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Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (6 y final)” (POR BUENBATO)

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NOTA DEL AUTOR

Pues eso, este es el último capitulo. Decidí hacer el cápitulo más largo e incluir el final de una vez.

Fue una buena experiencia, y debo decir que tengo varias historias en mente.

Mi plan es terminar primero los relatos, antes de enviarlos, y así poder subir capitulos más largos y más constantemente.

Quizas vaya subiendo algunas historias cortas; pero debo antes arreglar unos asuntos laborales.

Espero les haya gustado la seríe, y agradezco sus puntuaciones y comentarios.

No sé que genero les gustaría, estoy abierto a sugerencias.

Saludos.

BUENBATO

————————————————-

ASALTO A LA CASA DE VERANO (6, FINAL)

Con todas las chicas limpias, las bajaron de nuevo a la sala. Les pusieron ataduras más cómodas y les permitieron recargarse sobre el sofá. Aquello fue el momento más tranquilo que habían vivido hasta el momento; los hombres se dedicaron a sus propios asuntos.

Benjamín descargaba y miraba los videos que había grabado con su cámara. Lo escuchaba con el volumen en alto, riéndose de los gritos y súplicas que se escuchaban en los videos y las imágenes de su verga penetrando a las muchachas.

Sofía se sonrojó en silencio y bajó la mirada, evitando los ojos de todos los presentes, cuando escuchó el video de sus aullidos de dolor de cuando Benjamín deslizaba su pene dentro de su apretado esfínter.

Así hubieran continuado otro rato, hasta que Sonia rompió el silencio, para sorpresa de todos.

– Tengo hambre – dijo, con una voz neutral

Benjamín la miró, estaba recargada sobre el sofá, entre su madre y su hermana. Ella bajó la voz cuando él volteó, pero volvió a alzarlos convencida de la importancia de aquello.

– Ni siquiera he desayunado – miró a su alrededor, pero sólo se encontró con la mirada asustada de su madre – Todas tenemos hambre – concluyó

Benjamín se puso a pensar; por un momento se le ocurrió que aquella petición era comprensible, naturalmente debía darles hambre y lo más correcto sería alimentarlas. Pero, su mente, repleta de todas las perversidades, comenzó a maquinar alguna forma denigrantes de darles de comer. Entonces habló.

– Bien – dijo él, y se retiró hacia la cocina

Regresó minutos después, con dos botes de leche, algo de pan, un tarro de miel y varios platos hondos de la vajilla. Colocó cinco platos en el suelo, y los llenó de leche.

– Tendrán que ganárselo – comenzó – y la manera es muy sencilla. Aquí tengo un tarro de sabrosa miel, toda la que quieran, pero la comerán directo de mi verga. En cuanto a la leche, tendrán que beber rápido, porque Lucas se las estará follando todo el tiempo que demoren.

Lucas no estaba enterado de aquello, pero sonrió con la idea. Ambos tenían las vergas algo adoloridas, pero se habían colocado un ungüento antinflamatorio y analgésico que había resultado efectivo. De modo que la idea no tardó en endurecerles la verga a ambos.

Comenzaron a desvestirse la parte de abajo, liberando sus falos. Mientras las mujeres miraban al suelo, considerando la posibilidad de pasar hambre. Todas excepto Sonia que, hambrienta, comenzó a arrastrarse hacia donde se hallaba Benjamín. Avanzaba sobre sus rodillas, a veces tropezando y cayendo de cara al suelo, pues llevaba las manos atadas por la espalda.

Finalmente llegó ante Benjamín, quien comenzó a embadurnarse la verga de miel con un pincel de cocina. Se untó la miel en todo lo largo de su tronco, en su glande enrojecido y en sus testículos peludos.

– Provecho – le dijo sonriendo a Sonia, quien lo miraba desde abajo, como tratando de terminar de atreverse de aquello.

Entonces, empujada por el hambre y el impulso, abrió su boca y comenzó a chupar aquella verga. Tuvo que admitir para sus adentros que aquello era delicioso, y es que el hambre la estaba matando. Succionó toda la miel del glande, y comenzó a girar su cabeza de un lado a otro, asomándose por todos lados, para limpiar la miel esparcida a lo largo del tronco.

Las otras chicas y su madre la miraban, no tanto con indignación como con curiosidad. También tenían hambre, y aquello no parecía tan malo después de todo. Miraban cómo Sonia terminaba de chuparle los testículos a Benjamín, y cómo este, finalmente, le cedía el paso para que se dirigiera a la leche.

Ella se acercó a uno de los platos, y comenzó a bajar la cabeza para beber de la leche, aunque tuviera que hacerlo a lengüeteadas. No llegó a tocarla superficie con la lengua cuando un jalón de cabellos la detuvo; era Lucas.

– Con las piernas abiertas – le dijo el muchacho – Abre las piernas o no comes, putita.

Ella tuvo que abrirlas; entendió que aquello era para que él pudiera penetrarla más fácilmente. Era difícil mantener el equilibrio así, porque el peso de su cabeza y de sus tetas la hacía sentir que caerían de cara sobre el plato. Entonces sintió la verga de Lucas penetrándole el coño, y sosteniéndole de las caderas.

Aquello al menos ayudaba, Lucas ayudaba a mantenerla en equilibrio mientras la embestía, aunque los movimientos más fuertes le hacían sumergir la nariz en el plato de vez en cuando.

Estaba a la mitad de aquel delicioso plato de leche cuando una segunda chica se animó a participar en la cena. Era Sofía, hambrienta también, que se acercaba más lenta y tímidamente a Benjamín, quien ya comenzaba a pintar su verga de miel.

– Otra putita – exclamó, cuando esta ya estaba frente a ella – ¿Qué busca señorita?

La niña no respondió, no hubiese sabido qué responder.

– Responde, putita, ¿qué se te ofrece?

– Comer – dijo ella

– ¿Qué quieres comer?

– Miel

– Tengo miel en mi verga, curiosamente, ¿se te antoja?

– Si – dijo ella, queriendo terminar con aquella incomoda charla

– Entonces dímelo, sin pena.

Ella respiró profundo, esperando dar con la respuesta correcta.

– Señor – dijo entonces – Quisiera chuparle la miel que hay en su verga. ¿Puedo?

Benjamín rio complacido, entonces le acarició la cabecita a la niña, y miró al resto de las muchachas que esperaban.

– Por supuesto – le respondió entonces a la chica – Chúpame la verga todo lo que quieras, buen provecho.

Se comenzaban a escuchar los gemidos de Sonia cuando Sofía comenzó a chupar el glande de Benjamín. Era muy dulce verla, chupaba durante segundos alguna parte de aquel falo, y después se retiraba unos centímetros a saborear la dulzura de la miel, luego entonces regresaba a continuar con aquella mamada.

Desde el glande hasta los cojones, consumiendo todo el endulzante. Aún tuvo que darle un largo beso al glande, a petición de Benjamín. Entonces se dirigió a uno de los platos, abrió las piernas y esperó paciente a que Lucas terminará con Sonia.

No tuvo que esperar bastante; Sonia, a duras penas, había terminado de beber la leche. Entonces Lucas le sacó su falo, y se colocó tras Sofía. La niña dio el primer sorbo al mismo tiempo en que el muchacho la penetró.

Trató de beber rápido, y lo logró. En menos de dos minutos se había bebido la leche. Lucas se enfadó un poco.

– Esto es trampa – denunció a Benjamín – La muy zorra ha bebido como si fuera elefante. Apenas y me la he podido follar un minuto.

Benjamín concordó, y entonces dijo.

– Pues síguela follando; a ver cuál de sus amiguitas viene a rescatarla.

En efecto, Lucas volvió a penetrarla. Siguió embistiéndola, enfrente de todos, mientras la niña gemía de dolor y excitación. Ella miraba alrededor, esperando si alguien más acudía para sustituirla.

Leonor la miraba con el pecho adolorido, y entonces comprendió que era su responsabilidad hacer lo posible porque a aquella muchacha no le siguieran sucediendo barbaridades. Estaba a punto de avanzar, pero de pronto alguien a su lado se le adelantó. Era Mireya, que avanzaba de prisa hacia Benjamín.

– Mi zorrita favorita – exclamó él – ¿Quién más podría ser? ¿Ahora eres una especie de heroína? ¿La heroína de las putas?

– Si – contestó ella, sorprendiéndolo a él y a todos – Ponte la miel.

Benjamín le dio el gusto; se embadurnó la verga con una cantidad abundante de miel, y dio paso para que Mireya se acercara. Ella no lo pensó dos veces, se llevó la verga a la boca y comenzó a mamar la verga de Benjamín sin tapujos algunos; aquello sólo se trataba de hacerlo rápido, para ayudar a la pobre de Sofía.

Desde atrás, Leonor se sorprendió al ver las manos de su hija tras su espalda, palpándose el área de su coño mientras chupaba el pene de Benjamín. Entonces, tras pensarlo, comprendió que estaba tratando de lubricarse.

Mireya terminó con toda la miel de la verga de Benjamín; pero este la tomó por los cabellos, se vertió más miel y le llevó la cabeza de nuevo hacia su verga.

– Te ves hambrienta – le dijo él, mientras obligaba con su mano a la chica a mantenerse con su boca llena de aquella verga –Me has conmovido.

Mireya no dijo nada, se limitó a aceptar aquello y seguir chupándole el falo a Benjamín mientras continuaba masturbándose con sus manos.

Finalmente él la dejó en paz, y ella avanzó de rodillas rápidamente, dirigiéndose hacia el plato de leche. Se abrió de piernas y sintió entonces a Lucas posándose tras ella; apenas sintió cómo él la penetraba, ella bajó la cabeza para comenzar a beber.

Él la embestía lentamente, por fortuna. Bebía lo más rápido que podía, aunque a lengüetazos.

Leonor ya se acercaba rápidamente a Benjamín, y repitió la misma técnica de su hija. Chupó la verga de Benjamín sin problemas, masturbándose con las manos por detrás. Quería apurarse también, para rescatar a su hija.

Y así lo hizo, terminó con Benjamín y este la dejo ir, pues detrás ya venía Azucena, quien ya no le encontraba el sentido a quedarse atrás.

Leonor se colocó en posición, escuchaba los gemidos de su hija; miró hacia Sonia, quien se encontraba junto a Sofía esperando recargadas en la pared, de pronto todo quedó en silencio y segundos después sintió las manos de Lucas tras ella. Sintió la penetración, y bajó a beber la leche.

Mireya avanzaba de rodillas hacia su hermana, Azucena mamaba la verga de Benjamín y Leonor era follada por Lucas. Entonces Azucena terminó su miel y avanzó hacia la miel.

– Ve con la chiquita – indicó Benjamín, posando su mano sobre sus hombros – Dejame a esta perra.

Lucas se hizo a un lado, y fue tras Azucena. Benjamín tomó posición tras Leonor, quien ya casi terminaba. Él la penetró y tras algunas embestidas escuchó la voz de Leonor.

– He terminado Benjamín – dijo Leonor – Déjame ir, me he terminado la leche.

– Te falta una – dijo él, sacando su verga del coño de la mujer y apuntándolo en la entrada del ano

Sin previo aviso, y con una fuerza y habilidad propias de la experiencia, el sujeto la penetró en seco. Leonor gritó de dolor al sentir los veinte centímetros de verga atravesándola como una espada.

No era su primer anal, pero aquel fue el más intenso que había sentido. Aquella verga le apretaba tanto dentro de su culo, que se preguntó cómo diablos habían podido soportar aquello las más jovencitas.

Tras sentir las palpitaciones de la verga de Benjamín dentro de sí, comenzó a experimentar los movimientos que este comenzaba a hacer. Lenta, pero progresivamente, Benjamín inició y fue aumentando el ritmo de las embestidas contra aquel enrojecido esfínter. Su verga aparecía y desaparecía de aquel redondo agujero, mientras los suspiros de Leonor se convertían en gemidos de placer.

Pronto, las respiraciones aceleradas de Azucena se unieron; estaba siendo follada por el coño. Lucas sacaba suavemente su pene de ella, y entonces lo metía con fuerza hasta el fondo; repetía aquellos movimientos una y otra vez, provocándole suspiros y grititos a la chica, cuya concha se iba humedeciendo más y más con cada penetración.

Azucena era, de todas, la única que secretamente disfrutaba de aquello. Había disfrutado cada mamada, cada penetración y cada dilatación de su culo. No lo había comentado con nadie, y seguía simulando una actitud de victimismo que realmente no existía. Nunca había tenido sexo, y estaba asustada al principio, como su prima Sofía, pero por alguna extraña razón había terminado por encantarse con aquella situación.

Incluso los amarres, las humillaciones, los gritos y la violencia le habían terminado por gustar; siempre se preguntaba qué podía seguir después con su cuerpo. Pero debía simular, y seguir disfrutando de aquello en secreto.

Y sí que lo hacía; Lucas penetraba su coño mientras esta suspiraba con cada embestida. Se mordía los labios y sentía su cabeza agotarse del placer que le llegaba desde el área de su pubis.

Pero no sucedía lo mismo con Leonor, quien gemía inevitablemente por el placer que le provocaba Benjamín sobre su recto, pero no por ello dejaba de sentirse en una situación humillante y de lo más desagradable. Pero no tenía más opción a la vista que abrir bien el culo y disfrutar obligadamente de cada arremetida sobre su culo.

Así siguió castigándole el ano, hasta que sintió venirse y detuvo su verga bien clavada en aquel agujero; entonces descargó toda su leche en el recto de Leonor, que sintió las gotas de semen salpicándole los intestinos.

Benjamín sacó su verga caliente, chorreándole la leche en las nalgas a aquella mujer que alguna vez había amado y de quien ahora se cobraba venganza. Subió al baño a limpiarse el pene, dejando a aquellas mujeres y a Lucas, quien seguía follándose felizmente a una Azucena que disfrutaba en secreto de sus arremetidas. Se había corrido dos veces ya, y su coño estaba más mojado que nada.

Pronto, Lucas sintió su eyaculación cercana; sacó su verga chorreante de jugos de Azucena; la hizo arrodillarse y apuntó su verga al rostro de la chica. Una salpicadura generosa de leche cayó sobre la cara de Azucena, quien apenas y alcanzó a cerrar los ojos para que el semen no la dejara ciego. El viscoso líquido recorrió sus mejillas, y ella misma atrajo lo que pudo con su lengua. Sintió de pronto dos golpes sobre su rostro que la hicieron reaccionar; era Lucas, que sacudía sobre su cara los restos de esperma en su verga.

Todavía algunas gotas cayeron sobre su rostro y sus cabellos oscuros y rizados, hasta que Benjamín regresó del baño .

– Mira nada más que zorra te ves con tu carita manchada de leche – no pudo evitar comentar Benjamín – ¿Te gustó?

– Si señor – admitió Azucena, sonriendo tímidamente, a sabiendas de que todos creerían que mentía – Me gustó mucho.

– Vaya putita. – concluyó él – ¿Podrías darle un besito a mi verga? – preguntó, ofreciéndole su falo flácido.

La niña no respondió, sólo se limitó a acercarse a aquel glande y darle un beso. Benjamín le acarició los cabellos, como si se tratara de una mascota, y se alejó. Ella se quedó ahí, esperando con la cara llena de esperma.

– Le has tirado una buena cantidad de mecos a la chiquilla – dijo – Sube a lavarla, mira cómo la dejaste.

Lucas subió con Azucena, mientras Benjamín se quedaba junto a las otras chicas. Benjamín se acercó a la pared donde Sonia, Sofía y Mireya estaban arrinconadas. Tomó a Sofía y Mireya por los cabellos y las regresó a rastras a recargarse sobre el sofá.

Misma cosa hizo después con Sonia y Leonor. Cuando bajó Lucas, le ordenó que subiera con Azucena a bañarla y limpiarle el rostro.

Traía en sus manos una bolsa grande de galletas que había encontrado en la alacena; tomó una y la fue metiendo en la boca de cada chica. Repartió alrededor de ocho galletas a cada una, y estas las devoraron, hambrientas como estaban. No hizo nada más; pacientemente las alimentó y después fue a sentarse.

Arriba, Lucas metía a Azucena a la regadera. Dado que él también iba a lavarse y la chica estaba atada, Lucas tuvo que limpiarle el rostro y las partes intimas a Azucena. Le estaba pasando el coño a la chica con el jabón, y esta no dejaba de gemir.

– Tranquila – dijo él – Sólo te estoy lavando, ¿tanto sufres?

– No – dijo ella – Me gusta.

Lucas sonrió, incrédulo.

– ¿Te gusta?, ¿me vas a decir que eres la única a la que le está gustando esto?

– Un poco – admitió ella

– Un poco…

– Al principio no – continuó ella – Pero ahora sí.

Lucas no entendía del todo, pero la historia de la chica le parecía curiosa.

– ¿Qué es lo que te gusta?

– Cómo se siente

– ¿Y cómo se siente?

– Al principio duele, pero después gusta.

Lucas se puso a pensar.

– Entonces – dijo él – Si te desato, te llevo a la cama y nos acostamos, ¿tendrás sexo conmigo sin ningún problema?

– Si – dijo ella

El muchacho pareció rememorar.

– Sabes, me quedé con la duda; ¿qué sentiste cuando Benjamín y yo te follamos al mismo tiempo?

La niña quedó en silencio, parecía recordar aquello. Suspiró y dijo.

– Al principio me asustó, creí que dolería mucho.

– ¿No te dolió?

– Si – admitió ella – Me refiero a que, me doliera en el corazón. Me sentí muy triste, porque sentía que aquello estaba mal, pero…

– ¿Pero…?

– Pero al final me gustó – admitió ella mirando al suelo – Y sentía que estaba mal, y que aquello no debía gustarme.

– Pero te gustó… – dijo entonces Lucas, rodeándola y atrayéndola a él con un brazo – …te gustó

– Si – dijo ella, antes de ser callada por un beso de él.

Se besaron, mientras las manos de Lucas se escurrían sobre la espalda de la esbelta chica; llegaron a colocarse sobre el culo de Azucena antes de meterse entre sus nalgas y reptar hasta su coño.

La mano de Lucas no tardó en magrear la concha de la chica, y no dejaban de besarse apasionadamente. La concha de ella se fue humedeciendo, y su cara temblaba de una especie de pasión tímida.

Hubiesen seguido, hasta que escucharon la voz de Benjamín gritando desde la sala, para que bajaran.

– Te follaremos como una reina – le prometió Lucas, separando sus labios – ¿Te parece?

La niña sólo movió afirmativamente la cabeza.

– Seré tu putita – agregó ella, sin saber exactamente para qué por qué.

Lucas también se sorprendió con aquello, pero no dijo más. Ambos bajaron, como si nada hubiese sucedido, y Lucas la dejó recargada sobre el sofá, junto a las otras chicas.

Sin nada que hacer por el momento, y con las vergas descansando, Lucas y Benjamín siguieron alimentando a las chicas, quienes aprovecharon el momento de bondad para comer jamón, queso, jugo y más galletas. Después descansaron sobre el sofá, algunas incluso se sentaron sobre él, sin que aquello tuviera represalias de los hombres aquellos, que sólo se limitaban a vigilarlas, siempre con su bolsa a la mano, dónde ya todos sabían que se encontraban las armas.

Lucas se acercó en un momento dado a Benjamín, y le contó sobre la charla que había tenido con Azucena.

– ¿Me quieres decir que a ella le gusta todo esto?

– Al menos no piensa poner resistencia, creo que es una especie de afrodita.

– Ninfómana, Lucas, se dice ninfómana. Vaya idiota que eres – lo corrigió Benjamín – Es muy joven para eso, simplemente debe haberte dicho eso para que la trataras mejor. Son mujeres, y por muy jóvenes que sean son igual de astutas; yo no me fio de ellas, y no te lo recomiendo.

– Bueno – dijo Lucas – pero probemos; estoy cansado de estarlas forzando, quiero algo más natural, más apasionante.

– ¿Te estás enamorando de esa niña? – lo miró con extrañeza Benjamín

– No –reaccionó Lucas – ¡No! Yo mismo te estoy invitando a que nos la follemos, juntos, es sólo que sin ataduras, simplemente diciéndole lo que debe hacer.

Benjamín quedó pensativo.

– Podría ser; pero me interesa más su prima, tiene ese culo que me fascina.

– Bueno – calculó Lucas – Quizás ella podría convencerle, son primas, deben tenerse confianza.

– Arregla eso entonces – resolvió Benjamín – Pero, a la primera idiotez, tu noviecita se las verá conmigo.

A las once y media de la noche ya todos estaban cansados; comenzaron a prepararlas para dormir. A Sonia y a su madre las ataron por los extremos de las camas de la recamara de Sonia y Mireya; una en cada cama, al menos quedaron lo suficiente cómodas para poder conciliar el sueño.

A Mireya, Sofía y Azucena las llevaron al cuarto de Leonor y su marido. Sofía y Azucena fueron desatadas, pero Mireya fue amarrada a una de las sillas, inmovilizada. Miró con extrañeza cómo Azucena y Sofía podían sentarse con libertad sobre el colchón de su madre, sin atadura alguna; Azucena incluso platicaba en voz baja con Lucas. Entonces Benjamín entró, secándose la verga con una toalla, tras haberse dado una ducha.

– Ya habrá platicado Lucas con ustedes – comenzó

Azucena se arrodilló de inmediato, para sorpresa de Mireya, que miraba desconcertada. Más tímidamente, Sofía secundó a su prima, arrodillándose también.

– Si señor – dijo Azucena, con voz servicial – Seremos suyas.

-¿De verdad? – Benjamín también parecía extrañado

– Lo que usted desee – agregó Sofía, con una voz menos convencida, y aún temerosa

Benjamín las miró largo rato. Llevaban ambas una playera, que debían ser del padre de familia de aquella casa.

– Alcense la playera, quiero verles las tetitas – ordenó, como poniéndolas a prueba

Las niñas obedecieron inmediatamente. Mostraron sus tetas, si es que podía llamárseles así a aquellos bultitos de piel, coronados por sus pezoncitos.

– Tápense – dijo, y las niñas volvieron a cubrirse – Ya veo que son muy putas. ¿Con que les gustaría iniciar? – preguntó

Sofía miró a su prima, y esta respondió inmediatamente.

– Lo que usted desee – dijo ella, sin dudarlo

Benjamín asintió; después preguntó.

– ¿Pero, si pudieran elegir, qué les gustaría hacer?

Azucena quedó pensativa; era obvio que no sabía exactamente que decir, pero sentía que debía ser cuidadosa con sus palabras.

– Chupar verga – dijo, sintiéndose extraña por usar aquella palabra

Benjamín comenzó a masturbar ligeramente su verga, que lentamente iba endureciéndose; Lucas se puso de pie, y se quitó los calzoncillos, liberando su verga erecta.

Lucas se puso frente a Sofía, quien le tomó la verga tímidamente con la mano. Azucena, frente a Benjamín, tomó inmediatamente el falo del hombre y se lo llevó a la boca, donde terminó de endurecerse.

La mulatita no era muy hábil, pero el hecho de que lo intentase cambiaba bastante las cosas. Benjamín disfrutó con la amable felación de Azucena.

– ´Hazlo como tu primita – dijo Benjamín a Sofía, que chupaba torpemente la verga de Lucas – Aprende de ella, mira.

Sofía miró a su prima, que no se detuvo en tragarse una y otra vez el pene de Benjamín, entonces, tomando el ejemplo, fue soltándose también y comenzó a moverse con más habilidad para satisfacer a Lucas, que se lo agradeció acariciándole la cabeza.

Continuaron así por un buen rato; y minutos después Benjamín ordenó un cambio de pareja. Se colocó frente a Sofía, y Lucas hizo lo propio con Azucena; e inmediatamente reiniciaron, adaptándose pronto a las nuevas vergas que invadían sus bocas.

Benjamín, sin decir nada, vio como Azucena comenzaba a magrearse el coño, y se sorprendió cuando ella tocó el hombro de Sofía, quien inmediatamente, aunque con más duda, empezó también a masturbarse.

Así, chupando vergas y masturbándose sus coños, ambas muchachitas se comportaban como dos autenticas expertas en el sexo. Aunque por momentos seguía pareciendo patético cómo Sofía trataba de alzarse lo más posible para alcanzar a tragarse la gruesa verga del grandulón de Benjamín.

– ¡A follar! – ordenó entonces Benjamín, quien de un rápido movimiento se llevó a Sofía a los brazos

Divertido, Lucas hizo lo mismo con Azucena, de modo que parecían dos parejas de recién casados a punto de iniciar una orgia. Lanzaron a las chicas a la cama king size, y estas rieron divertidas por aquello.

Entonces los hombres cayeron sobre ellas, intercambiando de nuevo parejas. Benjamín, con Azucena recostada boca arriba, comenzó a besarla mientras le pellizcaba las tetitas. Sofía había caído boca abajo, y el beso que recibió de Lucas fue en el esfínter de su culo.

Pero la situación era tan apacible que de alguna forma comenzó a disfrutar los lengüetazos sobre la entrada de su ano. El muchacho fue alzándole el culito y abriéndole las piernas, hasta alcanzar con su boca el coño humedecido de la chica.

Poco a poco, comenzó a lengüetearle el coño a Sofía, mientras esta iba humedeciéndose más su concha; era un coñito plano, del que se abría únicamente su raja, de modo que el pequeño y delicado clítoris de la chica estaba completamente a merced de los labios de Lucas.

También Benjamín había bajado hacia el vientre de Azucena, donde besaba ya su ombligo; siguió bajando, besando su piel e instalándose finalmente en el bollito abultado que la niña atesoraba entre sus piernas.

La misma chica que lo había mirado con desconfianza aquella mañana, por su actitud de viejo pervertido, ahora disfrutaba entre gemidos de los lengüeteos con los que saboreaba su coño.

Siguió metiendo su lengua entre aquella raja, saboreando el sabor ligeramente acido de los jugos vaginales que comenzaban a surgir debido a la excitación que le provocaba saberse tan zorra.

Y es que tenía que admitirlo, se abría de piernas con tal de ofrecer su coño lo suficiente como para que alguien se lo chupara, la penetrara o la rellenara de esperma. Y tenía ganas de gritarlo y pedirlo, pero sabía que bastaba con dejarse llevar para conseguirlo.

Alargó su brazo, hasta tomar con su mano la de Sofía, y lo apretó fuerte, en un mensaje de confianza, de que todo estaba bien y nada malo pasaba. De que lo disfrutara tanto como ella disfrutaba sentir la boca de Benjamín provocando su clítoris oculto entre sus abultados labios vaginales.

Entonces su interior reventó; y un chorro de líquido salió de su interior con la fuerza de un estornudo, manchándole la cara a Benjamín, que no por ello disminuyó la intensidad de sus lengüeteadas. Azucena esperaba que él se detuviera, pero al ver que no, se preguntó si sería capaz de soportar tanto placer.

Sólo las sensaciones entre sus piernas se detuvieron, pero sólo para recibir la verga de Benjamín, de la cual no se percató hasta que no la tuvo completamente clavada en el coño. Miró hacia abajo, viendo cómo el rabo de Benjamín era tragado por su concha, y no pudo evitar mirar a aquel sujeto y sonreírle, casi de agradecimiento.

Giró la mirada hacia un lado, y vio cómo Lucas cabalgaba sobre las suaves y voluminosas nalgas de Sofía, quien gemía de placer boca abajo por las penetraciones agiles sobre su coño.

Sofía, bajita como era, apenas llevaba algunos minutos siendo penetrada, pero los lengüeteos en su coño la habían dejado tan caliente que no tardó mucho en descargar su primer orgasmo, mojando su coño repleto de la verga de Lucas.

Del otro lado, tras varios minutos y un orgasmo más de Azucena, Benjamín la colocó en la orilla de la cama, le alzó el culo, y le apuntó su verga a su apretado orificio. Ella no opuso resistencia, pero no por ello le dolió menos. Apenas los veinte centímetros de Benjamín la atravesaron, comenzó a sentir las embestidas lentas pero consistentes de aquel sujeto.

La embistió durante minutos, y Azucena no dejaba de voltear a verlo, con una mirada que trataba de soportar el dolor al tiempo que lo invitaba a seguirle embistiendo el ano. Benjamín sonrió satisfecho, lanzándole suaves nalgadas de vez en cuando a aquella mulata que había resultado una completa zorra.

La folló varios segundos, hasta que decidió que era hora del intercambió. El culo de Azucena no quedó en abandono, porque inmediatamente fue ocupado por la verga de Lucas, más pequeña pero más rápida también, e igual de excitante.

Benjamín fue a penetrar el coño de Sofía, pero apenas tuvo bien clavada su verga en aquella conchita mojada, una voz familiar lo interrumpió.

– ¡Quiero que me folles! – gritó Mireya – Fóllame a mí, cabrón.

Benjamín se detuvo y la miró. Entonces respondió.

– ¡Cállate la boca!

– Fóllame entonces, cállame con tu verga – lo retó Mireya – Saca a todos, toma mi cuerpo y has que me corra. Te reto, maldito. Te reto a que me folles como nunca.

Benjamín sacó los veinte centímetros de su gruesa verga del coño chorreante de una Sofía que no paraba de jadear. Incluso Lucas quedó con media verga fuera y media dentro del ano de Azucena, sorprendido por la extraña reacción de Mireya.

– Salgan todos – dijo Benjamín, empujando a Sofía para que se pusiera de pie – Salgan y déjenme solo con esta zorra.

– Llámame zorra – le espeto Mireya – pero te reto a que me hagas correrme cinco veces.

– ¡Salgan! – insistió Benjamín, con la sangre excitada por todo aquello

Lucas obedeció, llevándose a las dos primas a la sala. Benjamín se puso de pie y cerró la puerta, aunque sin seguro. Se acercó después a Mireya y la desató completamente, dejándola libre tras un largo día de ataduras.

Ella se puso de pie, y empujó a Benjamín suavemente por el pecho, haciéndolo avanzar hacia atrás.

– Quiero chupártela – le dijo la chica, con el tono más corriente – Quiero chuparte tu vergota.

Benjamín, sorprendido de veras, sólo se dejó llevar y se recostó sobre la cama, con Mireya arrodillándose sobre la cama y poniéndose en cuatro para mamarle la verga. Tomó el tronco grueso de su verga y lo masajeó un par de veces antes de llevárselo a la boca, tenía el sabor a culo de Azucena y a coño de Sofía, pero poco le importó.

Benjamín ni siquiera metía mano; porque la chica le mamaba el falo con tal intensidad que era él quien tenía que soportar aquello. Mireya sacó un momento de su boca aquel pedazo de carne.

– ¿Quién es tu puta? – le preguntó a Benjamín – ¿Quién es tu zorrita?

No esperó respuesta, y volvió a hundir su cabeza para seguir saboreando aquella verga.

– Tú putita – respondió Benjamín – Tú eres mi zorrita cochina.

Ella siguió chupándole la verga, salió un momento para besuquearle toda la superficie de aquel tronco y bajó un momento a llevarse aquellos testículos peludos a su boquita. Volvió a darle un último beso al glande enrojecido de Benjamín, y entonces lo rodeó con sus piernas hasta apuntarse ella misma aquella verga a la entrada de su coño.

Se dejó caer sobre aquella verga, y se la clavó poco a poco hasta que su coño la tragó por completo. El propio Benjamín lanzó un suspiro cuando la penetró por completo. Entonces, Mireya comenzó a moverse, cabalgando sobre él.

Lo montó por varios minutos, y ella misma se provocó orgasmos con aquellos movimientos. Se movía tan ágilmente, aun mientras su coño chorreaba de placer, que Benjamín se preguntó si iba a poder soportar la agilidad juvenil de Mireya.

Pero aguantó, y lo disfrutó, y cuando estaba a punto de eyacular decidió detenerla. Se puso de pie y se colocó tras ella, posicionándola en cuatro.

– ¡No! – dijo entonces Mireya – ¡Por atrás no!

– Callate, eres mi zorra, dimelo.

– ¡No! – ella se movió y se zafó de él, alejándose a una esquina

Él, molesto, tomó su bolsa y sacó el arma.

– No me disparas – lo retó ella – Me necesitas viva para seguirme follando.

Él sabía que ella tenía razón, pero intentó asustarla acercándose a ella, cortando el cartucho del arma y apuntándole en la sien. Ella se asustó, pero trató de mantenerse firme ante aquella amenaza de muerte.

– Está bien – dijo al fin Mireya – Me rindo

Ella misma se colocó en cuatro sobre la cama, y alzó el culo abierto ofreciéndosele. Aquello calentó tanto a Benjamín que dejó sus cosas sobre la almohada para correr y posicionarse tras el culo precioso de Mireya.

Lo lengüeteo, entre los suspiros de Mireya, como si quisiera que el único lubricante fuera su saliva. Aquello provocó que el asterisco de Mireya parpadeara ante la frescura de aquella lengua. Se mordía los labios inferiores, porque después de todo el sexo anal era lo que más la hacía sentir aquel extraño placer que no terminaba de explicarse.

Cuando su esfínter quedo plenamente mojado, sintió la verga de Benjamín posarse sobre la entrada. Y después sintió aquel tronco deslizándose entre su culo que se iba dilatando para darle paso.

