cama, con Mireya arrodillándose sobre la cama y poniéndose en cuatro para mamarle la verga. Tomó el tronco grueso de su verga y lo masajeó un par de veces antes de llevárselo a la boca, tenía el sabor a culo de Azucena y a coño de Sofía, pero poco le importó.

Benjamín ni siquiera metía mano; porque la chica le mamaba el falo con tal intensidad que era él quien tenía que soportar aquello. Mireya sacó un momento de su boca aquel pedazo de carne.

– ¿Quién es tu puta? – le preguntó a Benjamín – ¿Quién es tu zorrita?

No esperó respuesta, y volvió a hundir su cabeza para seguir saboreando aquella verga.

– Tú putita – respondió Benjamín – Tú eres mi zorrita cochina.

Ella siguió chupándole la verga, salió un momento para besuquearle toda la superficie de aquel tronco y bajó un momento a llevarse aquellos testículos peludos a su boquita. Volvió a darle un último beso al glande enrojecido de Benjamín, y entonces lo rodeó con sus piernas hasta apuntarse ella misma aquella verga a la entrada de su coño.

Se dejó caer sobre aquella verga, y se la clavó poco a poco hasta que su coño la tragó por completo. El propio Benjamín lanzó un suspiro cuando la penetró por completo. Entonces, Mireya comenzó a moverse, cabalgando sobre él.

Lo montó por varios minutos, y ella misma se provocó orgasmos con aquellos movimientos. Se movía tan ágilmente, aun mientras su coño chorreaba de placer, que Benjamín se preguntó si iba a poder soportar la agilidad juvenil de Mireya.

Pero aguantó, y lo disfrutó, y cuando estaba a punto de eyacular decidió detenerla. Se puso de pie y se colocó tras ella, posicionándola en cuatro.

– ¡No! – dijo entonces Mireya – ¡Por atrás no!

– Callate, eres mi zorra, dimelo.

– ¡No! – ella se movió y se zafó de él, alejándose a una esquina

Él, molesto, tomó su bolsa y sacó el arma.

– No me disparas – lo retó ella – Me necesitas viva para seguirme follando.

Él sabía que ella tenía razón, pero intentó asustarla acercándose a ella, cortando el cartucho del arma y apuntándole en la sien. Ella se asustó, pero trató de mantenerse firme ante aquella amenaza de muerte.

– Está bien – dijo al fin Mireya – Me rindo

Ella misma se colocó en cuatro sobre la cama, y alzó el culo abierto ofreciéndosele. Aquello calentó tanto a Benjamín que dejó sus cosas sobre la almohada para correr y posicionarse tras el culo precioso de Mireya.

Lo lengüeteo, entre los suspiros de Mireya, como si quisiera que el único lubricante fuera su saliva. Aquello provocó que el asterisco de Mireya parpadeara ante la frescura de aquella lengua. Se mordía los labios inferiores, porque después de todo el sexo anal era lo que más la hacía sentir aquel extraño placer que no terminaba de explicarse.

Cuando su esfínter quedo plenamente mojado, sintió la verga de Benjamín posarse sobre la entrada. Y después sintió aquel tronco deslizándose entre su culo que se iba dilatando para darle paso.

– ¡Ay papi! – dijo Mireya, animándolo – Papi, tu vergota.

– ¿Te gusta?

– Si – dijo ella, con una voz viciada – Métemela toda.

Y así lo hizo.

Abajo, Lucas aprovechaba la buena disposición de Azucena y Sofía. Las colocó a ambas sobre el sofá, con el culo ofreciéndose bien abierto. Penetró el recto de Sofía, y comenzó a embestirla suavemente mientras sus manos y dedos jugueteaban con los agujeros de Azucena, colocada a un lado.

Tenía cuatro agujeritos de dos preciosas jovencitas a su completa disposición; inició un juego en el que cambiaba saltaba de culo en culo, revolviéndoles la mierda una con otra. Las niñas gemían cada que las penetraba, y esperaban pacientes su turno de ser folladas por el culo.

También Mireya comenzaba a ser embestida por los veinte centímetros de aquella verga que tanto daño le había hecho en el día.

– Así cabrón – decía, mirando hacia en frente – Así cabrón, fóllame…

Pero lo que hacía era ver el arma cargada que Benjamín había dejado sobre la almohada; bastaría un ágil impulso hacia enfrente y mucho valor de su parte para alcanzarlo, pero sentía que no era el momento. Entonces tomó una decisión.

Las manos de Benjamín la movían para follarla, pero entonces ella misma comenzó a moverse, como si estuviese aventando su culo contra un palo clavado a la pared. Poco a poco, sus movimientos fueron tomando control sobre aquella verga, y Benjamín sintió tanto placer que soltó las caderas de la chica para poder soportar aquellas embestidas que ahora ella le propinaba.

Se movía con agilidad, mirando el arma y machacando con su culo aquel falo excitadísimo. Incluso buscaba la forma de apretar el aro de su culo para acelerar la eyaculación de aquel sujeto, era ese el momento que esperaba.

– ¿Te gusta, cabrón? – le preguntó – ¿Quieres rellenarme el culo? Quiero tu leche, papito.

– Te voy a llenar el culo – respondió él – Sigue moviéndote, que te voy a llenar el culo.

– ¿Así? – pregunto Mireya, acelerando los movimientos de su cadera

– Así putita, así zorrita.

Siguió moviendo sus caderas con furia, apretando el culo y clavándose la verga completa, gemía, naturalmente, pero trataba de soportar aquel placer con tal de seguir el plan en curso.

– Ya me voy a venir – anunció Benjamín

– Hazlo papi – pidió ella – Quiero tu lechita, cabronazo, quiero que me llenes el culo de tu leche.

Y entonces, la sintió; la calidez de aquel fluido viscosa reventando en su recto, las gotas de semen siendo chorreadas de aquella verga. Benjamín lanzó un bramido de placer y la chica dio una última embestida.

Saltó hacia enfrente, sacándose la verga por completo y siendo salpicadas sus nalgas del esperma que aún fluía. Cayó al frente, sin que Benjamín pudiera dar cuenta de aquello, tomó el arma y giró.

Miró a Benjamín quien estaba con los ojos bien abiertos, apunto de gritarle algo y alargando la mano para detenerla. Entonces disparó.

La primera bala penetró el pecho del sujeto, empujándolo hacia atrás. Un segundo apretón de gatillo lanzó otra bala que impactó en el ojo derecho de Benjamín. No había más que hacer, estaba muerto.

Unos pasos subieron rápidamente, y la puerta se abrió de golpe. Lucas miró sorprendido la escena, e idiotamente comenzó a tratar de sacar su revolver de su bolsa.

Fue inútil, una sola bala en su cuello fue suficiente para hacerlo caer y morir desangrado. La niña se mantuvo ahí, asustada y con la sangre repleta de adrenalina, miraba la sangre de aquellos dos sujetos desbordándose sobre el suelo. Entonces despertó a la realidad, se puso de pie y salió huyendo de aquel cuarto.

Se dirigió al cuarto donde se hallaban su madre y su hermana, y fue directamente con Leonor.

– Mamá – le dijo, acercándose a su mejilla y besándola – Ya estamos bien – decía, con el semen de Benjamín aún caliente, corriéndole entre las piernas y fluyendo de su culo – Ya estamos bien, mamá.

FIN.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR

buenbato@gmx.com

Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (4)” (POR BUENBATO)

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Adjuntaré en comentarios la portada con los nuevos personajes.

Me está tomando algo de tiempo llevar la historia; pero continuo con mi meta de un capitulo cada dos días.

Agradezco de antemano todos sus comentarios.

Saludos.

BUENBATO.

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ASALTO A LA CASA DE VERANO (4)

– ¿Quién es? – preguntó intrigado Benjamín cuando llegó ante la madre y sus hijas – ¡Respondan! ¿Quién está tocando?

Todas parecían estar igual de sorprendidas. No podían responderle por que no tenían la menor idea.

– Asómate – dijo a Lucas, quién inmediatamente se vistió y salió – Ves quién es y me avisas, ¡rápido!

Benjamín se quedó con las mujeres; tomó el arma instintivamente. Volvió a preguntarles.

– ¿Quién es? – volvió a preguntar – O díganme quién podría ser, ¡respondan carajo!

– ¡No sé! – respondió Leonor – Podrían ser los vecinos, nunca se sabe Benjamín. Pero no es alguien que esperáramos.

Benjamín estaba a punto de gritonear de nuevo cuando una vocecilla lo interrumpió.

– Creo que es Azucena.

El hombre volteó; sentada lo más cómoda posible que sus amarres le permitían, Mireya hablaba desde las escaleras.

– La invité ayer – continuó – pero no pudo venir a mi cumpleaños, así que le dije que viniera hoy.

– ¿A qué?

– A la alberca – dijo Mireya

– Voy a necesitar que le digas que se vaya – sentenció Benjamín – Y más te vale no levantar sospechas, a menos que quieras que le vuele los sesos a la idiota de tu madre.

Mireya quedó en silencio. Pasaron algunos segundos cuando, agitado por haber corrido, Lucas regresó.

– ¡Son dos niñas! – dijo, recuperando la respiración – Dicen que vienen a ver a Mireya.

– ¿Dos?

– Si – continuó el muchacho – una dice que se llama Azucena.

– ¿Y la otra?

– No me dijo, sólo comentó que es su prima

Benjamín miró a Mireya, esta lo vio extrañada, no conocía a ninguna prima de Azucena.

– ¿Te vieron? – preguntó Benjamín

– No – dijo – Sólo las vi por la mirilla de la puerta. Les dije que Mireya estaba bañándose, que esperaran diez minutos, vi que se sentaron en la banqueta.

Benjamín se quedó pensativo.

– Iré yo, con Mireya, para asegurarme de que no se ponga nerviosa. Necesitamos que se vayan sin levantar sospecha.

– Benjamín… – intervino Lucas, enseguida – ¿No podríamos…?

– ¿Qué?

– Hablar en la cocina.

A Benjamín le extrañó aquello; se aseguró de que las mujeres estuvieran bien atadas y acompaño a Lucas a la cocina.

– ¿Qué sucede? – preguntó Benjamín

– ¿Cuánto durará esto?

– Ya te he dicho, no más de tres días.

– Bueno, mañana es el segundo, y estas chicas…

– No estarás pensando… – intervino Benjamín

– Si, si lo estoy pensando; tú mismo sabes que esto es como una oportunidad. ¡Vamos! Lo tenemos todo bien planeado…

– Excepto la intervención de personas externas…

– ¡Son casi niñas! ¿Qué pueden cambiar?

– Sus padres…

– No lo sabrán, no si no quieren que les “hagamos daño” a Mireya o a su familia. Benjamín, podemos inventar lo que sea.

– Deberán regresar hoy, Lucas, ¿estás loco? ¡Arriesgaríamos dos días por un par de horas de tus estupideces!

– Que se queden – dijo Lucas – Que la madre llame a los papás de las niñas y les digan, no sé, una pijamada, cualquier estupidez. Son adolescentes, ellas morirán por que les permitan. Si no, bastará con esperar a que se vayan lo más pronto posible.

Benjamín lo pensó; la idea era tan arriesgada como tentadora.

– ¿Cómo son? – preguntó

– Preciosas – dijo sonriente el muchacho

Un largo silencio permaneció por unos segundos. Lucas miraba a Benjamín; sabía que no podía arriesgarse pero, carajo, a veces la razón simplemente no obedece.

– Está bien – reinició Benjamín – Prepara a la niña para salir y a la madre para la llamada que tiene que hacer; hazlo bien. Quédate con Sonia, como rehén. Les diré que soy hermano de Leonor, has que todas entiendan eso.

– Perfecto – dijo Lucas

– Lucas – llamó Benjamín, cuando el muchacho se alejaba – Haz las cosas bien.

Lucas asintió y fue a la sala. Benjamín se cambió rápidamente y se fue a acicalar al baño. Hizo muecas con su rostro, de manera que le saliera una sonrisa de lo más natural. Salió y respiró mientras avanzaba por el patío hasta la puerta que daba a la pequeña callecilla de tierra.

Llegó a la puerta y la abrió; dos chiquillas se levantaron de la banqueta frente a la casa y se miraron extrañadas una a otra.

– Dice la mamá de Mireya que pasen – anunció Benjamín, con la mejor de sus sonrisas – Ya está la alberca.

Las niñas sonrieron con aquello ultimo, y confiadamente entraron. Siguieron a Benjamín, quien se dirigía a la alberca. Pero la chica más grande parecía tener idea de dónde se hallaba esta, y se adelantó junto a su prima, que iba un tanto más tímida.

De verdad que Lucas no mentía; la mayor, que debía ser Azucena, era de una complexión similar a Mireya, aunque más esbelta, e igualmente era de piel muy morena, con claros rasgos africanos. Su cabello era bastante rizado, oscuro y denso como sus abundantes cejas. Era la más bonita pero no la que llamaba más la atención de Benjamín.

La otra niña era de complexión más baja; pero debían tener una edad similar. Tenía un rostro típico de las niñas de rasgos indígenas de la región y un cabello castaño oscuro medianamente largo. Parecía venir exclusivamente a la albercada, pues llevaba una playera amarilla y un pareo corto azul claro que cubrían su traje de baño rojo.

El pareo era muy delgado y ligeramente translucido, de modo que bajo él se marcaban perfectamente las formas de su culo. Eso fue lo que hipnotizó por un momento a aquel hombre. Ambas chicas llevaban zapatos deportivos blancos, limpios, pero desgastados.

– ¿Cómo te llamas? – preguntó sonriente Benjamín, como queriéndola hacer entrar en confianza

– Sofía – dijo la chica, con retraimiento

– Que bonito nombre – comentó él – Bueno, pues no sé cuanto vaya a tardar Mireya, por que está ayudando a su mamá en algunas cosas, pero si quieren ya váyanse metiendo a la alberca.

Las niñas no tuvieron que escucharlo dos veces; Azucena, que vestía una blusa morada deportiva y unos pantalones deportivos negros, se los quitó enseguida para quedar únicamente en un hermoso traje de baño de dos piezas, completamente negro. Era delgada, y de complexión alargada. La figura de sus tetitas y su culo apenas se distinguían en aquel cuerpo exquisitamente esbelto y mulato.

Azucena no tardó en echarse un chapuzón dentro de la alberca. Sofía, más tímida, sólo se quitó el pareo y se sentó en la orilla de la alberca para remojar sus pies.

– ¡Metete Sofí! – la animó Azucena – que movía los brazos graciosamente

– Ahorita – determinó Sofía

Benjamín se quedó algunos minutos acompañándolas, pero más que nada vigilándolas, pronto se dio cuenta de la forma en que lo miraba Azucena. La chica lo comenzaba a ver con repugnancia, pues lo había sorprendido mirándole el culo y las piernas a Sofía. Benjamín le sonrió, tratando de ganarse su confianza, pero aquella chica seguía mirándolo con extrañeza.

Por suerte para él, Mireya apareció a lo lejos, avanzando hacia ellos. Iba vestida con el mismo traje de baño rosa con holanes de colores de la mañana; y llevaba un pareo negro que cubría la parte baja de su cuerpo, similar al de Sofía. Llevaba en su mano el teléfono inalámbrico, hacia el que hablaba cortadamente.

Se acercó directamente hacia las niñas; pero cuando su mirada se cruzó con la de Benjamín, no pudo evitar lanzarle un odio y un rencor incomparables. De aquello platicarían después, pensó el sujeto. Mireya llegó con Azucena, que salía de la alberca para saludar de beso a Mireya; tenían un cuerpo más o menos parecido, el de Mireya era mucho más marcado y acentuado, pero no cabía la menor duda de que hacían un par exquisito.

– Es tu mamá – dijo Mireya, ofreciéndole el teléfono a la chica – Mi mamá le dijo que, si querías, se podían quedar a dormir hoy, en una pijamada.

– ¿De verdad? – preguntó sonriendo Azucena

Mireya había actuado bastante bien; y Azucena era bastante crédula. La niña comenzó a hablar con su madre al otro lado del auricular.

– Si, comemos al rato.

– …

– Si, aquí en la casa de la colina.

– …

– Si, Sofía está en la alberca ya. Yo también ya me metí.

– …

– ¡Sofía! – gritó, dirigiéndose a su prima – Dice mi mamá que dice mi tía que si tú quieres quedarte a dormir.

Sofía no dijo ni sí ni no; sino que hizo un movimiento extraño de cabeza que su prima interpretó a su conveniencia.

– Dice que sí.

– …

– Si, yo le digo.

– …

– Si, yo te marco, en la noche cuando ya nos vayamos a dormir.

– …

– ¿Mañana?

– …

– No sé, a las ocho de la noche.

– …

– Bueno pues, a las seis de la tarde.

– …

– Si, bajamos solas; o con la mamá de Mireya.

– …

– Si.

– …

– Si.

La niña colgó el teléfono y sonrió. Benjamín había estado algunas horas en aquel pueblo del que las niñas venían; era un pueblo polvoriento y extremadamente aburrido. Había un lago cerca, de modo que los trajes de baño no le sorprendían, pero era obvio que las niñas traían sus mejores ropas. La casa de Leonor y sus hijas era sin duda la más grande y bonita de la zona.

Benjamín miraba pensativo a las pobres niñas; porque eso debía ser, gente flotando sobre la pobreza como la mayor parte de aquel pueblo. Pero, finalmente, aquello no era su problema, y el plan estaba en marcha.

Las chicas platicaron un poco, pero Mireya se veía tan retraída que Benjamín temió que aquello arruinara el plan. Azucena, la más animada, volvió a lanzarse entre risas a la alberca. Segundos después, Sofía la secundó; se quitó su playera amarilla y quedó únicamente con el traje rojo de una pieza. Benjamín la degustó con la mirada, hasta que la vio caer sobre la superficie de la piscina.

Se acercó a Mireya, por detrás, con una confianza total, cual si fuera realmente tío. Cuando estaba tras ella, y cuidando de que las invitadas no lo vieran, pellizcó una nalga a Mireya.

– Más vale que hagas las cosas bien, a mí no se me olvida nada.

Mireya no le dijo nada, se quitó el pareo y se lanzó a la alberca. Estuvieron ahí durante varios minutos; a veces Mireya olvidaba, entre la diversión, lo que realmente estaba sucediendo. Pero entonces se acordaba y su sonrisa se disipaba; y comenzaba a pensar en el tormentoso futuro que les esperaba a todas.

Pero en aquel momento la tranquilidad era la norma. Solamente Azucena parecía desconfiada con aquel hombre que parecía permanecer ahí para vigilarlas, o, peor, para el sólo hecho de mirarlas con aquellos ojos pervertidos. No se equivocaba, pero a Benjamín le irritaba la forma tan hosca con que aquella mulata lo miraba. “Ya verás”, pensó.

A las cuatro y media de la tarde, Lucas apareció a lo lejos. Iba vestido y reluciente, y algo atractivo. Lanzó sonrisas a las invitadas, y parecía tan encantador que las muchachitas le sonrieron alucinadas.

– Ya están listos los hot dogs – anunció, con toda naturalidad

Benjamín trató de entender qué estaba sucediendo, pero un guiño de Lucas le hizo comprender que aquello estaba completamente planeado.

– Pues bueno – dijo Benjamín, entrando en el papel – ¡A comer!

Salieron de la piscina y se secaron rápidamente con una toalla que ya estaba ahí desde la mañana. Benjamín vio cómo Azucena se vestía de nuevo con su ropa deportiva, mirándolo desconfiadamente de reojo. Luego la vio acercarse a Sofía y murmurarle algo al oído; acto seguido, Sofía se vistió con su pareo y su playera amarilla. Benjamín sólo se limitó a lanzar un resoplido de burla.

Avanzaron, con las chicas delante, hacia la casa. Las escuchaba preguntar a Mireya si aquel muchacho llamado Lucas era acaso su primo; y después intercambiaban risitas tontas mientras lo miraban de reojo. Lucas se acercó discretamente a Benjamín.

– Terminan de comer, y las atamos.

– ¿Cómo planeaste todo esto?

– No lo sé – admitió Lucas – pero no puedes negar que está saliendo perfecto.

– Me has sorprendido. ¿Y las otras dos?

– Inmovilizadas, atadas una a otra; tetas contra tetas.

– Bien – dijo Benjamín, tratando de imaginarselo

Llegaron al comedor y, efectivamente, una montaña de quince hotdogs las esperaba sobre un platón. Los prepararon con la cebolla, el picante y los condimentos; y comieron glotonamente. Sólo Mireya parecía no tener mucho apetito.

Lucas y Benjamín se murmuraban cosas, alejados de dónde pudieran escucharlos. Luego regresaban a vigilar, y se alejaban a otros cuartos por momentos, para no levantar sospechas. Sólo ponían atención a cualquier tontería que pudiera escaparse de la boca de Mireya. Cuando vieron que las chicas estaban por terminar de comer regresaron, completamente preparados, al comedor.

Benjamín se acercó a Mireya, y simuló recoger una servilleta que intencionalmente tiró al suelo cercano a donde se encontraba la chica. Abajo, agachado, tomó el tobillo izquierdo de Mireya, lo esposó y el otro extremo lo enganchó a la silla. Aquello no la inmovilizaba del todo; pero al menos no podría salir corriendo de ninguna manera.

Él se puso de pie, y ella se quedó fría, como si nada de aquello hubiera sucedido. De nuevo se sintió insegura, y supo que no quedaba más opción que contemplar el infierno que se acercaba a su pobre amiga y a su prima.

Habían terminado de comer y comenzaban a platicar entre ellas; Mireya actuaba demasiado seria, pero Azucena trataba de animarla contándole algunas anécdotas, Sofía sólo la escuchaba, entrando cada vez más en confianza.

Lucas simuló acercarse a recoger un plato de Sofía y se colocó tras ella. Benjamín, por su parte, se acercó tras la silla donde Azucena terminaba de beberse un vaso con agua. Ninguna de las muchachas, excepto Mireya, se percataba de aquellos hombres que comenzaban a rodearlas.

Entonces sólo le quedó ver como el cuello de Sofía era rodeado por Lucas. E inmediatamente Benjamín lanzaba al suelo, empujándola desde los hombros, a una desconcertada Azucena.

Benjamín lanzó una patada a Azucena, lo que debió sacarle el aire por que no pudo poner ninguna resistencia cuando el hombre le ató las manos con una velocidad y pericia asombrosa, claramente basada en un entrenamiento riguroso. En menos de veinte segundos la chica estaba inmovilizada de manos.

Lucas, en cambio, tenía problemas con Sofía, que se movía frenéticamente; intentando zafarse. Pero Benjamín llegó a asistirlo, y no le costó trabajo tirar al suelo a la chica y desde ahí repetir sus amarres inmovilizadores.

Azucena, con las manos atadas a la espalda, estaba poniéndose de pie cuando una patada de Lucas la volvió a tirar justo a tiempo. Finalmente, ambas chicas estaban completamente aseguradas. Mireya no había movido ni un solo dedo.

Subieron a las chicas al baño; y les ataron los cuatro pies juntos para que no pudieran incorporarse. Cerraron la puerta y las dejaron ahí, gritando y llorando inútilmente. Benjamín subió a Mireya; y avanzaba atropelladamente, importándole poco si la chica tropezaba al no poder seguirle el ritmo.

– Sólo quiero ver cómo dejaste a las otras; antes de comenzar con las nuevas.

Lucas lo guio a la recamara de Leonor; dónde había la había dejado junto a Sonia. Efectivamente, estaban acostadas en el suelo, amarradas una a otra, frente a frente; parecían un par de troncos incapaces de ponerse de pie.

Miró el rostro enrojecido de Sonia, y su labio partido con sangre coagulándose. Comprendió entonces por qué la facilidad de Lucas por convencer a Leonor de que hiciera aquella llamada. Pero decidió no discutir nada; a fin de cuentas, el plan marchaba bien.

– Hay que asegurar a Mireya, antes que nada.

Le ataron las manos a la espalda; y le esposaron los pies a los barrotes de la escalera, afuera, en los pasillos. Cuando se aseguraron de que todo marchaba bien, regresaron al cuarto de baño.

Se encontraron con Sofía y Azucena intentando ponerse de pie. Ellas se asustaron y cayeron de culo al suelo.

– No, no, no. – dijo Benjamín – Continúen, nos interesa sacarlas de aquí.

Y en efecto, las hicieron ponerse de pie y las llevaron bruscamente a la recamara de Mireya y Sonia. Las desamarraron una de otra, y cada una fue lanzada boca abajo contra las camas. Sofía sobre la cama de Sonia, y Azucena sobre la de Mireya.

– Espérame – dijo Benjamín

Lucas vigilaba a Sofía, mientras Benjamín se apoderaba de Azucena. El hombre mantenía una rodilla sobre la espalda de Azucena, mientras se desabrochaba los pantalones.

– A ti te toca esta – le dijo a Lucas, refiriéndose a Azucena – Pero primero quiero enseñarle algo.

Lucas esperó paciente; mientras miraba cómo Benjamín jalaba los pies de Azucena hasta hacerla quedar en la orilla de la cama. Le bajó los pantalones deportivos con todo y bikini hasta abajo, arrinconados contra sus zapatos deportivos, dejándola inmediatamente desnuda del culo, que estaba a su completa merced al encontrarse todavía más inmovilizada.

La niña pataleaba, pero era imposible luchar contra la fuerza de aquel hombre que ya tenía su verga erecta y apuntándole. La manoseaba bruscamente con los dedos, hurgándole agresivamente el área de su coño.

Era un culito pequeño, apenas destacable bajo su delgada cintura. Negro, como su piel, tenía una piel tersa y suave; Benjamín recorrió su mano entre la línea que se partía. Pasó rozándole el esfínter de su ano, el canal bajó entre sus piernas, hasta llegar al área de su concha. Era un coñito abultado, con la forma de un bolillo rodeado de unos vellos oscuros y enchinados, no muy densos.

La niña sollozaba, intentando inútilmente cerrar las piernas, pero la fuerza de Benjamín no se lo permitía. Su vagina era obligada a mojarse contra su voluntad. Y de pronto sintió aquellos dedos alejarse, pero sólo para ser reemplazados por la punta de la verga de Benjamín, que se encimó con todo su peso sobre ella.

– Mucha desconfianza, ¿no? – le dijo Benjamín sobre su oreja, recriminándole – ¿No te doy mucha confianza verdad? Vi cómo me mirabas, putita, vi cómo desconfiabas de mí.

La niña sólo sollozaba mientras lo escuchaba.

– ¿No te gustaba cómo les miraba la colita a tu prima y a ti verdad? – continuó – ¿Sabes por qué les miraba la colita? Estaba pensando en cómo me las iba a coger a ti y a la zorrita de tu prima.

Azucena comenzó a rogarle que la dejara ir, que la soltara; pero lo único que consiguió fue sentir cómo aquel grueso glande comenzaba a penetrarla. Sintió su coño expandiéndose forzadamente para permitir el ingreso de aquel enorme pedazo de carne.

Se agitó e intentó zafarse; pero era imposible, aquel individuo la sostenía con fuerza al tiempo que la penetraba. Apenas y la había logrado lubricar, de modo que aquella experiencia era doblemente dolorosa para Azucena, que gritaba como esperando que alguien en el ancho mundo fuera a escucharla.

Benjamín sintió de pronto la membrana de la chica; pero se extrañó cuando su verga lograra traspasarla sin romperla. La explicación era lo que se conoce como himen complaciente; uno donde existe un orificio en este que se dilata para permitir el paso de los objetos. Aquello le pareció extraño a Benjamín, que supuso que simplemente la chica había rotó su himen de alguna otra forma.

– ¿Ya has cogido verdad putita?

La chica sólo lloraba, aquello no era cierto, puesto que aquella verga de Benjamín era la primera que la penetraba.

Concluyente, Benjamín perdió cualquier consideración, y comenzó a bombearla furiosamente, provocándole a la chica unos clamores terribles que retumbaban por todo el cuarto. Con cada embestida la iba penetrando más y más; aquello era un castigo por aquellas miradas que la chica le había lanzado, y que ahora estaba pagando a un doloroso precio.

Tras unos momentos, ya los veinte centímetros de verga la penetraban hasta el fondo de su coño. El orificio de su himen se había expandido al máximo, y había terminado por machacarse con aquellas arremetidas dentro de su vagina. Tras una últimas y fuertes embestidas más; Benjamín sacó su verga de Azucena. Le jaló de los cabellos, obligándola a mirarlo y le lanzó un escupitajo en el rostro. Volvió a empujarle la cabeza contra la cama.

– Esto es sólo el principio – dijo, alejándose, y dejándola agotada y gemebunda sobre la cama, con la cara ensalivada.

Se acercó a dónde Lucas mantenía recostada boca abajo a Sofía.

– Es toda tuya aquella putita, disfrútala.

Lucas sonrió y fue a por Azucena, dejándole a Sofía a aquel despiadado hombre. La niña temblaba, y tembló aún más cuando sintió las manos de Benjamín sobre su culo. Había visto cómo él desfloraba a su prima, y comprendió que algo parecido le esperaba.

La hizo ponerse de pie; ya estaba cansándose de aquella posición. Le comenzaba a enfadar que siempre estuvieran atadas con las manos a la espalda, y si bien era la mejor manera de tenerlas aseguradas, había que innovar.

De pie, la chica era completamente bajita. Él medía un metro ochenta centímetros, y la chica apenas y llegaba a los 140 centímetros de altura. La tomó de la barbilla; y le acarició el rostro mientras ella lo miraba con ojos aterrados.

– Tienes dos opciones Sofi – le dijo, recorriéndole el cabello con los dedos – Hacemos esto por las buenas o por las malas. ¿Qué eliges?

– Ninguna – dijo la niña

– ¿Por las malas?

– Por favor señor…

– ¿Por las buenas, o por las malas?

La niña lo miró, por al lado de sus ojos comenzaban a surgir líneas de lagrimas. Él la miraba, esperando respuesta.

– Por las buenas – dijo, finalmente

– Buena elección – dijo él – Quítate la ropa. – le dijo, al tiempo que desamarraba sus ataduras – Cualquier tontería que hagas lo pagaras caro.

La chica quedó liberada; hubiese pensado en huir, pero la puerta estaba cerrada y no estaba segura si tenía llave. Estaban en un segundo piso, y en general era completamente arriesgado intentar huir.

Se secó las lágrimas, y se desamarró el pareo azul, dejándolo caer al suelo. Después vino la playera amarilla, donde Benjamín le ayudó; quedó sólo con su traje de baño y sus zapatos deportivos blancos. Se agachó para desamarrárselos pero Benjamín la detuvo.

– Esos déjatelos – le dijo – Me gustan cómo se te ven.

La chica se volvió a poner de pie; pero sólo se mantuvo ahí, sin hacer nada. No quería quitarse el traje de baño rojo de una pieza.

– ¿No te lo vas a quitar?

– Por favor, señor…

– Está bien, hagamos esto. No te voy a pegar, jamás le pegaría a una niña tan bonita, pero te asignaré una esclava de castigos. ¿Sabes lo que es una esclava de castigos?

La chica movió la cabeza negativamente; entonces Benjamín salió del cuarto rápidamente.

– Cuida a esta zorrita – le dijo a Lucas, que en aquel momento estaba sentado en la orilla de la cama, besuqueándole la boca a Azucena que lo rodeaba arrodillada sobre él.

Lucas ya le había quitado la blusa morada a la muchacha, y estaba desatándole el sostén de su traje de baño. Seguía con los zapatos deportivos blancos, y aún tenía el pantalón y la braga del traje de baño colgando de uno de sus pies.

– Yo cuido – dijo Lucas

Pero aquello fue rápido; en menos de un minuto Benjamín regresó arrastrando a Mireya consigo.

– Pásame una esposa – le dijo a Lucas, y este rebuscó en su, siempre a la mano mochila hasta dar con una.

– La última que me queda – dijo Lucas

– Debimos comprar más.

Obligó a Mireya a arrodillarse sobre el suelo; la esposa que tenia en un tobillo, la aseguró por detrás a una de sus muñecas, e hizo lo mismo con su otra mano y tobillo con las esposas de Lucas.

Se maravilló del resultado; Mireya estaba completamente arrodillada, obligada incómodamente a permanecer con las manos hacia atrás y atrapadas con sus propios pies, y más inmovilizada que nunca.

– Mira Lucas – dijo Benjamín, orgulloso de su obra – ¿Qué tal se ve?

– Perfecto – dijo el muchacho, que en aquel momento recibía una felación de Azucena – No se me había ocurrido.

Hacia unos minutos que Azucena estaba de rodillas, frente a Lucas, quien le acariciaba el rostro y el cabello sentado en la orilla de la cama. La chica estaba completamente desnuda; en efecto, su cuerpo no era muy ostentoso, pero se le marcaban las curvas naturales de su cuerpo, nada despreciables. Sus tetitas, que Lucas se había dado el gusto de saborear hacia unos momentos, eran un par de montañas emergiendo, coronadas por un pezón amplio y oscuro.

El muchacho notó que con Azucena todo era distinto; casi no ponía resistencia, y bastaba ordenarle las cosas para que lo hiciera; ya fuera por miedo, o porque de alguna forma ella se sentía atraída por él. Por las buenas o por las malas, a Lucas le daba igual, siempre que consiguiera lo que quisiera de ellas.

Azucena había sido torpe con la boca al inicio, pero, con paciencia, Lucas le explicó los aspectos más básicos para realizar una buena mamada. Cuando la niña se equivocaba, Lucas la empujaba momentáneamente contra su verga, clavándosela. Entonces la soltaba y la chica recuperaba el aliento antes de volver a intentarlo.

Poco a poco iba mejorando, y Lucas recargó sus manos sobre la cama, disfrutando relajado con la fresca boca de la mulatita.

Por su parte, Benjamín explicaba la nueva dinámica a Sofía, a base de un sencillo ejemplo.

– Ahora sí – le dijo a Sofía – Quítate el puto traje de baño.

– Por favor – insistió la chica – No quie…

– Bien – dijo Benjamín, acercándose a donde se hallaba Mireya – Cada vez que me desobedezcas pasará esto.

Acto seguido, lanzó una tremenda bofetada que fue a parar al rostro de Mireya. Fue tan rudo que la pobre cayó de lado por el impacto. Él la volvió a colocar de rodillas; alzándola por los cabellos. Mireya lloraba, mientras Benjamín volvía a dirigirse a Sofía.

– Quítate el traje de baño – repitió

La chica no dijo nada, pero comenzó a gimotear. Benjamín se exasperó y volvió a girar hacia donde se hallaba Mireya.

Una segunda bofetada cayó de nuevo sobre el rostro de la chica. Y Sofía ya lloraba a rienda suelta, impactada por aquella escena. También Mireya seguía llorando, pero sin dejar de mirar con rencor a aquel sujeto.

– Quitat…

Y entonces Sofía comenzó a desvestirse. Se bajó los tirantes por los hombros, y poco a poco fue bajando su traje de baño. Lo dejó caer hasta sus zapatos, y movió los pies para desatorarlos y quitárselos definitivamente. Finalmente quedó desnuda, como una ofrenda para Benjamín.

– Ven acá – dijo Benjamín, señalando el suelo frente a sus pies – Ponte de rodillas, como la zorrita de Mireya, mira que bonita.

Sofía echó un vistazo a Mireya, y en seguida obedeció. Se arrodilló frente a Benjamín, cuya verga estaba complemente erecta. Sofía desviaba la mirada con tal de no verla.

– Quiero que veas lo que tienes que hacer – dijo Benjamín, moviéndose – Quédate aquí y mira bien.

Él se acercó a Mireya, y la tomó de los cabellos para alzarle el rostro ante su verga. La soltó, y Mireya prefirió no esperar a que él le ordenara lo que ya sabía que le exigiría. Abrió su boca, y se llevó aquel glande a la boca.

– Mira nada más – exclamó Benjamín – Esa es la putita que me gusta. Observa bien a esta zorrita, Sofía, aprenderás mucho de ella; quiero que hagas lo mismo.

En efecto, Sofía miraba a Mireya mientras esta movía rítmicamente su cabeza para mamar aquella verga. Era difícil, por la manera en que estaba esposada, pero prefería hacer el esfuerzo a volver a recibir un manotazo.

Cuando a Benjamín le pareció suficiente, empujó violentamente a Mireya para que dejara de chuparle el falo. Mireya regresó a su posición; mirando al suelo desolada. Benjamín regresó con Sofía.

– ¿Lista?

La muchacha lo miraba con preocupación, pero él parecía tan firme que tuvo que rendirse. Asintió con la cabeza, y esperó hasta que Benjamín se acomodó frente a ella. Estaba mirando al suelo cuando algo tocó dos veces su frente, era la punta del falo de aquel sujeto.

– ¡Toc, toc! – expresó él – Alarga el cuellito o no vas a alcanzar.

Sofía tuvo que obedecer; alargó el cuerpo y abrió la boca, y su lengua sintió enseguida la textura y el sabor de aquella verga. Al inicio cometía errores, pero Benjamín se los corregía. Aprendió a no meter los dientes y a abrir correctamente los labios.

Al inició Benjamín permitió que la niña se moviera sola, pero conforme aumentaba su excitación se iba volviendo más salvaje. Pronto tomó la cabeza de Sofía, y comenzó a embestirle su verga contra su garganta como si se estuviera follando una sandia.

La niña sentía que se ahogaba con aquel pedazo de carne, y trataba inútilmente de alejarse. Lloraba de la vergüenza y desesperación, y comenzó a soltar manotazos contra la pierna de Benjamín. Pero este no la soltaba y, en su desesperación, cometió el grave error de lanzarle una mordedura.

No fue muy fuerte; pero Benjamín sacó su verga con violencia. La chica supo que aquello le traería problemas, pero de verdad que sentía que se atragantaba. Cayó de manos sobre el suelo, y comenzó a toser. Escuchó el sonido de una bofetada, y vio caer a Mireya al suelo. De pronto sintió un jalón de los cabellos y en segundos se vio arrastrada por el suelo.

Lucas sólo miraba, mientras seguía recibiendo la apacible mamada de Azucena, quien no era ajena a los gritos o sucesos a su alrededor, pero que se mantenía callada y chupando para no despertar la ira de nadie.

Benjamín sacó a Sofía, arrastrándola por el suelo. La llevó al pasillo con barandales que unía todas las recamaras. Con destreza, sacó cuerdas de su mochila – que llevaba siempre a la mano, a todos lados – y las amarró a las rodillas de Sofía, atándola a la parte baja del barandal. Era una idea ruin, aquellos amarres la mantenían no sólo de rodillas, sino abierta de piernas. No era capaz de moverse. Ató las manos de Sofía juntas, y las amarró a la parte alta del barandal.

En aquella posición, Sofía estaba a completa merced de quien quisiera. Benjamín entró al baño, y al poco rato volvió con una botella de crema corporal.

– Te has ganado un buen castigo – dijo Benjamín, agachándose tras ella.

– ¡Perdón! – decía la pobre chica, incomoda por aquella posición – ¡Perdóneme!

Pero lo único que recibió por respuesta fueron los dedos de Benjamín untándole algo en el área de su ano. Sofía comenzó a gritar, por que comprendió a qué iba todo aquello. Pero no podía hacer nada; aquellos amarres la tenían inmovilizada, en una posición que la obligaba a abrir su culo y ofrecerlo a Benjamín.

Los dedos se fueron, y en su lugar se colocó el glande de la gruesa verga de Benjamín; Sofía movía el culo tanto como podía, pero las manos de aquel sujeto la tenían fuertemente agarrada con sus dedos clavados en las carnosas nalgas de la chica.

La muchacha también intentó apretar las nalgas, pero en aquella posición se encontraba demasiado abierta, y no había nada que pudiera hacer con los músculos de su culo, por más abultado que este fuera. Era imposible, y la verga de Benjamín ya se encontraba ejerciendo presión sobre su rugoso y oscuro esfínter.

Las diferencias de tamaño dificultaban un poco las cosas; Benjamín, demasiado grande a comparación de la chiquilla, tenía que arrodillarse bastante para poder realizar correctamente la quirúrgica hazaña. Tenía que mantener alzado el trasero de Sofía con sus manos, y la muy zorra había hallado en aquello su única defensa. Pero era demasiado tarde para Sofía, el pene de Benjamín comenzaba a entrar.

Tuvo que empujar mucho al inicio, pero no tardó en comenzar a dilatarle el aro del culo a la chica, que comenzaba a gritar adolorida. Segundos después, ya su glande se asomaba dentro. Siguió penetrándola poco a poco, importándole poco los alaridos de Sofía.

– Olvidaba algo – dijo Benjamín de pronto, sacando de nuevo su glande al exterior

Volvió a apuntar su verga, esta vez unos centímetros más abajo, y de una sola arremetida penetró el coño de Sofía. El dolor había sido tan profundo que el cuerpo de la chica pareció torcerse de forma sobrenatural; sólo segundos después, cuando recuperó el aliento, fue que lanzó el más grande de los gritos.

No era para menos; Benjamín la había desflorado, despedazándole el himen de un solo golpe, atravesándola hasta el fondo con sus veinte centímetros de envergadura. La chica lloraba a rio suelto; mientras Benjamín saboreaba las nalgas sudadas y las caderas temblorosas de la chica con sus manos.

– Bueno, putita, felicidades; te he roto el coño – le dijo, con una voz áspera

Mientras mantenía su pene clavado en la chica, tomó un poco más de la crema y la untó de nuevo en la entrada del ano de la chica. Esta vez metió un dedo, que se deslizó con facilidad para lubricar el interior cálido de aquel hoyito; un segundo dedo no tardó en abrirse paso, y pronto comenzó un mete y saca que fue acelerando la respiración de Sofía, que lloraba de dolor y placer al mismo tiempo.

Sacó sus dedos, y sólo acariciaba por el exterior el rugoso aro de aquel esfínter. Cuando los gemidos de Sofía perdieron amplitud, Benjamín sacó lentamente su falo de Sofía. Sangrante y húmedo, el hombre volvió a colocarlo en la entrada del culo de la chica, y de nuevo comenzó a empujar, esta vez con mayor determinación.

Poco a poco, el ano de Sofía se iba dilatando; la verga de Benjamín ya comenzaba a alcanzar nuevas profundidades, e iba destrozando todo a su paso. Sentía los pliegues del recto alrededor de su verga, y pareció topar con pared cuando ya le había atravesado quince centímetros de su falo. Pero continuó empujando, hasta abrirse paso casi a través del intestino de la niña.

Y entonces lo logró; su verga completa se había hundido completamente dentro del ano de Sofía. Ella seguía llorando, y Benjamín sonreía mientras sentía maravillado las contracciones del recto de la chica alrededor de su falo. Era un culo apretado y precioso; le encantaba ver la base de su pene dilatando preciosamente el esfínter de la chica.

– Deberías ver cómo se ve desde aquí tu culo abierto

Sacó la cámara y comenzó tomar algunos videos, grabando los detalles de la penetración; entonces, sin dejar de grabar, comenzó a sacar parte de su pene, y en seguida lo volvió a meter. Poco a poco, comenzó a iniciar un mete y saca que fue provocando la inevitable excitación de la chica.

– Te gusta, sé que te gusta putita; dímelo.

Pero la chica no respondió; estaba completamente asustada.

– ¡Te he dicho que me digas! – gritó Benjamín

– Me gusta – reaccionó por fin Sofía

– ¿Si? Dame las gracias. Di “gracias señor por romperme el culo”.

– Gracias señor por romperme el culo – dijo la niña, con la voz entrecortada por el llanto contenido

– De nada putita; ¿quieres que te la meta toda o la mitad?

– La mitad – respondió la niña, sin pensarlo dos veces

Pero a Benjamín le importaba una mierda la opinión de la niña; se la metería toda, mil veces si se le antojaba. Aumentaba progresivamente la velocidad, y a los pocos minutos era la totalidad de su verga la que salía y volvía a entrar. La chica gemía, entre dolor y placer, y su cuerpo sudaba. La mano libre de Benjamín comenzó a manosearle los pechos, y no tardó en pellizcarle suavemente los oscuros y pequeños pezones.

Siguió embistiéndole, mientras su verga comenzaba a embadurnarse de la mierda fresca de Sofía, recién escarbada de sus intestinos. El olor a sudor, fluidos y excremento comenzó a inundar el ambiente. Pero aquello no le molestaba en lo absoluto a Benjamín; que estaba absorto grabando su verga saliendo y entrando del culo de Sofía.

La chica había dejado de gemir desde hacía rato, pues el exceso de excitación la tenía al borde del desmayo. Pero, para su suerte, su culo era tan apretado que no pasó mucho rato para que un líquido viscoso y caliente se esparciera por el interior de su recto.

Benjamín se mantuvo dentro hasta que sintió que la última gota de su esperma había quedado en el interior de la chica. Entonces, perdió la dureza de su pene y lo sacó de aquel culito agotado.

– Bien hecho putita – dijo, palmeándole suavemente las redondas nalguitas – Tienes un culito fabuloso.

Pero no obtuvo respuesta; la niña había perdido el conocimiento. Benjamín se dirigió al baño, abandonando a su suerte a la pobre Sofía, que apenas seguía recobrando el conocimiento.

Cuando Benjamín salió del tocador, con su verga limpia ya de los restos de esperma y mierda, sólo se agachó para ver y fotografiar a su leche saliendo lentamente del esfínter de Sofía. Después se alejó, sin prestarle mayor atención; era obvio que la chica significaba un simple objeto para él, uno que sólo servía para ser follado a voluntad.

Entró a la recamara de las hermanas. Mireya seguía de rodillas, mirando derrotada el suelo. Sobre una de las camas, Azucena cabalgaba torpemente sobre la verga de Lucas, con los zapatos deportivos aun puestos y las manos atadas por la espalda.

– O le gustas a esta zorrita o la has entrenado muy bien – interrumpió Benjamín

Azucena se detuvo, avergonzada, al escuchar aquello; pero Lucas, sonriendo, comenzó a moverse para no detener aquella follada. Benjamín se sentó en una silla que colocó a un lado de donde se hallaba Mireya. Apaciblemente, miraba la escena de Lucas y Azucena al tiempo que acariciaba la cabeza y cabellos de Mireya, como si se tratara de una mascota. Ella sólo se mantenía mirando al suelo, pero su rencor podía olerse.

Pasados algunos minutos, y con semejante acto que se llevaba a cabo frente a sus narices, su verga comenzó a recobrar su erección. Se puso de pie, y se detuvo momentáneamente frente a Mireya.

– Dale un besito de la suerte – le dijo, apuntándole al rostro con su verga

Mireya no tuvo más remedio que besar el glande apestoso de aquel hombre, y sólo entonces Benjamín se alejó de ahí.

Se acercó a la cama donde Azucena había vuelto a cabalgar sobre Lucas; cuando de pronto sintió tras si el cuerpo corpulento de Benjamín, quien llevaba en sus manos el bote de crema del baño.

Sin permitir que sacara la verga de Lucas de su coño, la empujó hacia el muchacho, quien la abrazó de oso para inmovilizarla. Entonces, la pobre chica comenzó a sentir cómo los dedos cremosos de Benjamín caían sobre la entrada de su culo; y lanzó un alarido cuando sintió entrar un dedo y luego otro.

Intentó por todos los medios zafarse de las garras de aquellos sujetos; pero fue imposible. Lo siguiente que sintió fue la verga de Benjamín abriéndose paso a través de su culo; la chica apretaba instintivamente sus nalgas, pero aquello era demasiado tarde pues la mitad de aquel falo estaba clavado en ella y el dolor se había vuelto insoportable.

Gritaba y rogaba, mientras el pene de Lucas seguía dentro de ella y el de Benjamín se abría paso hacia su recto. Finalmente, con la chica agotada completamente, ambos hombres la penetraron completamente.

Comenzaron a moverse entonces, casi bajo una especie de coordinación natural. La chica recuperaba las fuerzas, pero sólo para comenzar a clamar de dolor y goce. Las vergas de aquellos sujetos aumentaban el ritmo, el dolor disminuía y el placer aumentaba insoportablemente. La propia chica comenzó a besar la boca de Lucas, mientras los labios de Benjamín besaban su espalda, su nuca y sus rizados cabellos.

Sólo Mireya miraba con repugnancia aquella escena; su esbelta amiga era penetrada doblemente por aquellos hombretones. Pero también le molestaba oír los gemidos de placer de Azucena; porque detestaba que aquello, encima, tuviera que ser tan placentero. “Puta”, pensó Mireya, “que puta eres, Azucena”.

Pero Azucena no tenía más remedio; con dos vergas penetrando sus orificios, lo menos que podía hacer era entregarse a ese extraño regodeo que todo aquello le causaba, estuviese o no de acuerdo con ello.

– Te gusta putita – preguntó Benjamín, respirando aceleradamente sobre la nuca de la chiquilla

– ¡Siii! – admitió Azucena

– ¿Te estas viniendo verdad? Puedo sentir tu culito temblando.

– ¡Siii!

En efecto, aquel era un orgasmo. No era el primero, Lucas le había provocado los dos primeros de su vida; pero, dadas las circunstancias, estaba claro que este sí que era el más intenso que había sentido hasta el momento.

– ¡Me voy a venir! – anunció Lucas, extasiado

– ¿De verdad? – expresó Benjamín – ¿Dónde quieres que se venga Lucas, Azucenita? Tú dile.

– Adentrooo… – alcanzó a decir la chica

Lucas descargó su leche dentro del coño de la delgada mulata, y tras unas últimas embestidas se detuvo, sin sacar su verga de ella. Atrás, Benjamín daba los últimos arrimones; un par de minutos después, su verga escupía su leche dentro del recto de la chica. Ambos sacaron sus penes al mismo tiempo de la niña; quedando de su culo una masa chorreante de fluidos, esperma, mierda y sangre.

Benjamín salió a limpiarse al baño, y Lucas quedó cuidando el cuarto. Pero no hacía falta; agotada, Azucena pareció desfallecer sobre la cama y, para cuando Benjamín regresó, ya estaba completamente dormida.

– Duerme como un angelito – expresó, irónico, Benjamín

– Creo que, para la edad, ha soportado mucho

– El mundo es sorprendente Lucas; ve a lavarte esa verga, no queremos que se te infecte. Y, por favor, hazle una limpieza a Sofía; le he dejado el culo relleno de leche; usa una cubeta, no quiero que la desates.

Lucas asintió, y salió de ahí.

– ¿Te ha gustado el espectáculo? – preguntó Benjamín, mientras se acercaba a Mireya.

La niña no respondió. Lo miró pesadamente, mientras él se agachaba a su lado.

– Te he hecho una pregunta, putita, ¿te ha gustado el espectáculo?

La niña siguió en silencio, y tras unos segundos abrió la boca para emitir un sonido claro, aunque tenue.

– Te detesto.

Benjamín no perdió la compostura. Sacó su teléfono celular de su mochila y comenzó a apretar teclas. Tras unos segundos, le mostró la pantalla a Mireya.

– Siete de la tarde, he programado la alarma.

La niña lo miró, desconcertada; no entendía a qué se refería Benjamín con aquello.

– Tontita – expresó Benjamín – Déjame explicarte: a esa hora te rompo el culo.

La niña abrió los ojos, asustada. Benjamín se puso de pie, se acercó a la cama y jaló bruscamente los pies de una somnolienta Azucena, hasta arrastrarla consigo fuera de la recamara. Despertó pero, al no poder pararse, se dejó llevar por el bruto de Benjamín.

– Lo siento perrita – se disculpó Benjamín – Pero tengo que ir a lavarte ese culito.

Mireya se quedó sola en el cuarto; pensativa. Volvió a mirar al suelo y comenzó a llorar.

– Me las pagaras – rezaba en voz baja, para sí misma – Me las pagaras…

CONTINUARÁ…

Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (5)” (POR BUENBATO)

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Asalto a la casa de verano (5)

Sin títuloTodas las muchachas fueron atadas en sus respectivos lugares. Lucas y Benjamín bajaron a comer; tanto follar les había abierto el apetito y los dos hot dogs que había comido habían resultado insuficientes.

Terminando de comer, recordaron que quienes debían estar muriendo de hambre eran Sonia y Leonor. Subieron al cuarto donde ellas seguían atadas; estaban dormidas, pero despertaron apenas se abrió la puerta.

Leonor se había orinado, y sus miados hacia rato que se había evaporado. Sólo quedaba el olor acre. La desataron; le esposaron las manos a la espalda y le ataron los pies para que no tuvieran mucha maniobra de movimiento. Benjamín la llevó al baño, donde la hizo entrar a la regadera. La puso de rodillas, y él mismo se encargó de tallarle el cuerpo con el estropajo. Tuvo cierto interés en que sus partes íntimas quedaran bien limpias, y no dudó en meterle algunos dedos enjabonados por el culo.

Leonor soportó aquello con paciencia; pues ya era un alivió poder salir de aquel cuarto y aquella incomoda situación en la que se hallaba junto a su hija. Estaba preocupada por Mireya, pero no la veía por ningún lado.

Tampoco había visto a Azucena, sólo a su prima, a quién vio con desconsuelo atada al barandal, con las nalgas abiertas recién folladas apuntando hacia arriba. La vio rápidamente, antes de entrar al baño, y le pareció tan pequeña e indefensa que se preguntó lo que podría ser de su propia hija. Había escuchado los gritos desgarradores de Sofía, cuando le habían roto el culo atada en el pasillo.

En el cuarto; Lucas preparaba a Sonia. La tenía en el suelo, pisoteándola, mientras realizaba unos complicados amarres. La había puesto primero en una posición tipo yoga; y después amarró sus tobillos juntos, como un par de troncos. Pasó las manos de Sonia hacia atrás de su espalda, y las ató. Hecho esto, sin darse cuenta se había acercado a una posición estilo lotus tie.

Amarrada como la tenía, le pateó la espalda haciéndola caer hacia adelante. Con aquellas ataduras y el rostro pegado al suelo, Sonia se veía obligada a abrirse de culo y ofrecer su la entrada de su ano.

No podía incorporarse; y el peso de sus propios brazos esposados por detrás le hacía imposible lograr incorporarse. Estaba completamente desnuda, obligada a ofrecer su culo a aquel sujeto.

Pronto sintió cómo él se acomodaba tras ella; intentaba alejarse de su alcance, pero una sola manos sobre ella era capaz de contener cualquiera de sus esfuerzos. Se hallaba indefensa e inmovilizada.

Sintió las manos de Lucas masajeándole las nalgas y acariciándole con los dedos en las áreas ubicadas en medio de su culo. Sintió el roce de aquella mano acariciándole su gordo coño, que formaba una natural hinchazón rodeada de vellos de reciente crecimiento. Los dedos, humedecidos con sus propios jugos, comenzaron a palparle la zona alrededor del anillo de su esfínter.

Era un culito apretado, y virgen. Tenía unas hermosas arrugas alineadas en circunferencia, y formaban un punto rosado en medio de su culo moreno. Sentía asco y vergüenza de pensar que aquella zona tan intima estuviera siendo manoseada por aquel desconocido. Pero la situación se volvió más tormentosa cuando sintió dos manos sosteniéndole el culo y de pronto unos húmedos besos sobre sus nalgas.

Aquellos labios recorrieron parte del área de sus voluminosas nalgas, pero no tardaron mucho en llegar a su objetivo y, en segundos, Sonia comenzó a sentir con impotencia cómo Lucas escarbaba su ano con su lengua. Los roces humedecían con saliva su culo, y el sujeto comenzó pronto a intentar meter sus dedos en aquel orificio.

Sonia le pedía con la voz entrecortada que parara, pero parecía no ser escuchada por Lucas, que no se detenía ni un segundo. Pronto uno de los índices de Lucas comenzó a abrirse paso entre su estrecho culo.

– Deberías sentirte afortunada – interrumpió la voz de Benjamín, que llegaba de regreso con Leonor puesta de rodillas a su lado, asomados bajo el umbral de la puerta – Hace unos minutos, a dos más jovencitas que tú, les he roto el culo de un solo golpe. Me preguntó cómo gritaras tú cuando te lo haga.

Leonor escuchaba aquella sentencia, de rodillas al lado de su captor, mientras tenía que ver cómo el otro sujeto metía sus asquerosas manos en el orificio trasero de su hija. Tenía ganas de ofrecer su culo en lugar del de su hija, pero sabía que sólo lograría ganarse una bofetada y apresurar las cosas. Su silencio era la única defensa que le quedaba.

– Esa posición se ve muy bien – comentó Benjamín

– Si – respondió Lucas sonriente, con su dedo índice metido completamente en el culo de Sonia – De esta forma se mantienen inmovilizadas y con las piernas muy abiertas.

– Ya veo

– Mira – continuó Lucas, sacando el dedo de Sonia y palpando las partes que quería mostrar – Su coño, su ano y las nalgas siempre hacia arriba; no tiene opción, sólo puede mantenerse así.

– Me gusta – asintió Benjamín – Hagamos lo mismo con esta zorrita – dijo, señalando a Leonor – quiero ver cómo lo haces.