– ¡Ay papi! – dijo Mireya, animándolo – Papi, tu vergota.

– ¿Te gusta?

– Si – dijo ella, con una voz viciada – Métemela toda.

Y así lo hizo.

Abajo, Lucas aprovechaba la buena disposición de Azucena y Sofía. Las colocó a ambas sobre el sofá, con el culo ofreciéndose bien abierto. Penetró el recto de Sofía, y comenzó a embestirla suavemente mientras sus manos y dedos jugueteaban con los agujeros de Azucena, colocada a un lado.

Tenía cuatro agujeritos de dos preciosas jovencitas a su completa disposición; inició un juego en el que cambiaba saltaba de culo en culo, revolviéndoles la mierda una con otra. Las niñas gemían cada que las penetraba, y esperaban pacientes su turno de ser folladas por el culo.

También Mireya comenzaba a ser embestida por los veinte centímetros de aquella verga que tanto daño le había hecho en el día.

– Así cabrón – decía, mirando hacia en frente – Así cabrón, fóllame…

Pero lo que hacía era ver el arma cargada que Benjamín había dejado sobre la almohada; bastaría un ágil impulso hacia enfrente y mucho valor de su parte para alcanzarlo, pero sentía que no era el momento. Entonces tomó una decisión.

Las manos de Benjamín la movían para follarla, pero entonces ella misma comenzó a moverse, como si estuviese aventando su culo contra un palo clavado a la pared. Poco a poco, sus movimientos fueron tomando control sobre aquella verga, y Benjamín sintió tanto placer que soltó las caderas de la chica para poder soportar aquellas embestidas que ahora ella le propinaba.

Se movía con agilidad, mirando el arma y machacando con su culo aquel falo excitadísimo. Incluso buscaba la forma de apretar el aro de su culo para acelerar la eyaculación de aquel sujeto, era ese el momento que esperaba.

– ¿Te gusta, cabrón? – le preguntó – ¿Quieres rellenarme el culo? Quiero tu leche, papito.

– Te voy a llenar el culo – respondió él – Sigue moviéndote, que te voy a llenar el culo.

– ¿Así? – pregunto Mireya, acelerando los movimientos de su cadera

– Así putita, así zorrita.

Siguió moviendo sus caderas con furia, apretando el culo y clavándose la verga completa, gemía, naturalmente, pero trataba de soportar aquel placer con tal de seguir el plan en curso.

– Ya me voy a venir – anunció Benjamín

– Hazlo papi – pidió ella – Quiero tu lechita, cabronazo, quiero que me llenes el culo de tu leche.

Y entonces, la sintió; la calidez de aquel fluido viscosa reventando en su recto, las gotas de semen siendo chorreadas de aquella verga. Benjamín lanzó un bramido de placer y la chica dio una última embestida.

Saltó hacia enfrente, sacándose la verga por completo y siendo salpicadas sus nalgas del esperma que aún fluía. Cayó al frente, sin que Benjamín pudiera dar cuenta de aquello, tomó el arma y giró.

Miró a Benjamín quien estaba con los ojos bien abiertos, apunto de gritarle algo y alargando la mano para detenerla. Entonces disparó.

La primera bala penetró el pecho del sujeto, empujándolo hacia atrás. Un segundo apretón de gatillo lanzó otra bala que impactó en el ojo derecho de Benjamín. No había más que hacer, estaba muerto.

Unos pasos subieron rápidamente, y la puerta se abrió de golpe. Lucas miró sorprendido la escena, e idiotamente comenzó a tratar de sacar su revolver de su bolsa.

Fue inútil, una sola bala en su cuello fue suficiente para hacerlo caer y morir desangrado. La niña se mantuvo ahí, asustada y con la sangre repleta de adrenalina, miraba la sangre de aquellos dos sujetos desbordándose sobre el suelo. Entonces despertó a la realidad, se puso de pie y salió huyendo de aquel cuarto.

Se dirigió al cuarto donde se hallaban su madre y su hermana, y fue directamente con Leonor.

– Mamá – le dijo, acercándose a su mejilla y besándola – Ya estamos bien – decía, con el semen de Benjamín aún caliente, corriéndole entre las piernas y fluyendo de su culo – Ya estamos bien, mamá.

FIN.

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buenbato@gmx.com

 

 

Relato erótico: “La virginidad anal de Ayana” (POR CANTYDERO)

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JEFAS PORTADA2Ayana seguía sin estar preparada para el sexo.

Sin títuloEso es lo que podría haber dicho cualquiera si hubiera presenciado el primer acto sexual de la joven, cuando su padrastro la había violado sin miramientos, aprovechándose de ella usando la poderosa droga de diseño “Yellow Star”. Pero es que nadie podría haber sido testigo ni siquiera sospechar de ello. La desvirgación de Ayana había ocurrido en el sótano de la casa, donde ni siquiera los gritos de dolor de la chica podrían haber llegado a la calle. Y nadie sospechaba que el padrastro de Ayana, a quien a su cuidado la había dejado su madre, había abusado de ella.

De ese modo, y para preservar la total normalidad, Ayana se había dirigido una vez más al colegio, como cada mañana. En el centro estaba hasta su novio. Ayana intentaba comportarse como siempre, pese a que su feminidad había dado un giro irreversible. Ante los compañeros de clase y su propio novio, estaba un poco más callada y miraba al cielo como si esperara llover… Su pareja, que por un lado estaba un poco decepcionado con el hecho de tener que seguir esperando para tomar su virginidad, decidió relajarse pensando que Ayana seguía nerviosa por los exámenes y que quizás su período le había sorprendido esa noche. (No podía sospechar él, ni se le pasaba por la cabeza, que la noche anterior la sangre de Ayana que había salido de su sexo era debida a la brusca rotura del himen y no a la regla).

Pese a que quería pasar la tarde con ella, la dejó ir, no sin sorpresa cuando vio que su padrastro detective era quien acudía a recogerla al colegio en su coche. Ella se despidió de él tímida y rápidamente, mientras entraba en el coche y el hombre le miraba con carácter impasible mientras arrancaba. Una mirada que ella nunca antes había sospechado que estaba oculta, como todos aquellas cámaras instaladas en su casa por las cuales el observaba el cuerpo desnudo de Ayana. Su tierna cara, aún de niña y con un cabello liso y rubio que llegaba a media espalda, se conjugaba con un cuerpo de mujer extremadamente desarrollada: delgada, de cintura perfecta y caderas estilizadas, marcada con unos grandes pechos y un culo redondeado y a todas luces perfecto.

Ayana estaba asustada, pero sabía perfectamente que no podía decir nada a nadie. Que su situación era mala, pero que ella no sospechaba hasta qué punto podía ser peor. Se avecinaba, iba a ocurrir de nuevo… Lo sabía porque su padrastro le había metido mano en el coche, delante de los semáforos… Había deslizado su enorme mano entre las porcelanosas piernas de su hijastra, apretando con fruición los muslos y paseándose sobre la tela que cubría su sexo. La pobre chica no quería ni mirar, y hubiera querido disociarse de la sensación que suponía el tacto de aquél hombre nada familiar sobre sus partes más sagradas. Miraba el tráfico, como queriendo concentrarse mucho en él, como si eso le pudiera sacar de allí intacta…

Se bajó del coche, colocándose bien la falda, pese a lo poco que sabía que eso duraría.

Al poco de entrar en casa, en la cocina, su padrastro la llamó y se acercó a ella. Llevaba algo en la mano. Ella sabía lo que era.

El padrastro bruscamente la cogió del cuello de la blusa, algo que la inocente Ayana no esperaba. Con fuerza, la empotró contra la pared. Lo que le daba a entender era muy sencillo: o se tomaba la droga a las buenas, o lo haría a la fuerza. Ayana, prefiriendo hacer de la situación un trago menos amargo, separó sus labios de colegiala retocados con pintalabios e inclinó un poco la lengua para permitir que la cápsula depositada por su padrastro tuviera acceso libre a su estómago. Tras tragarla, a los pocos momentos de hacerlo, Ayana comenzó de nuevo a sentir esa sensación mixta entre un intenso calor y una flaqueza muscular abrasadora… Él fue rápido. Cogió a su concubina en volandas y la llevó al sótano, donde tenía preparado todo para otra sesión de incesto.

Ayana observaba a la luz del fluorescente, entre el temor y la excitación, el camastro inmundo donde fue violada la noche anterior. Notaba un olor a cerrado y a intenso sudor de hombre en el ambiente. Vio dos cosas que eran un recuerdo ineludible de que ella había yacido ahí: sus bragas de ayer, hechas una bola en el parqué, y la colcha de la cama revuelta, donde se agolpaba una mancha de sangre que solo podía pertenecer a su membranita virginal perdida.

Bruscamente, fue lanzada contra la cama, cayendo boca arriba, golpeando con fuerza el colchón. Ayana intentó incorporarse, pero ya estaba completamente paralizada por efecto de esa droga. Y no pudo por tanto resistir el envite de su padrastro, echado ya contra ella, apoyando su peso contra su tórax y restregando su enrome cuerpo contra su frágil figura pálida. La respiración fuerte y cálida de él le marcaba su excitación, sus ojos fieros dejaban claro que la domaría de nuevo, allí y durante las horas que a él le apeteciera. Su padrastro se liberó de la camiseta y dejó al aire su rudo torso, para a continuación besar los tiernos y blandos labios de Ayana, impulsando a la fuerza el olor a tabaco dentro de la cavidad bucal de la niña valiéndose de su lengua… Ella se sentía a punto de ahogarse mientras él comenzaba a tomar lo que quería de su cuerpo. Como ahora, que ya buscaba los pechos de la escultural adolescente por encima del uniforme escolar.

Con un tirón propio de una bestia, rasgó la blusa blanca de la joven. Ayana gritó cuando tiró lejos el sujetador y las manos magrearon con rudeza sus pobres pechos, tan bien dotada estaba la chica que hacía perder la razón a su acosador, y lo mismo pellizcaba el tejido glandular sin delicadeza que mordía los pezones de su hijastra. Y lo peor es que con ello, en medio del salvaje asalto, Ayana comenzaba a excitarse de sobremanera gracias a los poderes afrodisíacos que ahora mismo se adueñaban y manejaban sus sentidos…

¿Era posible tener más suerte? Pensaba así su padrastro. La operación que investigaba le había llevado a casarse con una mujer que aportaba una hija adolescente de atributos divinos. Había sido tan fácil drogarla con la Yellow Star… y sería así muchas veces, tenía planeado él. Y lo más excitante, pensó mientras bajaba las braguitas blancas de Ayana, era que había sido él y no el patético de su novia el que había arrebatado la condición virgen de la niña; aún se derretía de excitación y temperatura al recordar cómo había roto el himen de Ayana de una estocada.

Arrojó la ropa interior de la jovencita a un rincón y con una sola mano, sujetó las muñecas de su hijastra. De un tirón la hizo levantarse. El precioso cuerpo de Ayana quedó colgado con los brazos en alto, inerme y débil ante el corpulento agresor. La carita angelical de Ayana colgaba caída, y a la altura de los poderosos pechos de la adolescente quedaba el gran miembro viril de su padrastro. Su dueño contemplaba la escena lleno de agitación y de impaciencia, y se recreaba con el dominio que tenía sobre la totalmente sumisa Ayana.

Separó los labios de la boca de la muchacha, aún vírgenes en cuanto al sexo, para introducir entre ellos su polla. Ayana se mostraba confundida, jamás se lo había hecho a su novio, era su primera felación. Intentó abarcar tímidamente el glande con sus labios, introduciéndoselo y sacándoselo, pero su domador acabó enterrándole todo el tronco en la boca mientras la sujetaba por la nuca. Con toda la polla dentro, rozándole la garganta, Ayana sentía arcadas, y el sabor del sexo masculino quería hacerle vomitar, pero su padrastro no tenía piedad y la hizo recorrer su longitud varias veces mientras manejaba su cabeza a su antojo. La lengua de Ayana aprendía a deslizarse y a untar de saliva el grueso pene de ese hombre forzudo, el mismo que alojó en su vagina… El padrastro comenzaba a estar contento del progreso de Ayana, y más aún al ver que sus caras de asco inicial se tornaban en lascivia, él la estaba pervirtiendo y ella era solo para él…

Al cabo de poco rato sacó la polla babeante de saliva femenina de la boquita de la fémina, ella parecía cansada de haber soportado tal instrumento en entre sus mandíbulas. Le contemplaba con miedo, pero a la vez, sin poder disimular que había comenzado a mojarse sus partes más impuras… ¿Le empezaría a gustar el sexo con él? ¿Le estaría poniendo caliente su dureza y malas prácticas para con ella? Era tan intensa la sensación que ella sentía que le quemaban las partes malheridas por los apretones que le habían dado en sus pechos, que el sexo le empezaba a hacer chispas ahora que los dedos rudos de su compañero sexual recorrían la fina hendidura de su coñito. Al introducir dos de sus dedos el degenerado pudo comprobar como su tierna niña ya estaba completamente rendida al placer, y de su cuevita escurrían regueros de templado flujo femenino, que aumentaban con los masajes que él daba en lo más profundo de esa vagina que tomaba ahora por segunda vez.

Ayana no tardó en alcanzar el orgasmo, y entre violentas sacudidas se dejó llevar. Su amante extrajo los dedos cubiertos de goteante flujo y decidió de una vez entrar en su legítima mujer. Esta vez la colocó a cuatro patas, la ignorante Ayana se dejaba hacer mientras reposaba su cabeza en unos cojines que la ayudaban a no perder el equilibrio. Se mostraba expectante pues era la segunda vez en su vida que se la iban a follar, y la primera vez también había sido él quien la había desvirgado, justo un día antes… Ella temía porque se corrió dentro de su sexo anoche, y hoy tampoco llevaba protección ni había mostrado el más mínimo interés por los preservativos, de tal modo que Ayana corría un gran riesgo de ser preñada. Pero en aquél momento, cuando él punteaba suavemente sus labios vaginales con la punta de su hinchado y enrojecido pene, ni siquiera ese riesgo le parecía fatal…

Tras pasear el sexo por el clítoris de Ayana, quien ya movía las piernas con algo de frenesí por la excitación de ser tomada, el padrastro decidió hacer lo que tenía planeado para hoy. Agarró con fiereza las nalgas bellísimas de la pobre sumisa y posó el glande en el orificio. Ayana le sintió, pero antes de que pudiera decir nada, su padrastro ya estaba metiéndole el glande por el ano. Forzando un poco consiguió abrirse paso en su intestino, sin piedad entre los alaridos de inmensurable dolor de Ayana al sentir esa intromisión no tolerada. Ayana intentaba concentrar sus fuerzas en patalear, en moverse, en luchar contra la invasión, pero la alucinógena droga aún bañaba sus nervios e impedía que ella realizara movimientos bruscos. De esa forma, no pudo apenas oponerse, las manos apretaban las caderas de la dulcísima Ayana hasta deformar la casta piel, y el grueso y monstruoso pene forzaba para tomar el interior anal. Su padrastro hacía grandes esfuerzos por reventar el culo virgen de la joven niña, por tomar el último reducto de decencia de su hijastra ahora convertida en puta no consentida, y ya lo conseguía, habiendo metido el glande y sintiendo las carnes prietas de Ayana hacer sufrir a su polla. Entre gritos, ya conseguía meter casi más de la mitad de su fiero miembro en el interior de la tierna putita, a la cual ya fallaban los brazos y caía con su cara llorosa y la mandíbula desencajada de sufrimiento tras tanto grito de horror, era un espectáculo sádico ver como ella misma se enjuagaba las lágrimas contra la almohada mientras era empujada por detrás, y ya tras inmensos esfuerzos, llegó la plenitud. Sí, ya su padrastro había conseguido llenarla de carne jodiéndola viva, y el sexo masculino se encontraba empalado entre la hace poco virgen carne de la pobre Ayana. El sufrimiento de acoger tamaño dique entre sus nalgas era tan cruento que ella apenas ya sentía nada, y el padrastro decidió seguir tomando por la fuerza el tesoro que ahora le pertenecía.

Usando sus brazos, bien sujetos a la jovencita, la separo de su cuerpo para extraer casi toda la extensión de su descomunal aparato. La carne de la niña apretaba tantísimo su sexo que para él casi también era una tarea dolorosa la sodomización. Al punto de que pudo ver como unos cuantos centímetros salían de la cavidad anal de Ayana, se encontró con que se había de nuevo excedido en su práctica sexual: gotas de sangre fresca manchaban su prepucio. Pensó en que su aniñada criatura aún no tenía el cuerpo preparado para el sexo duro ni para el grosor de su rabo, pero le importó poco el daño causado. Con toda la fuerza de su pesado cuerpo, embistió a la joven hasta empalar de nuevo toda su polla dentro del culo de Ayana. Otro grito, casi tan horrible como el primero volvió a salir de la garganta de la pobre víctima, mientras la polla aún seguía rasgando sus juveniles músculos, pugnando por abrir ese orificio anal para entrar hasta lo más profundo.

Ayana, llorosa, y afónica de tanto gritar para que su sádico padrastro se detuviera, tuvo que aguantar sin poder hacer nada para evitarlo la sacudida de dolor insoportable que supuso tener de nuevo la polla enterrada hasta el fondo de su recto. Y ese fue el momento en el que su violador decidió emprender una serie de embestidas sin ningún cariño contra el ya no virgen ano. Empezó a moverse con fuerza bruta, pues a cada empujón de aquél bestial ariete el intestino de la chica oponía menos resistencia, y las sacudidas que sufría el cuerpo femenino la hacían asemejarse a un indefenso muñeco de trapo.

Follar el culo de tan tierna y escultural adolescente estaba volviendo loco al padrastro, estaba tornándolo en una fiera sanguinaria a quien le importaba poco el estado de su hijastra. Cada vez las sacudidas eran más rudas y violentas, cada vez las estocadas tenían un final más insano, como si quisieran destrozar el ano de Ayana… Y todo esto causaba en la sufridora unas increíbles sensaciones de impotencia, unos quejidos inútiles y lágrimas que ahogaban su cutis perfecto… Ya el padrastro la agarraba de sus tremendas tetas y las usaba como punto de apoyo, a la vez que las desgarraba con sus manazas. La carne trémula de los senos de la joven le excitaba más y le hacía ahondar con más fuerza en su amante. Mientas, ella visiblemente soportaba el tormento como podía. El cuidado peinado de Ayana estaba totalmente destrozado, sus brazos apenas ya podían sostener las bravuconas sacudidas que su fina figura experimentaba, y el dolor lacerante de su trasero atravesado le hacía resquebrajarse por dentro…

Y sin embargo, para su padrastro la follada que le estaba pegando a Ayana era deliciosa: su delicada figura se movía en sus brazos a su antojo, el estrecho culo de grandes nalgas de su amante era perfecto para la penetración, y los lamentos de la pobre muchacha le estaban excitando cada vez más. Ya sentía, sí, ese calor removerle los testículos peludos…

Ponía mucho énfasis en que cada penetración fuera potente y completa, que en todo momento acabaran uniéndose ambas pelvis… Al destrozar las nalgas de Ayana en cada empujón encontraba fuerzas, nacidas del deseo del incesto, de seguir esforzándose en las hercúleas estocadas. Y Ayana, siempre bajo el eflujo de la Yellow Star, sentía muchísimo dolor debido a que la droga incrementaba todas las sensaciones…

Su padrastro, ya acuciado por el final inminente de la cópula, empezó a embestir aún más fuerte a la desequilibrada Ayana. Ella notó que el fin estaba cerca, y mientras la pelvis de su follador machacaba sin piedad sus nalgas, en medio de su agonía, pensó que de nuevo volvería a soportar la semilla de su padrastro, ese líquido prohibido recorriendo su piel…

Y él pensaba en lo mismo, que ya sentía como su dura verga, cansada de horadar ese estrecho orificio, pedía ya soltar su carga… Sentía el temblor, y de nuevo se repetiría, como ocurrió anoche, que su semen volvería a manchar a su hijastra, a firmar esa unión incestuosa cada vez más legal…

Sin poder ya contenerse ni por un minuto más, aulló y gruñó mientras su polla aún dañaba en sus últimas sacudidas el culo de Ayana. Ella sufrió esos movimientos finales con el temor real de ser partida en dos, y preparándose para el previsible fin.

Y a los pocos segundos del orgasmo, su padrastro decidió que no sería el culo el receptor final de su corrida. Sacando la polla ya bien caliente de su orificio anal, Ayana sintió un súbito momento de descanso. Pero duró bien poco, ya que sujetándola fuertemente de las nalgas, dirigió su instrumento hacia la cavidad vaginal y, de un golpe, le metió todo hasta el final de su coñito. Ayana gimió de sorpresa y de nuevo agarró con fuerza las sábanas, mientras su hombre depositaba sobre ella su peso y caía desplomado sobre su grácil figura. Era el momento en el cual la polla, anclada en el fondo de la vagina, estallaba convulsionándose y hacía fuerza para expulsar cuantiosas cantidades de líquido seminal dentro de la joven. Ayana chilló de rabia, pues no quería que su fértil útero adolescente se volviera a llenar de semen.

Pero así ocurrió. Su padrastro, entre gemidos, se corrió en ella con varios chorros. Su descomunal pene lanzaba espesos torrentes de semen, un esperma blancuzco y muy espeso, que se coló directamente en el fondo del útero de la virginal adolescente, y que con potencia manchó su tibia carne y con su calor abrasó el aparato genital de Ayana. Ella misma sufría con sus ojos cerrados y su boca abierta mientras la preñaban, sin poder evitarlo, admitiendo pasivamente toda la leche en su coño.

Se desplomó contra la colcha, abatida y magullada. Su padrastro cayó a un lado, y eso hizo que saliera el pene de su vagina, aún brillando por el producto de la copiosa eyaculación. Se postró al lado de Ayana, sin perder detalle. Boca abajo, la jovencísima Ayana tenía los ojos enrojecidos de tanto que había llorado, y la cara pálida la hacía parecer vencida. Tenía un dedo en los labios mientras miraba fuera de la cama, hacia la pared de cemento, como si ella pudiera contestar a todo lo que pensaba. Apoyada sobre las sábanas, su figura dejaba entrever esos atributos que se habían convertido ya en disfrute exclusivo del inhumano padrastro. Su novio ya no podría conocerla virgen ni por delante ni por detrás: no tocaría esos inocentes pechos, que ya habían sufrido demasiado magreo; no sería el primero en disfrutar de las prominentes nalgas de Ayana, que habían sufrido un sexo anal demasiado extremo para su primera vez; ni disfrutaría del perdido himen de la joven. Los muslos finamente esculpidos de Ayana se encontraban separados por la hinchazón que cubría ahora toda su pelvis, ya que su ano se encontraba resentido por la violenta penetración, y del cerrado sexo de la hermosa adolescente salían ahora algunas gotas de semen incestuoso que manchaban la piel y la sábana. Ayana sentía aún ese líquido infernal removerse en sus entrañas, mientras mantenía la mirada ausente.

Y viéndolo todo, allí estaba el victorioso padrastro. Se relamió pensando que era el hombre más afortunado, pues había desflorado completamente a Ayana, él solo había tomado cada rincón de su cuerpo, y ahora era de su exclusiva propiedad.

Y lo que quedaba… Porque quedaba mucho por disfrutar del cuerpo de su hijastra…

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Espero que les haya gustado el relato, estaré encantado de leer y contestar a sus comentarios aquí o en mi correo electrónico.

 

Relato erótico: “Tabah, dulce venganza” (POR SIBARITA)

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Sin títuloAcababa de completar una de mis viejas fantasías, en realidad debería decir que había terminado con una de mis más viejas e irracionales fobias, me había acostado con un negro, con uno de verdad, un africano del Senegal, y no precisamente de los bellísimos que abundan en aquel País. Tampoco es cierto que fuera el primero de mi vida, ese “honor” lo había tenido Lucien, en Costa de Marfil, que durante meses me había estado follando, aprovechando mi estado de semi-inconsciencia provocado por la medicación que estaba tomando.

Todo había comenzado la noche que fuimos a una fiesta en el Hotel Ivoire, había bebido dos o tres copas y me sentía animada como para no parar de bailar, así que serían aproximadamente las dos de la madrugada, cuando decidimos regresar a casa. Habíamos dejado  nuestro hijo a los cuidados del Boy Lucien, que dormiría en la cama gemela del cuarto de mi hijo, y allí entré nada mas llegar, pero sin acordarme de la presencia del Boy, de modo que entré quitándome el vestido de fiesta, bajo el cual tan solo llevaba una braguita. El espectáculo para Lucien fue apoteósico, estaba despierto o quizás se despertó por mi entrada, pero el caso es que estaba ante él vestida tan solo con mi braguita. Me miró fijamente y sus ojos no dejaron ni un centímetro de mi piel sin recorrer, sentí aquella mirada como si se tratase de algo físico, me di cuenta de que mis pezones se habían erizado, y que bajo la sabana que cubría a Lucien, se había formado una enorme “tienda de campaña”.

Di un beso a mi hijo dormido, y salí de la habitación sintiendo una extraña sensación de intenso calor por todo el cuerpo, quise fumar y busqué mi bolso sin encontrarlo, lo había olvidado en alguna parte, ya fuera en el coche o en el Hotel Ivoire, así es que Carlos, mi marido, descendió al estacionamiento, regresó enseguida, en el coche no estaba, de modo que regresaría al hotel para buscarlo.

No hizo más que salir del apartamento y yo nuevamente comencé a sentirme extraña, a transpirar por todos los poros. Quitándome la braga entré en el cuarto de baño, la ducha era tentadora, así es que me metí bajo ella y abrí los grifos para dejar que el agua tibia me inundase; froté mi cuerpo con mis manos y fue en ese momento cuando tomé consciencia de mí, mis pezones continuaban erguidos y había aumentado la dureza de mis pechos, los sentía muy sensibles y al tocarlos me estremecí como si hubiera sido un contacto sexual. De pronto me sentí cansada, pero quería esperar despierta el regreso de Carlos, me sequé y volví al salón envolviendo mi cuerpo con la toalla húmeda, tomé asiento sobre el sofá y comencé a leer una revista. No sé cuanto tiempo pasó, debí haberme quedado dormida, me despertó el oír como se abría la puerta del cuarto de mi hijo y un momento después Lucien hacía su entrada en el salón, de nuevo me miró fijamente, como si se tratase de un espejo, vi en sus ojos que estaba desnuda totalmente, ya que la toalla que debía cubrirme, había caído durante mi sueño.

No estaba asustada por su presencia y su silencio, me puse en pié cuando empezó a caminar hacia mí, ni cuando avanzó sus manos y las posó en mis pechos, empujándome hasta el sofá donde me hizo caer. No hubo besos ni caricias, simplemente se despojó del calzón que vestía, descubriendo una polla gigantesca que agarró con sus manos y la dirigió a mi sexo; extrañamente yo estaba completamente lubricada, de otro modo me hubiera destrozado, de un violento golpe de riñones me metió no menos de 30 cm, no paró de moverse buscando la penetración total, la más profunda; me hizo sentar sobre su verga inmensa, tiraba de mis caderas hacia abajo, me forzaba a descender mas cada vez, y en mi interior el placer llegaba en oleadas, en un momento mis piernas estaban apoyadas sobre sus hombros, y en esa posición me penetró de nuevo y provocó en mi un fuerte orgasmo que me hizo perder el conocimiento. Cuando recuperé los sentidos estaba sola y bañada en semen, sentí la llegada de mi marido y tuve el tiempo justo para entrar en el cuarto de baño y abrir los grifos de la ducha. Mientras me aseaba, mi mente daba vueltas a lo sucedido, sin lograr entenderlo, no lo había deseado, no le deseaba a él y, sin embargo como la cosa más normal del mundo, había aceptado su penetración, la había sentido y hasta había tenido un orgasmo de enorme intensidad. Nada de aquello era lógico ni tenía sentido.

Al día siguiente el comportamiento de Lucien era totalmente normal. Desayuné con Carlos y después de su marcha, me dirigí hacia el baño, como todos los días Lucien me había preparado el baño, la diferencia estaba en que al entrar le encontré allí y, con toda naturalidad me despojó de la bata de baño y dándome la mano, me ayudó a entrar en la bañera, me lavó con sus manos, me secó al salir, todo sin una palabra, sin un gesto hasta que una vez seca me condujo a la cama. Alrededor de ella había dispuesto multitud de velas encendidas, productos y formas extrañas llenaban el suelo de mi cuarto, el olor era denso, extraño, había dos hombres en mi cuarto, sus caras surcadas por grandes cicatrices como las de Lucien, una extraña melopea brotaba de sus labios al entrar nosotros en el cuarto, uno de aquellos hombres vino hacia mí y me tocó con la palma de sus manos, dejando sobre mi piel manchas blanquecinas, me penetró con una especie de falo de madera y sin sacarlo, me hizo tender sobre la cama. Frente a mi se encontraba Lucien, totalmente desnudo sujetaba entre sus manos la inmensa polla que ya conocía, la acercó a mi boca pero no cabía, por lo que fue mi lengua la que la recorrió entera, los dos hombres tomaron mis piernas y las levantaron hasta colocarlas sobre los hombros de Lucien que apenas si tuvo que hacer un leve movimiento para penetrarme; como ya había sucedido con antelación, no me cabía, y comenzó a dar violentas sacudidas, no me dolía, empezaba a doler, dolía horriblemente.

Sonaron varios disparos y abrí los ojos asustada, estaba acostada sobre el sofá en el salón de mi casa y tres hombres yacían en el suelo cubiertos de sangre, Lucien era uno de ellos, en la puerta estaba Carlos que recargaba su pistola y enfundándola se dirigía hacia mi para tomarme en brazos, detrás entraban los miembros de su escolta para ocuparse de los cadáveres.

Carlos había encontrado mi bolso olvidado en el coche, regresaba al apartamento cuando recibió el aviso de que alguien había entrado en el apartamento, su escolta localizó y detuvo a un cuarto hombre escondido, antes de que pudiera avisar a sus cómplices. Todo lo sucedido en el apartamento era una alucinación, como un mal sueño, me explicaba el Presidente, cuando al día siguiente vino a la casa a visitarnos, pero el aviso había sido verdaderamente providencial, su objetivo había sido violarme y dejar mi cadáver clavado sobre el muro, según supimos después.

Han pasado los años, quince, para ser exactos, y el mundo sigue dando vueltas. Me separé de Carlos, volví a Europa y recomencé mi profesión de actriz, vivo sola y trabajo en mi profesión, preparando una nueva película. Por exigencias del Director estoy en una discoteca en la que nadie me conoce. Como ejercicio, tengo que seducir a un hombre cualquiera, sin que llegue a saber que estoy interpretando, y de cómo lo haga, depende mi papel en la película, así que estoy dispuesta a todo para conseguirlo. Hay alguien en la sala que me llama la atención y al que inmediatamente elijo, se trata de un africano, negro, de unos treinta años, buen aspecto y muy atractivo, es lo ideal para que mi interpretación impacte. Bailo sola ante él, le miro fijamente,  le sonrío en muda invitación, hago que, como por descuido, el escote de mi vestido se abra mostrándole mi pecho, ante lo cual ya se decide a entrar en la pista e iniciar un lento baile mientras viene hacia mi. Varias piezas bailamos juntos antes de que se decidiera a tomarme en sus brazos, y cuando al fin se decidió, no parecía atreverse a pegarse a mi cuerpo; fui yo quien lo hice finalmente, pera sentir contra mi vientre la hinchazón de su sexo, y apoyar contra su torso el peso de mis pechos.

Al terminar la pieza musical me dirigí a mi mesa, tirando de su mano, nos sentamos muy cerca, tanto que nuestras piernas estaban en contacto y su mirada se perdía en mi escote. No se atrevía a avanzar, tenía miedo de que estallase un escándalo, y discreto me pidió de salir a dar un corto paseo por la terraza de la sala de baile, acepte pero al salir nos dirigimos hacia el lugar donde había estacionado mi coche

Montamos en él y nada más hacerlo nos fundimos en un estrecho abrazo, se unen nuestras bocas, las lenguas se confunden y se enlazan, desabrocha mi blusa descubriendo mis pechos, los toma entre sus manos, los amasa, desciende con su boca sobre ellos, los mordisquea, sus manos buscan mi sexo bajo la falda. Con su ayuda consigo quitarme la braguita, pero no tiene bastante, me denuda completamente, lo mismo que yo hago con él, para sentarme sobre sus piernas dándole la espalda, siento la fuerza y la dureza de su verga, ansiosa por penetrarme, me incorporo un poco, lo justo para que pueda colocarse y cuando inicio el descenso lentamente, sus manos presionan mis caderas, tirando se ellas hacia abajo, y me la clava violentamente hasta sentir el contacto de sus testículos. Tiene una fuerza increíble en los brazos, me levanta para clavarme nuevamente al tiempo que me habla en un susurro. – Soy hermano de Lucien, le recuerdas?. Intento incorporarme y no lo consigo, no consigo desprenderme de su verga y algo está sucediendo en mi interior, no solo no consigo salirme de su verga, sino que pareciera que ella crece por momentos, más larga, más gruesa, mucho más gruesa y pareciendo que tiene vida propia por la forma en que busca, y que acaba por encontrar. Ha dado con el punto G, algo que yo no creía existiera, y nada más hacer presión sobre él, me sobreviene un orgasmo brutal. El continúa bombeando incansable, mientras yo me retuerzo y los espasmos se suceden uno tras otro, ya no me quedan fuerzas para seguir peleando tratando inútilmente de sacar su polla de mi sexo, está clavada en mi hasta lo más profundo, sus manos aferradas a mis pechos mientras ríos de semen desbordan de mi vagina a medida que sus descargas se suceden.

Se detiene de pronto, sé lo que va a pasar y me horrorizo, con mis últimas fuerzas trato de evitarlo y no es posible, me levanta de nuevo y es para colocar su inmensa verga a la entrada de mi esfínter que traspasa de un golpe destrozándolo, ahora ya no es semen sino sangre lo que corre por mis piernas, mi garganta ya no puede emitir sonido alguno. Pierdo el sentido, y cuando lo recupero estoy en una cama de hospital, dolor, operaciones, interrogatorios policiales, han pasado los meses y por fin me decido a hacer una llamada, unas horas después suenan varios golpes en la puerta de mi habitación y entra Carlos.

No ha cambiado gran cosa, si acaso un poco más de barriga y arrugas más profundas, el mismo pelo fino y blanco que cubre su cabeza. Ahora usa gafas, es lógico, después de tantos años consumiendo Quinina, todo en él refleja a un hombre con más edad de la que tiene, 67  años, pero yo le conozco, soy la única perdona en el mundo que sabe lo que hay detrás de esa pantalla de hombre viejo y sin un solo amigo, y es que Carlos, mi exmarido, es uno de los seres más peligrosos de la tierra.

Hablamos poco, lo imprescindible, insisto en mi decisión, iré con él a Senegal y me servirá a Tabah sobre una bandeja. No hago preguntas, a partir de ese momento y con una simple llamada de su móvil, docenas de personas se ponen en movimiento, la caza ha comenzado .

Dakar primero, después Abidjaan y de allí a Assinie Mafia, al lado del templo Vudú y junto al cementerio en una pequeña cabaña y bien atado está Tabah, los ojos, desorbitados por el miedo, me miran cuando entro, tiembla cuando ordeno salir de la cabaña a los hombres que le guardan a vista, intenta resistir mi mirada cuando me planto ante él y desabrocho muy lentamente mi camisa, hago lo mismo con el pantalón y mi  ropa interior hasta quedar totalmente desnuda; después le desnudo a él enteramente, cortando su ropa con mi cuchillo. Está inquieto, pero al verme desnuda y verse de la misma guisa, se tranquiliza, a juzgar por su incipiente erección, le ayudo en ella tomando su sexo con mis manos, le masturbo y su verga no tarda en alcanzar sus máximas dimensiones, que pierde totalmente cuando mi mano izquierda apresa sus testículos, y con la derecha armada del cuchillo corto de un solo tajo su escroto y sus testículos. Su alarido es bestial, como lo fueron los míos tiempo atrás, sin que por ello cesase en sus torturas. A mi llamada acude uno de los hombres de Cesar, portando una antorcha en llamas, la tomo de sus manos y cauterizo con ella su herida, hasta lograr que el río de sangre que mana de su herida se detenga, después, le dejo inconsciente sobre el suelo, bajo la vigilancia de el hombre de Cesar.

Salí desnuda de la choza, cubierta tan solo por una capa de sangre seca y sin importarme las miradas, me dirigí a la que ocupaba con Cesar, me tenía un baño preparado, en el que me hizo entrar y con todo cuidado me lavó entera para, después de secarme cuidadosamente, me depositó sobre la cama. Me abracé a él con ansia y me hizo el amor con dulzura, tiernamente, como siempre lo habíamos hecho. 

Pasaron varios días y al tercero, me dirigí de nuevo a la cabaña que ocupaba Tabah, acompañada de un asiático viejo, venido de no sé donde. Tabah estaba en un estado lamentable, pero no le tuve lastima por eso, sobre el poste central de la cabaña quedó colgado de las muñecas, mientras el viejo abría el maletín que portaba, dentro había multitud de instrumentos extraños que fue sacando y depositando con cuidado sobre una mesa preparada al efecto. Ahora venía lo más difícil, el trabajo delicado. El viejo asiático se ocuparía de pelar literalmente a mi prisionero, sin por ello causarle la muerte; con esmero comenzó su trabajo, lento, seguro, a pesar de los gritos de dolor de Tabah. Había sangre, sí, pero mucho menos de lo que me había imaginado, y a cada momento que pasaba,  a cada jirón de piel que le quitaba, yo me sentía cada vez más excitada, mis pechos estaban duros como piedras, me dolían, mis pezones parecían querer traspasar la tela de mi camisa y sentía que mi vagina estaba chorreando. Abracé al viejo por la espalda y pareciera que él se lo esperaba, porque se dio la vuelta de inmediato y  en un momento estábamos rodando por el suelo, aunque se detuvo de inmediato y me hizo levantar para empujarme contra el cuerpo de Tabah, de cara a él, así me  penetró de un golpe, y a cada arremetida, mi cuerpo se pegaba mucho mas al cuerpo del cautivo, en un momento me quedé pegada literalmente a él, sintiendo su terror por lo que seguiría, y es comunidad me provocó el orgasmo más grande que jamás había tenido. 

Mas tarde, el viejo asiático terminó el trabajo encomendado, el cuerpo de Tabah fue lavado cuidadosamente. Aún desprovisto de piel tenía aspecto de hombre, pero eso dejaría de tener significado en un momento, lo justo para tomar de nuevo mi cuchillo y seccionar su pene por la base, para entregárselo a una vieja del poblado, su misión?, convertir aquel pingajo ensangrentado en un espléndido falo, en mi trofeo, el recuerdo permanente de mi venganza.

Finalizado su trabajo, vino a entregármelo, era impresionante verlo negro y bruñido, medía cerca de 60 cm por 8 de diámetro; la base había sido trabajada con esmero, creando una empuñadura adornada con corys incrustados, y por su rigidez, parecía estuviera hecho con madera de ébano.

 Con él en las manos me dirigí a la cabaña de Tabah, aquel sería el acto final, para el que todo estaba preparado, sin miramientos inserté el falo en su ano, propulsándolo con todas mis fuerzas y un tremendo alarido se escuchó en la noche, alarido que se cortó bruscamente cuando Tabah murió ensartado por su propio pene.

Días después, al llegar a Paris, tuve que pagar una cuantiosa suma en la Aduana, los impuestos exigidos por aquella joya que lucía radiante en su lecho de raso en una bella caja de madera.

  • : Violación y venganza
 

Relato erótico: “Atraído por……3, mi negra me consigue otra criada” (POR GOLFO)

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cuñada portada3Meaza dormía a mi lado. Todavía no se había dado cuenta que estaba despierto, lo que me dio la oportunidad de Sin títulomirarla mientras descansaba. Su belleza negra se realzaba sobre el blanco de las sábanas. Me encantaba observarla, sus largas piernas, perfectamente contorneadas, eran un mero anticipo de su cuerpo. Sus caderas, su vientre liso, y sus pequeños pechos eran de revista. Las largas horas de gimnasio y su herencia genética, le habían dotado de un atractivo más allá de lo imaginable.
Pero lo que realmente me tenía subyugado, era la manera con la que se entregaba haciendo el amor. Cuando la conocí, se lanzó a mis brazos, sin saber si era una caída por un barranco, sin importarle el poderse despeñar, ella quería estar conmigo y no se lo pensó dos veces. Tampoco meditó que iba a significar para su familia, que yo fuera blanco, y cuando su padre la repudió como hija, mantuvo su frente alta, y orgullosamente se fue tras de mí.
Ahora, la tenía a escasos centímetros y estaba desnuda. Sabiendo que no se iba a oponer, empecé a acariciarla. Su trasero, duro y respingón, era suave al tacto. Anoche, había hecho uso de él, desflorándolo con brutalidad, pero ahora me apetecía ternura.
Pegándome a su espalda, le acaricié el estómago, no había gota de grasa. Meaza era una mujer delgada, pero excitante. Subiendo por su dorso me encontré con el inicio de sus pechos, la gracia de sus curvas tenían en sus senos la máxima expresión. La gravedad tardaría todavía años en afectarles, seguían siendo los de una adolescente. Al pasar la palma de mi mano por sus pezones, tocándolos levemente, escuché un jadeo, lo que me hizo saber que estaba despierta.
La muchacha, que se había mantenido callada todo ese rato, presionó sus nalgas contra mi miembro, descubriendo que estaba listo para que ella lo usase. No dudé en alojarlo entre sus piernas, sin meterlo. Moviendo sus caderas con una lentitud exasperante, expresó sus intenciones, era como si me gritase: -Te deseo-.
Bajando un mano a su sexo, me lo encontré mojado. Todavía no me había acostumbrado a la facilidad con la que se excitaba, y quizás por eso me sorprendió, que sin pedírselo, y sobretodo sin casi prolegómenos, Meaza levantando levemente una pierna, se incrustara mi extensión en su interior.
La calidez de su cueva me recibió sin violencia, poco a poco, de forma que pude experimentar como centímetro a centímetro mi piel iba rozando con sus pliegues hasta que por fin hubo sido totalmente devorado por ella. Cogiendo un pezón entre mis dedos, lo apreté como si buscara sacar leche de su seno. Ella al notarlo, creyó ver en ello el banderazo de salida, y acelerando sus movimientos, buscó mi placer.
Su vagina, ya parcialmente anegada, presionaba mi pene, cada vez que su dueña forzaba la penetración con sus caderas, y lo soltaba relajando sus músculos, al sacarlo. Nuestros cuerpos fueron alcanzando su temperatura, mientras nuestra pieles se fundían sobre el colchón.
Separando su pelo, besé su cuello y susurrándole le dije:
-¿Cómo ha amanecido mi querida sierva?-
Mis palabras fueron el acicate que necesitaba, convirtiendo sus jadeos en gemidos de placer, y si de su garganta emergió su aceptación, de su pubis manó su placer en oleadas sobre la sábana. “Primer orgasmo de los múltiples que conseguiría esa mañana”, pensé mientras le mordía su hombro. Mis dientes, al clavarse sobre su negra piel, prolongaron su clímax, y ya, perdida en la lujuria de mis brazos, me pidió que me uniese a ella.
-Tranquila-, le contesté dándole la vuelta.
El brillo de sus ojos denotaba su deseo. Meaza me besó, forzando mi boca con su lengua. Juguetonamente, le castigué su osadía, mordiéndosela, mientras que con mis manos me apoderaba de su culo.
-Eres una putita, ¿lo sabías?-
-No, mi amo, ¡soy tu puta!-, me contestó sonriendo, y sin esperar mi orden se sentó a horcajadas sobre mí, empalándose.
Chilló al notar que la cabeza de mi glande chocaba con la pared de su vagina. No fue por dolor, al contrario se sentía llena, cuidada, y agradeciéndoselo a mí, su dueño, sensualmente llevó sus manos a sus pechos y pellizcándolos, me dijo:
-Amo, si soy buena, me premiarías con un deseo-.
-Veremos-, le contesté acelerando mis incursiones.
Sabía que fuera la que fuera su petición, difícilmente me podría negar, y más cuando dándome como ofrenda sus pechos, me los metió en mi boca, para hacer uso de ellos. Sus aureolas casi habían desaparecido al erizársele los pezones. Duros como piedras, al torturarles con mis dientes, parecieron tomar vida propia y obligaron a la mujer a gemir su pasión.
-¡Muévete!-, le exigí al notar que mi excitación iba en aumento.
Obedeciéndome, su cuerpo empezó a agitarse como si de una coctelera se tratase, licuándose sobre mis piernas. Con la respiración entrecortada, me rogó que la regase con mi semen, que ya no podía aguantar más. Muchas veces había oído hablar de la eyaculación femenina, pero nunca había experimentado que una mujer se convirtiera en una especie de geiser, lanzando un chorro fuera de su cuerpo, mientras tenía clavado mi miembro en su interior. Por eso, me quedé sorprendido y sacando mi pene, me agaché a observar el fenómeno.
Justo debajo de su clítoris, su sexo tenía un pequeño agujero del que salía a borbotones un liquido viscoso y transparente. Me tenía pasmado ver que cada vez que le tocaba su botón del placer, volvía a rugir su cueva, despidiendo al exterior su flujo, por lo que decidí probar su sabor.
Lo que sucedió a continuación no tiene parangón. Mientras mi lengua se apoderaba de sus pliegues, Meaza se hizo con mi pene, introduciéndoselo completamente en la boca y usando su garganta como si fuera su sexo, comenzó a clavárselo brutalmente. Yo, maravillado por mi particular bebida, busqué infructuosamente secar el manantial de su entrepierna y ella, masajeando mis testículos, se lo insertaba a la vez hasta el fondo.
Con mi sed, totalmente satisfecha, me pude concentrar en sus maniobras. Estaba siendo el actor principal de una película porno, la negrita era un pozo de sorpresas, cogiendo mi mano se la llevó a la nuca para que le ayudara. Fue entonces, cuando sentí que me corría y presionando su cabeza contra mi sexo, en grandes oleadas de placer me derramé en el interior de su garganta. Meaza no se quejó, sino que absorbió ansiosa mi semen, y disfrutando realmente siguió mamando hasta que dejó limpio todo mi pene, y viendo satisfecha que lo había conseguido, me miró diciendo:
-¿Le ha gustado a mi amo?-
Solté una carcajada, era una descarada pero me volvía loco. La negrita se hacía querer y lo sabía, por lo que dándole un azote le dije que me iba a bañar.
Debajo de la ducha, medité sobre la muchacha, no solo era multiorgásmica, sino que era una verdadera maquina de hacer el amor, y lo mejor de todo que era mía. Todavía recordaba como la había conocido, y como entre ella y Maria habían planeado tomarme el pelo. Su plan falló por un solo motivo, Meaza se había enamorado dando al traste toda la burla.
Saliendo de la ducha, me encontré a la mujer preparada para secarme. Su sumisión era algo a lo que podría acostumbrarme, pero aún era algo que me encantaba sentirla siempre dispuesta a satisfacerme hasta los últimos detalles. Levantado los brazos dejé que lo hiciera.
-Fernando-, me dijo mientras me secaba,-¿me vas a conceder mi deseo o no?-.
Tenía trampa, y por eso le pregunté cual era antes de darle mi autorización. Arrodillándose a mis pies, me miró con cara de pícara, y me contestó:
-Mi amo es muy hombre, y necesito una ayudante-.
La muy ladina, me quería utilizar para sus propios propósitos, lo supe al instante, pero la idea, de tener dos mujeres a mi disposición, me apetecía y sabiéndome jodido le dije:
-¿Tienes alguien en mente?-
Sonriendo, me respondió:
-María puede ser una buena candidata, siempre que no te moleste-.
Mi buena sumisa estaba usando sus dotes, sabiendo que no me iba a negar, ya que de esa forma mataba dos pájaros de un tiro, me vengaba y la satisfacía. Me reí de su cara dura, y besándola le exigí que quería desayunar.
-Lo tiene en la mesa, ya servido, como cada mañana, mi querido amo, y el día que no lo tenga: ¡castígueme!-.
……………………………………………………………………..
El trabajo en la oficina me resultó monótono, por mucho que intentaba involucrarme en la rutina, mi mente volaba pensando en que sorpresa me tendría esa noche, mi querida negrita. Desde que apareció en mi puerta hace varios jornadas, se había ocupado de que mi vida fuera cada vez más interesante y divertida.
Era parte de su carácter, no podía evitar el complacerme, según me había confesado, en realidad, pensaba que había nacido para servirme, y que ya no tenía sentido su existencia sin su dueño. Meaza podía parecer dócil, y lo era, pero recapacitando me convencí que detrás de esa máscara de dulce sumisión, estaba una manipuladora nata. “Tiempo al tiempo”, pensé, “ya tendré muchas oportunidades de ponerla en su sitio, pero mientras tanto voy a seguirle la corriente”.
A la hora de comer, me había llamado pidiéndome que no llegara antes de las nueve de la noche, que la cena que me iba a preparar tardaba en cocinarse. La entendí al vuelo, y por eso al terminar decidí irme a tomar una copa al bar de abajo.
En la barra, me encontré con Luisa y su gran escote. Treinteañera de buen ver, que en varias ocasiones había compartido mi cama.
-¿Qué es de tu vida?, ¡golfo!, que ya no te acuerdas de tus amigas-, me dijo nada más verme. Coquetamente me dio dos besos, asegurándose que el canalillo, entre sus dos pechos, quedara bajo mi ángulo de visión.
-Bien-, le contesté parando en seco sus insinuaciones. Si no me hubiera comportado de manera tan cortante, la mujer no hubiese parado de mandarme alusiones e indirectas hasta que le echara un polvo, quizás en el propio baño del lugar.
-Joder, hoy vienes de mala leche-, me contestó indignada, dándose la vuelta y yendo a intentar calmar su furor uterino en otra parte.
Una medio mueca, que quería asemejarse a una sonrisa, apareció en mi cara, al percatarme que algo había cambiado en mí. Antes no hubiese desaprovechado la oportunidad y sin pensármelo dos veces, le habría puesto mirando a la pared .En cambio, ahora, no me apetecía. Solo podía haber una razón, y, cabreado, me dí cuenta que tenia la piel negra y rostro de mujer.
Sintiéndome fuera de lugar, vacié mi copa de un solo trago, y saliendo del local me di un paseo. El aire frío que bajaba de la sierra me espabiló y con paso firme me fui a ver que me deparaba mi negrita.
Me recibió en la puerta, quitándome la corbata y la chaqueta, me pidió que me pusiera cómodo, que como había llegado temprano, la cena no estaba lista. Sonreí al ver, sobre la mesa del comedor, la mesa puesta. Sabía que era buena cocinera, ya que había probado sus platos, pero al ver lo que me tenía preparado, dudaba que fuera capaz de terminar de cenar y encima desde la cocina, el ruido de las cacerolas me decían que todavía había más comida.
Esperando que terminara, me serví un whisky como aperitivo. Mucho hielo, poco agua es la mezcla perfecta, donde realmente puede uno paladear el aroma de la malta.
-¿Te gusta tu cena?-, me preguntó desde la cocina.
Antes de contestarle me acerqué a ver en que consistía, y como había aliñado los diferentes manjares. Sobre la tabla, yacía María. Se retorcía al ser incapaz de gritar por la mordaza que le había colocado en la boca. Cada uno de sus tobillos y muñecas tenían una argolla con cadenas, dejándola indefensa. Meaza se había ocupado de inmovilizarla, formando una x, que podía ser la clasificación que un crítico gastronómico hubiese dado al banquete.
Sobre su cuerpo, estaba tanto la cena como el postre, ya que perfectamente colocada sobre sus pechos una buena ración de fresas con nata, esperaban ser devoradas.
-Me imagino que la vajilla, no es voluntaria-, le contesté mientras picaba un poco de pollo con salsa de su estómago.
-No, se resistió un poquito-, me dijo, saliendo de la cocina.
Me quedé sin habla al verla, en sus manos traía un enorme consolador, de esos que se usan en las películas porno, pero que nadie, en su sensato juicio, utiliza. Con dos cabezas, una enorme para el coño, y otra más pequeña para el ano.
-¿Y eso?-
-Para que no se enfríe la cena-, me soltó muerta de risa mientras se lo incrustaba brutalmente en ambos orificios.
El sonido del vibrador poniéndose en marcha, me hizo saber que ya era hora de empezar a cenar, y acercándome a mi muchacha, le informé:
-Solo por hoy, te dejo comer conmigo-, y poniendo cara de ignorante, le pregunté:- ¿Cuál es el primer plato?-.
Señalándome el pubis depilado de María, me dijo:
-Paté-.
-Haz los honores-
Orgullosa de que su amo le dejara empezar, recogió un poco entre sus dedos, y acercándolo a mi boca, me susurró:
-Recuerda que siempre seré la favorita-.
-Claro-, le respondí dándole un azote, –pero, ahora mismo, tengo hambre-.
El trozo que me dio no era suficiente, por lo que cogiendo con el cuchillo un poco, lo unté en el pan, disfrutando de la cara de miedo que decoraba la vajilla. Realmente estaba rico, un poco especiado quizás motivado por la calentura, que contra su voluntad, estaba experimentando nuestra cautiva.
-Termínatelo-, le ordené a Meaza.
La negrita no se hizo de rogar y separando los pliegues del sexo de mi amiga, recogió con la lengua los restos. Dos grandes lágrimas recorrían las mejillas de María, víctima indefensa de nuestra lujuria. En plan perverso, haciendo como si estuviese exprimiendo un limón, torturó su clítoris, mientras recogía en un vaso parte de su flujo.
-Prueba tu próxima esclava-, me dijo Meaza, extendiéndome el vaso.
En plan sibarita, removiendo el espeso líquido, olí su aroma y tras probarlo, asentí, confirmándole su buena calidad. Conocía a Maria desde hace cinco años, pero siempre se había resistido a liarse conmigo, diciéndome que como amigo era genial, pero que no me quería tener como amante. Y ahora, era mi cena involuntaria.
El segundo plato, consistía en el guiso de pollo en salsa, que había picado con anterioridad, por lo que cogiendo un tenedor pinché un pedazo.
-Te has pasado con el curry-, protesté duramente a mi cocinera.
-Lo siento, amo-.
Era mentira, estaba buenísimo, pero así tenía un motivo para castigarla. Nuestra presa, se estaba retorciendo sobre la mesa. Aterrada, sentía como los tenedores la pinchaban mientras comíamos, pero sobre todo, lo que la hacía temblar, era el no saber como y cuando terminaría su tortura.
-No te parece, que esta un poco fría-, me dijo sonriendo Meaza, y sin esperar a que le contestara, conectó el vibrador a su máxima potencia.
Como si estuviera siendo electrocutada, María rebotó sobre la tabla, al sentir la acción del dildo en sus entrañas, y solo las duras cadenas evitaron que se soltara de su prisión. El sudor ya recorría su frente, cuando sus piernas empezaron a doblarse por su orgasmo. Y fue entonces, cuando mi hembra, apiadándose de ella, se le acercó diciendo:
-Si no gritas, le pediré permiso a mi amo, para quitarte la mordaza-.
Viendo que no me oponía y que la muchacha asentía con la cabeza, le retiró la bola que tenía alojada en la boca.
-Suéltame, ¡zorra!-, le gritó nada más sentir que le quitaba el bozal.
-¡Cállate!, que no hemos terminado de cenar-, dijo dándole un severo tortazo.
Desamparada e indefensa, sabiendo que no íbamos a tener piedad, María empezó a llorar calladamente, quizás esperando que habiendo terminado nos compadeciésemos de ella y la soltáramos.
Su postre-, me dijo señalando las fresas sobre sus pechos.
-¿Cuál prefieres?-.
No me contestó hablando sino que agachándose sobre la mujer, empezó a comer directamente de su seno. Era excitante el ver como lo hacía, sus dientes no solo mordían las frutas sino que también se cernían sobre los pezones y pechos de María, torturándolos. Meaza tenía su vena sádica, y estaba disfrutando. Nuestra victima no era de piedra, y mirándome me pidió que parara, diciendo que no era lesbiana, que por favor, si alguien debía de forzarla que fuera yo.
Sigue tú, que no me apetecen las fresas-.
La negrita supo enseguida que es lo que yo deseaba, y dando la vuelta a la mesa, empezó a tomar su postre de mi lado, de forma que su trasero quedaba a mi entera disposición. Sin hablar, le separé ambas nalgas y cogiendo un poco de nata de los pechos de María, embadurné su entrada, y con mi pene horadé su escroto de un solo golpe.
-¡Como me gusta!, que mi amo me tome a mi primero-, soltó Meaza, mientras se relamía comiendo y chupando el pecho de la rubia.
No sé si fue oír a la mujer gimiendo, sentir como el dildo vibraba en su interior, o las caricias sobre su pecho, pero mientras galopaba sobre mi hembra, pude ver que dejando de llorar, María se mordía los labios de deseo. “Está a punto de caramelo”, pensé y cogiendo de la cintura a mi negra, sin sacar mi extensión de su interior, le puse el coño de la muchacha a la altura de su boca.
Meaza ya sabía mis gustos, y separando los labios amoratados de la rubia, se apoderó de su clítoris, mientras metía y sacaba el enorme instrumento de la vagina indefensa. Satisfecho oí, como los gritos de ambas resonaban en la habitación, pero ahora me dije que no eran de dolor ni humillación sino de placer, y acelerando mis embestidas, galopé hacía mi propia gozo.
Éramos una maquinaria perfecta, mi pene era el engranaje que marcaba el ritmo, por lo que cada vez que penetraba en los intestinos de la negra, ésta introducía el dildo, y cuando lo sacaba, ella hacía lo propio. Parecíamos un tren de mercancía, hasta los gemidos de ambas muchachas me recordaban a la bocina que toca el maquinista.
La primera, en correrse, fue mi amiga, no en vano había tenido en su interior durante más de medía hora el aparato funcionando y cuando lo hizo, fue ruidosamente. Quizás producto de la dulces caricias traseras del dildo, una sonora pedorreta retumbó en la habitación, mientras todo su cuerpo se curvaba de placer.
Tanto Meaza como yo, no pudimos seguir después de oírlo. Un ataque de risa, nos lo impidió, y cuando después de unos minutos, pudimos parar, se nos había bajado la lívido.
-¿Qué hacemos con ella?-, me preguntó, señalando a María.
Bromeando le contesté:
O la convences, o tendremos que matarla, no me apetece ir a la cárcel por violarla-.
-Quizá sea esa la solución-, me dijo guiñándome un ojo,- ¿Tu que crees?-
La muchacha que hasta entonces se había mantenido en silencio, llorando, nos imploró que no lo hiciéramos jurando que no se lo iba a decir a nadie. Realmente estaba aterrorizada. Aunque nos conocía desde hace años, esta vertiente era nueva para ella, y tenía miedo de ser desechada, ahora que nos habíamos vengado.
Yo sabía que mi negrita debía de tener todo controlado, por eso no pregunté nada, cuando soltándola de sus ataduras, mientras la amenazaba con un cuchillo, se la llevó a mi cuarto. Durante unos minutos, me quedé solo en el salón, poniendo música. Estaba tranquilo, extrañamente tranquilo, para como me debía de sentir, si pensaba en las consecuencias de nuestros actos.
 salió de la habitación. Se la veía radiante al quitarme de la mano mi copa, y de un trago casi acabársela.
-Perdona, pero tenía sed-, me dijo sentándose a mi lado.
-¿Como está?-, le pregunté tratando de averiguar cual era su plan.
-Preparada-.
-¡Cuéntame¡-
-¿Recuerdas las cadenas de mi pueblo?-.
Asentí con la cabeza, esperando que me explicase.
-Pues como ya te conté, aunque su origen era para mantener inmovilizadas a las cuativass, las tuvieron que prohibir por la conexión mental, que se crea entre el amo y la esclava. Nos vamos a aprovechar de ello. María, después de probarlas, será incapaz de traicionarnos-.
La sola imagen de la muchacha atada, con las manos a la espalda y las piernas flexionadas, en posición de sumisa, provocó que se me alteraran las hormonas y besando a mi hembra, le dije que ya estaba listo.
Abrazado a su cintura, fui a ver a nuestra víctima. Meaza había rediseñado mi cuarto, incluyendo en su decoración motivos africanos, y otros artilugios, pero lo que más me intrigó fue ver a los pies de la cama un pequeño catre, de esparto, realmente incomodo, aunque fuera en apariencia. Al preguntarle el motivo, puso cara de asombro, y alzando la voz, me contestó que no pensaba dormir con su esclava.
-¿Tu esclava?-, le dije soltándole un tortazo, -¡será la mía!-.
Viendo mi reacción, se arrodilló, pidiéndome perdón, jurando que se había equivocado, y que nunca había pensado en sustituirme como amo. Cogiéndola de sus brazos, la levanté avisándola que ahora teníamos trabajo, pero, que luego, me había obligado a darle una reprimenda.
Indignado, me concentré en María. Sobre mi cama, yacía atada de la manera tradicional, pero acercándome a ella, descubrí que las cadenas con la que estaba inmovilizada, no eran las que yo había comprado, sino otras de peor calidad. Éstas eran plateadas, y las otras, doradas. “Debe de haberlas comprado esta mañana”, pensé al tocarlas.
La pobre muchacha nos miraba con ojos asustados. Nuevamente, llevaba el bozal y por eso cuando enseñándome el genero, Meaza azotó su trasero, lo único que oí, fue un leve gemido.
-Quítale la mordaza-, ordené a mi criada.
Mientras la negra se dedicaba a soltar las hebillas que la mantenían muda, calmé a mi amiga acariciándola el pelo. Con palabras dulces, le dije que no se preocupara, pero que ella era la culpable de lo que le había pasado, al intentar hacerme una jugarreta. No se daba cuenta, pero las cadenas estaban cumpliendo a la perfección con su cometido, ya que además de mantenerla tranquila, poco a poco, la iban sugestionando, de manera que nada más sentir que ya podía hablar, me dijo:
Suéltame, si lo que quieres es hacerme el amor, te juro que te lo hago, pero libérame-.
Sonreí al escucharla, y bajando mis manos por su cuerpo, le contesté:
Te propongo algo mejor, te voy a acariciar durante dos minutos, si después de ese tiempo, me pides que te suelte, te vistes y te vas-.
La muchacha me dijo que sí, con la cabeza. Meaza estaba esperando mis ordenes, haciéndole una seña, le dije que empezara. Poniéndose a los pies de la cama, comenzó a besarle las piernas, mientras yo me entretenía con el cuello de la niña, de forma que rápidamente cuatro manos y dos bocas se hicieron con su cuerpo. Los pezones rosados de la rubia me esperaban, y bordeando con mi lengua su aureola, oí el primer gemido de deseo al morderlos suavemente con mis dientes.
-¿Te gusta?-.
-Si-, me dijo con la respiración entrecortada.
Mi criada estaba a la altura de sus muslos, cuando pellizcando sus pechos, pasé mi mano por su trasero. Tenía un culo, bien formado, sin apenas celulitis. Separando sus dos nalgas, ordené a Meaza que me lo preparara. Su lengua se introdujó en la vagina, justo en el momento que mi amiga se empezaba a correr, gritando su placer y derramándose sobre las sabanas.
Aproveché su orgasmo para preguntarle si quería que la hiciera mía.
Llorando de gozo y humillación, me respondió que sí. Yo sabía la razón, pero no me importaba que ella no fuera consciente de estar sometida por la acción de las cadenas, lo realmente excitante era el poder, por lo que retirando a la negrita, me acomodé entre sus piernas y colocando mi pene en la entrada de su cueva esperé…
Su sexo, ya totalmente inundado, se retorcía, intentando que mi glande entrara en su interior.
-Ponte delante-, le dije a Meaza.
La mujer me obedeció, colocando su sexo a la altura de la boca de María pero sin forzarla a que se lo comiera. Viendo que estábamos ya en posición agarré las cadenas, y tirando de ellas, metí la cabeza de mi pene dentro de su coño. Mi amiga jadeo al sentir que su espalda se doblaba y que mi extensión, ya totalmente erecta, la tenía en su antesala.
-¿Quieres que siga?-.
Ni siquiera me respondió, cerrando sus piernas, buscó el aumentar su placer, sin darse cuenta que al hacerlo violentaba aún más su postura, y gimiendo de dolor y gusto, se entregó totalmente a mí, gritando:
-Por favor, ¡hazlo!-.
Apiadándome de ella, la penetré de un golpe tirando de su cuerpo para atrás, hasta que la cabeza de mi glande rozó el final de su vagina, momento que Meaza aprovechó para obligarla a besarle su sexo. A partir de ahí, todo se desencadenó y la lujuria dominando su mente, hizo que sus barreras cayeran, y que su lengua se apoderara del clítoris de la negra, mientras yo la penetraba sin piedad. No tardó en correrse, y con ella, mi criada. Los jadeos y gemidos de las mujeres eran la señal que esperaba para lanzarme como un loco en busca de mi propio placer, y agarrando firmemente las cadenas a modo de riendas, inicié la cabalgada.
Mi pene apuñalaba su sexo impunemente, las cadenas tiraban de su columna, y ella indefensa, se retorcía gritando su sumisión, mientras ajeno a todo ello, solo pensaba en cuando iba a notar el placer del esclavista. La primera vez que lo experimenté fue algo brutal, nada de lo que había sentido hasta ese momento se asemejaba, era el orgasmo absoluto. Durante siglos, en Etiopía habían estado prohibido por el poder de sugestión, y su uso estaba limitado. Lo que me había parecido una exageración, tenía una razón, y no la comprendí hasta que sacudiendo mi cuerpo, empezó a apoderarse de mi una sensación de triunfo, que me obligaba a seguir montando a María, sin importarme que en ese momento estuviera sufriendo y disfrutando de igual forma de una tortura sin igual. Con su espalda, cruelmente doblada, y su coño, totalmente empapado, se estaba corriendo entre grandes gritos. Era como si estuviera participando en una carrera suicida, incapaz de oponerse, se retorcía en un orgasmo continuo, forzando mis penetraciones con sus caderas, mientras la tensión se acumulaba en su interior. La propia Meaza colaboraba con nuestra lujuria, masturbándose con las dos manos.
La escena era irreal, la negra reptando por el colchón mientras yo empalaba a María. De improviso, sin dejar de moverme, me vi dominado por el placer, como si fuera un ataque epiléptico, comencé a temblar sobre la muchacha, y explotando me derramé en su cueva. Durante un tiempo difícil de determinar, para mi mente solo existían mis descargas, todo mi ser era mi pene. Era como si las breves e intensas oleadas de semen fueran el todo, hasta que cayendo agotado, me desplomé sobre la muchacha. Por suerte estaba Meaza que evitó que le rompiera las vértebras al retirarme de encima de ella.
Tardé en recuperarme, y cuando lo hice, la imagen de la negra retirando las cadenas a una María, con baba en la boca y los ojos en blanco, me asustó.
-¿Qué ha pasado?-, pregunté viendo el estado lamentable de mi amiga.
Se ha desmayado, demasiado placer-, me contestó.
Los minutos pasaron angustiosamente, y la rubia no volvía en sí. Ya estábamos francamente nerviosos, cuando abriendo los ojos, reaccionó. Lo primero que hizo fue echarse a llorar, y cuando le pregunté el porqué, con la respiración entrecortada, me respondió:
No sé como no me había dado cuenta que te amaba-, y alzando su brazos en busca de protección, prosiguió diciendo,-gracias por hacérmelo ver-.
Todo arreglado, no quedaba duda de que sería imposible que nos traicionara, pero quedaba la última prueba, y levantándome de la cama, les dije a mis dos mujeres:
-La que me prepare el baño, duerme conmigo esta noche-.
Ambas salieron corriendo, compitiendo en ser la elegida. Era gratificante el ver la necesidad de servirme que tenían, pensé mientras soltaba una carcajada.
 