Lucas se puso de pie y trajo cuerdas; no se requirió forzar nada. Leonor tomó el papel de una muñeca de trapo y no hizo más que dejarse llevar por lo que aquellos hombres le hacían a sus extremidades. Pronto se halló en la misma posición que su hija, con el rostro sobre el suelo, las manos esposadas por detrás y su culo ofreciéndose al cielo. Era un posición más incomoda que la anterior, y la tendría que soportar.

El problema era moverlas; Lucas y Benjamín las tuvieron que bajar a la sala una por una. Tenían que cargarlas entre los dos, como si se trataran de alguna especie de mueble. Hicieron un espacio en el centro de la sala, y ahí colocaron a las dos mujeres.

Subieron donde se encontraba Azucena, a quien obligaron a llamarle por teléfono a sus padres y decirles que todo estaba bien. Con la voz más tranquila que pudo, Azucena habló con su madre y le contó una serie de mentiras para que esta no se preocupara.

– Estamos bien, ya sólo cenamos y nos vamos a dormir.

– …

– Si, ella está bien también.

– …

– Si, en la alberca. Si, fue divertido.

– …

– Nos vemos, también te quiero.

Apenas colgó, los sujetos la apresaron entre los dos, y comenzaron a realizarle unas ataduras. La niña trataba de quedar cómoda, pero finalmente sólo se hizo conforme a lo que aquellos sujetos demandaban.

Mientras pasaban los minutos, Sonia y Leonor fueron comprendiendo el macabro juego que aquellos sujetos estaban tramando. Primero vieron cómo Azucena fue llevada abajo, con las mismas ataduras y puesta sobre el suelo, al igual que ellas. Lo mismo pasó después con Sofía, que parecía un animalito acurrucado.

Las iban colocando en círculo; con las cabezas al centro y los culos por el exterior. La ultima en cerrar el círculo fue Mireya, a quien trajeron y colocaron en su posición unos minutos después.

Formaban una estrella de cinco picos, donde el centro eran sus cabezas y los picos sus respectivos traseros apuntando al cielo. Sonia, Azucena y Sofía lloraban a gota suelta, Mireya y Leonor sólo se limitaban a guardar silencio y esperar su destino.

Escuchaban sus llantos, sus respiraciones y sus ruegos con claridad, pues sus cabezas estaban pegadas una junto a la otra. Aquello sólo hacía que la situación fuera aún más estresante.

Repentinamente el llanto y los alaridos de Sonia aumentaron; Leonor alcanzó a asomarse desde su incómoda posición y vio el cuerpo de Benjamín posicionándose tras su hija mayor.

La chica de diecinueve años comenzó a rogarle a aquel sujeto que la dejara; pero lo único que conseguía era que Benjamín le metiera los dedos dentro de su culo para untarle crema a las paredes de su ano. Cuando estuvo lista; él tranquilamente se desvistió hasta quedar tras ella desnudo y con la verga endurecida.

Otro grito de terror fue soltado por Azucena, cuando Lucas se sentó en el suelo tras ella. Sus manos palparon ligeramente el redondo traserito de la chica, pero no pasaron muchos minutos cuando inició el recorrido con sus labios y su lengua, saboreando el sudor que escapaba de las nalgas de la muchachita.

Sonia, por su parte, comenzaba a gritar ante las dolorosas sensaciones que le provoca la verga de Benjamín, abriéndose paso a través de su virgen ano. Apenas iba la mitad de aquella verga, y Sonia ya sentía que él la terminaría por partir a la mitad.

Él descansó un poco, disfrutando la sensación de su verga apretujada entre las paredes del ano de Sonia. Pronto, comenzó a empujar de nuevo, dilatando más y más el culo de la chica hasta llegar a su recto.

Entre gritos de dolor, lágrimas en las mejillas y respiraciones aceleradas, Sonia fue penetrada por los veinte centímetros de verga que aquel salvaje le había terminado de clavar.

Después sintió, sin que el dolor fuera menos, el falo de Benjamín retirándose. Cuando creyó que aquello acabaría, volvió a sentir una nueva penetración que de nuevo llegó hasta el fondo. Había comenzado a bombearla.

– Tranquila – le susurró su madre, a unos quince centímetros de ella – No te desesperes, Sonia – le recomendó

Pero es que el dolor era tremendo; además de larga, era considerablemente gruesa. Escuchando el dolor de Sonia, que tenía aquellas anchas caderas y el culo grande, Leonor se preguntó qué sería de las otras niñas. Ella misma había escuchado los alaridos desgarradores de Azucena, y no le sorprendió cuando la vio dormida y agotada en el pasillo del piso superior.

“Pobrecitas”, pensó Leonor, “estas pobres chicas tendrán que soportar todo esto, y más. Estos dos son tan salvajes que violarían hasta a sus propias hijas”. Ella siguió pensando en todas, especialmente en Mireya, “la pobrecita, tan chiquita; espero que al menos a ella la perdonen”.

Los gritos de Azucena comenzaron a iniciar, Leonor giró el cuello para ver qué sucedía. Era Lucas, que comenzaba a penetrar por el culo a la chica. La sangre de Leonor se congeló con aquella escena; estaba tan molesta que tenía ganas de insultar a aquellos crueles, pero decidió girar la vista al suelo y callar, mientras escuchaba los ruegos y alaridos combinados de Sonia y Azucena.

Benjamín, por su parte, iba aumentando el ritmo de las penetraciones. Había colocado más crema en el culo, facilitando el desliz de su verga dentro de Sonia. Los gritos de dolor de Sonia habían menguado, y comenzaban a ser sustituidos por gemidos y respiraciones aceleradas.

Al lado de Lucas, Benjamín parecía un caballero, el muchacho ya había acelerado las embestidas importándole poco los gritos y súplicas de la pobre mulata. Azucena apretaba los dientes y los ojos para soportar los arrebatos de aquel sujeto dentro de su ano; el muchacho parecía tener la intención de romperle los intestinos, pues clavaba su verga hasta el fondo y se movía con una velocidad tal que parecía taladrar con furia el culo de la chica.

Azucena se había cansado de gritar, y lanzaba unos gemidos secos con cada embate de Lucas; a Leonor sólo le bastaba mirar los ojos de la chica, casi en blanco, volteados hacia arriba y con la boca abierta, jadeando por el ajetreo que le provocaba aquel remolino de sensaciones surgidas desde su recto.

Parecía una muñequita con su esbelto cuerpo siendo maltratado por aquel muchacho bruto y desconsiderado. Pero Lucas parecía pequeño al lado de Benjamín; quien con su tremendo cuerpo y su bestial verga representaba lo peor que le podía pasar a cualquier chica de ahí. Y en ese momento le pasaba a su hija, Sonia, quien resoplaba de placer y ramalazo con cada arremetida de aquel gorilón.

Leonor alzó la mirada para verlo, y se amilanó cuando se encontró frente a la pesada mirada de aquel sujeto, sonriéndole sin dejar de embestir a su hija, pasándole sus sucias manos por la espalda, jaloneándole el cabello, lanzándole nalgadas e inclinándose para pellizcarle las tetas.

– ¿Te gusta cómo me follo a tu hija?

– Eres un asqueroso – le espetó Leonor

– Y tú una puta.

Aceleró las embestidas para cortar aquella conversación, a costa de los alaridos de Sonia, que comenzó a resollar con tanta fuerza que su madre lamentó haberle dirigido la palabra a Benjamín.

– Por favor, por favor, por favor… – repetía Sonia, como si estuviese rezando

Su madre la miraba con tristeza, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Vio cómo los ojos de Sonia parecieron voltearse, y cuando se pusieron en blanco comenzó a chorrear de sus entrepiernas un líquido abundante que comenzó a gotear sobre el suelo. El sexo anal le había terminado por provocar un orgasmo, tan grande, que su coño había escupido todos aquellos fluidos.

– ¡Vaya! ¡Vaya! – comenzó Benjamín – Se ha chorreado. ¿Lo ves Leonor? A tus hijas les encanta la verga; deberías ir poniendo una sonrisa en esa cara. Mira, mira nada más – dijo, al tiempo que le mostraba lentamente cómo penetraba el ano de su hija – Le gusta, la muy puta se ha chorreado de placer.

Leonor sólo lo miró con despreció, y estaba a punto de decirle algo cuando un sonido interrumpió. Era una especie de alarma.

Vio cómo Benjamín sacaba su verga completa de Sonia, desde abajo, aquel falo parecía enorme, aún más grande; no entendía cómo aquello podía caberles en el culo. Lo vio darle una última nalgada, como si se estuviese despidiendo de Sonia.

Miró hacía en frente, y se encontró con la mirada perdida de su hija Mireya. Se vieron frente a frente, pero Mireya parecía ausente del mundo. Leonor, estúpidamente, trató de sonreírle.

Sintió de pronto cómo Benjamín rozaba sus nalgas con sus dedos, y una especie de electricidad recorrió su piel. Supuso que ahora era el turno de ella. El silencio hubiese sido total sin los gemidos de Azucena, quien seguía con la verga de Lucas atorada en su recto.

No obstante, sintió y luego confirmó con un vistazo, que Benjamín se alejaba de ella. Y entonces, con su verga erecta y manchada ligeramente de restos de excremento de Sonia, lo vio colocarse tras Mireya. Su piel se heló.

– Por favor – dijo, inmediatamente – A ella no por favor; Benjamín…te lo ruego. Hazme a mí lo que quie…

– ¡Cállate! – le espetó el hombre

– Sólo – insistió Leonor – Solamente es una niña…

– La más bonita; además, le hice una promesa. ¿No es así? – preguntó, dirigiéndose a Mireya

Pero la chica no respondió, porque parecía que estaba desconectada del mundo.

– ¡Yuju! – expresó Benjamín entonces, metiéndole juguetonamente un dedo en su coño – Te estoy haciendo una pregunta putita, ¿qué te dije hace rato?

– ¿Sobre qué? – respondió rebeldemente la chica

– Sobre lo que iba a pasar contigo a las siete de la tarde – dijo Benjamín, con un tono más serio

– No me acuerdo – dijo la niña

– ¡Parece que tenemos una rebelde! – expresó Benjamín, alzando las cejas – Leonor, debiste educar mejor a tus niñas; no es recomendable ser tan grosera cuando están a punto de romperle el culo. ¡En fin!

Leonor no supo qué más decir; miró a su hija de nuevo, pero esta inmediatamente viró la vista hacia el suelo. Parecía dispuesta a soportar lo que fuera.

– Por favor… – insistió Leonor, mientras miraba cómo Benjamín, con una mano, sostenía las caderas de Mireya, mientras con la otra apuntaba su verga hacia el ano de su hija menor.

Pero nada pudo hacer; nadie de ahí. Con su verga cubierta con algo de mierda como única lubricación, Benjamín comenzó a pujar contra el apretado esfínter de Mireya. Esta trató de mantenerse fuerte pero, apenas el grueso glande de aquel sujeto se abrió paso para comenzar a entrar, su boca se abrió lastimosamente para después lanzar un grito agudo que conmovió a su madre.

Los gritos fueron haciéndose más constantes, al tiempo que, centímetro a centímetro, la gruesa verga de Benjamín iba entrando sin misericordia al ducto trasero de Mireya. La pobre chica sentía sus entrañas expandirse para dar paso a aquel pedazo de carne extraño y endurecido.

Lucas ya había terminado con Azucena, a quien le había rellenado el recto con su semen, Y sólo miraba impresionado, con su verga aun dentro de la mulata, la forma en que Benjamín penetraba sin lubricación a Mireya.

Las lágrimas de la chica se exprimían cuando apretaba los ojos para soportar el dolor. Sus dientes parecían salírsele de tanto que abría la boca para gritar. Pareció eterno, pero llevó alrededor de un minuto y medio penetrarla por completo. Finalmente, sonriendo cómo quien conquista la luna, Benjamín se detuvo unos segundos con la verga clavada en lo más profundo de Mireya.

– A ver si con esto, putita, aprendes a obedecer. Te voy a follar una y otra, y otra vez, hasta que termines pidiéndomelo. Sólo entonces te dejaré en paz.

Mireya intentó decirle algo; pero tenía que terminar de respirar. Cuando recuperó el aliento, y aun con la verga de Benjamín incrustada en su ano, se atrevió a responderle.

– Entonces follame, cabrón – le espetó – ¡Te pido que me folles y me dejes en paz!

Benjamín pareció intimidarse con aquella respuesta; era todo menos lo que él hubiese esperado, especialmente de alguien tan jovencita como Mireya. Por un momento no supo que hacer, de alguna forma se sintió idiota. El mismo Lucas sacó su verga de Azucena, y se fue a sentar a un sofá, como si alguien lo hubiese castigado.

Benjamín deslizó su pene hacia afuera, y lo sacó. Se mantuvo tras la chica, en silencio. A los tantos segundos, tomó el bote de crema, untó un poco de él sobre el culo de Mireya, y volvió entonces a apuntar su verga para penetrarla.

La penetró de nuevo hasta el fondo, pero con una suavidad inaudita. Comenzó a embestirla, suavemente. Podía sentir los pliegues y texturas, así como el calor entre las entrañas de la chica. Ella gemía, porque aquello era tan suave que el dolor no duró mucho. Sentía placer, de cierta forma, pero intentaba, a veces sin lograrlo, ocultar cualquier seña de su excitación.

Benjamín seguía así, con unas embestidas lentas y concienzudas, que parecían más destinadas a satisfacer a la chica que a sí mismo. Continuó por minutos, porque aquello era tan lento que realmente se hallaba más lejos él de la eyaculación que ella del orgasmo.

Habían pasado alrededor de siete minutos cuando las primeras contracciones en el vientre de Mireya se hicieron presentes. Benjamín no dejó de embestirle el culo mientras él mismo sentía cómo el interior de la chica vibraba.

Habrían de pasar catorce minutos más y dos orgasmos de Mireya para que, al fin, la leche de Benjamín inundará su interior. La niña tuvo que admitir para sí misma, por más que le avergonzara, que aquella calidez extraña en ese viscoso liquido se sentía sorprendentemente bien dentro de su recto.

Sólo tuvo que esperar a que la erección de Benjamín disminuyera en su interior para que su culo fuera liberado de aquel grueso pedazo de carne. Él no dijo ninguna palabra; tomó sus cosas y subió a lavarse la verga al baño; dejando a Mireya en aquella posición, con la leche comenzando a brotar lentamente de su esfínter.

Como intentando romper el silencio, Lucas se volvió a poner de pie y se colocó tras Sofía. Le colocó crema en la entrada de su ano, y la penetró. Sus gritos fueron iguales a todas las demás, pero se habían acostumbrado a aquello que en su caso parecieron perder importancia.

Fue una follada rápida; y con un culito tan apretado como aquel, Lucas no tardo en embutirle el ano con sus mecos. Sacó su verga, acarició las nalgas de Sofía, que aun sollozaba, y se puso de pie para dirigirse al baño también.

Pronto bajó Benjamín; parecía ser el mismo de antes. Avanzó autoritario al grupo de chicas y, para la mala suerte de Sofía, se colocó tras ella con la verga nuevamente erecta.

A aquel sujeto no le pareció importar que el semen de Lucas estuviese emergiendo de aquel ano, pues colocó su verga sobre él y lo penetró por completo de un solo golpe. La chica hubiera doblado de dolor su espalda, de haber podido, pero tuvo que conformarse con lanzar un grito desgarrador que volvió a hacer el ambiente pesado.

A ella sí que la embistió con furia; sin el menor de los cuidados. Parecía que con ella desquitaba el mal sabor de boca que le había dejado la actitud de Mireya.

– Po…porrr…f…ffa…vooorr… – intentaba decir Sofía mientras su culo era castigado sin misericordia.

Pero Benjamín no parecía escucharla; sólo se dedicaba a castigar aquel apretado hoyo. Como si el ano de Sofía fuera el culpable de todos sus problemas.

Cuando él se vino, por fin, el esperma combinado con el de Lucas comenzó a brotar alrededor del tronco de su verga. La chica estaba tan llena de semen que este ni siquiera tuvo que esperar a que Benjamín sacara su verga de ella para comenzar a brotar.

Benjamín sacó su verga y limpió el exceso de fluidos y mierda sobre las nalgas de Sofía. Está sólo se limitó a llorar, con el rostro sobre el suelo, mientras de su culo seguían brotando borbotones de leche de dos hombres diferentes.

Eran suficientes eyaculaciones por el momento, y ambos hombres debían descansar. Subieron a Azucena y Sofía al baño, y cada uno limpió el culo de cada una de ellas. Lo hacían cómo dos mecánicos limpiarían el escape de un automóvil; les metían el dedo en los culos y les tallaban las nalgas como si se trataran de objetos.

Fue difícil limpiarlas, especialmente a Sofía, cuyo culo no dejaba de derramar fluidos.

Las volvieron a bajar y las sentaron sobre el sofá; era lo más cómodo que ellas se habían sentido en lo que iba del día.

Después subieron a Sonia y a Mireya al baño, y tras ellas subieron a su madre.

Sus hijas estaban en el piso de la regadera; con el rostro sobre el suelo y sus culos al aire, tal y como habían estado antes. Supuso que a ella también la colocarían así, pero se sorprendió cuando Benjamín le quitó las esposas y le desamarró las piernas. La colocaron de rodillas frente a sus hijas, y le entregaron un jabón y un estropajo.

– Límpiales el culo a tus hijas – le dijo Benjamín – Se útil en algo.

Ella no supo cómo reaccionar. Miró los traseros de sus hijas; el de Sonia parecía bastante estropeado, mientras que el de Mireya parecía sorprendentemente intacto, y los únicos rastros del sexo anal era los hilos de leche, secos ya a lo largo de sus piernas.

Tomó el tallador, les enjabonó las nalgas a sus hijas, y comenzó a tallarles, limpiándolas. En el fondo, sabía que sólo las preparaba para las siguientes agresiones.

– Cantales – dijo Benjamín, con un tono de voz extraño – Lo que les cantaras cuando eran niñas; cantales.

Aquella petición le pareció extraña, por no decir estúpida, a Leonor. Pero no estaba en condiciones de querer desobedecer sus ocurrencias. Pensó un poco e hizo memoria, y cuando el nudo de su garganta se lo permitió, comenzó a cantar mientras sus dedos trataban de extraerle los restos de semen a Mireya.

– Arrorró mi niña, – entonó – arrorró mi sol, arrorró pedazo de mi corazón.

Benjamín escuchaba atento, como si aquello fuera relevante. Su verga volvió a endurecerse, aunque con cierto dolor. Se agachó tras Leonor, y apuntó su verga hasta penetrarla en el coño.

– Esta niño linda, ya quiere dormir; háganle la cuna de rosa y jazmín. – continuó cantando Leonor, tallándole el culo a Mireya y recibiendo las embestidas de Benjamín – Arrorró mi niña, arrorró mi sol, arrorró pedazo de mi corazón…

CONTINUARÁ…

Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (6)” (POR BUENBATO)

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NOTA DEL AUTOR

Pues eso, este es el último capitulo. Decidí hacer el cápitulo más largo e incluir el final de una vez.

Fue una buena experiencia, y debo decir que tengo varias historias en mente.

Mi plan es terminar primero los relatos, antes de enviarlos, y así poder subir capitulos más largos y más constantemente.

Quizas vaya subiendo algunas historias cortas; pero debo antes arreglar unos asuntos laborales.

Espero les haya gustado la seríe, y agradezco sus puntuaciones y comentarios.

No sé que genero les gustaría, estoy abierto a sugerencias.

Saludos.

BUENBATO

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ASALTO A LA CASA DE VERANO (6, FINAL)

Con todas las chicas limpias, las bajaron de nuevo a la sala. Les pusieron ataduras más cómodas y les permitieron recargarse sobre el sofá. Aquello fue el momento más tranquilo que habían vivido hasta el momento; los hombres se dedicaron a sus propios asuntos.

Benjamín descargaba y miraba los videos que había grabado con su cámara. Lo escuchaba con el volumen en alto, riéndose de los gritos y súplicas que se escuchaban en los videos y las imágenes de su verga penetrando a las muchachas.

Sofía se sonrojó en silencio y bajó la mirada, evitando los ojos de todos los presentes, cuando escuchó el video de sus aullidos de dolor de cuando Benjamín deslizaba su pene dentro de su apretado esfínter.

Así hubieran continuado otro rato, hasta que Sonia rompió el silencio, para sorpresa de todos.

– Tengo hambre – dijo, con una voz neutral

Benjamín la miró, estaba recargada sobre el sofá, entre su madre y su hermana. Ella bajó la voz cuando él volteó, pero volvió a alzarlos convencida de la importancia de aquello.

– Ni siquiera he desayunado – miró a su alrededor, pero sólo se encontró con la mirada asustada de su madre – Todas tenemos hambre – concluyó

Benjamín se puso a pensar; por un momento se le ocurrió que aquella petición era comprensible, naturalmente debía darles hambre y lo más correcto sería alimentarlas. Pero, su mente, repleta de todas las perversidades, comenzó a maquinar alguna forma denigrantes de darles de comer. Entonces habló.

– Bien – dijo él, y se retiró hacia la cocina

Regresó minutos después, con dos botes de leche, algo de pan, un tarro de miel y varios platos hondos de la vajilla. Colocó cinco platos en el suelo, y los llenó de leche.

– Tendrán que ganárselo – comenzó – y la manera es muy sencilla. Aquí tengo un tarro de sabrosa miel, toda la que quieran, pero la comerán directo de mi verga. En cuanto a la leche, tendrán que beber rápido, porque Lucas se las estará follando todo el tiempo que demoren.

Lucas no estaba enterado de aquello, pero sonrió con la idea. Ambos tenían las vergas algo adoloridas, pero se habían colocado un ungüento antinflamatorio y analgésico que había resultado efectivo. De modo que la idea no tardó en endurecerles la verga a ambos.

Comenzaron a desvestirse la parte de abajo, liberando sus falos. Mientras las mujeres miraban al suelo, considerando la posibilidad de pasar hambre. Todas excepto Sonia que, hambrienta, comenzó a arrastrarse hacia donde se hallaba Benjamín. Avanzaba sobre sus rodillas, a veces tropezando y cayendo de cara al suelo, pues llevaba las manos atadas por la espalda.

Finalmente llegó ante Benjamín, quien comenzó a embadurnarse la verga de miel con un pincel de cocina. Se untó la miel en todo lo largo de su tronco, en su glande enrojecido y en sus testículos peludos.

– Provecho – le dijo sonriendo a Sonia, quien lo miraba desde abajo, como tratando de terminar de atreverse de aquello.

Entonces, empujada por el hambre y el impulso, abrió su boca y comenzó a chupar aquella verga. Tuvo que admitir para sus adentros que aquello era delicioso, y es que el hambre la estaba matando. Succionó toda la miel del glande, y comenzó a girar su cabeza de un lado a otro, asomándose por todos lados, para limpiar la miel esparcida a lo largo del tronco.

Las otras chicas y su madre la miraban, no tanto con indignación como con curiosidad. También tenían hambre, y aquello no parecía tan malo después de todo. Miraban cómo Sonia terminaba de chuparle los testículos a Benjamín, y cómo este, finalmente, le cedía el paso para que se dirigiera a la leche.

Ella se acercó a uno de los platos, y comenzó a bajar la cabeza para beber de la leche, aunque tuviera que hacerlo a lengüeteadas. No llegó a tocarla superficie con la lengua cuando un jalón de cabellos la detuvo; era Lucas.

– Con las piernas abiertas – le dijo el muchacho – Abre las piernas o no comes, putita.

Ella tuvo que abrirlas; entendió que aquello era para que él pudiera penetrarla más fácilmente. Era difícil mantener el equilibrio así, porque el peso de su cabeza y de sus tetas la hacía sentir que caerían de cara sobre el plato. Entonces sintió la verga de Lucas penetrándole el coño, y sosteniéndole de las caderas.

Aquello al menos ayudaba, Lucas ayudaba a mantenerla en equilibrio mientras la embestía, aunque los movimientos más fuertes le hacían sumergir la nariz en el plato de vez en cuando.

Estaba a la mitad de aquel delicioso plato de leche cuando una segunda chica se animó a participar en la cena. Era Sofía, hambrienta también, que se acercaba más lenta y tímidamente a Benjamín, quien ya comenzaba a pintar su verga de miel.

– Otra putita – exclamó, cuando esta ya estaba frente a ella – ¿Qué busca señorita?

La niña no respondió, no hubiese sabido qué responder.

– Responde, putita, ¿qué se te ofrece?

– Comer – dijo ella

– ¿Qué quieres comer?

– Miel

– Tengo miel en mi verga, curiosamente, ¿se te antoja?

– Si – dijo ella, queriendo terminar con aquella incomoda charla

– Entonces dímelo, sin pena.

Ella respiró profundo, esperando dar con la respuesta correcta.

– Señor – dijo entonces – Quisiera chuparle la miel que hay en su verga. ¿Puedo?

Benjamín rio complacido, entonces le acarició la cabecita a la niña, y miró al resto de las muchachas que esperaban.

– Por supuesto – le respondió entonces a la chica – Chúpame la verga todo lo que quieras, buen provecho.

Se comenzaban a escuchar los gemidos de Sonia cuando Sofía comenzó a chupar el glande de Benjamín. Era muy dulce verla, chupaba durante segundos alguna parte de aquel falo, y después se retiraba unos centímetros a saborear la dulzura de la miel, luego entonces regresaba a continuar con aquella mamada.

Desde el glande hasta los cojones, consumiendo todo el endulzante. Aún tuvo que darle un largo beso al glande, a petición de Benjamín. Entonces se dirigió a uno de los platos, abrió las piernas y esperó paciente a que Lucas terminará con Sonia.

No tuvo que esperar bastante; Sonia, a duras penas, había terminado de beber la leche. Entonces Lucas le sacó su falo, y se colocó tras Sofía. La niña dio el primer sorbo al mismo tiempo en que el muchacho la penetró.

Trató de beber rápido, y lo logró. En menos de dos minutos se había bebido la leche. Lucas se enfadó un poco.

– Esto es trampa – denunció a Benjamín – La muy zorra ha bebido como si fuera elefante. Apenas y me la he podido follar un minuto.

Benjamín concordó, y entonces dijo.

– Pues síguela follando; a ver cuál de sus amiguitas viene a rescatarla.

En efecto, Lucas volvió a penetrarla. Siguió embistiéndola, enfrente de todos, mientras la niña gemía de dolor y excitación. Ella miraba alrededor, esperando si alguien más acudía para sustituirla.

Leonor la miraba con el pecho adolorido, y entonces comprendió que era su responsabilidad hacer lo posible porque a aquella muchacha no le siguieran sucediendo barbaridades. Estaba a punto de avanzar, pero de pronto alguien a su lado se le adelantó. Era Mireya, que avanzaba de prisa hacia Benjamín.

– Mi zorrita favorita – exclamó él – ¿Quién más podría ser? ¿Ahora eres una especie de heroína? ¿La heroína de las putas?

– Si – contestó ella, sorprendiéndolo a él y a todos – Ponte la miel.

Benjamín le dio el gusto; se embadurnó la verga con una cantidad abundante de miel, y dio paso para que Mireya se acercara. Ella no lo pensó dos veces, se llevó la verga a la boca y comenzó a mamar la verga de Benjamín sin tapujos algunos; aquello sólo se trataba de hacerlo rápido, para ayudar a la pobre de Sofía.

Desde atrás, Leonor se sorprendió al ver las manos de su hija tras su espalda, palpándose el área de su coño mientras chupaba el pene de Benjamín. Entonces, tras pensarlo, comprendió que estaba tratando de lubricarse.

Mireya terminó con toda la miel de la verga de Benjamín; pero este la tomó por los cabellos, se vertió más miel y le llevó la cabeza de nuevo hacia su verga.

– Te ves hambrienta – le dijo él, mientras obligaba con su mano a la chica a mantenerse con su boca llena de aquella verga –Me has conmovido.

Mireya no dijo nada, se limitó a aceptar aquello y seguir chupándole el falo a Benjamín mientras continuaba masturbándose con sus manos.

Finalmente él la dejó en paz, y ella avanzó de rodillas rápidamente, dirigiéndose hacia el plato de leche. Se abrió de piernas y sintió entonces a Lucas posándose tras ella; apenas sintió cómo él la penetraba, ella bajó la cabeza para comenzar a beber.

Él la embestía lentamente, por fortuna. Bebía lo más rápido que podía, aunque a lengüetazos.

Leonor ya se acercaba rápidamente a Benjamín, y repitió la misma técnica de su hija. Chupó la verga de Benjamín sin problemas, masturbándose con las manos por detrás. Quería apurarse también, para rescatar a su hija.

Y así lo hizo, terminó con Benjamín y este la dejo ir, pues detrás ya venía Azucena, quien ya no le encontraba el sentido a quedarse atrás.

Leonor se colocó en posición, escuchaba los gemidos de su hija; miró hacia Sonia, quien se encontraba junto a Sofía esperando recargadas en la pared, de pronto todo quedó en silencio y segundos después sintió las manos de Lucas tras ella. Sintió la penetración, y bajó a beber la leche.

Mireya avanzaba de rodillas hacia su hermana, Azucena mamaba la verga de Benjamín y Leonor era follada por Lucas. Entonces Azucena terminó su miel y avanzó hacia la miel.

– Ve con la chiquita – indicó Benjamín, posando su mano sobre sus hombros – Dejame a esta perra.

Lucas se hizo a un lado, y fue tras Azucena. Benjamín tomó posición tras Leonor, quien ya casi terminaba. Él la penetró y tras algunas embestidas escuchó la voz de Leonor.

– He terminado Benjamín – dijo Leonor – Déjame ir, me he terminado la leche.

– Te falta una – dijo él, sacando su verga del coño de la mujer y apuntándolo en la entrada del ano

Sin previo aviso, y con una fuerza y habilidad propias de la experiencia, el sujeto la penetró en seco. Leonor gritó de dolor al sentir los veinte centímetros de verga atravesándola como una espada.

No era su primer anal, pero aquel fue el más intenso que había sentido. Aquella verga le apretaba tanto dentro de su culo, que se preguntó cómo diablos habían podido soportar aquello las más jovencitas.

Tras sentir las palpitaciones de la verga de Benjamín dentro de sí, comenzó a experimentar los movimientos que este comenzaba a hacer. Lenta, pero progresivamente, Benjamín inició y fue aumentando el ritmo de las embestidas contra aquel enrojecido esfínter. Su verga aparecía y desaparecía de aquel redondo agujero, mientras los suspiros de Leonor se convertían en gemidos de placer.

Pronto, las respiraciones aceleradas de Azucena se unieron; estaba siendo follada por el coño. Lucas sacaba suavemente su pene de ella, y entonces lo metía con fuerza hasta el fondo; repetía aquellos movimientos una y otra vez, provocándole suspiros y grititos a la chica, cuya concha se iba humedeciendo más y más con cada penetración.

Azucena era, de todas, la única que secretamente disfrutaba de aquello. Había disfrutado cada mamada, cada penetración y cada dilatación de su culo. No lo había comentado con nadie, y seguía simulando una actitud de victimismo que realmente no existía. Nunca había tenido sexo, y estaba asustada al principio, como su prima Sofía, pero por alguna extraña razón había terminado por encantarse con aquella situación.

Incluso los amarres, las humillaciones, los gritos y la violencia le habían terminado por gustar; siempre se preguntaba qué podía seguir después con su cuerpo. Pero debía simular, y seguir disfrutando de aquello en secreto.

Y sí que lo hacía; Lucas penetraba su coño mientras esta suspiraba con cada embestida. Se mordía los labios y sentía su cabeza agotarse del placer que le llegaba desde el área de su pubis.

Pero no sucedía lo mismo con Leonor, quien gemía inevitablemente por el placer que le provocaba Benjamín sobre su recto, pero no por ello dejaba de sentirse en una situación humillante y de lo más desagradable. Pero no tenía más opción a la vista que abrir bien el culo y disfrutar obligadamente de cada arremetida sobre su culo.

Así siguió castigándole el ano, hasta que sintió venirse y detuvo su verga bien clavada en aquel agujero; entonces descargó toda su leche en el recto de Leonor, que sintió las gotas de semen salpicándole los intestinos.

Benjamín sacó su verga caliente, chorreándole la leche en las nalgas a aquella mujer que alguna vez había amado y de quien ahora se cobraba venganza. Subió al baño a limpiarse el pene, dejando a aquellas mujeres y a Lucas, quien seguía follándose felizmente a una Azucena que disfrutaba en secreto de sus arremetidas. Se había corrido dos veces ya, y su coño estaba más mojado que nada.

Pronto, Lucas sintió su eyaculación cercana; sacó su verga chorreante de jugos de Azucena; la hizo arrodillarse y apuntó su verga al rostro de la chica. Una salpicadura generosa de leche cayó sobre la cara de Azucena, quien apenas y alcanzó a cerrar los ojos para que el semen no la dejara ciego. El viscoso líquido recorrió sus mejillas, y ella misma atrajo lo que pudo con su lengua. Sintió de pronto dos golpes sobre su rostro que la hicieron reaccionar; era Lucas, que sacudía sobre su cara los restos de esperma en su verga.

Todavía algunas gotas cayeron sobre su rostro y sus cabellos oscuros y rizados, hasta que Benjamín regresó del baño .

– Mira nada más que zorra te ves con tu carita manchada de leche – no pudo evitar comentar Benjamín – ¿Te gustó?

– Si señor – admitió Azucena, sonriendo tímidamente, a sabiendas de que todos creerían que mentía – Me gustó mucho.

– Vaya putita. – concluyó él – ¿Podrías darle un besito a mi verga? – preguntó, ofreciéndole su falo flácido.

La niña no respondió, sólo se limitó a acercarse a aquel glande y darle un beso. Benjamín le acarició los cabellos, como si se tratara de una mascota, y se alejó. Ella se quedó ahí, esperando con la cara llena de esperma.

– Le has tirado una buena cantidad de mecos a la chiquilla – dijo – Sube a lavarla, mira cómo la dejaste.

Lucas subió con Azucena, mientras Benjamín se quedaba junto a las otras chicas. Benjamín se acercó a la pared donde Sonia, Sofía y Mireya estaban arrinconadas. Tomó a Sofía y Mireya por los cabellos y las regresó a rastras a recargarse sobre el sofá.

Misma cosa hizo después con Sonia y Leonor. Cuando bajó Lucas, le ordenó que subiera con Azucena a bañarla y limpiarle el rostro.

Traía en sus manos una bolsa grande de galletas que había encontrado en la alacena; tomó una y la fue metiendo en la boca de cada chica. Repartió alrededor de ocho galletas a cada una, y estas las devoraron, hambrientas como estaban. No hizo nada más; pacientemente las alimentó y después fue a sentarse.

Arriba, Lucas metía a Azucena a la regadera. Dado que él también iba a lavarse y la chica estaba atada, Lucas tuvo que limpiarle el rostro y las partes intimas a Azucena. Le estaba pasando el coño a la chica con el jabón, y esta no dejaba de gemir.

– Tranquila – dijo él – Sólo te estoy lavando, ¿tanto sufres?

– No – dijo ella – Me gusta.

Lucas sonrió, incrédulo.

– ¿Te gusta?, ¿me vas a decir que eres la única a la que le está gustando esto?

– Un poco – admitió ella

– Un poco…

– Al principio no – continuó ella – Pero ahora sí.

Lucas no entendía del todo, pero la historia de la chica le parecía curiosa.

– ¿Qué es lo que te gusta?

– Cómo se siente

– ¿Y cómo se siente?

– Al principio duele, pero después gusta.

Lucas se puso a pensar.

– Entonces – dijo él – Si te desato, te llevo a la cama y nos acostamos, ¿tendrás sexo conmigo sin ningún problema?

– Si – dijo ella

El muchacho pareció rememorar.

– Sabes, me quedé con la duda; ¿qué sentiste cuando Benjamín y yo te follamos al mismo tiempo?

La niña quedó en silencio, parecía recordar aquello. Suspiró y dijo.

– Al principio me asustó, creí que dolería mucho.

– ¿No te dolió?

– Si – admitió ella – Me refiero a que, me doliera en el corazón. Me sentí muy triste, porque sentía que aquello estaba mal, pero…

– ¿Pero…?

– Pero al final me gustó – admitió ella mirando al suelo – Y sentía que estaba mal, y que aquello no debía gustarme.

– Pero te gustó… – dijo entonces Lucas, rodeándola y atrayéndola a él con un brazo – …te gustó

– Si – dijo ella, antes de ser callada por un beso de él.

Se besaron, mientras las manos de Lucas se escurrían sobre la espalda de la esbelta chica; llegaron a colocarse sobre el culo de Azucena antes de meterse entre sus nalgas y reptar hasta su coño.

La mano de Lucas no tardó en magrear la concha de la chica, y no dejaban de besarse apasionadamente. La concha de ella se fue humedeciendo, y su cara temblaba de una especie de pasión tímida.

Hubiesen seguido, hasta que escucharon la voz de Benjamín gritando desde la sala, para que bajaran.

– Te follaremos como una reina – le prometió Lucas, separando sus labios – ¿Te parece?

La niña sólo movió afirmativamente la cabeza.

– Seré tu putita – agregó ella, sin saber exactamente para qué por qué.

Lucas también se sorprendió con aquello, pero no dijo más. Ambos bajaron, como si nada hubiese sucedido, y Lucas la dejó recargada sobre el sofá, junto a las otras chicas.

Sin nada que hacer por el momento, y con las vergas descansando, Lucas y Benjamín siguieron alimentando a las chicas, quienes aprovecharon el momento de bondad para comer jamón, queso, jugo y más galletas. Después descansaron sobre el sofá, algunas incluso se sentaron sobre él, sin que aquello tuviera represalias de los hombres aquellos, que sólo se limitaban a vigilarlas, siempre con su bolsa a la mano, dónde ya todos sabían que se encontraban las armas.

Lucas se acercó en un momento dado a Benjamín, y le contó sobre la charla que había tenido con Azucena.

– ¿Me quieres decir que a ella le gusta todo esto?

– Al menos no piensa poner resistencia, creo que es una especie de afrodita.

– Ninfómana, Lucas, se dice ninfómana. Vaya idiota que eres – lo corrigió Benjamín – Es muy joven para eso, simplemente debe haberte dicho eso para que la trataras mejor. Son mujeres, y por muy jóvenes que sean son igual de astutas; yo no me fio de ellas, y no te lo recomiendo.

– Bueno – dijo Lucas – pero probemos; estoy cansado de estarlas forzando, quiero algo más natural, más apasionante.

– ¿Te estás enamorando de esa niña? – lo miró con extrañeza Benjamín

– No –reaccionó Lucas – ¡No! Yo mismo te estoy invitando a que nos la follemos, juntos, es sólo que sin ataduras, simplemente diciéndole lo que debe hacer.

Benjamín quedó pensativo.

– Podría ser; pero me interesa más su prima, tiene ese culo que me fascina.

– Bueno – calculó Lucas – Quizás ella podría convencerle, son primas, deben tenerse confianza.

– Arregla eso entonces – resolvió Benjamín – Pero, a la primera idiotez, tu noviecita se las verá conmigo.

A las once y media de la noche ya todos estaban cansados; comenzaron a prepararlas para dormir. A Sonia y a su madre las ataron por los extremos de las camas de la recamara de Sonia y Mireya; una en cada cama, al menos quedaron lo suficiente cómodas para poder conciliar el sueño.

A Mireya, Sofía y Azucena las llevaron al cuarto de Leonor y su marido. Sofía y Azucena fueron desatadas, pero Mireya fue amarrada a una de las sillas, inmovilizada. Miró con extrañeza cómo Azucena y Sofía podían sentarse con libertad sobre el colchón de su madre, sin atadura alguna; Azucena incluso platicaba en voz baja con Lucas. Entonces Benjamín entró, secándose la verga con una toalla, tras haberse dado una ducha.

– Ya habrá platicado Lucas con ustedes – comenzó

Azucena se arrodilló de inmediato, para sorpresa de Mireya, que miraba desconcertada. Más tímidamente, Sofía secundó a su prima, arrodillándose también.

– Si señor – dijo Azucena, con voz servicial – Seremos suyas.

-¿De verdad? – Benjamín también parecía extrañado

– Lo que usted desee – agregó Sofía, con una voz menos convencida, y aún temerosa

Benjamín las miró largo rato. Llevaban ambas una playera, que debían ser del padre de familia de aquella casa.

– Alcense la playera, quiero verles las tetitas – ordenó, como poniéndolas a prueba

Las niñas obedecieron inmediatamente. Mostraron sus tetas, si es que podía llamárseles así a aquellos bultitos de piel, coronados por sus pezoncitos.

– Tápense – dijo, y las niñas volvieron a cubrirse – Ya veo que son muy putas. ¿Con que les gustaría iniciar? – preguntó

Sofía miró a su prima, y esta respondió inmediatamente.

– Lo que usted desee – dijo ella, sin dudarlo

Benjamín asintió; después preguntó.

– ¿Pero, si pudieran elegir, qué les gustaría hacer?

Azucena quedó pensativa; era obvio que no sabía exactamente que decir, pero sentía que debía ser cuidadosa con sus palabras.

– Chupar verga – dijo, sintiéndose extraña por usar aquella palabra

Benjamín comenzó a masturbar ligeramente su verga, que lentamente iba endureciéndose; Lucas se puso de pie, y se quitó los calzoncillos, liberando su verga erecta.

Lucas se puso frente a Sofía, quien le tomó la verga tímidamente con la mano. Azucena, frente a Benjamín, tomó inmediatamente el falo del hombre y se lo llevó a la boca, donde terminó de endurecerse.

La mulatita no era muy hábil, pero el hecho de que lo intentase cambiaba bastante las cosas. Benjamín disfrutó con la amable felación de Azucena.

– ´Hazlo como tu primita – dijo Benjamín a Sofía, que chupaba torpemente la verga de Lucas – Aprende de ella, mira.

Sofía miró a su prima, que no se detuvo en tragarse una y otra vez el pene de Benjamín, entonces, tomando el ejemplo, fue soltándose también y comenzó a moverse con más habilidad para satisfacer a Lucas, que se lo agradeció acariciándole la cabeza.

Continuaron así por un buen rato; y minutos después Benjamín ordenó un cambio de pareja. Se colocó frente a Sofía, y Lucas hizo lo propio con Azucena; e inmediatamente reiniciaron, adaptándose pronto a las nuevas vergas que invadían sus bocas.

Benjamín, sin decir nada, vio como Azucena comenzaba a magrearse el coño, y se sorprendió cuando ella tocó el hombro de Sofía, quien inmediatamente, aunque con más duda, empezó también a masturbarse.

Así, chupando vergas y masturbándose sus coños, ambas muchachitas se comportaban como dos autenticas expertas en el sexo. Aunque por momentos seguía pareciendo patético cómo Sofía trataba de alzarse lo más posible para alcanzar a tragarse la gruesa verga del grandulón de Benjamín.

– ¡A follar! – ordenó entonces Benjamín, quien de un rápido movimiento se llevó a Sofía a los brazos

Divertido, Lucas hizo lo mismo con Azucena, de modo que parecían dos parejas de recién casados a punto de iniciar una orgia. Lanzaron a las chicas a la cama king size, y estas rieron divertidas por aquello.

Entonces los hombres cayeron sobre ellas, intercambiando de nuevo parejas. Benjamín, con Azucena recostada boca arriba, comenzó a besarla mientras le pellizcaba las tetitas. Sofía había caído boca abajo, y el beso que recibió de Lucas fue en el esfínter de su culo.

Pero la situación era tan apacible que de alguna forma comenzó a disfrutar los lengüetazos sobre la entrada de su ano. El muchacho fue alzándole el culito y abriéndole las piernas, hasta alcanzar con su boca el coño humedecido de la chica.

Poco a poco, comenzó a lengüetearle el coño a Sofía, mientras esta iba humedeciéndose más su concha; era un coñito plano, del que se abría únicamente su raja, de modo que el pequeño y delicado clítoris de la chica estaba completamente a merced de los labios de Lucas.

También Benjamín había bajado hacia el vientre de Azucena, donde besaba ya su ombligo; siguió bajando, besando su piel e instalándose finalmente en el bollito abultado que la niña atesoraba entre sus piernas.

La misma chica que lo había mirado con desconfianza aquella mañana, por su actitud de viejo pervertido, ahora disfrutaba entre gemidos de los lengüeteos con los que saboreaba su coño.

Siguió metiendo su lengua entre aquella raja, saboreando el sabor ligeramente acido de los jugos vaginales que comenzaban a surgir debido a la excitación que le provocaba saberse tan zorra.

Y es que tenía que admitirlo, se abría de piernas con tal de ofrecer su coño lo suficiente como para que alguien se lo chupara, la penetrara o la rellenara de esperma. Y tenía ganas de gritarlo y pedirlo, pero sabía que bastaba con dejarse llevar para conseguirlo.

Alargó su brazo, hasta tomar con su mano la de Sofía, y lo apretó fuerte, en un mensaje de confianza, de que todo estaba bien y nada malo pasaba. De que lo disfrutara tanto como ella disfrutaba sentir la boca de Benjamín provocando su clítoris oculto entre sus abultados labios vaginales.

Entonces su interior reventó; y un chorro de líquido salió de su interior con la fuerza de un estornudo, manchándole la cara a Benjamín, que no por ello disminuyó la intensidad de sus lengüeteadas. Azucena esperaba que él se detuviera, pero al ver que no, se preguntó si sería capaz de soportar tanto placer.

Sólo las sensaciones entre sus piernas se detuvieron, pero sólo para recibir la verga de Benjamín, de la cual no se percató hasta que no la tuvo completamente clavada en el coño. Miró hacia abajo, viendo cómo el rabo de Benjamín era tragado por su concha, y no pudo evitar mirar a aquel sujeto y sonreírle, casi de agradecimiento.

Giró la mirada hacia un lado, y vio cómo Lucas cabalgaba sobre las suaves y voluminosas nalgas de Sofía, quien gemía de placer boca abajo por las penetraciones agiles sobre su coño.

Sofía, bajita como era, apenas llevaba algunos minutos siendo penetrada, pero los lengüeteos en su coño la habían dejado tan caliente que no tardó mucho en descargar su primer orgasmo, mojando su coño repleto de la verga de Lucas.

Del otro lado, tras varios minutos y un orgasmo más de Azucena, Benjamín la colocó en la orilla de la cama, le alzó el culo, y le apuntó su verga a su apretado orificio. Ella no opuso resistencia, pero no por ello le dolió menos. Apenas los veinte centímetros de Benjamín la atravesaron, comenzó a sentir las embestidas lentas pero consistentes de aquel sujeto.

La embistió durante minutos, y Azucena no dejaba de voltear a verlo, con una mirada que trataba de soportar el dolor al tiempo que lo invitaba a seguirle embistiendo el ano. Benjamín sonrió satisfecho, lanzándole suaves nalgadas de vez en cuando a aquella mulata que había resultado una completa zorra.

La folló varios segundos, hasta que decidió que era hora del intercambió. El culo de Azucena no quedó en abandono, porque inmediatamente fue ocupado por la verga de Lucas, más pequeña pero más rápida también, e igual de excitante.

Benjamín fue a penetrar el coño de Sofía, pero apenas tuvo bien clavada su verga en aquella conchita mojada, una voz familiar lo interrumpió.

– ¡Quiero que me folles! – gritó Mireya – Fóllame a mí, cabrón.

Benjamín se detuvo y la miró. Entonces respondió.

– ¡Cállate la boca!

– Fóllame entonces, cállame con tu verga – lo retó Mireya – Saca a todos, toma mi cuerpo y has que me corra. Te reto, maldito. Te reto a que me folles como nunca.

Benjamín sacó los veinte centímetros de su gruesa verga del coño chorreante de una Sofía que no paraba de jadear. Incluso Lucas quedó con media verga fuera y media dentro del ano de Azucena, sorprendido por la extraña reacción de Mireya.

– Salgan todos – dijo Benjamín, empujando a Sofía para que se pusiera de pie – Salgan y déjenme solo con esta zorra.

– Llámame zorra – le espeto Mireya – pero te reto a que me hagas correrme cinco veces.

– ¡Salgan! – insistió Benjamín, con la sangre excitada por todo aquello

Lucas obedeció, llevándose a las dos primas a la sala. Benjamín se puso de pie y cerró la puerta, aunque sin seguro. Se acercó después a Mireya y la desató completamente, dejándola libre tras un largo día de ataduras.

Ella se puso de pie, y empujó a Benjamín suavemente por el pecho, haciéndolo avanzar hacia atrás.

– Quiero chupártela – le dijo la chica, con el tono más corriente – Quiero chuparte tu vergota.

Benjamín, sorprendido de veras, sólo se dejó llevar y se recostó sobre la cama, con Mireya arrodillándose sobre la cama y poniéndose en cuatro para mamarle la verga. Tomó el tronco grueso de su verga y lo masajeó un par de veces antes de llevárselo a la boca, tenía el sabor a culo de Azucena y a coño de Sofía, pero poco le importó.

Benjamín ni siquiera metía mano; porque la chica le mamaba el falo con tal intensidad que era él quien tenía que soportar aquello. Mireya sacó un momento de su boca aquel pedazo de carne.

– ¿Quién es tu puta? – le preguntó a Benjamín – ¿Quién es tu zorrita?

No esperó respuesta, y volvió a hundir su cabeza para seguir saboreando aquella verga.

– Tú putita – respondió Benjamín – Tú eres mi zorrita cochina.

Ella siguió chupándole la verga, salió un momento para besuquearle toda la superficie de aquel tronco y bajó un momento a llevarse aquellos testículos peludos a su boquita. Volvió a darle un último beso al glande enrojecido de Benjamín, y entonces lo rodeó con sus piernas hasta apuntarse ella misma aquella verga a la entrada de su coño.

Se dejó caer sobre aquella verga, y se la clavó poco a poco hasta que su coño la tragó por completo. El propio Benjamín lanzó un suspiro cuando la penetró por completo. Entonces, Mireya comenzó a moverse, cabalgando sobre él.

Lo montó por varios minutos, y ella misma se provocó orgasmos con aquellos movimientos. Se movía tan ágilmente, aun mientras su coño chorreaba de placer, que Benjamín se preguntó si iba a poder soportar la agilidad juvenil de Mireya.

Pero aguantó, y lo disfrutó, y cuando estaba a punto de eyacular decidió detenerla. Se puso de pie y se colocó tras ella, posicionándola en cuatro.

– ¡No! – dijo entonces Mireya – ¡Por atrás no!

– Callate, eres mi zorra, dimelo.

– ¡No! – ella se movió y se zafó de él, alejándose a una esquina

Él, molesto, tomó su bolsa y sacó el arma.

– No me disparas – lo retó ella – Me necesitas viva para seguirme follando.

Él sabía que ella tenía razón, pero intentó asustarla acercándose a ella, cortando el cartucho del arma y apuntándole en la sien. Ella se asustó, pero trató de mantenerse firme ante aquella amenaza de muerte.

– Está bien – dijo al fin Mireya – Me rindo

Ella misma se colocó en cuatro sobre la cama, y alzó el culo abierto ofreciéndosele. Aquello calentó tanto a Benjamín que dejó sus cosas sobre la almohada para correr y posicionarse tras el culo precioso de Mireya.

Lo lengüeteo, entre los suspiros de Mireya, como si quisiera que el único lubricante fuera su saliva. Aquello provocó que el asterisco de Mireya parpadeara ante la frescura de aquella lengua. Se mordía los labios inferiores, porque después de todo el sexo anal era lo que más la hacía sentir aquel extraño placer que no terminaba de explicarse.

Cuando su esfínter quedo plenamente mojado, sintió la verga de Benjamín posarse sobre la entrada. Y después sintió aquel tronco deslizándose entre su culo que se iba dilatando para darle paso.

– ¡Ay papi! – dijo Mireya, animándolo – Papi, tu vergota.

– ¿Te gusta?

– Si – dijo ella, con una voz viciada – Métemela toda.

Y así lo hizo.

Abajo, Lucas aprovechaba la buena disposición de Azucena y Sofía. Las colocó a ambas sobre el sofá, con el culo ofreciéndose bien abierto. Penetró el recto de Sofía, y comenzó a embestirla suavemente mientras sus manos y dedos jugueteaban con los agujeros de Azucena, colocada a un lado.

Tenía cuatro agujeritos de dos preciosas jovencitas a su completa disposición; inició un juego en el que cambiaba saltaba de culo en culo, revolviéndoles la mierda una con otra. Las niñas gemían cada que las penetraba, y esperaban pacientes su turno de ser folladas por el culo.

También Mireya comenzaba a ser embestida por los veinte centímetros de aquella verga que tanto daño le había hecho en el día.

– Así cabrón – decía, mirando hacia en frente – Así cabrón, fóllame…

Pero lo que hacía era ver el arma cargada que Benjamín había dejado sobre la almohada; bastaría un ágil impulso hacia enfrente y mucho valor de su parte para alcanzarlo, pero sentía que no era el momento. Entonces tomó una decisión.

Las manos de Benjamín la movían para follarla, pero entonces ella misma comenzó a moverse, como si estuviese aventando su culo contra un palo clavado a la pared. Poco a poco, sus movimientos fueron tomando control sobre aquella verga, y Benjamín sintió tanto placer que soltó las caderas de la chica para poder soportar aquellas embestidas que ahora ella le propinaba.

Se movía con agilidad, mirando el arma y machacando con su culo aquel falo excitadísimo. Incluso buscaba la forma de apretar el aro de su culo para acelerar la eyaculación de aquel sujeto, era ese el momento que esperaba.

– ¿Te gusta, cabrón? – le preguntó – ¿Quieres rellenarme el culo? Quiero tu leche, papito.

– Te voy a llenar el culo – respondió él – Sigue moviéndote, que te voy a llenar el culo.

– ¿Así? – pregunto Mireya, acelerando los movimientos de su cadera

– Así putita, así zorrita.

Siguió moviendo sus caderas con furia, apretando el culo y clavándose la verga completa, gemía, naturalmente, pero trataba de soportar aquel placer con tal de seguir el plan en curso.

– Ya me voy a venir – anunció Benjamín

– Hazlo papi – pidió ella – Quiero tu lechita, cabronazo, quiero que me llenes el culo de tu leche.

Y entonces, la sintió; la calidez de aquel fluido viscosa reventando en su recto, las gotas de semen siendo chorreadas de aquella verga. Benjamín lanzó un bramido de placer y la chica dio una última embestida.

Saltó hacia enfrente, sacándose la verga por completo y siendo salpicadas sus nalgas del esperma que aún fluía. Cayó al frente, sin que Benjamín pudiera dar cuenta de aquello, tomó el arma y giró.

Miró a Benjamín quien estaba con los ojos bien abiertos, apunto de gritarle algo y alargando la mano para detenerla. Entonces disparó.

La primera bala penetró el pecho del sujeto, empujándolo hacia atrás. Un segundo apretón de gatillo lanzó otra bala que impactó en el ojo derecho de Benjamín. No había más que hacer, estaba muerto.

Unos pasos subieron rápidamente, y la puerta se abrió de golpe. Lucas miró sorprendido la escena, e idiotamente comenzó a tratar de sacar su revolver de su bolsa.

Fue inútil, una sola bala en su cuello fue suficiente para hacerlo caer y morir desangrado. La niña se mantuvo ahí, asustada y con la sangre repleta de adrenalina, miraba la sangre de aquellos dos sujetos desbordándose sobre el suelo. Entonces despertó a la realidad, se puso de pie y salió huyendo de aquel cuarto.

Se dirigió al cuarto donde se hallaban su madre y su hermana, y fue directamente con Leonor.

– Mamá – le dijo, acercándose a su mejilla y besándola – Ya estamos bien – decía, con el semen de Benjamín aún caliente, corriéndole entre las piernas y fluyendo de su culo – Ya estamos bien, mamá.

FIN.

Relato erótico: “Atraído por……3, mi negra me consigue otra criada” (POR GOLFO)

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Meaza dormía a mi lado. Todavía no se había dado cuenta que estaba despierto, lo que me dio la oportunidad de mirarla mientras descansaba. Su belleza negra se realzaba sobre el blanco de las sábanas. Me encantaba observarla, sus largas piernas, perfectamente contorneadas, eran un mero anticipo de su cuerpo. Sus caderas, su vientre liso, y sus pequeños pechos eran de revista. Las largas horas de gimnasio y su herencia genética, le habían dotado de un atractivo más allá de lo imaginable.
Pero lo que realmente me tenía subyugado, era la manera con la que se entregaba haciendo el amor. Cuando la conocí, se lanzó a mis brazos, sin saber si era una caída por un barranco, sin importarle el poderse despeñar, ella quería estar conmigo y no se lo pensó dos veces. Tampoco meditó que iba a significar para su familia, que yo fuera blanco, y cuando su padre la repudió como hija, mantuvo su frente alta, y orgullosamente se fue tras de mí.
Ahora, la tenía a escasos centímetros y estaba desnuda. Sabiendo que no se iba a oponer, empecé a acariciarla. Su trasero, duro y respingón, era suave al tacto. Anoche, había hecho uso de él, desflorándolo con brutalidad, pero ahora me apetecía ternura.
Pegándome a su espalda, le acaricié el estómago, no había gota de grasa. Meaza era una mujer delgada, pero excitante. Subiendo por su dorso me encontré con el inicio de sus pechos, la gracia de sus curvas tenían en sus senos la máxima expresión. La gravedad tardaría todavía años en afectarles, seguían siendo los de una adolescente. Al pasar la palma de mi mano por sus pezones, tocándolos levemente, escuché un jadeo, lo que me hizo saber que estaba despierta.
La muchacha, que se había mantenido callada todo ese rato, presionó sus nalgas contra mi miembro, descubriendo que estaba listo para que ella lo usase. No dudé en alojarlo entre sus piernas, sin meterlo. Moviendo sus caderas con una lentitud exasperante, expresó sus intenciones, era como si me gritase: -Te deseo-.
Bajando un mano a su sexo, me lo encontré mojado. Todavía no me había acostumbrado a la facilidad con la que se excitaba, y quizás por eso me sorprendió, que sin pedírselo, y sobretodo sin casi prolegómenos, Meaza levantando levemente una pierna, se incrustara mi extensión en su interior.
La calidez de su cueva me recibió sin violencia, poco a poco, de forma que pude experimentar como centímetro a centímetro mi piel iba rozando con sus pliegues hasta que por fin hubo sido totalmente devorado por ella. Cogiendo un pezón entre mis dedos, lo apreté como si buscara sacar leche de su seno. Ella al notarlo, creyó ver en ello el banderazo de salida, y acelerando sus movimientos, buscó mi placer.
Su vagina, ya parcialmente anegada, presionaba mi pene, cada vez que su dueña forzaba la penetración con sus caderas, y lo soltaba relajando sus músculos, al sacarlo. Nuestros cuerpos fueron alcanzando su temperatura, mientras nuestra pieles se fundían sobre el colchón.
Separando su pelo, besé su cuello y susurrándole le dije:
-¿Cómo ha amanecido mi querida sierva?-
Mis palabras fueron el acicate que necesitaba, convirtiendo sus jadeos en gemidos de placer, y si de su garganta emergió su aceptación, de su pubis manó su placer en oleadas sobre la sábana. “Primer orgasmo de los múltiples que conseguiría esa mañana”, pensé mientras le mordía su hombro. Mis dientes, al clavarse sobre su negra piel, prolongaron su clímax, y ya, perdida en la lujuria de mis brazos, me pidió que me uniese a ella.
-Tranquila-, le contesté dándole la vuelta.
El brillo de sus ojos denotaba su deseo. Meaza me besó, forzando mi boca con su lengua. Juguetonamente, le castigué su osadía, mordiéndosela, mientras que con mis manos me apoderaba de su culo.
-Eres una putita, ¿lo sabías?-
-No, mi amo, ¡soy tu puta!-, me contestó sonriendo, y sin esperar mi orden se sentó a horcajadas sobre mí, empalándose.
Chilló al notar que la cabeza de mi glande chocaba con la pared de su vagina. No fue por dolor, al contrario se sentía llena, cuidada, y agradeciéndoselo a mí, su dueño, sensualmente llevó sus manos a sus pechos y pellizcándolos, me dijo:
-Amo, si soy buena, me premiarías con un deseo-.
-Veremos-, le contesté acelerando mis incursiones.
Sabía que fuera la que fuera su petición, difícilmente me podría negar, y más cuando dándome como ofrenda sus pechos, me los metió en mi boca, para hacer uso de ellos. Sus aureolas casi habían desaparecido al erizársele los pezones. Duros como piedras, al torturarles con mis dientes, parecieron tomar vida propia y obligaron a la mujer a gemir su pasión.
-¡Muévete!-, le exigí al notar que mi excitación iba en aumento.
Obedeciéndome, su cuerpo empezó a agitarse como si de una coctelera se tratase, licuándose sobre mis piernas. Con la respiración entrecortada, me rogó que la regase con mi semen, que ya no podía aguantar más. Muchas veces había oído hablar de la eyaculación femenina, pero nunca había experimentado que una mujer se convirtiera en una especie de geiser, lanzando un chorro fuera de su cuerpo, mientras tenía clavado mi miembro en su interior. Por eso, me quedé sorprendido y sacando mi pene, me agaché a observar el fenómeno.
Justo debajo de su clítoris, su sexo tenía un pequeño agujero del que salía a borbotones un liquido viscoso y transparente. Me tenía pasmado ver que cada vez que le tocaba su botón del placer, volvía a rugir su cueva, despidiendo al exterior su flujo, por lo que decidí probar su sabor.
Lo que sucedió a continuación no tiene parangón. Mientras mi lengua se apoderaba de sus pliegues, Meaza se hizo con mi pene, introduciéndoselo completamente en la boca y usando su garganta como si fuera su sexo, comenzó a clavárselo brutalmente. Yo, maravillado por mi particular bebida, busqué infructuosamente secar el manantial de su entrepierna y ella, masajeando mis testículos, se lo insertaba a la vez hasta el fondo.
Con mi sed, totalmente satisfecha, me pude concentrar en sus maniobras. Estaba siendo el actor principal de una película porno, la negrita era un pozo de sorpresas, cogiendo mi mano se la llevó a la nuca para que le ayudara. Fue entonces, cuando sentí que me corría y presionando su cabeza contra mi sexo, en grandes oleadas de placer me derramé en el interior de su garganta. Meaza no se quejó, sino que absorbió ansiosa mi semen, y disfrutando realmente siguió mamando hasta que dejó limpio todo mi pene, y viendo satisfecha que lo había conseguido, me miró diciendo:
-¿Le ha gustado a mi amo?-
Solté una carcajada, era una descarada pero me volvía loco. La negrita se hacía querer y lo sabía, por lo que dándole un azote le dije que me iba a bañar.
Debajo de la ducha, medité sobre la muchacha, no solo era multiorgásmica, sino que era una verdadera maquina de hacer el amor, y lo mejor de todo que era mía. Todavía recordaba como la había conocido, y como entre ella y Maria habían planeado tomarme el pelo. Su plan falló por un solo motivo, Meaza se había enamorado dando al traste toda la burla.
Saliendo de la ducha, me encontré a la mujer preparada para secarme. Su sumisión era algo a lo que podría acostumbrarme, pero aún era algo que me encantaba sentirla siempre dispuesta a satisfacerme hasta los últimos detalles. Levantado los brazos dejé que lo hiciera.
-Fernando-, me dijo mientras me secaba,-¿me vas a conceder mi deseo o no?-.
Tenía trampa, y por eso le pregunté cual era antes de darle mi autorización. Arrodillándose a mis pies, me miró con cara de pícara, y me contestó:
-Mi amo es muy hombre, y necesito una ayudante-.
La muy ladina, me quería utilizar para sus propios propósitos, lo supe al instante, pero la idea, de tener dos mujeres a mi disposición, me apetecía y sabiéndome jodido le dije:
-¿Tienes alguien en mente?-
Sonriendo, me respondió:
-María puede ser una buena candidata, siempre que no te moleste-.
Mi buena sumisa estaba usando sus dotes, sabiendo que no me iba a negar, ya que de esa forma mataba dos pájaros de un tiro, me vengaba y la satisfacía. Me reí de su cara dura, y besándola le exigí que quería desayunar.
-Lo tiene en la mesa, ya servido, como cada mañana, mi querido amo, y el día que no lo tenga: ¡castígueme!-.
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El trabajo en la oficina me resultó monótono, por mucho que intentaba involucrarme en la rutina, mi mente volaba pensando en que sorpresa me tendría esa noche, mi querida negrita. Desde que apareció en mi puerta hace varios jornadas, se había ocupado de que mi vida fuera cada vez más interesante y divertida.
Era parte de su carácter, no podía evitar el complacerme, según me había confesado, en realidad, pensaba que había nacido para servirme, y que ya no tenía sentido su existencia sin su dueño. Meaza podía parecer dócil, y lo era, pero recapacitando me convencí que detrás de esa máscara de dulce sumisión, estaba una manipuladora nata. “Tiempo al tiempo”, pensé, “ya tendré muchas oportunidades de ponerla en su sitio, pero mientras tanto voy a seguirle la corriente”.
A la hora de comer, me había llamado pidiéndome que no llegara antes de las nueve de la noche, que la cena que me iba a preparar tardaba en cocinarse. La entendí al vuelo, y por eso al terminar decidí irme a tomar una copa al bar de abajo.
En la barra, me encontré con Luisa y su gran escote. Treinteañera de buen ver, que en varias ocasiones había compartido mi cama.
-¿Qué es de tu vida?, ¡golfo!, que ya no te acuerdas de tus amigas-, me dijo nada más verme. Coquetamente me dio dos besos, asegurándose que el canalillo, entre sus dos pechos, quedara bajo mi ángulo de visión.
-Bien-, le contesté parando en seco sus insinuaciones. Si no me hubiera comportado de manera tan cortante, la mujer no hubiese parado de mandarme alusiones e indirectas hasta que le echara un polvo, quizás en el propio baño del lugar.
-Joder, hoy vienes de mala leche-, me contestó indignada, dándose la vuelta y yendo a intentar calmar su furor uterino en otra parte.
Una medio mueca, que quería asemejarse a una sonrisa, apareció en mi cara, al percatarme que algo había cambiado en mí. Antes no hubiese desaprovechado la oportunidad y sin pensármelo dos veces, le habría puesto mirando a la pared .En cambio, ahora, no me apetecía. Solo podía haber una razón, y, cabreado, me dí cuenta que tenia la piel negra y rostro de mujer.
Sintiéndome fuera de lugar, vacié mi copa de un solo trago, y saliendo del local me di un paseo. El aire frío que bajaba de la sierra me espabiló y con paso firme me fui a ver que me deparaba mi negrita.
Me recibió en la puerta, quitándome la corbata y la chaqueta, me pidió que me pusiera cómodo, que como había llegado temprano, la cena no estaba lista. Sonreí al ver, sobre la mesa del comedor, la mesa puesta. Sabía que era buena cocinera, ya que había probado sus platos, pero al ver lo que me tenía preparado, dudaba que fuera capaz de terminar de cenar y encima desde la cocina, el ruido de las cacerolas me decían que todavía había más comida.
Esperando que terminara, me serví un whisky como aperitivo. Mucho hielo, poco agua es la mezcla perfecta, donde realmente puede uno paladear el aroma de la malta.
-¿Te gusta tu cena?-, me preguntó desde la cocina.
Antes de contestarle me acerqué a ver en que consistía, y como había aliñado los diferentes manjares. Sobre la tabla, yacía María. Se retorcía al ser incapaz de gritar por la mordaza que le había colocado en la boca. Cada uno de sus tobillos y muñecas tenían una argolla con cadenas, dejándola indefensa. Meaza se había ocupado de inmovilizarla, formando una x, que podía ser la clasificación que un crítico gastronómico hubiese dado al banquete.
Sobre su cuerpo, estaba tanto la cena como el postre, ya que perfectamente colocada sobre sus pechos una buena ración de fresas con nata, esperaban ser devoradas.
-Me imagino que la vajilla, no es voluntaria-, le contesté mientras picaba un poco de pollo con salsa de su estómago.
-No, se resistió un poquito-, me dijo, saliendo de la cocina.
Me quedé sin habla al verla, en sus manos traía un enorme consolador, de esos que se usan en las películas porno, pero que nadie, en su sensato juicio, utiliza. Con dos cabezas, una enorme para el coño, y otra más pequeña para el ano.
-¿Y eso?-
-Para que no se enfríe la cena-, me soltó muerta de risa mientras se lo incrustaba brutalmente en ambos orificios.
El sonido del vibrador poniéndose en marcha, me hizo saber que ya era hora de empezar a cenar, y acercándome a mi muchacha, le informé:
-Solo por hoy, te dejo comer conmigo-, y poniendo cara de ignorante, le pregunté:- ¿Cuál es el primer plato?-.
Señalándome el pubis depilado de María, me dijo:
-Paté-.
-Haz los honores-
Orgullosa de que su amo le dejara empezar, recogió un poco entre sus dedos, y acercándolo a mi boca, me susurró:
-Recuerda que siempre seré la favorita-.
-Claro-, le respondí dándole un azote, –pero, ahora mismo, tengo hambre-.
El trozo que me dio no era suficiente, por lo que cogiendo con el cuchillo un poco, lo unté en el pan, disfrutando de la cara de miedo que decoraba la vajilla. Realmente estaba rico, un poco especiado quizás motivado por la calentura, que contra su voluntad, estaba experimentando nuestra cautiva.
-Termínatelo-, le ordené a Meaza.
La negrita no se hizo de rogar y separando los pliegues del sexo de mi amiga, recogió con la lengua los restos. Dos grandes lágrimas recorrían las mejillas de María, víctima indefensa de nuestra lujuria. En plan perverso, haciendo como si estuviese exprimiendo un limón, torturó su clítoris, mientras recogía en un vaso parte de su flujo.
-Prueba tu próxima esclava-, me dijo Meaza, extendiéndome el vaso.
En plan sibarita, removiendo el espeso líquido, olí su aroma y tras probarlo, asentí, confirmándole su buena calidad. Conocía a Maria desde hace cinco años, pero siempre se había resistido a liarse conmigo, diciéndome que como amigo era genial, pero que no me quería tener como amante. Y ahora, era mi cena involuntaria.
El segundo plato, consistía en el guiso de pollo en salsa, que había picado con anterioridad, por lo que cogiendo un tenedor pinché un pedazo.
-Te has pasado con el curry-, protesté duramente a mi cocinera.
-Lo siento, amo-.
Era mentira, estaba buenísimo, pero así tenía un motivo para castigarla. Nuestra presa, se estaba retorciendo sobre la mesa. Aterrada, sentía como los tenedores la pinchaban mientras comíamos, pero sobre todo, lo que la hacía temblar, era el no saber como y cuando terminaría su tortura.
-No te parece, que esta un poco fría-, me dijo sonriendo Meaza, y sin esperar a que le contestara, conectó el vibrador a su máxima potencia.
Como si estuviera siendo electrocutada, María rebotó sobre la tabla, al sentir la acción del dildo en sus entrañas, y solo las duras cadenas evitaron que se soltara de su prisión. El sudor ya recorría su frente, cuando sus piernas empezaron a doblarse por su orgasmo. Y fue entonces, cuando mi hembra, apiadándose de ella, se le acercó diciendo:
-Si no gritas, le pediré permiso a mi amo, para quitarte la mordaza-.
Viendo que no me oponía y que la muchacha asentía con la cabeza, le retiró la bola que tenía alojada en la boca.
-Suéltame, ¡zorra!-, le gritó nada más sentir que le quitaba el bozal.
-¡Cállate!, que no hemos terminado de cenar-, dijo dándole un severo tortazo.
Desamparada e indefensa, sabiendo que no íbamos a tener piedad, María empezó a llorar calladamente, quizás esperando que habiendo terminado nos compadeciésemos de ella y la soltáramos.
Su postre-, me dijo señalando las fresas sobre sus pechos.
-¿Cuál prefieres?-.
No me contestó hablando sino que agachándose sobre la mujer, empezó a comer directamente de su seno. Era excitante el ver como lo hacía, sus dientes no solo mordían las frutas sino que también se cernían sobre los pezones y pechos de María, torturándolos. Meaza tenía su vena sádica, y estaba disfrutando. Nuestra victima no era de piedra, y mirándome me pidió que parara, diciendo que no era lesbiana, que por favor, si alguien debía de forzarla que fuera yo.
Sigue tú, que no me apetecen las fresas-.
La negrita supo enseguida que es lo que yo deseaba, y dando la vuelta a la mesa, empezó a tomar su postre de mi lado, de forma que su trasero quedaba a mi entera disposición. Sin hablar, le separé ambas nalgas y cogiendo un poco de nata de los pechos de María, embadurné su entrada, y con mi pene horadé su escroto de un solo golpe.
-¡Como me gusta!, que mi amo me tome a mi primero-, soltó Meaza, mientras se relamía comiendo y chupando el pecho de la rubia.
No sé si fue oír a la mujer gimiendo, sentir como el dildo vibraba en su interior, o las caricias sobre su pecho, pero mientras galopaba sobre mi hembra, pude ver que dejando de llorar, María se mordía los labios de deseo. “Está a punto de caramelo”, pensé y cogiendo de la cintura a mi negra, sin sacar mi extensión de su interior, le puse el coño de la muchacha a la altura de su boca.
Meaza ya sabía mis gustos, y separando los labios amoratados de la rubia, se apoderó de su clítoris, mientras metía y sacaba el enorme instrumento de la vagina indefensa. Satisfecho oí, como los gritos de ambas resonaban en la habitación, pero ahora me dije que no eran de dolor ni humillación sino de placer, y acelerando mis embestidas, galopé hacía mi propia gozo.
Éramos una maquinaria perfecta, mi pene era el engranaje que marcaba el ritmo, por lo que cada vez que penetraba en los intestinos de la negra, ésta introducía el dildo, y cuando lo sacaba, ella hacía lo propio. Parecíamos un tren de mercancía, hasta los gemidos de ambas muchachas me recordaban a la bocina que toca el maquinista.
La primera, en correrse, fue mi amiga, no en vano había tenido en su interior durante más de medía hora el aparato funcionando y cuando lo hizo, fue ruidosamente. Quizás producto de la dulces caricias traseras del dildo, una sonora pedorreta retumbó en la habitación, mientras todo su cuerpo se curvaba de placer.
Tanto Meaza como yo, no pudimos seguir después de oírlo. Un ataque de risa, nos lo impidió, y cuando después de unos minutos, pudimos parar, se nos había bajado la lívido.
-¿Qué hacemos con ella?-, me preguntó, señalando a María.
Bromeando le contesté:
O la convences, o tendremos que matarla, no me apetece ir a la cárcel por violarla-.
-Quizá sea esa la solución-, me dijo guiñándome un ojo,- ¿Tu que crees?-
La muchacha que hasta entonces se había mantenido en silencio, llorando, nos imploró que no lo hiciéramos jurando que no se lo iba a decir a nadie. Realmente estaba aterrorizada. Aunque nos conocía desde hace años, esta vertiente era nueva para ella, y tenía miedo de ser desechada, ahora que nos habíamos vengado.
Yo sabía que mi negrita debía de tener todo controlado, por eso no pregunté nada, cuando soltándola de sus ataduras, mientras la amenazaba con un cuchillo, se la llevó a mi cuarto. Durante unos minutos, me quedé solo en el salón, poniendo música. Estaba tranquilo, extrañamente tranquilo, para como me debía de sentir, si pensaba en las consecuencias de nuestros actos.
 salió de la habitación. Se la veía radiante al quitarme de la mano mi copa, y de un trago casi acabársela.
-Perdona, pero tenía sed-, me dijo sentándose a mi lado.
-¿Como está?-, le pregunté tratando de averiguar cual era su plan.
-Preparada-.
-¡Cuéntame¡-
-¿Recuerdas las cadenas de mi pueblo?-.
Asentí con la cabeza, esperando que me explicase.
-Pues como ya te conté, aunque su origen era para mantener inmovilizadas a las cuativass, las tuvieron que prohibir por la conexión mental, que se crea entre el amo y la esclava. Nos vamos a aprovechar de ello. María, después de probarlas, será incapaz de traicionarnos-.
La sola imagen de la muchacha atada, con las manos a la espalda y las piernas flexionadas, en posición de sumisa, provocó que se me alteraran las hormonas y besando a mi hembra, le dije que ya estaba listo.
Abrazado a su cintura, fui a ver a nuestra víctima. Meaza había rediseñado mi cuarto, incluyendo en su decoración motivos africanos, y otros artilugios, pero lo que más me intrigó fue ver a los pies de la cama un pequeño catre, de esparto, realmente incomodo, aunque fuera en apariencia. Al preguntarle el motivo, puso cara de asombro, y alzando la voz, me contestó que no pensaba dormir con su esclava.
-¿Tu esclava?-, le dije soltándole un tortazo, -¡será la mía!-.
Viendo mi reacción, se arrodilló, pidiéndome perdón, jurando que se había equivocado, y que nunca había pensado en sustituirme como amo. Cogiéndola de sus brazos, la levanté avisándola que ahora teníamos trabajo, pero, que luego, me había obligado a darle una reprimenda.
Indignado, me concentré en María. Sobre mi cama, yacía atada de la manera tradicional, pero acercándome a ella, descubrí que las cadenas con la que estaba inmovilizada, no eran las que yo había comprado, sino otras de peor calidad. Éstas eran plateadas, y las otras, doradas. “Debe de haberlas comprado esta mañana”, pensé al tocarlas.
La pobre muchacha nos miraba con ojos asustados. Nuevamente, llevaba el bozal y por eso cuando enseñándome el genero, Meaza azotó su trasero, lo único que oí, fue un leve gemido.
-Quítale la mordaza-, ordené a mi criada.
Mientras la negra se dedicaba a soltar las hebillas que la mantenían muda, calmé a mi amiga acariciándola el pelo. Con palabras dulces, le dije que no se preocupara, pero que ella era la culpable de lo que le había pasado, al intentar hacerme una jugarreta. No se daba cuenta, pero las cadenas estaban cumpliendo a la perfección con su cometido, ya que además de mantenerla tranquila, poco a poco, la iban sugestionando, de manera que nada más sentir que ya podía hablar, me dijo:
Suéltame, si lo que quieres es hacerme el amor, te juro que te lo hago, pero libérame-.
Sonreí al escucharla, y bajando mis manos por su cuerpo, le contesté:
Te propongo algo mejor, te voy a acariciar durante dos minutos, si después de ese tiempo, me pides que te suelte, te vistes y te vas-.
La muchacha me dijo que sí, con la cabeza. Meaza estaba esperando mis ordenes, haciéndole una seña, le dije que empezara. Poniéndose a los pies de la cama, comenzó a besarle las piernas, mientras yo me entretenía con el cuello de la niña, de forma que rápidamente cuatro manos y dos bocas se hicieron con su cuerpo. Los pezones rosados de la rubia me esperaban, y bordeando con mi lengua su aureola, oí el primer gemido de deseo al morderlos suavemente con mis dientes.
-¿Te gusta?-.
-Si-, me dijo con la respiración entrecortada.
Mi criada estaba a la altura de sus muslos, cuando pellizcando sus pechos, pasé mi mano por su trasero. Tenía un culo, bien formado, sin apenas celulitis. Separando sus dos nalgas, ordené a Meaza que me lo preparara. Su lengua se introdujó en la vagina, justo en el momento que mi amiga se empezaba a correr, gritando su placer y derramándose sobre las sabanas.
Aproveché su orgasmo para preguntarle si quería que la hiciera mía.
Llorando de gozo y humillación, me respondió que sí. Yo sabía la razón, pero no me importaba que ella no fuera consciente de estar sometida por la acción de las cadenas, lo realmente excitante era el poder, por lo que retirando a la negrita, me acomodé entre sus piernas y colocando mi pene en la entrada de su cueva esperé…
Su sexo, ya totalmente inundado, se retorcía, intentando que mi glande entrara en su interior.
-Ponte delante-, le dije a Meaza.
La mujer me obedeció, colocando su sexo a la altura de la boca de María pero sin forzarla a que se lo comiera. Viendo que estábamos ya en posición agarré las cadenas, y tirando de ellas, metí la cabeza de mi pene dentro de su coño. Mi amiga jadeo al sentir que su espalda se doblaba y que mi extensión, ya totalmente erecta, la tenía en su antesala.
-¿Quieres que siga?-.
Ni siquiera me respondió, cerrando sus piernas, buscó el aumentar su placer, sin darse cuenta que al hacerlo violentaba aún más su postura, y gimiendo de dolor y gusto, se entregó totalmente a mí, gritando:
-Por favor, ¡hazlo!-.
Apiadándome de ella, la penetré de un golpe tirando de su cuerpo para atrás, hasta que la cabeza de mi glande rozó el final de su vagina, momento que Meaza aprovechó para obligarla a besarle su sexo. A partir de ahí, todo se desencadenó y la lujuria dominando su mente, hizo que sus barreras cayeran, y que su lengua se apoderara del clítoris de la negra, mientras yo la penetraba sin piedad. No tardó en correrse, y con ella, mi criada. Los jadeos y gemidos de las mujeres eran la señal que esperaba para lanzarme como un loco en busca de mi propio placer, y agarrando firmemente las cadenas a modo de riendas, inicié la cabalgada.
Mi pene apuñalaba su sexo impunemente, las cadenas tiraban de su columna, y ella indefensa, se retorcía gritando su sumisión, mientras ajeno a todo ello, solo pensaba en cuando iba a notar el placer del esclavista. La primera vez que lo experimenté fue algo brutal, nada de lo que había sentido hasta ese momento se asemejaba, era el orgasmo absoluto. Durante siglos, en Etiopía habían estado prohibido por el poder de sugestión, y su uso estaba limitado. Lo que me había parecido una exageración, tenía una razón, y no la comprendí hasta que sacudiendo mi cuerpo, empezó a apoderarse de mi una sensación de triunfo, que me obligaba a seguir montando a María, sin importarme que en ese momento estuviera sufriendo y disfrutando de igual forma de una tortura sin igual. Con su espalda, cruelmente doblada, y su coño, totalmente empapado, se estaba corriendo entre grandes gritos. Era como si estuviera participando en una carrera suicida, incapaz de oponerse, se retorcía en un orgasmo continuo, forzando mis penetraciones con sus caderas, mientras la tensión se acumulaba en su interior. La propia Meaza colaboraba con nuestra lujuria, masturbándose con las dos manos.
La escena era irreal, la negra reptando por el colchón mientras yo empalaba a María. De improviso, sin dejar de moverme, me vi dominado por el placer, como si fuera un ataque epiléptico, comencé a temblar sobre la muchacha, y explotando me derramé en su cueva. Durante un tiempo difícil de determinar, para mi mente solo existían mis descargas, todo mi ser era mi pene. Era como si las breves e intensas oleadas de semen fueran el todo, hasta que cayendo agotado, me desplomé sobre la muchacha. Por suerte estaba Meaza que evitó que le rompiera las vértebras al retirarme de encima de ella.
Tardé en recuperarme, y cuando lo hice, la imagen de la negra retirando las cadenas a una María, con baba en la boca y los ojos en blanco, me asustó.
-¿Qué ha pasado?-, pregunté viendo el estado lamentable de mi amiga.
Se ha desmayado, demasiado placer-, me contestó.
Los minutos pasaron angustiosamente, y la rubia no volvía en sí. Ya estábamos francamente nerviosos, cuando abriendo los ojos, reaccionó. Lo primero que hizo fue echarse a llorar, y cuando le pregunté el porqué, con la respiración entrecortada, me respondió:
No sé como no me había dado cuenta que te amaba-, y alzando su brazos en busca de protección, prosiguió diciendo,-gracias por hacérmelo ver-.
Todo arreglado, no quedaba duda de que sería imposible que nos traicionara, pero quedaba la última prueba, y levantándome de la cama, les dije a mis dos mujeres:
-La que me prepare el baño, duerme conmigo esta noche-.
Ambas salieron corriendo, compitiendo en ser la elegida. Era gratificante el ver la necesidad de servirme que tenían, pensé mientras soltaba una carcajada.

Relato erótico: “La tara de mi familia 6/ Thule” (POR GOLFO)

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 Makeda tardó en despertarse un par de horas, durante los cuales me puse en contacto con el hombre del cardenal en Aquisgran. Como no podía ser de otra forma, era un cura de una iglesia de la ciudad, que desconociendo las verdaderas intenciones de Antonolli, había hecho un seguimiento a mi objetivo. De esa forma supe donde y como encontrar a Thule, la titánide alemana.

Seguía haciéndome gracia el nombre. La muchacha se llamaba como el reino mítico de los arios, que algunos confunden con la Atlántida o con Islandia. Muchos jerarcas de Hitler habían pertenecido a una sociedad secreta llamada la orden de Thule, una especie de franmasonería mezclada con esoterismo, y que había intentado encontrar infructuosamente el santo grial. Todo lo relacionado con la muchacha apestaba a nazismo y a superioridad racial.
Tuve que reconocer que no era muy diferente a lo que estábamos intentado, crear con mi simiente una nueva hornada de Titanes, cuyo fin último era recuperar el poder que nuestros ancestros habían perdido a lo largo de la historia. La única diferencia era que ellos hablaban de raza y nosotros de genes. Con todo ello en mi cabeza, decidí que de nada servía retrasar nuestro encuentro por lo que en cuanto Makeda se espabiló un poco, le pedí que se cambiara, que debía de ir a ver al cura, mientras yo aprovechaba para ir al restaurante donde se suponía iba a estar nuestro objetivo.
Es mejor que nos dividamos, yo me ocupo de Thule y tu consigue que nos deje un lugar donde estar tranquilos durante al menos una semana-.
Disfrute viéndola mientras se vestía. Embelesado por su belleza, me impresionó observarla en movimiento. Era una mujer con todos sus músculos perfectamente definidos pero a la vez intensamente femenina. Potencia y gracia. Cuerpo magnífico decorado por unos pechos duros, que eran una delicia. Su sola visión me retrotrajo a unas horas antes durante las cuales había echo uso intensivo de su sensualidad. De no ser por que el momento ideal para hallar a Thule era ese, me hubiera entretenido entre sus brazos.
Cuando terminó de engalanarse, le mostré mi admiración. La ropa que llevaba, lejos de esconder realzaba su atractivo. Un traje de chaqueta con un pequeño escote que dejaba intentaba enmascarar con poco éxito la rotundidad de sus pechos. Parecía una ejecutiva agresiva. Makeda sonrió al escuchar mi silbido, y como hembra sabedora de su encantado, salió de la habitación contorneando sus caderas.
Fue durante el trayecto en taxi, cuando ella me sacó el tema.
-No te he preguntado antes, pero ¿que es lo que me hiciste?-, entornó sus ojos antes de proseguir,-Creí que me estaba muriendo, que no iba a conseguir aguantar el placer que me estabas dando, cuando de improviso me vi dentro de ti-.
-¿A ti también te ocurrió?-, pregunté extrañado, por que no se me había ocurrido pensar que mi experiencia hubiese sido en los dos sentidos. Recapacitando sobre lo que significaba, le dije:-Cuando hicimos el amor, nos debimos compenetrar de tal modo que fusionamos nuestras mentes, y nuestros recuerdos-.
Entonces no hay problema, pensé que te había fallado al apropiarme de tus vivencias, pero si ha sido mutuo, no tengo por que sentirme mal-, y un poco avergonzada me pregunto:-¿Qué opinas de mí, ahora que me conoces, mejor que nadie?-.
Tratando de quitar hierro al asunto le contesté: -¡Que esta muy buena!-.
No, tonto. Quiero decir si no te has sentido defraudado-.
-Para nada. Y si antes me gustabas, ahora me encantas-.
Mi respuesta le satisfizo, y abrazándome entre sus brazos, me susurró al oído: –Yo, en cambio me he sentido engañada, eres un fraude- .
Vete a la mierda-, le contesté, muerto de risa, dándole una un beso en la mejilla.
De buen humor me bajé del automóvil, mientras ella proseguía hacia su cita con el sacerdote. Ya en el restaurante, entre sin fijarme en la gente que había a mi alrededor. Tan concentrado iba en como abordar a la muchacha, que no caí en el tipo de personas que estaban cenando y menos en la decoración tan surrealista con la que estaba engalanado el comedor.
Fue al sentarme en la mesa, que el maitre me había señalado cuando me percaté de todo ello. En las paredes habían colgado una serie de fotografías de hombres y mujeres desnudas. Todos los cuadros eran una apología al ario, cuerpos espléndidos en posición marcial, que no hubieran desentonado en las dependencias personales de Rudolf Hess, o del propio Hermann Goering. Pero lo mas chocante de todo fue que la pintura del local era toda en rojo, blanco y negro, junto con los comensales todos rubios con el pelo cortado a cepillo, y aspecto pulcro, hacían que sin haber ninguna esvástica, la configuración de las mesas recordaba a una reunión de nostálgicos del antiguo régimen.
Sospeché que al ser el único con pelo negro de las mas de treinta personas que estaban cenando, me habían dado una mesa alejada al lado de los lavabos. Como debía hacerme notar, llamé al dueño, un gordo casi albino, con pinta de tener mala leche. En cuanto llegó le exigí que me cambiara de mesa y que me colocara en la principal. Tuve que insistir haciendo uso de mi particular forma de disuasión para arrancárselo, ya que en un principio se había negado de plano y habiéndolo conseguido me senté a esperar acontecimientos.
No tardó en ocurrir lo que esperaba, porque a los dos minutos y sin haber empezado a beberme la cerveza que había pedido, Thule hizo su aparición rodeada de cuatro de sus acólitos. Al ver que su mesa estaba ocupada y encima por un tipejo con pinta de español, montó en cólera, haciendo llamar al pobre obeso.
Lo siento señora, sé que es su mesa. Pero no se porque no me he podido negar a complacer a ese hombre-, fue la respuesta del dueño. Thule viendo que no iba a conseguir nada de ese modo, mandó directamente a sus ayudantes a que me expulsaran de la mesa y del restaurante.
Los vi acercarse. La gente hizo un silencio esperando que se armaran bronca. Me mantuve impertérrito mientras el jefe de ellos, me pedía de forma agresiva, que me retirara que esa era la mesa de su líder. Creyó que no entendía el alemán, al no obtener respuesta, y por eso agarrándome, intentó jalar de mi para echarme. No se esperaba mi reacción, y antes que sus acompañantes se dieran cuenta, el germano estaba tirado en el suelo con el brazo roto.
Sin inmutarme, provocándoles con mi mirada, les dije en voz baja, que se retiran si no querían terminar como su jefe. Viendo el miedo en sus ojos, les insulté diciendo:
Yo no me pliego a hablar con inferiores, decidle a Thule, que la estoy esperando para cenar en mi mesa-.
La rubia estaba indignada, debió de pensar que quien coño me creía para vapulear a su seguidores en su presencia, y segura de si misma, se acercó con intención de hacer ella misma lo que ellos no habían podido.
Observé como le consumía la ira, incluso antes que me llamara en castellano, “sucio español” y que con su mente me ordenara que desapareciera de su presencia. Haciendo caso omiso de su orden, me levanté y como un caballero le acerqué la silla, mientras le decía:
Menos mal que tienes un buen culo, sino te azotaría en frente de tu personal por maleducada-.
Su tez había perdido todo su color, pálida y disimulando con una sonrisa para el respetable, no pudo mas que sentarse. Habían ocurrido simultáneamente dos hechos que ella no se esperaba. Por primera vez en su vida, alguien desobedeció una orden directa suya y para colmo de males, apreció en sus propias carnes lo que suponía ser manipulado por alguien mas fuerte que ella.
Se mantuvo durante unos momentos tiesa y muda, recapacitando sobre ello. Toda su supuesta superioridad con la que había crecido se desmoronó en un instante y encima por obra y gracia de un hombre de una raza que hasta esa noche, ella había considerado inferior.
-¿Quién eres?-, me preguntó, cuando habiéndose repuesto pudo articular palabra.
La insolencia de su tono, merecía un castigo que con placer le apliqué cruelmente. Sintió que su cabeza iba a estallar, derramando sangre y huesos por la sala.
Soltándola, le expliqué:
Me tienes que hablar con mas respeto, para empezar deberás de dirigirte a mí usando el usted-.
Adolorida por el correctivo y humillada por su derrota, rectificó diciendo:
-¿Quién es usted?-
Has entendido a la primera, realmente no esperaba que alguien tan poco inteligente lo aprendiese tan rápido-, le contesté insultándola deliberadamente.
Intentó levantarse y al hacerlo su cerebro volvió a sufrir el duro escarmiento. Con lágrimas corriendo el rimel de sus pestañas, me imploró que cesase el dolor que la consumía.
Desapareció cuando escuché de sus labios un por favor.
Zorrita, soy tu dueño. Fernando de Trastamara, el mayor de los titanes, tu verdadera raza-.
Sin poderme replicar como hubiese deseado me contestó:
No se de que habla, soy aria-.
Te equivocas eres una hembra de mi estirpe, una titánide. Y he venido a tomarte bajo mi manto-.
Esta loco, no se que me ha hecho, pero nadie puede dominarme-.
-Vuelves a estar errada, no solo puedo sino que ya lo he hecho-. Y chasqueando los dedos de mi mano derecha, esperé.
De su interior, un enorme calor fue aflorando concentrándose en su sexo y en sus pechos, y antes de que se pudiese oponer a mi mandato, berreó como cierva en celo al ser montada por el semental. Asustada por la violencia de su orgasmo y avergonzada por los gritos que habían hecho darse la vuelta a todos los presentes, empezó a llorar sin moverse de su sitio.

Ves como solo eres una putita en mis manos, donde ha quedado la gran líder, la esperanza de la nación paneuropea, yo solo veo a una mujer que se corre a mi mandato. Deberías estar orgullosa que me haya fijado en un ser tan mezquino, y que haya decidido que sea de mi propiedad-, y levantándome de la mesa, le acerqué un papel diciendo: –Te espero en esta dirección dentro de dos horas, y para que sepas que no me puedes fallar, te voy a dejar con una muestra de lo que te puede ocurrir si lo intentas-.

Antes de que saliera por la puerta, Thule ya se estaba retorciendo en el suelo del dolor que sentía en sus entrañas, era como si un tubo ardiendo le traspasara el estómago y los pulmones, mientras alguien la rociaba con ácido el resto de su cuerpo. Dejé que se prolongara su padecimiento mientras esperaba un taxi. Y solo paró cuando perdió el conocimiento.
Sabiendo que tenía tiempo suficiente, le pedí al conductor que me llevara al sex-shop mas cercano, ya que tenía que aprovisionarme de una serie de elementos con los que domesticar a la perrita.
No sabía lo caro que resultaban todos lo instrumentos que compré, hasta que el empleado de la tienda me extendió con alegría la factura. Fueron casi dos mil euros los que se cargaron a mi tarjeta, pero no me importó al pensar en el uso que les iba a dar.
Ya en mi habitación, pedí al servicio del hotel que me trajeran de cenar. Debido a lo sucedido, no había podido probar bocado y mis tripas me lo recordaban quejándose por la ausencia de alimento. Acababa de irse el camarero cuando llegó Thule con mas de media hora de antelación.
Al abrirle la puerta, su rostro mostraba una tremendas ojeras, producto del tratamiento recibido, y en su actitud sumisa descubrí lo desolada que se sentía por tener que obedecerme.
-Siéntate mientras termino de cenar-, le ordené.
Con la orejas gachas, y sin hablar se acomodó en el sillón. Durante unos minutos deje que se impacientara y cuando percibí que se revolvía ya nerviosa por la espera, le pregunté:
¿Qué sabes de ti?, ¿sabes de donde viene tu poder?-.
Hasta ese momento se había comportado dócilmente, pero al hablar de sus ancestros y como ella era una selección de los mejores especimenes arios, se volvió a tornar la hembra orgullosa y racista que me había encontrado.
Le solté una carcajada en su cara diciéndole:
-Memeces, eres un poco mejor que el resto del ganado, que es la humanidad, pero hasta que no se demuestre lo contrario eres eso, una res a domesticar, una escoria que azotar y un vientre que inseminar-.
Le acababa de decir cual era su fin último, ser el recipiente de mi esperma, y lejos de revolverse contra la idea de ser preñada por mi, observé que la complacía. Explorando en su interior descubrí que se veía como la nueva Eva de una raza superior. Tenía que hacerla caerse de su guindo, pero para ello tenía toda el tiempo del mundo.
Ponte de pie-, le ordené mientras me terminaba de tomar el café.
Sin rechistar se levantó, quedándose en medio de la habitación, esperando que le dijera que tenía que hacer.
Desnúdate, quiero observar la clase de hembra que eres-.
Tras la sorpresa inicial, producida por no estar acostumbrada a que nadie la mandara, la muchacha se empezó a despojar rápidamente de su ropa.
Mas despacio-, le dije al ver que se había quitado la falda mecánicamente, sin gracia,-Quiero que te luzcas. Imagínate que eres una esclava que están subastando, y que si no convences a los pujadores, tu amo te va azotar por bajar innecesariamente tu precio-.
Se lanzó contra mi, como una gata defendiendo a sus cachorros al escucharme, tratándome de arañarme en la cara. Y como única respuesta, chasqueé por segunda vez los dedos. No era necesario algo tan teatral, pero me gustaba el efecto mágico del sonido al hacerlo. Paralizada por el terror esperó que ocurriera algo, que el dolor volviera a sumirla en la desesperación o que el placer demoliera sus defensas. Pero solo escuchó mi burla, y supo que humillarla como había hecho, haciéndola petrificarse solo con el ruido del chasquido era suficiente castigo.
No me obligues a recordarte mi superioridad-, le dije con voz baja,-quiero que te muestres como una puta, como una mercancía deseosa de ser comprada y usada-.
Asumiendo su fracaso, reinició su striptease, pero esta vez sensualmente, todo lo sexi que su carácter germano le permitía, no quedando satisfecho por el resultado le dije:
-Está claro que eres frígida, te voy a tener que ayudar-, y mentalmente manipulé sus sentidos de forma que con sus maniobras que cada vez que rozara uno de sus pechos, o liberara parte de su piel, la excitación fuera creciendo en su interior pero a la vez que fuera incapaz de correrse.
Poco a poco, casi sin darse cuenta se fue sumergiendo en un deseo irremediable. Su miraba brillaba deseosa de mis caricias, y su cuerpo se retorcía pidiendo que lo tomara, pero solo recibió reproches e insultos. La mujer de hielo se derretía con la única herramienta de su imaginación, mientras yo terminaba de servirme un whisky del servibar.
Forzándola mas allá de lo imaginable, cuando se me mostró desnuda ante mis ojos, fui juzgando y opinando de cada una de las partes de su cuerpo. No le hizo demasiada gracia cuando sopesando sus pechos con mis manos, le expliqué que los habías visto mejores y menos cuando dándole la vuelta, y observando su trasero, le dije que necesitaba ejercicio que lo tenía caído. Era una tortura, ya que cada vez que rozaba su piel se le incrementaba la líbido, pero al escuchar mis críticas durante unos segundos se menguaba la intensidad del deseo para volver con mas fuerza si cabe.
Ya la había llevado al borde del orgasmo, pero no le había permitido saltar al vacío, cuando llamaron a la puerta. En ese momento le di un uniforme, y le exigí que se lo pusiera en el baño mientras yo abría la puerta.
Era Makeda que volvía de la reunión con el cura. Nada mas verme, supo que lo había conseguido y que la rubia había caído en la telaraña. Sirviéndose una copa me explicó que había conseguido su propósito y que al día siguiente nos recogería un coche de la nunciatura para llevarnos a nuestro destino. Mientras le servía una copa descubrió los utensilios que había adquirido, y con cara extrañada me preguntó:
-¿Crees que serán necesarios?-
Cuando salga, veras que sí-, le respondí.
En ese momento, vi que Thule aparecía por la puerta del baño, vestida con un escaso uniforme de criada. La falda que llevaba era de esas que vulgarmente se llaman cinturones anchos, porque si hubiese llevado bragas, hubiésemos podido verlas, pero como no las portaba, su sexo se mostraba en toda su plenitud. Cortada, entró al salón de la suite, no se esperaba compañía y menos una mujer de raza negra.
-¿Quién es esta?-, dijo, mirando de una forma despectiva a Makeda.
Quise quitarle la altanería de golpe, pero la etíope me pidió que la dejara encargarse a ella.
-Soy Makeda Song, antiguamente llamada Makeda de Abisinia. Concubina de Fernando y una titanide superior a ti-.
Yo no hablo con monos-, le respondió insultándola.
Pensé que la saltaría al cuello, dándole una paliza, pero al contrario de lo que suponía, sonrió diciendo:
Mira niña, el único animal que hay aquí eres tú. Ni mentalmente ni físicamente eres competencia, si te portas bien dejaré que me sirvas-.
-¿Servirte?, antes muerta-, le espetó lanzándole un ataque mental.
La fuerza de su mente, era al menos equivalente a la de la negra. Sin que las contendientes se dieran cuenta, reforcé las defensas de Makeda. Esta contraatacó con violencia, mandándole imágenes de la rubia siendo usada por una tribu africana. La repugnancia que sintió, la hizo perder parte del resuello, y con la respiración alterada, vomitó sobre la alfombra.
Veo que te gustan mis compatriotas, quizás después de usarte, te vendamos a un jefe tribal, las rubias se cotizan caro-.
Aun sabiendo que la había vencido, el orgullo de Thule le obligó a actuar a la desesperada, y sin importarle que ocurriera le lanzó una patada al estómago. Makeda había previsto el golpe, por lo que no le resulto difícil el esquivarlo, dándole a la vez un derechazo que la noqueó en el suelo.
Pacientemente esperó a que recuperara el sentido, y nada mas hacerlo, le dio unas mordaza para que se la pusiera.
-Mientras digas bobadas, prefiero no oírte-.
La germana, que por segunda vez en su vida se había encontrado a alguien que le mojara la oreja, estaba desolada, y sin fuerzas para oponerse, no tuvo mas remedio que sumisamente colocarse el bozal en la boca, pensando que así no se prolongaría su castigo. Pero Makeda tenía otros planes, y soltándole un tortazo le exigió que se pusiera a cuatro patas sobre la alfombra. Acercándose a la pequeña cocina de la habitación, cogió un plátano del frutero y sardónicamente le dijo:
Vamos a ver como se come la fruta el mono-.
Thule se empezó a quitar la mordaza para ser obligada a comérselo. La negra se lo impidió, gritándole que nadie le había dicho que lo hiciera.
Son tus otros agujeros los que van a devorarlos-, le dijo suavemente, y sin piedad se lo incrustó en su sexo.
Sin poder gritar, se retorció al sentir como era violada su cueva. Intentando zafarse del correctivo, se trató de levantar, pero usando mi poder se lo impedí, dejándola indefensa en manos de mi pareja. Dos lágrimas surcando sus mejillas eran el único efecto visible de su humillación.
Makeda prosiguió con su tortura, sacando y metiéndolo, mientras que con su mano libre azotaba brutalmente su trasero. Poco a poco, fue cediendo la resistencia a la intromisión, lo que propició que la negra, ordenando a Thule que fuera ella misma la que con sus manos maniobrara con el banano, se levantara a terminarse la copa.
-¿Qué te parece?-, me preguntó señalándome a la muchacha, –Creo que es hora que use uno de tus artilugios, ¿no?-.
Tuve que sentarme para no caerme, de la risa que me entró al saber a que se refería. Nuestra presa se retorcía en el suelo, con su culo adolorido y rozado, mientras la negra mecánicamente se ponía uno de los instrumentos.
Me daba hasta pena saber, lo que le esperaba a Thule. Makeda se desnudó antes de ponerse un siniestro arnés en la cintura, que disponía de dos penes, uno pequeño que estaba diseñado para ser introducido en la vagina de quien lo portara y uno gigantesco para la víctima , que dejaba mi propio sexo en ridículo por su tamaño.
Eres un cabrón, podías haber comprado uno sencillo-, me dijo mientras se masturbaba para colocárselo sin dificultad.
Abriéndose de piernas se lo metió hasta el fondo antes de ajustarse las correas. Como por arte de magia, sus pezones que hasta entonces habían permanecido en letargo se erizaron y dándome un beso me susurró al oído:
-En cuanto acabe con ella, ¡vendré a por ti!-.
Ni se te ocurra venir sin quitarte antes esa mierda, recuerda que tengo otras maravillas que puedo usar contigo-, le contesté con una amenaza nada velada.
Soltó una carcajada al escuchar mis palabras, y centrándose en su objetivo cogió un aceite que había en la bolsa del sex-shop. Echando una buena cantidad sobre su ojete, le introdujo un dedo masajeando los músculos circulares de su ano. Thule al sentir la intromisión protestó, pero al darse la vuelta, y ver el enorme aparato con el que iba a ser penetrada, supo que jamás en su vida iba a recibir un dolor semejante y que no había modo de librarse de el.
Makeda se lo tomó con tranquilidad, no cejó en menear el dedo en el interior de la muchacha, hasta que entraba y salía sin dificultad, y entonces y solo entonces hizo que un segundo le acompañara en su misión. La propia etiope sintió que ella no era indiferente al tratamiento y su cueva se fue encharcando a la par de la germana. Excitada se empezó a retorcer sobre el cuerpo de la muchacha, y mientras le introducía el tercer dedo, la humedad hizo su aparición en su escote, gruesas gotas de sudor recorrían su cuerpo bajando por sus senos.
Thule que se penetraba brutalmente con el plátano, en respuesta al deseo que la inundaba, estaba esperando lo inevitable. Makeda no se hizo esperar, y poniendo la cabeza del enorme falo en su ojete, de un pequeño golpe forzó su entrada. La muchacha se estremeció por el dolor, la mordaza le impedía gritar pero aún así gemido inarticulados salieron de su garganta al continuar la negra con su penetración. Lentamente, centímetro a centímetro fueron desapareciendo en su interior toda la extensión del latex, derribando todas sus defensas.
Makeda dejó que se acostumbrara a sentirlo antes de comenzar una cabalgada sin freno sobre la indefensa muchacha. En ese instante del partido, decidí que quería oír a Thule gritando, y acercándome a su cabeza, la despojé del bozal. Cual sería mi sorpresa cuando habiendo terminado de quitárselo, la muchacha malinterpretando mis intenciones, me bajó el cierre de mi bragueta, liberando mi miembro. Con un rictus de sufrimiento en su rostro abrió su boca, y con suavidad se introdujo toda mi virilidad dentro. Sus labios absorbieron toda mi piel, de igual forma que su culo y su sexo habían devorado los instrumentos de su violación, y con los tres agujeros llenos se corrió retorciéndose sobre la alfombra.
En ese momento, la lujuria nos había poseído por completo, y viendo que la germana se había desplomado por el agotamiento, llamé a mi lado a la otra mujer, y desanudando el arnés de su cuerpo, la cogí en brazos y en volandas la deposité sobre la cama.
Iba a tomarla, subiéndome encima Makeda, cuando la escuché decir que esperara un momento. Molesto por el retraso, observé como levantándose del colchón, iba por la rubía y cogiéndole de los pelos, le dijo:
Quiero que observes como mi dueño, toma a su sierva-.
Y volviendo a mi lado, me hizo tumbarme, y sin mas explicaciones se fue introduciendo toda mi extensión sin dejar de mirar a los ojos a la muchacha. Estaba empapada, su sexo me acogió con lentitud en su interior, pude sentir cada una de sus rugosidades y pliegues al irse apoderando de su cavidad. Cuando se notó totalmente llena, y mi glande ya chocaba con la pared de su vagina, sus caderas iniciaron un pausado baile, que se fue incrementando hasta convertirse en un carrera desenfrenado. Sus pechos rebotaban al compás de su galope, cuando sin sacarla se dio la vuelta dándome la espalda, y con crueldad le gritó a Thule:
-Cómete este negro coño-
Algo había cambiado, lejos de sentir reluctancia por hacerlo, se acercó y vorazmente empezó a torturar su clítoris con la lengua, bebiéndose todo el flujo que salía de la cueva de mi concubina. Esta no pudo soportar la excitación de ser penetrada y mamada a la vez, y gimiendo su placer a los cuatro vientos, se retorció como una puta corriéndose sobre mis piernas, pidiéndome que me derramara dentro de ella.
Pero mis intenciones eran otras, y con mi erección en su máximo esplendor, me puse de pie diciendo a la alemana:
-¿Qué eres?-.
Bajando la cabeza, y con su rostro colorado por la vergüenza me contestó:
-Ganado-
Explorando su mente, percibí su total sumisión, y como estímulo a su nueva actitud, le premié con un solitario orgasmo. Cayó de rodillas, cerrando sus piernas en un intento de conservar para si las sensaciones que la estaban poseyendo.
-¿Quién es ella?-, le pregunté señalando a la negra que alucinada nos observaba.
Mi maestra-.
Nuevamente la premié, satisfecho por su contestación. La rubia gimió al sentir como naciendo de su nuca, una descarga eléctrica, desbordando sus sentido, le anegaba de placer todo su cuerpo.
-¿Y quien soy yo?-.
-¡No lo sé!-, me respondió llorando,-Mi amo, mi dueño, mi señor-
-Te equivocas y aciertas a la vez, soy mas que eso, soy tu futuro, tu presente y tu pasado. Has nacido para servirme, eres una pieza de un engranaje que todavía no llegas a entender, y tu destino esta irremediablemente unido al mío.¿Aceptas tu nueva condición?-
-Si-, me respondió, y en su mente percibí su sinceridad.
Entonces, desde este momento serás conocida por nuestra estirpe como Thule Song, segunda concubina de Trastamara-, y recogiéndola del suelo, llevándola a la cama le dije:-Descansa-.
No, por favor-, me dijo con lágrimas en los ojos,- Tómame, quiero ser tuya-.
-No puede ser, primero mi esposa debe de aceptarte-, le contesté apenado por que la idea me atraía.
-Si es imposible, permíteme al menos que te sirva-, y sin mediar palabra se apoderó de mi sexo con su boca, mientras que sus manos asía la base buscando mi placer. Makeda que hasta entonces se había mantenido en un discreto segundo plano, la besó en el cuello diciendo:
-Hermana, deja que seamos las dos quienes lo hagan-.
Y de esa forma dos bocas, dos lenguas y cuatro manos, se turnaron buscando mi placer, mientras entre ellas una profunda unión crecía, derribando todas sus creencias. Eran demasiados los estímulos, por lo que con rapidez mi cuerpo explotó derramándose sobre mis hambrientas mujeres, que recibieron el néctar de mi simiente, devorando hasta la última gota.
Era tarde, al día siguiente teníamos que mucho que hacer, y mi propio cansancio hizo que poniéndolas cada una a un lado, les exigiera que se tumbaran a dormir. Al contrario que las dos muchachas, yo tardé en conciliar el sueño, era enorme mi responsabilidad y la tarea que tenía que asumir. Imágenes del futuro cercano inundaban mi mente, mientras ellas roncaban a pierna suelta pegadas a mi cuerpo.
Durante toda la noche se sucedieron pesadillas y alucinaciones, en las cuales se producían diferentes tipos de rebeliones por parte de los humanos contra los que en mi sueño eran sus legítimos dirigentes, y que no eran otros que mi estirpe, los titanes. El denominador común era el régimen despótico con el que subyugábamos a la humanidad.
Cuando el sol hizo su aparición en el horizonte, yo ya estaba levantado preparando lo que iba a ser ese día. La realidad se fue desperezando de su letargo mientras mi actividad se multiplicaba. Después de contactar con el cardenal, y explicarle como había ido la captación de Thule, me comentó que Xiu físicamente estaba bien pero que psíquicamente no podía soportar mi ausencia. Me dolió escuchar como mi mujer estaba desesperada al no poderme ayudar, por lo que antes de colgar con él, ya había decidido el llamarla. Pero cuando le expuse mi decisión, él rotundamente se negó a que lo hiciera diciéndome que eso solo serviría para profundizar su pena, y recalcándome que teníamos una misión y que esta era lo importante.
-Ya he contactado con tres titanides, ¿qué mas quiere de mi?-. le contesté claramente enojado por su supervisión. Sabía de antemano su respuesta pero aun así esperé que me lo confirmara.
Debes de sentar las bases del mañana, de nada sirve si no creas una estructura de poder, y si no perpetuas tu linaje-.
El maldito viejo tenía razón, mi simiente debía de germinar en los vientres de mis mujeres mientras fundaba entre tanto una organización que diera sustento y que sobretodo proporcionara los cimientos con los que alcanzar el gobierno en los distintos países.
Tenía a mi disposición la organización secreta del sacerdote, y el partido de paneuropeo de Thule. Era un inicio, pero ambos tenían sus defectos, uno estaba demasiado enfocado a la religión y el otro tenía connotaciones racistas.
Fue el propio anciano quien me dio la solución, si al partido de extrema derecha le quitaba los flecos nazis e incorporaba centristas de gran renombre que secretamente militaban en la “espada de Dios”, podíamos conseguir que en un periodo corto, Thule o sus lugartenientes se hicieran con Alemania, el mayor país de la unión europea.
¿Y esos prohombres se incorporaran al proyecto?-
-A los que no quieran, ¡los convenceremos!-, e iluminándose su rostro al continuar me dijo: -¡Imagínate un mitin!, ¡con todos los titanes manipulando al auditorio!, ¡seríamos invencibles!-
No me costó hacerme a la idea, y un escalofrío recorrió mi columna al hacerlo. Adelantándose a la conversación había preparado un reunión para refundar el partido, dos días mas tarde en la finca de la secta.
Me sentía manejado por Augústulo, durante años había estado preparándose para asaltar el poder. Solo la avanzada edad del viejo, me hacía concebir esperanzas de poder sustituirle en un futuro cercano, pero mientras tanto iba a aprender de su experiencia. Quizás por eso esperé que se levantaran las muchachas, y explicándoles los planes, pedí a Makeda que informase a Xiu de los avances, mientras Thule contactaba con sus lugartenientes principales y los citaba para la reunión.
A la etiope no le gustó la idea de volar a Madrid, según ella mi esposa había sido clara al respecto, su papel era el de estar conmigo, y no el de servir de mensajera. Tuve que explicarle que yo no podía confiar en nadie mas para vencer su reluctancia a hacerlo, pero aun así me obedeció refunfuñando. Descubrí en sus reparos una cierta dosis de celos provocados por que me quedaría solo con la alemana.
En cambio Thule no cabía de gozo, por lo que significaba no tanto por el hecho de no tener que compartirme con nadie sino por el horizonte que se le abría al ser la titánide elegida para ser la cabeza visible de la organización. Ya se veía como la presidenta de una Europa unida y fuerte bajo su mando, por lo que tuve que recordarle que ella era un peón y que el máximo responsable era yo. De triunfar en nuestra misión, en cada uno de los continentes habría en unos años un titán dirigiendo y por encima de ellos, estaría mi persona coordinándolos en la sombra.
El desayuno fue atípico, con tres actitudes claramente diferenciadas, a la circunspecta y enfadada de Makeda se contraponía la euforia de la rubía, manteniéndome yo en un plano equidistante de ambas, preocupado por la carga que iba a asumir. Al despedirnos, les pedí que se mantuvieran en contacto por si había un cambio de ordenes, y cogiendo un taxi me dirigí hacia la capilla palatina de Aquisgrán, que era la iglesia donde el hombre del cardenal era el párroco.
Esta iglesia que cuando fue construida por Carlo magno, formaba parte de su palacio, es uno de los edificios de estilo carolingio mejor conservados del mundo, siendo su decoración gótica con grandes influencias bizantinas. Se cuenta en los ámbitos académicos que gran parte de los libros de la biblioteca personal del emperador, se conservan todavía en su interior. Pero mi intención no era buscar un documento de entonces, sino encontrar cualquier tipo de legado de su bisnieto Hugo de Lotaringia, primer espécimen de la rama alemana.
El padre Klaus me esperaba en la vicaría. Me sorprendió por su juventud y fortaleza, si no fuera por el alzacuellos hubiese podido pasar por un jugador de rugby en activo. Sus dos metros y sus cien kilos le dotaban de una apariencia de oso, que no cuadraba con la enorme capacidad intelectual que me demostró ese día.
Tras las típicas presentaciones, durante las cuales se comportó solícito pero en el fondo cauto, le interrogué sobre la mítica biblioteca. Al cura se le cambió el semblante al escucharme, sus buenas maneras desaparecieron al instante, y excusándose me informó que para que el pudiera enseñarme ni siquiera los libros sino la ubicación de la misma, debía de tener un permiso especial por parte del Vaticano.
Llame a cardenal Antonolli, el le dará la autorización-, le contesté seguro de que la obtendría.
Escamado por dejarme solo dentro del templo sin ninguna supervisión, se metió en su despacho para llamar a su superior. Mientras tanto me entretuve viendo el interior. Es un templo singular formado por una nave octagonal circundado por otras ocho, que forman entre todas un hexadecagono. Sus arcos de medio punto y sus columnas corintias sostienen una de las mayores cúpulas de su tiempo. No hay que olvidar que la Capilla Palatina de Aquisgrán fue el más claro exponente artístico del poder político alcanzado por Carlomagno, al frente del Imperio Franco a principios del siglo IX. Como una expresión del ideal imperial de Carlomagno, la capilla fue decorada con suntuosos mosaicos, mármoles y bronces. Y seguía doce siglos mas tarde muy bien conservada.
Estaba estudiando un fresco de la nave principal cuando con cara de pocos amigos salió Klaus a mi encuentro.
Tengo obligación de mostrarle todo lo que usted desee-, me dijo. No me pasó desapercibido, que no dijera “permiso” sino “obligación”, de manera consciente o no, me había revelado su disgusto por hacerlo.
Le seguí al sótano sin contestar su insolencia, de nada me hubiese servido el hacerlo, y quizás hubiera empeorado la ya deteriorada actitud del sacerdote. Según la información turística la iglesia tenía un solo sótano, pero descubrí la falsedad de su afirmación ya que a modo de catacumbas, del primer sótano salía un segundo y hasta un tercero.
El trayecto sinuoso se prolongó durante minutos, hasta que entrando a una bella capilla subterránea, tras el altar me enseñó una puerta de madera, que de no haber quitado un tapiz, hubiese pasado desapercibida.
-¿Qué es lo que quiere revisar?-, nada mas entrar me pidió el padre.
No se si fue intuición o un salto al vacío, pero contestando al cura le dije:
-Tengo entendido que tienen una copia del verdadero testamento de Hugo de Lotaringía-.
-¿Busca acaso el diario de el bastardo loco?, de ser así le tengo que informar que no tenemos el original solo una copia, y una traducción al alemán.
Me resultó extraño que un documento tan antiguo, hubiese salido sin una buena justificación de ese lugar, pero recapacitando me di cuenta que debía de ser obra del cardenal, por eso no hice hincapié en el asunto y en cambio le pregunté por el calificativo dado al supuesto titán.