Relato erótico: “Flora, el capricho de los porteros de la discoteca” (POR CANTYDERO)

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verano inolvidable2Vosotros, lectores, deberéis juzgar con vuestras mentes Sin títuloque fue lo que me pasó esa noche. Quizás sintáis una cierta repulsa al leerlo o, por el contrario, os dejéis llevar por una excitación sin límites…

De cualquier forma, todo comenzó como para mí como lo hubiese hecho con cualquier otra chica en mi situación. Yo soy esa chica en su primer año de universidad que se enfrenta a la primera de las grandes fiestas que se han organizado para toda la facultad. Sí, una de esas de las que hablan todas las chicas nerviosas por los pasillos durante días, mientras los tíos saben que se van a pegar una gran borrachera. Una semana durante la cual es como si las clases no existieran, como si todo lo importante se reduce a preparar no los exámenes, sino los modelos que lucirás en la disco.

Yo no lo vivía con excesiva pasión, la verdad. Es decir, sí estaba algo nerviosa por cómo se desarrollaría todo, pero no me lo tomo como si fuese una cría. Ya llevábamos tiempo en la universidad, yo ya conocía a unas cuantas amigas y había hecho mi grupo, estaba feliz. No iba a esa fiesta desesperada a buscar más amigos o a un novio, nada de eso. Me hacía ilusión salir de fiesta en un ambiente nuevo, pero nada más.

Los pasillos eran un hervidero, como os he dicho. Pero no sólo las chicas preguntando qué modelito iban a vestir y con qué chico querían aparearse. También los chicos estaban algo nerviosos, eso lo notaba yo. Quiero decir, siempre están nerviosos cuando yo paso delante de ellos. Los oigo, los siento cuchichear y mirarme no precisamente a la cara. Pero aquella semana, me miraban con una intensidad mucho más potente.

No dudaba que el deseo de muchos de ellos era poseerme esa noche. Yo no dejaba que mis emociones se plasmasen, nunca lo he hecho así a la ligera, sólo cuando me importa. Soy una chica pija, de esas que pasean con aire de superioridad y sólo te miran si es necesario. De esas pijitas que se reúnen con otras más pijas todavía a contarnos cosas de nuestra élite. De esas que nos reímos a la vez de lo mismo, aunque no tenga gracia. De esas inalcanzables, por así decirlo.

Mientras pasaba grácilmente por los pasillos, marcando con fuerza mi tacón y con media sonrisa mirando al infinito, más y más chicos se derretían por encima de lo habitual esa semana…

Yo de mientras, miraba con moderada ilusión la fiesta. En el fondo me apetecía un poco, podía comprender la ilusión colectiva.

El día, o más bien la noche, llegó…

No tiene sentido que os describa un día frenético de compra de entradas, de quedadas a una hora en tal o cual sitio, de saber si los de la otra clase van a ir más elegantes… Aunque es muy entretenido comentar eso en mi círculo de pijas, teníamos claro lo que nosotras íbamos a hacer.

La tarde, básicamente, fue un ritual de preparación para mostrar al mundo la Flora que reinaba en la universidad. Sí, me llamo Flora, alguno dirá que es un nombre de pija que me viene ni que pintado. Soy Flora Coslada. Mucho gusto en conoceros.

La ducha es el primer de los pasos que una chica tan presumida debe seguir para salir de fiesta. Me gusta sentir el agua templada tirando a caliente resbalarse por mi piel, si por mí fuera, agotaría el calentador dentro de la ducha. Una vez me he desnudado, me quedo quieta, recibiendo el chorro de agua por todo mi cuerpo… Seguro que muchos de aquellos que me miran por los pasillos no querrían perderse este momento.

Porque… ¿sabéis? No estoy nada mal. Soy una chica pija de estatura media, de cabello marrón oscuro que prácticamente me llega al ombligo y que en estos momentos se humedece y se pega a mi piel. Tengo una figura muy bonita: delgada y estilizada, especialmente mis piernas son muy largas y delgadas, al igual que mis muslos, los cuales lucen divinamente. Siempre depiladas y con un brillo especial, mis piernas son un atractivo mortal para hombres fogosos de cualquier edad, especialmente cuando yo misma decido que se muevan de una forma sugerente, que se abran sin que nadie se lo espere…

El agua también cae por mi espalda recta e inmaculada, hasta el inicio de mis piernas. No tengo un trasero especialmente prominente, pero está bien durito al tacto, perfecto para mi gusto. Y justo por delante… mmm, pues una de mis partes preferidas, qué voy a deciros… Mi tierno coñito, con el cual me lo paso tan bien siempre que tengo necesidad. Soy una chica en apariencia fría y distante, pero no es esa la verdad de mi carácter. Cuando yo quiero, me torno ardiente en cuestión de segundos. Pienso mucho en el sexo, me encanta, es mi pasión, y más poder practicarlo con este cuerpo hermoso. Me he derretido de una forma irrefrenable ante aquellos pocos que han despertado mi pasión, y ellos han disfrutado del privilegio de mi sexo rasurado. Aunque en realidad, como yo siempre digo, soy yo quien disfruto de esos hombres fáciles y quien les abandona cuando me da la gana. Así soy, una chica mimada y altiva pero con los labios húmedos… No puedo resistirlo, ni quiero. Pero es que me gusta calentar a los chicos, hacer que piensen en mí cuando la mayoría no conseguirán nada…

Empiezo a enjabonarme por donde hago siempre, por mis abultados pechos. Tienen un tamaño perfecto para hacer un escote precioso que me encanta lucir en días como el de esa fiesta. La espuma impregna la piel suave de mis senos, y acaba cubriendo los pequeños pezones rosados que coronan mis glándulas. Los recorro con especial cuidado, disfrutando cada centímetro de mi cuerpo… A medida que me extiende el enjabonado, también decido tratar con cariño a mi vulva. No creo que hoy ocurra un encuentro sexual, pero quien sabe…

Tras la ducha, salgo desnuda con las gotas aún cayendo por mi silueta. Me envuelvo en una toalla verde y me miro al espejo, me gusta ver la brillantez de mis ojos, la tierna expresión de mi nariz y mi boquita realzada por mis pómulos, me encanta mi rostro. Me envuelvo otra toalla como turbante en la cabeza y recojo el baño.

Ya he decido que me voy a poner. Después viene una buena sesión de peinado, vestido y maquillaje. Me paso las planchas una y otra vez, para dejar mi pelo bien liso y que fluya adaptándose a mis formas de mujer cuando caiga. No puedo dejar de maravillarme por lo bien que me ha quedado hoy.

Me voy a vestir como más me gusta: ropa interior negra (¡claro que tanga!), unos shorts vaqueros muy cortitos, casi a la altura de mi trasero y una blusa roja que tengo con la que me queda un escote de infarto. He elegido también unos zapatos negros con tacón que realzan mi figura… Me miro de nuevo al espejo y me encanto. Un cuerpo delgado, realzado, con las piernas desnudas firmes y unos pechos que destacan a los lejos entre mi blusa. El toque final me lo doy luego, rizándome las pestañas y aplicando un pintalabios de un color rojo intenso, de tal forma que mis labios tienen el mismo color que mi blusa.

Cojo mi bolso y salgo, voy bien de tiempo. Mis amigas y yo hemos quedado para beber en el parque, imagino que otros de clase estarán por allí. Otra se había encargado de comprarnos la bebida, así que todo iba sobre ruedas.

Ya en el parque, algunas de mis amigas ya estaban esperándome, otras fueron llegando con cuenta gotas. Todas impresionantes, muy pijitas, con buen tipo, así somos todas… Las bolsas se depositaron al lado de nuestras piernas, mientras nos sentábamos en el banco para estar cómodamente bebiendo y riendo.

Mi amiga Clara me dijo que había venido muy bien arreglada, que estaba muy guapita… Esa chica nunca había tenido un buen tipo y siempre nos tiraba piropos a las otras. Aunque sí que se enrollaba con chicos, alguna vez el resto nos reíamos y pensábamos que tenían un punto bisexual raro… Agradecí su piropo porque la verdad, aunque la noche no me hacía tanta ilusión como a otras, sí que me había puesto muy guapa es anoche… y vestía un poco cachonda la verdad.

La conversación fluía a tono con los tragos que tomábamos de ron con cola. Las risas se hacían cada vez más frecuentes cuanto más se vaciaba el contenido de las botellas. Mis amigas (y por asociación, también yo) empezaban a dejar ver en lo torpe de sus miradas y en sus lenguas trabadas el efluvio del etanol… Yo misma también notaba lentamente estos efectos, pero intentaba disiparlas con mis carcajadas en el frío de aquella noche memorable.

El resto de los bancos de parque, y parte del suelo, se había llenado con otros compañeros de la facultad. La verdad es que conocíamos a la gran mayoría, porque somos muy cotillas… Especialmente, qué os voy a decir, si los chicos son atractivos. Siempre hay unos pocos por la facultad y los tenemos bien fichados. Aquí estaban algunos de ellos, quien sabe si durante la noche acabaría acercándome a alguno. Me muerdo el labio del deseo que eso me produce… De imaginarme en un coche, con las piernas abiertas, botando encima de un hombre cualquiera…

El ron cola me estaba subiendo por momentos. Empezaba a decir muchas chorradas, más de lo habitual. Clara se rio de mí cuando intenté llenar un vaso que me habían pedido y tiré fuera la mitad del contenido de la botella. Me reía de mis problemas de coordinación, pero al ver que casi todas mis amigas iban igual de borrachas o más, mis males se comulgaron con los de los demás. Ya no sé ni de lo que hablábamos, nos habíamos pasado bebiendo a lo loco nada más empezar, si intentábamos jugar a un juego de beber ninguna estaba en condiciones de acordarse de las reglas. Nos reíamos, sacábamos fotos haciendo el tonto al lado de la estatua de aquél señor tan importante del parque, hablábamos de los tíos buenorros de la uni y de algunos que había al lado, con tanta sonoridad que seguro que nos acabarían oyendo…

Vamos, que cuando tirábamos para la discoteca, servidora iba lo que se dice bien fina. Bailaba más que andaba, y no había quien me parara quieta en la cola del lugar. Mis amigas me serenaron entre todas, porque dijeron que si se notaba que iba tan borracha, o quizás metida, no me iban a dejar entrar, ni a ellas. Por un rato intenté parecer normal mientras esperábamos nuestro turno, aunque en la cabeza de Flora todo danzaba a velocidades vertiginosas. Menudas colas que había siempre en La Perla Negra, una discoteca muy famosa aquí, enorme, con tres salas y varias barras. Es el lugar donde toda la juventud, sobre todo universitaria, se concentra. De hecho, estás en la cola y conoces a casi todos.

El portero de la Perla Negra nos miró de arriba abajo. Son un poco falsos estos porteros, hay días que hemos entrado gratis y otros que ni de coña. Parecía ser un día especial porque al final nos dejó pasar sin pagar. Su mirada se detuvo varios minutos en mí. Temí que no me dejaran entrar, como me habían dicho ellas, pero al final no ocurrió. Parece que le había gustado al portero, oye. De todas formas, a mí un negro, algún día, así buen puesto, me apetecería para dar un empujón, ¿por qué no?

Estaba hasta los topes La Perla Negra. Y eso que tiramos para el fondo, pero estaba tan lleno de gente que nos costó hacernos un hueco para nosotras. Por suerte teníamos al lado la barra, y todas nos pedimos un nuevo cubata. Yo bailaba sin mirar a quien, y cuando me di cuenta me había bebido la copa entera y la recargué. Llevaba tal cogorza encima que la resaca la veía histórica desde ya.

En esto estábamos, nosotras tan pavas sacándonos una selfie que pusieron un temazo de nuestro DJ favorito. Y bien pinchado, con mucho pum y poca letra. De esto que te emocionas de repente, te vuelves loca y tus amigas te sigues, que empezamos a brincar al ritmo de los acordes. Y bueno, la liamos. Tampoco creo que fuera culpa exclusivamente mía, pero yo iba borracha como la que más.

Empezamos a empujar quizás demasiado a los que estaban detrás. Quizás provocáramos un estruendo en medio del estruendo. Quizás mi amiga Clara le pegara un codazo a un tío y eso llevó a que un par de vasos se rompieran.

Por ello, no tardaron en venir a por nosotras los de seguridad.

El primero era el mismo negro de la entrada. Yo tenía tal pedal en la cabeza que no podía parar sentada, y creo que por eso le parecí la más alocada, la que más había provocado el jaleo. Pero sé que no me llevó consigo por eso, que me quiso llevar retenida por razones que sólo podían verse en mi anatomía. Soy así de chula, que queréis que os diga. El portero me agarraba con fuerza del hombre, me hizo darle la copa y me dijo que tendría que seguirle. Yo protesté, evidentemente, pero no podía resistirme ni a su autoridad ni mucho menos a su fuerza, me sacaba varias cabezas. Pregunté por qué no me acompañaba ninguna de mis amigas, que en ese momento me miraban temerosas, intentando disimular lo que allí habíamos armado entre todas. “Qué zorras”, pensé. Y en esas, el portero me dio un empujón, para que empezase a caminar. Lo hacía con dificultad, con los tacones que me estaban matando los pies, esquivando cristales y pies de otras personas que, ellas sí, podían seguir tranquilamente en la pista de baile. Ir acompañada con el más que visible segurata hacía que las multitudes se fueran apartando a nuestro paso mientras me conducía a donde yo creo que estaba la salida.

Pero algo extraño ocurría.

El forzudo portero negro que tiraba de mí sin dificultad no parecía estar llevándome hacia la puerta de la discoteca, que estaba al fondo a la derecha. Me estaba llevando por detrás de la mesa de mezclas del DJ, pasando los baños… Un lugar restringido al público. Imaginé que habría allí una salida de emergencia más cercana.

Abrió una puerta negra del fondo y salimos a un pasillo de paredes grisáceas desconchadas. No me parecía que eso fuese una salida a ningún sitio. Pero él tiraba de mí con fuerza, mi oposición era inútil, incluso cuando intenté verbalizarla.

Al fondo del pasillo, al lado de una puerta entreabierta, aguardaban otros dos porteros. Eran de aspecto rudo, como aquél que me llevaban. Ambos eran latinos, de piel cetrina, y bastante altos, era imposible no dejar de mirar su físico fijamente. No dejaron de fijarse en su compañero y en lo que arrastraba… que era yo.

Sonrieron al verme, al ver mi aspecto de bebida y desorientada. Pero más aún al ver el incipiente escote que lucía y mis piernas bien tornadas. Sin decir nada, uno de ellos abrió ligeramente la puerta, que chirrió al deslizarse… El espacio de dentro estaba tenuemente iluminado, aún no podía vislumbrar que había dentro.

Yo estaba como paralizada, e intenté dar marcha atrás y volver por el pasillo a la discoteca. Pero el portero que me había llevado hasta allí me agarró fuertemente por la cintura y me alzó en el aire. Y me llevó en volandas dentro de la habitación, mientras yo chillaba y pataleaba de forma inútil. Sus dos compañeros entraron también y la puerta se cerró con un estruendo.

Recuerdo cómo mi cuerpo cayó casi inerte sobre algo blando que había en el interior de esa habitación, haciendo un ruido seco. Boté una vez sobre la superficie que me recordó a la de un colchón surcado de arrugas. Como pude ver más adelante, así era, una cama descuidada y casi destrozada, cubierta con una sábana llena de manchas difíciles de descifrar. Ante mí aparecieron tres figuras enormes: las de los tres porteros que me habían encerrado allí. Mientras mi cabeza daba vueltas por culpa del alcohol de baja calidad de esa discoteca…

Uno de los que habían estado esperando en la puerta se rio:

– Vaya… no solemos follarnos a ninguna putita que parezca tan decente.

Eso confirmó mis temores… nada difíciles de ser confirmados. Aquellos hombres corpulentos me habían elegido para violarme esa noche.

Intenté levantarme nada más escucharlo, pero me encontré con la oposición de media docena de brazos dopados de anabolizantes que me impidieron la maniobra y me retuvieron contra la cama. Me retorcía intentando luchar, pero era más que claro que una jovencita de cuerpo esbelto como yo podía hacer poco contra unas bestias de gimnasio. Sus fuertes brazos me clavaron mis carnes contra mi espalda presionada, causándome dolor… Grité, algo que no parecía importarles lo más mínimo. Al fin y al cabo, estábamos en los confines de la discoteca, el lugar que sólo estos trabajadores conocían.

Me habían inmovilizado sin esfuerzo. Uno de los porteros, el negro, estaba delante de mí, casi babeando al observar mi figura. De repente, como si fuese su deseo más profundo, me agarró del escote de mi blusa y empezó a tirar para revelar mis pechos. No podía mover mis brazos ni mis piernas, solo mi cabeza en gestos de negación y de advertencias fútiles hacia aquél incivilizado.

Imagino que ofrecía una estampa demasiado ardiente para aquellos tres hombres… Una chica medio borracha, una auténtica pija de discoteca con tacones, enseñando pechugas y pierna a más no poder… Una belleza como yo, tumbada en lo largo de la cama y siendo prisionera de aquellos trabajadores de la noche, dispuestos a hacer conmigo lo que quisieran.

Mientras los botones de mi blusa roja perdían fuerza e iban revelando mi desnudez, la cara del tío que me retenía los brazos se acercó a mi rostro. Era quien me había secuestrado, quien me trajo hasta aquí. Y yo, que intentaba resistirme, me tuve que enfrentar no solo a él, sino a otros cuatro brazos que anularon mis movimientos… Todos cooperaban para desnudarme, y la camisa al final se reventó. Habían desgarrado la tela tan cara, y los botones salieron disparados, dejándome con los pechos al aire. Pechos que siempre llevo sin sujetador, pues se mantienen turgentes y perfectos a mi edad.

Nada más verlos, su rostro se iluminó, pues sé ya de sobra, de todas las parejas con las que he estado, que mis pechos tan bien definidos y jugosos despiertan las mayores pasiones masculinas. No tardé en sentir como las manazas de los latinos, llenas de anillos, contactaban contra mi piel sensual, y cómo apretaban sin piedad, y me imprimían el frío de sus metales contra mi cálida turgencia. Se recreaban amasando estas perfectas piezas de la naturaleza con las que mi madre me había dotado, los pechos que todos los chicos miraban embobados en la facultad era un juguete sin valor en manos de estos animales. Me hacían daño al incidir sin piedad, al pincharlos, al estirar de mis pobres pezones. Me quejaba de forma inútil, pues sé lo sexy que yo estaba resultando en esos momentos.

Pero por otro lado, mientras los latinos salivaban y magreaban mis pechos, él buscaba más. Sin quitarme los taconazos, desabrochó el botón de mis shorts y dejó al descubierto mi tanga mientras tiraba de ellos con fuerza, para zafarlos. Intenté oponer algo de resistencia, motivada también por mi trasero, pues era bastante abultado y costaba quitarme los pantalones así como así. Pero en el momento en que sus colegas vieron que estaba tratando de desnudarme completamente, decidieron echarle una mano y empujaron mi torso firme contra el colchón para que no pudiera moverme. Y el pantalón vaquero salió por los muslos, dejando mi tanguita negro como la única prenda que me protegía ya.

Uno de los latinos, el que parecía más musculoso, me metió mano por encima de la prenda. Posó sus obscenos dedos por encima de mi cosita y hundió la tela para meterme un dedo. Me puse a chillar desconsolada, me sentía tan humillada… Y él no tardó en crear un puño, atrapando la tela anterior de mi tela entre sus dedos, y tiró para revelarme el sexo. Mi coñito apareció ante ellos, una tímida rajita.

– Mirad como se depilan las pijitas de bien de hoy en día…

Los tres observaron, cuando mi tanga ya andaba bajado a la altura de mis rodillas, cómo me había depilado el sexo y lo había dejado limpio, sin un pelito, porque mi intención era acostarme con un tío bueno de la uni… Pero no con ellos. Sacaron la tanguita y la tiraron al suelo lleno de polvo, y yo me había quedado completamente desnuda delante de esos desconocidos violadores. Aún tenía puestos los tacones rojos, contrastando con mi piel pálida y bien cuidada a base hidratantes de cremas nada baratas. Roja de vergüenza, intentaba cerrar mis piernas para proteger un poco mi sexo de sus vistas, y con mis manos tapar una ínfima parte de mis grandes pechos.

Fue, lo sé, el verme dominada y sin ropa lo que ya les agitó por completo. Los tres porteros empezaron como locos a deshacerse de sus ropas, sin inhibición ninguna. Dejaron atrás sus vestimentas, tirándolas al suelo junto a mi ropita sexy casi destrozada. El más adelantado fue el negro, el que primero se deshizo de la camisa del uniforme y del pantalón. Recuerdo bien que su torso era casi invisible en la relativa oscuridad de aquella habitación, pero que su figura era enorme como la de un toro, de gruesos músculos que certificaban que ese trabajo de portero lo realizaba con buenas aptitudes físicas. Nunca, y lo aseguro, uno de mis compañeros eventuales de cama había tenido tal cuerpazo, y no estoy seguro de si lo habría deseado. Parecía dispuesto a romperme entera….

Y yo, parecía hipnotizada mirando su cuerpo, pues el bóxer en lo que se había quedado su vestimenta era amenazador para mí.

– A esta pijita seguro que no le han metido nunca una buena verga morena. Dejadme que le enseñe lo que se pierde…

Estas palabras habían sido pronunciadas por el negro, que se bajó el bóxer para revelar lo que había anunciado. Ya la prenda interior se encontraba muy deformada antes de hacerlo, como si su miembro no pudiese estarse quieto dentro. Horrorizada, contemplé el aparato que aquél africano guardaba entre sus piernas. Me pareció descomunal, así lo digo, ¿qué era aquello? Mira que me gustaba el sexo y me había follado unas cuantas, pero nunca había visto algo que se le pudiera parecer. Sus dimensiones eran extremas, lo juro. Qué peluda era, tenía tanto vello y era tan largo y rizado… Ya estaba bien erecta, en su plenitud, y era gruesa hasta el punto de ser increíble, y tenía una longitud que casi se podía comparar a la de su brazo peludo. Gruesas venas surcaban su dimensión, y el glande estaba muy hinchado. La polla entera del negro latía de nerviosismo, y a cada latido parecía crecer un poco más. ¿Me iban a meter eso?

El negro desnudo se acercó a mí con una cara que me asustaba. Y en ese momento, sin pensarlo, me dio un beso. Mis labios perfectos y cubiertos de gloss contactaron con aquellos labios fríos y rugosos como la lija. Y no era mis labios lo que quería, sino meterse, como hizo, hasta lo más profundo de mi garganta, su lengua de buey me estaba llenando de saliva con olor a porro y me estaba ahogando… Salió de mi boca, y dijo:

– Menuda preciosidad con la que me he liado esta noche… – y se rio con una voz estentórea y cascada que me creó una inmensa sensación de desapego.

Empezó a acariciarme el cuerpo sin mucho mimo, porque yo sabía, desde ese momento, que solo quería metérmela y ya está. Chillé, intenté zafarme, tenía miedo… Miedo como si fuera una niña, como si los recuerdos de mi primera vez volvieran a ser reales, con lo que me había dolido… Pero eran tres, allí se acercaron los otros dos latinos, también corpulentos y desnudos, con sus pollas mirando el techo, para agarrarme de los muslos y muñecas e impedir toda huida. De modo que ahí quedé, retenida a la fuerza, mientras sentía como me separaban los labios del sexo y mi pretendiente negro se abalanzaba sobre mí.

Fue realmente doloroso para mí, aunque para nada era una virgen. Cuando la polla del negro se abría paso en mi vagina, sentía como me estaba ensanchando como nunca antes lo hizo un sexo masculino en mi interior. Era tan gruesa que era difícil que mi vagina la aceptase, es como si mi vulva se estuviera desgarrando, mis tejidos sexuales no aguantaban la presión a la que estaban siendo sometidos…

Y esa sensación iba en aumento cuanto más me invadía él. No pude dejar escapar algún quejido a medida que me dejaba bien abierta, especialmente cuando sentí que su glande había llegado a lo más profundo de mi vagina y me presionaba causándome un pinchazo al final de mi intimidad.

Mi conducto vaginal latía nervioso, como si estuviese al borde de un gran peligro con aquel espectacular pene anclado en mí. Estremeciéndome del dolor, miré hacia mi pubis para comprobar cómo aquél ogro me había penetrado de forma tan brutal. Mi estrecho sexo se encontraba empalado por aquél grueso palo que con esfuerzo había conseguido meter hasta el fondo. Apenas quedaban unos centímetros fuera de mi entrepierna y él seguía empujando contra mi conducto por enterrarlos, hiriéndome… Su poblada mata de vello chocaba contra mi pubis blanco y depilado y podía sentir a sus dos gordos testículos llamando contra mi pubis.

No sabía que me sabía peor, si el dolor de la estocada latente en mí, o el hecho de que no hubiera ninguna protección de por medio. Tan acostumbrada a exigir siempre el preservativo, yo nunca tomé la píldora… Quizás ahora es cuando más lo hubiera necesitado.

Y mis piernas, allí abiertas, soportando cada embestida de las que pronto empezó a darme. Nunca me habían abierto así, con tanto poca delicadeza, aquél negro era una criatura salvaje que embestía contra mi dolorida intimidad sin piedad. A cada empujón, yo sentía que me estaba haciendo un tremendo daño, que era anatómicamente imposible que me entrara entera, pero él empujaba y me hacía pedazos hasta que lo consiguió entre tanta y tanta follada. Me manejaba como le daba la gana, mi coñito era su hogar, como lo habría sido el de tantas putitas blancas que habían pasado por sus garras. Y cada empujón me hacía sentir no solo la dureza exagerada de su polla, sino también el calor abrasador que me estaba quemando por dentro.

Pero se sentía tan bien…

Sí, así lo digo yo, Flora. Se sentía tan bien. Me estaba cabalgando y podría haber destrozado de esa forma el sexo de cualquiera, y posiblemente también el mío. Pero a mí me estaba dejando loca, sin sentido. Joder, qué bien que me metía la polla hasta el fondo, con qué ritmo… Se notaban esas horas de gimnasio, esa fuerza de cazador que quiere realizar bien el acto y que no suelta a su presa. Y su presa era yo, ni acorde a su constitución, ni a su bravura ni a su edad, pero me estaba follando bien follada, que es lo que toda mujer necesita y no siempre encuentra. Ahí, ahí estaba yo, la pija, bien abierta, con el pubis levantado para encajar todos sus golpes y retorciéndome de placer con cada impacto que ese misil daba en mi interior. Me estaba derritiendo por momentos, sentía un calor tan agradable en medio del imparable azote que me daba su sexo desgarrando el mío…

Completamente ido, mientras acometía brutalmente contra mi maltratada conchita, oí unos bufidos tremendos que el negro soltaba mientras me empujaba cada vez con más potencia. Y tras ser consciente del calor que emanaba su candente hierro clavándose en mi intimidad, presa del pánico, empecé a intentar resistirme a que intentase su descarga final. Pero mi frágil cuerpecito no podía luchar contra aquella mole oscura que me poseía…

En cuestión de segundos, el negro anunció chillando que se corría.

– ¡No! ¡No por favor, eso sí que nooooo! – dije yo con tremenda agonía.

El solo imaginarme preñada a mis diecinueve era una imagen que no casaba conmigo. Pensaba que eso solo podía pasarle a gente como la choni de mi clase, que a los dieciséis ya tenía un bombo espectacular que le hizo abandonar la secundaria. Yo no quería acabar así, y menos que naciera de aquella situación. Pataleé para resistirme, chillé como una loca.

El enorme negro agarró mis nalgas con sus manos y aprovechó para enterrarme su hirviente polla en lo más hondo de mi vagina. Casi haciéndome daño contra el útero, su tronco duro y desafiante me deformaba el sexo mientras mi amo gritaba, preso de la más contundente excitación. Y sí, de la punta de su miembro negro comenzaron a salir despedidos unos densos chorrazos de semen que me empezaron a mojar entera. En mi vida recuerdo una corrida semejante dentro de mí, que contara con tal cantidad de esperma… Parecía lo menos un litro lo que ese salvaje estaba eyaculando, riadas de espesa sustancia blanca eran disparadas sin piedad al fondo de mi útero… Gemí, en parte de placer, lo reconozco, pero también porque me estaba llenando hasta el tope ese animal que no dejaba de correrse, porque su semilla caliente me estaba irritando mi feminidad, porque el muy bestia seguía empujándome para descargar en mi toda su hombría.

Saturada ya, pues juro y dejo constancia de que su descarga ya no me cabía ni en el útero ni en la vagina, y creo que ya me mojaba las trompas hasta los mismísimos ovarios, estaba realmente asustada de haber sido inseminada de esa manera.

Tras unos últimos chorros que ya no me cabían, parece ser que el hombre acabó su orgasmo y cayó rendido encima de mí. Sentí su peso machacándome las costillas, y la dureza de su polla que seguía sin salir de mi interior, mi pubis mojado por dentro me hacía parecer más pesada. Empujé para apartar al negro encima de mí, o al menos para sacar su sexo de mi maltrecha rajita, pero su polla estaba atascada en mí y no conseguía retirar al negro, que se había empeñado en no moverse. Tras lo que yo creo que fueron 5 minutos, tras sufrir que el líquido siguiera haciéndome cosquillas y embarazándome por dentro, su polla comenzó a perder dureza y cuerpo, y lentamente fue dejando más sitio en mi vagina. Noté como el mar de semen comenzaba a arrastrarse por mi estrecho sexo, mojando al suyo, y se aproximaba a mis labios externos. Al sentirlo él, también decidió hacerse a un lado, y fijó su mirada ansiosa sobre mi entrepierna. Recostado sobre mi rodilla, tenían una buena vista de lo que allí ocurría. Él y los otros dos porteros.

Yo, con mi pelo completamente revuelto, yacía sin fuerzas en la cama. Despatarrada como estaba tras el brutal coito con aquél semental negro, sentí como mi coñito evacuaba cantidades nada despreciables de aquella crema blancuzca. Ellos pudieron ver como mi sexo latía, y a cada latido salían chorros densos de esperma depositado en mi interior, que se agolpaban sobre la piel de mis rosados labios externos y se vertían de forma obscena y desordenada, como una cascada blanca a la que le cuesta avanzar. Caía el reguero sobre la sábana sucia llena de humedades y manchas que no me atrevía a descifrar, el semen con el que ese negro me llenó caía de mi fuente del sexo y se sumaba a la contribución de cuantas chicas más que hubieran caído en sus manos. Sentía que, pese a estar derramando una gran cantidad de esperma, aún me quedaba una buena reserva en mi interior, dado lo inmensurable de su corrida. El espectáculo se plasmaba a la perfección en los rostros de los tres porteros.

Pero no solo en ellos, tardé en ver que los otros dos estaban agitando con fuerza sus pollas, y al parecer desde hacía ya rato, durante todo el polvo que habíamos mantenido el negro y yo antes. Ya se oían con claridad algunos bufidos de elevado tono que uno de ellos profería. Adelantándose hacia mí, más concretamente, hacia mi rostro, me colocó su portentosa verga ante mis ojos mientras movía su mano casi convulsiva. Era un latino, el menos fuerte físicamente de los dos, aunque eso no quería decir precisamente poco. Decidí incorporarme, sin saber muy bien que hacer, quedé sentada en la cama, aún mi sexo ardía…

De repente, una ducha saltó de su miembro y aterrizó en mi cara. Continuó durante varios segundos, una lluvia de caudalosos chorros de esperma que impactaban contra mis mejillas y mis ojos cerrados y se deslizaban hacia abajo.