Estaba como una cabra, en su diario justifica la perdida del imperio, hablando de una maldición que ha recaído sobre el y su hijo. Sostenía que durante su principado se había excedido usando un supuesto poder, y que como reacción sus tíos y demás familiares se habían unido en su contra despojándole de sus derechos-.

-Pobre hombre-, le contesté,-¿y que fue de él?-
-Según sus escritos se pasó el resto de su vida persiguiendo a toda mujer que se ponía a su alcance hasta que su hijo lo recluyo en un monasterio donde terminó siendo el abad-.
-¿Me puede dar una copía de la traducción?-
-Si claro, desde que lo traduje, usted es el segundo que me pide leerlo, y ya le digo que son solo incoherencias de un paranoico-
-¿Quién fue el otro?-
-El cardenal …. -, me respondió antes de darse cuenta que había cometido una indiscreción. Pero para mi fue suficiente, por que había confirmado mis sospechas que fue el propio Antonolli quien se había apropiado de los originales.
Volviendo a su despacho, me pasé tres horas leyendo la traducción, tomando notas y analizando no lo que teóricamente decía, sino lo que realmente quiso decir su autor. Hay que tener en cuenta que entonces, aunque no existía formalmente la Inquisición, ya que se fundó en el siglo XII para combatir la doctrina albigense, no se puede negar que lo podrían considerar endemoniado o seguidor del diablo si revelaba claramente su don.
No me cupo duda de que era un titán, pero lo que mas me interesó fue como se quejaba de su hijo, el cual se negaba a usar su herencia y que solo la aprovechó para encerrarlo en el convento. Le llamaba cobarde, mujercita sin virilidad y otros dulces apelativos, que hubiesen sonrojado a los nobles de su tiempo. Bonita relación parental la suya, un padre enclaustrado y un hijo desagradecido.
Sabiendo que no tenía nada mas que hacer en ese lugar, despidiéndome del cura salí del templo sin ninguna dirección, y con la intención de dar un paseo me dirigí hacia sus famosa fuentes termales. Como ya eran las dos y el hambre me pedía comer, decidí hacer un descanso antes de llegar a ellas en un restaurante de la zona. Fue entonces cuando recibí la llamada de Makeda, donde me informaba que había llegado bien a su destino. Sobre Xiu me dijo que la había encontrado muy mejorada, pero que le dolía no estar conmigo.
Sobre si había aceptado a Thule o no, fui yo quien sacó el tema, porque a ella se le había pasado el mencionarlo. Con tono serio me explicó como ella había descrito nuestro encuentro a mi esposa, y que esta después de analizar su relato, la había despachado diciendo que si yo creía que estaba lista, que ella lo aceptaba. Le pedí que me pasara con ella, pero siguiendo las ordenes que tenía se negó aduciendo que estaba cansada y que era mejor no hacerlo. Y poniéndose pesada y sentimental me dijo:
Te echo de menos, pero mañana llego a las diez, así que te veré pronto-, colgándome el teléfono sin dejarme insistir.
Pensando que cada día que pasara era uno menos para volver con Xiu, me enfrasqué en observar a la concurrencia. Exceptuando a unos cuantos turistas, la gran mayoría de los presentes eran alemanes de pura cepa, escandalosos y divertidos lejos del tópico de hombres serios y cuadriculados. La camarera iba y venía recorriendo las mesas, llevando en cada mano cinco jarras, “menudos bíceps” pensé al ver la facilidad con la que portaba semejante carga. Y relajado por la cotidianeidad del lugar, disfrute realmente de un buen rato comiendo y poniéndome hasta las cejas de cerveza.
Bastante alcoholizado, o siendo menos fino, bastante borracho, cogí un taxi dirección al hotel. Nada mas entrar a la habitación, tumbándome en la cama, me quedé dormido.

Desperté al oírla entrar, viendo que estaba en la cama, se quedó mirándome desde los pies de la cama, dudando si despertarme o no. En ese momento abrí los ojos, su indecisión me recordó que estaba en mi poder, y que la mezcla de miedo y respeto que me tenía, la obligaba a esperar mis órdenes. La sensación de poder me produjo una excitación indescriptible. Y alargando ese momento, le obligue a mantenerse quieta, parada, mientras lentamente me desnudaba ante sus ojos. Sus pupilas se dilataron por lo que significaba, iba a consumar nuestra unión y quizás producto de nuestra lujuria de su vientre naciera una nueva especie.
Vi como sin percatarse de su reacción, pasó la lengua por sus labios, al verme despojarme de mis pantalones, y solo el que no le hubiese dado permiso, evitó que se abalanzara sobre mí. El escote de su camisa, me deja entrever sus pechos y como una gota de sudor recorría el canalillo de sus senos. Un río recorriendo un profundo cañón, no hubiera hecho mayor ruido que su corazón latiendo desenfrenadamente por el deseo.
Cuando lascivamente, mirándole a los ojos, me quité el bóxer que llevaba y agarrando mi sexo entre mis manos, se lo enseñé diciéndole que es suyo, Thule, sin que yo se lo hubiese pedido pero aleccionada por el pasado, se arrodilló en el suelo y reptando sobre la cama, se acercó a tomar posesión del mismo.
-¿Que haces que no estas desnuda?-, le pregunté.
Si contestarme se desvistió con rapidez, ante mi mirada. Me excitó verla tan sumisa, tan receptiva a todos mis caprichos, por eso la recibí con un beso posesivo, mordiéndole cruelmente sus labios, mientras ella se retorcía por el placer.
Olía a hembra en celo, a una dama reconvertida en esclava, que deseaba ser tomada por su amo. Sabiéndolo, me entretuve alargando los preliminares. Tumbándola a mi lado, exploré su piel sin dejar de decirle que no se merecía ser mi concubina, y que solo por nuestra misión iba a consentir que lo fuera. Desesperada, buscó callarme, bajando por mi cuerpo, mientras su lengua jugaba con el pelo de mi pecho.
-Cómeme-, le ordené.
Lentamente, su boca descendió por mi ombligo y metiéndose entre mis piernas se apoderó de mi sexo. Una placentera humedad fue absorbiendo mi extensión. Noté como apretando mis testículos con una mano, con la otra buscaba su climax masturbándose. No le había dejado hacerlo, pero la calentura que me dominaba me impidió reprenderla, y escuchando como se derretía gritando, quise probar el flujo de su cueva.
-Dámelo-, le exigí. Thule no sabía a que me refería, y petrificada se quedo quieta, buscando una explicación. –Eres boba hasta para esto-, le grité, mientras le daba la vuelta.
Me encantó el sabor dulzón de su coño, cuando separando los labios del mismo introduje mi lengua por su agujero y usándola como cuchara recogí parte del caudal que manaba de su interior. La muchacha recibió mi intromisión como un torpedo bajo su línea de flotación, y se inundó entre gemidos, al ser incapaz de achicar el torrente que salía de su rubio y pulcramente depilado sexo.
Desbordada por la pasión, se corrió en mi boca, gritando en alemán soezmente, rogándome e implorándome que la penetrara. A diferencia de la etiope, al llegar al climax, abrió su mente, sin explorar la mía, de forma que descubrí que en su interior la traición afloraba por todos sus poros. Echo una furia, se lo recriminé y obligándola a levantarse, le exigí que abriera la bolsa con los instrumentos del sex-shop, sacara de su interior unas esposas y un látigo con los que la iba a castigar.
Lloró de angustia al verse descubierta, pero dócilmente obedeció mis órdenes, recogiendo lo que le había pedido. Nada mas tenerlo en mis manos, de una fuerte cachetada la tumbé en la cama, y atándola al cabecero empecé a azotarla. Sus gritos debían oírse desde el pasillo, pero me dio igual, sin importarme los más mínimo infligí una durísima reprimenda a la mujer. Y solo cuando de sus nalgas, hilos de sangre producto de los latigazos recibidos, recorrían sus piernas manchando las sabanas, solo entonces me permití el cesar con la misma.
Seguía enfurecido por la forma que me había engañado, pero también era consciente de que no debía de proseguir el castigo porque iba a terminar marcándola permanentemente en un sitio visible y encima al día siguiente debía de estar presentable ante nuestros futuros partidarios. Por eso, meditando sobre el tema me vestí y saliendo de mi cuarto, la dejé atada y adolorida gimiendo por el dolor y el no conocer que le deparaba el futuro inmediato.
Tardé dos horas en volver, y cuando lo hice, llegué acompañado. Me escoltaba la dueña de una tienda de tatuajes que encontré en el centro, una pequeña francesa de unos veinticinco años, a la que tuve que esperar que cerrara el local, para que me acompañara. En la mente de Thule leí desesperación y arrepentimiento. La tortura de verse esposada en una habitación vacía, al alcance de cualquier persona que hubiese entrado en el cuarto, le hizo meditar sobre las razones que me habían forzado a dejarla en esa posición. Con todo el rimel corrido, su rostro mostraba un padecimiento espantoso.
-¿Qué pasa aquí?-, me preguntó Claire, alarmada al ver el estado de mi victima.
-Es parte de un juego, ¿verdad cariño?-

Asintiendo con la cabeza, la rubia confirmó mi versión. No pudo protestar, aunque lo intento, su garganta fue incapaz de emitir ninguna queja, tras lo cual solo le quedaba esperar el ser usada. Mas tranquila, la mujer me pidió una mesita para ir acomodando los instrumentos que necesitaba. Despejando el mueble que había al lado de la cama, le ayudé a colocar la maquina y las diferentes agujas que iba a usar.
Thule nos miraba, sin hablar. En su fuero interno, estaba aterrada, pero exteriormente nada revelaba que no estuviese de acuerdo con lo que íbamos a hacer.
-¿Cuál es el tatuaje que quiere que le grabe?-
-No es un dibujo, es un texto-, le respondí escribiendo en un papel lo que quería.
-Bien, veamos donde desea que lo ponga-, me contestó mientras en forma totalmente profesional fue reconociendo en que lugar sería mas sencillo el tatuarlo. Obligó a la muchacha a darse la vuelta sobre el colchón, y al ver la piel de sus nalgas, me dijo:-Es una pena, mire. El mejor sitio hubiese sido este, pero en este estado es imposible-. Y sin darle importancia, con la mano abierta le azotó el trasero, ordenándole: -Ponte, boca arriba-.
La pobre germana obedeció sin rechistar, y mecánicamente se tumbó en la cama, dejándonos visualizar la parte frontal de su cuerpo.
-Creo que quedará sexi, aquí-, me informó señalando la zona entre el pubis y el ombligo, -Habrá que afeitarlo para trabajar mejor la zona, Lo mejor es hacerlo con maquinilla para evitar infecciones, pero si quiere lo depilo con cera-.
-No hace falta-, le contesté ahorrándole un sufrimiento innecesario.
Bueno, entonces voy a cambiarme al baño, no quiero mancharme la ropa-, me dijo, recogiendo su bolso, y entrando al baño, nos dejó solos en el cuarto.
Thule, con la intención de que me apiadara de ella, se intentó disculpar, pero ni siquiera la escuché, y sirviendo me una copa esperé que la francesa saliera del servicio.
Cuando lo hizo, venía vestida con una bata blanca de enfermera, que la dotaba de un aura de asepsia y pulcritud que me gustó. Sin espera mi permiso, se puso a afeitar la entrepierna. Primero le puso crema, la cual extendió generosamente sobre la piel, para acto seguido empezar a recorrer con su cuchilla sus labios inferiores.
Indefensa soportó todas las maniobras de Claire, y en pocos minutos su sexo carecía de cualquier tipo de vello. Me recordó al de una niña, lampiño y rosado, como si todavía fuera virgen. Satisfecha por el resultado, la francesa introduciéndole un dedo en su concha, comprobó que estaba húmedo, y riendo me informó:
Tu perrita está cachonda, será mejor que la ate apropiadamente para que no se mueva-, y mirándome me preguntó si podía.
Fue entonces, cuando caí en que la mujer quería participar en el juego, y que debajo de su bata, estaba desnuda. Excitado por la perspectiva de tirarme a esa tía, mientras la otra observaba le di mi autorización. Claire debía de ser una experta en el sado, porque cogiendo una cuerda de la bolsa del sex-shop, le ató las muñecas por la espalda y uniéndolas a sus tobillos la inmovilizó, momento que aprovechó para pellizcar con dureza sus pezones. Thule gimió de dolor al sentir la tortura, pero a la vez se dio cuenta que se estaba excitando y mas cuando se vio forzada a abrir las piernas en esa posición tan forzada.
La francesita desinfectó con alcohol, no solo la zona que iba a tatuar sino también las adoloridas nalgas de la mujer. Esta al notar el escozor de su trasero gritó implorando que la soltáramos, solo recibiendo como contestación un tortazo que hizo brotar sangre de su boca. Teniéndola expuesta e indefensa, encendió la máquina y colocando las agujas comenzó con el tatuaje.
Poco a poco, fueron aflorando las letras del mensaje que quería que llevara en su piel como recordatorio. Palabras que hablaban de su traición. Cada vez que Claire terminaba de esbozar un signo, con su lengua borraba cualquier rastro de la tortura a la que la estaba sometiendo, sin caer en que esos lengüetazos no solo estaban excitando a la alemana, sino que me estaban poniendo a mil.
Ajena a todo ello, seguía tatuando letra a letra mi venganza, las agujas iban grabando con brillantes colores la superficie de la epidermis de mi victima, mientras su dueña sentía que un calor irrefrenable se iba apoderando de su cuerpo. Solo se percató de ello cuando habiendo terminado, del pubis de la muchacha, totalmente depilado brotó un río de placer. Al darse la vuelta y ver que bajo mis boxers una erección revelaba mi calentura, colorada por su propia excitación, me dijo:
-¿Me puedes ayudar?-
-Si claro, ¿qué quieres que haga?-, le respondí acercándome a ella.
Cogiéndome fuera de juego, sin hablar me despojó de mis calzoncillos. Mi pene totalmente erecto, la golpeó en su mejilla, pero ella lejos de molestarse, asiéndolo con ambas manos se lo introdujo en la boca. Fue una felación salvaje, su lengua jugaba con mi glande mientras ella, bajando su mano a su propia entrepierna, se masturbaba con dureza. Su cabeza seguía el ritmo de sus manos, sacando y metiendo toda mi virilidad en busca del placer mutuo. Cuando habiendo conseguido su objetivo y en breves pero intensas sacudidas llené su boca con mi semen. Claire se levantó y acercándose a Thule forzó sus labios, y con un beso cruel depositó mi simiente en su garganta.
-Ves niña, ¡así es como se mama!, ahora te dejaremos ver como un macho se folla a una dómina-, le gritó colocándola a un lado del colchón, para que fuera testigo de nuestra lujuria sin estorbarnos.
Me pidió que me tumbara, pero antes de unirse a mi, cogiendo un enorme vibrador se lo incrustó en su sexo, preguntándome:
-¿Te parece que disfrute ella también?-.
-No hay problema, pero aprovecha para ponerle la mordaza, para que no hable, y unas pinzas en los pechos, para que sufra a la vez-.
No paró de reírse, mientras se las ceñía en los pezones.
O nos damos prisa, o esta puta se va a correr antes que nosotros-, me susurró al oído al escuchar como Thule gemía en voz baja de placer a nuestro lado, y sin mas preparativos alzándose sobre mí, se fue empalando lentamente…..


Dos horas más tarde, Claire se fue. Fue imposible que aceptara que le pagase por el tatuaje. Se consideraba mas que satisfecha con la sesión de sexo que le habíamos brindado entre los dos.
En cuanto se hubo ido, liberé a Thule de sus ataduras. Nada quedaba de la hembra orgullosa y traicionera que había sido en el pasado, sometida y vejada había descubierto su vena sumisa, después de toda una vida dominando. Por eso en cuanto le quité la mordaza de la boca, le dije :
-¿Qué voy a hacer contigo?-.
Debió de pensar que la iba a echar, y la perspectiva de quedarse fuera de todo lo que significaba, hizo que hincándose a mis pies, me pidiese llorando que la perdonase, que había aprendido la lección. Estaba desesperada, abriendo su mente me pidió que verificase su sinceridad. No hacía falta, ya había la explorado y esta vez decía la verdad. Nunca volvería a traicionarme, no era una cuestión de miedo, sino de dominio, me había retado y había perdido, ahora me pertenecía.
Por eso cuando cogiéndola del brazo la llevé al baño para que leyera la frase grabada en su piel, no pudo más que aceptar su destino. En grandes letras sobre su pubis, se podía leer:

“Esta zorra y su vientre son propiedad de Trastamara”.



Relato erótico: “La tara de mi familia 7. Inseminación forzada” (POR GOLFO)

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Capitulo 8. Inseminación forzada.
Sin títuloEsa noche obligué a Thule a dormir a los pies de la cama, por lo que tuve para mí la totalidad del colchón por primera vez en semanas. En un principio me resultó raro no tener que compartir con nadie las sábanas, pero tras esos momentos iniciales, redescubrí la comodidad de dormir solo. No tuve pesadillas, ni premoniciones, quizás no tanto por lo anterior como por el cansancio acumulado de tantas noches de insomnio. El hecho es que eran más de las once de la mañana cuando Makeda me despertó, al levantar las persianas de la habitación.
Estaba de muy buen humor, según ella por estar de vuelta a mi lado, pero no consiguió engañarme. La realidad fue que lo que le alegró fue descubrir que contra los que ella se había supuesto, Thule se había pasado la noche en el suelo. Y ya no cupo de gozo al leer el mensaje que la alemana tenía grabado en su piel. La negra era una mujer avispada, y por eso no me preguntó que es lo que había pasado, por que lo supo en cuanto vio el tatuaje.
Thule, tráele un café a Fernando-, le ordenó sin mirarla, y dirigiéndose a mí me dijo: – Te traigo buenas noticias, Xiu ya se puede levantar y me manda que te dé un beso de su parte-.
-Me alegro y ¿la niña?-
-Bien creciendo, y tú, ¿que tal?-
Concisamente le informé de nuestro plan de utilizar al partido neonazi, reformándolo como la punta de lanza de nuestra toma de poder en Europa, y como el Cardenal había organizado todo. Makeda se mantuvo en silencio mientras le expliqué el resultado de mi investigación y solo cuando hube terminado se atrevió a preguntar refiriéndose a la germana:
-¿Te fías de ella?-.
-Ahora sí, y si no me crees, haz la prueba-
-Lo haré, pero antes de nada debo de cumplir con Xiu-, me contestó sentándose en la cama.
Espera un momento-, le bromeé, -¿Qué te dijo que me dieras un beso de su parte o en mis partes?-
-¡Que bruto eres!-, se hizo la indignada. Pero si le había molestado, no lo demostró porque besándome en los labios fue bajando por mi pecho, mientras que con su manos desabrochaba mi pijama.
En ese momento Thule hizo su aparición con el café. La muchacha al verla de pié, desnuda, esperando nuestras instrucciones, se rió y cogiéndola de un brazo le dijo:
-Deja que lea lo que pone-.
Cruelmente, humillándola hizo que pusiera su pubis a escasos centímetros de nuestras caras.
-Me gusta, pero considero que es un poco pequeño, debía ser mas grande, para que se viera mejor-.
La alemana lejos de ofenderse, le contestó:
-Pues Fernando me dice que me queda muy sexi, y eso es lo que me importa-.
Soltó una risotada al escuchar la respuesta, y volviendo a besarme me dijo al oído:
-¿Ya la has usado?-.
-Si la he usado, pero si lo que me preguntas es si ya la he penetrado, entonces, ¡no!-.
Se alegró al escucharme decir que la había esperado para hacerlo, aunque la verdad es que la hubiese tomado el día anterior si no hubiese descubierto su traición.
Eso se arregla en un momento-, me dijo guiñándome un ojo. Y cogiendo a la mujer de los pelos, la colocó en su entrepierna mientras se apoderaba de mi sexo.
Fue una delicia sentir como introducía lentamente mi pene en su boca, como la humedad de su lengua fue mojando toda mi extensión y como mis testículos eran masajeados por su mano, mientras veía como la rubia torturaba su hambriento clítoris. Makeda jadeó cuando Thule abriendo sus hinchados labios, introdujo el primer dedo en su vagina, pero se volvió una perra en celo cuando sin pedir permiso y sin dejar de mordisquear con sus dientes el botón de placer, penetrándole a la vez, la mujer le dio el mismo tratamiento a su agujero trasero.
Retorciéndose como un pez que ha mordido el anzuelo, y dejando que la lujuria la dominara, la etiope cogió sus pechos con sus manos y brutalmente empezó a pellizcarlo, mientras gritaba a la muchacha que no parase. No me importó que dejara de mamarme, la escena que estaba disfrutando con mi negrita gimiendo mientras la rubia le hacía una mezcla de sexo oral, penetración y sodomización a la vez, valía la pena. Con el ambiente caldeado por la excitación a tres bandas, me levanté de la cama, y poniéndome detrás de la muchacha, le abrí sus nalgas. Ella suponiendo que le iba a volver a forzar su ojete, se me adelantó mojándolo con parte del flujo de la negra.
Pero esa no era mi intención, y sin mediar palabra, de un solo golpe me introduje en su cueva, sacando un suspiro de satisfacción de la alemana. Mi extensión totalmente incrustada en su interior, golpeaba contra la pared de su vagina mientras mis huevos rebotaban rítmicamente contra su cuerpo. Thule al sentirse llena, aceleró sus maniobras hincando tres dedos en el coño de la negra. Makeda recibió la agresión con alborozo, y gritando con un chillido sordo, le exigió que quería más.
La rubia no se hizo de rogar, y sin saber como, en breves momentos tenía los cincos dedos formando una cuña en el interior de la oscura cueva de mi concubina. Esta sintió que se desgarraba algo en su interior, pero en vez de quejarse, abrió sus piernas facilitando el ataque. Esta nueva posición hizo que la mano se introdujera totalmente, provocándole un orgasmo inmediato que inundó la boca de Thule. Ésta se puso a beber el río que manaba de su interior como si fuera el néctar de los dioses, y fuese su única oportunidad, alargándole el clímax mientras se incrementaba la intensidad del mismo. Los aullidos y la violencia con la que su cuerpo recibía los estertores del placer, me incrementaron la libido y sin importarme si Makeda se había quedado satisfecha o nó, hice que la rubia cambiase de postura y tumbándola en la cama, puse sus piernas en mis hombros, de forma que profundicé hasta el máximo mi penetración.
La muchacha me recogió encantada, y gritando que era mía, me pidió que me liberara en su interior. Eso no fue el detonante de mi placer, sino notar como sus músculos interiores se contraían apretando toda la extensión de mi pene mientras ella curvándose en una posición inimaginable se licuaba excitada. Su sexo era una afluente desbordado, su flujo corría libremente por sus piernas, mojando las sabanas, y su garganta, ya ronca por el esfuerzo, no dejaba de gemir cuando sentí las primeras señales de lo que se anticipaba.
Fue un terremoto que asoló todas las defensas de las dos mujeres, mi orgasmo usó sus mentes como amplificadores y nuestros tres cuerpos se retorcieron al compás de mi simiente brotando como si de una erupción volcánica se tratara del agujero ardiente de mi glande. No fui solo yo, quien disfrutó de mi semen recorriendo en oleadas el conducto alargado de mi sexo, sino que ellas por vez primera, sintieron en carne propia el éxtasis que nos sacude cuando sin aguantar mas la excitación nos derramamos liberando nuestra semilla sobre una mujer.
Agotado, caí sobre el colchón antes de darme cuenta de su estado, mis dos concubinas yacían sin sentido al borde de la cama, mientras de sus sexos un líquido blanquecino brotaba sin control. Yo ya no estaba dentro, pero en cambio, ellas me seguían sintiendo en su interior, y sus voluntadas cada vez mas menguadas, iban volatilizándose al ritmo de una supuesta penetración mental.
Tuve que ir a su auxilio, e introduciéndome en sus mentes, les di mi mano, y sacándolas de su encierro las devolví a la realidad. La primera en recobrarse fue Makeda, que se echó a llorar al ser incapaz de articular palabra, en cambio dos minutos mas tarde, Thule al abrir los ojos, me miró diciendo:
He visto el futuro-, mi cara de incredulidad le obligó a proseguir,-no se explicarte como, pero se me ha presentado como una realidad. Venceremos, y nuestros hijos heredaran la tierra, en un reino que durará mil años-.
-Tiene razón-, le cortó la negra,-te puedo asegurar que va a ser el mejor periodo de la humanidad, una era en la que los hombres saldremos del encierro del planeta tierra, y nos extenderemos por el universo-.
-¿Entonces porqué lloras?-, le pregunté escamado.
-Porque hasta que llegue, se van a suceder guerras y desastres, y de las ruinas de nuestra sociedad es cuando con Gaia a la cabeza dominaremos el mundo-.
La visión de tanta desolación y muerte, que por poco iba a llevar al humano al borde de la extinción era una carga demasiado pesada de llevar para una mujer como Makeda que había consagrado su vida a curar. En franca contradicción con lo que sentía ella, Thule estaba encantada, desde su perspectiva, los titanes éramos la solución, la esperanza y encima como ella había soñado desde niña, el poder que iba a dirigir con mano férrea los destinos de miles de millones de hombres hacia un destino común.
A mitad de camino de las dos, su premonición, me acojonó en un principio pero después de meditar sobre las consecuencias y viendo que nuestra sociedad se dirigía inexorablemente hacia ese abismo, me reafirmé en nuestra misión, éramos un mal menor, necesario, quizás por eso existíamos. Dios, los dioses, o quizás unos seres superiores, cuya naturaleza no conseguía concebir, llevaban milenios haciendo una selección de determinados especimenes humanos, con un claro objetivo, que cuando hiciera falta levantar de sus rescoldos lo que quedase y formar una sociedad nueva.
-Hay algo mas-, me dijo la etíope sacándome de mi ensoñación.
-¿Qué?-
-¡Has cambiado!, ¡tu pelo ha encanecido de golpe!-
Asustado por que significaba que mi transformación no se había detenido, corrí a un espejo a ver que me había deparado esta vez. La imagen que me devolvió el cristal al mirarme era alucinante, no solo mi cabeza estaba coronada por una espesa cabellera blanca, sino que mi propia piel había adoptado una coloración morena con tonalidad dorada, parecida a la que se obtiene después de un mes tomando el sol en la playa. Al verme supe hacía donde me dirigía, con cada proceso de cambio me estaba acercando al la imagen que los griegos tenían de Atlas, el titán mitológico que fue condenado por su arrogancia a sostener sobre sus hombros al mundo. Cruel paradoja. Fuera quien fuese, el que desde la sombra estaba dirigiendo mi metamorfosis, tenía un pésimo sentido del humor.
Thule rompió el silencio que se había acomodado en la habitación, diciendo:
-Pues a mi me gusta, no conozco a ese dios, pero Makeda, ¡no podrás negar que le da un aire regio!-.
La risa de las muchachas, quitando hierro al asunto, me hizo sonreir. “No hay mal que por bien no venga”, pensé tratando de encontrar algo positivo a mi nueva imagen. Pero al ir a vestirme, me di cuenta de algo en que no habíamos caído, no solo había encanecido y mi piel estaba adoptando una tonalidad dorada sino que mi cuerpo había crecido y nada de mi ropa me quedaba.
-Makeda, ven y ponte a mi lado-.
La mujer obedeció poniéndose a mi vera, descalza, su cabeza me llegaba al hombro.
-¿Cuánto mides?- le pregunté preocupado por que mis medidas resultaran exageradas y me estuviese convirtiendo en un personaje de feria.
-Uno setenta y ocho, mas o menos-, me contestó.
Calculé que le llevaba al menos treinta centímetros, por lo que mi estatura debía de rondar los dos metros diez, lo que me hizo recordar que Atlas, no solo era un ser fornido sino que había sido el rey de los gigantes en las míticas guerras olímpicas. Resignado a mi destino, solo me cabía esperar el no seguir creciendo, puesto que todavía tenía unas dimensiones razonables, enormes pero humanas.
Fue Thule la que puso el sentido práctico y cogiendo un metro me tomó medidas, y se llevó de compras a la negra mientras yo me devoraba un espléndido desayuno.
Estaba terminado de desayunar cuando recibí la llamada del cardenal, informándome que la reunión iba a ser a las cuatro, y que había conseguido que el quórum fuera los suficientemente representativo del centro y la derecha alemana. Le dejé hablar, le permití que se extendiera, explicándome quien eran los políticos que iban a asistir y cuales eran los planes que iba a poner en práctica, antes de exponerle mis temores.
-Don Rómulo, le puedo hacer una pregunta-, por mi tono supo que era algo importante, y manteniéndose en silencio me dio entrada, y explicándole el sueño de las dos mujeres le dije: -Estoy seguro que usted mismo se lo ha planteado alguna vez, no somos mas que peones de ajedrez manejado por alguien que no conocemos. ¿Quién ha podido tener tanto interés, para elaborar una selección genética a tan largo plazo?-.
Tomándose un tiempo para responderme, me contestó:
-No lo sé, pero por sentido común me he convencido que hay solo dos posibilidades. Para que durante mas de mil años, haya tutelado a la humanidad solo puede ser o un inmortal o una civilización alienígena, y como no creo en extraterrestres, solo me cabe suponer que hay un ser que al menos lleva casi dos milenios recorriendo con sus pies la tierra-.
Entonces lo supe, y sin esperar a que el me lo dijera, le solté:
No será su verdadero nombre Cayo Octavio Turino-, todo cuadraba el emperador Augusto, sucesor de Julio Cesar, había sido el máximo exponente del poder de Roma, y su reinado coincidió con la Pax Augusta, el periodo sin guerras mas extenso de su tiempo, y el futuro previsto no era mas que una copia en grande del imperio.
Al otro lado del teléfono, escuché una carcajada y tras unos instantes me respondió:
No creí que tardaras tan poco en descubrirme, pero te equivocas Augusto solo ha sido una de mis personalidades, en otro tiempo también fui llamado Keops-.
Sentí vértigo, al hacer un cálculo somero de su edad, si Keops había gobernado Egipto durante la cuarta dinastía y se supone que fue en el 2.575 antes de Cristo, Rómulo o como coño se llamase, tenía mas de 4.580 años.
Como te dije, quiero que seas mi heredero, estoy cansado. He estado buscando durante siglos a mi sustituto, por eso cuando estés preparado, por fín podré descansar, poniendo en tus manos el velar por la humanidad-.
-¿Me está diciendo que soy inmortal?-
-Casi, tu mente te prolongara la existencia mas allá de los límites de lo humano, pero al final morirás como yo, pero antes, verás levantarse y derrumbarse la era Titánica, y deberás prever la evolución humana-.
-¡Maldito hijo de puta!-, le contesté colgando el teléfono.
Sentado en una butaca lloré en silencio mi destino. La conversación con el cardenal resultó ser peor de lo que esperaba. Antes de sacar el tema, estaba encabronado por el hecho de que alguien me manejara como a un títere, pero ahora estaba deshecho. Rómulo se había erigido en mi juez y sin ningún reparo me había comunicado una sentencia capital, que había sido dictada siglos antes de que yo naciera.
Siendo culpable de unos hechos impuestos por otros, había escuchado impertérrito el veredicto, Rómulo y mis genes me condenaban a la peor de las penas, mas execrable incluso que una condena a muerte, la sanción que me había sido impuesta era una condena a vida, a seguir existiendo mientras solo polvo y recuerdos quedaran de mis hijos, mis nietos y mis bisnietos….
Recordé la frase de mi padre que tanto terror me había causado; “tener ese gen, te condena a una vida solitaria”.
Lo que no sabía mi pobre viejo era la longitud y el alcance de la misma, ya que vería nacer y desaparecer países e imperios, sería participe de la exploración de nuevos planetas y contemplaría la extinción de sociedades y la creación de otras nuevas. Y para mi desgracia “solo”. De tener pareja, por mucho que llegasen a viejas, solo representarían un minúscula parte de mi existencia, después de mil años, Xiu, Makeda y Thule no serían mas que un vago recuerdo de una época lejana.
Meditando que iba a ser el padre de una especie, la cual vería morir, que antes de llegar al límite de mi vida, iba a escoger a un pobre desgraciado heredero de mis genes para que contra su voluntad, continuara mi obra, fue entonces cuando admití una verdad que me había estado auto ocultando, el cardenal no era solo mi ancestro, sino el pariente lejano de todos los titanes. El anciano me había mentido cuando dijo que no había tenido descendencia, durante milenios había diseminado su simiente por toda la humanidad.
Tuve la tentación de revelarme contra mi destino, pero la certeza del futuro de la humanidad, y la convicción de su casi aniquilación, así como la necesidad que tenía la misma de los titanes, me hizo aceptar, apesadumbrado, la condena.
El ruido de las mujeres volviendo cargadas de la tienda, me sacó del peligroso y masoquista proceso mental en que estaba incurso. Sus risas y sus voces alegres me devolvieron de golpe a la vida, en ese momento sabía lo que ésta me deparaba, pero decidí no pensar en ello, sino disfrutar de las nimias satisfacciones que me diera, y levantándome del asiento fui a unirme a ellas.
-Te hemos sableado tu tarjeta-, me dijo Makeda nada mas verme.
Cada una de las dos traía al menos cinco bolsas repletas de ropa. Aterrorizado esperé que no quisieran que me la probara toda, porque iba a tardar una eternidad en hacerlo, y era algo que odiaba desde niño, todavía recordaba el suplicio que era acompañar a mi madre al Corte Inglés de la Castellana. Cada seis meses íbamos a Madrid y nos pasábamos al menos tres horas en su interior de una planta a otra, sin pausa pero sin prisa, hasta que ya harto me ponía a llorar, por el cansancio y el aburrimiento.
Por suerte, teníamos prisa, debíamos prepararnos para ir a la reunión en la finca, sino me hubiesen inflingido el castigo de servir de maniquí mientras ellas observaban. Haciéndoles ver eso, les pedí que entre ese volumen enorme de prendas, me eligieran algo para ponerme.
Aquí tienes-, me dijo Thule mientras me extendía una percha con un traje y una camisa.
Me las quedé mirando con cara de recochineo.
-¿No se os habrán olvidado los calzoncillos o los calcetines?, no es por nada pero es incómodo el no llevarlos-.
Pero habían comprado de todo, por lo que recogiendo la ropa me metí en el baño a cambiarme. Al cabo de diez minutos, salí hecho un perfecto ejecutivo, con un traje príncipe de Gales, camisa blanca, corbata roja y zapatos de cordones. Me vitorearon, aprobando el cambio, según ellas estaba estupendo, pero me sentía disfrazado, y con una soga apretándome el cuello. Ellas también se había vestido para la ocasión, adoptando una vestimenta sencilla pero elegante, olvidándose Makeda de sus trajes africanos y Thule de los uniformes casi paramilitares que solía usar.
Sin mas dilación, salimos de la habitación. En la entrada del Hotel nos esperaba el chofer para llevarnos directamente a la finca que estaba situada sobre la carretera que llevaba a Dusseldorf.
La entrada a la finca era espectacular, una hilera de robles bordeaban el camino de acceso confiriéndole un aspecto majestuoso y señorial, que lejos de desentonar con el palacio que había en el interior, te preparaba anímicamente a la imponencia de sus muros y torres. Situado en lo alto de una loma, la construcción de estilo romántico recordaba ligeramente al castillo de Cenicienta que tan famoso ha hecho la factoría Disney, repleto de colmenas de las que se divisaban los alrededores. Uno podía imaginar a una princesa pidiendo socorro desde uno de los balcones, en espera que un caballero medieval acudiera al rescate.
“Joder con el cardenal”, pensé al bajarme del automóvil, “menudo apartamento”.
En la puerta nos esperaba un mayordomo con librea, el cual nos hizo pasar rápidamente a una biblioteca. En sus estanterías descansaban miles de libros antiguos dotando al ambiente de un olor a cuero mezclado con pergamino, que resultaba un tanto dulzón. En un rincón, sentado en un enorme sillón orejero nos esperaba el anciano sacerdote. Tardé unos segundos en reconocerle, ya que había dejado colgado sus hábitos en el armario, y se exhibía ante nosotros vestido de seglar, con un traje de calle.
La única que no lo conocía era Thule, que impresionada por lo que significaba estar ante el mas poderoso titán de todos los tiempos, se arrodilló al serle presentado.
-Levántate muchacha-, le ordenó el viejo, encantado por lo servil de la actitud de la muchacha, y entrando directamente al meollo, al motivo de nuestra visita nos dijo: –Los invitados llegarán enseguida, por eso, mientras Thule y Makeda se instalan quiero hablar contigo-.
Era una orden velada, quería estar a solas conmigo y que nadie nos estorbara. Las dos mujeres entendieron a la perfección los deseos del anciano, y excusándose salieron a acomodar nuestro equipaje en la habitación que nos tenían preparada.
-¿Porqué no están todavía preñadas?, ¿acaso no sabes de la importancia que tiene?-, me recriminó duramente, señalándome con el dedo y alzando la voz, -No ves que todavía quedan dos titánides por el mundo, la reunión de hoy es pecata minuta en comparación con tu misión, hubiese preferido que no acudieras a esta cita, a que esos vientres todavía no estén inseminados-.
 
Sentí que me hervía la sangre al escuchar el tono despectivo con el que trataba a mis concubinas. Quizás no tanto por ellas, sino por que al hacerlo a la vez me humillaba confiriéndome solo el papel de procreador. Le importaba mas mi semen, mi semilla, que todo lo demás. Yo era poco mas que unos huevos y un pene con los que él iba a conseguir una nueva ola de titanes. Enfadado y herido en mi orgullo, le mandé a la mierda.
Bajando su voz hasta niveles casi inaudibles, me preguntó si ya me creía lo suficientemente fuerte para contariarle. Aún sabiendo que no era cierto, en mi inconsciencia le dije que “si”. El puto viejo se levantó de su asiento, y dándome el brazo para que le ayudara, me contestó:
Vamos a ver a tus niñas-.
Traté de revolverme y negarme, porque sabía cual era el castigo con el que me iba a premiar, pero seguía siendo una marioneta en sus manos y como un autómata, deslizando mis pies por la alfombra del salón y las escaleras le seguí. Nada pude hacer, por mucho que me esforcé en recuperar el control de mi cuerpo, no lo conseguí, y por eso a mitad del camino, rindiéndome dejé que me llevara.
Al llegar al cuarto, donde estaban las mujeres, las descubrimos jugando. Makeda y Thule se habían inmerso en una guerra de almohadas, sin ser conscientes de lo que les venía encima.
Venid-, les dijo el viejo.
Ambas obedecieron todavía ignorantes de que íbamos a ser violados de una forma cruel.
Las arrugadas manos del cardenal desnudaron a una alucinada Makeda, mientras mentalmente nos ordenaba a Thule y a mí que hiciéramos lo propio. En breves instantes nuestra ropa cayó al suelo, y fue entonces cuando comenzó la tortura. Sabiéndonos usados, un ardor y un deseo impuesto se apoderó de nosotros, incapaces de refrenarlo, nos sumergimos en la lujuria mientras el viejo abandonaba la habitación diciendo:
-No parareis, hasta que en esta habitación se engendren dos titanes-
Incapaces de rechazar su mandato, las mujeres se lanzaron sobre mi inhiesto miembro, competiendo entre sí tratando de ser la primera en ser tomada. La suya era una carrera suicida, colocándose una encima de la otra me imploraban que las eligiese, vendiendo su excelencia y menospreciando a la contraria con feroces insultos. Dos coños se me ofrecían anhelantes de recibir la estocada de mi lanza, mientras sus dueñas se desesperaban pellizcando sus pezones. Gimiendo totalmente calientes se esforzaban inútilmente en calentarme, y digo inútilmente porque carecía de sentido el hacerlo, ya que es imposible el calentar una llama, que era lo que en ese momento me había convertido.
Tratando de calmar mi calentura fui cambiando de objetivo, con mi pene pasaba de penetrar a Makeda durante un minuto, para continuar con Thule, en un intercambio sin sentido que se prolongaba, tanto como la intensidad de sus chillidos.
La negra fue la que abrazándome con las piernas, rompió la cadena, su cuerpo me exigía lubricando toda mi extensión que me derramara en su interior, mientras sus uñas se clavaban como garfios en mi espalda impidiendo que cambiara de coño. Usando mi sexo como garrote, golpeé repetidamente la pared de su vagina, en un galope desenfrenado antes de darme cuenta que Thule, totalmente fuera de sí se masturbaba con una mano mientras con la otra buscaba que la etiope se corriera y la dejase en su lugar.
Este doble tratamiento hizo que Makeda se viniera, gritando su deseo a los cuatros vientos y retorciéndose en el suelo, sus músculos me apretaban, intentando ordeñar mi sexo, en busca de la simiente que escondía en su interior. El escuchar su orgasmo fue el banderazo de salida de mi propio climax, y berreando como un semental ante su monta me derramé en su interior. Nada mas sentir mi hembra, que se avecinaba la siembra, apretó su cuerpo contra el mío con la intención de no desperdiciar la leche germinadora con la que estaba regándola. No dejó que la sacara hasta que la última gota de la última erupción del volcán en que se había transformado mi pene, no hubiese sido recogida por su vagina.
Mi mente se rebelaba contra un cuerpo que nada mas extraer su apéndice de mi primera víctima, asiendo a Thule del pelo, le exigió que volviese a levantarlo a su máximo esplendor. Nada podía hacer, no me hacía caso, por mucho que intentaba parar, toda mi piel exigía seguir con su mandato. La rubia no tuvo mucho trabajo, porque nada mas sentir la humedad de su boca, mi pene reaccionó y ella buscando consolar su calentura se lo metió en la calidez de su cueva.
Éramos dos máquinas perfectamente coordinadas, a cada una de mis embistes ella respondía pidiéndome el siguiente, reptando por las sabanas en un desesperado intento de introducirse aun más mi lanza en su interior. Makeda que se había quedado momentáneamente satisfecha, volvió a sentir furor uterino y sin pedir permiso colocó sus labios inferiores al alcance de la boca de la germana. Ésta fue incapaz de negarse y sin pensar se apropió con su lengua del apetecible clítoris que tenía a centímetros de su cara. Y la negra en agradecimiento se dedicó en cuerpo y alma a conseguir que la mujer que tanto placer le estaba dando recibiera parte de lo que ella misma estaba sintiendo.
El olor a sexo ya hacía tiempo que había inundado la habitación, cuando escuché que se avecinaba como un tifón el climax de Thule. Aceleré el ritmo de mis ataques al sentir que un río de ardiente lava, manaba del interior de la muchacha. Ella en cuanto notó ese incremento en la cadencia con la que era salvajemente apuñalada su vagina, se convirtió en una posesa, y llorando me rogaba que acabase con esa tortura. Su completa inmersión en una lujuria artificial hizo que me calentase aún mas si cabe y agarrando a Makeda, le mordí sus labios mientras en intensas oleadas me licuaba en la cueva de la rubia.
Agotados caímos tumbados sobre un suelo que habiendo recibido el flujo de nuestros sexos, se nos tornaba excitante. Era tal el grado de nuestra alienación que Makeda al recuperarse, poniéndose a cuatro patas empezó a lamer las baldosas en busca de los restos de nuestro orgasmo. Verla así, en esa postura, fue otra vez el detonante que levantó a mi cansado sexo de su descanso, y sin poderlo evitar poniéndome detrás de ella, la penetré de un solo golpe.
Ni viagra ni nada, estaba alucinado que en menos de un minuto mi miembro se alzase otra vez erecto. El cardenal nos había manipulado de forma que aún sabiéndonos violados, no podíamos evitar ser el propio instrumento de nuestra vejación. Era como si espinas de humillación se clavaran en mi mente al ritmo de las embestidas de mi pene.
Mi concubina se retorcía en un perverso afán de ser regada otra vez por mi semen. Éramos una vagina vibrátil y un consolador sin alma en manos del anciano. Mis huevos chocaban contra el frontón que se había convertido su trasero, siguiendo el ritmo de mi galope. Sus pechos rebotaban en un compás sincronizado con el movimiento de su cuerpo. Y nuestros gargantas formaban el coro que cantaba nuestra angustia en una sinfonía compuesta por gemidos y aullidos de placer. Fui la catarata que inundó sus entrañas, desparramando mi leche por su interior mientras ella era un pozo sin fondo que la absorbía glotonamente.
Habiéndome corrido por tercera vez, me vi incapacitado de seguir. Mi cuerpo ya no respondía ni al cardenal ni a mi cerebro, y yendo por libre se sumergió en un nebulosa de la que solo salí al oír los lloros y lamentos de las dos mujeres. Conscientes de la vejación sufrida, de cómo habíamos sido humillados en aras de la reproducción, sollozaban en silencio, mientras esperaban espantadas que se volviera a repetir, y que otra vez el deseo nublara su entendimiento y se lanzara en busca de la satisfacción de la calentura forzada que las había subyugado.
Afortunadamente, los minutos fueron pasando sin que se reprodujese esa sensación frustrante, en la que nos veíamos obligados a montarnos mutuamente sin que el apetito carnal que nos había dominado naciera desde nuestro interior sino que hubiese sido impuesto. Tumbado en el suelo, me fui relajando, a la vez que iba creciendo en mi interior, una nueva inquietud, si la tortura del cardenal había cesado solo podía ser por dos causas, o bien los úteros de Makeda y Thule tenían un nuevo inquilino, o el anciano solo nos estaba dando un respiro para que con nuestras fuerzas renovadas, volviéramos a intentarlo mas tarde.
Tenía que cerciorarme y levantándome, les pregunté si sentían algo diferente. Fue Makeda que supo la primera a que me refería, la que palpándose el estomago, me respondió:
No, pero no puedo asegurarte nada, recuerda que Xiu tuvo constancia al cabo de las horas-.
-¿De que habláis?-, nos preguntó la rubia, que como no había estado cuidando a Xiu, desconocía los síntomas.
El hijo de puta del viejo no da un paso sin asegurarse-, le respondí,-Por lo que o estáis preñadas o esto es nada mas un descanso-.
Fue entonces cuando comprendió, y tal como suponía se alegró por la posibilidad de estar embarazada.
¿Qué es lo que debo de sentir?-
-Cuando Xiu se quedó embarazada, su cuerpo reaccionó violentamente contra el feto, y durante horas se debatió entre la vida y la muerte. Tuve que ayudarla a superar el trance, y una vez curada, la sola presencia de Fernando hacía que se retorciera de dolor-.
Su semblante tomó un tono cenizo al no experimentar ninguno de los síntomas de la china. Desde que me conoció Thule disfrutaba con la idea de darme descendencia, como una forma de pasar a la posteridad como madre de una nueva raza. En ese aspecto, no había cambiado, solo había variado el objetivo. De la supremacía aria a la superioridad titánica.
-Vamos a vestirnos, todavía tenemos que crear un nuevo partido-, les dije a las muchachas. Por mucha humillación que sintiera, mi misión seguía en pié, el futuro de la humanidad estaba en juego.
Sin ninguna gana, ambas muchachas se fueron vistiendo lentamente. Se sentían agotadas para enfrentarse a una audiencia numerosa, pero sobre todo se sentían asustadas de solo pensar en estar frente a frente al cardenal. La potencia mental del viejo las aterrorizaba.
Estábamos terminando cuando un mayordomo nos informó que su jefe me esperaba en el salón principal. Tanto Makeda como Thule respiraron aliviadas por no tener que acompañarme. Viendo que era inevitable el acompañarle, refunfuñando y de mal humor, le seguí por los lúgubres pasillos del palacio.
El sacerdote estaba hablando animosamente con otro anciano cuando entré en la sala. Como víctima propiciatoria, me dirigí a su encuentro, sabiendo que de esa reunión iba a depender gran parte de mi futuro.
Fernando tengo el placer de presentarte a uno de mis más viejos amigos-, me dijo el anciano. Pero no hizo falta, el tipo con el que estaba me resultaba sobradamente conocido. Wolfang Steiner era un conocido filósofo que se había hecho famoso por su rechazo a los regímenes dictatoriales desde un izquierdismo radical. Fundador en los setenta del partido verde alemán, y enemigo declarado de las diferentes intervenciones de Estados Unidos en Oriente medio.
Le contesté con un lacónico: -Le conozco-, y dirigiéndome al pensador le saludé diciendo:-Es un placer conocerlo, su libro “la lucha de clases continua” está siempre en mi mesilla de noche-.
Un piropo siempre sienta bien al ego, y este hombre no fue diferente, con una sonrisa reveladora de su satisfacción por ser leído, me dio su mano mientras me decía:
Así que usted es el heredero, no le envidio-.
Me quedé sin habla al escucharle, no me esperaba que estuviese al corriente de nuestra verdadera condición. Por eso me mantuve en silencio esperando acontecimientos.
Wolfang y yo somos amigos desde hace mas de treinta años, durante ese tiempo hemos discutido mucho sobre el futuro de la humanidad, y sobre la función de los titanes en su destino-, el cardenal hizo una pausa antes de continuar,- siempre me ha gustado recibir sus consejos y críticas, por eso ahora quiero que nos de su opinión sobre nuestros planes-.
Sin esperar mi contestación, abrió su mente y tanto Stenier como yo, pudimos ver como si fuera una película de cine el futuro. Un futuro donde el hombre se involucraba en una guerra sin sentido en busca de las fuentes de energía y cuyo resultado no era otro que la casi completa aniquilación. Nuevos profetas y nuevas formas de fanatismo revivieron antiguas ideologías. Sangre y muerte que abonaban el odio entre países y razas.
Cuando terminó la sucesión de desastres y antes de exponerle nuestros propósitos, el filósofo con la cabeza gacha lloraba:
-“Homo homini lupus”, el hombre es un lobo para el hombre-, susurró entre lagrimas, -No hay otra explicación a tanta irracionalidad-.
El cardenal midió los tiempos, esperó tranquilamente hasta que su amigo se hubiese repuesto para preguntarle:
-¿Cuál crees que es la solución?, ¿qué es lo que se puede hacer?, dímelo aunque no te guste-.
Esta vez se tomó un rato en contestarle. Supe por lo tenso que estaba que lo que nos iba a decir, no solo no le gustaba sino que iba a ir en completa contradicción con lo que hasta ese momento habían sido sus enseñanzas.
Creo que usando un pensamiento de Hobbes, el único medio que existe para evitar ese desastre es que los diferentes países cedan su seguridad y sus derechos a un estado superior y que este haciendo uso de los mismo imponga una dirección unitaria, y desde ahí lograr el bienestar humano-.
 