Me ardía la temperatura de su hombría en mi rostro maquillado, y a cada gota me sentía inundada por un líquido que jamás había conocido en tanta cantidad… Las riadas de semen me cubrían los labios y la barbilla, y ya algunas gotas caían manchando mis pechos con una graciosa y excitante firma.

Abrí los ojos con dificultad, pues el esperma se había quedado atascado en mis pestañas… Tras esa visión lechosa pude comprobar el regocijo de este portero latino tras haberse corrido en mi cara. Yo tenía que estar dando una imagen completamente lujuriosa, lástima de no poder verme. Porque sí, creo que me hubiera encantado poder ver mi rostro corrido…

Al lado del portero que había rematado su faena, el otro seguía batiendo su polla, e imaginaba que terminaría cubriéndome al igual que su compañero. Pero me sorprendía su aguante, pues ya debía de llevar bastante tiempo masturbándose. Si había empezado a la vez que el otro, el cual también había durado bastante antes de correrse, ¿no debía hacerlo también él en breves?

Pronto vi que no, que al menos no era esa su pretensión. Este último portero era también de origen latino, con la piel muy tostada y facciones surcadas por una piel áspera. Llevaba el pelo rapado, y en su torso tenía una esvástica gigantesca. Todo eso me estaba creando un temor interno bastante difícil de ocultar, la verdad: una chica, y menos una chica de clase alta como yo, no se encuentra delante de tipos como ése muy a menudo, y mucho menos desnuda…

Se quedó a medio metro de mí, observando como el semen recorría lentamente mi piel, casi como si pudiera medir a la temperatura que estaba, como dejaba de estar tibio para enfriarse sobre mi perfecto cutis… Me intimidaba con su mirada, fija, fría. Sin mostrar ningún estado de ánimo me miró el coño, donde aún me salía un torrente de semen que me bañaba la entrepierna… El latino neonazi me miró, y yo supe sin ninguna duda que el juego continuaba, y que ahora continuaba con él, que yo no podía escapar de allí. Un escalofrío me recorrió al recordar el polvo con el negro, que me había dejado casi para el arrastre, que había sido el sexo más duro que jamás me habían dado a mí, a Flora Coslada.

Pero a Flora Coslada, hace unas pocas horas reina de las pijas de su universidad e inalcanzable para la gran mayoría de hombres, le había gustado esto… Sentí que una nueva Flora había nacido desde que recibí esa inyección de esperma del poderoso negro. Y la nueva Flora estaba mirando al neonazi entre el temor y la más sorprendente excitación.

La Flora que yo no me esperaba fue la que se puso de rodillas, miró desafiante a los ojos oscuros del latino, y enterneció el semblante, a la vez que pasaba una mano suave por mi cuerpo. Con este gesto, yo misma le indiqué al peligroso moreno que estaba a su disposición, y que me hallaba exultante, que por favor no tardara…

Eso pareció conmover al impotente neonazi. Sin dejar de agarrar la polla, dio una orden a sus dos compañeros para que me agarraran. Al momento, sentí como los brazos musculosos del negro que me había follado y el latino que se corrió en mi cara me agarraban de los brazos y de los hombros, y me voltearon para dejarme boca abajo, con mi cara restregada sobre el colchón. Me dolió un poco internamente pensar que ahora que yo me quería deleitar con el sexo, ahora que yo, encendida por la libido, ofrecía mi cuerpo, mi semental no quería saber anda de ello y prefería seguir tomándome a la fuerza. Y sentí como me agarraban de las caderas, como las elevaban hasta dejarlas muy por encima de mi torso. Me consideraba en ese instante una muñeca en manos de aquellos despiadados, pero una muñeca atractiva y deseosa de lo que estaba a punto de ocurrir. Porque lo sabía.

Sabía que ese capullo no quería meter su polla en el agujero que estaba a rebosar de leche, apuntó directamente a mi ano. Yo, nerviosa entera, no pude reprimir una sacudida a lo largo de mi cuerpo, pues pese a mi sumisión totalmente consentida, yo estaba ante algo nuevo. Nadie jamás había osado ni proponerme metérmela por atrás, mi trasero se conserva totalmente virgen, y siempre he tenido cuidado de que así fuera. Pero en aquél momento… No me importaba dar mi virginidad anal, lo más sagrado que podía quedarme, ni siquiera a ese sujeto de apariencia tan inmunda.

Con timidez, entre la caída de mi pelo sobre mis hombros, podía ver a cuatro patas que estaba ocurriendo detrás de mí. Veía la palidez de mi piel recortada contra la morena piel del latino, veía su esvástica amanecer por encima de mis nalgas y vi su gran polla: de dimensiones comparables a la del negro, con cierto grado de falta de higiene, bien enhiesta y surcada de rollizas venas por todo el tronco, y con pelos gruesos y rizados que cubrían los grandes y pesados testículos. Esa fue la última imagen que tuve de su miembro antes de que quedara vedado a mi vista al empezar a puntear entre mis nalgas. Y sí, sentía ese gran y aparatoso glande chocar contra la fina carne de mis perfectas nalgas, mis hinchadas carnes comenzaron a deformarse desde el momento en que la punta de ese pene toco y empezó a introducirse sin vacilación por mi orificio superior. Tensa, mis manos se crisparon con más fuerza y agarraron las sábanas como si pudieran quebrarlas, sentí como mi boca se abría como por reflejo de gritar… Y sólo quería saber más y más. La verga comenzó a meterse por donde no parecía posible, mis carnes prietas se quejaban, pero el neonazi no vacilaba y me enfilaba seguro de su empeño. Sus centímetros, el grosor de su tronco se fueron infiltrando en lo más profundo de mi culo. Sentía como se me partía el alma, como de mi garganta salían alaridos mientras él me penetraba sin cuidado ninguno, las lágrimas mojaban mis ojos mezclándose con el esperma ya casi reseco mientras mi culo se abría con dolor. El pobre trasero de una adolescente no preparada, como lo era yo, se resentía, casi podía ver que por dentro me creaba heridas sangrantes y un excelso sufrimiento, pero yo, en medio de mi ansiedad, resistía estoicamente porque quería verlo pleno, lleno dentro de mí. Y así me la metió, cuando ya tenía confianza de haberse hecho un costoso hueco dentro de mi virgen reducto, dio un empujón monstruoso para meterlo hasta lo más profundo de mí. Y yo ahí sí que chillé y lloré como una verdadera niña, porque el dolor era insoportable, me sentía la más puta del barrio, la más despreciable chica que había conocido en mi vida, la más sucia, al tener la polla del forzudo neonazi clavada hasta lo más profundo de mi culo…

Y Dios… ¡Cómo me había puesto de cachonda! Me volvía a latir el sexo con una fuerza inédita…

El neonazi, arrodillado contra mi culo, empezó un bombardeo cruento contra mí. Su polla estaba retenida entre mis carnes, pero él ponía todo esfuerzo posible en desengancharse, en arrastrar y rozar de nuevo mis músculos internos para volverme a encajar su pene dentro de mí. Y al de poco rato me batía como a un objeto inerte, a mí, que me había desflorado el culo y probablemente me lo había destrozado de por vida con su violenta intromisión. Yo me movía, llevada por su compás y pegando rebotes sobre el asqueroso colchón, mientras él salía y se metía de mi ano una y otra vez, con muchísima fuerza. Sentía que estaba muy, muy dura y su contacto en cada golpe contribuía a crear un enorme eco que se extendía a todos mis nervios. El neonazi, visiblemente contento pues hasta podía oír su sádica risa, empezó a azotarme con una de las manos, dejando su dura impronta en mis bellas carnes, mientras con la otra mano me agarraba fuertemente de la cintura para seguir culeándome. Pero pese a la brutalidad, al destrozo que cada golpe y cada penetración suponía dentro de mis entrañas intestinales, notaba cómo algo me estaba gustando cada vez más, ya os lo he dicho, era el latido de mi coñito lleno de semen hasta arriba… Y esa sensación de calor interno era compartida por mi dolorido ano, yo me sentía más plena que nunca… Mis quejidos de dolor empezaron luego a ser casi un silencio, para empezar a tornarse en una complicidad manifiesta.

Y así es como yo misma, casi paralizada, saqué fuerza de donde no las tenía para acompasar el ritmo de sus penetraciones, para hacer que la fuerza con la que el neonazi me embestía se aprovechara al máximo para que me la metiera lo más adentro posible, para que su pelvis peluda pegase bien fuerte contra mis azotadas nalgas. Yo, Flora, estaba contribuyendo a que me follaran el culo de forma perfecta. Estaba completamente resentida de la lija que estaba suponiendo su rabo atascado en mi culo, pero quería más y más… Con ninguno de mis rolletes había experimentado tal pasión en el acto sexual. A este punto, yo ya no gemía, chillaba de placer a cada contacto, mis manos me hacían cabalgar la cama como si yo fuera la patrona del barco y mi cara miraba desafiante a los dos porteros que gozaban con mi sodomía. Me había crecido, me sentía de una vez liberada mientras me rompían el culo.

Las embestidas, gracias a mi acople a sus movimientos, empezaban a ser cada vez más despiadadas, cada vez volcaba más sus peso encima del mío. Le oía jadear, me tomó mis pechitos entre sus manos y los estrujaba a cada empujón que me propinaba, lo cual hacía que mi placer se conjugara ya estupendamente entre mis senos y mi entrepierna, me creía cada vez más en el cielo. El muy cabrón escupió sobre mi nuca y la saliva resbaló por mi pelo alisado, me empezó a llamar de todo (recuerdo que dijo varias veces “¡zorra!” y “¡pija putita!”, y que yo le dije que en efecto, así podía llamarme), y sus dedos hercúleos ya atosigaban con tal presión a mis tetas que me estaba dejando marca mientras yo chillaba y experimentaba las sensaciones propias de una hembra en celo. Sentía, de nuevo, ese calor que se empezaba a licuar en mi sexo, que me estaba mojando a chorros, que mi fluido femenino enjuagaba mi cavidad ya abonada con el semen del negro mientras experimentaba el inicio de un orgasmo bestial… Sí, me descontrolé, y visiblemente se me notaba, creo que hasta podía oírse por todo el garito a pesar de que estuviéramos en sus confines, que todos los chicos y chicas de la discoteca podían oír mi éxtasis y mis gritos cachondos cuando me estaba corriendo. Y ojalá hubieran aparecido por la puerta, en aquella inmunda habitación, para verme y no olvidar jamás el mejor de mis orgasmos.

Esto, claro está, también lo percibió mi amante neonazi, y creo que fue el desencadenante de su corrida. El verme, a mí, una chica tan bien parecida, mona y formal, derretirme de placer mientras me daban por culo, le dio el pistoletazo de salida para acabar. Y tras una serie de arremetidas que me dejaron sin aliento, que me marcó mi interior con la huella imborrable del contorno de su enorme sexo, decidió apretar hasta el fondo de mi ano, y de mí como persona mientras me clavaba el pubis contra el colchón y él se tiraba salvajemente sobre mi espalda. Y ahí es cuando recuerdo que explotó. Dentro de mí. Vertió su dura y densa capa de esperma, en caudales portentosos y bien cargados, sentí como su semen era violentamente expulsado y me empapaba mis carnes magulladas, como su asquerosa leche de tono amarillento y viscoso me llenaba el culo por dentro sin parar, y como yo quería que no se agotara. Y tardó en hacerlo, varios chorros aún salieron de su polla para rellenarme el culo de esperma hasta que pareció que ya no me entraba más, y sacó su miembro aún goteante de mi interior. Yo tumbada, hecha polvo, sentí como me tomaba la cara, y me caían desde el cielo las últimas gotas que su aparato sexual aún ordeñaba. La leche me manchó de nuevo los labios, los párpados y la frente, parte del flequillo mientras yo, deseosa, chupaba ese miembro divino para degustar hasta el último deje de sabor a hombre. Él sonreía, y yo ponía la mayor cara de guarra que jamás imaginé mientras me ardía el culo y se iba curando con el bálsamo de su esperma, mientras tenía el coñito mojadísimo de semen y jugos, y prácticamente todo el rostro cubierto de más leche masculina. Y sentí como los tres hombres me miraban, a mí, que me había degradado, y que de pija ya no tenía ni el alisado del pelo pegajoso. Me observaban, cubierta de blanco en ese lecho del deseo, mientras aspiraba grandes bocanadas de aire para calmar el intenso calor que me inflamaba el cuerpo, y de vez en cuando recorría mi sexo, mi ano para recoger más de esa bacanal de lava blanca que me recorría y metérmela a la boca…

Ellos, lo supe, no habían acabado. Y yo, tampoco.

Rápidamente se estaban sus pollas poniendo bien duras. Y yo, la nueva Flora Coslada, cogí una botella que estaba tirada en el suelo mientras no dejaba de mirarlos, la destapé y pegué un trago largo de whisky a pelo, algo que siempre me hacía toser, pero no aquella vez. Mientras sentía los efluvios del alcohol de nuevo atontarme y volverme más dócil, me recosté abierta de piernas sobre la cama, retiré sensualmente mi pelo y lo hice caer a un costado, sobre mi blanca y apetitosa piel, mientras con un dedo incité a esos depredadores sexuales a que vinieran de nuevo a por mí…

E imaginaros, de nuevo, cómo esos porteros de discoteca extranjeros, violentos y de vida de bandas, con músculos hinchados a anabolizantes y con sus pollas gigantescas, duras y de grandes capacidades en cuanto a volumen de eyaculación, se acercaban a mí con la intención de volverme a dar la follada de mi vida, y todas las que hicieran falta hasta bien entrada la mañana. Y como me podríais ver a mí, esa niña de diecinueve añitos, esa pijita resabiada y coqueta, de facciones tan dulces… como me podríais ver a mí tirada sobre esa sábana sucia y en ese ambiente depravado, totalmente desnuda, con el esperma aún húmedo sobre mi piel y órganos, y con la lengua relamiendo mis labios con gloss, absolutamente deseosa de que me volvieran a reventar…

___

Así acaba la historia de Flora Coslada. Espero que les haya gustado. Este relato está inspirado y pedido por la propia Flora, lectora y fan de mis relatos. Les animo a compartir sus fantasías conmigo, ya sea por comentarios o al correo electrónico.

cantydero1@hotmail.com

 

Relato erótico: “La violé por amor” (POR AMORBOSO)

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Hace tres semanas que salí de la cárcel. Me han tenido dos años por robar cuatro euros de nada. No les importó que fuera para comer mi madre y mi hermana. Me encerraron y las dejaron desamparadas.

En estos dos años se han llenado de deudas, porque los prestamistas saben que yo respondo por ellas y les han dado lo que necesitaban. Ahora me toca a mí devolverles el dinero y los intereses, que son muchos. Por eso es que ahora tengo que trabajar más para pagarles.

La semana pasada había quedado con un amigo para que me recogiese e ir juntos a dar un palo a unas naves industriales sin vigilancia. Nos habíamos enterado de que esa noche guardan bastante dinero. Suficiente para cancelar la deuda.

Mientras esperaba en una calle entre mi casa y la suya a que me recogiese, algo distrajo mi atención. Vi que salía una preciosa muchacha de la casa de enfrente. Dediqué un instante a admirarla. Ella, cerró la puerta y se colgó el bolso de su hombro. En este gesto, quedó enganchada su corta falda en él y me mostró sus largas piernas y una buena parte precioso culo, donde no pude apreciar si lleva tanga o nada.

Toda ella era provocación. El top pequeño y apretado, empujado por unos pechos generosos, una minifalda negra y las botas de tacón, casi no cubrían su cuerpo. Rubia, buenas tetas y culo redondo completaban la imagen. Creo que me enamoré de ella en ese mismo momento.

-Mmmm Qué a gusto me follaría a esa tía. Voy a seguirla.

Me dije para mí solo.

Llevo dos años sin follarme a una tía, matándome a pajas en chirona y, como mucho, algún culo. Por lo que sólo con verla se me puso dura al instante. Y no sólo por llevar tanto tiempo sin mujeres, sino porque ella era especial. Desde que salí me he cruzado, hablado y mirado a cientos de ellas, pero ninguna me ha causado tanta impresión.

Está empezando a anochecer, ella tomó la dirección desde la que tenía que venir mi amigo. Yo la seguí por la otra acera, sin dejar de mirarla, hasta que el sonido de un claxon me hizo ver que mi amigo me esperaba. Nada más entrar en el coche, le dije:

-Rápido Cañas, da la vuelta y sigue a esa tía. Me la quiero follar esta noche.

-¿Pero estás tonto, Richi? ¿Vas a perderte un palo como el de esta noche que nos hará vivir como reyes una temporada? ¿Y encima por una puta como esa? Con lo que nos vamos a repartir, puedes tener putas de esas a cientos.

Además de no poder hacer nada, porque había arrancado rumbo a nuestro destino, tuve que reconocer que tenía razón. El trabajo salió perfecto. Cuando terminamos, yo seguía empalmado, por lo que pedí al Cañas que fuésemos de putas, pero llegamos tarde y ya habían cerrado.

No pude más y tuve que hacerme una paja apoyado en el coche, ante las risas del Cañas al principio, y con su compañía después, apostando a quién duraba más. La apuesta de las dos cervezas la ganó él.

Durante toda la semana he estado controlando sus salidas y entradas. La he visto quedar con sus amigas, la he visto pasear con su novio. La he visto subir al coche de él y volver ya de noche moviéndose extrañamente al bajar del coche. Cada día me gustaba más. Estaba enamorado de ella.

Intenté entrarle varias veces, tanto cuando estaba sola como cuando estaba con sus amigas en el bar, pero en todas ellas o bien me rechazó o bien me ignoró.

Pero yo no podía vivir sin ella. Necesitaba hacerla mía y ayer, por fin, me decidí. Si no quería por las buenas, sería por las malas, pero iba a ser mía sí o sí.

Pedí prestada la furgoneta al Chata, la limpié bien de todos los restos metálicos y virutas de chatarra que tenía para no salir heridos y eché un viejo colchón en su interior. No tiene ventanillas laterales, y si tiene un separador de malla entre el conductor y la caja, sobre el que puse un gran trozo de tela. Compré una caja de viagra, distraje unas esposas, un antifaz, una bola y una cuerda en un sex-shop, mientras compraba una caja de condones y me fui a buscarla. Aparqué en un callejón por el que pasaba habitualmente y que siempre estaba vacío y esperé a que llegase.

Cuando la vi llegar, me puse un pasamontañas que solamente dejaba visibles mis ojos y labios, y preparé el cuchillo de monte. Mi corazón latía a mil por hora. Estaba más nervioso que en cualquier robo, atraco o acto vandálico en el que hubiese estado, ni siquiera en mi primer robo estaba así. Al pasar a mi lado, abrí la puerta corredera lateral, salté de golpe a cogerla del brazo y tire de él haciéndola caer en el interior, al tiempo que la puerta se cerraba sola.

-Aaaaayyy. ¡Pero qué…!

Con el susto de mi aparición al abrir la puerta y la sorpresa, no le dio tiempo a reaccionar. Me eché sobre ella, coloqué la mano sobre su boca y el cuchillo en su cuello y le dije:

-¡Si gritas te corto el cuello! Estate muy calladita. ¿Lo has entendido?

Hizo un movimiento afirmativo con la cabeza.

Me puse a caballo sobre ella, con una rodilla a cada lado, sujetando los brazos bajo ellas y coloqué el cuchillo en su garganta, pinchando ligeramente.

-¡Abre la boca todo lo que puedas!

-¡Por favor no me haga…!

-¡CALLATE Y ABRE LA BOCA! – Le grité al tiempo que pinchaba y hacía salir una gota de sangre de su cuello.

Lo hizo y rápidamente coloqué la bola bien adentro y la sujeté detrás. Ya sin poder gritar, liberé sus brazos, adormecidos al cortarles la circulación con mi peso, la hice darse la vuelta y coloqué las esposas en sus manos. Luego le até los muslos juntos, por encima de las rodillas y de ahí a los tobillos e hice que doblase las rodillas para atarlas a las esposas. Quedó totalmente empaquetada e inmovilizada boca abajo.

Salí para ponerme al volante y conduje hasta las afueras de la ciudad. Aparqué en una zona boscosa, a cubierto de miradas indiscretas, que ya había utilizado en otras ocasiones con mis amigos para nuestras actividades delictivas. Me metí en la parte trasera y cerré las puertas para evitar posibles interrupciones indiscretas.

-Bien, putita, vamos a ver ese cuerpo

Llevaba un vestido corto y fino, de tirantes, que se le había subido hasta enseñar la lorza que su culo redondo, (su maravilloso culo), hacía con sus piernas. La subí todavía más, dejando a la vista el hilo de su tanga.

-ZASSSS, ZASSSS

Le di un golpe en cada cachete.

-Buen culo. Me va a encantar follarlo.

-MMMMM, MMMMM, MMMMM, MMMMM.

-¿Lo estás deseando, eh?, no te preocupes que todo llegará. Te voy a desnudar y más vale que colabores. Si colaboras, terminaremos pronto y saldrás viva y sin daño de aquí. Si no lo haces te haré lo mismo pero sufrirás más.

Omití lo de salir viva intencionadamente, pero no debió de darse cuenta.

-Ahora voy a soltarte las manos, espero que no hagas tonterías.

Desaté la cuerda de sus manos, lo que le permitió bajar las piernas, y solté las esposas. Le di la vuelta para dejarla sentada. Bajé los tirantes de su vestido, pero ella intentó evitarlo llevando sus manos a las mías para impedirlo.

-NNNNN PFMMM

-ZASSSS ZASSSS

Me deshice de su mano y le di un bofetón con todas mis fuerzas y seguido, otro en el otro lado. Cayó de lado sobre el colchón llorando.

-Si prefieres esto, yo no tengo inconveniente en seguir. ¿Quieres más?

Negó entre lágrimas. La agarré del pelo y volví a colocarla sentada. Esta vez sí que se dejó bajar los tirantes del vestido y hasta colaboró en sacar los brazos. No llevaba sujetador. Ante mis ojos maravillados quedaron sus preciosas tetas, como pirámides de Egipto incrustadas en su pecho.

El movimiento de bajar su vestido, me llevó a acercar la cabeza a ellas y no pude evitar sacar la lengua y lamer uno de los pezones. Enseguida, la mano de ella fue a cubrirlo, apartándome la cara.

-ZASSS.

Una nueva bofetada la tiró de costado. Volví a levantarla tirando del pelo.

-¿Qué te pasa zorra? Es que no entiendes o es que te gusta que te sacuda. ¡Eh! ¿Te gusta que te sacuda?

-MMMMmno.

Negó con la cabeza

De un empujón, volví a tumbarla sobre el colchón y terminé de sacarle el vestido por los pies. Desnuda estaba impresionante sus tetas, grandes y tiesas, su cara de líneas suaves, que no le perjudicaba su pelo revuelto y despeinado, su tripa plana, su coño apenas cubierto por un triángulo minúsculo y transparente a través del que se vislumbraban sus pliegues sin la más mínima muestra de pelo.

La volví a poner boca abajo para admirar su culo y acariciarlo, sintiendo los pequeños temblores de su cuerpo que eran más pronunciados en él. Lo recorrí con mis manos, acariciándolo, para terminar con dos palmadas en sus cachetes al tiempo que le decía.

-Venga, cariño, no perdamos más tiempo.

Solté las cuerdas de sus piernas y, cuando se vio libre, intentó moverse, pero un puñetazo en la espalda, la dejó totalmente inmóvil. Luego volví a colocarla boca arriba

Como la cuerda era larga. Até su tobillo derecho con su muñeca derecha y llevé la cuerda para pasarla por un agujero en uno de los lados del chasis de la furgoneta, hasta otro agujero igual en el otro lado, para terminar atando su otra muñeca y tobillo. Con esto, quedó totalmente abierta, con los pies elevados e inclinados hacia su cabeza.

Saqué de nuevo el cuchillo y rodeé con la punta sus pezones, mientras ella miraba aterrorizada, fui bajando por el pecho, su estómago, hasta llegar a su tanga, por el qué metí la punta, para desplazarla hasta la tira lateral y cortarla, luego hice lo mismo con la otra. Guardé el cuchillo, con un suspiro de ella y retiré la prenda cortada.

Bajé mi nariz hasta su coño, buscando encontrar su olor, sorprendido, me encontré con que mostraba algunas gotitas y los bordes humedecidos. Se estaba excitando. Me desnudé completamente, dejándome solamente el pasamontañas y me coloqué entre sus piernas, y me puse a acariciar sus pechos con ambas manos, estrujándolos. Su turgencia me fascinaba. Disfruté un rato amasándolos Cuando cambié para chupar uno de sus pezones, pude sentir su gemido a pesar de la mordaza hasta que se le pusieron duros. Baje por su pecho y vientre pasando la lengua por donde antes había pasado el cuchillo, hasta que llegué a su coño. Estaba totalmente depilado y suave como el de una niñita.

Lo recorrí alrededor con mi lengua desde encima de su clítoris, bajando por un lado, hasta el perineo y subiendo por el otro. Le di varias vueltas, acercándome cada vez más a su raja, sintiendo cómo se iba excitando. Poco a poco se iba abriendo, dejando ver parte de su intimidad con algo de humedad, a la espera de que mi lengua la recogiera.

Bajé hasta su ano, que intenté forzar con mi lengua. Sorprendentemente se abría ante mis ataques con facilidad. Ensalivé bien mi dedo medio y se lo metí sin problemas en su culo.

-Veo que le das mucho uso a tu culo, ¡eh puta! Me hubiese gustado rompértelo, pero ya que no es posible, espero disfrutarlo bien.

-MMMMMM MMMM

-Sí, ya sé que tú también. Te voy a quitar la mordaza y me vas a chupar la polla hasta que me corra. Te lo tragarás todo y me la dejarás bien limpia. ¿Entendido?

Asintió con la cabeza. Yo me separé de ella, me tomé una viagra y preparé un bulto con su ropa y la mía para ponerlo bajo su cabeza. Le puse el antifaz y solté la mordaza. Entonces pude quitarme el pasamontañas, que me estaba asfixiando de calor

-Agua

Fue lo que dijo casi sin voz. Le puse la botella que llevaba y casi se la bebió entera.

-Gracias. Por favor. No me hagas daño…

-¡No hables si no te lo digo yo! –La interrumpí.

-Pero tengo que decirte que…

-ZASSSS, ZASSS

Dos nuevas bofetadas.

-¡QUE TE CALLES!

Intenté llevar mi polla a su boca, pero entre las piernas, brazos y cuerdas, me resultó incómodo y solamente le metí la punta un momento. Frustrado, volví a su coño, metiendo nuevamente un dedo en su culo y recorriendo con la lengua los bordes de los labios. Noté cómo se separan cada vez más con mi caricia. Mi dedo en su culo presionaba la pared con su coño para transmitirle el roce cuando lo movía.

Su respiración se aceleraba, a pesar de los intentos que hacía para que no se le notase

Yo seguía recorriendo los bordes hasta que se retiraron dejando ver el sonrosado interior, donde destacaba su clítoris duro como un garbanzo y sobresaliendo de los labios. Le hice un recorrido desde la base del clítoris hasta la entrada, rozando ligeramente la base por arriba y luego metiendo mi lengua todo lo que pude en su agujero.

-OOOOOHHHHH. SIIIIII

No pudo aguantar más y cedió al placer. Yo tampoco pude. Cambié el bulto de ropa a debajo de su culo y, tras escupirme en la polla, la puse en la entrada de su ano y se la clavé hasta el fondo.

-AAAAAAAAAAHHHH

Un grito, no sé si de dolor o placer, acompañó la entrada de mi polla en su ano la mantuve unos segundos hasta que se acostumbró y empecé a moverme. Primero despacio, pero poco a poco fui acelerando y machacando su ano sin piedad. De vez en cuando, sacaba la polla para escupir abundantemente en el agujero y seguía machacando.

La cogí de los pezones y se los estiré. Me incliné sobre ellos y los mordisqueé, lamí y volví a estirar.

Ella solamente decía:

-Ah, ah, ah, ha,…

Coincidiendo con mis envestidas.

-Oooohhh. ¡Qué culo más divino! Me voy a correr. Te lo voy a llenar de lecheeeeee AAAAAAHHHHHH

Me corrí con uno de los mejores orgasmos de mi vida. Me dejó agotado. Me dejé caer en el colchón, junto a ella. Le hice girar la cara y le estuve comiendo la boca un buen rato.

-Mira, putita, voy a soltarte. –Le dije poco después- Está todo cerrado y no puedes salir, además, ya sabes cómo las gasto. Así que, si no quieres que te rompa todos los huesos, pórtate como una buena puta e intenta disfrutar. Si lo haces así esto durará menos y te podrás ir a casa pronto. Si intentas algo, te follaré igual y luego te cortaré el cuello.

Un ligero temblor recorrió su cuerpo. Solté con tranquilidad las cuerdas que ataban sus manos y pies, que cayeron como muertos sobre el colchón.

-Ahora me la vas a chupar hasta ponérmela bien dura, y vas a tener mucho cuidado con los dientes si no quieres sentir el roce del cuchillo. ¿Lo has entendido?

-SSSi

La hice girarse, ponerse a cuatro patas y llevé su cabeza a mi polla. Enseguida se puso a mamarla. Primero se la metió en la boca hasta que tuvo suficiente dureza, metiéndosela entera al principio y luego en grandes trozos y sacándosela mientras presionaba con los labios. Tras algunos minutos, consiguió ponérmela totalmente dura de nuevo, la ensalivó bien, repasando toda con la lengua, y se la metió casi completa. La fue sacando despacio, hasta que solamente quedó el glande en su boca, aplicándose entonces a rodearla con la lengua y darle golpecitos en el borde.

Volvió a metérsela nuevamente todo lo que pudo, quedando unos centímetros nada más.

-ZASSSS, ZASSSS

Un par de bofetadas, antes de cogerla del pelo y forzar la entrada hasta que su boca llegó a mi pubis, le hicieron comprender rápidamente cómo quería que me la mamase.

Se la mantuve un rato dentro, sintiendo las contracciones de su garganta ante las náuseas y el ahogo que le producía. Se la saqué de golpe, arrastrando un aluvión de babas. Acentuó sus arcadas, pero cuando estaba a punto de vomitar:

-ZASSSS

-ZASSSS

Dos fuertes bofetadas la hicieron recuperarse, por lo que volví a meterle mi polla hasta lo más profundo, volviendo a disfrutar de las contracciones. Estuve menos tiempo, pero tuve que volver a darle nuevas bofetadas para que se recuperase.

Después de hacerlo un par de veces más, la dejé que siguiera ella sola durante un rato más. Luego la hice acostarse boca arriba, tomé el bulto de ropa, lo puse bajo su culo y me puse a frotar mi polla a lo largo de su raja.

-Mmmmmm. Me va a encantar follarte este coñito tan sabroso.

-Nooooo. Por favoooor. Que…

-ZASSSS

-ZASSSS

Dos fuertes golpes en sus tetas cambiaron sus gritos por llanto.

-¡CALLATE! Te he advertido ya antes y no lo haré más. A la próxima te cortaré la lengua.

Y para confirmarlo, coloqué el cuchillo a mano.

-Pero es que…

-ZASSSS

Un puñetazo en el estómago la dejó sin respiración y en silencio. Se dobló con las manos en su vientre y cayó encogida de lado. Yo le hice estirar la pierna de abajo, colocándola entre las mías y le levanté la de arriba poniéndola en ángulo, quedando su culo y coño a mi disposición.

Coloque mi polla en su entrada y, de un solo empujón, se la clavé hasta el fondo.

-AAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGG.

Un fuerte grito de dolor seguido de llanto, acogió mi entrada, estaba muy estrecha y casi me corro en ese momento, pero quería disfrutarla al máximo, así que fui sacando mi polla despacio, mientras ella seguía llorando. Cuando la tuve toda fuera, vi que estaba manchada de sangre.

-Vaya, vaya, así que la putita no es más que una calientapollas virgen de coño y puta de culo.

-¿Todavía no te han follado bien el coño?

-NNNo. Soy virgen todavía.

-Querrás decir que lo eras. Acabo de bautizarte como nueva puta. Y te voy a dejar bien entrenada.

Volví a escupir abundantemente sobre mi polla y volví a clavársela hasta el fondo.

-AAAAAYYYYYYY.

No le hice caso. Me mantuve un rato con la polla dentro, mientras volvía a chupar y lamer sus pezones

La sacaba despacio, escupía en ella y la volvía a meter al mismo ritmo. Lamía y chupaba sus pezones volviendo a repetir el proceso, hasta que conseguí que su coño se encharcara. A partir de ese momento, me moví con rapidez, en una follada frenética en la que pude sentir dos gemidos más fuertes con un arqueo de su cuerpo.

Cuando sentí que estaba a punto de correrme, me salí de ella, puse mi boca sobre su coño y rodeé su clítoris con mis labios. Me dediqué a chupar y aflojar, sintiendo como iba estirándose. Le metí dos dedos en el coño y me puse a follarla con ellos, sin dejar de chuparla.

Cuando sus gemidos y su cuerpo me dijeron que se había corrido, volví a clavársela y a follarla con violencia nuevamente. Aguanté todo lo que pude, hasta que…

-Jodeeeer. Puta. Me corrooo. AAAAAAAAAAA.

La clavé todo lo que pude y solté toda mi corrida. Luego seguí con ella dentro hasta que quedó flácida. Caí a su lado, mirando al techo, y cerré los ojos un momento para recuperarme.

-Joder, Edu, eres un cabrón. Sabes que quería llegar virgen al matrimonio, pero te perdono porque he perdido la cuenta del número de veces que me he corrido. De todas formas, sí que te has dado prisa. Ayer te conté mi fantasía y no has tardado ni un día en cumplirla. ¡Gracias, cariño!

Esto último lo dijo al tiempo que se levantaba apoyada sobre un brazo y con la otra mano se quitaba el antifaz.

-¡PERO QUIEN COÑO ERES TU! ¡TU NO ERES EDUARDO!

-No, no soy Eduardo. Soy Richi…

-Ya sé quién eres. Eres el gilipollas que ha intentado ligar conmigo esta semana. ¡TE DAS CUENTA DE LO QUE ME HAS HECHO, CABRÓN! ¡ME HAS VIOLADO! ¡TE VOY A DENUNCIAR PARA QUE PASES EL RESTO DE TU VIDA EN LA CARCEL!

-Espera… Estoy enamorado de ti desde que te vi…

-CERDO, HIJOPUTA, VIOLADOR…

-Era la única forma de tenerte. No podía vivir sin pensar en ti.

-MAMÓN, MARICÓN, CABRÓN, HIJOPUTA

-¡TE QUIERO!

Con estos diálogos, terminó de ponerse de rodillas y empezó a darme puñetazos en el pecho mientras seguía insultándome.

Ver sus tetas temblando como flanes, su cuerpo de curvas perfectas y su coño casi escondido entre sus piernas ligeramente separadas, junto con los efectos de los restos de la pastilla, volvieron a encenderme de nuevo, poniendo mi polla casi en su total dureza.

-ZASSS

Me levanté ligeramente y le di otra bofetada, en su cara ya roja, que la desequilibró, haciéndola caer de nuevo al colchón.

-¡Te he dicho que te calles!

Rápidamente la puse a cuatro patas colocándome a su espalda entre ellas. Intentó levantarse, pero un buen golpe con el puño entre los omóplatos la dejó totalmente inmóvil. Escupí en su culo y en la punta de mi polla y se la clavé de golpe hasta la mitad.

-AAAAAAAAAAAAAAAYYYYYYYYYY

No hice caso de su queja, sin pensarlo más, se la metí completa. Sólo emitió un gemido. Fui sacándola despacio y volviéndola a meter lentamente. Ella gemía quedamente. Poco a poco fui acelerando mis movimientos hasta que alcancé un ritmo rápido. Sus gemidos aumentaron con mi ritmo. Me incliné sobre ella para pasar mi mano por debajo y alcanzan su clítoris, encontrándome con su mano frotando su clítoris. Le retiré la mano y…

-ZASSSS

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH.

Una palmada sobre el coño disparó su orgasmo que fue largo e intenso, por lo que duraron sus convulsiones. Sus piernas no la aguantaron y quedó totalmente acostada sobre el colchón, saliéndosele mi polla de su ano. Cuando se relajó, volví a ponerla en cuatro, escupí en su ano y en la punta y volví a follarla con fuerza, al tiempo que me inclinaba sobre ellas y me sujetaba metiendo las puntas de tres dedos en su coño y frotaba su clítoris con la palma de la mano.

Estuve un buen rato, y al final, intenté aguantar mi orgasmo, pero no daba para mucho más. En el límite de mi aguante, ella volvió a correrse y entonces, prácticamente al mismo tiempo, pude hacerlo yo, echándole dentro las últimas gotas que quedaban en mis huevos.

Volvió a quedar acostada boca abajo, totalmente agotada. Yo esperé un momento para recuperarme de tan buenas corridas y me puse en pie para vestirme. Mientras lo hacía, le tiré encima el vestido y le dije:

-Vístete, puta, que te voy a llevar a casa. Después de esto puedes denunciarme si quieres. Estoy seguro que el recuerdo de esta tarde me durará toda la vida y podré aguantar con él todo el tiempo que esté encarcelado.

Se lo puso como pudo y cuando iba a coger su destrozado tanga, se lo retiré y, después de darle una pasada por su coño, me lo eché al bolsillo diciendo:

-Me lo quedo para recordarte en la soledad de mi celda.

Terminé de vestirme y abrí la puerta para pasarme al lugar del conductor. Ella salió tras de mí y se subió en el puesto del acompañante. Recorrimos el camino de vuelta en silencio, mientras ella recomponía su maquillaje y escondía las rojeces de su cara.

Pronto estuvimos frente a su casa. Había un vehículo detenido ante la puerta.

-Está mi novio esperándome. Déjame a la vuelta de la esquina de la siguiente calle.

Antes de bajarse, ya detenido el vehículo, ella sacó un pequeño bolígrafo de su bolso y tomando mi mano que tenía sobre el cambio de marchas, me escribió en la palma:

VANE 555XXXXXX

-Llámame cuando quieras violarme otra vez.

Era cerca de la media noche cuando llegamos. Me dio un beso en la mejilla y se bajó, volviendo con paso tranquilo y tembloroso hacia su casa.

Y esta es la historia. Esto pasó ayer. Acabo de escribirla y ya estoy empalmado otra vez, solamente de recordarlo. Voy a llamarla.

-…

-Vane, soy Richi. Todavía no he devuelto la furgoneta al Chata y…

-Sí. Acabo de ducharme y estoy dándome crema para calmar las irritaciones. Dame diez minutos y recógeme donde me dejaste…

-Jodeeeer. Lo siento lector o lectora. Me voy a buscarla. Si quieres comentar, te lo agradeceré, y si me valoras me animarás a contarte más. Adiós.

Richi

 

Relato erótico: “El profesor le rompe el culo a su alumno” (PUBLICADO POR SERGIOTV)

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Sin títuloMi nombre es Manuel y tengo 20 años lo que os voy a contar ocurrió cuando iba al instituto.

Un día cualquiera después de clase siempre iba al baño a mansturbarme pero ese día me pillo mi profe

de educación física jorge el cual me dijo:

-Jorge:Que se supone que haces manuel.

-Manuel: Nada profesor.

-Jorge:Mentira te estas mansturbando a si que tengo que castigarte.

En ese momento jorge con las cuerdas que tenia en la mano me ata por las manos al lava manos y se baja

los pantalones y me hace chuparle la polla y entonce me dice:

-Jorge:Te gusta e pues esta polla mía te va a penetrar todo tu culo.

-Manuel: No profe no .

-Jorge:Si manuel si te boy a penetrar.

En ese momento y sin prebio aviso me baja los pantalones y me penetra salvaje mente y seguidamente

durante 30 minutos asta que se corre .

Después de eso se viste y me amenaza con hacerme daño si lo cuento a si que no lo cuento

y cada uno sigue por su lado y así es la historia de como me violaron mi culito.

fin.

 

 

 

  • : Mi profesor me pilla mansturvandome en el baño y para castigarme me rompe el culo.
 

Relato erótico: “La virginidad anal de Ayana” (POR CANTYDERO)

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JEFAS PORTADA2Ayana seguía sin estar preparada para el sexo.

Sin títuloEso es lo que podría haber dicho cualquiera si hubiera presenciado el primer acto sexual de la joven, cuando su padrastro la había violado sin miramientos, aprovechándose de ella usando la poderosa droga de diseño “Yellow Star”. Pero es que nadie podría haber sido testigo ni siquiera sospechar de ello. La desvirgación de Ayana había ocurrido en el sótano de la casa, donde ni siquiera los gritos de dolor de la chica podrían haber llegado a la calle. Y nadie sospechaba que el padrastro de Ayana, a quien a su cuidado la había dejado su madre, había abusado de ella.

De ese modo, y para preservar la total normalidad, Ayana se había dirigido una vez más al colegio, como cada mañana. En el centro estaba hasta su novio. Ayana intentaba comportarse como siempre, pese a que su feminidad había dado un giro irreversible. Ante los compañeros de clase y su propio novio, estaba un poco más callada y miraba al cielo como si esperara llover… Su pareja, que por un lado estaba un poco decepcionado con el hecho de tener que seguir esperando para tomar su virginidad, decidió relajarse pensando que Ayana seguía nerviosa por los exámenes y que quizás su período le había sorprendido esa noche. (No podía sospechar él, ni se le pasaba por la cabeza, que la noche anterior la sangre de Ayana que había salido de su sexo era debida a la brusca rotura del himen y no a la regla).

Pese a que quería pasar la tarde con ella, la dejó ir, no sin sorpresa cuando vio que su padrastro detective era quien acudía a recogerla al colegio en su coche. Ella se despidió de él tímida y rápidamente, mientras entraba en el coche y el hombre le miraba con carácter impasible mientras arrancaba. Una mirada que ella nunca antes había sospechado que estaba oculta, como todos aquellas cámaras instaladas en su casa por las cuales el observaba el cuerpo desnudo de Ayana. Su tierna cara, aún de niña y con un cabello liso y rubio que llegaba a media espalda, se conjugaba con un cuerpo de mujer extremadamente desarrollada: delgada, de cintura perfecta y caderas estilizadas, marcada con unos grandes pechos y un culo redondeado y a todas luces perfecto.

Ayana estaba asustada, pero sabía perfectamente que no podía decir nada a nadie. Que su situación era mala, pero que ella no sospechaba hasta qué punto podía ser peor. Se avecinaba, iba a ocurrir de nuevo… Lo sabía porque su padrastro le había metido mano en el coche, delante de los semáforos… Había deslizado su enorme mano entre las porcelanosas piernas de su hijastra, apretando con fruición los muslos y paseándose sobre la tela que cubría su sexo. La pobre chica no quería ni mirar, y hubiera querido disociarse de la sensación que suponía el tacto de aquél hombre nada familiar sobre sus partes más sagradas. Miraba el tráfico, como queriendo concentrarse mucho en él, como si eso le pudiera sacar de allí intacta…

Se bajó del coche, colocándose bien la falda, pese a lo poco que sabía que eso duraría.

Al poco de entrar en casa, en la cocina, su padrastro la llamó y se acercó a ella. Llevaba algo en la mano. Ella sabía lo que era.

El padrastro bruscamente la cogió del cuello de la blusa, algo que la inocente Ayana no esperaba. Con fuerza, la empotró contra la pared. Lo que le daba a entender era muy sencillo: o se tomaba la droga a las buenas, o lo haría a la fuerza. Ayana, prefiriendo hacer de la situación un trago menos amargo, separó sus labios de colegiala retocados con pintalabios e inclinó un poco la lengua para permitir que la cápsula depositada por su padrastro tuviera acceso libre a su estómago. Tras tragarla, a los pocos momentos de hacerlo, Ayana comenzó de nuevo a sentir esa sensación mixta entre un intenso calor y una flaqueza muscular abrasadora… Él fue rápido. Cogió a su concubina en volandas y la llevó al sótano, donde tenía preparado todo para otra sesión de incesto.

Ayana observaba a la luz del fluorescente, entre el temor y la excitación, el camastro inmundo donde fue violada la noche anterior. Notaba un olor a cerrado y a intenso sudor de hombre en el ambiente. Vio dos cosas que eran un recuerdo ineludible de que ella había yacido ahí: sus bragas de ayer, hechas una bola en el parqué, y la colcha de la cama revuelta, donde se agolpaba una mancha de sangre que solo podía pertenecer a su membranita virginal perdida.

Bruscamente, fue lanzada contra la cama, cayendo boca arriba, golpeando con fuerza el colchón. Ayana intentó incorporarse, pero ya estaba completamente paralizada por efecto de esa droga. Y no pudo por tanto resistir el envite de su padrastro, echado ya contra ella, apoyando su peso contra su tórax y restregando su enrome cuerpo contra su frágil figura pálida. La respiración fuerte y cálida de él le marcaba su excitación, sus ojos fieros dejaban claro que la domaría de nuevo, allí y durante las horas que a él le apeteciera. Su padrastro se liberó de la camiseta y dejó al aire su rudo torso, para a continuación besar los tiernos y blandos labios de Ayana, impulsando a la fuerza el olor a tabaco dentro de la cavidad bucal de la niña valiéndose de su lengua… Ella se sentía a punto de ahogarse mientras él comenzaba a tomar lo que quería de su cuerpo. Como ahora, que ya buscaba los pechos de la escultural adolescente por encima del uniforme escolar.

Con un tirón propio de una bestia, rasgó la blusa blanca de la joven. Ayana gritó cuando tiró lejos el sujetador y las manos magrearon con rudeza sus pobres pechos, tan bien dotada estaba la chica que hacía perder la razón a su acosador, y lo mismo pellizcaba el tejido glandular sin delicadeza que mordía los pezones de su hijastra. Y lo peor es que con ello, en medio del salvaje asalto, Ayana comenzaba a excitarse de sobremanera gracias a los poderes afrodisíacos que ahora mismo se adueñaban y manejaban sus sentidos…

¿Era posible tener más suerte? Pensaba así su padrastro. La operación que investigaba le había llevado a casarse con una mujer que aportaba una hija adolescente de atributos divinos. Había sido tan fácil drogarla con la Yellow Star… y sería así muchas veces, tenía planeado él. Y lo más excitante, pensó mientras bajaba las braguitas blancas de Ayana, era que había sido él y no el patético de su novia el que había arrebatado la condición virgen de la niña; aún se derretía de excitación y temperatura al recordar cómo había roto el himen de Ayana de una estocada.

Arrojó la ropa interior de la jovencita a un rincón y con una sola mano, sujetó las muñecas de su hijastra. De un tirón la hizo levantarse. El precioso cuerpo de Ayana quedó colgado con los brazos en alto, inerme y débil ante el corpulento agresor. La carita angelical de Ayana colgaba caída, y a la altura de los poderosos pechos de la adolescente quedaba el gran miembro viril de su padrastro. Su dueño contemplaba la escena lleno de agitación y de impaciencia, y se recreaba con el dominio que tenía sobre la totalmente sumisa Ayana.

Separó los labios de la boca de la muchacha, aún vírgenes en cuanto al sexo, para introducir entre ellos su polla. Ayana se mostraba confundida, jamás se lo había hecho a su novio, era su primera felación. Intentó abarcar tímidamente el glande con sus labios, introduciéndoselo y sacándoselo, pero su domador acabó enterrándole todo el tronco en la boca mientras la sujetaba por la nuca. Con toda la polla dentro, rozándole la garganta, Ayana sentía arcadas, y el sabor del sexo masculino quería hacerle vomitar, pero su padrastro no tenía piedad y la hizo recorrer su longitud varias veces mientras manejaba su cabeza a su antojo. La lengua de Ayana aprendía a deslizarse y a untar de saliva el grueso pene de ese hombre forzudo, el mismo que alojó en su vagina… El padrastro comenzaba a estar contento del progreso de Ayana, y más aún al ver que sus caras de asco inicial se tornaban en lascivia, él la estaba pervirtiendo y ella era solo para él…

Al cabo de poco rato sacó la polla babeante de saliva femenina de la boquita de la fémina, ella parecía cansada de haber soportado tal instrumento en entre sus mandíbulas. Le contemplaba con miedo, pero a la vez, sin poder disimular que había comenzado a mojarse sus partes más impuras… ¿Le empezaría a gustar el sexo con él? ¿Le estaría poniendo caliente su dureza y malas prácticas para con ella? Era tan intensa la sensación que ella sentía que le quemaban las partes malheridas por los apretones que le habían dado en sus pechos, que el sexo le empezaba a hacer chispas ahora que los dedos rudos de su compañero sexual recorrían la fina hendidura de su coñito. Al introducir dos de sus dedos el degenerado pudo comprobar como su tierna niña ya estaba completamente rendida al placer, y de su cuevita escurrían regueros de templado flujo femenino, que aumentaban con los masajes que él daba en lo más profundo de esa vagina que tomaba ahora por segunda vez.

Ayana no tardó en alcanzar el orgasmo, y entre violentas sacudidas se dejó llevar. Su amante extrajo los dedos cubiertos de goteante flujo y decidió de una vez entrar en su legítima mujer. Esta vez la colocó a cuatro patas, la ignorante Ayana se dejaba hacer mientras reposaba su cabeza en unos cojines que la ayudaban a no perder el equilibrio. Se mostraba expectante pues era la segunda vez en su vida que se la iban a follar, y la primera vez también había sido él quien la había desvirgado, justo un día antes… Ella temía porque se corrió dentro de su sexo anoche, y hoy tampoco llevaba protección ni había mostrado el más mínimo interés por los preservativos, de tal modo que Ayana corría un gran riesgo de ser preñada. Pero en aquél momento, cuando él punteaba suavemente sus labios vaginales con la punta de su hinchado y enrojecido pene, ni siquiera ese riesgo le parecía fatal…

Tras pasear el sexo por el clítoris de Ayana, quien ya movía las piernas con algo de frenesí por la excitación de ser tomada, el padrastro decidió hacer lo que tenía planeado para hoy. Agarró con fiereza las nalgas bellísimas de la pobre sumisa y posó el glande en el orificio. Ayana le sintió, pero antes de que pudiera decir nada, su padrastro ya estaba metiéndole el glande por el ano. Forzando un poco consiguió abrirse paso en su intestino, sin piedad entre los alaridos de inmensurable dolor de Ayana al sentir esa intromisión no tolerada. Ayana intentaba concentrar sus fuerzas en patalear, en moverse, en luchar contra la invasión, pero la alucinógena droga aún bañaba sus nervios e impedía que ella realizara movimientos bruscos. De esa forma, no pudo apenas oponerse, las manos apretaban las caderas de la dulcísima Ayana hasta deformar la casta piel, y el grueso y monstruoso pene forzaba para tomar el interior anal. Su padrastro hacía grandes esfuerzos por reventar el culo virgen de la joven niña, por tomar el último reducto de decencia de su hijastra ahora convertida en puta no consentida, y ya lo conseguía, habiendo metido el glande y sintiendo las carnes prietas de Ayana hacer sufrir a su polla. Entre gritos, ya conseguía meter casi más de la mitad de su fiero miembro en el interior de la tierna putita, a la cual ya fallaban los brazos y caía con su cara llorosa y la mandíbula desencajada de sufrimiento tras tanto grito de horror, era un espectáculo sádico ver como ella misma se enjuagaba las lágrimas contra la almohada mientras era empujada por detrás, y ya tras inmensos esfuerzos, llegó la plenitud. Sí, ya su padrastro había conseguido llenarla de carne jodiéndola viva, y el sexo masculino se encontraba empalado entre la hace poco virgen carne de la pobre Ayana. El sufrimiento de acoger tamaño dique entre sus nalgas era tan cruento que ella apenas ya sentía nada, y el padrastro decidió seguir tomando por la fuerza el tesoro que ahora le pertenecía.

Usando sus brazos, bien sujetos a la jovencita, la separo de su cuerpo para extraer casi toda la extensión de su descomunal aparato. La carne de la niña apretaba tantísimo su sexo que para él casi también era una tarea dolorosa la sodomización. Al punto de que pudo ver como unos cuantos centímetros salían de la cavidad anal de Ayana, se encontró con que se había de nuevo excedido en su práctica sexual: gotas de sangre fresca manchaban su prepucio. Pensó en que su aniñada criatura aún no tenía el cuerpo preparado para el sexo duro ni para el grosor de su rabo, pero le importó poco el daño causado. Con toda la fuerza de su pesado cuerpo, embistió a la joven hasta empalar de nuevo toda su polla dentro del culo de Ayana. Otro grito, casi tan horrible como el primero volvió a salir de la garganta de la pobre víctima, mientras la polla aún seguía rasgando sus juveniles músculos, pugnando por abrir ese orificio anal para entrar hasta lo más profundo.

Ayana, llorosa, y afónica de tanto gritar para que su sádico padrastro se detuviera, tuvo que aguantar sin poder hacer nada para evitarlo la sacudida de dolor insoportable que supuso tener de nuevo la polla enterrada hasta el fondo de su recto. Y ese fue el momento en el que su violador decidió emprender una serie de embestidas sin ningún cariño contra el ya no virgen ano. Empezó a moverse con fuerza bruta, pues a cada empujón de aquél bestial ariete el intestino de la chica oponía menos resistencia, y las sacudidas que sufría el cuerpo femenino la hacían asemejarse a un indefenso muñeco de trapo.

Follar el culo de tan tierna y escultural adolescente estaba volviendo loco al padrastro, estaba tornándolo en una fiera sanguinaria a quien le importaba poco el estado de su hijastra. Cada vez las sacudidas eran más rudas y violentas, cada vez las estocadas tenían un final más insano, como si quisieran destrozar el ano de Ayana… Y todo esto causaba en la sufridora unas increíbles sensaciones de impotencia, unos quejidos inútiles y lágrimas que ahogaban su cutis perfecto… Ya el padrastro la agarraba de sus tremendas tetas y las usaba como punto de apoyo, a la vez que las desgarraba con sus manazas. La carne trémula de los senos de la joven le excitaba más y le hacía ahondar con más fuerza en su amante. Mientas, ella visiblemente soportaba el tormento como podía. El cuidado peinado de Ayana estaba totalmente destrozado, sus brazos apenas ya podían sostener las bravuconas sacudidas que su fina figura experimentaba, y el dolor lacerante de su trasero atravesado le hacía resquebrajarse por dentro…

Y sin embargo, para su padrastro la follada que le estaba pegando a Ayana era deliciosa: su delicada figura se movía en sus brazos a su antojo, el estrecho culo de grandes nalgas de su amante era perfecto para la penetración, y los lamentos de la pobre muchacha le estaban excitando cada vez más. Ya sentía, sí, ese calor removerle los testículos peludos…

Ponía mucho énfasis en que cada penetración fuera potente y completa, que en todo momento acabaran uniéndose ambas pelvis… Al destrozar las nalgas de Ayana en cada empujón encontraba fuerzas, nacidas del deseo del incesto, de seguir esforzándose en las hercúleas estocadas. Y Ayana, siempre bajo el eflujo de la Yellow Star, sentía muchísimo dolor debido a que la droga incrementaba todas las sensaciones…

Su padrastro, ya acuciado por el final inminente de la cópula, empezó a embestir aún más fuerte a la desequilibrada Ayana. Ella notó que el fin estaba cerca, y mientras la pelvis de su follador machacaba sin piedad sus nalgas, en medio de su agonía, pensó que de nuevo volvería a soportar la semilla de su padrastro, ese líquido prohibido recorriendo su piel…

Y él pensaba en lo mismo, que ya sentía como su dura verga, cansada de horadar ese estrecho orificio, pedía ya soltar su carga… Sentía el temblor, y de nuevo se repetiría, como ocurrió anoche, que su semen volvería a manchar a su hijastra, a firmar esa unión incestuosa cada vez más legal…

Sin poder ya contenerse ni por un minuto más, aulló y gruñó mientras su polla aún dañaba en sus últimas sacudidas el culo de Ayana. Ella sufrió esos movimientos finales con el temor real de ser partida en dos, y preparándose para el previsible fin.

Y a los pocos segundos del orgasmo, su padrastro decidió que no sería el culo el receptor final de su corrida. Sacando la polla ya bien caliente de su orificio anal, Ayana sintió un súbito momento de descanso. Pero duró bien poco, ya que sujetándola fuertemente de las nalgas, dirigió su instrumento hacia la cavidad vaginal y, de un golpe, le metió todo hasta el final de su coñito. Ayana gimió de sorpresa y de nuevo agarró con fuerza las sábanas, mientras su hombre depositaba sobre ella su peso y caía desplomado sobre su grácil figura. Era el momento en el cual la polla, anclada en el fondo de la vagina, estallaba convulsionándose y hacía fuerza para expulsar cuantiosas cantidades de líquido seminal dentro de la joven. Ayana chilló de rabia, pues no quería que su fértil útero adolescente se volviera a llenar de semen.

Pero así ocurrió. Su padrastro, entre gemidos, se corrió en ella con varios chorros. Su descomunal pene lanzaba espesos torrentes de semen, un esperma blancuzco y muy espeso, que se coló directamente en el fondo del útero de la virginal adolescente, y que con potencia manchó su tibia carne y con su calor abrasó el aparato genital de Ayana. Ella misma sufría con sus ojos cerrados y su boca abierta mientras la preñaban, sin poder evitarlo, admitiendo pasivamente toda la leche en su coño.

Se desplomó contra la colcha, abatida y magullada. Su padrastro cayó a un lado, y eso hizo que saliera el pene de su vagina, aún brillando por el producto de la copiosa eyaculación. Se postró al lado de Ayana, sin perder detalle. Boca abajo, la jovencísima Ayana tenía los ojos enrojecidos de tanto que había llorado, y la cara pálida la hacía parecer vencida. Tenía un dedo en los labios mientras miraba fuera de la cama, hacia la pared de cemento, como si ella pudiera contestar a todo lo que pensaba. Apoyada sobre las sábanas, su figura dejaba entrever esos atributos que se habían convertido ya en disfrute exclusivo del inhumano padrastro. Su novio ya no podría conocerla virgen ni por delante ni por detrás: no tocaría esos inocentes pechos, que ya habían sufrido demasiado magreo; no sería el primero en disfrutar de las prominentes nalgas de Ayana, que habían sufrido un sexo anal demasiado extremo para su primera vez; ni disfrutaría del perdido himen de la joven. Los muslos finamente esculpidos de Ayana se encontraban separados por la hinchazón que cubría ahora toda su pelvis, ya que su ano se encontraba resentido por la violenta penetración, y del cerrado sexo de la hermosa adolescente salían ahora algunas gotas de semen incestuoso que manchaban la piel y la sábana. Ayana sentía aún ese líquido infernal removerse en sus entrañas, mientras mantenía la mirada ausente.

Y viéndolo todo, allí estaba el victorioso padrastro. Se relamió pensando que era el hombre más afortunado, pues había desflorado completamente a Ayana, él solo había tomado cada rincón de su cuerpo, y ahora era de su exclusiva propiedad.

Y lo que quedaba… Porque quedaba mucho por disfrutar del cuerpo de su hijastra…

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Espero que les haya gustado el relato, estaré encantado de leer y contestar a sus comentarios aquí o en mi correo electrónico.

 

Relato erótico: “Tabah, dulce venganza” (POR SIBARITA)

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Sin títuloAcababa de completar una de mis viejas fantasías, en realidad debería decir que había terminado con una de mis más viejas e irracionales fobias, me había acostado con un negro, con uno de verdad, un africano del Senegal, y no precisamente de los bellísimos que abundan en aquel País. Tampoco es cierto que fuera el primero de mi vida, ese “honor” lo había tenido Lucien, en Costa de Marfil, que durante meses me había estado follando, aprovechando mi estado de semi-inconsciencia provocado por la medicación que estaba tomando.

Todo había comenzado la noche que fuimos a una fiesta en el Hotel Ivoire, había bebido dos o tres copas y me sentía animada como para no parar de bailar, así que serían aproximadamente las dos de la madrugada, cuando decidimos regresar a casa. Habíamos dejado  nuestro hijo a los cuidados del Boy Lucien, que dormiría en la cama gemela del cuarto de mi hijo, y allí entré nada mas llegar, pero sin acordarme de la presencia del Boy, de modo que entré quitándome el vestido de fiesta, bajo el cual tan solo llevaba una braguita. El espectáculo para Lucien fue apoteósico, estaba despierto o quizás se despertó por mi entrada, pero el caso es que estaba ante él vestida tan solo con mi braguita. Me miró fijamente y sus ojos no dejaron ni un centímetro de mi piel sin recorrer, sentí aquella mirada como si se tratase de algo físico, me di cuenta de que mis pezones se habían erizado, y que bajo la sabana que cubría a Lucien, se había formado una enorme “tienda de campaña”.

Di un beso a mi hijo dormido, y salí de la habitación sintiendo una extraña sensación de intenso calor por todo el cuerpo, quise fumar y busqué mi bolso sin encontrarlo, lo había olvidado en alguna parte, ya fuera en el coche o en el Hotel Ivoire, así es que Carlos, mi marido, descendió al estacionamiento, regresó enseguida, en el coche no estaba, de modo que regresaría al hotel para buscarlo.

No hizo más que salir del apartamento y yo nuevamente comencé a sentirme extraña, a transpirar por todos los poros. Quitándome la braga entré en el cuarto de baño, la ducha era tentadora, así es que me metí bajo ella y abrí los grifos para dejar que el agua tibia me inundase; froté mi cuerpo con mis manos y fue en ese momento cuando tomé consciencia de mí, mis pezones continuaban erguidos y había aumentado la dureza de mis pechos, los sentía muy sensibles y al tocarlos me estremecí como si hubiera sido un contacto sexual. De pronto me sentí cansada, pero quería esperar despierta el regreso de Carlos, me sequé y volví al salón envolviendo mi cuerpo con la toalla húmeda, tomé asiento sobre el sofá y comencé a leer una revista. No sé cuanto tiempo pasó, debí haberme quedado dormida, me despertó el oír como se abría la puerta del cuarto de mi hijo y un momento después Lucien hacía su entrada en el salón, de nuevo me miró fijamente, como si se tratase de un espejo, vi en sus ojos que estaba desnuda totalmente, ya que la toalla que debía cubrirme, había caído durante mi sueño.

No estaba asustada por su presencia y su silencio, me puse en pié cuando empezó a caminar hacia mí, ni cuando avanzó sus manos y las posó en mis pechos, empujándome hasta el sofá donde me hizo caer. No hubo besos ni caricias, simplemente se despojó del calzón que vestía, descubriendo una polla gigantesca que agarró con sus manos y la dirigió a mi sexo; extrañamente yo estaba completamente lubricada, de otro modo me hubiera destrozado, de un violento golpe de riñones me metió no menos de 30 cm, no paró de moverse buscando la penetración total, la más profunda; me hizo sentar sobre su verga inmensa, tiraba de mis caderas hacia abajo, me forzaba a descender mas cada vez, y en mi interior el placer llegaba en oleadas, en un momento mis piernas estaban apoyadas sobre sus hombros, y en esa posición me penetró de nuevo y provocó en mi un fuerte orgasmo que me hizo perder el conocimiento. Cuando recuperé los sentidos estaba sola y bañada en semen, sentí la llegada de mi marido y tuve el tiempo justo para entrar en el cuarto de baño y abrir los grifos de la ducha. Mientras me aseaba, mi mente daba vueltas a lo sucedido, sin lograr entenderlo, no lo había deseado, no le deseaba a él y, sin embargo como la cosa más normal del mundo, había aceptado su penetración, la había sentido y hasta había tenido un orgasmo de enorme intensidad. Nada de aquello era lógico ni tenía sentido.

Al día siguiente el comportamiento de Lucien era totalmente normal. Desayuné con Carlos y después de su marcha, me dirigí hacia el baño, como todos los días Lucien me había preparado el baño, la diferencia estaba en que al entrar le encontré allí y, con toda naturalidad me despojó de la bata de baño y dándome la mano, me ayudó a entrar en la bañera, me lavó con sus manos, me secó al salir, todo sin una palabra, sin un gesto hasta que una vez seca me condujo a la cama. Alrededor de ella había dispuesto multitud de velas encendidas, productos y formas extrañas llenaban el suelo de mi cuarto, el olor era denso, extraño, había dos hombres en mi cuarto, sus caras surcadas por grandes cicatrices como las de Lucien, una extraña melopea brotaba de sus labios al entrar nosotros en el cuarto, uno de aquellos hombres vino hacia mí y me tocó con la palma de sus manos, dejando sobre mi piel manchas blanquecinas, me penetró con una especie de falo de madera y sin sacarlo, me hizo tender sobre la cama. Frente a mi se encontraba Lucien, totalmente desnudo sujetaba entre sus manos la inmensa polla que ya conocía, la acercó a mi boca pero no cabía, por lo que fue mi lengua la que la recorrió entera, los dos hombres tomaron mis piernas y las levantaron hasta colocarlas sobre los hombros de Lucien que apenas si tuvo que hacer un leve movimiento para penetrarme; como ya había sucedido con antelación, no me cabía, y comenzó a dar violentas sacudidas, no me dolía, empezaba a doler, dolía horriblemente.

Sonaron varios disparos y abrí los ojos asustada, estaba acostada sobre el sofá en el salón de mi casa y tres hombres yacían en el suelo cubiertos de sangre, Lucien era uno de ellos, en la puerta estaba Carlos que recargaba su pistola y enfundándola se dirigía hacia mi para tomarme en brazos, detrás entraban los miembros de su escolta para ocuparse de los cadáveres.

Carlos había encontrado mi bolso olvidado en el coche, regresaba al apartamento cuando recibió el aviso de que alguien había entrado en el apartamento, su escolta localizó y detuvo a un cuarto hombre escondido, antes de que pudiera avisar a sus cómplices. Todo lo sucedido en el apartamento era una alucinación, como un mal sueño, me explicaba el Presidente, cuando al día siguiente vino a la casa a visitarnos, pero el aviso había sido verdaderamente providencial, su objetivo había sido violarme y dejar mi cadáver clavado sobre el muro, según supimos después.