Eso mismo pensamos nosotros, como sabes he vivido siglos velando por el ser humano, inmiscuyéndome lo menos posible, pero ahora no encuentro otro método que tomar el poder-.
-¡Será un dictadura!-, gritó espantado.
Si, y la mas duradera de todos los tiempos, pero en contraprestación el hombre una vez repuesto, y huyendo de la misma se esparcirá por la galaxia, creando una dispersión que le permitirá crecer y sobrevivir. Ya no dependerá de un solo planeta, habrá un segundo renacimiento con miles de sociedades diferentes-.
Por segunda vez, el cardenal nos expuso su visión por medio de la mente, y al terminar el profesor dándome la mano la mano, me dijo:
-Cuente conmigo, odio decirlo pero le ayudaré a ser el dictador máximo-.
Hasta yo mismo estaba acongojado, aun sabiendo de antemano que nos preparaba el futuro, y que nada de lo que nos había mostrado el sacerdote fuera nuevo para mí, no pude mantenerme sereno a la crudeza de los sucesos por venir y al papel que iba a tener en el mismo. Mientras meditaba sobre ello, Romulo sirvió tres copas de cava, y alzando la mano brindó:
-¡Por la era titánica y su diáspora!-
Sabiendo que era irrevocable su elección, Wolfang levantó su copa y se unió en un brindis liberticida que iba a someter al hombre durante milenios. Había hecho un pacto voluntario con el diablo y lo sabía, era conciente que los titanes éramos un mal menor, pero mal al fín.
Saliendo del salón nos dirigimos al pabellón de Baile, una enorme sala de mas de quinientos metros cuadrados que en un origen estaba destinada a conciertos pero que íbamos a usar para realizar el mitin.
Los diez minutos que esperamos antes que los demas invitados llegaran, fue el momento elegido por el cardenal, para informarme de la ubicación de la cuarta titánide, una muchacha neocelandesa descendiente de un antiguo reino índico.
Solo me dio tiempo de echar una ojeada al grueso expediente, sacando en claro que desde la antigüedad existían en Bali numerosos estados que compartían un origen común. y que aunque los primeros holandeses que pusieron un pie en la isla fueron los hermanos Houtman, que llegaron en 1597, la isla no pasó a estar bajo control holandés hasta su colonización gradual a mediados del siglo XIX . En esa época había nueve reinos independientes que estaban gobernados nominalmente por un solo príncipe, el sushunan, que mantenía una tirante relación con la Compañía holandesa de Indias.
El final de esta coexistencia llegó con la sangrienta represión ocurrida en 1906, y la realeza balinesa en su conjunto cargó contra el fuego enemigo, armados únicamente con cuchillos y espadas. Fue un suicidio ritual, una forma de escapar a un destino que no les gustaba, su orgullo no les permitía ser siervos de Holanda y prefirieron una muerte honrosa que vivir subyugados. Según la historia oficial murieron todos sus miembros, hombres, mujeres y niños, pero según los documentos que el cardenal me mostró sobrevivió un niño, Badung II, hijo del rey del mismo nombre que encabezó la revuelta y el primer titán de esa parte del globo. Con toda su familia muerta, unos súbditos leales le sacaron de Bali y huyendo, buscaron refugió en Nueva Zelanda.
Wayan, la titánide que debía de buscar, era su tataranieta y para hallarla debía de coger un avión e irme a Wellington, su capital.
Acababa de terminar de revisar el dossier cuando Makeda y Thule, hicieron su aparición junto con un grupo heterogéneo de personas. Los neonazis del partido paneuropeo venían mezclados con burgueses y típicos extremistas de izquierdas, en una rara combinación que podía saltar en pedazos en cualquier momento por la franca animadversión que sentían sus miembros. Gorras militares, corbatas y pañuelos palestinos se iban sentando en los asientos sin siquiera mirarse, mientras el cardenal y mi personas nos manteníamos en un segundo plano, estudiando a los asistentes desde una habitación adjunta.
El primero en hablar fue el profesor Steiner, que después de agradecer a todos su presencia, les explicó desde un punto de vista teórico el futuro, donde solo un estado fuerte e igualitario podía salvarnos de la barbarie. Mientras hablaba los integrantes de la izquierda mantuvieron un respetuoso silencio, que contrastaba con el claro desprecio de los nostálgicos del reich.
Después fue Thule, que dirigiéndose a sus seguidores, les habló de la necesidad de un cambio, que por el bien de Europa, ella estaba de acuerdo en ceder el liderazgo a un líder que agrupara a todos los presentes. Ambos no estaban mas que preparándome el terreno, manipulando a los presentes para que aceptaran mi autoridad sin discusión.
Viendo que era mi turno, me arreglé la corbata antes de subir al estrado.
Al ir subiendo por las escaleras, percibí como un golpe la actuación entre bambalinas del cardenal. Sin que se dieran cuenta, manipuló a los presentes haciéndoles creer que estaban viendo a un guía en quien confiar sus vidas. Los nazis estaban impresionados por mi apariencia, mi estatura, y mi fuerza, para ellos era una especie de Dios Ario. A los verdes les convenció el puño en alto con el que les saludé desde lo alto , y los burgueses encantados por mi aspecto pulcro y buenos modales vieron en mi alguien que era como ellos, por eso tras un breve discurso donde maticé mis palabras para que fueran del gusto de todos, me premiaron con un aplauso ensordecedor.
Aprovechando su completa entrega, les informé de la creación de un nuevo partido, que buscando el bien europeo iba a competir en las elecciones alemanas con Thule al frente, pero siempre bajo mis órdenes. Nuevamente los vítores y las aclamaciones se sucedieron y sin ninguna voz discordante se eligió una mesa nacional compuesta por elementos de las tres facciones.
Con la tarea terminada, nos reunimos en cónclave los cuatro titanes. Rómulo, representaba el pasado, Makeda y Thule, el presente, y yo, el futuro. Tres épocas y tres visiones pero un solo destino común, el poder absoluto sobre la humanidad. Estábamos entusiasmado por como había ido todo, habiendo conseguido lo imposible, unir a una audiencia tan dispar, nos sentíamos capaces de todo. Pero entonces el cardenal nos bajó de un solo golpe del pedestal que nos habíamos subido, al decirnos:
-No hemos hecho nada mas que empezar, los hombres buscarán revelarse en contra nuestra cuando sienta que les hemos puesto un collar, por eso debemos estar preparados-, sus palabras me hicieron recordar el sacrificio de María y el odio que en el pueblo se había fraguado con la presencia de mi padre,-hoy hemos dado dos grandes pasos, la creación de un partido desde el cual asaltar el poder, y gracias a vosotros la expansión de nuestra estirpe-.
-¿Qué?-, gritó Thule al darse cuenta lo que el cardenal estaba diciendo.
-¡No es posible!, al no poderme oponer a su violación, he evitado que nos quedáramos embarazadas, bloqueando nuestros úteros-, le replicó indignada Makeda.
Una carcajada del viejo resonó en la habitación al escucharla, y todavía riéndose le contestó:
-¿Crees que no me había dado cuenta de tu estúpida maniobra?-, y señalando con el dedo su estomago prosiguió diciendo: -Estás preñada al igual que tu amiga, nada ni nadie puede entorpecer mis planes, tendréis vuestro hijo y solo entonces os daré la libertad de seguirnos o de iros de nuestro lado, pero hasta ese día seguiréis fieles a mis designios y a los de Fernando-.
-¡A mi no me meta!-, protesté tratando de hacerme a un lado.
-Eres parte quieras o no, y no solo como padre de las criaturas sino como mi futuro heredero-.
Habíamos hecho un pacto por el bien de la humanidad, y ahora me exigía cumplirlo. Aunque me jodiera, tuve que reconocer que tenía razón y dirigiéndome a ambas mujeres les dije:
-Callad y obedeced, ¡No somos más que peones de la historia! Y por la supervivencia del hombre debemos aceptar lo que nos ordena-.

Por primera vez desde que la conocía, Makeda se quedó callada mientras me fulminaba con una mirada cargada de odio

Relato erótico: “Gracias al padre, estuve con la hija y con la madre” (POR GOLFO)

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La ausencia de papeles amontonados sobre la mesa de mi despacho, engaña. Un observador poco avispado, podría suponer falta de trabajo, todo lo contrario, significa que 14 de horas de jornada han conseguido su objetivo, y que no tengo nada pendiente.
Contento, cierro la puerta de mi despacho y me dirijo hacia el ascensor. Son la 9 de la noche de un viernes, por lo que tengo todo el fin de semana por delante.
El edificio esta vacío, hace muchas horas que la actividad frenética había desaparecido, solo quedaban los guardias de seguridad y algún ejecutivo despistado. Como de costumbre, no me crucé con nadie, mi coche resaltaba en el aparcamiento. En todo el sótano, no había otro.
El sonido de la alarma al desconectarse, me dio la bienvenida. Siguiendo el ritual de siempre, abrí el maletero para guardar mi maletín, me quité la chaqueta del traje, para que no se arrugara, y me metí en el coche.
El sonido del motor, la radio encendida, el aire acondicionado puesto, ya estaba listo para comerme la noche. Durante los últimos diez años, como si de un rito se tratara, se repetía todos los viernes, ducha, cenar con un amigo y cacería. Iríamos a una discoteca, nos emborracharíamos y si hay suerte terminaría compartiendo mis sabanas con alguna solitaria, como yo.
Las luces de la calle, iluminan la noche. Los vehículos, con los que me cruzo, estan repletos de jóvenes con ganas de juerga. Al parar en un semáforo, un golf antiguo totalmente tuneado quiso picarse conmigo. Sus ocupantes, que no pasaban los veinte, al ver a un encorbatado en un deportivo, debieron pensar en el desperdicio de caballos, una piltrafa conduciendo una bestia. No les hice caso, su juventud me hacia sentir viejo, quizás en otro momento hubiere acelerado, pero no tenias ganas. Necesitaba urgentemente un whisky.
Las terrazas de la castellana, por la hora, seguían vacías. Compañía era lo que me hacía falta, por lo que decidí no parar y seguir hacia mi casa.
Mi apartamento, lejos de representar para mí, el descanso del guerrero, me resultaba una jaula de oro, de la que debía de huir lo mas rápidamente posible, además había quedado con Fernando y con dos amigas suyas, por lo que tras un regaderazo rápido, salí con dirección al restaurante.
El portero de la entrada, sonrió al verme, me conocía, o mejor dicho conocía mis propinas, solícito me abrió la puerta, ya estaban esperándome en la mesa.
-Pedro, te presento a Lucía y a Patricia
Todo era perfecto, las dos mujeres, si es que se les podía llamar así ya que hace poco tiempo que habían dejado atrás la adolescencia, eran preciosas, su charla animada, y Fer, como siempre, era el típico ser, que aún en calzoncillos seguía siendo elegante y divertido.
No habíamos pedido el postre, cuando sin mediar palabra, apareció por la puerta, una mujer y me soltó un bofetón.
¡Cerdo!, no te bastó, con lo que me hiciste a mí, que ahora quieres hacerlo con mi hija-
Estaba paralizado, aunque la mujer me resultaba familiar, no la reconocía. Fernando se levantó a sujetar a la señora, y Lucía que resultó ser la hija, salió en su defensa.
Disculpe pero no tengo ni idea de quien eres-, fue lo único que salió de mi garganta.
Soy Flavia Gil, ¿No tendrás la desvergüenza de no reconocer lo que me hiciste?-, me contestó.
Flavia Gil, el nombre no me decía nada:
Señora, durante mi vida, he hecho muchas cosas, y no la recuerdo-, la sangre me empezó a hervir, estaba seguro que estaba loca, si hubiera hecho algo tan malo me acordaría.
¡Me destrozaste la vida!-, me contestó saliendo del brazo de su hija y de su amiga.
Fernando se echó a reír, como un poseso, lo ridículo de la situación, y su risa, me contagiaron.
– ¿Quien coño, es esa bruja?, me preguntó, – ya ni te acuerdas de quien te has tirado-.
Te juro, que no sé quien es.
Pues ella, si, y te tiene ganas-, me contestó descojonado, – y no de las que te gustaría, ¿te has fijado que piernas?.
No te rías, cabrón, que esa tía está loca-, respondí mas relajado, pero a la vez intrigado por su identidad.
Decidimos pagar la cuenta, nos habían truncado nuestros planes pero no íbamos a permitir que nos jodieran la noche, por lo que nos fuimos a un tugurio a seguir bebiendo.
Estaba sonando un timbre, en mi letargo alcoholizado, conseguí levantarme de la cama. Demasiadas copas, para ser digeridas. Mi cabeza me estallaba. Mareado, con ganas de vomitar, abrí la puerta. Cual no sería mi sorpresa, al encontrarme con Lucia:
-¿Qué es lo que quieres?-, atiné a decir.
-Quiero disculparme por mi madre-, en sus ojos se veía que había llorado,-nunca te ha perdonado. Ayer me contó lo que ocurrió-.
No la dejé terminar, salí corriendo al baño. Llegué a duras penas, demasiados Ballentines para mi cuerpo. Me lavé la cara. El espejo me devolvía una imagen detestable con mis ojos enrojecidos por el esfuerzo, tenía que dejar de beber tanto, decidí, sabiendo de antemano la falsedad de mi determinación.
Lucía estaba sentada en el salón. Ilógicamente había abrigado la esperanza, que al salir, ya no estuviera. Resignado le ofrecí un café. Ella aceptó, esta maniobra me daba tiempo para pensar. Mecánicamente puse la cafetera, mientras intentaba recordar cuando había conocido a su madre, pero sobretodo, que le había hecho. No lo conseguí.
-Toma-, le dije acercándole una taza,- perdona pero por mucho que intento acordarme, realmente no sé que le hice, o si le hice algo-.
-Hermenegildo Gil-, fue toda su contestación.
Me quedé paralizado, eso había sido hace mas de 15 años, yo era un economista recién egresado de la universidad, acababa de entrar a trabajar para la empresa de auditoria americana, de la que ahora soy socio, cuando descubrí un desfalco. Al hacerlo público a mis superiores, estos abrieron una investigación. A resultas de la cual, todos los indicios, señalaban al director financiero, pero no se pudo probar. El directivo fue despedido, y nada más. Su nombre era Hermenegildo Gil.
-Yo no tuve nada que ver-, le expliqué cual había sido mi actuación en ese caso, como me separaron de la averiguación, y que solo me informaron del resultado.
-Fue mi madre, quien te puso bajo la pista, ella era la secretaría de mi padre. No te lo perdona, pero sobretodo no se lo perdona-.
-¿Su secretaria?-, por eso me sonaba su cara,- ¡Es verdad!, ahora caigo que todo empezó por un papel traspapelado, que me entregaron. Pero no se pudo demostrar nada-.
-Mi padre era inocente, nunca pudo soportar la vergüenza del despido y se suicidó un año después-, me contestó llorando.
Nunca he podido soportar ver a una mujer llorando, como acto reflejo la abracé, tratando de consolarla. E hice una de las mayores tonterías de mi vida, le prometí que investigaría yo lo sucedido, y que intentaría descubrir al culpable.
Mientras la abrazaba, pude sentir sus pechos sobre mi torso desnudo. Su dureza juvenil, así como la suavidad de su piel, empezaron a hacer mella en mi ánimo, mi mano se deslizó por su cuerpo, recreándose en su cintura. Sentí la humedad de sus lágrimas, al pegar su rostro a mi cara, sus labios se fundieron con los míos, mientras la recostaba en el sofá. Descubrí que bajo el disfraz de niña, había una mujer apasionada, sus pezones respondieron rápidamente a mis caricias, su cuerpo se restregaba al mío, buscando la complicidad de los amantes. La despojé de su camisa, mis labios se apoderaron de su aureola y mis dedos acariciaban sus piernas. Éramos dos amantes sin control.
-¡No!-, se levantó de un salto,- ¡Mi madre me mataría!-.
-Lo siento, no quise aprovecharme-, contesté avergonzado, sabiendo en mi interior que era exactamente lo que había intentado Me había dejado llevar por mi excitación, aun sabiendo que no era lo correcto.
Se estaba vistiendo, cuando cometí la segunda tontería:
-Lucía, lo que te dije antes, sobre averiguar la verdad, es cierto. Fue hace mucho, pero en nuestros almacenes, debe de seguir estando toda la documentación-.
-Gracias, quizás, mi madre esté equivocada respecto a ti-, me contestó, dejándome solo en el apartamento.
Solo, con resaca y sobreexcitado. Por segunda vez, desde que estaba despierto entré en el servicio, solo que esta vez para darme un baño.
El agua de la bañera esta hirviendo, tuve que entrar con cuidado para no quemarme. No podía dejar de pensar en Lucia. En la casualidad de nuestro encuentro, en la reacción de su madre, y en esta mañana.
Cerré los ojos, dejando, como en la canción, volar mi imaginación. Me vi amándola, acariciándola, onanismo y ensoñación mezcladas. Sentí que el agua era su piel imaginaria, liquida y templada, que recorría mi cuerpo, mi mano era su sexo, besé sus labios mordiéndome los míos, nuestros éxtasis explotaron a la vez, dejando sus rastros flotando con forma de nata.
Al llegar a la oficina, solo me crucé con el vigilante, el cual extrañado me saludó, mientras se abrochaba la chaqueta, no estaba acostumbrado a que nadie trabajara un sábado, algo urgente, debió de pensar. Lo primero, que debía de hacer era localizar el expediente, y leer el resumen de la auditoria. Fue fácil, la compañía, una multinacional, seguía siendo cliente nuestro, por lo que todos los expedientes estaban a mano. Consistía en dos cajas, repletas de papeles. Por mi experiencia, rechacé lo accesorio, concentrándome en lo esencial. Al cabo de media hora, ya me había hecho una idea, la cantidad desfalcada era enorme, y el proceso de por el cual habían sustraído ese dinero había sido un elaborado método de robo hormiga, cada transacción realizada, no iba directamente al destinatario, sino que era transferida a una cuenta donde permanecía tres días, los intereses generados que operación a operación eran mínimos, sumados eran mas de veinte millones de dólares. Luego esa cantidad, desaparecía a través de cuentas bancarias en paraísos fiscales.
La investigación, en ese punto, se topó con el secreto bancario, imperante en los años 90, pero hoy en día, debido a las nuevas legislaciones, y sobretodo gracias a internet, había posibilidad de seguir husmeando. El volumen y la complejidad de la operación, me interesó, ya no pensaba en las dos mujeres, sino, en la posibilidad de hacerme con el pastel. Me enfrasqué en el tema, las horas pasaban y cada vez que resolvía un problema aparecía otro de mayor dificultad.
Quien lo hubiera diseñado y realizado, debía de ser un genio. Me faltaban claves de acceso, por primera vez en mi vida, hice algo ilegal, utilicé las de mis clientes para romper las barreras que me iba encontrando. Cada vez me era más claro el proceso. Todo terminaba en una cuenta en las islas Cayman, y sorpresa el titular, no era otra que Lucía.
Su padre era el culpable, lo había demostrado, pero no iba a comunicar mi hallazgo a nadie, y menos a ella, hasta tener la ventaja en mi mano.
Reuní toda la información en un pendrive, y usé la destructora de documentos de la oficina para que no quedara rastro. Las cajas de los expedientes las rellené con informes de otras auditorias de la compañía. Satisfecho y con la posibilidad de ser rico, salí de la oficina.
Eran ya las ocho de la tarde, mientras comía el primer alimento sólido del día, rumié los pasos a seguir, al menos el 50% de ese dinero debía de ser mio, y sabía como hacerlo.
Cogí mi teléfono y llamé a Lucia. Le informé que tenía información, pero que debía dársela primero a su madre, por lo que la esperaba a las nueve en mi casa, ella por su parte, no debía llegar antes de las diez.
Preparé los ultimos papeles, mientras esperaba a Flavia.
Llegó puntual a la cita. En su cara, se notaba el desprecio que sentía por mí. Venía vestida con un traje de chaqueta, que resaltaban sus formas.
No la dejé, ni sentarse.
-Su marido era un ladrón y usted lo sabe-.
Por segunda vez, en menos de 24 horas, me abofeteó. De un empujón la tiré al sofá, donde había estado retozando con su hija. Me senté encima de ella, de forma que la tenía dominada.
¿Qué va a hacer?-, me preguntó asustada.
Depende de tí, si te tranquilizas, te suelto-, con la cabeza asintió, por lo que la liberé,- he descubierto todo, y lo que es mas importante, donde escondió su dinero, si llegamos a un acuerdo, se lo digo-
¿Qué es lo que quiere?-, me preguntó.
Su actitud había cambiado, ya no era la hembra indignada, sino un ave de rapiña ansiosa hacerse con la presa. Eso me enfadó, esperaba de ella que negara el saberlo, pero por su actitud supe que había acertado.
Antes de nada, me voy a vengar de ti, no me gusta que me peguen las mujeres-, y desabrochándome la bragueta, me saqué mi miembro, que ya estaba sintiendo lo que le venia, – Tiene trabajo-, le dije señalándolo.
Sorprendida, se quedó con la boca abierta, cuando se dirigía hacia aquí, en lo ultimo que podía pensar era en que iba a hacerme una mamada, pero vencí sus reparos, obligándola a arrodillarse ante mí. Su boca se abrió, engullendo toda mi extensión. Ni corto ni perezoso, me terminé de quitar el pantalón, facilitando sus maniobras. Me excitaba la situación, una mujer arrodillada cumpliendo a regañadientes. Ella aceleró sus movimientos, cuando notó que me venía el orgasmo, e intentó zafarse para no tener que tragarse mi semen. Con las dos manos sobre su cabeza, lo evité, una arcada surgio de su garganta, pero no tuvo mas remedio que bebérselo todo. Una lagrima revelaba su humillación, pero eso no la salvó que prosiguiera con mi venganza.
-Vamos a mi habitación-, como una autómata me siguió, sabía que habían sido dos veces las que me había abofeteado, y dos veces las que yo iba a hacer uso de ella, – Desnúdate-, le dije mientras yo hacia lo mismo.
Tumbado en la cama, disfruté viendo su vergüenza, luego me reconocería que no había estado con un hombre, desde que murió su marido. La hice tumbarse a mi lado, y mientras la acariciaba, le expliqué mi acuerdo.
Son 20 millones, quiero la mitad. Como están a nombre de Lucía, me voy a casar con ella, y tu vas a ser mi puta, sin que ella lo sepa: Tengo todos los papeles preparados para que ella los firme, en cuanto llegue-.
No tengo nada que decir, pero tendrás que convencer a mi hija-, me contestó.
Mis maniobras la habían acelerado, de su sexo brotaba la humedad característica de la excitación. Sus pechos ligeramente caídos todavía eran apetecibles, sin delicadeza, los pellizqué , consiguiendo hacerla gemir por el dolor y el placer. Era una hembra en celo, sus manos asieron mi pene en busca de ser penetrada. La rechacé, quería probar su cueva, pero primero debía saborearla. Mi lengua se apoderó de su clítoris, mientras seguía torturando su pezones, su sabor era penetrante, lo cual me agradó, y usándola como ariete, me introduje en ella con movimientos rápidos. Estaba fuera de sí, con sus manos sujetaba mi cabeza, de la misma forma que yo le había enseñado minutos antes, buscando que profundizara en mis caricias. Un río de flujo cayo sobre mi boca demostrándome que estaba lista. Con mi mano, recogí parte de el, para usarlo. Le di la vuelta, abriendo sus nalgas, observé mi destino, y con dos dedos relajé su oposición.

-¿Qué vas a hacer?, me preguntó preocupada.
-¿Desvirgarte, preciosa?, y de una sola empujón, vencí toda oposición, ella sintió que un hierro le partía en dos, me pidió que parara, pero yo no le hice caso, y con mis manos abiertas, empecé a golpearle sus nalgas, exigiéndole que continuara. Nunca la habían usado de esa manera, tras un primer momento de dolor y de sorpresa se dejó llevar, sorprendida se dio cuenta que le gustaba, por lo que acomodándose a mi ritmo, me pidió que eternizara ese momento, que no frenara. Cuando no pude mas, me derramé en su interior.
– Déjalo ahí- , me pidió,-quiero seguir notándolo, mientras se relaja-.
No le había gustado, le había encantado.
No, tenemos que preparar todo, para que cuando llegué tu hija, no note nada-, le dije satisfecho y riendo mientras le acariciaba su cuerpo, -¿estas de acuerdo, suegrita?.
Claro que sí, Yernito.

Relato erótico: “Gracias al padre 2, estuve con la hija y con la madre” (POR GOLFO)

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Llegó la hora de la verdad, estaba en juego no solo una enorme cantidad de dinero, sino la posibilidad de tener una preciosidad como mujer. Al abrir la puerta, no dejaba de pensar como iba a plantearle a Lucia, el acuerdo que había llegado con su madre (Yo me quedaba con el 50% del dinero y con ella). Tenía que hacerlo a solas, no quería enfrentarme a dos mujeres histéricas. Lucia entró con inseguridad al piso, quizás esperara que mi reunión con su madre hubiera terminado violentamente, razón no le faltaba, había habido violencia pero al final se había solucionado.
-Flavia, quiero hablar con tu hija a solas, puedes volver en media hora- le pedí, ella vió mi sugerencia como una salida, estaba aterrada de la reacción que pudiera tener la muchacha, por lo que cogiendo su bolso, salió hacia la calle.- Siéntate, bonita, tengo que explicarte lo que he descubierto-.
Me obedeció, sentándose en el sofá, lo que me permitió ver su magnifica silueta y contemplar sus piernas, la falda minúscula no podía tapar, y menos disimular la rotundidad de sus nalgas y la perfección de sus formas. Solo el pensar que podía ser mía elevó mi adrenalina.
-¿Quieres tomar algo?, ¿un café? o mejor como lo que te voy a contar es fuerte ¿prefieres un whisky?.-, al mirarle decidí elegir por ella, sirviéndonos dos Ballentines con coca cola, bien cargados.
-¿Qué has descubierto?, ¿es algo malo?-, estaba compungida, tenía idealizado a su padre.
-Vamos por partes, es malo y es bueno a la vez. Cuando me pediste que investigara el asunto, me dijiste que tu padre era inocente, que era un buen hombre y que la vergüenza lo mató-
-Así es, mi madre siempre me ha comentado que el no fue y que la desesperación de ver su nombre manchado, provocó que se suicidara, y es mas, nuestra mala situación económica, no se explicaría si tuviéramos ese dinero-, la fuerza con la que defendía a su padre, me afectó, tenía que ir con mucho cuidado, no fuera a ser que la desilusión de ver su figura derrumbada del altar, al que le había elevado, diera por traste todos mis planes.
-Déjame explicarte, por favor no me interrumpas-, asintió con la cabeza, todo en ella era tensión, pero pude adivinar que me iba a dejar terminar- Al salir esta mañana de la casa, me fui directamente hacia mi oficina, a tratar de averiguar como y quien había desfalcado todo ese dinero. Empecé a investigar el tema, no fue fácil, quien lo había realizado era un genio, la cantidad conseguida rondan los 20 millones de euros de hace quince años, por lo que al día de hoy debe de haber por los intereses unos 40 millones-.
 
Por su cara de sorpresa, deduje que no se imaginaba que hubiera sido un robo tan enorme, ella debía pensar en menos de un millón. Estaba cumpliendo su palabra, aunque notaba que quería intervenir, haciendo una acopio de coraje me dejó terminar.
– Mientras investigaba el destino de los fondos sustraídos, nada me demostraba quien lo había ideado, hasta que encontré el nombre del titular de la cuenta en la que está ese dinero-
Hice una pausa, en mi explicación, ella no pudo contenerse y me dijo llorando:
-Está a nombre de mi padre-
-No-, le contesté, -La titular eres tú . Tu padre era un ladrón , lo siento. Para lo que no tengo contestación es lo del suicidio, ya que era inmensamente rico, y no había forma de demostrarlo-.
La desesperación de sus llantos, me estremeció. Lucia lloraba, hecha un ovillo, con su cabeza entre las rodillas y las manos sujetando sus piernas. Permaneció así durante 10 minutos, mientras tanto lo único que podía hacer era acariciarle su cabeza, tratando de consolarla.
Poco a poco se fue calmando, el dolor seguía allí pero su cabeza debió estar asimilando mis noticias y decidiendo que iba a hacer.
Levantando la cabeza y mirándome a los ojos me dijo:
 
-Yo, en cambio, si tengo explicación a su muerte, mi padre era bueno, fue mi madre la que le empujó a ello, pero el no pudo soportarlo, todo es culpa de ella-, en su cara veía odio, pero también determinación.
-Puede ser, yo a tu madre, no la conozco-, no me gustaba por donde iban los derroteros de la conversación, podía quedarme sin negocio, – lo que tenemos que ver, es que vamos a hacer-.
Una sonrisa amarga de dibujo en su rostro, – Estamos en un brete, yo soy dueña de 40 millones y no sé donde están, y tu sabes donde se encuentran , pero no estan a tu nombre, por lo que no puedes hacer uso de ellos-
-Asi es-, empezaba lo difícil, si no andaba con cuidado podía estropearlo todo,- pero podemos llegar a un acuerdo-.
-Déjame pensar-, me dijo pero siguió hablando en voz alta,- mi madre te odia, para ella eres la persona que representa el fracaso de su plan y la mierda en que se convirtió su vida durante los últimos años, lo que odiara es tenerte en su vida, y yo mandando-.
En ese momento, se calló y cogiendome de la mano, me dijo:
-Pedro, te propongo un trato, si me ayudas el 50% es tuyo, vivamos juntos durante un año, un año que va a ser una pesadilla para esa mujer, al cabo de ese tiempo nos repartimos el dinero-.
No pude mas que aceptar, era mi plan en boca de ella, y encima creía que yo le hacía un favor. No cabía de gozo. Por el sonido del timbre, supimos que Flavia había llegado, así que la hice pasar al salón, Lucia tenia otros planes, nada mas entrar la cogió del brazo y la llevó a la habitación, encerrándose con ella. Por los gritos, supe que estaban discutiendo, lo menos que le estaba llamando era zorra, la madre callaba, no tenía defensa, tuvo que soportar los reproches de su hija, un sonoro bofetón terminó con la pelea.
Lucia abrió la puerta y me pidió que pasara, entré al dormitorio sin saber con seguridad que era lo que me iba a encontrar, las dos mujeres estaban desnudas.
-Mama, ya sabes lo que tienes que hacer-, la señora empezó a desnudarme, mientras la hija miraba sus maniobras, la excitación se apodero de mí, pero era un convidado de piedra, solo me dejaba hacer mientras mis ropas iban cayendo una a una.
Desnudo me tumbé en la cama, Flavia había terminado su labor, retirándose al píe de la cama se arrodilló, en posición servil, su hija se acerco.
-Bien hecho perra-, le dijo mientras se apoderaba de mi pene, con sus manos. –Ahora Pedro, demuéstrale a esa zorra como me amas-, su boca engulló toda mi extensión mientras ponía su sexo en mi boca.
Estaba afeitado, como a mi me gusta, separándole los labios me hice con su clítoris, con suaves mordiscos fui estimulándolo mientras con mis manos acariciaba sus pechos. Estaba mojadísima, de su gruta salía un torrente de flujo, que yo absorbía con fruición, lo recortada de su respiración, así como sus gritos, anticipaban la cercanía de su climax. Mi lengua se introdujo en su vagina coincidiendo con su explosión, ella olvidándose de mi, se incorporó para facilitar su goce, y con su manos apretó mi cabeza contra su sexo. Estaba poseída, mientras corría, no paraba de insultar a su madre y de decirla que ese era el futuro.
– ¡Házmelo por detrás!-, me pidió,-¡dame por culo!, ¡para que vea esa hija de puta, como disfruto!-.
 
Poniéndola a cuatros patas, mi mano se introdujo en su cueva para recoger una parte del fluido. Con la mano empapada, empecé a estimularle el ano, introduciéndole un dedo.
-¡Quiero que me hagas daño!- y con su mano acercó la punta de mi pene a su meta. Se lo encaje de un golpe mientras gritaba que no parara, de sus ojos salían lagrimas de odio, todas dirigidas a la mujer que la había engendrado. Mis embestidas eran sin piedad, cada vez que entraba en ella, lo hacia hasta que chocaba con su nalgas, y mis testículos rebotaban con su sexo. Era tal mi excitación que no dure demasiado, el estarme tirando a esa preciosidad en presencia de su madre era demasiado para aguantarlo, por lo que mi eyaculación explotó dentro de ella mientras con mis dientes mordía su cuello.
Exhausto me tumbé en su cama. Lucia no quería parar, bajándose se dirigió hacia Flavia y cogiendola de los pelos la llevo hacia mi, y con verdadera ira, le escupió:
-Ahora limpia mi sangre y mi mierda, que quiero que me haga el amor-
Flavia con lagrimas en los ojos, cogió mi pene dispuesta a limpiarlo.
-¡No le toques!, ¡Es mío!, ¡Utiliza tu boca, puta!.-
Sentí como su boca se abrió, para acogerlo en su interior, Lucia presionó la cabeza de su progenitora, introduciéndole de golpe todo, una arcada surgió de su garganta, pero no se quejó, era su castigo y lo aceptaba. No dejó rastro de nuestra primera sesión, con la lengua repasó todos los pliegues limpiando hasta el último resto de sangre y excremento. Estas maniobras consiguieron excitarme otra vez, cuando la mucha vio el resultado, de una patada, retiro a su madre, y tumbándose a mi lado, me dijo al oído.
-Ahora hazme el amor, despacio que tenemos un año-.
 
 

Relato erótico: “Gracias al padre 3, estuve con la hija y con la madre” (POR GOLFO)

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Llevábamos viviendo quince días juntos. Cada uno se había adaptado a su papel, Lucia seguía castigando a su madre, por cualquier motivo, su venganza era cruel e inhumana. La obligaba a estar desnuda en la casa, con una collar atado al cuello como única vestimenta, y a dormir en el suelo a los pies de la cama. Yo por mi parte, en mi papel de hombre de la casa, novio, esposo o pareja, me acostaba todas las noches con esa estupenda mujer, pero no podía participar mas que de los castigos a Flavia, pero no hacer uso de esa perra, en la que la estábamos convirtiendo.
Me desperté a las tres de la mañana, con ganas de ir al baño. Al levantarme como la mascota fiel, en que se había convertido, la que hasta hace dos semanas era una señora, me siguió a gatas, esperando cualquier recompensa, una caricia, una sonrisa, o unas buenas palabras. Sabía que de su hija, nada podía esperar.
La situación era dantesca, yo, de pié, con mi pene en la mano, orinando, y ella, a cuatro patas, esperando cualquier orden de su amo. Empecé a acariciar su cabeza, estaba dándole a entender, que agradecía su fidelidad. Ante esa actitud de cariño, me pregunto:
– ¿Le puedo servir en algo? -, por su actitud sumisa, supe que se estaba acostumbrando a su nuevo estado.
-Cuando termine, quiero que me limpies-, le respondí.
No esperó a que terminara, e introdujo en su boca mi sexo, de tal forma que tuvo que beberse los últimos restos de mi orín, antes de proceder a dejarlo inmaculado. Era una maestra, después de asearlo con su lengua, se concentró en mis testículos, lamiéndolos y mordisqueándolos. Mi reacción no se hizo esperar, poco a poco fue creciendo en mi interior la calentura, mientras mi cuerpo reaccionaba bombeando sangre hacia mi pene. En su cara, pude observar la satisfacción de mujer, que ha conseguido excitar a un hombre.
-Cierra la puerta-, le ordené.
Una vez que me había obedecido, me senté con las piernas abiertas, para facilitar mas sus maniobras. Se arrodilló en frente de mi, y volvió a meterse mi miembro, en su boca.
-Mastúrbate, tú, tambien- dije.
No se lo esperaba, ya que tenía prohibido obtener placer. Como una loca comenzó a frotarse su clítoris, mientras no dejaba de incrementar el ritmo de la mamada. Llevaba mucho tiempo siendo usada, excitada y controlada, por lo que al dejar salir toda sus emociones, se corrió en seguida. La suya fue una corrida silenciosa, no se atrevía a gemir, para no despertar a su hija. De sus ojos, salieron unas lágrimas de agradecimiento, mientras de su cueva manaban litros de flujo, que recorrían sus muslos. La obligué a levantarse, y a montarse encima de mi. Mi sexo la empaló con facilidad, y sus pechos quedaron a mi merced. Estaban firmes, acerqué mi boca a ellos, un suspiro surgió de su garganta, cuando sintió mi lengua jugar con sus pezones. Su movimiento que empezó siendo suave vaiven, se convirtió en el de un tren a punto de descarrilar. Fuera de si, clavó sus uñas en mi espalda, coincidiendo con su segundo orgasmo. El dolor que sentí, la humedad de su entrepierna, pero sobretodo el morbo de estármela tirando contra la voluntad de Lucia, hicieron el resto, como un volcan exploté, mientras con mis dientes mordía su cuello.
Un sabor dulce inundó mi boca, donde esperaba ver las marcas de mi mordisco, habia una pequeña herida de la que manaba sangre. Como un poseso, empecé a beberla, mientras ella, se deshacía en placer. Era una sensación nueva, jamás la había probado, pero su sabor, me gusto tanto que no pare de sorberla hasta que paró de salir.
-Gracias-, me dijo, quitándose de mis piernas, y volviendo a ocupar su puesto, a cuatro patas, a mi lado,-¡Por favor!, no se lo digas a Lucia, ¡me mataría!-. Todo en ella, denotaba preocupación, con su cabeza gacha mirando al suelo, estaba implorándome ayuda. Decidí aprovecharlo.
-De acuerdo, pero desde hoy, eres de mi propiedad, obedece a Lucia, siempre excepto si yo digo lo contrario-, le contesté. Al oirlo, levantó su cabeza, y en su mirada supe que lo haría.
Salí del baño, Lucia dormía ajena a lo sucedido. Estuve a punto de despertarla, para continuar con mi noche loca, pero prudentemente decidí no hacerlo, no fuera a imaginar que esa noche era el segundo plato. Relajado, me dormí en seguida.
Me despertó la alarma del reloj de la mesilla. Cansado por las pocas horas dormidas, me levanté de mal humor, tras una ducha rapida, salí de la habitación. Al llegar a la cocina, el olor a café recién hecho me relajó, pero sobretodo la escena con la que me encontré.
Lucia estaba desayunando, desnuda mientras su madre postrada a sus pies, le hacía la manicura. Al verme, me saludo, preguntándome que tal había descansado. –Bien, es fácil, acostumbrarse a lo bueno-, le contesté mientras le acariciaba un pecho, – y tu, eres lo mejor-. No hay cosa mejor, para una mujer que levantarse con un piropo, y ella no era la excepción.
-Gracias-, me contestó.
Divertido, pensé que en menos de cinco horas dos mujeres me habían dado las gracias, eso sí, por motivos muy diferentes. El resto del desayuno, fue rutinario. Después de preguntarme que iba a hacer ese día, me comentó que ella se iba de compras y después a comer con su amiga Patricia. Como no me sonaba, me explicó que era la muchacha con la que habíamos cenado cuando nos conocimos. –La morena de ojos verdes-, recordé. Algo en mi mirada, la enfadó.
-Que ni se te ocurra, tenemos un acuerdo, durante un año eres mío-, me espetó, celosa e indignada.
Como no tenía ganas de discutir, salí de la casa, cabreado, sin mediar mas palabras. Me estaba cansando de sus celos y de su dominación. Yo no era su esclavo y se lo iba a demostrar.
La propia actividad del día, los problemas de los clientes, y los pesados de mis socios, con sus interminables comités, terminaron por hacerme olvidar lo sucedido. Solo en el trayecto de vuelta, pude empezar a maquinar mi respuesta. -Lucia es una muchacha resentida, bellísima, pero resentida-, pensé, -el haber perdido a su padre, le ha marcado para siempre. Su necesidad de dominio, no es mas que un reflejo de esa necesidad de autoridad paterna-. Si necesitaba autoridad la iba a tener.
Convencido de mis pasos a seguir llegue a la casa. Lucia estaba sentada en el sofá de la sala, el mismo en el que habíamos tenido nuestro primer acercamiento, hablando tranquilamente con su amiga.
-Hola, cariño-, dije mientras me sentaba a su lado y le daba un beso, -Tráeme un whisky que llego cansado-. No se lo estaba pidiendo, se lo estaba ordenando. En su cara se reflejó el disgusto, pero no quiso montarla enfrente de la gente, y a regañadientes se levantó a servírmelo.
-Ah, y de paso, unas aceitunas. No te preocupes que mientras tanto, yo entretengo a Patricia-, mi alusión a lo sucedido en la mañana, fue como si un rayo la partiera en dos. Estaba jugando con ella, y lo sabía.
Mi conversación con su amiga divagó sobre temas triviales, pero el volumen de mi voz, parecía que estuviéramos hablando de temas íntimos. No dejaba de observarnos mientras localizaba la lata, y me servía la copa, por la tirantez de sus movimientos, supuse que se estaba enfadando . Yo, por mi parte, estaba disfrutando.
-Aquí lo tienes-, dijo al volver con la bebida, tratando de aparentar ser una novia cariñosa-.
-Ves, Patricia, me ha tocado la lotería, quien iba a suponer que iba a ser una mujercita de su casa-, y dirigiéndome a ella,-pero siéntate en mis piernas, al final de cuentas, es como de la familia. Que no te dé vergüenza-.
-Pedro, Patricia me acaba de comentar que se tenía que ir, la acompaño a la puerta y vuelvo a tus brazos-, me respondió con una sonrisa. Su amiga, percibiendo que algo pasaba, cortésmente cogiendo el bolso se despidió de ambos.

-No hace falta que me acompañes, quédate con él, que no le has visto en todo el día-, dijo saliendo de la habitación.

El silencio se apodero del salón, espero a que el ruido de la puerta al cerrarse, lo rompiera para estallar en cólera.
-Pero tu quien te crees-, me gritó, a la vez que intentaba abofetearme. Como era algo que tenía previsto, le sujeté la mano con fuerza, impidiendo sus movimientos.
-Tu pareja, al menos durante un año, si no te comportas como una buena mujer, tendré que enseñarte-, le contesté, mientras la ponía en mis rodillas, boca abajo y empezaba a darle unos azotes, los mismos que su padre podría haberle dado. Me gritaba que la soltase, pero lejos de parar, sus gritos eran un acicate para mí, cuanto mas berreaba, mas fuerte le pegaba. Tras unos minutos de castigo, su rebeldía había desaparecido, solo sus llantos respondían al sonido de mis manos al castigar sus nalgas. Cansado, por el esfuerzo, la solté.
-Tienes suerte, que no esté tu madre, sino ella, también me hubiera ayudado-
Se levantó y corriendo se encerró en el baño. A través de la puerta, se oían sus sollozos, cansado de ellos, puse la televisión con la esperanza de no escucharlos. En ese momento, llegó Flavia.
Su hija la había mandado a por la compra. Nada mas entrar, se despojó de su vestido, dejando solo el collar que mostraba su estatus. Al ver que no estaba su hija, se relajó, y acercándose a mi, andando, me preguntó que donde estaba. Como única respuesta obtuvo el mismo castigo que su hija, una tunda de azotes. Sus gritos, hicieron que Lucia saliera del baño, preguntándome la razón del correctivo.
-Se ha atrevido a andar como un humano, no a reptar como la serpiente que es-, le respondí.
Lejos de enfadarse, sacó una fusta de un cajón, y comenzó a ayudarme. Mientras, yo la sujetaba, ella con saña la castigaba. Sus palabras fueron bálsamo para mi:
-Pedro es tu amo, le mereces respeto-
La situación me había puesto cachondo, y retirando a su madre me levanté, abrazándola, la besé. Mis manos torpemente intentaron, liberar sus pechos de la prisión, a la que le tenían sometida la camisa y el sujetador. Lucia no podía esperar y rasgando su camisa, los libró de sus ataduras. Imitándola, la despojé de su falda, de sus bragas, dejándola desnuda. No tuve tiempo, de llevarla a la cama, alzándola, la deposité sobre la mesa del comedor. Sus piernas se abrieron, deseosas de recibirme en su interior. Su gruta brillaba por la excitación, de un golpe me introduje dentro de ella. Gritó de placer, cuando coloqué sus piernas en mis hombros, prosiguiendo con mis acometidas. La posición permitía que toda mi extensión fuera absorbida por su sexo y que mis testículos como en un frontón rebotaran contra ella. Su respiración entrecortada, el sudor que le corría por sus pechos, descubrían a mis ojos su excitación. Flavia no pudo soportar la calentura y con ansia desesperada empezó a masturbarse. –Tendré que aplicarla un correctivo-, pensé, mientras mordía la pantorilla de la muchacha, clavándole los dientes en su carne joven. Su grito coincidió con mi primera eyaculación, usando sus pechos como sujeción, proseguí en mi cabalgada, mezclándose su flujo con el torrente que salía de mi pene. Sus movimientos se aceleraron, sus músculos pélvicos se contraían rítmicamente. Me estaba, literalmente, ordeñando. Exhausto, caí encima de ella, coincidiendo con su propio climax, el cual prolongué castigando con mis caricias su botón del placer.
Era mía, todavía no era consciente pero lo era. Había aceptado mi autoridad, y yo iba a ejercerla.

Relato erótico: “Gracias al padre 4, estuve con la hija y sus amigas” (POR GOLFO)

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Nuestra relación mejoraba, día a día. La mujer, joven e inexperta, se había convertido en una Diosa. Mi vida adquirió sentido. Con ella, no existía la monotonía ni el hastío. Decididos a seguir juntos, tomamos posesión del dinero, que había robado su padre, y como habíamos acordado nos lo repartimos a partes iguales.
En cambio en menos de tres meses, nos habíamos aburrido de su madre, ya no nos divertía la sumisa en que se había convertido, era mas un estorbo que un entretenimiento, por lo que Lucia me pidió que le consiguiéramos una jubilación de lujo. Como buen yerno, que soy, se la conseguí, se la vendí a un socio por 500.000 euros. Lo mas gracioso del asunto, es que, Juan, quizás uno de los economistas mas brillantes que conozco, resultó ser un pésimo amo, y en menos de 15 días, ya bebía en los zapatos de Flavia.
Así fueron pasando los meses, Lucia y yo, yo y Lucia, pareja, amantes, dominantes o dominados pero felices, cuando ya creíamos que no podía existir algo mejor, ocurrió lo que a continuación os relato:

Ese día me desperté temprano, mi novia estaba acostada a mi lado, con la cabeza recostada sobre mi pecho. La tersura de su piel me enloquecía, no fue un acto voluntario pero al mover mi brazo, oí su suspiro. Como si fuera el banderazo de salida, con la yema de mis dedos, empecé a dibujar círculos en su espalda, hasta llegar a sus nalgas. El sentir mis caricias, provocó que se estremeciera, pegando mas su cuerpo en el mio, lo que me permitió recorrer la costura de su tanga, la hendidura de sus glúteos, y disfrutar con la rugosa piel de su agujero. Su suspiro se convirtió en gemido. Retiré mi mano, y llevándola a mi boca, ensalivé mis dedos. La humedad de mi saliva entró en contacto con su piel. Abrió los ojos, y sin mediar palabra, se puso de rodillas, con la cabeza en la almohada, dejando su culo expuesto a mis caricias.
Con mis manos, separé sus nalgas, teniendo cuidado que nada, ni siquiera su tanga, entorpeciera mis intenciones. Colocando mi lengua al principio de su espalda, fui bajando lentamente hacia el canalillo de su trasero, dejando tras de mi un rastro brillante. Al acercarme a su ano, me invadió el olor penetrante de hembra insatisfecha que necesita ser llenada. Con la punta recorrí las arrugas oscuras de mi destino, Lucia involuntariamente lo izó mas, dejando me entrever como se contraía al ritmo de mis caricias. Su mano descendió hasta su sexo, y con ansia castigaba su montecito del placer. Ver su calentura, me excitó. Escupí en su agujero, y con la lengua lo repartí, sin dejar pliegue, ni rugosidad, sin su dosis.
-Por favor-, me suplicó. Sabia lo que necesitaba, pero iba a hacerla sufrir un poco más. Sacando del cajón, un bote de aceite, derramé una gotas sobre su cuerpo, lo suficiente para que con mis dedos, aflojara su tensión. Mi anular tomó posesión dentro de ella, con desplazamientos laterales, de forma que su esfínter se relajó. Estaba preparada.
Apoyé mi pene en su entrada, sin forzarla. Tras unos instantes quieto, lo moví a lo largo de su canalillo, recorriendo su vulva hasta llegar a su clítoris. Ella protestó, queria que la tomara por detrás. Moviendo su cadera, intentaba introducírsela, pero yo no la dejaba. Me apiadé de ella poniéndola en la abertura de su anillo. –No te muevas-, le pedí. Ella me obedeció, quedándose quieta. Lentamente fui forzando su entrada, abriendo su pliegues, hasta que la cabeza de mi verga, entró totalmente en su interior.
-Ahora échate hacia atrás, para que sientas como te penetra-, dije. Obedientemente movió su cuerpo, introduciéndose toda mi extensión. No fue un movimiento continuo sino que con breves envites, centímetro a centímetro, rugosidad a rugosidad, fue absorbiéndome en su oculto tesoro. El dolor se mezclaba con el placer, ni una queja salió de sus labios, mientras se empalaba. Cerró los ojos al sentirla plenamente, mis huevos habían chocado, ya, contra sus nalgas. Experta, esperó unos momentos, para que su esfínter se acostumbrara a su castigo. Con suaves movimientos circulares me demostró que podía empezar, por lo que con un leve bombeo comencé a moverme. Poco a poco, fui aumentando la velocidad.
-Mas fuerte-, me exigió. Aceleré mis arremetidas, a la vez que con mis manos abiertas marcaba el ritmo con azotes en sus nalgas. –Me encanta-, gritaba al sentir como la vara de su hombre, se regocijaba en su interior. Mientras con una mano seguía castigando su clítoris, con la otra estrujaba mis testículos. Del interior de su vulva, emergía un manantial de caliente flujo, que se mezclaba con el aceite.
Era una pasada, verla moverse al ritmo de mis caricias. En su espalda, una gota de sudor bajaba por su columna, pero volvía a subir con mis embistes. Parecía jugar con nosotros, en un trío involuntario. Sus gemidos y la humedad de su cuerpo, aumentaron mi calentura. Previendo su climax, agarré su cuello con las dos manos, impidiéndole la respiración. Lucia no se preocupó por mi estrangulación, sabia que la necesidad de aire que sentía, aumentaría su placer. Sus brazos cedieron, de forma que mi cuerpo se clavó mas profundamente, mientras que su cadera se estremecía, y todo su cuerpo entraba en ebullición. En la palma de mis manos, latían sus venas hinchadas por la presión que ejercía. No aguantando mas, se desplomó en espasmos de placer. La solté, pero sin compasión proseguí con mi tarea, hasta que sentí como me derretía en su interior.
Exhausto y satisfecho, me quedé abrazado a ella, sintiendo como mi sexo, perdía poco a poco su dureza, dejando salir el rastro lechoso de mi placer. Estuvimos en esa posición unos minutos, hasta que el despertador rompió el encanto del momento.
Fui el primero en levantarme, tras una ducha rápida y un café con leche, cogí mi coche en dirección a mi trabajo. En la radio no había mas que noticias desastrosas, atentados, terremotos y las típicas peleas del gobierno con la oposición. Decidí apagarla, mi despertar había sido perfecto y no quería estropearme el día con cosas que no me afectaban.
La oficina me agobiaba, gracias al padre de Lucia, era rico, pero como era un dinero ilícito, tenía que seguir con la pantomima del trabajo honrado. Sería sospechoso, el dejar de trabajar en el momento de irme a vivir con la hija de un ladrón. Dediqué gran parte del tiempo a gestionar “nuestra herencia”, -La gente no sabe, lo que tiene que trabajar un rico, para ser aún más rico-, pensé, disfrutando, cuando verifiqué los impresionantes réditos, que me estaban dando las inversiones de la compañía que habíamos fundado en un paraíso fiscal.
Eran las dos de la tarde, cuando me llamó Lucia para avisarme, que esa noche, venía a cenar Patricia, su amiga. Resulta que tenía graves dificultades económicas, su socia y ella estaban a punto de ser embargadas por una compañía a la que debían dinero. Querían mi consejo y mi ayuda, ya que mi novia les había contado lo experto que era en temas financieros.
-No te preocupes, veré lo que puedo hacer, pero dile que venga también su amiga, para que nos den una visión global del problema-, le contesté.
Mi plan había resultado, durante los últimos tres meses, había estado comprando en el mercado, la deuda de ellas, pero como era lento, les di un empujoncito por medio de una compra masiva desde una empresa, que a la semana quebró. Por supuesto, la empresa quebrada era mía.
Decidí que esa tarde, saldría temprano, ya que tenía que explicar, a Lucia, el plan. Pero antes de salir de la oficina, la llamé. No quería llegar a casa y encontrarme con la sorpresa de que se había ido otra vez de compras, cosa que se había habituado a hacer con demasiada frecuencia.
La encontré enfrente del ordenador. Por lo visto, estaba buscando en internet, mansiones en las islas Caiman, para cuando nos fuéramos de España. Me enseñó la que le había gustado. Una verdadera exageración con 10 dormitorios, una barbaridad de terreno, piscina, padel, frontón, es decir un palacio. Estaba tan entusiasmada, que tuve que pedirle que se callara por que quería decirle algo importante.
-¡Nos han descubierto!-, me dijo totalmente asustada,-¡Dime la verdad!.
-No, tonta, es algo bueno-, mi respuesta le tranquilizó, por lo que con una sonrisa, me pidió que le explicara entonces que era eso tan importante.
Tomé un breve respiro, antes de empezar a hablar.
-Últimamente, te has quejado de no tener nadie de servicio. ¿Te gustaría educar a dos nuevas perras?, de 24 y 28 años, morenas, buenas tetas, y dos magníficos culos, que azotar-, le solté a bocajarro.
Se quedó con la boca abierta, aunque habíamos hablado de ello, no se lo esperaba. Tras unos momentos, empezó a sospechar.
-¿Quién son las candidatas?-, me preguntó.
-Patricia y su socia-, dejé caer como quien da la hora, sin darle la mínima importancia.
-¡Estas completamente loco!, son un par de estrechas, que están esperando a su príncipe azul-, dijo totalmente alterada, pero por el brillo de sus ojos, supe al instante que no le desagradaba la idea.
-Pues si tu quieres, a partir de esta noche, tendrán su rey y su reina-, le contesté, explicándole acto seguido que las teníamos en nuestras manos, o mejor dicho que sus cuellos estaban bajo nuestras botas, y que en cualquier momento podíamos apretar y asfixiarlas.
No se podía creer que hubieran sido tan bobas, y menos que yo hubiera ardido un plan, tan maquiavélico, que les hizo cavar su propia tumba.
-¡Eres un hijo de puta!, pero, ¡ me encanta!, ya que tu has diseñado la primera parte del plan, déjame que yo sea quien ejecute la segunda-
No tuve nada que objetar, era justo, y menos cuando sentí que me bajaba la bragueta y me empezaba a hacer una mamada. La sensación de poder, la había excitado. Separándola de mi, le indiqué:
-Guarda fuerzas, para esta noche. Si todo sale bien, vamos a estar muy atareados-.
Eran la 8:30 de la noche, quedaba una hora para que llegaran nuestras presas, por lo que nos fuimos a preparar la encerrona. Lucia se vistió para la ocasión. Cuando la vi salir, me quedé alucinado, llevaba puesto un vestido negro de cuero, que mas que tapar enseñaba, totalmente pegado, de forma que sus nalgas y su pechos resaltaban en su figura.
-¿Y eso?, le pregunté.
-Lo tenía preparado para una ocasión especial-, me contestó muerta de risa.
Como ella iba a ir de negro, en plan Madam Fatal, no quise quitarle protagonismo, por lo que me vestí de blanco, en plan moda ibicenca, con una camisa de lino y unos pantalones de pintor. No me había terminado de atar los cordones, cuando sonó el timbre.-Alea jacta es-, la suerte esta echada, pensé parafraseando a Julio Cesar, el conquistó un imperio, yo estaba formándome un haren.
Cuando llegué al salón, estaban conversando animadamente con mi novia. Patricia e Isabel se levantaron a saludarme, lo que me permitió observar sus cuerpos. La primera, delgada, menuda, una joven morena que parecía que no había roto un plato, de pechos pequeños pero apetecibles, en cambio su socia, era un mujerón, mas de un metro ochenta de lujuria, el pelo rizado, y dos espectaculares melones que serían la delicia de cualquier hombre, todo ello enmarcado en un cuerpo espectacular. Encima de la mesa, había dos carpetas con toda la documentación, que tenía que estudiar, por lo que tras las corteses presentaciones, me excusé y cogiendo todos los papeles me dirigí hacia mi despacho.
Conocía el contenido del 90% de los documentos, pero como tenía que hacer tiempo, me serví un whisky, mientras ojeaba las fotocopias de la empresa. Realmente, estas dos mujeres eran tontas, como dicen en México “las nalgas están peleadas con el cerebro”, desesperadas por su situación habían falseados sus balances, de forma que no solo las iban a embargar, sino que iban a pasarse una buena temporada en la carcel. Al pedir su último préstamo, en poder de mi empresa, se habían inventado unas partidas inexistentes, y para colmo, se les ocurrió poner como aval al padre de Patricia, que llevaba muerto seis años. Era un fraude de lo mas burdo, seis añitos en la trena, calculé.
Era bastante mejor, de lo que suponía, por lo que con la excusa de que quería otra copa, llamé a Lucia, explicándole las novedades, que ya no eran problemas económicos sino penales.
-Dame media hora-, me pidió.
Era su turno, tenía que preparar el terreno, por lo que me puse a leer una revista, para pasar el rato. Pero era imposible, no me podía concentrar en los artículos, no dejaba de especular en los tres bombones, que tenía a 10 metros de mi puerta, en como serían en la cama, y en el uso que les iba a dar. Los minutos transcurrían con una lentitud exasperante, parecía que el reloj no funcionaba, tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano, para quedarme sentado en la silla y no salir corriendo hacia mi futuro.
-Ya no puedo mas, no me importa que solo hayan pasado 20 minutos-, pensé, mientras recogía las carpetas y salía con aire preocupado a reunirme con la mujeres.
Al verme entrar tan serio, en la habitación, Patricia me preguntó:
-Tan mal, estamos-, en su voz noté que había bebido, sobre la mesa estaban dos botellas de vino, vacías y otra a medio terminar, Lucia les había dado de beber, para bajar sus defensas.
-Peor-, le contesté,- tenéis un 90% de posibilidades de terminar en la cárcel-.
-¡No puede ser!-, saltó Isabel,-nuestro asesor nos ha dicho que, como máximo, nos embargan-, su tono de voz se oía francamente preocupado, en su interior debía de saber que yo tenía razón.
-Seguro que no sabe, que el padre de Patricia está muerto, habéis suplantado su personalidad, con el objeto de engañar al banco. Eso es delito, y se paga con 15 años de cárcel-, exageré, pero nos venia bien. Las dos muchachas se desmoronaron, Patricia llorando, se refugió en brazos de Lucia, que la estaba esperando. Con delicadeza, acarició su cabeza, tratando de tranquilizarla.
Durante unos minutos, las dejamos llorando, para que se fueran hundiendo mas en su propia miseria. Isabel, estaba sola, nadie la estaba animando. Desesperada, se lanzó a mis brazos en busca de consuelo.
Mi novia, al ver que me abrazaba, se levantó de su asiento, y cogiéndola de los pelos, le gritó:
-No te parece bastante, lo que has hecho a mi amiga, que ahora, ¡quieres quitarme el hombre!-, a la vez que empezaba a pegarla, a insultarla, echándole la culpa de la desgracia de su amiga haciéndola sentir mas cucaracha, de lo que ya se sentía. Esperé unos momentos antes de intervenir, la violencia era un paso más en el derribo de sus defensas.
Separé a las dos mujeres, pidiéndolas tranquilidad, Lucia no quiso quedarse quieta, todo lo contrario, y dirigiéndose adonde estaba Patricia, le dio un sonoro bofetón, que le hizo caerse de espaldas.
-¡Eres imbécil, ¡no esperes que te vaya a visitar a la cárcel!, ¡ojalá!, ¡te encuentres con una bollera que te viole todas las noches!, dijo maldiciéndola, mientras la muchacha caída en el suelo, no paraba de llorar.
La cosa evolucionaba, mejor que lo que me hubiera podido imaginar, Lucia era toda una actriz, merecía una oscar por su actuación, echándose a mis brazos llorando me imploró:
-Pedro, ¡no lo puedes permitir!, no te lo he contado nunca, pero aunque estoy enamorada de ti, amo a Patricia, no puedo soportar que alguien la toque, ¡ayúdala!, ¡por favor!-
-Zorra-, le grité, mientras la separaba de mí. Las dos socias pararon de llorar, para mirarnos, mi novia seguía abrazada a mis pies, pidiéndome que las ayudara, tan buena era en su papel, que hasta yo me lo estaba creyendo.
-Pedro, eres millonario, tu puedes ayudarlas-, en los ojos de nuestras dos víctimas brilló una leve esperanza, que quedó deshecha al oírme decir que jamás ayudaría a la amante lesbiana de mi mujer.
Patricia, trató de defenderse, diciendo que ella era heterosexual, que jamás había estado con ella, pero no la escuché, y saliendo de la habitación, las dejé solas.
No me había dado tiempo a servirme una copa, cuando Isabel entró en mi despacho, sabía que yo era su única salvación, y no la podía dejar escapar:
-¿En serio, podrías ayudarnos?, me preguntó.
-Podría, pero no quiero-, fue todo lo que oyó de contestación.
-¡Por Favor!, ayudanos, haría cualquier cosa para no ir a la cárcel-, estaba destrozada.
-¿Cualquier cosa?, ¡a ver si es verdad¡, le contesté, mientras liberaba a mi miembro, el cual debido a mi excitación estaba totalmente erécto. Estaba anodadada, nunca se hubiera imaginado que eso es lo que le iba a pedir a cambio de mi ayuda.
-¿Y Lucia?, en su cara se reflejaba el miedo que la tenía, estaba más preocupada por su reacción que por el hecho de hacerme una mamada.
-¿Quieres que te ayude?-, le dije, y ella asintiendo con la cabeza, me contestó. Estaba en mis manos y lo sabía, si quería librarse de ser enchironada, debía de obedecerme.
Sumisamente, se arrodilló frente a mí.Mi pene le quedaba a la altura de de su boca, sin mediar palabra abrió su labios, introduciéndoselo en la boca. No pudiendo soportar la vergüenza, cerró los ojos , suponiendo que el hecho de no ver disminuía disminuía la humillación de ser usada.
-Abre los ojos, quiero que veas, que es a mí, a quién chupas-, le exigí.
De sus ojos, dos lágrimas de ignominia brotaban, entretanto sus labios y su lengua se apoderaban de mi sexo. De mi interior salieron una gotas pre-seminales, las cuales fueron sin deseo, mecánicamente recogidas por su lengua. Era una puta, pero no la perra que yo quería, cabreado la separé de mí, jamás me había gustado, como las prostitutas me follaban, les faltaba pasión.
-Así, ¡No me vale!-, le solté, dejándola sola, en el despacho.
En el salón, Lucia me esperaba impaciente.
-¿Patricia?, pregunté, notando su ausencia.