Han pasado los años, quince, para ser exactos, y el mundo sigue dando vueltas. Me separé de Carlos, volví a Europa y recomencé mi profesión de actriz, vivo sola y trabajo en mi profesión, preparando una nueva película. Por exigencias del Director estoy en una discoteca en la que nadie me conoce. Como ejercicio, tengo que seducir a un hombre cualquiera, sin que llegue a saber que estoy interpretando, y de cómo lo haga, depende mi papel en la película, así que estoy dispuesta a todo para conseguirlo. Hay alguien en la sala que me llama la atención y al que inmediatamente elijo, se trata de un africano, negro, de unos treinta años, buen aspecto y muy atractivo, es lo ideal para que mi interpretación impacte. Bailo sola ante él, le miro fijamente,  le sonrío en muda invitación, hago que, como por descuido, el escote de mi vestido se abra mostrándole mi pecho, ante lo cual ya se decide a entrar en la pista e iniciar un lento baile mientras viene hacia mi. Varias piezas bailamos juntos antes de que se decidiera a tomarme en sus brazos, y cuando al fin se decidió, no parecía atreverse a pegarse a mi cuerpo; fui yo quien lo hice finalmente, pera sentir contra mi vientre la hinchazón de su sexo, y apoyar contra su torso el peso de mis pechos.

Al terminar la pieza musical me dirigí a mi mesa, tirando de su mano, nos sentamos muy cerca, tanto que nuestras piernas estaban en contacto y su mirada se perdía en mi escote. No se atrevía a avanzar, tenía miedo de que estallase un escándalo, y discreto me pidió de salir a dar un corto paseo por la terraza de la sala de baile, acepte pero al salir nos dirigimos hacia el lugar donde había estacionado mi coche

Montamos en él y nada más hacerlo nos fundimos en un estrecho abrazo, se unen nuestras bocas, las lenguas se confunden y se enlazan, desabrocha mi blusa descubriendo mis pechos, los toma entre sus manos, los amasa, desciende con su boca sobre ellos, los mordisquea, sus manos buscan mi sexo bajo la falda. Con su ayuda consigo quitarme la braguita, pero no tiene bastante, me denuda completamente, lo mismo que yo hago con él, para sentarme sobre sus piernas dándole la espalda, siento la fuerza y la dureza de su verga, ansiosa por penetrarme, me incorporo un poco, lo justo para que pueda colocarse y cuando inicio el descenso lentamente, sus manos presionan mis caderas, tirando se ellas hacia abajo, y me la clava violentamente hasta sentir el contacto de sus testículos. Tiene una fuerza increíble en los brazos, me levanta para clavarme nuevamente al tiempo que me habla en un susurro. – Soy hermano de Lucien, le recuerdas?. Intento incorporarme y no lo consigo, no consigo desprenderme de su verga y algo está sucediendo en mi interior, no solo no consigo salirme de su verga, sino que pareciera que ella crece por momentos, más larga, más gruesa, mucho más gruesa y pareciendo que tiene vida propia por la forma en que busca, y que acaba por encontrar. Ha dado con el punto G, algo que yo no creía existiera, y nada más hacer presión sobre él, me sobreviene un orgasmo brutal. El continúa bombeando incansable, mientras yo me retuerzo y los espasmos se suceden uno tras otro, ya no me quedan fuerzas para seguir peleando tratando inútilmente de sacar su polla de mi sexo, está clavada en mi hasta lo más profundo, sus manos aferradas a mis pechos mientras ríos de semen desbordan de mi vagina a medida que sus descargas se suceden.

Se detiene de pronto, sé lo que va a pasar y me horrorizo, con mis últimas fuerzas trato de evitarlo y no es posible, me levanta de nuevo y es para colocar su inmensa verga a la entrada de mi esfínter que traspasa de un golpe destrozándolo, ahora ya no es semen sino sangre lo que corre por mis piernas, mi garganta ya no puede emitir sonido alguno. Pierdo el sentido, y cuando lo recupero estoy en una cama de hospital, dolor, operaciones, interrogatorios policiales, han pasado los meses y por fin me decido a hacer una llamada, unas horas después suenan varios golpes en la puerta de mi habitación y entra Carlos.

No ha cambiado gran cosa, si acaso un poco más de barriga y arrugas más profundas, el mismo pelo fino y blanco que cubre su cabeza. Ahora usa gafas, es lógico, después de tantos años consumiendo Quinina, todo en él refleja a un hombre con más edad de la que tiene, 67  años, pero yo le conozco, soy la única perdona en el mundo que sabe lo que hay detrás de esa pantalla de hombre viejo y sin un solo amigo, y es que Carlos, mi exmarido, es uno de los seres más peligrosos de la tierra.

Hablamos poco, lo imprescindible, insisto en mi decisión, iré con él a Senegal y me servirá a Tabah sobre una bandeja. No hago preguntas, a partir de ese momento y con una simple llamada de su móvil, docenas de personas se ponen en movimiento, la caza ha comenzado .

Dakar primero, después Abidjaan y de allí a Assinie Mafia, al lado del templo Vudú y junto al cementerio en una pequeña cabaña y bien atado está Tabah, los ojos, desorbitados por el miedo, me miran cuando entro, tiembla cuando ordeno salir de la cabaña a los hombres que le guardan a vista, intenta resistir mi mirada cuando me planto ante él y desabrocho muy lentamente mi camisa, hago lo mismo con el pantalón y mi  ropa interior hasta quedar totalmente desnuda; después le desnudo a él enteramente, cortando su ropa con mi cuchillo. Está inquieto, pero al verme desnuda y verse de la misma guisa, se tranquiliza, a juzgar por su incipiente erección, le ayudo en ella tomando su sexo con mis manos, le masturbo y su verga no tarda en alcanzar sus máximas dimensiones, que pierde totalmente cuando mi mano izquierda apresa sus testículos, y con la derecha armada del cuchillo corto de un solo tajo su escroto y sus testículos. Su alarido es bestial, como lo fueron los míos tiempo atrás, sin que por ello cesase en sus torturas. A mi llamada acude uno de los hombres de Cesar, portando una antorcha en llamas, la tomo de sus manos y cauterizo con ella su herida, hasta lograr que el río de sangre que mana de su herida se detenga, después, le dejo inconsciente sobre el suelo, bajo la vigilancia de el hombre de Cesar.

Salí desnuda de la choza, cubierta tan solo por una capa de sangre seca y sin importarme las miradas, me dirigí a la que ocupaba con Cesar, me tenía un baño preparado, en el que me hizo entrar y con todo cuidado me lavó entera para, después de secarme cuidadosamente, me depositó sobre la cama. Me abracé a él con ansia y me hizo el amor con dulzura, tiernamente, como siempre lo habíamos hecho. 

Pasaron varios días y al tercero, me dirigí de nuevo a la cabaña que ocupaba Tabah, acompañada de un asiático viejo, venido de no sé donde. Tabah estaba en un estado lamentable, pero no le tuve lastima por eso, sobre el poste central de la cabaña quedó colgado de las muñecas, mientras el viejo abría el maletín que portaba, dentro había multitud de instrumentos extraños que fue sacando y depositando con cuidado sobre una mesa preparada al efecto. Ahora venía lo más difícil, el trabajo delicado. El viejo asiático se ocuparía de pelar literalmente a mi prisionero, sin por ello causarle la muerte; con esmero comenzó su trabajo, lento, seguro, a pesar de los gritos de dolor de Tabah. Había sangre, sí, pero mucho menos de lo que me había imaginado, y a cada momento que pasaba,  a cada jirón de piel que le quitaba, yo me sentía cada vez más excitada, mis pechos estaban duros como piedras, me dolían, mis pezones parecían querer traspasar la tela de mi camisa y sentía que mi vagina estaba chorreando. Abracé al viejo por la espalda y pareciera que él se lo esperaba, porque se dio la vuelta de inmediato y  en un momento estábamos rodando por el suelo, aunque se detuvo de inmediato y me hizo levantar para empujarme contra el cuerpo de Tabah, de cara a él, así me  penetró de un golpe, y a cada arremetida, mi cuerpo se pegaba mucho mas al cuerpo del cautivo, en un momento me quedé pegada literalmente a él, sintiendo su terror por lo que seguiría, y es comunidad me provocó el orgasmo más grande que jamás había tenido. 

Mas tarde, el viejo asiático terminó el trabajo encomendado, el cuerpo de Tabah fue lavado cuidadosamente. Aún desprovisto de piel tenía aspecto de hombre, pero eso dejaría de tener significado en un momento, lo justo para tomar de nuevo mi cuchillo y seccionar su pene por la base, para entregárselo a una vieja del poblado, su misión?, convertir aquel pingajo ensangrentado en un espléndido falo, en mi trofeo, el recuerdo permanente de mi venganza.

Finalizado su trabajo, vino a entregármelo, era impresionante verlo negro y bruñido, medía cerca de 60 cm por 8 de diámetro; la base había sido trabajada con esmero, creando una empuñadura adornada con corys incrustados, y por su rigidez, parecía estuviera hecho con madera de ébano.

 Con él en las manos me dirigí a la cabaña de Tabah, aquel sería el acto final, para el que todo estaba preparado, sin miramientos inserté el falo en su ano, propulsándolo con todas mis fuerzas y un tremendo alarido se escuchó en la noche, alarido que se cortó bruscamente cuando Tabah murió ensartado por su propio pene.

Días después, al llegar a Paris, tuve que pagar una cuantiosa suma en la Aduana, los impuestos exigidos por aquella joya que lucía radiante en su lecho de raso en una bella caja de madera.

  • : Violación y venganza
 

Relato erótico: “Atraído por……3, mi negra me consigue otra criada” (POR GOLFO)

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cuñada portada3Meaza dormía a mi lado. Todavía no se había dado cuenta que estaba despierto, lo que me dio la oportunidad de Sin títulomirarla mientras descansaba. Su belleza negra se realzaba sobre el blanco de las sábanas. Me encantaba observarla, sus largas piernas, perfectamente contorneadas, eran un mero anticipo de su cuerpo. Sus caderas, su vientre liso, y sus pequeños pechos eran de revista. Las largas horas de gimnasio y su herencia genética, le habían dotado de un atractivo más allá de lo imaginable.
Pero lo que realmente me tenía subyugado, era la manera con la que se entregaba haciendo el amor. Cuando la conocí, se lanzó a mis brazos, sin saber si era una caída por un barranco, sin importarle el poderse despeñar, ella quería estar conmigo y no se lo pensó dos veces. Tampoco meditó que iba a significar para su familia, que yo fuera blanco, y cuando su padre la repudió como hija, mantuvo su frente alta, y orgullosamente se fue tras de mí.
Ahora, la tenía a escasos centímetros y estaba desnuda. Sabiendo que no se iba a oponer, empecé a acariciarla. Su trasero, duro y respingón, era suave al tacto. Anoche, había hecho uso de él, desflorándolo con brutalidad, pero ahora me apetecía ternura.
Pegándome a su espalda, le acaricié el estómago, no había gota de grasa. Meaza era una mujer delgada, pero excitante. Subiendo por su dorso me encontré con el inicio de sus pechos, la gracia de sus curvas tenían en sus senos la máxima expresión. La gravedad tardaría todavía años en afectarles, seguían siendo los de una adolescente. Al pasar la palma de mi mano por sus pezones, tocándolos levemente, escuché un jadeo, lo que me hizo saber que estaba despierta.
La muchacha, que se había mantenido callada todo ese rato, presionó sus nalgas contra mi miembro, descubriendo que estaba listo para que ella lo usase. No dudé en alojarlo entre sus piernas, sin meterlo. Moviendo sus caderas con una lentitud exasperante, expresó sus intenciones, era como si me gritase: -Te deseo-.
Bajando un mano a su sexo, me lo encontré mojado. Todavía no me había acostumbrado a la facilidad con la que se excitaba, y quizás por eso me sorprendió, que sin pedírselo, y sobretodo sin casi prolegómenos, Meaza levantando levemente una pierna, se incrustara mi extensión en su interior.
La calidez de su cueva me recibió sin violencia, poco a poco, de forma que pude experimentar como centímetro a centímetro mi piel iba rozando con sus pliegues hasta que por fin hubo sido totalmente devorado por ella. Cogiendo un pezón entre mis dedos, lo apreté como si buscara sacar leche de su seno. Ella al notarlo, creyó ver en ello el banderazo de salida, y acelerando sus movimientos, buscó mi placer.
Su vagina, ya parcialmente anegada, presionaba mi pene, cada vez que su dueña forzaba la penetración con sus caderas, y lo soltaba relajando sus músculos, al sacarlo. Nuestros cuerpos fueron alcanzando su temperatura, mientras nuestra pieles se fundían sobre el colchón.
Separando su pelo, besé su cuello y susurrándole le dije:
-¿Cómo ha amanecido mi querida sierva?-
Mis palabras fueron el acicate que necesitaba, convirtiendo sus jadeos en gemidos de placer, y si de su garganta emergió su aceptación, de su pubis manó su placer en oleadas sobre la sábana. “Primer orgasmo de los múltiples que conseguiría esa mañana”, pensé mientras le mordía su hombro. Mis dientes, al clavarse sobre su negra piel, prolongaron su clímax, y ya, perdida en la lujuria de mis brazos, me pidió que me uniese a ella.
-Tranquila-, le contesté dándole la vuelta.
El brillo de sus ojos denotaba su deseo. Meaza me besó, forzando mi boca con su lengua. Juguetonamente, le castigué su osadía, mordiéndosela, mientras que con mis manos me apoderaba de su culo.
-Eres una putita, ¿lo sabías?-
-No, mi amo, ¡soy tu puta!-, me contestó sonriendo, y sin esperar mi orden se sentó a horcajadas sobre mí, empalándose.
Chilló al notar que la cabeza de mi glande chocaba con la pared de su vagina. No fue por dolor, al contrario se sentía llena, cuidada, y agradeciéndoselo a mí, su dueño, sensualmente llevó sus manos a sus pechos y pellizcándolos, me dijo:
-Amo, si soy buena, me premiarías con un deseo-.
-Veremos-, le contesté acelerando mis incursiones.
Sabía que fuera la que fuera su petición, difícilmente me podría negar, y más cuando dándome como ofrenda sus pechos, me los metió en mi boca, para hacer uso de ellos. Sus aureolas casi habían desaparecido al erizársele los pezones. Duros como piedras, al torturarles con mis dientes, parecieron tomar vida propia y obligaron a la mujer a gemir su pasión.
-¡Muévete!-, le exigí al notar que mi excitación iba en aumento.
Obedeciéndome, su cuerpo empezó a agitarse como si de una coctelera se tratase, licuándose sobre mis piernas. Con la respiración entrecortada, me rogó que la regase con mi semen, que ya no podía aguantar más. Muchas veces había oído hablar de la eyaculación femenina, pero nunca había experimentado que una mujer se convirtiera en una especie de geiser, lanzando un chorro fuera de su cuerpo, mientras tenía clavado mi miembro en su interior. Por eso, me quedé sorprendido y sacando mi pene, me agaché a observar el fenómeno.
Justo debajo de su clítoris, su sexo tenía un pequeño agujero del que salía a borbotones un liquido viscoso y transparente. Me tenía pasmado ver que cada vez que le tocaba su botón del placer, volvía a rugir su cueva, despidiendo al exterior su flujo, por lo que decidí probar su sabor.
Lo que sucedió a continuación no tiene parangón. Mientras mi lengua se apoderaba de sus pliegues, Meaza se hizo con mi pene, introduciéndoselo completamente en la boca y usando su garganta como si fuera su sexo, comenzó a clavárselo brutalmente. Yo, maravillado por mi particular bebida, busqué infructuosamente secar el manantial de su entrepierna y ella, masajeando mis testículos, se lo insertaba a la vez hasta el fondo.
Con mi sed, totalmente satisfecha, me pude concentrar en sus maniobras. Estaba siendo el actor principal de una película porno, la negrita era un pozo de sorpresas, cogiendo mi mano se la llevó a la nuca para que le ayudara. Fue entonces, cuando sentí que me corría y presionando su cabeza contra mi sexo, en grandes oleadas de placer me derramé en el interior de su garganta. Meaza no se quejó, sino que absorbió ansiosa mi semen, y disfrutando realmente siguió mamando hasta que dejó limpio todo mi pene, y viendo satisfecha que lo había conseguido, me miró diciendo:
-¿Le ha gustado a mi amo?-
Solté una carcajada, era una descarada pero me volvía loco. La negrita se hacía querer y lo sabía, por lo que dándole un azote le dije que me iba a bañar.
Debajo de la ducha, medité sobre la muchacha, no solo era multiorgásmica, sino que era una verdadera maquina de hacer el amor, y lo mejor de todo que era mía. Todavía recordaba como la había conocido, y como entre ella y Maria habían planeado tomarme el pelo. Su plan falló por un solo motivo, Meaza se había enamorado dando al traste toda la burla.
Saliendo de la ducha, me encontré a la mujer preparada para secarme. Su sumisión era algo a lo que podría acostumbrarme, pero aún era algo que me encantaba sentirla siempre dispuesta a satisfacerme hasta los últimos detalles. Levantado los brazos dejé que lo hiciera.
-Fernando-, me dijo mientras me secaba,-¿me vas a conceder mi deseo o no?-.
Tenía trampa, y por eso le pregunté cual era antes de darle mi autorización. Arrodillándose a mis pies, me miró con cara de pícara, y me contestó:
-Mi amo es muy hombre, y necesito una ayudante-.
La muy ladina, me quería utilizar para sus propios propósitos, lo supe al instante, pero la idea, de tener dos mujeres a mi disposición, me apetecía y sabiéndome jodido le dije:
-¿Tienes alguien en mente?-
Sonriendo, me respondió:
-María puede ser una buena candidata, siempre que no te moleste-.
Mi buena sumisa estaba usando sus dotes, sabiendo que no me iba a negar, ya que de esa forma mataba dos pájaros de un tiro, me vengaba y la satisfacía. Me reí de su cara dura, y besándola le exigí que quería desayunar.
-Lo tiene en la mesa, ya servido, como cada mañana, mi querido amo, y el día que no lo tenga: ¡castígueme!-.
……………………………………………………………………..
El trabajo en la oficina me resultó monótono, por mucho que intentaba involucrarme en la rutina, mi mente volaba pensando en que sorpresa me tendría esa noche, mi querida negrita. Desde que apareció en mi puerta hace varios jornadas, se había ocupado de que mi vida fuera cada vez más interesante y divertida.
Era parte de su carácter, no podía evitar el complacerme, según me había confesado, en realidad, pensaba que había nacido para servirme, y que ya no tenía sentido su existencia sin su dueño. Meaza podía parecer dócil, y lo era, pero recapacitando me convencí que detrás de esa máscara de dulce sumisión, estaba una manipuladora nata. “Tiempo al tiempo”, pensé, “ya tendré muchas oportunidades de ponerla en su sitio, pero mientras tanto voy a seguirle la corriente”.
A la hora de comer, me había llamado pidiéndome que no llegara antes de las nueve de la noche, que la cena que me iba a preparar tardaba en cocinarse. La entendí al vuelo, y por eso al terminar decidí irme a tomar una copa al bar de abajo.
En la barra, me encontré con Luisa y su gran escote. Treinteañera de buen ver, que en varias ocasiones había compartido mi cama.
-¿Qué es de tu vida?, ¡golfo!, que ya no te acuerdas de tus amigas-, me dijo nada más verme. Coquetamente me dio dos besos, asegurándose que el canalillo, entre sus dos pechos, quedara bajo mi ángulo de visión.
-Bien-, le contesté parando en seco sus insinuaciones. Si no me hubiera comportado de manera tan cortante, la mujer no hubiese parado de mandarme alusiones e indirectas hasta que le echara un polvo, quizás en el propio baño del lugar.
-Joder, hoy vienes de mala leche-, me contestó indignada, dándose la vuelta y yendo a intentar calmar su furor uterino en otra parte.
Una medio mueca, que quería asemejarse a una sonrisa, apareció en mi cara, al percatarme que algo había cambiado en mí. Antes no hubiese desaprovechado la oportunidad y sin pensármelo dos veces, le habría puesto mirando a la pared .En cambio, ahora, no me apetecía. Solo podía haber una razón, y, cabreado, me dí cuenta que tenia la piel negra y rostro de mujer.
Sintiéndome fuera de lugar, vacié mi copa de un solo trago, y saliendo del local me di un paseo. El aire frío que bajaba de la sierra me espabiló y con paso firme me fui a ver que me deparaba mi negrita.
Me recibió en la puerta, quitándome la corbata y la chaqueta, me pidió que me pusiera cómodo, que como había llegado temprano, la cena no estaba lista. Sonreí al ver, sobre la mesa del comedor, la mesa puesta. Sabía que era buena cocinera, ya que había probado sus platos, pero al ver lo que me tenía preparado, dudaba que fuera capaz de terminar de cenar y encima desde la cocina, el ruido de las cacerolas me decían que todavía había más comida.
Esperando que terminara, me serví un whisky como aperitivo. Mucho hielo, poco agua es la mezcla perfecta, donde realmente puede uno paladear el aroma de la malta.
-¿Te gusta tu cena?-, me preguntó desde la cocina.
Antes de contestarle me acerqué a ver en que consistía, y como había aliñado los diferentes manjares. Sobre la tabla, yacía María. Se retorcía al ser incapaz de gritar por la mordaza que le había colocado en la boca. Cada uno de sus tobillos y muñecas tenían una argolla con cadenas, dejándola indefensa. Meaza se había ocupado de inmovilizarla, formando una x, que podía ser la clasificación que un crítico gastronómico hubiese dado al banquete.
Sobre su cuerpo, estaba tanto la cena como el postre, ya que perfectamente colocada sobre sus pechos una buena ración de fresas con nata, esperaban ser devoradas.
-Me imagino que la vajilla, no es voluntaria-, le contesté mientras picaba un poco de pollo con salsa de su estómago.
-No, se resistió un poquito-, me dijo, saliendo de la cocina.
Me quedé sin habla al verla, en sus manos traía un enorme consolador, de esos que se usan en las películas porno, pero que nadie, en su sensato juicio, utiliza. Con dos cabezas, una enorme para el coño, y otra más pequeña para el ano.
-¿Y eso?-
-Para que no se enfríe la cena-, me soltó muerta de risa mientras se lo incrustaba brutalmente en ambos orificios.
El sonido del vibrador poniéndose en marcha, me hizo saber que ya era hora de empezar a cenar, y acercándome a mi muchacha, le informé:
-Solo por hoy, te dejo comer conmigo-, y poniendo cara de ignorante, le pregunté:- ¿Cuál es el primer plato?-.
Señalándome el pubis depilado de María, me dijo:
-Paté-.
-Haz los honores-
Orgullosa de que su amo le dejara empezar, recogió un poco entre sus dedos, y acercándolo a mi boca, me susurró:
-Recuerda que siempre seré la favorita-.
-Claro-, le respondí dándole un azote, –pero, ahora mismo, tengo hambre-.
El trozo que me dio no era suficiente, por lo que cogiendo con el cuchillo un poco, lo unté en el pan, disfrutando de la cara de miedo que decoraba la vajilla. Realmente estaba rico, un poco especiado quizás motivado por la calentura, que contra su voluntad, estaba experimentando nuestra cautiva.
-Termínatelo-, le ordené a Meaza.
La negrita no se hizo de rogar y separando los pliegues del sexo de mi amiga, recogió con la lengua los restos. Dos grandes lágrimas recorrían las mejillas de María, víctima indefensa de nuestra lujuria. En plan perverso, haciendo como si estuviese exprimiendo un limón, torturó su clítoris, mientras recogía en un vaso parte de su flujo.
-Prueba tu próxima esclava-, me dijo Meaza, extendiéndome el vaso.
En plan sibarita, removiendo el espeso líquido, olí su aroma y tras probarlo, asentí, confirmándole su buena calidad. Conocía a Maria desde hace cinco años, pero siempre se había resistido a liarse conmigo, diciéndome que como amigo era genial, pero que no me quería tener como amante. Y ahora, era mi cena involuntaria.
El segundo plato, consistía en el guiso de pollo en salsa, que había picado con anterioridad, por lo que cogiendo un tenedor pinché un pedazo.
-Te has pasado con el curry-, protesté duramente a mi cocinera.
-Lo siento, amo-.
Era mentira, estaba buenísimo, pero así tenía un motivo para castigarla. Nuestra presa, se estaba retorciendo sobre la mesa. Aterrada, sentía como los tenedores la pinchaban mientras comíamos, pero sobre todo, lo que la hacía temblar, era el no saber como y cuando terminaría su tortura.
-No te parece, que esta un poco fría-, me dijo sonriendo Meaza, y sin esperar a que le contestara, conectó el vibrador a su máxima potencia.
Como si estuviera siendo electrocutada, María rebotó sobre la tabla, al sentir la acción del dildo en sus entrañas, y solo las duras cadenas evitaron que se soltara de su prisión. El sudor ya recorría su frente, cuando sus piernas empezaron a doblarse por su orgasmo. Y fue entonces, cuando mi hembra, apiadándose de ella, se le acercó diciendo:
-Si no gritas, le pediré permiso a mi amo, para quitarte la mordaza-.
Viendo que no me oponía y que la muchacha asentía con la cabeza, le retiró la bola que tenía alojada en la boca.
-Suéltame, ¡zorra!-, le gritó nada más sentir que le quitaba el bozal.
-¡Cállate!, que no hemos terminado de cenar-, dijo dándole un severo tortazo.
Desamparada e indefensa, sabiendo que no íbamos a tener piedad, María empezó a llorar calladamente, quizás esperando que habiendo terminado nos compadeciésemos de ella y la soltáramos.
Su postre-, me dijo señalando las fresas sobre sus pechos.
-¿Cuál prefieres?-.
No me contestó hablando sino que agachándose sobre la mujer, empezó a comer directamente de su seno. Era excitante el ver como lo hacía, sus dientes no solo mordían las frutas sino que también se cernían sobre los pezones y pechos de María, torturándolos. Meaza tenía su vena sádica, y estaba disfrutando. Nuestra victima no era de piedra, y mirándome me pidió que parara, diciendo que no era lesbiana, que por favor, si alguien debía de forzarla que fuera yo.
Sigue tú, que no me apetecen las fresas-.
La negrita supo enseguida que es lo que yo deseaba, y dando la vuelta a la mesa, empezó a tomar su postre de mi lado, de forma que su trasero quedaba a mi entera disposición. Sin hablar, le separé ambas nalgas y cogiendo un poco de nata de los pechos de María, embadurné su entrada, y con mi pene horadé su escroto de un solo golpe.
-¡Como me gusta!, que mi amo me tome a mi primero-, soltó Meaza, mientras se relamía comiendo y chupando el pecho de la rubia.
No sé si fue oír a la mujer gimiendo, sentir como el dildo vibraba en su interior, o las caricias sobre su pecho, pero mientras galopaba sobre mi hembra, pude ver que dejando de llorar, María se mordía los labios de deseo. “Está a punto de caramelo”, pensé y cogiendo de la cintura a mi negra, sin sacar mi extensión de su interior, le puse el coño de la muchacha a la altura de su boca.
Meaza ya sabía mis gustos, y separando los labios amoratados de la rubia, se apoderó de su clítoris, mientras metía y sacaba el enorme instrumento de la vagina indefensa. Satisfecho oí, como los gritos de ambas resonaban en la habitación, pero ahora me dije que no eran de dolor ni humillación sino de placer, y acelerando mis embestidas, galopé hacía mi propia gozo.
Éramos una maquinaria perfecta, mi pene era el engranaje que marcaba el ritmo, por lo que cada vez que penetraba en los intestinos de la negra, ésta introducía el dildo, y cuando lo sacaba, ella hacía lo propio. Parecíamos un tren de mercancía, hasta los gemidos de ambas muchachas me recordaban a la bocina que toca el maquinista.
La primera, en correrse, fue mi amiga, no en vano había tenido en su interior durante más de medía hora el aparato funcionando y cuando lo hizo, fue ruidosamente. Quizás producto de la dulces caricias traseras del dildo, una sonora pedorreta retumbó en la habitación, mientras todo su cuerpo se curvaba de placer.
Tanto Meaza como yo, no pudimos seguir después de oírlo. Un ataque de risa, nos lo impidió, y cuando después de unos minutos, pudimos parar, se nos había bajado la lívido.
-¿Qué hacemos con ella?-, me preguntó, señalando a María.
Bromeando le contesté:
O la convences, o tendremos que matarla, no me apetece ir a la cárcel por violarla-.
-Quizá sea esa la solución-, me dijo guiñándome un ojo,- ¿Tu que crees?-
La muchacha que hasta entonces se había mantenido en silencio, llorando, nos imploró que no lo hiciéramos jurando que no se lo iba a decir a nadie. Realmente estaba aterrorizada. Aunque nos conocía desde hace años, esta vertiente era nueva para ella, y tenía miedo de ser desechada, ahora que nos habíamos vengado.
Yo sabía que mi negrita debía de tener todo controlado, por eso no pregunté nada, cuando soltándola de sus ataduras, mientras la amenazaba con un cuchillo, se la llevó a mi cuarto. Durante unos minutos, me quedé solo en el salón, poniendo música. Estaba tranquilo, extrañamente tranquilo, para como me debía de sentir, si pensaba en las consecuencias de nuestros actos.
 salió de la habitación. Se la veía radiante al quitarme de la mano mi copa, y de un trago casi acabársela.
-Perdona, pero tenía sed-, me dijo sentándose a mi lado.
-¿Como está?-, le pregunté tratando de averiguar cual era su plan.
-Preparada-.
-¡Cuéntame¡-
-¿Recuerdas las cadenas de mi pueblo?-.
Asentí con la cabeza, esperando que me explicase.
-Pues como ya te conté, aunque su origen era para mantener inmovilizadas a las cuativass, las tuvieron que prohibir por la conexión mental, que se crea entre el amo y la esclava. Nos vamos a aprovechar de ello. María, después de probarlas, será incapaz de traicionarnos-.
La sola imagen de la muchacha atada, con las manos a la espalda y las piernas flexionadas, en posición de sumisa, provocó que se me alteraran las hormonas y besando a mi hembra, le dije que ya estaba listo.
Abrazado a su cintura, fui a ver a nuestra víctima. Meaza había rediseñado mi cuarto, incluyendo en su decoración motivos africanos, y otros artilugios, pero lo que más me intrigó fue ver a los pies de la cama un pequeño catre, de esparto, realmente incomodo, aunque fuera en apariencia. Al preguntarle el motivo, puso cara de asombro, y alzando la voz, me contestó que no pensaba dormir con su esclava.
-¿Tu esclava?-, le dije soltándole un tortazo, -¡será la mía!-.
Viendo mi reacción, se arrodilló, pidiéndome perdón, jurando que se había equivocado, y que nunca había pensado en sustituirme como amo. Cogiéndola de sus brazos, la levanté avisándola que ahora teníamos trabajo, pero, que luego, me había obligado a darle una reprimenda.
Indignado, me concentré en María. Sobre mi cama, yacía atada de la manera tradicional, pero acercándome a ella, descubrí que las cadenas con la que estaba inmovilizada, no eran las que yo había comprado, sino otras de peor calidad. Éstas eran plateadas, y las otras, doradas. “Debe de haberlas comprado esta mañana”, pensé al tocarlas.
La pobre muchacha nos miraba con ojos asustados. Nuevamente, llevaba el bozal y por eso cuando enseñándome el genero, Meaza azotó su trasero, lo único que oí, fue un leve gemido.
-Quítale la mordaza-, ordené a mi criada.
Mientras la negra se dedicaba a soltar las hebillas que la mantenían muda, calmé a mi amiga acariciándola el pelo. Con palabras dulces, le dije que no se preocupara, pero que ella era la culpable de lo que le había pasado, al intentar hacerme una jugarreta. No se daba cuenta, pero las cadenas estaban cumpliendo a la perfección con su cometido, ya que además de mantenerla tranquila, poco a poco, la iban sugestionando, de manera que nada más sentir que ya podía hablar, me dijo:
Suéltame, si lo que quieres es hacerme el amor, te juro que te lo hago, pero libérame-.
Sonreí al escucharla, y bajando mis manos por su cuerpo, le contesté:
Te propongo algo mejor, te voy a acariciar durante dos minutos, si después de ese tiempo, me pides que te suelte, te vistes y te vas-.
La muchacha me dijo que sí, con la cabeza. Meaza estaba esperando mis ordenes, haciéndole una seña, le dije que empezara. Poniéndose a los pies de la cama, comenzó a besarle las piernas, mientras yo me entretenía con el cuello de la niña, de forma que rápidamente cuatro manos y dos bocas se hicieron con su cuerpo. Los pezones rosados de la rubia me esperaban, y bordeando con mi lengua su aureola, oí el primer gemido de deseo al morderlos suavemente con mis dientes.
-¿Te gusta?-.
-Si-, me dijo con la respiración entrecortada.
Mi criada estaba a la altura de sus muslos, cuando pellizcando sus pechos, pasé mi mano por su trasero. Tenía un culo, bien formado, sin apenas celulitis. Separando sus dos nalgas, ordené a Meaza que me lo preparara. Su lengua se introdujó en la vagina, justo en el momento que mi amiga se empezaba a correr, gritando su placer y derramándose sobre las sabanas.
Aproveché su orgasmo para preguntarle si quería que la hiciera mía.
Llorando de gozo y humillación, me respondió que sí. Yo sabía la razón, pero no me importaba que ella no fuera consciente de estar sometida por la acción de las cadenas, lo realmente excitante era el poder, por lo que retirando a la negrita, me acomodé entre sus piernas y colocando mi pene en la entrada de su cueva esperé…
Su sexo, ya totalmente inundado, se retorcía, intentando que mi glande entrara en su interior.
-Ponte delante-, le dije a Meaza.
La mujer me obedeció, colocando su sexo a la altura de la boca de María pero sin forzarla a que se lo comiera. Viendo que estábamos ya en posición agarré las cadenas, y tirando de ellas, metí la cabeza de mi pene dentro de su coño. Mi amiga jadeo al sentir que su espalda se doblaba y que mi extensión, ya totalmente erecta, la tenía en su antesala.
-¿Quieres que siga?-.
Ni siquiera me respondió, cerrando sus piernas, buscó el aumentar su placer, sin darse cuenta que al hacerlo violentaba aún más su postura, y gimiendo de dolor y gusto, se entregó totalmente a mí, gritando:
-Por favor, ¡hazlo!-.
Apiadándome de ella, la penetré de un golpe tirando de su cuerpo para atrás, hasta que la cabeza de mi glande rozó el final de su vagina, momento que Meaza aprovechó para obligarla a besarle su sexo. A partir de ahí, todo se desencadenó y la lujuria dominando su mente, hizo que sus barreras cayeran, y que su lengua se apoderara del clítoris de la negra, mientras yo la penetraba sin piedad. No tardó en correrse, y con ella, mi criada. Los jadeos y gemidos de las mujeres eran la señal que esperaba para lanzarme como un loco en busca de mi propio placer, y agarrando firmemente las cadenas a modo de riendas, inicié la cabalgada.
Mi pene apuñalaba su sexo impunemente, las cadenas tiraban de su columna, y ella indefensa, se retorcía gritando su sumisión, mientras ajeno a todo ello, solo pensaba en cuando iba a notar el placer del esclavista. La primera vez que lo experimenté fue algo brutal, nada de lo que había sentido hasta ese momento se asemejaba, era el orgasmo absoluto. Durante siglos, en Etiopía habían estado prohibido por el poder de sugestión, y su uso estaba limitado. Lo que me había parecido una exageración, tenía una razón, y no la comprendí hasta que sacudiendo mi cuerpo, empezó a apoderarse de mi una sensación de triunfo, que me obligaba a seguir montando a María, sin importarme que en ese momento estuviera sufriendo y disfrutando de igual forma de una tortura sin igual. Con su espalda, cruelmente doblada, y su coño, totalmente empapado, se estaba corriendo entre grandes gritos. Era como si estuviera participando en una carrera suicida, incapaz de oponerse, se retorcía en un orgasmo continuo, forzando mis penetraciones con sus caderas, mientras la tensión se acumulaba en su interior. La propia Meaza colaboraba con nuestra lujuria, masturbándose con las dos manos.
La escena era irreal, la negra reptando por el colchón mientras yo empalaba a María. De improviso, sin dejar de moverme, me vi dominado por el placer, como si fuera un ataque epiléptico, comencé a temblar sobre la muchacha, y explotando me derramé en su cueva. Durante un tiempo difícil de determinar, para mi mente solo existían mis descargas, todo mi ser era mi pene. Era como si las breves e intensas oleadas de semen fueran el todo, hasta que cayendo agotado, me desplomé sobre la muchacha. Por suerte estaba Meaza que evitó que le rompiera las vértebras al retirarme de encima de ella.
Tardé en recuperarme, y cuando lo hice, la imagen de la negra retirando las cadenas a una María, con baba en la boca y los ojos en blanco, me asustó.
-¿Qué ha pasado?-, pregunté viendo el estado lamentable de mi amiga.
Se ha desmayado, demasiado placer-, me contestó.
Los minutos pasaron angustiosamente, y la rubia no volvía en sí. Ya estábamos francamente nerviosos, cuando abriendo los ojos, reaccionó. Lo primero que hizo fue echarse a llorar, y cuando le pregunté el porqué, con la respiración entrecortada, me respondió:
No sé como no me había dado cuenta que te amaba-, y alzando su brazos en busca de protección, prosiguió diciendo,-gracias por hacérmelo ver-.
Todo arreglado, no quedaba duda de que sería imposible que nos traicionara, pero quedaba la última prueba, y levantándome de la cama, les dije a mis dos mujeres:
-La que me prepare el baño, duerme conmigo esta noche-.
Ambas salieron corriendo, compitiendo en ser la elegida. Era gratificante el ver la necesidad de servirme que tenían, pensé mientras soltaba una carcajada.
 