-Se ha ido-, su cara parecía preocupada, su amiga se había sentido ofendida y se había largado enojada.
-No te preocupes, ya caerá-, y llamando a Isabel que en ese momento se reunía con nosotros, con la cara desencajada por haberme fallado, le pedí que se sentara en frente de nosotros.
Dejé que se acomodara en el sillón, antes de empezar a hablar:
-Mira zorrita, estáis en un buen lío, si no os ayudo, y que conste que solo lo haría por ella-, señalando a mi novia, que seguía con su actuación, gimiendo y llorando,-vais directamente a la cárcel. Salvaros, me costaría un dineral, por lo que quiero algo a cambio-.
La morena sintió la dureza de mi mirada, fuera lo que quisiera sería muy duro aceptarlo, pero mas aun negarse. Se sentía como si le persiguieran una jauría de perros, y de pronto se encontrara con un precipicio, y la única vía de escape era lanzarse al vacío. Sin pestañear, siquiera, esperó mi propuesta.
-Solo, os voy a hacer una oferta, la tomáis o la dejáis, no acepto negociación. Tenéis dos opciones, el trullo, durante quince años, o ser nuestras, en cuerpo y alma durante dos años-.
No era tonta, comprendió a la primera a lo que me refería, su mente luchó durante unos instantes, no iba a ser fácil, pero la otra alternativa era mucho peor. Levantando los ojos, y mirándome a la cara, respondió:
-¿Qué quieres que haga?-
-Baila-, le exigí, mientras ponía musica.
Se levantó de su asiento y empezó a bailar, siguiendo el ritmo pausado de la canción. Dos lagrimas surcaban sus mejillas, pero ninguna protesta surgió de su garganta.
-Ahora sin dejar de bailar, desnúdate-.
Su ropa empezó a caer al suelo, dejándonos ver la rotundidad de sus formas, duras horas de gimnasio habían modelado su cuerpo, y se notaba. Miré a Lucia, por el color de sus mejillas, supe que se estaba excitando. Solo, le quedaban el sujetador y las bragas para terminar, tras un breve titubeo, se despojó de estas dos prendas, quedando totalmente desnuda.
Me puse a su lado, y cual ganadero revisando un ejemplar, sopesé el peso de sus pechos, la forma de sus glúteos, la fortaleza de sus bíceps y de sus piernas. De lo que estaba tocando, lo que mas me gustaba eran sus negros pezones, pero había que reconocer que estaba buena la condenada. Me concentré su sexo, la total ausencia de pelo facilitó mi reconocimiento, separando sus labios, introduje mi dedo índice en su interior. Estaba claro, que no le estaba gustando mi examen, se mantenía seco, sin flujo. En cambio, al probar su sabor, me encantó. Tenía todas las características necesarias, para terminar siendo una buena yegua, sonreí satisfecho.
Quien si se había sentido afectada, fue Lucia. No me había dado cuenta, pero durante mi exploración había aprovechado a desnudarse, y desde el sofá en el que estaba sentada y señalando su vulva, le ordenó:
-Cómeme-.
Sin protestar, se arrodilló en la alfombra. Desde mi puesto de observación, pude apreciar como los labios de la vagina de mi novia brillaban por la excitación que sentía, como su dueña los separaba en espera de su lengua. Isabel, sin dejar de llorar, se disculpó, diciendo que no sabía, a lo que le contesté que solo tenía que hacer lo que le gustaba que le hicieran a ella.
Mas segura de si misma, introdujo toda su lengua en el agujero, y deslizándola lentamente hacia arriba, se apoderó de su clítoris. Lo envolvió con sus labios, quedándose, allí, chupando y succionando con suavidad. Lucia, al notarlo, dio un respingo, y sujetándole la cabeza, la obligó a profundizar en sus caricias. Por sus gemidos, supuse que lo estaba haciendo bien. Nunca había visto a ella, con otra mujer, esa visión me entusiasmo. Me sobraba la ropa, quería hacer uso de ese coño depilado, por lo que con celeridad, busqué quedarme desnudo.
Arrodillándome, me acerqué a Isabel por detrás, sus nalgas duras y morenas me esperaban. Puse mi pene en la entrada de su cueva, seguía seca. Pero ese, no era mi problema, por lo que usando mi saliva, lo humedecí y separando sus labios, la penetré hasta el fondo. Un grito de dolor y humillación salió de su garganta, parando en su labor. Lucia le exigió que continuara, y yo para afianzar la orden, azoté su trasero. Reinició con sus maniobras, a la vez que yo incrementaba mis acometidas. Poco a poco, mi sexo entraba y salía con menos dificultad, aunque no estuviera excitada, no podía evitar que su cuerpo se fuera relajando. Mi novia, por su parte, arqueó su cuerpo al recibir las sacudidas de su orgasmo y con el vaivén de sus caderas, intentó prolongar al máximo su placer. Necesitaba descargar urgentemente, mi calentura era brutal, puse mis manos en su hombros, y usándolos de anclaje, ferozmente introduje toda la extensión de mi vara, chocando contra la pared, de su vagina. La pobre muchacha gritaba de dolor, pero eso no me amilanó, sino por el contrario aumentó la temperatura de mi libido. Notando que se acercaba mi explosión, aceleré mis movimientos, descargando en sus entrañas, en placenteras andanadas, toda mi energía acumulada.
Cansado y saciado, me senté junto a Lucia. Isabel, derrotada y degradada, lloraba, tumbada en el suelo, asimilando su desgracia. Esperé unos minutos a que se calmara. Cuando consideré que ya era suficiente, le ordené que se vistiera, avisándola, que las esperaba, a las dos, mañana en la noche, o no había trato.
Lentamente, se vistió, su mente debía de estar cavilando como convencer a Patricia, de su destino común. Para ella, no había marcha atrás, o convencía a su socia, o se pudría en la cárcel. Caminó como una zombie, hacia la puerta, donde mi novia la esperaba, pero antes de irse dirigiéndome una mirada de odio, se despidió con un “hasta mañana”.
Con una carcajada, le dije a Lucia:
-Mi amor, tenemos un problema-
-¿Cuál?-.
-Tenemos que comprarnos una casa mas grande, en esta, ¡no cabemos los cuatro!-, le respondí, dándole una palmada en su culo.
 
 

Relato erótico:”Gracias al padre 5, estuve con la hija y sus amigas” (POR GOLFO)

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JEFAS PORTADA2Todo se había desencadenado, desde que Isabel se fue de mi casa, desesperada. Nunca en Sin títulosu vida había sido objeto de una degradación, así. Se sabía en mis manos, no había escapatoria, iba a ser mi esclava, y no podía evitarlo. Me tenía miedo, pero solo pensar en el ir a la cárcel, le aterrorizaba. Con este pensamiento, encendió su coche, dirigiéndose al apartamento de Patricia. Tenía que convencerle, que no había mas remedio que aceptar nuestra oferta. Eran amigas y socias, su destino era común, no podía dejarla en la estacada.

Vivía cerca, por lo que solo tardó cinco minutos, en llegar. Preocupada, tocó el timbre. Conocía el edificio, a la perfección, allí mismo habían decidido ser socias durante una cena. Desde que se conocieron, habían congeniado a la perfección, tenían los mismos intereses, los mismos ideales. Sabía que iba a ser difícil convencerla, tenía unos principios muy sólidos, y la oferta que tenían en la mesa, era todo lo contrario.
Al abrirle la puerta, toda la tensión y la humillación que había sufrido, hizo que se lanzara a sus brazos, en busca de consuelo. No había nada sexual en ello, Necesitaba cariño, apoyo. Durante unos minutos, se quedaron así, abrazadas. Isabel no podía hablar, por mucho que su socia le preguntara que es lo que había pasado. Se sentía hecha una piltrafa, no solo había sido follada, sino que le habíamos obligado a hacerle el sexo oral a Lucia. Era tal, su vergüenza, que era incapaz de contarlo.
Ya un poco mas calmada, se dejó llevar a la cocina.
-¿Quieres una tila?-, le preguntó Patricia, mientras le sentaba en una silla. No esperó su contestación, viendo que estaba hecha un mar de nervios, se la preparó en el micro. Como autómata empezó a bebérsela, mientras pensaba como abordar el problema.
-No nos van a ayudar-, afirmó su amiga. Había malinterpretado su desesperación, pensaba que era por tener que ir a la cárcel, y no porque su querida amiga y su novio la hubieran violado.
-No es eso-, le contestó, -Pedro ha prometido ayudarnos por con una condición-.
-¿Cuál?-,
Pensó unos momentos antes de contestar, su corazón le pedía contarle su angustia al ser penetrada contra su voluntad, su asco al sentir el sexo húmedo de Lucia en su boca, mi risa al despedirse, pero su mente se lo impidió:
-Pedro se hará cargo de nuestras deudas, si durante dos años nos convertimos en sus amantes-, le explicó quitando le hierro, a lo de ser sus esclavas sexuales.
-Amantes, ¿de quien?, ¿de Pedro?-, le contestó con un brillo en su mirada.
-De los dos, Lucia también participaría-.
-¡Habrás aceptado!-, le contestó con un deje de alegría en su voz. No se lo podía creer, lejos de rechazar la idea, le gustaba. Era una perra, mientras ella sufría la agresión, la había dejado sola, y encima, ahora , parecía encantada con la oferta. Todos estos años, haciéndose la mojigata, y resulta que era una puta.
-No, no les interesaba yo, sola, debíamos ser las dos quienes aceptáramos-, le contestó, cabreada.
 
-Llámalos y diles que aceptamos-, le dijo con una sonrisa. Hecha una furia, cogió el teléfono y me llamó.
Estaba dormido, cuando sonó mi teléfono, era Isabel que me pedía que fuera a casa de Patricia. Extrañado, le pregunté el motivo, solo me contestó que habían recapacitado y que querían hablar conmigo. Decidí, vestirme e ir a su encuentro, Lucia no se había enterado de nada, por lo que pasé de despertarla.
Nada mas colgar, llegaba Patricia con una botella de champagne y dos copas:
-Hay que celebrarlo-, venía exultante por su suerte. Fue la gota que colmo el vaso, Isabel sin poder refrenarse, se lanzó contra ella.
-¡Zorra!, no sabes por lo que me han hecho pasar-, le gritó, mientras de un bofetón la tiraba al suelo, -he sido usada, sometida, dominada, y tu entre tanto, en tu casa tranquilamente-.
-No sé, de que te quejas, en vez de pasarnos quince años en la sombra, vamos a ser amantes de una pareja, que además, está muy bien-, le contestó sin comprender, todavía el destino que les teníamos reservado.
-No seremos sus amantes, sino objetós de sus caprichos, meras esclavas-.
-Aun así, lo prefiero-.
-Entonces te voy a preparar-, le contestó Isabel, cogiéndola de los brazos, y llevándola a la habitación.
Era más fuerte que ella, en breves instantes, desgarró su ropa, dejándola desnuda. Su ira le impidió, siquiera oir sus quejas, hiciera lo que hiciera, sería menos cruel que lo que ella había soportado. El colmo fue sentir como Patricia, al defenderse le hincaba los dientes en su pantorrilla. La tumbó de espaldas en la cama, y sin piedad, empezó a azotarla.
Sus golpes, la hicieron llorar en un principio, pero rápidamente se transformaron en gemidos. “ A la muy zorra le gusta”, pensó asombrada, no solo no se oponía sino que para recibirlos mejor, había levantado su trasero, dándole un excelente objetivo a sus azotes. Su piel tenía un color rojizo, irritada por los golpes. Siguió con el castigo, pero algo en su interior estaba cambiando, notó como su rabia, se iba transformando en excitación. Tenerla a su merced, la ponía cachonda.
Consciente de ello, empezó a usarla, como ella había sido usada. Metió sus dedos en la cueva de su amiga, quien, fuera de control, abrió sus piernas para facilitar su maniobra, dejándola ver un sexo, poblado, y húmedo.
Isabel viendo que estaba como poseída, forzó su vulva, introduciéndole toda la mano en la vagina. Un grito de dolor salió de su garganta, el correctivo era demasiado doloroso, por lo que intentó zafarse, cerrando las piernas. “Pedro no había tenido clemencia conmigo”, pensó, “yo no tengo porque tenerla con ella”, por lo que llevando su mano al pecho de Patricia, torturó su pezón con un cruel pellizco. Volvió a gritar, pero su sufrimiento se trocó en placer, y mientras se retorcía disfrutando como una perra, su sexo empezó a segregar un manantial, que mojó el pantalón de Isabel.
En ese momento, toqué el timbre de la casa, lo que no le dio tiempo a castigarla por haberla empapado.
-Voy a abrir a Pedro, ¡ni se te ocurra moverte!, ¡quédate como estás, para que pueda ver, que tipo de puta, se va a follar esta noche!.
Al abrirme la puerta, pude intuir que algo había cambiado, sus mejillas estaban coloradas, producto del esfuerzo y de la excitación. Educadamente, me hizo pasar, sobre la mesa, estaba el champagne y las copas que Patricia había sacado para brindar. Sin preguntarle, abrí la botella, y sirviendo dos copas le pregunté:
-¿Qué es lo que tenemos que celebrar?-

-Nuestra completa sumisión a partir de mañana, pero con una única condición-, hizo una tregua antes de continuar. Mi expresión divertida le dio los ánimos, que le faltaban, para continuar,-esta noche, quiero ayudarte a seguir entrenando a Patricia-
Solté una carcajada, aceptando. Me picaba la curiosidad de lo que había ocurrido, por lo que me tuvo que relatar como se había sentido engañada, como la había castigado, y como había hecho uso de su coño, dejando para mi el culo, totalmente virgen. Satisfecho y cogiendo la botella, le repliqué:
-Vamos, no se nos vaya a enfriar -.
Entrando en la habitación, pude ver que la muchacha seguía en la misma posición que la había dejado. Sin mediar palabra, empecé a desnudarme, pidiéndole por gestos a Isabel, que hiciera lo propio. Mi alumna, no se hizo de rogar, quitándose toda la ropa. Al quitarse las bragas, me las tiró, diciéndome que tocara lo mojadas que estaban.
Acto seguido, levantó a Patricia, tirándola de los pelos. Ya erguida, empezó a mostrarme al ganado.
-Pedro, como puedes ver, esta zorrita tiene unos buenos pezones, que le encanta que se los pellizque así-, me dijo mientras los torturaba sin piedad. Patricia respondió a su tortura con un gemido, que no supe definir si era de dolor o de deseo,- su coño es vulgar, no está depilado, pero eso se puede arreglar, pero en cambio su culo es espectacular, está un poco rojo, pero es por que te lo he preparado, así-, dijo soltándole un tremendo azote, que hizo que se cayera en la cama.
-Siéntate en el sofá, con la piernas abiertas-, pedí a Isabel, y cogiendo a la zorrita, le puse su cara en el sexo de mi asistente. Como una loca, se apoderó del clítoris, y separando sus labios, mordisqueó suavemente el monte de placer, mientras que con sus manos acariciaba los pechos de su dueña. Esta, lejos de ser la frígida de antes, se la notaba cercana al orgasmo, y apretándole la cabeza, le grito: -¡Hasta dentro!¡Quiero sentir como me chupas!.
Me arrodillé detrás de la muchacha, y abriéndole las nalgas, observé su culito virgen, rosado y prieto que no había sido usado en su vida. Al sentir mis maniobras, paró, pero con un fuerte golpe, le obligué a que continuara con su mamada, lo que provocó la explosión de goce de la morena.
“Es un desperdicio, que nadie haya usado este culo”, medité y agarrando la botella, le introduje de golpe el cuello de la misma. Gritó de dolor, al sentir como se desgarraba su esfínter, y un fino riachuelo de sangre recorría sus mulos. Agitando la botella, el liquido a presión inundó sus entrañas, mientras ella se corría con fuertes aullidos de placer.
-Coge la botella, sin sacarla, ¡No vayas a mancharnos!, y quítatela en el baño -, le ordené.
La muchacha dócilmente se levantó a cumplir mi orden, lo que me dejó el sexo de Isabel, solo para mí. Como tanto ella, como mi pene, estaban listos, de un golpe certero, se lo encaje dentro de su cueva. Su sexo estaba empapado, lo que facilitó mis movimientos. Desde el principio mi ritmo fue brutal, mis pelotas rebotaban contra ella, de la misma forma que la punta de mi lanza, hería la pared de su vagina. Apretándome con sus piernas, se corrió en bestiales sacudidas, arqueándose entera, y pidiéndome mas. No me hice esperar y con la respiración entrecortada, me derramé en su interior, regándola de mi simiente.
 
Exhausto, me desplomé sobre ella, mientras desde el baño, oíamos la detonación provocada por Patricia, al sacarse la botella de su ano.
                                                               
 
 
 

Relato erótico: “Tabah, dulce venganza” (POR SIBARITA)

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Acababa de completar una de mis viejas fantasías, en realidad debería decir que había terminado con una de mis más viejas e irracionales fobias, me había acostado con un negro, con uno de verdad, un africano del Senegal, y no precisamente de los bellísimos que abundan en aquel País. Tampoco es cierto que fuera el primero de mi vida, ese “honor” lo había tenido Lucien, en Costa de Marfil, que durante meses me había estado follando, aprovechando mi estado de semi-inconsciencia provocado por la medicación que estaba tomando.

Todo había comenzado la noche que fuimos a una fiesta en el Hotel Ivoire, había bebido dos o tres copas y me sentía animada como para no parar de bailar, así que serían aproximadamente las dos de la madrugada, cuando decidimos regresar a casa. Habíamos dejado  nuestro hijo a los cuidados del Boy Lucien, que dormiría en la cama gemela del cuarto de mi hijo, y allí entré nada mas llegar, pero sin acordarme de la presencia del Boy, de modo que entré quitándome el vestido de fiesta, bajo el cual tan solo llevaba una braguita. El espectáculo para Lucien fue apoteósico, estaba despierto o quizás se despertó por mi entrada, pero el caso es que estaba ante él vestida tan solo con mi braguita. Me miró fijamente y sus ojos no dejaron ni un centímetro de mi piel sin recorrer, sentí aquella mirada como si se tratase de algo físico, me di cuenta de que mis pezones se habían erizado, y que bajo la sabana que cubría a Lucien, se había formado una enorme “tienda de campaña”.

Di un beso a mi hijo dormido, y salí de la habitación sintiendo una extraña sensación de intenso calor por todo el cuerpo, quise fumar y busqué mi bolso sin encontrarlo, lo había olvidado en alguna parte, ya fuera en el coche o en el Hotel Ivoire, así es que Carlos, mi marido, descendió al estacionamiento, regresó enseguida, en el coche no estaba, de modo que regresaría al hotel para buscarlo.

No hizo más que salir del apartamento y yo nuevamente comencé a sentirme extraña, a transpirar por todos los poros. Quitándome la braga entré en el cuarto de baño, la ducha era tentadora, así es que me metí bajo ella y abrí los grifos para dejar que el agua tibia me inundase; froté mi cuerpo con mis manos y fue en ese momento cuando tomé consciencia de mí, mis pezones continuaban erguidos y había aumentado la dureza de mis pechos, los sentía muy sensibles y al tocarlos me estremecí como si hubiera sido un contacto sexual. De pronto me sentí cansada, pero quería esperar despierta el regreso de Carlos, me sequé y volví al salón envolviendo mi cuerpo con la toalla húmeda, tomé asiento sobre el sofá y comencé a leer una revista. No sé cuanto tiempo pasó, debí haberme quedado dormida, me despertó el oír como se abría la puerta del cuarto de mi hijo y un momento después Lucien hacía su entrada en el salón, de nuevo me miró fijamente, como si se tratase de un espejo, vi en sus ojos que estaba desnuda totalmente, ya que la toalla que debía cubrirme, había caído durante mi sueño.

No estaba asustada por su presencia y su silencio, me puse en pié cuando empezó a caminar hacia mí, ni cuando avanzó sus manos y las posó en mis pechos, empujándome hasta el sofá donde me hizo caer. No hubo besos ni caricias, simplemente se despojó del calzón que vestía, descubriendo una polla gigantesca que agarró con sus manos y la dirigió a mi sexo; extrañamente yo estaba completamente lubricada, de otro modo me hubiera destrozado, de un violento golpe de riñones me metió no menos de 30 cm, no paró de moverse buscando la penetración total, la más profunda; me hizo sentar sobre su verga inmensa, tiraba de mis caderas hacia abajo, me forzaba a descender mas cada vez, y en mi interior el placer llegaba en oleadas, en un momento mis piernas estaban apoyadas sobre sus hombros, y en esa posición me penetró de nuevo y provocó en mi un fuerte orgasmo que me hizo perder el conocimiento. Cuando recuperé los sentidos estaba sola y bañada en semen, sentí la llegada de mi marido y tuve el tiempo justo para entrar en el cuarto de baño y abrir los grifos de la ducha. Mientras me aseaba, mi mente daba vueltas a lo sucedido, sin lograr entenderlo, no lo había deseado, no le deseaba a él y, sin embargo como la cosa más normal del mundo, había aceptado su penetración, la había sentido y hasta había tenido un orgasmo de enorme intensidad. Nada de aquello era lógico ni tenía sentido.

Al día siguiente el comportamiento de Lucien era totalmente normal. Desayuné con Carlos y después de su marcha, me dirigí hacia el baño, como todos los días Lucien me había preparado el baño, la diferencia estaba en que al entrar le encontré allí y, con toda naturalidad me despojó de la bata de baño y dándome la mano, me ayudó a entrar en la bañera, me lavó con sus manos, me secó al salir, todo sin una palabra, sin un gesto hasta que una vez seca me condujo a la cama. Alrededor de ella había dispuesto multitud de velas encendidas, productos y formas extrañas llenaban el suelo de mi cuarto, el olor era denso, extraño, había dos hombres en mi cuarto, sus caras surcadas por grandes cicatrices como las de Lucien, una extraña melopea brotaba de sus labios al entrar nosotros en el cuarto, uno de aquellos hombres vino hacia mí y me tocó con la palma de sus manos, dejando sobre mi piel manchas blanquecinas, me penetró con una especie de falo de madera y sin sacarlo, me hizo tender sobre la cama. Frente a mi se encontraba Lucien, totalmente desnudo sujetaba entre sus manos la inmensa polla que ya conocía, la acercó a mi boca pero no cabía, por lo que fue mi lengua la que la recorrió entera, los dos hombres tomaron mis piernas y las levantaron hasta colocarlas sobre los hombros de Lucien que apenas si tuvo que hacer un leve movimiento para penetrarme; como ya había sucedido con antelación, no me cabía, y comenzó a dar violentas sacudidas, no me dolía, empezaba a doler, dolía horriblemente.

Sonaron varios disparos y abrí los ojos asustada, estaba acostada sobre el sofá en el salón de mi casa y tres hombres yacían en el suelo cubiertos de sangre, Lucien era uno de ellos, en la puerta estaba Carlos que recargaba su pistola y enfundándola se dirigía hacia mi para tomarme en brazos, detrás entraban los miembros de su escolta para ocuparse de los cadáveres.

Carlos había encontrado mi bolso olvidado en el coche, regresaba al apartamento cuando recibió el aviso de que alguien había entrado en el apartamento, su escolta localizó y detuvo a un cuarto hombre escondido, antes de que pudiera avisar a sus cómplices. Todo lo sucedido en el apartamento era una alucinación, como un mal sueño, me explicaba el Presidente, cuando al día siguiente vino a la casa a visitarnos, pero el aviso había sido verdaderamente providencial, su objetivo había sido violarme y dejar mi cadáver clavado sobre el muro, según supimos después.

Han pasado los años, quince, para ser exactos, y el mundo sigue dando vueltas. Me separé de Carlos, volví a Europa y recomencé mi profesión de actriz, vivo sola y trabajo en mi profesión, preparando una nueva película. Por exigencias del Director estoy en una discoteca en la que nadie me conoce. Como ejercicio, tengo que seducir a un hombre cualquiera, sin que llegue a saber que estoy interpretando, y de cómo lo haga, depende mi papel en la película, así que estoy dispuesta a todo para conseguirlo. Hay alguien en la sala que me llama la atención y al que inmediatamente elijo, se trata de un africano, negro, de unos treinta años, buen aspecto y muy atractivo, es lo ideal para que mi interpretación impacte. Bailo sola ante él, le miro fijamente,  le sonrío en muda invitación, hago que, como por descuido, el escote de mi vestido se abra mostrándole mi pecho, ante lo cual ya se decide a entrar en la pista e iniciar un lento baile mientras viene hacia mi. Varias piezas bailamos juntos antes de que se decidiera a tomarme en sus brazos, y cuando al fin se decidió, no parecía atreverse a pegarse a mi cuerpo; fui yo quien lo hice finalmente, pera sentir contra mi vientre la hinchazón de su sexo, y apoyar contra su torso el peso de mis pechos.

Al terminar la pieza musical me dirigí a mi mesa, tirando de su mano, nos sentamos muy cerca, tanto que nuestras piernas estaban en contacto y su mirada se perdía en mi escote. No se atrevía a avanzar, tenía miedo de que estallase un escándalo, y discreto me pidió de salir a dar un corto paseo por la terraza de la sala de baile, acepte pero al salir nos dirigimos hacia el lugar donde había estacionado mi coche

Montamos en él y nada más hacerlo nos fundimos en un estrecho abrazo, se unen nuestras bocas, las lenguas se confunden y se enlazan, desabrocha mi blusa descubriendo mis pechos, los toma entre sus manos, los amasa, desciende con su boca sobre ellos, los mordisquea, sus manos buscan mi sexo bajo la falda. Con su ayuda consigo quitarme la braguita, pero no tiene bastante, me denuda completamente, lo mismo que yo hago con él, para sentarme sobre sus piernas dándole la espalda, siento la fuerza y la dureza de su verga, ansiosa por penetrarme, me incorporo un poco, lo justo para que pueda colocarse y cuando inicio el descenso lentamente, sus manos presionan mis caderas, tirando se ellas hacia abajo, y me la clava violentamente hasta sentir el contacto de sus testículos. Tiene una fuerza increíble en los brazos, me levanta para clavarme nuevamente al tiempo que me habla en un susurro. – Soy hermano de Lucien, le recuerdas?. Intento incorporarme y no lo consigo, no consigo desprenderme de su verga y algo está sucediendo en mi interior, no solo no consigo salirme de su verga, sino que pareciera que ella crece por momentos, más larga, más gruesa, mucho más gruesa y pareciendo que tiene vida propia por la forma en que busca, y que acaba por encontrar. Ha dado con el punto G, algo que yo no creía existiera, y nada más hacer presión sobre él, me sobreviene un orgasmo brutal. El continúa bombeando incansable, mientras yo me retuerzo y los espasmos se suceden uno tras otro, ya no me quedan fuerzas para seguir peleando tratando inútilmente de sacar su polla de mi sexo, está clavada en mi hasta lo más profundo, sus manos aferradas a mis pechos mientras ríos de semen desbordan de mi vagina a medida que sus descargas se suceden.

Se detiene de pronto, sé lo que va a pasar y me horrorizo, con mis últimas fuerzas trato de evitarlo y no es posible, me levanta de nuevo y es para colocar su inmensa verga a la entrada de mi esfínter que traspasa de un golpe destrozándolo, ahora ya no es semen sino sangre lo que corre por mis piernas, mi garganta ya no puede emitir sonido alguno. Pierdo el sentido, y cuando lo recupero estoy en una cama de hospital, dolor, operaciones, interrogatorios policiales, han pasado los meses y por fin me decido a hacer una llamada, unas horas después suenan varios golpes en la puerta de mi habitación y entra Carlos.

No ha cambiado gran cosa, si acaso un poco más de barriga y arrugas más profundas, el mismo pelo fino y blanco que cubre su cabeza. Ahora usa gafas, es lógico, después de tantos años consumiendo Quinina, todo en él refleja a un hombre con más edad de la que tiene, 67  años, pero yo le conozco, soy la única perdona en el mundo que sabe lo que hay detrás de esa pantalla de hombre viejo y sin un solo amigo, y es que Carlos, mi exmarido, es uno de los seres más peligrosos de la tierra.

Hablamos poco, lo imprescindible, insisto en mi decisión, iré con él a Senegal y me servirá a Tabah sobre una bandeja. No hago preguntas, a partir de ese momento y con una simple llamada de su móvil, docenas de personas se ponen en movimiento, la caza ha comenzado .

Dakar primero, después Abidjaan y de allí a Assinie Mafia, al lado del templo Vudú y junto al cementerio en una pequeña cabaña y bien atado está Tabah, los ojos, desorbitados por el miedo, me miran cuando entro, tiembla cuando ordeno salir de la cabaña a los hombres que le guardan a vista, intenta resistir mi mirada cuando me planto ante él y desabrocho muy lentamente mi camisa, hago lo mismo con el pantalón y mi  ropa interior hasta quedar totalmente desnuda; después le desnudo a él enteramente, cortando su ropa con mi cuchillo. Está inquieto, pero al verme desnuda y verse de la misma guisa, se tranquiliza, a juzgar por su incipiente erección, le ayudo en ella tomando su sexo con mis manos, le masturbo y su verga no tarda en alcanzar sus máximas dimensiones, que pierde totalmente cuando mi mano izquierda apresa sus testículos, y con la derecha armada del cuchillo corto de un solo tajo su escroto y sus testículos. Su alarido es bestial, como lo fueron los míos tiempo atrás, sin que por ello cesase en sus torturas. A mi llamada acude uno de los hombres de Cesar, portando una antorcha en llamas, la tomo de sus manos y cauterizo con ella su herida, hasta lograr que el río de sangre que mana de su herida se detenga, después, le dejo inconsciente sobre el suelo, bajo la vigilancia de el hombre de Cesar.

Salí desnuda de la choza, cubierta tan solo por una capa de sangre seca y sin importarme las miradas, me dirigí a la que ocupaba con Cesar, me tenía un baño preparado, en el que me hizo entrar y con todo cuidado me lavó entera para, después de secarme cuidadosamente, me depositó sobre la cama. Me abracé a él con ansia y me hizo el amor con dulzura, tiernamente, como siempre lo habíamos hecho. 

Pasaron varios días y al tercero, me dirigí de nuevo a la cabaña que ocupaba Tabah, acompañada de un asiático viejo, venido de no sé donde. Tabah estaba en un estado lamentable, pero no le tuve lastima por eso, sobre el poste central de la cabaña quedó colgado de las muñecas, mientras el viejo abría el maletín que portaba, dentro había multitud de instrumentos extraños que fue sacando y depositando con cuidado sobre una mesa preparada al efecto. Ahora venía lo más difícil, el trabajo delicado. El viejo asiático se ocuparía de pelar literalmente a mi prisionero, sin por ello causarle la muerte; con esmero comenzó su trabajo, lento, seguro, a pesar de los gritos de dolor de Tabah. Había sangre, sí, pero mucho menos de lo que me había imaginado, y a cada momento que pasaba,  a cada jirón de piel que le quitaba, yo me sentía cada vez más excitada, mis pechos estaban duros como piedras, me dolían, mis pezones parecían querer traspasar la tela de mi camisa y sentía que mi vagina estaba chorreando. Abracé al viejo por la espalda y pareciera que él se lo esperaba, porque se dio la vuelta de inmediato y  en un momento estábamos rodando por el suelo, aunque se detuvo de inmediato y me hizo levantar para empujarme contra el cuerpo de Tabah, de cara a él, así me  penetró de un golpe, y a cada arremetida, mi cuerpo se pegaba mucho mas al cuerpo del cautivo, en un momento me quedé pegada literalmente a él, sintiendo su terror por lo que seguiría, y es comunidad me provocó el orgasmo más grande que jamás había tenido. 

Mas tarde, el viejo asiático terminó el trabajo encomendado, el cuerpo de Tabah fue lavado cuidadosamente. Aún desprovisto de piel tenía aspecto de hombre, pero eso dejaría de tener significado en un momento, lo justo para tomar de nuevo mi cuchillo y seccionar su pene por la base, para entregárselo a una vieja del poblado, su misión?, convertir aquel pingajo ensangrentado en un espléndido falo, en mi trofeo, el recuerdo permanente de mi venganza.

Finalizado su trabajo, vino a entregármelo, era impresionante verlo negro y bruñido, medía cerca de 60 cm por 8 de diámetro; la base había sido trabajada con esmero, creando una empuñadura adornada con corys incrustados, y por su rigidez, parecía estuviera hecho con madera de ébano.

 Con él en las manos me dirigí a la cabaña de Tabah, aquel sería el acto final, para el que todo estaba preparado, sin miramientos inserté el falo en su ano, propulsándolo con todas mis fuerzas y un tremendo alarido se escuchó en la noche, alarido que se cortó bruscamente cuando Tabah murió ensartado por su propio pene.

Días después, al llegar a Paris, tuve que pagar una cuantiosa suma en la Aduana, los impuestos exigidos por aquella joya que lucía radiante en su lecho de raso en una bella caja de madera.


Relato erótico: “Prostituto 9 La mamá contrata y su niña me folla” (POR GOLFO)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2
Si una profesión es propensa a las
sorpresas esa es la mía. Un prostituto tiene que estar preparado para todo tipo de situaciones raras y lo que es todavía más difícil, debe de saber salir airoso sin perder el prestigio entre sus clientas. Eso fue lo que me ocurrió una noche que Johana, mi madame, me había concertado una cita con un señora bien entrada en los cuarenta. Lo que en teoría iba a ser un trabajo fácil, se complicó de una manera tan extraña que si no llega a ser por mi experiencia acumulada, hubiera terminado metido en un embrollo familiar del que me sería complicado salir.
Había quedado con mi clienta en su casa. Según me había explicado mi jefa, íbamos a estar solos ya que el marido estaba de viaje por Europa y la hija estudiaba en Boston. Por eso cuando toqué el timbre de ese chalet, estaba convencido que iba a ser pura rutina. Unas copas, toqueteo y para terminar un par de polvos.  Tal y como había previsto, Samantha me abrió la puerta vestida únicamente con un atrevido picardías de encaje negro que dejaba poco espacio a la imaginación. Bajo la tela, esa mujer me mostraba impúdicamente los negros pezones que decoraban un buen par de tetas.
“No está mal” pensé al verla. Aunque entrada en años, mi clienta se mantenía en forma por lo que no me preocupó el hecho de excitarme. Sin ser la dama de mis sueños, en peores plazas había toreado y había salido victorioso.
Tras las típicas presentaciones, me hizo pasar al salón y allí, poniendo música, me preguntó si quería algo de beber.
-Lo que tú tomes está bien- contesté.
Sam, sonrió al escucharme y acercándose al bar, cogió dos vasos y sacando una botella de whisky, sirvió  un par de copas. Mientras mi anfitriona estaba ocupada con las bebidas, me puse a observarla. Era una mujer alta con dos buenos melones y aunque en su cintura se le notaban los años, no dejaba de tener un culo apetecible. Se percibía a simple vista que esa cuarentona hacía ejercicio, su cuerpo mantenía gran parte de la lozanía de su juventud, siendo sus piernas las mejores partes de su anatomía. Viéndola desenvolverse, estaba convencido que en la cama sería sencilla de satisfacer y por eso al llegar a mi lado, la cogí de la cintura y la saqué a bailar.
Siguiendo el guion que me había imaginado,  esa morena pegó su pubis a mi entrepierna y frotando su sexo contra el mío, ella sola se fue calentando al ritmo de la canción. Llevábamos abrazados menos de dos minutos, cuando noté que ya estaba lista para ser atacada y por eso deslizando los tirantes por sus hombros,  dejé al aire sus dos senos. Sam no pudo reprimir un gemido al sentir que bajando por su cuello, mi lengua se acercaba a sus pezones. Sé que hubiera podido comerme ese par de peras rápidamente y provocar que esa mujer me rogara que la tomara pero, como tenía una fama que conservar, decidí ir despacio. Si esa mujer confesaba a sus amigas que había pasado la mejor noche de su vida conmigo, eso incrementaría mi crédito entre las hembras pudientes de Nueva York.
Tomándome todo el tiempo del mundo, acaricié su trasero, alabando mientras tanto con dulces piropos alababa su belleza. La mezcla de mimos y lisonjas fueron incrementando su deseo, de forma que no tardé en percibir que, completamente mojada, Sam esperaba mi siguiente paso. Fue entonces cuando mordiendo suavemente sus pezones, empecé a mamar de las ubres con las que la naturaleza había dotado a mi clienta.
-¡Qué maravilla!- suspiró entregada por completo.
Forzando su lujuria a base de besos y lengüetazos, llevé a esa mujer a un estado de efervescencia que me permitió deslizar mi mano por su cuerpo y concentrándome en su entrepierna, empezar a masturbarla sin que pusiera ninguna objeción. Al comprobar que lo llevaba afeitado, sonreí pensando que con seguridad su marido debía de estar encantado con esas ingles desnudas, sin saber que a lo que su esposa se dedicaba cuando él estaba de viaje. Al separar sus labios y toquetear con mis dedos su clítoris, mi clienta se vio desbordada y sentándose en un sillón, separó sus rodillas y mostrándo su sexo, me pidió que se lo comiera.
No tuvo que insistir, despojándome de la camisa, me arrodillé a sus pies y cogiendo una  de sus piernas, comencé a besarla por el tobillo. Embebida por sus sensaciones, Sam posó su cabeza en el respaldo y cerrando sus ojos, se concentró en el lento trayecto de mi lengua. Poco a poco fui subiendo por su pantorrilla mientras con mis manos no dejaba de acariciar sus tetas. La lentitud de mis maniobras la fue conduciendo irremediablemente al orgasmo, de manera que todavía iba por mitad de su muslo cuando llegaron a mis oídos los primeros síntomas de su claudicación.
-Ahh- 
Sus gemidos iníciales se vieron incrementados  en volumen y frecuencia cuando llegando a mi meta, me apoderé del botón erecto de su sexo. Satisfecho al corroborar mis buenas maneras, mi lengua siguió jugando con su clítoris, a la vez que apretando con mis dedos uno de sus pezones, daba inicio a su anhelada rendición.
-¡Me encanta!- chilló al sentir la dulce tortura a la que la tenía sometida y llevando sus manos a mi pelo, forzó el contacto de mi boca presionando mi cabeza contra su pubis.
Acostumbrado a tener que lidiar con ese tipo de hembra, juzgué necesario subir otro peldaño y metiendo un dedo en su interior, volví a acrecentar su temperatura. Sam al advertir mis falanges violando su sexo, no pudo aguantarse más y convulsionando sobre el sofá se corrió sonoramente. Era tanto el placer que la dominaba que la cuarentona proclamó a voz en grito su orgasmo mientras un manantial de flujo manaba de su pubis. Yo por mi parte, que me había mantenido bastante tranquilo hasta entonces, al saborear en mi boca el néctar de esa morena no pude más que verme contagiado de su lujuria y absorbiendo como poseso el líquido de su sexo, prolongué su clímax hasta que totalmente agotada, me pidió que le diera tregua.
-Lo siento pero no puedo- le dije tomando un respiro –eres demasiado bella-
Mi enésimo piropo junto con la continuación de mi mamada, le hizo sollozar de gozo y con una sensualidad que solo una mujer experimentada es capaz de dotar a su voz, me dijo:
-Vamos a mi habitación-
Con ella semidesnuda y yo todavía casi completamente vestido, la acompañé por su mansión y subiendo por las escaleras, me llevó a una enorme estancia decorada con gran profusión.
“Menuda horterada”  pensé al ver que en mitad del cuarto había una cama King-size con dosel dorado.
Todavía estaba contemplando el mal gusto de esa mujer, cuando ella llamándome a su lado, empezó a desabrocharme la bragueta.  Sin darme tiempo a opinar, liberó mi miembro de su encierro y abriendo sus labios, se lo metió en la boca. Centímetro a centímetro, Sam fue embutiéndoselo en su interior hasta que con gran esfuerzo, lo hizo desaparecer en el fondo de su garganta.
“¡Qué bien mama la vieja” sentencié mentalmente al distinguir que había conseguido introducirse toda mi extensión y que sus labios envolvían la base de mi pene.
Excitado, disfruté de cómo esa morena metía y sacaba mi falo de su interior mientras con la lengua presionaba sobre mi piel. Era tal su maestría que logró que pareciera que en vez de su boca fuera su sexo en el que se lo encajaba.
-Eres una putita mamadora- le dije acariciando su melena.
Mis palabras le sirvieron de acicate y cómo si su vida dependiera del resultado, aceleró su ritmo de forma tal que mis huevos empezaron a rebotar contra su barbilla. No contenta con ello, llevó la mano a su entrepierna y sin ningún tipo de recato, se masturbó ante mi atenta mirada.
-¡Qué guarra eres!- le espeté al comprobar que metiéndose tres dedos, esa mujer buscaba correrse antes que yo.
No me explico todavía el porqué pero obviando que ella era la cliente y yo su puto, la cogí de la cabeza y forzando su garganta, la empecé a usar sin contemplaciones llevando mis penetraciones hasta el límite. Sé que debía de haber tenido más cuidado pero actuando como un perturbado, follé su boca salvajemente hasta que explotando dentro de ella, me corrí. Por lógica Sam debería de haberse indignado por el trato pero mi brutalidad le encantó y acompañándome en mi orgasmo, se dejó llevar por su pasión mientras se bebía con auténtica ansia la simiente que había liberado dentro de su faringe. Parcialmente arrepentido, la levanté del suelo y llevándola hasta la cama, la tumbé.
Queriendo arreglar el desaguisado, me desnudé y mientras lo hacía, al mirarla, me di cuenta que contra toda razón, esa mujer me miraba hambrienta desde las sábanas.
-¡Qué bello eres!- me soltó al verme desnudo y poniéndose a cuatro patas sobre el colchón, me pidió: -¡Fóllame!-
Ni que decir tiene que acercándome hasta ella, puse mi glande en su entrada y tras jugar durante unos segundos con sus labios, de un solo empujón se lo metí hasta el fondo. Sam, al sentir su interior hoyado por mi herramienta, gimió de placer y sujetándose a una columna del dosel, me pidió que la tomara sin piedad. Su entrega me volvió a ratificar que esa mujer gozaba con el sexo duro y por eso, usando su melena como rienda, la cabalgué con fiereza. Mi pene la empaló una y otra vez llevándola al borde del abismo pero ella, lejos de quejarse, bramaba como una yegua al ser cubierta por un semental.
-¿Te gusta?- pregunté dejando caer un sonoro azote en sus glúteos.
-¡Sí!- chilló y alzando todavía más su trasero, soltó: -¡Soy una vieja puta que necesita que se la follen!-
Al conocerla, no se me había pasado por mi mente que esa cuarentona de buen ver fuera tan zorra y por eso dándola gusto, incrementé aún más e mis embiste siguiendo el compás de los azotes. Nalgada tras nalgada, fui asolando sus defensas hasta que con su trasero enrojecido Sam se dejó caer sobre la cama mientras aullaba de placer.
-¡No pares!- gritó al sentir que había bajado el ritmo -¡Quiero más!-
Azuzado por su orden, la cogí de sus pechos y despachándome a gusto, la seguí acuchillando con mi pene. Era tal el flujo que salía de su sexo que cada vez que la penetraba, salpicaba en todas direcciones de forma que no tardé en tener mis piernas totalmente empapadas. Queriendo maximizar su experiencia, decidí que ya era hora de desvirgarle el culo:
-¿Te apetece probar por aquí?- dije untando su ojete con parte de su humedad-
Samantha dando su permiso, aulló:
-¡Date prisa!
Justo cuando ya iba a tomar posesión de su entrada trasera, escuché tras de mí que alguien decía:
-¡Mama! ¡Qué haces!-
Al girarnos, pudimos ver que en la puerta de la habitación y con los ojos desencajados por la escena que le estábamos dando, una jovencita estaba hecha una furia. Deshaciéndose de mí, asustada, mi clienta le dijo:
-Hija, ¡No es lo que tú crees!-
Me quedé de piedra al saber que era su niña, la chavala que nos había pillado y sin saber qué hacer, empecé a vestirme mientras Sam salía huyendo tras los pasos de su retoño. Os podréis imaginar los gritos que se oyeron en esa casa. Jenny, así se llamaba la cría, le recriminó a su madre su traición mientras esta se trataba de disculpar diciendo que era la primera vez y que yo lejos de ser su amante era un prostituto que había contratado. Durante un rato ambas mujeres siguieron discutiendo hasta que haciéndose el silencio creí que habían terminado.
Estaba a punto de marcharme, cuando vi que mi clienta entraba por la puerta. Con el rímel de sus ojos corrido, señal de lo mal que lo estaba pasando, se acercó a mí y cuando ya creía que me iba a despachar, me dijo hecha un mar de lágrimas:
-Alonso, tengo que pedirte un favor-
-No te preocupes, lo comprendo: Me voy- le contesté tratando de hacerle más llevadero el mal trago.
-No puedes irte- me suplicó llorando- mi hija me ha exigido que quiere conocerte y nos espera en el salón.
Comprendí que no podía dejarla tirada y por eso sabiendo que me esperaba una desagradable escenita, la seguí por las escaleras. Mi clienta al borde del ataque de nervios, me dejó en la entrada y huyendo de allí, desapareció sin despedirse.
“Mierda” pensé al tener que enfrentarme yo solo a la hija pero entendiendo que no podía evitarlo, entré en el salón dispuesto a recibir al menos un gigantesco rapapolvo.  Sentada en el mismo sofá en el que antes se había corrido su madre, Jenny me esperaba. Al verme entrar, con gesto de desprecio me dijo:
-Así que tú eres el puto que se tira mi madre-
Sus palabras no eran más que el rechazo que sentía por la actitud de su progenitora y comprendiendo que yo hubiera actuado igual, dejé que liberara su furia sobre mí. De pie en mitad del salón tuve que soportar que la muchacha me acusara de haber seducido a su madre, de tener el descaro de manchar con mi presencia el hogar en el que había crecido y demás lindezas que no viene a cuento reseñar. Lo único que os diré que cuando ya creía que había acabado y que era el momento de tomar las de Villadiego, oí su orden:
-Ponme una copa-
Extrañado por su pedido, solo pude preguntarle que quería:
-Ron con hielo- respondió mirándome a los ojos.
Como un autómata, le serví la copa y se la acerqué. Ella al recogerla de mis manos, me preguntó qué cuanto le había cobrado a su madre. Cómo no sabía si Sam se lo había dicho con anterioridad, consideré que lo mejor era ser sincero. Jenny al oír el pastizal que había pagado, se escandalizó y bebiendo de su vaso, se quedó pensando unos segundos antes de soltarme:
-Me imagino que, por esa barbaridad, la zorra se habrá asegurado que pasaras toda la noche con ella-
Sin saber realmente a donde quería llegar, le contesté afirmativamente. La muchacha sonrió perversamente y con gesto serio, tomó un sorbo de su cubata. Al cabo de unos momentos,  me soltó:
-Como no querrás que te denuncie, ¡Me vas a ayudar a castigar a mi madre!-Casi me caigo del susto al comprender que ¡esa pequeña arpía me estaba chantajeando!
Alucinado por la mala leche que se reconcentraba en ese metro sesenta, no supe que contestar y cuando estaba meditando seriamente cruzarle la cara con un guantazo, escuché que su madre entraba en la habitación. Inexplicablemente, Sam  traía entre sus manos una bandeja con comida y tras posarla sobre la mesa, se arrodilló en el suelo adoptando una postura de sumisa. Personalmente no comprendía nada, esa mujer no solo parecía tranquila sino que ni siquiera se había cambiado y seguía medio desnuda.  Fue entonces cuando alegremente Jenny me reveló el acuerdo que había llegado con mi clienta:
-La puta que me parió ha decidido que es mejor obedecer a que le vaya con el cuento a mi padre-
“¡Joder con la niña!” pensé al enterarme de su pacto pero al no estar seguro de los límites, le contesté:
-¿Qué quieres?-
-Para empezar- dijo dirigiéndose a su madre- quiero que me cuentes que es lo que habéis hecho desde que Alonso llegó a esta casa y con todo lujo de detalles-
Sam, poniendo cara de circunstancia, le contó que me recibió vestida con el picardías negro y que tras ponerme una copa, nos pusimos a bailar.
-¡Serás guarra! ¡Recibir a un desconocido casi en pelotas!- soltó con sorna su hija.
Mi clienta muerta de vergüenza prosiguió explicándole que mientras bailábamos, habíamos empezado a tocarnos y que tras unos minutos, le había comido el coño en el sofá.
-¿Te corriste en su boca?- preguntó la rubia con el único objeto de humillar a su progenitora.
Mirando al suelo, le respondió que sí y tratando de pasar lo más rápido sobre el asunto, Sam le contó que en ese momento había decidido proseguir en su habitación.
-¿Y qué más?- le gritó enfadada.
Mi pobre clienta se quería morir y por eso sacando su último resto de fuerza, se la encaró diciendo:
-¡Me folló como nunca me ha follado tu padre!-
Aunque resulte difícil de creer, en ese momento, Jenny soltó una carcajada mientras le decía que no le extrañaba, que su padre era un soso y que hasta el jardinero seguro que sabía satisfacer mejor a una mujer. Para aquel entonces, yo solo era un convidado de piedra de la lucha entre esas dos mujeres y por eso mientras ellas se enzarzaban, me puse a observar a la cría. Sus pechos pequeños  iban en consonancia con su altura pero aún así tuve que reconocer que la rubia tenía un buen culo y que en total era una mujer muy apetecible. Estaba tan ensimismado mirándola que me perdí parte de su conversación y cuando de pronto, la hija soltó un tortazo a su madre, salí de mi inopia y me puse a escuchar que era lo que discutían.
-¡Te he dicho que me cuentes que te estaba haciendo cuando entré!-
Sam, casi llorando, no tuvo más remedio que explicarle con detalle que en ese instante le estaba untando su ojete porque iba a tomarla vía anal. Al mirar la reacción de la chavala, me quedé alucinado al percatarme que bajo su blusa se le notaban los pezones duros, señal inequívoca de que esa zorra se estaba calentando. Lo que no me esperaba fue que chillando le dijera a mi clienta:
-¡Quiero verlo!-
-¿El qué?- preguntó horrorizada la mayor de las dos.
-Quiero ver cómo te da por culo- contestó con firmeza la muchacha mientras hacía el ademán de coger el teléfono.
La cara de su madre, al entender la amenaza implícita que llevaba ese gesto, fue de absoluto desamparo. Si no la complacía, la perversa criatura llamaría a su marido y podía darse por jodida: su tren de vida se iría a la mierda. Confieso que el trato con el que esa pigmeo trataba a quien le había dado la vida me indignó y tratando de ayudar a Sam, señalé:
-Jenny, ¿Tendré algo que decir?…-
Mi clienta no me dejó terminar, con lágrimas en los ojos y mientras me empezaba a desabrochar mi camisa, me imploró:
-Por favor, ¡mi marido no debe enterarse!-
La puta chantajista de su hija sonrió al ver la sumisión de su madre y reforzando su dominio, le soltó:
-Date prisa, llevas veintidós años jodiéndome y tengo ganas de ver como alguien te jode-
Comprendí, muy a mi pesar, que esa zorra nos tenía en sus manos y como por otra parte, si al día siguiente no volvía a saber nada de ellas, al final yo no habría hecho otra cosa que cumplir con mi trabajo. Me habían contratado para follar y hasta ese momento, no me habían pedido otra cosa que cumplir con mi cometido. Por eso, ayudando a Sam, me terminé de desnudar.
-¡Está bueno el puto!- exclamó la chavala y con el ánimo de fastidiar al verme en pelotas, le dijo a su progenitora: -Mamá, si no le chupas la verga, a este no se le levanta-
Me imagino que debí taladrarle con mi mirada pero esa zorra haciendo caso omiso a mi cabreo y a la vergüenza de su madre, se levantó del sofá y cogiendo a Sam de la melena, puso su boca a escasos centímetros de mi pene. La pobre mujer, completamente destrozada, abrió sus labios y sin quejarse se fue introduciendo mi extensión mientras de sus ojos no paraban de brotar lágrimas.
“¡Será hija de puta!” pensé al ver que la niña estaba disfrutando y que metiéndose la mano en la entrepierna, se empezaba a masturbar.
Me cuesta reconocer que el morbo de estar con la madre mientras la hija se toqueteaba mirándonos,  pudo más que mi cabreo, de manera que en poco tiempo, la calidez de la boca de Sam y la atenta mirada de esa pervertida cumplieron su objetivo y provocaron una dura erección entre mis piernas. Ambas mujeres se alegraron al ver mi firmeza pero por motivos bien distintos. La mayor de las dos queriendo que el mal trago pasase cuanto antes y la menor al saber que iba a hacer realidad su castigo.
Mi clienta asumiendo lo inevitable, se quitó las bragas y poniéndose a cuatro patas sobre la alfombra, me pidió que la tomara. Al separar sus nalgas y ver que todavía su ojete seguía dilatado, me alegré porque no quería hacerle más daño de lo necesario.
-Tócate- le pedí previendo que de esa forma sería más liviano el trance.
La cabrona de su criatura, impelida por su peculiar lujuria, le exigió que me hiciera caso y por eso, Sam llevó la mano a su sexo y sin ninguna gana, empezó a torturar su alicaído clítoris. Jenny al comprobar la completa sumisión de su madre, ya sin disimulo separó los labios de su pubis y pegando un gemido, siguió dando rienda suelta a su sadismo. Asumiendo mi papel, puse la cabeza de mi pene en su entrada trasera y con una pequeña presión de mis caderas, introduje el glande en su interior.
-Ahh- aulló la pobre al sentir sus músculos maltratados pero aunque le había hecho daño, no se zafó.
“Mierda” pensé al percatarme que había evaluado mal la relajación de su esfínter. Su sufrimiento me hizo mella y buscando ejercer el menor sufrimiento, fui lentamente introduciendo el resto de mi falo en su interior mientras se incrementaba mi resentimiento contra la zorra  de su niña. Examinando la situación, me dije que a la menor oportunidad iba a devolvérsela con creces.
No acababa de terminar de empalar a mi clienta, cuando ambos escuchamos que Jenny nos urgía a darnos prisa. No hice caso a su sugerencia y cuidadosamente esperé a que se acostumbrara a tenerlo embutido para iniciar la cabalgada. Viendo que ya estaba lista, emprendí un suave trote usando sus pechos como sujeción. Mi cuidado al tomarla se vió recompensado y al cabo de unos momentos, reparé en que mi miembro entraba y salía con mayor facilidad de sus intestinos y por eso, paulatinamente, incrementé la velocidad de mis embestidas.  
-¿Te gusta? ¿Verdad? ¡Puta!- soltó la jodida cría al percibir que iba desapareciendo la angustia de los ojos de su progenitora y que se iba transformando en gozo. Queriendo seguir humillándola, no se le ocurrió mejor forma que poniéndose frente de ella, tumbarse y ordenarla que le comiera su coño.
-Jenny, ¡Soy tu madre!- contestó escandalizada su víctima.
-¡Habértelo pensado mejor antes de ponerle los cuernos a papá!-
Aceptando su destino, Sam acercó su boca al sexo de su retoño y venciendo su repugnancia, sacó su lengua y se puso a lamerlo. La muchacha al sentir las caricias en su clítoris, forzó el contacto, presionando con sus manos sobre la cabeza de mi clienta.
-¡Cómo me gusta!- soltó la muy perra separando sus piernas mientras me decía que le diera caña a la mujer que tenía ensartada.
Admito que la escena me había excitado y contagiado por su deseo, aceleré el ritmo de mis penetraciones gustosamente. Curiosamente, Sam no solo aceptó su destino sino que moviendo sus caderas, colaboró conmigo en mi asalto. Poco a poco, golpe a golpe de mi pene, se fue contaminando de nuestra lujuria y pegando un grito, me pidió que no parara. Al oir que mi clienta estaba disfrutando, me liberé y dándole un azote en su trasero, me lancé en una salvaje persecución de mi propio placer.
-Me corro- escuché decir a Jenny, la cual, derramándose sobre la boca de Sam, llegó al éxtasis.
No sé si su madre creyó ver en ese flujo su liberación o por el contrario, abducida por el deseo no pudo evitarlo, pero la realidad es que comportándose como una autentica lesbiana, obvió que ese coño era el de su hija y metiendo dos dedos en su interior prolongó el placer de la muchacha.
-¡Dios!- gritó la rubia al regodearse mordiéndose sus labios del gozo que estaba dominándola y convulsionando sobre la alfombra, vio amplificado su orgasmo.
Sus gritos y sobre todo el aroma a sexo que poblaba el ambiente, me llevó a mí también al límite y sabiendo que mi clienta no vería mal que me corriera cuanto antes, exploté en su interior. Sam al advertir mi eyaculación, buscó moviendo su trasero, ordeñar mi miembro. Sus maniobras terminaron de excitarla y uniéndose a mí, sintió como su cuerpo se revelaba y dando gemidos, se liberó calladamente.
Agotado  y satisfecho, me salí de ella y sentándome en el sofá, esperé a ver si la maldita enana estaba complacida o por el contrario, deseaba seguir sometiendo a su progenitora. No tardé en salir de dudas, Jenny una vez recuperada, le espetó a Sam:
-Ves como no ha sido tan difícil- y cogiéndome de la mano, me llevó escaleras arriba hasta el cuarto de su madre.
Al girarme vi que con la cabeza gacha, mi clienta nos seguía pero también advertí que algo había cambiado, la angustia y la desesperación habían desaparecido de su rostro e incluso me pareció vislumbrar un cierto anhelo de lo que con seguridad iba a ocurrir entre las paredes de su dormitorio. Nada más entrar en el cuarto, su hija la obligó a terminarla de desnudar tras lo cual tumbándose sobre la cama, me ordenó tomarla.
Hasta entonces no me había percatado del estupendo tipo que tenía la muchacha. Siendo pequeña, su cuerpo estaba perfectamente proporcionado. De pechos pequeños y duros, esa cría tenía un culo estupendo y por eso, encantado con la idea me puse encima y de un solo golpe,  rellené su sexo con mi pene.
-Sigue- me pidió gimiendo la rubita- ¡Vamos a enseñarle a la zorra de mi madre cómo se folla!- chilló encantada.
Su entrega hizo que el rencor acumulado aflorara y cogiendo entre mis dedos sus pezones, se los retorcí cruelmente. Ella, al sentir la tortura, aulló dando gritos pero no hizo ningún intento de huir. Al contrario, vio incrementado su deseo y sollozando me pidió que no tuviera compasión. Os juro que no la tuve, usando mi pene como si fuera un cuchillo, machaqué su vagina con fieras cuchilladas. Fue alucinante, esa mujercita, recién salida de la adolescencia, berreó y gimió al ritmo de mis embistes mientras me pedía que la siguiera follando.
-¡Disfrutas del sexo duro! ¿Verdad?, ¡Zorrita!- le solté mientras le daba un cachete en su rostro.
-¡Sí!- bufó retorciéndose sobre las sábanas.
Sabiendo que era el momento de mi venganza, le di la vuelta y sin más preparación, la tomé por detrás sin importarme sus protestas. La rubia al sentir la violencia de mis actos, trató de escapar  de mi ira pero reteniéndola con una mano, usé la otra para azotar su trasero. Su madre al ver los sollozos de su niña, trató de intervenir en su defensa pero no solo me negué a pararme sino que en voz alta, le ordené que pusiera su coño a disposición de su hija.
Sam no supo cómo actuar hasta que Jenny, histérica, le gritó:
-¡Haz lo que dice! o le digo a Alonso que te suelte un guantazo-
No os podéis imaginar el modo tan brutal con el que esa cría se apoderó del sexo de Sam. Como poseída, se lanzó sobre él y usando tanto su lengua como sus dedos, buscó masturbarla mientras no dejaba de gritar por el placer que estaba sintiendo al ser horadado su esfínter. Marcando mi ritmo con sonoras y dolorosas nalgadas, cabalgue a placer sobre su diminuto cuerpo mientras ella devolvía a su madre el placer robado. Contra toda lógica, fue mi clienta la primera en correrse y llenando con su flujo la cara de la rubia, se retorció de gozo sobre el colchón.  Jenny al saborear el fruto del coño de su madre, se desplomó exhausta mientras seguía siendo ensartada por mí brutalmente.
Al ver su cansancio, no tuve piedad y cogiéndola de la melena, usé su pelo como riendas mientras le decía:
-¡Muévete puta!-
Mi orden hizo que sacando fuerzas de su flaqueza, la muchacha se incorporara y sumisamente, se dejara cabalgar. Si al descubrirnos esa cría se había comportado como una arpía, al comprobar mi dominio, se dejó llevar y en pocos minutos, bramó de placer al experimentar nuevamente un orgasmo. Su entrega me hizo comprender que mi trabajo había terminado e inundando su conducto trasero con mi esperma, me corrí copiosamente.
Después de descansar durante unos minutos, pregunté a mi clienta si iban a seguir necesitando mis servicios y al responderme que no, me levanté y me vestí. Mientras lo hacía, no pude dejar de disfrutar de la visión de esa pequeña despatarrada y con el culo dilatado, llorando en brazos de su madre. Al irme a despedir, le pedí a Sam que me acompañara.
Nada más salir de la habitación, acercándome a ella, le susurré al oído:
-Revisa tu móvil-
-¿Y eso?- me preguntó.
-Verás, al entrar en tu dormitorio, lo vi encima de la mesilla y percatándome que tu hija estaba despistada, lo encendí. Ha grabado todo lo ocurrido-
Completamente sorprendida, me preguntó que quería que hiciera con él. Soltando una carcajada se lo aclaré:
-Si esa putita trata de chantajearte, enséñaselo. Cualquiera que lo visione, vera a tu hija y a su novio forzándote a tener sexo con ellos. ¡La tienes en tus manos!-
Su cara se iluminó al darse cuenta que tenía razón y con una sonrisa en sus labios, me contestó:
-Lo usaré si mi hija no cumple su amenaza de usarme como su esclava. Te parecerá imposible pero esta ha sido la mejor noche de mi vida-
Sabiendo que sobraba, me despedí de ella con un beso y saliendo de su chalet, cogí mi coche con el orgullo de un trabajo bien hecho.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

Relato erótico: “Prostituto 11 Una policía y su gemela me chantajean” (POR GOLFO)

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POLICIA portada3
La teniente Blair:
Acababa de terminar el cuadro que me encargó Mari, una de mis clientas, al mirar la hora descubrí que eran las dos y como no tenía nada más que hacer, decidí salir a comer al restaurante de la esquina. Mientras salía de mi edificio, tengo que reconocer que estaba bastante satisfecho con el resultado porque había conseguido plasmar sobre el lienzo sus deseos. Para los que no os sepáis la historia, conocí a esa mujer gracias a que el idiota de su marido me contrató para que me acostara con ella mientras él miraba y con el ánimo de recordarle su infamia, me rogó que le hiciera un retrato. Fue ella la que me dio la idea, me pidió que dibujara su desnudo visto desde el ojo de una cerradura y así lo hice.
“Coño, ¡Qué hambre tengo” pensé mientras entraba en el local.
El maître me conocía y por eso al verme haciendo fila, me llamó y saltándose los turnos, me llevó a una mesa alejada de la entrada. Cansado como estaba, me dejé caer sobre la silla y cogiendo la carta, me puse a elegir mi comida. Entretenido con la elección de la comanda, no la vi venir hasta que sentándose frente a mí, dijo:
-Hola, Alonso-
Levanté mi mirada para ver quien se había sentado en mi mesa. Mi sorpresa fue total al comprobar que quien me había saludado era una extraña.
-¿Te conozco?- pregunté un tanto mosca porque estaba convencido que nunca me había cruzado con ese estupendo ejemplar de mujer.
La tipa en vez de contestarme, llamó al camarero y pidiéndole una cerveza, se puso a leer la carta.
“¡Qué descaro!” exclamé mentalmente ya interesado. Esa geta sabía que estaba buena y por eso se permitía esos lujos. Mirándola le eché unos veintiocho años. Rubia de bote, llevaba una melena rizada de peluquería que no cuadraba con lo informal de su atuendo. Vestida con una camiseta y unos pantalones vaqueros rotos, iba demasiado peinada.
Creyendo que las intenciones de esa muchacha eran ligar, sonreí al ver al empleado del restaurante trayéndole su bebida. Fue después de darle un trago cuando me preguntó entornando sus ojos:
-¿Qué decías?-
Solté una carcajada al percatarme de su total ausencia de vergüenza.
-Te había preguntado si te conocía-
-Tú no pero yo sí-  respondió muerta de risa- y al verte entrar, decidí que me ibas a invitar a comer-.
Contra toda lógica, la caradura de esa mujer me encantó y por eso  resolví que ya que tendría que pagar la cuenta, iba a disfrutar tomándole el pelo aunque reconozco que también me vi influido por  el tamaño de sus pechos. Vestida de modo informal, la naturaleza había dotado a esa rubia con un par de espectaculares melones.
-¿Me vas a decir tu nombre o tendré que averiguarlo?-
-Me llamo Zoe pero, para ti, soy la teniente Blair- me soltó cambiando de tono. Si antes era todo dulzura y simpatía en ese momento se volvió arisca y dura.
Todavía creía que el propósito de esa mujer era seducirme y por eso sin medir las consecuencias, le respondí:
-Huy, ¡Qué miedo!, te apellidas como la bruja-
Mi chiste, además de malo, debía de haberlo oído mil veces pero en esa ocasión, tuvo que dolerle porque hecha una furia, me espetó:
-Y tú, ¿Cómo prefieres que te llame?: Alonso el Gigoló, Alonso el Prostituto o simplemente el vividor-
Como comprenderéis, no me esperaba que esa mujer conociera mi doble vida y menos que a voz en grito, me descubriera en mitad del restaurante. Cabreado hasta la medula, le cogí de la mano y acercándola, le susurré al oído:
-¿Se puede saber a qué coño juegas?. A lo que me dedique no es tu puto problema-
-En eso te equivocas, no te aclaré antes quien era: Soy la teniente Blair de la policía metropolitana de Nueva York-
Su respuesta me dejó acojonado, ya que el mayor de los problemas a los que se puede enfrentar un prostituto no es otro que la policía. Por eso y tanteando el terreno, me defendí diciendo:
-Pues te han  informado mal, soy pintor, pago mis impuestos y para nada me dedico a eso-
La puñetera muchacha soltó una carcajada al oírme y sacando de su bolsa un dossier, lo dejó encima de la mesa. Al ver que no hacía ningún intento por cogerlo, me ordenó:
-Léelo-
Temblando abrí la carpeta para descubrir que esa puta no solo tenía un completo informe de mis finanzas sino que se había tomado la molestia de seguirme durante un mes. Entre los papeles, había multitud de fotos con mis clientas. En ellas, se me podía ver alternando en bares, discotecas y hoteles. No tuve que ser muy espabilado para comprender que estaba en un aprieto y que todo lo que dijera podía ser usado en mi contra. Por eso, al terminar de leerlo, lo dejé en la mesa y me quedé callado.
-¡Te tengo cogido por los huevos!-
La seguridad con la que lo dijo me produjo escalofríos porque aunque me había asegurado de declarar mis ingresos, difícilmente mi versión se sostendría ante una investigación oficial. Ella, al comprobar el efecto de sus palabras, dulcificó el gesto y cogiéndome de la mano, me soltó:
-Necesitas protección y yo te la puedo dar-
“¡Hija de perra!” pensé al advertir sus intenciones y soltando su mano, le pregunté:
-¿Qué es lo que quieres?-
-Poca cosa: el diez  por ciento de tus ingresos y que me ayudes en una investigación-
Lo primero me lo esperaba pero fue lo segundo lo que me dejó aterrorizado porque supuse que si esa zorra necesitaba de la ayuda de un gigoló, solo podía significar que iba a ponerme en peligro.  Cómo no podía negarme de plano, pensé que lo mejor era que me explicara que quería que hiciera porque siempre podía coger un avión y huir a España.
-¿Qué tengo que hacer?-
-Algo muy fácil, necesito que seduzcas a una mujer y que cuando lo hayas conseguido, me avises-
“¡Será puta!” exclamé mentalmente al percatarme que esa petición tenía gato encerrado y que no podía ser tan sencillo.
-¿Quién es la afortunada?-
Por respuesta, la policía sacó una foto y me dijo:
-Mi hermana Jane-
Reconozco que suspiré aliviado al enterarme que era un tema personal y que nada tenía que ver con drogas o mafia. Al mirar la foto descubrí que la tal Jane, además de su hermana, era su gemela. Imaginé que se trataba de un tema de herencia y por eso solo le pregunté dónde podía localizarla:
-La encontrarás cualquier noche en “Le Souk”-
Una vez aclarado ese extremo, solo me quedaba averiguar que era exactamente lo que quería que hiciera:
-Follártela-
-¿Nada más?- reiteré.
Click en la foto para cerrar...Mi insistencia la hizo dudar y tras unos momentos de vacilación, me respondió:
-Me vendría bien que la filmaras mientras te la tiras. Esa puta va de estrecha pero a mí no me engaña y sé que es un zorrón pero quiero demostrarlo-
Después de eso nada me retenía ahí, pero cuando me levanté para irme, esa puta no me dejó y no me quedo más remedio que aguantar su charla toda la comida. Fue una hora espantosa, sin saber qué hacer ni que decir,  soporté en silencio el monólogo de la arpía sin quejarme. Así me enteré que desde niñas, las dos hermanas se odiaban y que durante todo ese tiempo se habían dedicado a joderse la una a la otra.
-¡Imagínate!: esa zorra se tiró a mi novio cuando ya tenía fecha de boda- se quejó en un momento dado la policía.
No me cupo duda que se quería desquitar. Era tal su rencor que en cuanto supo de mi existencia, advirtió que podía usarme para completar su venganza. Por lo visto, Jane se acababa de casar con un ricachón y ni siquiera la invitó a la boda.
“Quiere joderle el matrimonio” sentencié mientras pagaba.
Al estar en sus garras, le prometí que tendría pronto noticias mías y cabizbajo, volví a mi apartamento. Estaba tan desesperado que pensé en pedir consejo a Johana, mi madame, pero tras meditarlo decidí no hacerlo no fuera a ser que se espantara y dejara de surtirme con clientas. Tratando de tranquilizarme salí a correr. Al cabo de una hora, estaba agotado pero feliz porque  había analizado mis posibilidades y comprendí que si solo me pedía una comisión y que me tirara a su hermana, no era tan desesperada mi situación.
Su hermana gemela:
Nada más llegar a mi apartamento, me duché y tras afeitarme, me puse a bucear en internet a ver si de casualidad salía algo de mi supuesta víctima. No me costó hallar información de la susodicha. Tal y como me había anticipado su hermana, Jane se había casado con un vejestorio podrido de dinero y se rumoreaba que la boda no era más que un paripé porque rara vez se les veía juntos.
Siguiendo las instrucciones de la teniente, esa misma noche me acerqué al bar donde se suponía que alternaba. No tardé en localizarla. Sentada con una negrita en un apartado, tenían un séquito de admiradores que no las dejaban en paz:
“Mierda” pensé al percatarme de lo complicado que tendría para llegar hasta ella.
Afortunadamente y cuando ya pensaba en claudicar, recordé que según su hermana, esa perra no aguantaba que nadie le hiciera sombra y que encima tenía por costumbre, envidiar lo ajeno.
“Su amiga es la vía”  pensé.
Aprovechando que la morena se había levantado al baño, me hice el encontradizo  y tras una breve charla, me enteré que se llamaba Liz y conseguí llevármela a mi mesa. Acababa de llamar al camarero para pedir una copa para la negrita, cuando vi de reojo que Jane se acercaba a donde estábamos. Fue entonces cuando me vino a la mente el plan y cogiendo a su amiga de  la mejilla, le di un beso. La muchacha respondió con pasión y  frotando su sexo contra el mío, buscó saciar su calentura.
-¿Qué haces Liz?- preguntó nada más llegar a nuestro lado, celosa quizás de que su amiga hubiera conseguido rollo antes que ella.
Al oírla, me hice el sorprendido y poniendo cara de angustia, exclamé:
Click en la foto para cerrar...-¡Zoe!, ¡No es lo que piensas!-
Mi reacción la dejó helada y tras unos breves instantes, vi que su semblante cambiaba y que tras la sorpresa inicial producto de haber sido confundida por su hermana, creyó que a buen seguro que podía usar mi error a su favor y me soltó:
-¿Y qué es entonces?-
Siguiendo con mi papel, respondí que la zorra de su amiga se me había tirado encima. Indignada, Liz me dio un bofetón, tras lo cual se fue. Jane no cabía de gozo. Sin pedirme permiso se sentó a mi lado, diciéndome:
-Para empezar no soy Zoe sino su hermana y ahora mismo voy a llamarla-
-Por favor, ¡no lo hagas!- respondí con un tono desesperado.
-¿Quién eres?-
-Soy Alonso, un amigo-
-No te creo. Por tu reacción debes de ser su novio y acabo de ver cómo le pones el cuerno-
Simulando un estupor que no sentía, le rogué que no se lo dijera y que en compensación, haría todo lo que ella quisiera. Estaba encantado por el modo en que se estaban desarrollando los acontecimientos, esa mujer no solo era clavada a su hermana sino además tenía la misma voz de su hermana.
-Bien para empezar, dame tu número de teléfono-
Como comprenderéis se lo di inmediatamente mientras seguía disculpándome. Jane, tras anotarlo, me llamó para comprobar que era el verdadero y al oírlo sonar, me dijo:
-Ahora, vete de aquí – la dureza de su voz no enmascaró la alegría que esa bruja sentía por la posibilidad de joder a su hermana nuevamente – Mañana te llamo con lo que he decidido-
Ocultando mi satisfacción, me despedí de ella con la cara desencajada y salí del local. Al pisar la acera, solté una carcajada porque aunque ninguna de las hermanas lo supiera, acababa de cambiar mi suerte. Si no estaba confundido, el odio, que esas dos se tenían, iba a ser la herramienta con la que me libraría del chantaje al que me tenía sometido la corrupta de la teniente Blair.
La gemela muerde el anzuelo:
Esa mañana me levanté temprano y sin pensar en otra cosa, salí de mi casa a comprar una serie de artículos que estaba convencido esa misma tarde iba a necesitar. Eran poco más de las once cuando  llegué de vuelta. Confiando en mi plan, me puse a pintar un retrato de Zoe, usando como modelo una foto que saqué subrepticiamente a su gemela en el bar. Con toda la intención del mundo, plasmé a la chantajista semidesnuda con uniforme de policía. Había terminado de esbozar su rostro con gorra cuando recibí la llamada de Jane.
-Alonso, quiero verte a solas- me dijo con un tono autoritario que me recordó a su hermana.
Tartamudeando por unos fingidos nervios, le respondí que porque no venía a mi estudio. La mujer se sorprendió al saber mi profesión y con voz firme tras pedirme mi dirección, me dijo que me veía a las seis.
“Cojonudo” exclamé mentalmente mientras me despedía de ella “tengo todavía cinco horas para terminar el puto cuadro”
Con la confianza que da el saberse al mando, me dediqué en cuerpo y alma al retrato. Si normalmente trataba de ocultar el rostro de mis modelos, esta vez pinté no solo  con precisión sus rasgos sino que me di el lujo que  dibujarla en una pose cuasi pornográfica. Pincelada a pincelada fui cerrando la soga alrededor del cuello de Zoe, de forma que cuando su querida hermana tocó el timbre de mi casa, ya casi había acabado.
Al abrir la puerta y dejarla entrar, me percaté que esa zorra venía en son de guerra. Vestida con un ajustado traje de cuero, sus pechos quedaban realzados por un rotundo escote.
Click en la foto para cerrar...“Está buena la cabrona” pensé mientras la llevaba hasta el salón donde tenía el estudio.
Todo estaba calculado. El cuadro que teóricamente era de su hermana en mitad de la sala y sobre una silla, el uniforme de teniente de policía que había comprado esa misma mañana. Jane nada más entrar, se fijó en ambos y aprovechando que, sumida en sus pensamientos,  se acercaba a mirar el retrato más de cerca, le pedí que me esperara un minuto, aduciendo que tenía que quitarme los restos de pintura.
Tranquilamente, me metí a duchar sin olvidar poner en funcionamiento  la cámara que grabaría todo lo que sucediera en esa habitación. Cuando volví recién duchado y tapado únicamente por una toalla, supe al instante que todo marchaba según lo planeado. Jane creyendo que iba a putear a su hermana, se había puesto el uniforme y me esperaba adoptando la misma postura del cuadro.
-¿Qué haces?-  pregunté con tono de sorpresa al verla vestida con la gorra de lado y con la chaqueta de policía abierta sin sujetador y con solo un brevísimo tanga negro cubriendo su entrepierna.. 
La zorra de Jane sonrió al verme tan alterado y mordiéndose los labios mientras se pellizcaba un pezón, me respondió diciendo:
-Esta mañana he hablado con mi hermanita y le he preguntado si salía con alguien-
-¡No se lo habrás contado!-
-No- contestó riendo- la muy puta me ha mentido, negando que tuviese pareja-
Lancé un suspiro aliviado ya que por un momento creí que todo se había ido al traste. La mujer malinterpretó mi suspiro y acercándose a donde estaba, tiró de mi toalla, diciendo:
-Lo tuyo con mi hermana debe de ir en serio porque si no esa guarra se hubiese jactado del bombón que se estaba follando-
Completamente desnudo, intenté taparme con las manos pero entonces Jane, susurrando en mi oído, me preguntó:
-¿No querrás que mi hermanita se entere que el capullo de su novio le pone los cuernos?-
-¡No conoces a tu hermana! ¡Me mataría!- respondí asustado.
Su sonrisa me avisó que se había tragado el anzuelo. Ni siquiera se quitó la gorra: sin hablar, se arrodilló a mis pies y acercando su boca a mi sexo, lo fue engullendo mientras con su mano se empezaba a masturbar. No sé si fue la sensación de sentir a esa puta mamando o la certeza de que me iba a librar de su hermana pero la verdad es que mi pene no tardó en adquirir su máxima extensión.
Viendo mi erección me llevó a empujones al sofá y en cuanto aposenté mi trasero, me soltó:
-Te voy a demostrar como la policía hace  buenas mamadas-
Agachándose frente a mí, me obligó a separar las piernas y sin más prolegómeno, se fue metiendo mi pene en su boca. Disfrutando del momento, dejé que esa rubia fuera  engullendo con suavidad mi extensión  mientras con sus manos acariciaba mis testículos. Tuve que reconocer que Jane era una artista, jugando con su lengua recorrió todos los pliegues de mi glande antes de comenzar realmente con la felación. Excitado como estaba, tuve que acomodarme en el asiento cuando la boca de esa mujer se convirtió en una aspiradora.
¡Fue increíble!.
Con mi verga clavada hasta el fondo de su garganta, succionó mi miembro de manera que este se vio aprisionado en su interior. Ya creía morirme de placer cuando esa zorra se lo sacó de la boca y mirándome, sonrió.
-¿A qué nunca te han hecho esto?- me soltó volviéndoselo a empotrar y repetir la misma operación.
Tenía razón, nadie jamás había usado esa técnica. Sin pausa fue introduciendo, comprimiendo  y sacando mi falo hasta que explotando dentro de su boca, bañé con mi esperma su interior. Satisfecha, Jane no perdió la oportunidad de darse un banquete y como si fuera maná caído del cielo, esa zorra siguió masturbándome hasta que consiguió ordeña hasta la última gota de mi maltrecho pene.
-¿Soy una buena mamadora?- preguntó con voz de puta.
-¡Buenísima!- respondí sin faltar a la verdad.
Mi entrega le dio alas y convencida de que se estaba tirando a su futuro cuñado, se levantó y meneando su trasero, me ordenó:
Click en la foto para cerrar...-¡Fóllame!-
No me lo tuvo que repetir dos veces, colocándola de espaldas, la apoyé sobre la mesa del comedor y bajándole las bragas, la ensarté de un solo empujón.
-Ahh- chilló de placer.
Lentamente fui sacando y metiendo mi verga en su interior mientras con las yemas de mis dedos, pellizcaba sus pezones. Increíblemente, esa mujer se corrió tras unas cuantas embestidas lo que me dio la suficiente confianza de decirla:
-¿Te gusta? ¡Putita!-
Absorta en sus sensaciones, Jane no contestó mientras su cuerpo convulsionaba de placer.
-¿Te gusta? ¡Zoe!-
Al oír que la llamaba como a su hermana, creyó desfallecer de gusto y moviendo sus caderas, gritó descompuesta:
-¡Sí!- y creyendo que era parte del juego, chilló: -Dale duro a tu teniente-
No hizo falta más y azuzándola con una nalgada, di  comienzo a su doma. Jane protestó al sentir mi dura caricia en su cachete pero impelida por un deseo hasta ese momento desconocido para ella, berreó y como posesa me rogó que siguiera follándomela así. Marcando su ritmo con azotes, la obligué a acelerar.
-Zoe, follas mejor que las ricachonas que me tiro. Si quieres, un día le digo a alguna que mire mientras lo hacemos-
-Sí- aulló -¡Me encantaría!-
Ajena a estar siendo usada para desbaratar los planes de su hermana, Jane siguió contestando afirmativamente a todo lo que le decía. Sin darse cuenta de sus respuestas, confirmó que sabía que era prostituto, que cobraba comisión de mis tarifas e incluso llegó a decir que ella también cobraba. Satisfecho por la información recabada, me dediqué entonces a aliviar mis propias ansias y agarrándola del pelo, tiré de su melena y susurrándola mis intenciones, me lancé en busca de mi orgasmo.
Mi liberación:
Al día siguiente me levanté eufórico, no solo había le echado un buen polvo a una preciosidad sino que gracias a ella, me había liberado de su hermana chantajista, aunque la teniente Blair no lo supiera todavía. Nada más terminar de desayunar, la llamé.
Zoe se sorprendió de mi llamada porque no esperaba que hubiese tardado solo un día en cumplir con la misión de seducir a su parienta.
-¿Te la has tirado ya?- insistió extrañada.
-Sí- contesté- ¿No era lo que querías?-
-Y ¿la has grabado?-
-También, tienes que ver como berreaba- solté en plan de guasa con el ánimo de picarla.
-¡No te creo!-
Como había previsto esa reacción le dejé escuchar unos segundos en los que su hermana gritaba de placer pidiéndome que la azotara.
-¡Eso tengo que verlo!- respondió sin creerse su suerte -¡Voy para tu casa!-
Estoy convencido que esa perra llegó con el chocho empapado por el gusto de tener por fin un arma con la que destruir a Jane porque nada más entrar, me pidió ver lo grabado.
-¿No quieres una copa?- pregunté para incrementar sus ganas de ver cómo me había follado a su gemela – Te la aconsejo, lo que vas a ver es bastante fuerte-
Click en la foto para cerrar...Refunfuñando, me pidió una cerveza. Mientras se la servía, aproveché para darle un buen repaso. Era acojonante, la poli y su hermana eran clavadas. No solo iban peinadas igual sino que mirándola con detenimiento, comprobé que ambas tenían el mismo culo e incluso los mismos pechos. Estaba convencido que nadie podría poner en duda que era ella la mujer que aparecía en el video. Previendo su contraataque, había grabado a su hermana desde lejos y con música de fondo, de manera que le resultara imposible demostrar que no había sido ella la protagonista.
Zoe, entretanto y sin hacer mención al asunto, revisó la habitación con la intención de comprobar que no la grababa. Acostumbrada por su profesión, no le costó hallar la cámara y al ver que estaba apagada, sonrió aliviada.
-No soy tan capullo- le dije haciéndole saber que me había dado cuenta de su maniobra.
Al darle la bebida, me fijé en que estaba nerviosa, se podía decir que estaba inclusive excitada con la idea de asestar un golpe definitivo a su querida hermanita. Os parecerá increíble pero no pude dejar de observar que bajo su camisa, sus pezones la delataban. Sabiendo que de nada servía prolongar la espera, le pedí que se sentara frente a la televisión y sin más, encendí el reproductor.
Sin ser consciente de lo que se avecinaba, soltó una carcajada cuando vio que su hermana disfrazada se arrodillaba a hacerme la mamada:
-Será puta, fíjate, se ha disfrazado de poli- señaló muerta de risa.
-Eso no es nada- respondí colocándome a su espalda –espera y verás-
Ensimismada mirando la escena, no dijo nada cuando llevando mis manos a sus hombros, le empecé a hacer un masaje. A Zoe tampoco le importó que lentamente estas bajaran por su cuerpo y sin ningún disimulo empezaran a acariciarle los pechos:
-Sigue que me gusta- me dijo sin separar sus ojos de la tele.
No me cupo duda de que esa zorra se creía al mando y que por eso, admitió sin reservas que la víctima de su chantaje incrementara el palpable deseo que ya le dominaba. No tardé en oír sus primeros gemidos cuando introduciéndome bajo su blusa mis yemas aprisionaron sus pezones. Valiéndome de que no perdía detalle de cómo Jane se estaba introduciendo mi falo, desabroché sus botones y después de liberar sus senos, me introduje uno de ellos en mi boca.
-¡Qué rico!- suspiró y adoptando el papel de dueña de mi destino, me espetó: -Creo que además de pagar mis honorarios, te voy a follar a mi antojo-
-Lo que tú ordenes- le contesté sumisamente mientras llevaba mi mano a su entrepierna.
-Para ser prostituto, eres muy manejable- dijo ya excitada abriéndose de par en par el pantalón para facilitar mis caricias.
“¡No sabes cuánto!” exclamé mentalmente sin descubrir todavía mi juego.
La arpía gimió al notar la acción de mis dedos sobre su clítoris.
-¡Dios!-aulló de placer imbuida en deseo.
Entre tanto, la reproducción seguía su curso de modo que Zoe no tardó en observar como su hermanita se tragaba mi semen.
-¡Se va a cagar cuando le enseñe el video!- espetó al ver y escuchar que Jane a voz en grito me pedía que la follara –No creo que le guste mucho al ricachón de su marido ver lo zorra que es su mujercita-
 
Click en la foto para cerrar...Concentrada en su venganza, no se percató que abriendo un cajón saqué unas esposas. Sin darle tiempo a reaccionar, llevé sus brazos a la espalda y cerrando los grilletes sobre sus muñecas, la dejé inmovilizada:
-¡Qué cojones haces! ¡Quiétamelas!- gritó como histérica al comprobar que estaba a mi merced.
Aproveche que estaba indefensa para quitarle la pistola que llevaba en el sobaco y pegándole un tortazo, le ordené que se callara. Disfruté de sobremanera, verla llorando de la impotencia:
-No me puedes hacer esto. ¡Soy policía!-
-Sé que eres policía pero ambos sabemos que eres corrupta- le solté y sentándome a su lado, le dije: -Tranquilízate y sigue viendo la grabación-
Con el último resto de rebeldía, se negó y cerró los ojos pero no tardó en abrirlos cuando recogiendo entre mis dedos uno de sus pezones, se lo pellizqué dolorosamente mientras le susurraba al oído:
-Te he dicho que mires, ¿No querrás que me enfade?-
Chilló de dolor pero obedeció de forma que durante los siguientes diez minutos ni siquiera pestañeó no fuera a ser que volviera a castigarla. Es difícil de describir la satisfacción que sentí al observar que a medida que veía la cinta, esa mujer se iba encogiendo al ser consciente del embrollo en el que se había metido. Las lágrimas afloraron a su rostro cuando escuchó como su hermana se hacía pasar por ella y reconocía una serie de delitos que sin duda no solo acabarían con su carrera sino que la levarían a pudrirse en una cárcel durante una larga temporada.
Al terminar, me levanté y mirándola a los ojos, pregunté:
-¿Qué te parece?-
Con odio en su rostro, me contestó:
-No te saldrás con la tuya. Obligaré a mi hermana a confesar que fue ella-
Soltando una carcajada, la levanté del sofá y llevándola hasta la mesa del comedor, la obligué a apoyarse sobre ella.
-Eso no te lo crees ni tú. ¿Realmente me crees tan idiota? Nunca lo reconocerá porque eso significaría que el viejales con el que se ha casado la abandonara dejándola sin un duro-
Supe que ella opinaba igual porque ni siquiera hizo el intento de rebatir mi argumento. Viendo su desolación, me puse tras ella y lentamente le fui bajando tanto el pantalón como las bragas sin que ella pudiese hacer nada por evitarlo.
-¿Qué vas a hacer?- chilló aterrorizada cuando mis manos le abrieron las nalgas.
Parafraseando sus propias palabras cuando en el restaurante me chantajeó, le contesté:
Click en la foto para cerrar...
-Poca cosa: Ahorrarme el diez por ciento de mis ingresos y aliviar mi cabreo en tu culo-
Zoe trató de patearme pero entonces, tirando de sus esposas, la inmovilicé mientras le decía:
-Te aviso que he mandado copia de este video a unos amigos en España y si me ocurre algo, no solo lo harán llegar a la jefatura sino que lo colgaran en internet para asegurarse que llega a la opinión pública.
Al oír mi advertencia, dejó de debatirse y llorando a lágrima viva, esperó lo inevitable. Su castigo no tardó en llegar porque acercando mi glande a su entrada trasera, lo introduje sin intentar siquiera que se relajara. El dolor que sintió fue tan intenso que la impidió moverse ni reaccionar, de manera que con tranquilidad terminé de penetrar su hasta ese momento virgen esfínter, consumando la violación.
-¿Sabe mi teniente que tiene un culito irresistible?- me mofé mientras empezaba a moverme – Creo que te voy a estar follando hasta que consiga que ladres y aúlles como la perra policía que eres.
-¡Por favor! ¡Me duele mucho!- rogó entre gritos mi victima al sentir mi verga hoyando sus intestinos -¡Haré lo que quieras! Pero ¡Sácamela!-
No hice caso de sus ruegos y afianzándome sobre ella, aceleré mis penetraciones. Zoe creyó desfallecer por el atroz sufrimiento al que la estaba sometiendo. Apretando su mandíbula, intentó dejar de gritar pero entonces sintió en sus nalgas mi primer azote:
-Muévete puta-
Furiosa por mi trato, quiso rebelarse pero su insumisión solo le sirvió para acrecentar su castigo y tras una media docena de dolorosas cachetadas, afrontó su destino sin quejarse.
-Así me gusta- le susurré al percatarme de su rendición – Si te comportas como una buena cachorrita quizás te permita correrte-
Click en la foto para cerrar...-¡Vete a la mierda!- gritó indignada porque le hubiese insinuado que podría obtener placer de esa violación.
Sacando fuerzas de la desesperación, la rubia policía intentó zafarse pero entonces cogiéndola del cuello, la inmovilicé. Al sentir mis manos estrangulándola, buscó con ansiedad respirar. Jadeando  se desplomó sobre la mesa, momento que aproveché para llevar la velocidad de mis incursiones al límite y fue entonces cuando se produjo un efecto que no había previsto: Al constreñir su respiración, se elevaron los niveles de CO2 en su cerebro por lo que las venas y la arterias de la mujer se dilataron, y eso multiplicó sus percepciones y sus sensaciones mientras yo seguía machaconamente penetrándola.
Zoe, luchando por su vida, sintió que todo su cuerpo se revelaba y cuando la adrenalina acumulada se juntó con la acción de mi pene, desde su interior y como si de un terremoto se tratara, todas y cada una de sus defensas se vieron asoladas por el maremágnum de placer que recorriendo su anatomía se concentró en su sexo:
-¡Me corro!-consiguió gritar antes de que de su vulva un manantial de flujo confirmara con hechos sus palabras.
De improviso, la rubia convulsionó sobre la mesa, gritando y aullando por el orgasmo que estaba devastando su mente:
-¡Sigue!, por favor- me suplicó llorando.
Su sometimiento  pero sobre todo el deseo que traslucía por su tono me hicieron saber que había ganado por lo que le di la vuelta. Directamente la senté sobre la mesa y sin pedirle su opinión, puse sus piernas sobre mis hombros y de un certero empujón, le clavé toda mi extensión en el interior de su vagina.
-¡Animal!- aulló al sentir mi glande abriendo el camino en su conducto.
En ese momento, había dos Zoes. Una orgullosa que todavía peleaba por no claudicar y otra entregada que imploraba que no parara. Usando mi pene como mazo, fui derribando sus postreros reparos de manera que en menos de un minuto y cuando ya sentía aproximarse mi propio clímax, escuché que me decía:
-Haz conmigo lo que quieras pero ¡Sígueme follando!-
Encarrilado como estaba, no puse objeción a su ruego e incrementando tanto la velocidad como la profundidad de mis incursiones, conseguí nuevamente que se corriera pero en esa ocasión, me uní a ella y vaciándome en el interior de su vagina alcancé la victoria. La otrora orgullosa teniente se desplomó agotada mientras sentía que su alma era elevada al cielo carnal de las elegidas. Aproveché su debilidad para descansar durante unos minutos, tras lo cual le quité las esposas y con la certeza de que esa mujer ya era de mi propiedad, me fui por una cerveza a la cocina.
Al volver me encontré a Zoe, ya vestida, sentada en el sofá. Con el rímel corrido, su rostro era un poema. Se notaba a simple vista que esa mujer estaba deshecha, había llegado a mi casa suponiendo que gracias a la información que tenía de mis actividades, por fin había vencido en su rivalidad con su hermana pero desgraciadamente para ella, todo se le había torcido. Su visita triunfal había supuesto su derrota más dolorosa.
 -¿Me puedo ir?- preguntó sin ser capaz de sostenerme la mirada.
-Por supuesto- le respondí – tenemos un trato: yo no distribuiré el video si tú te comprometes a tirar ese dossier a la basura-
-¿Nada más?- reiteró con un deje de tristeza que no supe interpretar.
-¿Qué más quieres?- respondí tanteando el terreno- Vete ahora porque si sigues aquí cuando me termine la cerveza, te volveré a tratar como la perra que eres-
Mis duras palabras, le hicieron reaccionar y cogiendo su bolso, salió despavorida por la puerta. Solté una carcajada al verla huir, haciendo aún más ominosa su espantada. Satisfecho y contento por el modo en que había resuelto el problema, me tumbé en el sofá mientras terminaba mi bebida. Estaba a punto de levantarme para ir a por otra cuando escuché el timbre de mi casa.
Al abrir, me topé con Zoe en el zaguán.
-¿Qué haces aquí?- le dije solo parcialmente sorprendido.
La mujer me miró indecisa y tras unos instantes de vacilación, respondió:
-Vengo a ver a mi amo-
-Pasa- le dije y al hacerlo, la besé suavemente.
Desde entonces, tengo una perra policía que me protege y me cuida pero también una amante dulce y cariñosa que se desvive por hacerme feliz. Amante a la que no le importa a lo que me dedico siempre y cuando al llegar a su casa, le haga recordar nuestro primer encuentro.


Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
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Relato erótico: “Prostituto 12 Ayudo a Zoe a vengarse de su gemela” (POR GOLFO)

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POLICIA portada3
Hay un viejo proverbio árabe acerca de la venganza que dice:
 
“Siéntate a la puerta de tu casa y verás el cadáver de tu enemigo pasar
 
La moraleja de esa frase se puede resumir en que el tiempo pone a cada uno en su lugar y que no siempre es necesario actuar porque muchas veces es el destino quien te brinda la posibilidad de vengarte. Eso fue lo que le ocurrió a Zoe en su eterna lucha con su hermana Jane.
Estaba desayunando con una marchante de arte, intentando exponer, cuando recibí la llamada de mi amiga. La teniente Blair, mi perra policía, estaba nerviosísima y casi a gritos me pidió verme:
-¿Te ocurre algo?- pregunté preocupado.
-No, pero tienes que ayudarme-
Cómo no tenía nada que hacer esa mañana,  quedé con ella en mi casa a las doce, tras lo cual,  colgué y me dediqué a convencer a la dueña de la galería para que me permitiera colgar mis cuadros en una muestra colectiva.
Al terminar y llegar a casa, estaba feliz porque había conseguido que esa mujer hiciera un hueco para mi obra. Sé que no fue muy ético pero os tengo que confesar que en contraprestación, me había tenido que tirar a esa cincuentona en el baño del restaurant. Cuando abrí la puerta de mi apartamento, me encontré con Zoe, tranquilamente sentada en el sofá del salón.
-Hola cachorrita- dije a modo de saludo.
Mi amante, tal y como habíamos acordado siempre que estuviera en casa, estaba desnuda y poniéndose en posición de sometimiento, aguardó  mi caricia. Tengo que reconocer que me gustaba verla así: de rodillas, con los brazos extendidos y la frente pegada al suelo. Esperó inmóvil hasta que pasé mi mano por su lomo y levantándole la cabeza, mordí sus labios.
-Puedes hablar- dije satisfecho por su entrega.
-Dueño mío, necesito su ayuda- contra lo que suele ser usual en una pareja como la nuestra, no me gustaba la palabra amo y por eso desde el inicio le obligué a referirse a mí como su dueño.
-¿Cuéntame?- contesté mientras me sentaba frente a ella y le hacía una seña que significaba que quería poseerla.
La rubia sonrió al ver que iba a tomarla y sin esperar nuevas instrucciones, me abrió la bragueta. No hizo falta que me motivara con su boca porque nada más liberar mi miembro, este se hallaba completamente erecto. Al percatarse de ello, mi zorrita se puso encima de mí y sin más dilación se fue ensartando lentamente. Zoe, sabía que me gustaba lento y por eso ralentizó su penetración. La lentitud de su empalamiento me permitió apreciar cada uno de los pliegues de su sexo y solo cuando sintió que mi glande chocaba con la pared de su vagina, me dijo:
-Uno de mis soplones me ha informado que esta tarde venden a mi hermana-
-¿Y?- contesté interesado a donde quería llegar porque antes que ella lo supiera, yo ya estaba informado porque desde que me la había tirado, había estado en contacto con ella. Nunca se lo dije a mi amante pero, Jane, al descubrir conmigo nuevas sensaciones, se quedó impresionada por esa forma de placer y contra mi opinión,  había seguido experimentando con la dominación y el sado.
-Me gustaría que la comprara – dijo mientras empezaba a incrementar su cabalgar.
-No lo comprendo- le respondí dando un azote a su trasero, ¿Para qué quieres que me haga con esa esclava?-
-Aunque es una hija de puta, también es mi hermana y temo por ella, mi dueño. Según mi contacto, puede ser comprada por una red de tráfico de blancas-
Supe que mentía descaradamente, le importaba una mierda lo que ocurriera con ella, lo que realmente quería es ser su dueña. Como con anterioridad ya había decidido hacerme con ella, le prometí que lo intentaría mientras con mis dedos le pellizcaba uno de sus pezones.
-Gracias- chilló de dolor al sentir la dura caricia e imprimiendo mayor velocidad a sus caderas, buscó corresponderme con un orgasmo.
La brutal excitación mostrada por mi cachorrita al oírme que iba a tomar como sumisa a su parienta, le traicionó.  Con sus pezones erectos como nunca, Zoe se puso a gemir como poseída al imaginarse a su hermanita siendo tomada por mí. Era tal su calentura que mordiéndole la oreja, le amenacé:
-Te prohíbo correrte, zorrita-
Mi veto la sacó de las casillas y casi llorando, me imploró que le diera permiso:
-¡No!- solté disfrutando de su angustia –ya tienes bastante premio con la puta que te voy a conseguir-
Zoe, asintió, consciente de que si quería colaborar en el adiestramiento de Jane, tenía que complacerme y por eso apretó sus mandíbulas en un intento de evitar que su cuerpo se dejara llevar por el placer. Al percatarme de sus esfuerzos, busqué su tropiezo diciéndole al oído:
-Me encantará ordenar a Jane que se coma tu coño. Estoy seguro que mi perrita estará feliz al sentir a su hermanita lamiéndole el chochito-
-Por favor- gritó desesperada, -¡No siga!-
La humedad que brotaba de su entrepierna me advirtió de la cercanía de su fracaso y decidido a que me obligara a castigarla, le detallé el modo en el que iba a jugar con mi nueva adquisición:
-Lo primero que voy a hacer es atarla desnuda a una mesa y pedirte que relajes su esfínter con la lengua-
La imagen de Jane a su merced terminó por asolar sus últimas defensas y sin poderlo evitar se corrió en silencio. Su fracaso y el saber que me había dado un motivo para azotarla fueron suficientes para que explotando en su interior, bañara con mi semen su vagina. Zoe, recibió mi simiente sin hablar y tras comprobar que me había vaciado, se levantó y caminando a gatas  hasta la cómoda del salón, sacó de uno de sus cajones mi fusta:
-Mi dueño tiene que aleccionar a su perra- dijo al llegar a mi lado.
Siguiendo el estricto protocolo aprendido para esos casos, le pedí que me pasara sus esposas. Al hacerlo, llevé sus brazos a la espalda y cerrando los grilletes en sus muñecas, la puse de pie con las rodillas estiradas. Entonces tirando de sus brazos, la obligué a bajar la cabeza de forma que puso su culo en pompa esperando el castigo. Esa era mi postura favorita ya que la sumisa al temer perder el equilibrio, experimenta un correctivo doble. Por una parte, sufre el dolor de los azotes pero por otra, al tratar de evitar la caída, ve forzado su columna por la acción de las argollas.
-¿Preparada?- pregunté.
-Sí, mi dueño-  contestó con un deje de alegría en su voz.
No tuve que ser ningún genio para conocer que tras esa aceptación, existía el convencimiento que el castigo iba a ser nimio en comparación con el placer que ver a su odiada hermana en mis manos le iba a proporcionar. Por eso en esa ocasión no me cohibí y dando inicio a su correctivo, le solté un duro latigazo.
-Ahh- aulló al sufrir el escozor del cuero sobre sus nalgas.
-No te quejes o esta noche será Jane quien lo haga-
Mi amenaza surtió efectos y a partir de entonces, mi cachorrita asumió sin protestar todos y cada uno de los flagelos que propiné sobre sus preciosos cachetes. Cuando terminé, sus nalgas mostraban un color rojizo producto de los golpes recibidos pero su cara delataba su satisfacción:
“Esa noche culminaré mi venganza” pensó sonriendo.
Adquiero una nueva cachorrita:
Había quedado con Zoe a las nueve en su casa. Al subirse en mi porsche, me satisfizo comprobar que había obedecido mis instrucciones y que bajo su gabardina, venía desnuda con el único adorno de su collar de esclava:
-Estás guapísima- le dije mientras acariciaba uno de sus pezones.
Gimiendo como una gata en celo, se retorció sobre el asiento del copiloto y separando sus rodillas, puso su sexo a mi disposición para que lo inspeccionara.
-Bien hecho- solté al comprobar que tal y como había dispuesto, llevaba alojado en el interior de su vulva un conjunto de bolas chinas.
-Lo que agrade a mi dueño, me hace feliz- respondió orgullosa de haber cumplido.
-Me alegra saberlo y como la casa donde vamos está retirada, me apetece relajarme-
-¿Puede su cachorra complacerle con una mamada?-
-Puede y debe- respondí sin retirar la mirada de la carretera.
La que puertas a fuera era una orgullosa teniente de la policía de Nueva York se agachó sobre mis rodillas y deslizando sus manos por mi entrepierna, sacó mi miembro de su encierro y me empezó a masturbar. Cuando comprobó que mi pene estaba erecto abrió sus labios y tras dar una de serie de besos a mi glande, se lo fue metiendo lentamente mientras con los dedos me daba un suave masaje a los testículos.
-Como no te esmeres más, va a ser la puta de tu hermana la encargada de las mamadas- le solté mientras forzaba su garganta presionando su cabeza contra mi sexo.
Temiendo verse desplazada usó la boca como si de su sexo se tratara, imprimiendo un ritmo feroz a su felación.  La  profundidad con la que se embutió mi pene en su interior hubiese provocado a cualquier mujer, no adiestrada para ello, dolorosas arcadas pero Zoe en cambio resistió impasible las violentas incursiones. Al cabo de unos minutos, no pude más y descargando en su boca mi placer, me corrí. Mi perrita no perdió la oportunidad de saborear hasta la última gota y después de lamer a conciencia mi pene, dijo sin levantar su mirada:
-¿Está mi dueño relajado? o ¿Desea acaso usar el culo de su propiedad?-
Solté una carcajada al escuchar sus palabras.
-Me gustaría pero tengo que reservarme para mi nueva perrita- le respondí sabiendo que al decirlo se consumiría de celos.
-Mi querido dueño, siento ser yo quien se lo diga pero deberá fijarse bien antes de hacer una oferta. ¿Quién sabe cuántas pollas ha tragado esa zorra?. Estoy segura que tendrá el coño escocido y el esfínter desgarrado de tanto usar-
-Y ¿Qué me sugieres?- pregunté viendo por donde iba.
-Deje que sea yo quien la inspeccione. Me dolería  que malgastara su dinero pagando demasiado por esa perra sin pedigrí-
Me hizo gracia que tratara de menospreciarla aduciendo a una supuesta falta de linaje, sobretodo porque ella y Jane compartían hasta el último de los genes al ser univetilinas y provenir ambas del mismo cigoto pero sabiendo que estaba influenciada por el odio, no dije nada y le permitir ser a ella quien la examinara. 
-Se lo agradezco, mi dueño amado- contestó temblando de la emoción.
Para entonces, acabábamos de llegar al chalet donde iba a ser la subasta por lo que le ordené que se pusiera una máscara que tapara su cara por completo-No quería que al ver que era la gemela de la subastada, subieran el precio artificialmente ya que en ese mundillo, una pareja de gemelas esclavas era algo infrecuente y por eso se valoraba en exceso.
Zoe se la colocó y bajándose del coche, me abrió la puerta. Tranquilamente, aguardó en posición de quieta. De pie, con las piernas abiertas, las manos a la espalda y la cabeza baja esperó a que saliera y cuando lo hice, puso en mis manos una correa que até a su collar.
-Vamos- ordené.
Mi perrita se dejó llevar y moviendo su trasero en señal de alegría, entró tras de mí en la casa. Tras unas breves presentaciones, donde obligué a Zoe a demostrar lo aprendido, nadie en ese lugar tuvo duda de hallarse frente a un amo estricto y dominante.
-¿Dónde está la carne?- pregunté al encargado de vender el lote.
El susodicho era un gigantesco negro con cara de pocos amigos que al oír mi tono, se me encaró exigiéndome respeto:
-¿No entiendo a qué se refiere?- respondí sin saber qué ley había infringido.
-No es carne sino ganado selecto- contestó con gesto serio –Nuestra mercancía  está al menos tan adiestrada como la suya-
-Veremos- dije aliviado por no haber metido la pata.
Acto seguido, me llevó a ver el género. Una docena de hombres y mujeres permanecían sobre una tarima, esperando que alguien del público pidiera inspeccionarlos. No me costó encontrar a Jane. La rubia se alegró al verme entrar pero al percatarse que su hermana me acompañaba, cambió de actitud y con gesto huraño, bajó la cabeza. Cómo no quería que nadie supiera de mis intenciones, me entretuve examinando lo expuesto antes de decirle a mi ayudante que inspeccionara a una preciosa negrita de grandes pechos.
Zoe no se hizo de rogar y cogiéndola de la coleta, la puso de rodillas y llevando sus manos tras la nuca, le obligó a poner recta su espalda, tras lo cual le abrió la boca y contándole los dientes, se dio la vuelta y me dijo:
-Amo, esta zorra parece sana. ¿Qué quiere que compruebe?-
-Dime que tal sabe- respondí como si nada mientras charlaba con un parroquiano interesado en mi asistente.
Zoe, tras meter sus dedos en el interior del sexo de la negrita, se los llevó a la boca y me contestó:
-Fuerte pero dulce, ¿quiere probarlo?-
-Sí, dame un poco-
Esta vez, mi ayudante forzó la elasticidad del sexo de la sumisa al introducirle tres dedos. La negra gimió al ver horadado su sexo pero sobre todo cuando deleitándome en su sabor, dije en su oído:
-Si no sales cara, esta noche dormirás conmigo-
El rostro de la esclava reflejó que dicha perspectiva sería de su agrado y obviando que estaba ante un público extenso, la morena adoptó la posición de esclava del placer por si me apetecía hacer uso de ella.
Solté una carcajada pero pasando a la siguiente sumisa que no era otra que Jane, le levanté la cabeza y mirándole a sus ojos, le pregunté su nombre:
-Mi nombre no importa, será el que mi nuevo amo me ponga- contestó altanera.
Su hermana aprovechó su arrogancia para  castigarla con un doloroso pellizco en los pezones. No se midió, cogiendo ambos entre sus dedos, se los estrujó y retorció hasta que con lágrimas en los ojos, Jane me pidió perdón diciéndome su nombre.
-Si llego a comprarte te llamaré “Chita”, no te mereces tener nombre de persona”- y dirigiéndome a Zoe, le pedía que la revisara.
Mi cachorra sonrió y poniéndose unos guantes, abrió las nalgas de su hermana y sin mediar palabra, forzó su esfínter introduciéndole todas las yemas de su mano.
-Me duele, puta- chilló quejándose del maltrato.
Su chillido provocó el silencio de los presentes y tuvo que ser su dueño de entonces,  el que pidiéndome perdón, le soltara un guantazo por la falta de respecto a un posible comprador.
-Amo, ¡Usted no comprende!- se trató de defender Jane, insistiendo en su desobediencia.
Su dueño cabreado porque tal actitud bajaba el precio que podría conseguir, trató de aminorar el daño, ofreciéndome usarla gratis.
-Yo no, pero le importa que sea mi perra la que la pruebe-
-Sí, claro- contestó el propietario porque un show lésbico podría hacer olvidar lo sucedido.
Tendríais que haber visto las caras de ambas al escuchar el permiso. Zoe no cabía de gozo, se la veía excitada y no pudo reprimir un grito de alegría cuando le ordené que se pusiera un arnés. En cambio su hermana estaba desolada. Con lágrimas en los ojos, esperó postrada sin poder hacer nada por evitarlo que la rival de su niñez llegara a su lado y abriéndole las nalgas, empezara a sodomizarla con violencia.
-¡Argg!- gritó de dolor al sentir campear al enorme pene de plástico por sus intestinos.
Mi sierva no se compadeció de ella e incrementando la velocidad de sus embates, la cogió de la melena a modo de riendas.
-Muévete puta. Demuestra lo que sabes hacer- le gritó a la vez que tiraba hacia atrás de su melena.
Temiendo una nueva reprimenda, Jane se mantuvo en silencio mientras su hermana disfrutaba de su posición y solo cuando forzando aún más su entrada trasera la agarró de los pechos, su propia calentura hizo que empezara a gozar. Al darme cuenta, obligué a mi cachorra a bajarse del estrado y volver a mi lado.
-¿Por qué me ha parado?- molesta, me susurró al oído.
-¿Eres idiota o qué?- contesté – Si la gente  se percatara de su orgasmo, subiría el precio-
Asintiendo con la cabeza, se arrodilló a mi lado y agachando la cabeza, me besó los zapatos en señal de obediencia. Su actitud servil consiguió la aceptación unánime de la concurrencia, llegando incluso uno de los amos presentes a decirme si estaba interesado en venderla:
-¿Cuánto pagarías?- pregunté ante la horrorizada mirada de Zoe.
El tipo tras pensárselo unos instantes, me respondió:
-Veinte mil dólares-
Solté una carcajada al descubrir que tenía un pequeño tesoro pero haciéndome el ofendido, contesté:
-Por ese precio, te la alquilo una semana-
Contra toda lógica, el fulano me pidió mi email para permanecer en contacto y como en ese momento nos avisaron que iba a dar inicio la subasta, quedamos en seguir hablando al terminar la misma. Para quien no lo sepa, en esos ambientes al primar la privacidad, todos los tratos se hacen por correo electrónico para evitar problemas con las autoridades.
-¿No pensarás venderme?- me susurró Zoe en cuanto el posible comprador se fue a ocupar su silla.
-Depende. En esta vida todo tiene un precio- respondí muerto de risa.
Mis palabras consiguieron inculcar el miedo en ella y temblando de terror, se mantuvo postrada a mis pies mientras el encargado subía al estrado con un altavoz.
El primer sujeto en ser subastado fue un culturista. Por sus músculos se notaba que dicho sujeto había invertido muchas horas en su cuerpo y eso se tradujo en el precio. De todos los presentes solo dos personas licitaron por él: una cincuentona con cara de mala leche y un mariquita escuálido. Al final fue el homosexual quien se lo llevó a casa por siete mil dólares ante el cabreo de la señora. En cambio, el rubio se mostró alegre al ser adquirido por un hombre.
La segunda liza consistió en dos mujeres de pelo castaño. Aunque a mi parecer eran insulsas y de segunda calidad, al ser bisexuales y mostrar un adiestramiento ejemplar, hubo un reñido  pugna por ver quien se las agenciaba y al final el comprador tuvo que pagar trece mil euros por incorporar a esos dos especímenes a su harén.
Como los siguientes lotes tampoco eran de mi agrado y quería que todo el mundo creyera que estaba interesado en la negrita, estuve alabando de sobremanera su belleza ante mis tertulianos.
Un árabe vestido de occidental, refutando mi gusto, adujo que la morena no era de su agrado porque la veía poco instruida.
-Eso es lo bueno. En las manos de alguien como yo, se puede convertir en una obra de arte. Fijaros en mi cachorra, cuando llegó a mí, no sabía siquiera hacer una mamada y ahora es una experta- y sin pedir opinión a la rubia que tenía a mis pies, le pregunté si quería una demostración.
El sujeto en cuestión aceptó mi sugerencia y ante la mirada pasmada de Zoe, la llevó hasta su silla y le obligó a hacerle una felación.
-No me falles o te arrepentirás- amenacé a mi perrita al ver el desinterés con el que se arrodilló frente al norafricano.
Mi advertencia espoleó su ánimo e imprimiendo todo su saber en la mamada, levantó el aplauso de los presentes. Al volver a mi lado, me preguntó con ira en sus ojos si estaba complacido con mi sierva. A modo de respuesta, le contesté en voz alta que sí y que a modo de premio, le permitía elegir entre el ganado a alguien para ser su esclavo:
-Dueño mío. Me gustaría que compraras a la tal “Chita”-
Indignado, recriminé su mal gusto, aduciendo que era un ejemplar del que difícilmente se podría sacar nada provechoso.
-Lo sé pero aun así la quiero. Deseo castigarla por el modo en qué se ha dirigido a usted-
Dirigiéndome al fulano que tenía al lado, soltando una carcajada, dije casi gritando para que todo el mundo se enterara:
-Por eso sigue siendo sumisa, le falta eso que diferencia a un instructor de un verdadero amo. Es acojonante que entre todo el grupo subastado le guste esa zorrita desobediente-
Todo el mundo me dio la razón.
La subasta seguía mientras tanto y por eso, cuando el organizador llevó a la mitad del estrado a la negrita, fui el primero en pujar:
-Dos mil dólares-.
La morena sonrió al ver que cumplía mi palabra. Se veía a la legua que deseaba ser adquirida por mí pero desgraciadamente para ella y en gran parte gracias a mí, su cotización subió como la espuma llegando el árabe a pagar por ella casi treinta mil dólares. Su antiguo dueño estaba como en una nube, ya que, ni en su mejor sueño pensaba recibir por ella más de cinco mil euros.
Fue entonces cuando sacaron a Jane a subasta. Increíblemente la concurrencia la recibió con pitos, de forma que al final conseguí comprarla por apenas mil quinientos pavos. La gemela se mostró desolada al enterarse que era yo su nuevo dueño y llorando dejó que su hermana le ajustara un collar con mi emblema.
-Tráeme a “Chita”- ordené sin descubrir todavía mis cartas.
Zoe arrastró a mi nueva adquisición hasta mí y obligándola a adoptar la postura de esclava del placer, me mostró orgullosa la captura.
-Aquí la tiene- dijo mientras le soltaba un azote en el trasero.
Lo que no se esperaba mi cachorra fue que en ese momento, le dijera:
-¡Quítate la máscara!-
Sin darse cuenta de mis intenciones, la teniente se despojó de su careta de modo que todo el mundo se percató que eran iguales. Lo que empezó siendo un murmullo se convirtió en un clamor cuando alzando la voz, pregunté al organizador si admitían nuevos lotes. Me contestó que por supuesto y ante la desolación de las gemelas, las puse a la venta advirtiendo que de no alcanzar el precio que creía justo por ellas, me las quedaría.
Como comprenderéis la venta de ese par de rubias alcanzó un precio desorbitado ya que todos querían quedarse con esos ejemplares tan extraños en ese mundo.  Alucinado contemplé la pelea que protagonizaron cinco amos por agenciarse a las dos muchachas. Cuando la subasta llegó a su fin, el precio se había elevado hasta los doscientos mil dólares. El postor no era otro que el árabe ricachón que había disfrutado de la mamada de Zoe. Fue entonces cuando el subastero me preguntó si estaba de acuerdo con esa suma.
-Todavía, no- respondí y dirigiéndome al tipo,  dije: -Si acepto me quedaría sin esclava. Si añades la negrita a esa cifra, ¡Son tuyas!-
El tipo cerró el trato con un apretón de manos. Como último favor le pedí que me dejara despedirme de las hermanas, a lo cual no puso ningún impedimento. Estaban todavía llorando cuando me acerqué a ellas.
-¿Por qué lo has hecho?- preguntó Zoe, completamente desecha.
-No creeréis que he olvidado vuestro chantaje. Como dicen en México: “perdono pero no olvido”-  e intercambiando esclavas, salí del local con mi morena sin mirar atrás.


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¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

Relato erótico: “Prostituto 15 Dina quiere ser violada” (POR GOLFO)

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Sin título1

Mi jefa viene a verme:
Como prostituto sé que cuando la gente deja volar su imaginación y se recrea en fantasías da como resultado las situaciones mas morbosas y raras con la que uno no ha soñado siquiera. Un ejemplo claro fue cuando Johana me llamó una tarde para comentarme la extraña petición de una clienta:
-Alonso, ¿Vas a estar en casa?-
Desde que Tara me abandonó, mi jefa aprovechaba cualquier oportunidad para verme y por eso no me extrañó que me lo preguntara. Por mucho que había tratado de explicarle que estaba bien y que ya me  había recuperado de su traición, no me creía y mirando por su inversión, cada vez que podía se auto invitaba a cenar. Más que harto del marcaje al que me tenía sometido, le contesté que no.  Por mi tono comprendió que no estaba de humor pero como tenía que hablar conmigo, respondió:
-Necesito verte, así que ¿O me esperas o me dices donde vas a estar?-
La firmeza con la que me habló me hizo a regañadientes aceptar verla y cabreado hasta la medula, le contesté que la esperaba hasta las siete, ni un minuto más:
-Allí estaré- me soltó colgando el puto teléfono.
“Esta puta cree que es mi dueña y me trata como a un niño”, maldije enfadado al advertir que me había dejado hablando solo al otro lado del auricular. Aunque gracias a ella vivía como un pachá, interiormente la acusaba de mi separación, ya que, una de las razones principales por las que Tara me dejó era que no soportaba que fuera un prostituto. Las dos horas que tuve que aguardar encerrado entre las paredes de mi apartamento, lejos de calmar mi cabreo, lo hicieron incrementar y por eso decidí hacerle pasar un mal rato.
Desde que nos conocíamos, había surgido entre nosotros una extraña química que hacía que nos atrajésemos y repeliésemos por igual. Johana, en sí, era una mujer pelirroja preciosa. Dotada por la madre naturaleza de unos pechos que harían suspirar a cualquier hombre, me había dado calabazas siempre que había hecho un intento por acercarme a ella. Era consciente que le atraía pero se negaba aduciendo que lo nuestro eran negocios.
“¡Te vas a joder!”, pensé mientras planeaba mis siguientes pasos, “si no sabes si te atraigo o te doy asco, hoy te vas a enterar”.
Aprovechando que siempre que venía a casa, nunca llamaba al timbre sino que usaba las llaves que le había dado para un caso de emergencia, decidí darle un escarmiento y la esperé tumbado en mi cama, totalmente desnudo.
Eran las siete menos diez cuando la oí llegar. Al no verme en el salón ni en la cocina, mi querida “madame” creyó que la había dejado plantada y enojada, gritó:
-¿Alonso?-
-Estoy en mi habitación- contesté desde la cama.
La muchacha, ajena a lo que se le avecinaba, entró en mi cuarto y al verme en pelotas sobre las sábanas, exclamó preocupada:
-¿Estas mal?-
 -¿Tú sabrás?, según las clientas que me consigues, estoy francamente bien- respondí cogiendo mi pene entre las manos y enseñándoselo.
Por su cara, mi exhibicionismo le molestó pero fue incapaz de retirar sus ojos del miembro que perversamente masajeaba frente a ella.
-¿Qué coño haces?- hecha una energúmena me soltó y tras reponerse de la sorpresa inicial, me gritó: -¡Tápate!-
-Lo siento pero no puedo- contesté levantándome y cogiendo un bote de Nivea, me la empecé a untar por mi cuerpo. –Tengo que salir y no querrás que nuestra clientela encuentre mi piel reseca-
Su desconcierto fue total al saber que estaba luciendo mi anatomía con el único propósito de molestarla pero a la vez, sabía que no podía evitarlo porque la razón que le había dado era de peso. Johana esperó callada unos minutos creyendo que sería rápido pero al ver que me eternizaba con la crema, me preguntó:
-¿Vas a tardar mucho?-
-Unos quince minutos- respondí  muerto de risa y poniendo el bote en sus manos, le susurré al oído: -Si quieres que me dé prisa, ¡Ayúdame!-
Mi descaro consiguió sacarla de sus casillas y bastante enfada, soltó:
-¿Te gusta jugar? ¿Verdad?-
Mi jefa obtuvo como única respuesta una sonrisa. Al advertir mi recochineo, me miró diciendo:
-Si quieres jugar, ¡Juguemos!-
Cuando creía que iba a ayudarme con la crema, hizo algo que no me esperaba: imprimiendo toda la sensualidad que pudo, ¡Se empezó a desnudar!. Cómo comprenderéis me quedé acojonado al observar como esa pelirroja dejando caer su vestido al suelo y desprendiéndose de su ropa interior, se quedaba completamente desnuda frente a mí. Creyendo que lo que quería era marcha, me acerqué a ella pero en cuanto vio mis intenciones, dijo:
-Cómo se te ocurra tocarme, ¡Te corto los huevos!-
Sin saber qué hacer, me la quedé mirando. Johana sonrió al ver mi confusión y abriendo el bote, cogió crema y melosamente se la empezó a untar por los pechos mientras me decía:
-¿Te parece bien que hablemos de negocios?-
Os juro que jamás creí que mi estratagema diera como resultado que por primera vez pudiese disfrutar de la visión de sus pechos y menos que esa fría mujer se pellizcara los pezones en mi presencia solo para devolverme la jugarreta. Alucinado y bastante excitado, no me quedó más remedio que reconocer que esa chavala tenía un cuerpo de escándalo mientras veía como sus manos recorrían lentamente y sin ningún pudor toda su piel. Siempre supuse que Johana estaba buena pero al verla así, me di cuenta de mi error:
¡Estaba buenísima!.
No solo era una mujer delgada de grandes tetas sino la perfecta combinación de genes la habían dotado de un culo espectacular que no desmerecía en nada al resto de su anatomía. La pelirroja disfrutando de su nuevo poder, se dio la vuelta y agachándose sobre el sofá, me dejó claro que era una oponente formidable cuando echándose un buen chorro, se embarró sus nalgas mientras me decía:
-Una de mis clientas quiere un servicio un tanto especial y le he prometido que te iba a convencer de hacerlo….-
-¿Qué quiere?- respondí mirando absorto cómo con los dedos se separaba sus dos cachetes y regodeándose en la visión que me estaba brindado, mi jefa untó de crema la raja de su trasero.
-Poca cosa, tiene la fantasía de ser violada- soltó como cualquier cosa mientras se daba la vuelta y separando sus rodillas, me mostró orgullosa un sexo pulcramente depilado – Sé que es raro pero me ha firmado un documento donde te exime de cualquier responsabilidad, afirmando que sería sexo consentido-
Debí negarme de plano pero en ese momento, mi mente estaba deleitándose con la vulva casi adolescente de la pelirroja. La muchacha sabiéndose deseada, separó los labios con sus yemas y mientras acariciaba su clítoris, me dijo:
-Está todo arreglado, me ha dado las llaves de su casa y cómo no quiere saber cuándo vas a hacerlo, me ha informado que va a estar sola todas las noches hasta fin de mes-
Os juro que ni siquiera me di cuenta de que mi pene había reaccionado y que totalmente erecto, se mostraba en toda su extensión. Queriendo alargar el momento, le pedí la dirección pero entonces, Johana cogiendo su ropa se empezó a vestir mientras me la daba. Al terminar y cuando ya salía de mi apartamento, me soltó:
-Aunque seas un prostituto, no puedes negar que eres hombre. Creía que me iba a ser imposible convencerte pero ya ves, con solo enseñarte una teta, has aceptado-
-¡Zorra¡- la insulté.
Ella no se inmutó y cerrando la puerta tras de sí, soltó una carcajada mientras me decía:
-Por cierto, tienes una bonita polla-
Hundido y humillado, me vi en mitad del salón con una erección de caballo mientras mi supuesta víctima se iba victoriosa sin daño alguno. “¡Será una calientapollas pero tengo que reconocer que es brillante!” maldije mientras me  volvía a la cama a liberar la tensión acumulada en mi entrepierna.
 Cumplo su encargo:
Esa tarde por mucho que intenté borrar de mi mente la imagen de mi jefa y la crema, me resultó imposible porque cada vez que lo intentaba, volvía con más fuerza el recuerdo de esa calientapollas. Yo que me creía un halcón resulté ser una paloma en cuanto Johana se lo propuso. Usando mis mismas armas, esa mujer me venció con tal facilidad que me quedé preocupado. “Va a resultar que me gusta esa zorra” pensé mientras tratando de olvidar mi ridículo, abría el dossier sobre esa clienta:
 “¡No puede ser!” exclamé al descubrir que la supuesta trastornada que quería sentir una violación era una primorosa morena de veinticinco años. Cuanto más miraba su foto, más raro me parecía todo al no comprender como una monada cómo esa, deseaba ser follada sin su consentimiento.
“O está como una puta cabra, o lo que le ocurre a esta tipa es que está cansada de los hombres que sin duda la cortejan y quiere probar que alguien la tome sin su consentimiento” sentencié cerrando la carpeta y yéndome a arreglar.
Aunque esa noche no tenía ninguna cita, decidí ir al Hilton a ver si había alguna ejecutiva con ganas de juerga. Mientras me duchaba, seguí pensando en mi jefa de forma que sin darme cuenta, me volví a excitar sin que el agua fría pudiera hacer nada por remediarlo.
“A la que violaría sin pensármelo dos veces es a ella”, me dije al percatarme mientras lo enjabonaba de la erección de mi miembro.
Os juro que si no llega a ser porque debía ahorrar fuerzas por si esa noche triunfaba, me hubiese masturbado nuevamente en su honor. Necesitaba follar para mitigar el calentón con el que esa puñetera pelirroja me había castigado y por eso, me vestí con mis mejores galas y salí a conquistar Nueva York. Esa noche todo me salió mal. Al coger un taxi, pinchó y cuando traté de tomar otro, me fue imposible porque parecía como si toda la ciudad hubiera pensado en lo mismo. Tras media hora soportando en una esquina el calor de Manhattan, decidí irme andando. Para colmo de males, al llegar al hotel, descubrí que todo el ganado medianamente pasable estaba ocupado con mi competencia y tras varios intentos infructuosos, me quedé comiéndome los mocos en una esquina del bar mientras los demás prostitutos hacían su agosto.
“¡Hay que joderse!”, pensé al observar a un jodido italiano de baja estofa saliendo con una rubia espectacular, “si hubiese llegado antes ese culo seria mío”.
Molesto y con alguna copa de más, salí del local al cabo de tres horas. Harto de que durante todo ese tiempo solo se me hubiera acercado una anciana borracha, decidí irme a casa pero cuando ya estaba en la parada del taxi, me di cuenta que al salir de mi apartamento, había cogido las llaves de Diana, la fetichista que quería ser violada. Cómo casualmente su piso estaba a unas manzanas de distancias, solventé hacerle esa misma noche la visita.
“No creo que se lo esperé. Al fin y al cabo, hoy se lo ha pedido a Johana  y según ella tengo un mes para hacerlo” pensé mientras me dirigía a pata hasta su dirección.
Estaba caminando hacia allí, cuando caí en que si se suponía que debía parecer una violación, no podía ir a cara descubierta y por eso al toparme con una tienda de chinos abierta 24 horas, entré y me compré unas medias que colocarme en la cabeza. Ya que estaba en ese establecimiento, también me agencié con un par de bolsas de tela y una cuerda para dar mayor veracidad a mi actuación. Debieron ser las copas pero curiosamente al llegar a su portal, no estaba nervioso cuando lo lógico es que estuviera a terrado con lo que iba a hacer. Entré en el edificio con las llaves de la cría y llamando al ascensor, subí hasta el décimo piso. Ya en el descansillo, busqué la letra D y sin hacer ruido, abrí el apartamento.
Al cerrar la puerta y girarme, comprobé que no había luz en la casa y poniéndome la media, empecé a recorrer la casa. Por el lujo con el que estaba decorada, comprendía que además de estar buena, esa muchacha tenía pasta. Se notaba por todo, desde los cuadros colgados en las paredes hasta los muebles destilaban clase y dinero. Al pasar por la cocina, cogí un cuchillo con el que dar más realismo al asalto y tranquilamente fui en busca de la muchacha.
La encontré dormida tranquilamente en su cama y para evitar confusiones verifiqué que fuera la misma de la foto que tenía en el móvil.
“Es ella” determiné tras comprobar sin lugar a dudas que esa cría era la misma que me había contratado y entonces poniéndole el cuchillo en la garganta, la desperté.
Os podréis imaginar el susto con el que se despertó al abrir los ojos y toparse con un tipo con una media en la cara mientras en su cuello sentía una fría hoja de acero. Tapando su boca con mi mano, evité que su grito despertara a los vecinos y entonces le dije con voz fría:
-¡Zorra!, si no gritas no te va a pasar nada-
Fue entonces cuando comprendí que la muchacha se había repuesto del susto y que había comprendido que yo era el tipo que había contratado porque en vez de llorar, sonrió mientras me decía:
-¡No me violes! ¡Por favor!-
Disgustado por su pésima actuación, decidí darle un escarmiento y soltándole un tortazo, le grité:
-Aunque venía a robar quizás aproveche para darte un revolcón- y sin esperar su reacción, le di la vuelta y cogiendo la cuerda la até.
-¡Me haces daño!- se quejó cuando apretando los nudos, la inmovilicé con los brazos atados a sus tobillos.
Sin compadecerme de ella, la cogí del pelo y tirando de su melena, le pregunté:
-¿Dónde tienes las joyas?-
La morena me miró asustada por primera vez e intentando comprender lo que ocurría me dijo casi llorando:
-Johana no me dijo nada de robar-
Aproveché su desconcierto para darle otro guantazo mientras le decía que  no sabía de qué hablaba. La cría histérica me preguntó si no era el amigo de la pelirroja y al contestarle que no la conocía y que ya podía irme diciendo donde guardaba las cosas de valor, se quedó aterrada.
Incapaz de asimilar lo que le estaba ocurriendo, Dina me rogó que no le hiciera nada y que tenía todo en una caja fuerte en el salón.
-Te voy a soltar para que me la abras pero no intentes escapar o te mato- dije mientras la desataba.
A esas alturas, la cría ya estaba convencida de que yo era un delincuente y mientras la llevaba hacía esa habitación, no paró de llorar.
-¡Cállate!, puta- le exigí retorciéndole el brazo.
Su gemido angustiado me informó de que estaba consiguiendo llevarla a la desesperación y  cuando temblando se puso a introducir la combinación, aproveché la ocasión para contemplar a la morenita.
“Está buena” me dije valorando positivamente el estupendo cuerpo que se podía vislumbrar bajo la lencería negra que llevaba.
Pequeña de estatura, tenía un par de peras dignas de un banquete pero lo mejor era ese culito tierno y bien formado que desde que la vi postrada en la cama se me había antojado.
-¡Date prisa!- le solté con el único objetivo de aterrorizarla.
Hecha un flan, tuvo que hacer dos intentos para conseguir  abrir la caja. Cuando lo consiguió le ordené que metiera todas las joyas en una de las  bolsa de tela, tras lo cual, la volví a llevar a su cuarto.
-¿Qué me vas hacer?- musitó acojonada cuando la lancé sobre la cama.
-Depende de ti. Tienes que ser una zorra de lujo para dormir así- le grité mientras con el cuchillo desgarraba su sujetador.
Dina, pávida, tuvo que soportar que prenda a prenda fuera cortando toda su ropa, Cuando ya estaba desnuda sobre la cama, pasé el filo de acero por sus pechos y jugueteando con sus pezones, le dije con voz perversa:
-¿No querrás que cuando me vaya, te deje una fea cicatriz?-
Esa cría que fantaseaba con ser violada cuando  vio que iba en serio, se meó literalmente.  Incapaz de retener su vejiga, Dina se orinó sobre las sabanas al estar segura de que su vida corría peligro y con voz temblorosa, me respondió:
-No me hagas daño, ¡Te juro que haré lo que me pidas!-
Satisfecho al tenerla donde quería, la obligué a arrodillarse a mis pies e imprimiendo todo el desprecio que pude a mi voz, le ordené que me hiciera una mamada. Reconozco que me encantó verla descompuesta mientras sus manos me bajaban la bragueta y más aún cuando esos labios acostumbrados a besar a hombres con dinero, se tuvieron que rebajar y abrirse para recibir en el interior de su boca el pene erecto de un supuesto delincuente.
-Así me gusta, ¡Perra!. ¡Métela hasta dentro!-
Tremendamente asustada y con su piel erizada cual gallina, mi pobre clienta se metió mi miembro hasta el fondo de la garganta. Sin quejarse empezó a meter y sacar mi extensión mientras gruesos lagrimones recorrían sus mejillas. Tratando de reforzar mi dominio pero sobre todo su humillación, le ordené que se masturbara al hacerlo. Sumisamente, observé como esa niña bien separaba sus rodillas y llevando una de sus manos a su entrepierna, se empezaba a tocar.
-Debiste ser la putita del colegio y ahora estoy seguro que eres la amante de algún ricachón, ¿Verdad?- le solté para seguir rebajando su autoestima y cogiendo su cabeza entre mis manos, forcé su garganta usándola como si su sexo se tratara.
A la chavala le dieron arcadas al sentir mi glande rozando su campanilla pero temiendo contrariarme se dejó forzar hasta que derramándome en su interior, me corrí dando alaridos. Mientras lo hacía le ordené que se tragara toda mi simiente y ella, obedeciendo no solo se bebió toda mi corrida sino que cuando mi pene ya no escupía más, se dedicó a limpiarlo con la lengua.
Viendo su buena disposición, la obligué a ponerse a cuatro patas en la cama y entonces, le pregunté si tenía un consolador. Totalmente avergonzada, la muchacha me contesto que tenía uno en el cajón. Sacándolo se lo di, tras lo cual le dije que si quería seguir viva cuando me fuera, quería verla masturbándose con él empotrado en el trasero.
-Soy virgen por ahí- se quejó en voz baja.
-Tú verás- le informé- ¿o te metes ese aparato o tendré que ser yo quien te rompa el culo?-
No tuve que repetir mi amenaza, cogiendo un poco de flujo de su vulva, la muchacha untó su consolador antes de con gran sufrimiento, desvirgar su entrada trasera. Fui testigo de cómo sufrió al ver forzado su esfínter y de cómo esa cría una vez con él introducido hasta el fondo, se empezaba a masturbar. Poniéndome a su lado, cogí uno de sus aureolas entre mis yemas y dándole un pellizco, me reí de ella diciendo:
-Eres una guarra, ¡Tienes los pezones duros como piedra!-
La morenita gimió al sentir mi caricia y tratando de complacerme, reconoció en voz alta que era una puta. Su sumisión me dio alas y cogiendo el dildo que tenía incrustado, empecé a sacarlo y meterlo en su interior mientras la acariciaba y la insultaba por igual. La combinación de insultos y mimos fueron llevando a la chavala a un estado tal que no sabía si estaba excitada o muerta de miedo. Yo por mi parte si lo sabía, Dina aunque todavía no fuera consciente estaba totalmente dominada por la lujuria y estando al borde del orgasmo, cualquier empujón por mi parte, la haría correrse sin remedio.
-¿Qué prefieres cerda? ¿Qué te preñe o que te dé por culo?-
Dina asumió que era inevitable y confiada por estar tomando la píldora, me rogó que la preñara porque eso significaba mantener medianamente intacto su orificio trasero. Solté una carcajada al escuchar su preferencia y tumbándola en la cama, levanté sus piernas hasta mis hombros y de un solo empujón le clavé mi extensión hasta el fondo mientras la informaba:
-Primero el coño y luego el culo-
-Ahh- gritó al sentir mancillado su sexo.
Al meter mi miembro, descubrí que esa zorra estaba empapada y por eso sin dejar acostumbrarse a sentir su conducto relleno, imprimí a mis incursiones de una velocidad endiablada.
-¡Dios!- gritó al pensar que la partía cuando notó mi glande chocando contra la pared de su vagina.
Sin darle tiempo a reaccionar, cogí entre mis dedos sus pezones y presionándolos, ordené a mi clienta que se moviera. Para el aquel entonces la media que portaba me tenía acalorado. Por eso cogí la otra bolsa de tela y se la puse en la cabeza para seguir representando el papel de violador.
-Por favor, ¡No quiero morir!- chilló al sentir que la apretaba sobre su cuello.
-No te voy a matar, ¡Todavía!. Te la pongo para no verme obligado a hacerlo. Tengo calor y no quiero que me veas la cara-
Mis palabras consiguieron calmarla momentáneamente pero mi acción tuvo un efecto no previsto, al reducir el flujo de aire, su cerebro y la adrenalina incrementaron sus sensaciones de forma que no llevaba ni tres minutos follándomela encapuchada cuando la sentí convulsionar bajo mi cuerpo y aullando desesperada se corrió sobre las sabanas. Era tal la cantidad de flujo que brotaba de su entrepierna que realmente parecía que nuevamente esa muchacha se estaba meando.
-¿Te gusta ¡Putita!-
-Sí- gritó con sus últimas fuerzas antes de caer agotada sobre la cama.
Su entrega era total y yo, todavía no me había corrido, por lo que la obligué a incorporarse y a colocarse a cuatro patas sobre el colchón. Dina, con la visión bloqueada, se dejó poner en esa posición aunque en su interior estaba acojonada. Cuando sintió unas manos abriendo sus cachetes, intentó protestar pero ya era tarde porque, con el ojete tan dilatado como lo tenía, no me costó horadar por vez primera con un miembro humano esa virginal entrada.
Dina gritó al experimentar mi dureza maltratando su ojete pero contra lo que tanto yo como ella esperábamos no hizo ningún intento de apartarse. La tranquilidad con la que iba absorbiendo mi extensión, me permitió seguir insertando mi pene y lentamente pero sin pausa, se lo clavé hasta que su base chocó contra sus nalgas.
-¡Que gusto!- aulló sin darse cuenta que estaba aceptando ser violada y como si fuera un hábito aprendido, empezó a moverse con prudencia.
Cuidadosamente, la cría fue incrementando la velocidad con la que se  empalaba hasta que su cuerpo tuvo que soportar un castigo infernal. Los suaves gemidos fueron aumentando su volumen mientras mi víctima sentía que su esfínter se había convertido en una extensión de su sexo. En un momento dado, Dina berreó como si la estuviera matando al ser desbordada por el cúmulo de sensaciones que iba experimentando.
-¡Me corro!- chilló mientras convulsionaba sobre las sábanas.
Una vez había conseguido que la morenita se corriese, me vi libre de buscar mi propio placer y cogiéndola de los pechos, esta vez fui yo quien aceleró sus sacudidas. Al acrecentar tanto el ritmo como la profundidad de mis incursiones, prolongué su clímax de forma tan brutal que con la cara desencajada, la muchacha me rogó que parara. 
-¡No aguanto más!-
Sus ruegos cayeron en el olvido y tirando de ella hacía mí, proseguí con mi mete-saca `particular sin importarme sus sentimientos. Con la moral por los suelos, Dina fue de un orgasmo a otro mientras su supuesto agresor seguía mancillando y destrozando su culo. Afortunadamente para ella, mi propia excitación hizo que explotara regando con mi semen sus adoloridos intestinos. Aun así seguí machacando su entrada trasera hasta que mi miembro dejó de rellenar su conducto y entonces y solo entonces, la liberé.
La pobre y agotada muchacha cayó sobre el colchón como desmayada. Al verla postrada de ese modo, supe que había realizado un buen trabajo y orgulloso de mi desempeño, me levanté al baño a limpiarme los restos de nuestro desenfreno. Ya de vuelta a la habitación, Dina ni siquiera se había movido. Indefensa esperaba que me hubiese ido, pero temiendo lo contrario ni siquiera se había quitado la capucha.
Nada más sentarme a su lado, se la quité. Asustada metió la cabeza en la almohada, intentando no verme porque eso supondría que la tendría que matar para que no me identificara. Solté una carcajada al saber el motivo y dándole la vuelta, le dije con suavidad:
-Dina, ¿Te ha gustado tu fantasía?-
Al verme la cara y reconocer en ella al prostituto que había contrato, se puso a reír completamente histérica mientras me insultaba acordándose de todos mis parientes.
-¡Serás cabrón! ¡Me has hecho pasar el peor rato de mi vida!-
-¿No era eso lo que querías?- le pregunté sonriendo.
-Sí…-contestó y tras unos momentos pensando, prosiguió diciendo: -Eres un capullo pero ahora que sé que era una farsa, te tengo que confesar que he disfrutado como una perra. ¡Me ha encantado sentirme indefensa! Aunque todavía tengo un sueño que me gustaría hacer realidad-
-¿Cuál?-
-¿Te importaría atarme?-
Muerto de risa, le pellizqué un pezón mientras recogía del suelo la cuerda con la que cumplir su deseo. Dina, al sentir mi caricia, se tumbó en la cama y ofreciéndome sus brazos, me rogó:
-¡Fóllame!-

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Relato erótico: “La violé por amor” (POR AMORBOSO)

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Hace tres semanas que salí de la cárcel. Me han tenido dos años por robar cuatro euros de nada. No les importó que fuera para comer mi madre y mi hermana. Me encerraron y las dejaron desamparadas.

En estos dos años se han llenado de deudas, porque los prestamistas saben que yo respondo por ellas y les han dado lo que necesitaban. Ahora me toca a mí devolverles el dinero y los intereses, que son muchos. Por eso es que ahora tengo que trabajar más para pagarles.

La semana pasada había quedado con un amigo para que me recogiese e ir juntos a dar un palo a unas naves industriales sin vigilancia. Nos habíamos enterado de que esa noche guardan bastante dinero. Suficiente para cancelar la deuda.

Mientras esperaba en una calle entre mi casa y la suya a que me recogiese, algo distrajo mi atención. Vi que salía una preciosa muchacha de la casa de enfrente. Dediqué un instante a admirarla. Ella, cerró la puerta y se colgó el bolso de su hombro. En este gesto, quedó enganchada su corta falda en él y me mostró sus largas piernas y una buena parte precioso culo, donde no pude apreciar si lleva tanga o nada.

Toda ella era provocación. El top pequeño y apretado, empujado por unos pechos generosos, una minifalda negra y las botas de tacón, casi no cubrían su cuerpo. Rubia, buenas tetas y culo redondo completaban la imagen. Creo que me enamoré de ella en ese mismo momento.

-Mmmm Qué a gusto me follaría a esa tía. Voy a seguirla.

Me dije para mí solo.

Llevo dos años sin follarme a una tía, matándome a pajas en chirona y, como mucho, algún culo. Por lo que sólo con verla se me puso dura al instante. Y no sólo por llevar tanto tiempo sin mujeres, sino porque ella era especial. Desde que salí me he cruzado, hablado y mirado a cientos de ellas, pero ninguna me ha causado tanta impresión.

Está empezando a anochecer, ella tomó la dirección desde la que tenía que venir mi amigo. Yo la seguí por la otra acera, sin dejar de mirarla, hasta que el sonido de un claxon me hizo ver que mi amigo me esperaba. Nada más entrar en el coche, le dije:

-Rápido Cañas, da la vuelta y sigue a esa tía. Me la quiero follar esta noche.

-¿Pero estás tonto, Richi? ¿Vas a perderte un palo como el de esta noche que nos hará vivir como reyes una temporada? ¿Y encima por una puta como esa? Con lo que nos vamos a repartir, puedes tener putas de esas a cientos.

Además de no poder hacer nada, porque había arrancado rumbo a nuestro destino, tuve que reconocer que tenía razón. El trabajo salió perfecto. Cuando terminamos, yo seguía empalmado, por lo que pedí al Cañas que fuésemos de putas, pero llegamos tarde y ya habían cerrado.

No pude más y tuve que hacerme una paja apoyado en el coche, ante las risas del Cañas al principio, y con su compañía después, apostando a quién duraba más. La apuesta de las dos cervezas la ganó él.

Durante toda la semana he estado controlando sus salidas y entradas. La he visto quedar con sus amigas, la he visto pasear con su novio. La he visto subir al coche de él y volver ya de noche moviéndose extrañamente al bajar del coche. Cada día me gustaba más. Estaba enamorado de ella.

Intenté entrarle varias veces, tanto cuando estaba sola como cuando estaba con sus amigas en el bar, pero en todas ellas o bien me rechazó o bien me ignoró.

Pero yo no podía vivir sin ella. Necesitaba hacerla mía y ayer, por fin, me decidí. Si no quería por las buenas, sería por las malas, pero iba a ser mía sí o sí.

Pedí prestada la furgoneta al Chata, la limpié bien de todos los restos metálicos y virutas de chatarra que tenía para no salir heridos y eché un viejo colchón en su interior. No tiene ventanillas laterales, y si tiene un separador de malla entre el conductor y la caja, sobre el que puse un gran trozo de tela. Compré una caja de viagra, distraje unas esposas, un antifaz, una bola y una cuerda en un sex-shop, mientras compraba una caja de condones y me fui a buscarla. Aparqué en un callejón por el que pasaba habitualmente y que siempre estaba vacío y esperé a que llegase.

Cuando la vi llegar, me puse un pasamontañas que solamente dejaba visibles mis ojos y labios, y preparé el cuchillo de monte. Mi corazón latía a mil por hora. Estaba más nervioso que en cualquier robo, atraco o acto vandálico en el que hubiese estado, ni siquiera en mi primer robo estaba así. Al pasar a mi lado, abrí la puerta corredera lateral, salté de golpe a cogerla del brazo y tire de él haciéndola caer en el interior, al tiempo que la puerta se cerraba sola.

-Aaaaayyy. ¡Pero qué…!

Con el susto de mi aparición al abrir la puerta y la sorpresa, no le dio tiempo a reaccionar. Me eché sobre ella, coloqué la mano sobre su boca y el cuchillo en su cuello y le dije:

-¡Si gritas te corto el cuello! Estate muy calladita. ¿Lo has entendido?

Hizo un movimiento afirmativo con la cabeza.

Me puse a caballo sobre ella, con una rodilla a cada lado, sujetando los brazos bajo ellas y coloqué el cuchillo en su garganta, pinchando ligeramente.

-¡Abre la boca todo lo que puedas!

-¡Por favor no me haga…!

-¡CALLATE Y ABRE LA BOCA! – Le grité al tiempo que pinchaba y hacía salir una gota de sangre de su cuello.

Lo hizo y rápidamente coloqué la bola bien adentro y la sujeté detrás. Ya sin poder gritar, liberé sus brazos, adormecidos al cortarles la circulación con mi peso, la hice darse la vuelta y coloqué las esposas en sus manos. Luego le até los muslos juntos, por encima de las rodillas y de ahí a los tobillos e hice que doblase las rodillas para atarlas a las esposas. Quedó totalmente empaquetada e inmovilizada boca abajo.

Salí para ponerme al volante y conduje hasta las afueras de la ciudad. Aparqué en una zona boscosa, a cubierto de miradas indiscretas, que ya había utilizado en otras ocasiones con mis amigos para nuestras actividades delictivas. Me metí en la parte trasera y cerré las puertas para evitar posibles interrupciones indiscretas.

-Bien, putita, vamos a ver ese cuerpo

Llevaba un vestido corto y fino, de tirantes, que se le había subido hasta enseñar la lorza que su culo redondo, (su maravilloso culo), hacía con sus piernas. La subí todavía más, dejando a la vista el hilo de su tanga.

-ZASSSS, ZASSSS

Le di un golpe en cada cachete.

-Buen culo. Me va a encantar follarlo.

-MMMMM, MMMMM, MMMMM, MMMMM.

-¿Lo estás deseando, eh?, no te preocupes que todo llegará. Te voy a desnudar y más vale que colabores. Si colaboras, terminaremos pronto y saldrás viva y sin daño de aquí. Si no lo haces te haré lo mismo pero sufrirás más.

Omití lo de salir viva intencionadamente, pero no debió de darse cuenta.

-Ahora voy a soltarte las manos, espero que no hagas tonterías.

Desaté la cuerda de sus manos, lo que le permitió bajar las piernas, y solté las esposas. Le di la vuelta para dejarla sentada. Bajé los tirantes de su vestido, pero ella intentó evitarlo llevando sus manos a las mías para impedirlo.

-NNNNN PFMMM

-ZASSSS ZASSSS

Me deshice de su mano y le di un bofetón con todas mis fuerzas y seguido, otro en el otro lado. Cayó de lado sobre el colchón llorando.

-Si prefieres esto, yo no tengo inconveniente en seguir. ¿Quieres más?

Negó entre lágrimas. La agarré del pelo y volví a colocarla sentada. Esta vez sí que se dejó bajar los tirantes del vestido y hasta colaboró en sacar los brazos. No llevaba sujetador. Ante mis ojos maravillados quedaron sus preciosas tetas, como pirámides de Egipto incrustadas en su pecho.

El movimiento de bajar su vestido, me llevó a acercar la cabeza a ellas y no pude evitar sacar la lengua y lamer uno de los pezones. Enseguida, la mano de ella fue a cubrirlo, apartándome la cara.

-ZASSS.

Una nueva bofetada la tiró de costado. Volví a levantarla tirando del pelo.

-¿Qué te pasa zorra? Es que no entiendes o es que te gusta que te sacuda. ¡Eh! ¿Te gusta que te sacuda?

-MMMMmno.

Negó con la cabeza

De un empujón, volví a tumbarla sobre el colchón y terminé de sacarle el vestido por los pies. Desnuda estaba impresionante sus tetas, grandes y tiesas, su cara de líneas suaves, que no le perjudicaba su pelo revuelto y despeinado, su tripa plana, su coño apenas cubierto por un triángulo minúsculo y transparente a través del que se vislumbraban sus pliegues sin la más mínima muestra de pelo.

La volví a poner boca abajo para admirar su culo y acariciarlo, sintiendo los pequeños temblores de su cuerpo que eran más pronunciados en él. Lo recorrí con mis manos, acariciándolo, para terminar con dos palmadas en sus cachetes al tiempo que le decía.

-Venga, cariño, no perdamos más tiempo.

Solté las cuerdas de sus piernas y, cuando se vio libre, intentó moverse, pero un puñetazo en la espalda, la dejó totalmente inmóvil. Luego volví a colocarla boca arriba

Como la cuerda era larga. Até su tobillo derecho con su muñeca derecha y llevé la cuerda para pasarla por un agujero en uno de los lados del chasis de la furgoneta, hasta otro agujero igual en el otro lado, para terminar atando su otra muñeca y tobillo. Con esto, quedó totalmente abierta, con los pies elevados e inclinados hacia su cabeza.

Saqué de nuevo el cuchillo y rodeé con la punta sus pezones, mientras ella miraba aterrorizada, fui bajando por el pecho, su estómago, hasta llegar a su tanga, por el qué metí la punta, para desplazarla hasta la tira lateral y cortarla, luego hice lo mismo con la otra. Guardé el cuchillo, con un suspiro de ella y retiré la prenda cortada.

Bajé mi nariz hasta su coño, buscando encontrar su olor, sorprendido, me encontré con que mostraba algunas gotitas y los bordes humedecidos. Se estaba excitando. Me desnudé completamente, dejándome solamente el pasamontañas y me coloqué entre sus piernas, y me puse a acariciar sus pechos con ambas manos, estrujándolos. Su turgencia me fascinaba. Disfruté un rato amasándolos Cuando cambié para chupar uno de sus pezones, pude sentir su gemido a pesar de la mordaza hasta que se le pusieron duros. Baje por su pecho y vientre pasando la lengua por donde antes había pasado el cuchillo, hasta que llegué a su coño. Estaba totalmente depilado y suave como el de una niñita.

Lo recorrí alrededor con mi lengua desde encima de su clítoris, bajando por un lado, hasta el perineo y subiendo por el otro. Le di varias vueltas, acercándome cada vez más a su raja, sintiendo cómo se iba excitando. Poco a poco se iba abriendo, dejando ver parte de su intimidad con algo de humedad, a la espera de que mi lengua la recogiera.

Bajé hasta su ano, que intenté forzar con mi lengua. Sorprendentemente se abría ante mis ataques con facilidad. Ensalivé bien mi dedo medio y se lo metí sin problemas en su culo.

-Veo que le das mucho uso a tu culo, ¡eh puta! Me hubiese gustado rompértelo, pero ya que no es posible, espero disfrutarlo bien.

-MMMMMM MMMM

-Sí, ya sé que tú también. Te voy a quitar la mordaza y me vas a chupar la polla hasta que me corra. Te lo tragarás todo y me la dejarás bien limpia. ¿Entendido?

Asintió con la cabeza. Yo me separé de ella, me tomé una viagra y preparé un bulto con su ropa y la mía para ponerlo bajo su cabeza. Le puse el antifaz y solté la mordaza. Entonces pude quitarme el pasamontañas, que me estaba asfixiando de calor

-Agua

Fue lo que dijo casi sin voz. Le puse la botella que llevaba y casi se la bebió entera.

-Gracias. Por favor. No me hagas daño…

-¡No hables si no te lo digo yo! –La interrumpí.

-Pero tengo que decirte que…

-ZASSSS, ZASSS

Dos nuevas bofetadas.

-¡QUE TE CALLES!

Intenté llevar mi polla a su boca, pero entre las piernas, brazos y cuerdas, me resultó incómodo y solamente le metí la punta un momento. Frustrado, volví a su coño, metiendo nuevamente un dedo en su culo y recorriendo con la lengua los bordes de los labios. Noté cómo se separan cada vez más con mi caricia. Mi dedo en su culo presionaba la pared con su coño para transmitirle el roce cuando lo movía.

Su respiración se aceleraba, a pesar de los intentos que hacía para que no se le notase

Yo seguía recorriendo los bordes hasta que se retiraron dejando ver el sonrosado interior, donde destacaba su clítoris duro como un garbanzo y sobresaliendo de los labios. Le hice un recorrido desde la base del clítoris hasta la entrada, rozando ligeramente la base por arriba y luego metiendo mi lengua todo lo que pude en su agujero.

-OOOOOHHHHH. SIIIIII

No pudo aguantar más y cedió al placer. Yo tampoco pude. Cambié el bulto de ropa a debajo de su culo y, tras escupirme en la polla, la puse en la entrada de su ano y se la clavé hasta el fondo.

-AAAAAAAAAAHHHH

Un grito, no sé si de dolor o placer, acompañó la entrada de mi polla en su ano la mantuve unos segundos hasta que se acostumbró y empecé a moverme. Primero despacio, pero poco a poco fui acelerando y machacando su ano sin piedad. De vez en cuando, sacaba la polla para escupir abundantemente en el agujero y seguía machacando.

La cogí de los pezones y se los estiré. Me incliné sobre ellos y los mordisqueé, lamí y volví a estirar.

Ella solamente decía:

-Ah, ah, ah, ha,…

Coincidiendo con mis envestidas.

-Oooohhh. ¡Qué culo más divino! Me voy a correr. Te lo voy a llenar de lecheeeeee AAAAAAHHHHHH

Me corrí con uno de los mejores orgasmos de mi vida. Me dejó agotado. Me dejé caer en el colchón, junto a ella. Le hice girar la cara y le estuve comiendo la boca un buen rato.

-Mira, putita, voy a soltarte. –Le dije poco después- Está todo cerrado y no puedes salir, además, ya sabes cómo las gasto. Así que, si no quieres que te rompa todos los huesos, pórtate como una buena puta e intenta disfrutar. Si lo haces así esto durará menos y te podrás ir a casa pronto. Si intentas algo, te follaré igual y luego te cortaré el cuello.

Un ligero temblor recorrió su cuerpo. Solté con tranquilidad las cuerdas que ataban sus manos y pies, que cayeron como muertos sobre el colchón.

-Ahora me la vas a chupar hasta ponérmela bien dura, y vas a tener mucho cuidado con los dientes si no quieres sentir el roce del cuchillo. ¿Lo has entendido?

-SSSi

La hice girarse, ponerse a cuatro patas y llevé su cabeza a mi polla. Enseguida se puso a mamarla. Primero se la metió en la boca hasta que tuvo suficiente dureza, metiéndosela entera al principio y luego en grandes trozos y sacándosela mientras presionaba con los labios. Tras algunos minutos, consiguió ponérmela totalmente dura de nuevo, la ensalivó bien, repasando toda con la lengua, y se la metió casi completa. La fue sacando despacio, hasta que solamente quedó el glande en su boca, aplicándose entonces a rodearla con la lengua y darle golpecitos en el borde.

Volvió a metérsela nuevamente todo lo que pudo, quedando unos centímetros nada más.

-ZASSSS, ZASSSS

Un par de bofetadas, antes de cogerla del pelo y forzar la entrada hasta que su boca llegó a mi pubis, le hicieron comprender rápidamente cómo quería que me la mamase.

Se la mantuve un rato dentro, sintiendo las contracciones de su garganta ante las náuseas y el ahogo que le producía. Se la saqué de golpe, arrastrando un aluvión de babas. Acentuó sus arcadas, pero cuando estaba a punto de vomitar:

-ZASSSS

-ZASSSS

Dos fuertes bofetadas la hicieron recuperarse, por lo que volví a meterle mi polla hasta lo más profundo, volviendo a disfrutar de las contracciones. Estuve menos tiempo, pero tuve que volver a darle nuevas bofetadas para que se recuperase.

Después de hacerlo un par de veces más, la dejé que siguiera ella sola durante un rato más. Luego la hice acostarse boca arriba, tomé el bulto de ropa, lo puse bajo su culo y me puse a frotar mi polla a lo largo de su raja.

-Mmmmmm. Me va a encantar follarte este coñito tan sabroso.

-Nooooo. Por favoooor. Que…

-ZASSSS

-ZASSSS

Dos fuertes golpes en sus tetas cambiaron sus gritos por llanto.

-¡CALLATE! Te he advertido ya antes y no lo haré más. A la próxima te cortaré la lengua.

Y para confirmarlo, coloqué el cuchillo a mano.

-Pero es que…

-ZASSSS

Un puñetazo en el estómago la dejó sin respiración y en silencio. Se dobló con las manos en su vientre y cayó encogida de lado. Yo le hice estirar la pierna de abajo, colocándola entre las mías y le levanté la de arriba poniéndola en ángulo, quedando su culo y coño a mi disposición.

Coloque mi polla en su entrada y, de un solo empujón, se la clavé hasta el fondo.

-AAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGG.

Un fuerte grito de dolor seguido de llanto, acogió mi entrada, estaba muy estrecha y casi me corro en ese momento, pero quería disfrutarla al máximo, así que fui sacando mi polla despacio, mientras ella seguía llorando. Cuando la tuve toda fuera, vi que estaba manchada de sangre.

-Vaya, vaya, así que la putita no es más que una calientapollas virgen de coño y puta de culo.

-¿Todavía no te han follado bien el coño?

-NNNo. Soy virgen todavía.

-Querrás decir que lo eras. Acabo de bautizarte como nueva puta. Y te voy a dejar bien entrenada.

Volví a escupir abundantemente sobre mi polla y volví a clavársela hasta el fondo.

-AAAAAYYYYYYY.

No le hice caso. Me mantuve un rato con la polla dentro, mientras volvía a chupar y lamer sus pezones

La sacaba despacio, escupía en ella y la volvía a meter al mismo ritmo. Lamía y chupaba sus pezones volviendo a repetir el proceso, hasta que conseguí que su coño se encharcara. A partir de ese momento, me moví con rapidez, en una follada frenética en la que pude sentir dos gemidos más fuertes con un arqueo de su cuerpo.

Cuando sentí que estaba a punto de correrme, me salí de ella, puse mi boca sobre su coño y rodeé su clítoris con mis labios. Me dediqué a chupar y aflojar, sintiendo como iba estirándose. Le metí dos dedos en el coño y me puse a follarla con ellos, sin dejar de chuparla.

Cuando sus gemidos y su cuerpo me dijeron que se había corrido, volví a clavársela y a follarla con violencia nuevamente. Aguanté todo lo que pude, hasta que…

-Jodeeeer. Puta. Me corrooo. AAAAAAAAAAA.

La clavé todo lo que pude y solté toda mi corrida. Luego seguí con ella dentro hasta que quedó flácida. Caí a su lado, mirando al techo, y cerré los ojos un momento para recuperarme.

-Joder, Edu, eres un cabrón. Sabes que quería llegar virgen al matrimonio, pero te perdono porque he perdido la cuenta del número de veces que me he corrido. De todas formas, sí que te has dado prisa. Ayer te conté mi fantasía y no has tardado ni un día en cumplirla. ¡Gracias, cariño!

Esto último lo dijo al tiempo que se levantaba apoyada sobre un brazo y con la otra mano se quitaba el antifaz.

-¡PERO QUIEN COÑO ERES TU! ¡TU NO ERES EDUARDO!

-No, no soy Eduardo. Soy Richi…

-Ya sé quién eres. Eres el gilipollas que ha intentado ligar conmigo esta semana. ¡TE DAS CUENTA DE LO QUE ME HAS HECHO, CABRÓN! ¡ME HAS VIOLADO! ¡TE VOY A DENUNCIAR PARA QUE PASES EL RESTO DE TU VIDA EN LA CARCEL!

-Espera… Estoy enamorado de ti desde que te vi…

-CERDO, HIJOPUTA, VIOLADOR…

-Era la única forma de tenerte. No podía vivir sin pensar en ti.

-MAMÓN, MARICÓN, CABRÓN, HIJOPUTA

-¡TE QUIERO!

Con estos diálogos, terminó de ponerse de rodillas y empezó a darme puñetazos en el pecho mientras seguía insultándome.

Ver sus tetas temblando como flanes, su cuerpo de curvas perfectas y su coño casi escondido entre sus piernas ligeramente separadas, junto con los efectos de los restos de la pastilla, volvieron a encenderme de nuevo, poniendo mi polla casi en su total dureza.

-ZASSS

Me levanté ligeramente y le di otra bofetada, en su cara ya roja, que la desequilibró, haciéndola caer de nuevo al colchón.

-¡Te he dicho que te calles!

Rápidamente la puse a cuatro patas colocándome a su espalda entre ellas. Intentó levantarse, pero un buen golpe con el puño entre los omóplatos la dejó totalmente inmóvil. Escupí en su culo y en la punta de mi polla y se la clavé de golpe hasta la mitad.

-AAAAAAAAAAAAAAAYYYYYYYYYY

No hice caso de su queja, sin pensarlo más, se la metí completa. Sólo emitió un gemido. Fui sacándola despacio y volviéndola a meter lentamente. Ella gemía quedamente. Poco a poco fui acelerando mis movimientos hasta que alcancé un ritmo rápido. Sus gemidos aumentaron con mi ritmo. Me incliné sobre ella para pasar mi mano por debajo y alcanzan su clítoris, encontrándome con su mano frotando su clítoris. Le retiré la mano y…

-ZASSSS

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH.

Una palmada sobre el coño disparó su orgasmo que fue largo e intenso, por lo que duraron sus convulsiones. Sus piernas no la aguantaron y quedó totalmente acostada sobre el colchón, saliéndosele mi polla de su ano. Cuando se relajó, volví a ponerla en cuatro, escupí en su ano y en la punta y volví a follarla con fuerza, al tiempo que me inclinaba sobre ellas y me sujetaba metiendo las puntas de tres dedos en su coño y frotaba su clítoris con la palma de la mano.

Estuve un buen rato, y al final, intenté aguantar mi orgasmo, pero no daba para mucho más. En el límite de mi aguante, ella volvió a correrse y entonces, prácticamente al mismo tiempo, pude hacerlo yo, echándole dentro las últimas gotas que quedaban en mis huevos.

Volvió a quedar acostada boca abajo, totalmente agotada. Yo esperé un momento para recuperarme de tan buenas corridas y me puse en pie para vestirme. Mientras lo hacía, le tiré encima el vestido y le dije:

-Vístete, puta, que te voy a llevar a casa. Después de esto puedes denunciarme si quieres. Estoy seguro que el recuerdo de esta tarde me durará toda la vida y podré aguantar con él todo el tiempo que esté encarcelado.

Se lo puso como pudo y cuando iba a coger su destrozado tanga, se lo retiré y, después de darle una pasada por su coño, me lo eché al bolsillo diciendo:

-Me lo quedo para recordarte en la soledad de mi celda.

Terminé de vestirme y abrí la puerta para pasarme al lugar del conductor. Ella salió tras de mí y se subió en el puesto del acompañante. Recorrimos el camino de vuelta en silencio, mientras ella recomponía su maquillaje y escondía las rojeces de su cara.

Pronto estuvimos frente a su casa. Había un vehículo detenido ante la puerta.

-Está mi novio esperándome. Déjame a la vuelta de la esquina de la siguiente calle.

Antes de bajarse, ya detenido el vehículo, ella sacó un pequeño bolígrafo de su bolso y tomando mi mano que tenía sobre el cambio de marchas, me escribió en la palma:

VANE 555XXXXXX

-Llámame cuando quieras violarme otra vez.

Era cerca de la media noche cuando llegamos. Me dio un beso en la mejilla y se bajó, volviendo con paso tranquilo y tembloroso hacia su casa.

Y esta es la historia. Esto pasó ayer. Acabo de escribirla y ya estoy empalmado otra vez, solamente de recordarlo. Voy a llamarla.

-…

-Vane, soy Richi. Todavía no he devuelto la furgoneta al Chata y…

-Sí. Acabo de ducharme y estoy dándome crema para calmar las irritaciones. Dame diez minutos y recógeme donde me dejaste…

-Jodeeeer. Lo siento lector o lectora. Me voy a buscarla. Si quieres comentar, te lo agradeceré, y si me valoras me animarás a contarte más. Adiós.

Richi

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