Relato erótico: “Flora, el capricho de los porteros de la discoteca” (POR CANTYDERO)

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verano inolvidable2Vosotros, lectores, deberéis juzgar con vuestras mentes Sin títuloque fue lo que me pasó esa noche. Quizás sintáis una cierta repulsa al leerlo o, por el contrario, os dejéis llevar por una excitación sin límites…

De cualquier forma, todo comenzó como para mí como lo hubiese hecho con cualquier otra chica en mi situación. Yo soy esa chica en su primer año de universidad que se enfrenta a la primera de las grandes fiestas que se han organizado para toda la facultad. Sí, una de esas de las que hablan todas las chicas nerviosas por los pasillos durante días, mientras los tíos saben que se van a pegar una gran borrachera. Una semana durante la cual es como si las clases no existieran, como si todo lo importante se reduce a preparar no los exámenes, sino los modelos que lucirás en la disco.

Yo no lo vivía con excesiva pasión, la verdad. Es decir, sí estaba algo nerviosa por cómo se desarrollaría todo, pero no me lo tomo como si fuese una cría. Ya llevábamos tiempo en la universidad, yo ya conocía a unas cuantas amigas y había hecho mi grupo, estaba feliz. No iba a esa fiesta desesperada a buscar más amigos o a un novio, nada de eso. Me hacía ilusión salir de fiesta en un ambiente nuevo, pero nada más.

Los pasillos eran un hervidero, como os he dicho. Pero no sólo las chicas preguntando qué modelito iban a vestir y con qué chico querían aparearse. También los chicos estaban algo nerviosos, eso lo notaba yo. Quiero decir, siempre están nerviosos cuando yo paso delante de ellos. Los oigo, los siento cuchichear y mirarme no precisamente a la cara. Pero aquella semana, me miraban con una intensidad mucho más potente.

No dudaba que el deseo de muchos de ellos era poseerme esa noche. Yo no dejaba que mis emociones se plasmasen, nunca lo he hecho así a la ligera, sólo cuando me importa. Soy una chica pija, de esas que pasean con aire de superioridad y sólo te miran si es necesario. De esas pijitas que se reúnen con otras más pijas todavía a contarnos cosas de nuestra élite. De esas que nos reímos a la vez de lo mismo, aunque no tenga gracia. De esas inalcanzables, por así decirlo.

Mientras pasaba grácilmente por los pasillos, marcando con fuerza mi tacón y con media sonrisa mirando al infinito, más y más chicos se derretían por encima de lo habitual esa semana…

Yo de mientras, miraba con moderada ilusión la fiesta. En el fondo me apetecía un poco, podía comprender la ilusión colectiva.

El día, o más bien la noche, llegó…

No tiene sentido que os describa un día frenético de compra de entradas, de quedadas a una hora en tal o cual sitio, de saber si los de la otra clase van a ir más elegantes… Aunque es muy entretenido comentar eso en mi círculo de pijas, teníamos claro lo que nosotras íbamos a hacer.

La tarde, básicamente, fue un ritual de preparación para mostrar al mundo la Flora que reinaba en la universidad. Sí, me llamo Flora, alguno dirá que es un nombre de pija que me viene ni que pintado. Soy Flora Coslada. Mucho gusto en conoceros.

La ducha es el primer de los pasos que una chica tan presumida debe seguir para salir de fiesta. Me gusta sentir el agua templada tirando a caliente resbalarse por mi piel, si por mí fuera, agotaría el calentador dentro de la ducha. Una vez me he desnudado, me quedo quieta, recibiendo el chorro de agua por todo mi cuerpo… Seguro que muchos de aquellos que me miran por los pasillos no querrían perderse este momento.

Porque… ¿sabéis? No estoy nada mal. Soy una chica pija de estatura media, de cabello marrón oscuro que prácticamente me llega al ombligo y que en estos momentos se humedece y se pega a mi piel. Tengo una figura muy bonita: delgada y estilizada, especialmente mis piernas son muy largas y delgadas, al igual que mis muslos, los cuales lucen divinamente. Siempre depiladas y con un brillo especial, mis piernas son un atractivo mortal para hombres fogosos de cualquier edad, especialmente cuando yo misma decido que se muevan de una forma sugerente, que se abran sin que nadie se lo espere…

El agua también cae por mi espalda recta e inmaculada, hasta el inicio de mis piernas. No tengo un trasero especialmente prominente, pero está bien durito al tacto, perfecto para mi gusto. Y justo por delante… mmm, pues una de mis partes preferidas, qué voy a deciros… Mi tierno coñito, con el cual me lo paso tan bien siempre que tengo necesidad. Soy una chica en apariencia fría y distante, pero no es esa la verdad de mi carácter. Cuando yo quiero, me torno ardiente en cuestión de segundos. Pienso mucho en el sexo, me encanta, es mi pasión, y más poder practicarlo con este cuerpo hermoso. Me he derretido de una forma irrefrenable ante aquellos pocos que han despertado mi pasión, y ellos han disfrutado del privilegio de mi sexo rasurado. Aunque en realidad, como yo siempre digo, soy yo quien disfruto de esos hombres fáciles y quien les abandona cuando me da la gana. Así soy, una chica mimada y altiva pero con los labios húmedos… No puedo resistirlo, ni quiero. Pero es que me gusta calentar a los chicos, hacer que piensen en mí cuando la mayoría no conseguirán nada…

Empiezo a enjabonarme por donde hago siempre, por mis abultados pechos. Tienen un tamaño perfecto para hacer un escote precioso que me encanta lucir en días como el de esa fiesta. La espuma impregna la piel suave de mis senos, y acaba cubriendo los pequeños pezones rosados que coronan mis glándulas. Los recorro con especial cuidado, disfrutando cada centímetro de mi cuerpo… A medida que me extiende el enjabonado, también decido tratar con cariño a mi vulva. No creo que hoy ocurra un encuentro sexual, pero quien sabe…

Tras la ducha, salgo desnuda con las gotas aún cayendo por mi silueta. Me envuelvo en una toalla verde y me miro al espejo, me gusta ver la brillantez de mis ojos, la tierna expresión de mi nariz y mi boquita realzada por mis pómulos, me encanta mi rostro. Me envuelvo otra toalla como turbante en la cabeza y recojo el baño.

Ya he decido que me voy a poner. Después viene una buena sesión de peinado, vestido y maquillaje. Me paso las planchas una y otra vez, para dejar mi pelo bien liso y que fluya adaptándose a mis formas de mujer cuando caiga. No puedo dejar de maravillarme por lo bien que me ha quedado hoy.

Me voy a vestir como más me gusta: ropa interior negra (¡claro que tanga!), unos shorts vaqueros muy cortitos, casi a la altura de mi trasero y una blusa roja que tengo con la que me queda un escote de infarto. He elegido también unos zapatos negros con tacón que realzan mi figura… Me miro de nuevo al espejo y me encanto. Un cuerpo delgado, realzado, con las piernas desnudas firmes y unos pechos que destacan a los lejos entre mi blusa. El toque final me lo doy luego, rizándome las pestañas y aplicando un pintalabios de un color rojo intenso, de tal forma que mis labios tienen el mismo color que mi blusa.

Cojo mi bolso y salgo, voy bien de tiempo. Mis amigas y yo hemos quedado para beber en el parque, imagino que otros de clase estarán por allí. Otra se había encargado de comprarnos la bebida, así que todo iba sobre ruedas.

Ya en el parque, algunas de mis amigas ya estaban esperándome, otras fueron llegando con cuenta gotas. Todas impresionantes, muy pijitas, con buen tipo, así somos todas… Las bolsas se depositaron al lado de nuestras piernas, mientras nos sentábamos en el banco para estar cómodamente bebiendo y riendo.

Mi amiga Clara me dijo que había venido muy bien arreglada, que estaba muy guapita… Esa chica nunca había tenido un buen tipo y siempre nos tiraba piropos a las otras. Aunque sí que se enrollaba con chicos, alguna vez el resto nos reíamos y pensábamos que tenían un punto bisexual raro… Agradecí su piropo porque la verdad, aunque la noche no me hacía tanta ilusión como a otras, sí que me había puesto muy guapa es anoche… y vestía un poco cachonda la verdad.

La conversación fluía a tono con los tragos que tomábamos de ron con cola. Las risas se hacían cada vez más frecuentes cuanto más se vaciaba el contenido de las botellas. Mis amigas (y por asociación, también yo) empezaban a dejar ver en lo torpe de sus miradas y en sus lenguas trabadas el efluvio del etanol… Yo misma también notaba lentamente estos efectos, pero intentaba disiparlas con mis carcajadas en el frío de aquella noche memorable.

El resto de los bancos de parque, y parte del suelo, se había llenado con otros compañeros de la facultad. La verdad es que conocíamos a la gran mayoría, porque somos muy cotillas… Especialmente, qué os voy a decir, si los chicos son atractivos. Siempre hay unos pocos por la facultad y los tenemos bien fichados. Aquí estaban algunos de ellos, quien sabe si durante la noche acabaría acercándome a alguno. Me muerdo el labio del deseo que eso me produce… De imaginarme en un coche, con las piernas abiertas, botando encima de un hombre cualquiera…

El ron cola me estaba subiendo por momentos. Empezaba a decir muchas chorradas, más de lo habitual. Clara se rio de mí cuando intenté llenar un vaso que me habían pedido y tiré fuera la mitad del contenido de la botella. Me reía de mis problemas de coordinación, pero al ver que casi todas mis amigas iban igual de borrachas o más, mis males se comulgaron con los de los demás. Ya no sé ni de lo que hablábamos, nos habíamos pasado bebiendo a lo loco nada más empezar, si intentábamos jugar a un juego de beber ninguna estaba en condiciones de acordarse de las reglas. Nos reíamos, sacábamos fotos haciendo el tonto al lado de la estatua de aquél señor tan importante del parque, hablábamos de los tíos buenorros de la uni y de algunos que había al lado, con tanta sonoridad que seguro que nos acabarían oyendo…

Vamos, que cuando tirábamos para la discoteca, servidora iba lo que se dice bien fina. Bailaba más que andaba, y no había quien me parara quieta en la cola del lugar. Mis amigas me serenaron entre todas, porque dijeron que si se notaba que iba tan borracha, o quizás metida, no me iban a dejar entrar, ni a ellas. Por un rato intenté parecer normal mientras esperábamos nuestro turno, aunque en la cabeza de Flora todo danzaba a velocidades vertiginosas. Menudas colas que había siempre en La Perla Negra, una discoteca muy famosa aquí, enorme, con tres salas y varias barras. Es el lugar donde toda la juventud, sobre todo universitaria, se concentra. De hecho, estás en la cola y conoces a casi todos.

El portero de la Perla Negra nos miró de arriba abajo. Son un poco falsos estos porteros, hay días que hemos entrado gratis y otros que ni de coña. Parecía ser un día especial porque al final nos dejó pasar sin pagar. Su mirada se detuvo varios minutos en mí. Temí que no me dejaran entrar, como me habían dicho ellas, pero al final no ocurrió. Parece que le había gustado al portero, oye. De todas formas, a mí un negro, algún día, así buen puesto, me apetecería para dar un empujón, ¿por qué no?

Estaba hasta los topes La Perla Negra. Y eso que tiramos para el fondo, pero estaba tan lleno de gente que nos costó hacernos un hueco para nosotras. Por suerte teníamos al lado la barra, y todas nos pedimos un nuevo cubata. Yo bailaba sin mirar a quien, y cuando me di cuenta me había bebido la copa entera y la recargué. Llevaba tal cogorza encima que la resaca la veía histórica desde ya.

En esto estábamos, nosotras tan pavas sacándonos una selfie que pusieron un temazo de nuestro DJ favorito. Y bien pinchado, con mucho pum y poca letra. De esto que te emocionas de repente, te vuelves loca y tus amigas te sigues, que empezamos a brincar al ritmo de los acordes. Y bueno, la liamos. Tampoco creo que fuera culpa exclusivamente mía, pero yo iba borracha como la que más.

Empezamos a empujar quizás demasiado a los que estaban detrás. Quizás provocáramos un estruendo en medio del estruendo. Quizás mi amiga Clara le pegara un codazo a un tío y eso llevó a que un par de vasos se rompieran.

Por ello, no tardaron en venir a por nosotras los de seguridad.

El primero era el mismo negro de la entrada. Yo tenía tal pedal en la cabeza que no podía parar sentada, y creo que por eso le parecí la más alocada, la que más había provocado el jaleo. Pero sé que no me llevó consigo por eso, que me quiso llevar retenida por razones que sólo podían verse en mi anatomía. Soy así de chula, que queréis que os diga. El portero me agarraba con fuerza del hombre, me hizo darle la copa y me dijo que tendría que seguirle. Yo protesté, evidentemente, pero no podía resistirme ni a su autoridad ni mucho menos a su fuerza, me sacaba varias cabezas. Pregunté por qué no me acompañaba ninguna de mis amigas, que en ese momento me miraban temerosas, intentando disimular lo que allí habíamos armado entre todas. “Qué zorras”, pensé. Y en esas, el portero me dio un empujón, para que empezase a caminar. Lo hacía con dificultad, con los tacones que me estaban matando los pies, esquivando cristales y pies de otras personas que, ellas sí, podían seguir tranquilamente en la pista de baile. Ir acompañada con el más que visible segurata hacía que las multitudes se fueran apartando a nuestro paso mientras me conducía a donde yo creo que estaba la salida.

Pero algo extraño ocurría.

El forzudo portero negro que tiraba de mí sin dificultad no parecía estar llevándome hacia la puerta de la discoteca, que estaba al fondo a la derecha. Me estaba llevando por detrás de la mesa de mezclas del DJ, pasando los baños… Un lugar restringido al público. Imaginé que habría allí una salida de emergencia más cercana.

Abrió una puerta negra del fondo y salimos a un pasillo de paredes grisáceas desconchadas. No me parecía que eso fuese una salida a ningún sitio. Pero él tiraba de mí con fuerza, mi oposición era inútil, incluso cuando intenté verbalizarla.

Al fondo del pasillo, al lado de una puerta entreabierta, aguardaban otros dos porteros. Eran de aspecto rudo, como aquél que me llevaban. Ambos eran latinos, de piel cetrina, y bastante altos, era imposible no dejar de mirar su físico fijamente. No dejaron de fijarse en su compañero y en lo que arrastraba… que era yo.

Sonrieron al verme, al ver mi aspecto de bebida y desorientada. Pero más aún al ver el incipiente escote que lucía y mis piernas bien tornadas. Sin decir nada, uno de ellos abrió ligeramente la puerta, que chirrió al deslizarse… El espacio de dentro estaba tenuemente iluminado, aún no podía vislumbrar que había dentro.

Yo estaba como paralizada, e intenté dar marcha atrás y volver por el pasillo a la discoteca. Pero el portero que me había llevado hasta allí me agarró fuertemente por la cintura y me alzó en el aire. Y me llevó en volandas dentro de la habitación, mientras yo chillaba y pataleaba de forma inútil. Sus dos compañeros entraron también y la puerta se cerró con un estruendo.

Recuerdo cómo mi cuerpo cayó casi inerte sobre algo blando que había en el interior de esa habitación, haciendo un ruido seco. Boté una vez sobre la superficie que me recordó a la de un colchón surcado de arrugas. Como pude ver más adelante, así era, una cama descuidada y casi destrozada, cubierta con una sábana llena de manchas difíciles de descifrar. Ante mí aparecieron tres figuras enormes: las de los tres porteros que me habían encerrado allí. Mientras mi cabeza daba vueltas por culpa del alcohol de baja calidad de esa discoteca…

Uno de los que habían estado esperando en la puerta se rio:

– Vaya… no solemos follarnos a ninguna putita que parezca tan decente.

Eso confirmó mis temores… nada difíciles de ser confirmados. Aquellos hombres corpulentos me habían elegido para violarme esa noche.

Intenté levantarme nada más escucharlo, pero me encontré con la oposición de media docena de brazos dopados de anabolizantes que me impidieron la maniobra y me retuvieron contra la cama. Me retorcía intentando luchar, pero era más que claro que una jovencita de cuerpo esbelto como yo podía hacer poco contra unas bestias de gimnasio. Sus fuertes brazos me clavaron mis carnes contra mi espalda presionada, causándome dolor… Grité, algo que no parecía importarles lo más mínimo. Al fin y al cabo, estábamos en los confines de la discoteca, el lugar que sólo estos trabajadores conocían.

Me habían inmovilizado sin esfuerzo. Uno de los porteros, el negro, estaba delante de mí, casi babeando al observar mi figura. De repente, como si fuese su deseo más profundo, me agarró del escote de mi blusa y empezó a tirar para revelar mis pechos. No podía mover mis brazos ni mis piernas, solo mi cabeza en gestos de negación y de advertencias fútiles hacia aquél incivilizado.

Imagino que ofrecía una estampa demasiado ardiente para aquellos tres hombres… Una chica medio borracha, una auténtica pija de discoteca con tacones, enseñando pechugas y pierna a más no poder… Una belleza como yo, tumbada en lo largo de la cama y siendo prisionera de aquellos trabajadores de la noche, dispuestos a hacer conmigo lo que quisieran.

Mientras los botones de mi blusa roja perdían fuerza e iban revelando mi desnudez, la cara del tío que me retenía los brazos se acercó a mi rostro. Era quien me había secuestrado, quien me trajo hasta aquí. Y yo, que intentaba resistirme, me tuve que enfrentar no solo a él, sino a otros cuatro brazos que anularon mis movimientos… Todos cooperaban para desnudarme, y la camisa al final se reventó. Habían desgarrado la tela tan cara, y los botones salieron disparados, dejándome con los pechos al aire. Pechos que siempre llevo sin sujetador, pues se mantienen turgentes y perfectos a mi edad.

Nada más verlos, su rostro se iluminó, pues sé ya de sobra, de todas las parejas con las que he estado, que mis pechos tan bien definidos y jugosos despiertan las mayores pasiones masculinas. No tardé en sentir como las manazas de los latinos, llenas de anillos, contactaban contra mi piel sensual, y cómo apretaban sin piedad, y me imprimían el frío de sus metales contra mi cálida turgencia. Se recreaban amasando estas perfectas piezas de la naturaleza con las que mi madre me había dotado, los pechos que todos los chicos miraban embobados en la facultad era un juguete sin valor en manos de estos animales. Me hacían daño al incidir sin piedad, al pincharlos, al estirar de mis pobres pezones. Me quejaba de forma inútil, pues sé lo sexy que yo estaba resultando en esos momentos.

Pero por otro lado, mientras los latinos salivaban y magreaban mis pechos, él buscaba más. Sin quitarme los taconazos, desabrochó el botón de mis shorts y dejó al descubierto mi tanga mientras tiraba de ellos con fuerza, para zafarlos. Intenté oponer algo de resistencia, motivada también por mi trasero, pues era bastante abultado y costaba quitarme los pantalones así como así. Pero en el momento en que sus colegas vieron que estaba tratando de desnudarme completamente, decidieron echarle una mano y empujaron mi torso firme contra el colchón para que no pudiera moverme. Y el pantalón vaquero salió por los muslos, dejando mi tanguita negro como la única prenda que me protegía ya.

Uno de los latinos, el que parecía más musculoso, me metió mano por encima de la prenda. Posó sus obscenos dedos por encima de mi cosita y hundió la tela para meterme un dedo. Me puse a chillar desconsolada, me sentía tan humillada… Y él no tardó en crear un puño, atrapando la tela anterior de mi tela entre sus dedos, y tiró para revelarme el sexo. Mi coñito apareció ante ellos, una tímida rajita.

– Mirad como se depilan las pijitas de bien de hoy en día…

Los tres observaron, cuando mi tanga ya andaba bajado a la altura de mis rodillas, cómo me había depilado el sexo y lo había dejado limpio, sin un pelito, porque mi intención era acostarme con un tío bueno de la uni… Pero no con ellos. Sacaron la tanguita y la tiraron al suelo lleno de polvo, y yo me había quedado completamente desnuda delante de esos desconocidos violadores. Aún tenía puestos los tacones rojos, contrastando con mi piel pálida y bien cuidada a base hidratantes de cremas nada baratas. Roja de vergüenza, intentaba cerrar mis piernas para proteger un poco mi sexo de sus vistas, y con mis manos tapar una ínfima parte de mis grandes pechos.

Fue, lo sé, el verme dominada y sin ropa lo que ya les agitó por completo. Los tres porteros empezaron como locos a deshacerse de sus ropas, sin inhibición ninguna. Dejaron atrás sus vestimentas, tirándolas al suelo junto a mi ropita sexy casi destrozada. El más adelantado fue el negro, el que primero se deshizo de la camisa del uniforme y del pantalón. Recuerdo bien que su torso era casi invisible en la relativa oscuridad de aquella habitación, pero que su figura era enorme como la de un toro, de gruesos músculos que certificaban que ese trabajo de portero lo realizaba con buenas aptitudes físicas. Nunca, y lo aseguro, uno de mis compañeros eventuales de cama había tenido tal cuerpazo, y no estoy seguro de si lo habría deseado. Parecía dispuesto a romperme entera….

Y yo, parecía hipnotizada mirando su cuerpo, pues el bóxer en lo que se había quedado su vestimenta era amenazador para mí.

– A esta pijita seguro que no le han metido nunca una buena verga morena. Dejadme que le enseñe lo que se pierde…

Estas palabras habían sido pronunciadas por el negro, que se bajó el bóxer para revelar lo que había anunciado. Ya la prenda interior se encontraba muy deformada antes de hacerlo, como si su miembro no pudiese estarse quieto dentro. Horrorizada, contemplé el aparato que aquél africano guardaba entre sus piernas. Me pareció descomunal, así lo digo, ¿qué era aquello? Mira que me gustaba el sexo y me había follado unas cuantas, pero nunca había visto algo que se le pudiera parecer. Sus dimensiones eran extremas, lo juro. Qué peluda era, tenía tanto vello y era tan largo y rizado… Ya estaba bien erecta, en su plenitud, y era gruesa hasta el punto de ser increíble, y tenía una longitud que casi se podía comparar a la de su brazo peludo. Gruesas venas surcaban su dimensión, y el glande estaba muy hinchado. La polla entera del negro latía de nerviosismo, y a cada latido parecía crecer un poco más. ¿Me iban a meter eso?

El negro desnudo se acercó a mí con una cara que me asustaba. Y en ese momento, sin pensarlo, me dio un beso. Mis labios perfectos y cubiertos de gloss contactaron con aquellos labios fríos y rugosos como la lija. Y no era mis labios lo que quería, sino meterse, como hizo, hasta lo más profundo de mi garganta, su lengua de buey me estaba llenando de saliva con olor a porro y me estaba ahogando… Salió de mi boca, y dijo:

– Menuda preciosidad con la que me he liado esta noche… – y se rio con una voz estentórea y cascada que me creó una inmensa sensación de desapego.

Empezó a acariciarme el cuerpo sin mucho mimo, porque yo sabía, desde ese momento, que solo quería metérmela y ya está. Chillé, intenté zafarme, tenía miedo… Miedo como si fuera una niña, como si los recuerdos de mi primera vez volvieran a ser reales, con lo que me había dolido… Pero eran tres, allí se acercaron los otros dos latinos, también corpulentos y desnudos, con sus pollas mirando el techo, para agarrarme de los muslos y muñecas e impedir toda huida. De modo que ahí quedé, retenida a la fuerza, mientras sentía como me separaban los labios del sexo y mi pretendiente negro se abalanzaba sobre mí.

Fue realmente doloroso para mí, aunque para nada era una virgen. Cuando la polla del negro se abría paso en mi vagina, sentía como me estaba ensanchando como nunca antes lo hizo un sexo masculino en mi interior. Era tan gruesa que era difícil que mi vagina la aceptase, es como si mi vulva se estuviera desgarrando, mis tejidos sexuales no aguantaban la presión a la que estaban siendo sometidos…

Y esa sensación iba en aumento cuanto más me invadía él. No pude dejar escapar algún quejido a medida que me dejaba bien abierta, especialmente cuando sentí que su glande había llegado a lo más profundo de mi vagina y me presionaba causándome un pinchazo al final de mi intimidad.

Mi conducto vaginal latía nervioso, como si estuviese al borde de un gran peligro con aquel espectacular pene anclado en mí. Estremeciéndome del dolor, miré hacia mi pubis para comprobar cómo aquél ogro me había penetrado de forma tan brutal. Mi estrecho sexo se encontraba empalado por aquél grueso palo que con esfuerzo había conseguido meter hasta el fondo. Apenas quedaban unos centímetros fuera de mi entrepierna y él seguía empujando contra mi conducto por enterrarlos, hiriéndome… Su poblada mata de vello chocaba contra mi pubis blanco y depilado y podía sentir a sus dos gordos testículos llamando contra mi pubis.

No sabía que me sabía peor, si el dolor de la estocada latente en mí, o el hecho de que no hubiera ninguna protección de por medio. Tan acostumbrada a exigir siempre el preservativo, yo nunca tomé la píldora… Quizás ahora es cuando más lo hubiera necesitado.

Y mis piernas, allí abiertas, soportando cada embestida de las que pronto empezó a darme. Nunca me habían abierto así, con tanto poca delicadeza, aquél negro era una criatura salvaje que embestía contra mi dolorida intimidad sin piedad. A cada empujón, yo sentía que me estaba haciendo un tremendo daño, que era anatómicamente imposible que me entrara entera, pero él empujaba y me hacía pedazos hasta que lo consiguió entre tanta y tanta follada. Me manejaba como le daba la gana, mi coñito era su hogar, como lo habría sido el de tantas putitas blancas que habían pasado por sus garras. Y cada empujón me hacía sentir no solo la dureza exagerada de su polla, sino también el calor abrasador que me estaba quemando por dentro.

Pero se sentía tan bien…

Sí, así lo digo yo, Flora. Se sentía tan bien. Me estaba cabalgando y podría haber destrozado de esa forma el sexo de cualquiera, y posiblemente también el mío. Pero a mí me estaba dejando loca, sin sentido. Joder, qué bien que me metía la polla hasta el fondo, con qué ritmo… Se notaban esas horas de gimnasio, esa fuerza de cazador que quiere realizar bien el acto y que no suelta a su presa. Y su presa era yo, ni acorde a su constitución, ni a su bravura ni a su edad, pero me estaba follando bien follada, que es lo que toda mujer necesita y no siempre encuentra. Ahí, ahí estaba yo, la pija, bien abierta, con el pubis levantado para encajar todos sus golpes y retorciéndome de placer con cada impacto que ese misil daba en mi interior. Me estaba derritiendo por momentos, sentía un calor tan agradable en medio del imparable azote que me daba su sexo desgarrando el mío…

Completamente ido, mientras acometía brutalmente contra mi maltratada conchita, oí unos bufidos tremendos que el negro soltaba mientras me empujaba cada vez con más potencia. Y tras ser consciente del calor que emanaba su candente hierro clavándose en mi intimidad, presa del pánico, empecé a intentar resistirme a que intentase su descarga final. Pero mi frágil cuerpecito no podía luchar contra aquella mole oscura que me poseía…

En cuestión de segundos, el negro anunció chillando que se corría.

– ¡No! ¡No por favor, eso sí que nooooo! – dije yo con tremenda agonía.

El solo imaginarme preñada a mis diecinueve era una imagen que no casaba conmigo. Pensaba que eso solo podía pasarle a gente como la choni de mi clase, que a los dieciséis ya tenía un bombo espectacular que le hizo abandonar la secundaria. Yo no quería acabar así, y menos que naciera de aquella situación. Pataleé para resistirme, chillé como una loca.

El enorme negro agarró mis nalgas con sus manos y aprovechó para enterrarme su hirviente polla en lo más hondo de mi vagina. Casi haciéndome daño contra el útero, su tronco duro y desafiante me deformaba el sexo mientras mi amo gritaba, preso de la más contundente excitación. Y sí, de la punta de su miembro negro comenzaron a salir despedidos unos densos chorrazos de semen que me empezaron a mojar entera. En mi vida recuerdo una corrida semejante dentro de mí, que contara con tal cantidad de esperma… Parecía lo menos un litro lo que ese salvaje estaba eyaculando, riadas de espesa sustancia blanca eran disparadas sin piedad al fondo de mi útero… Gemí, en parte de placer, lo reconozco, pero también porque me estaba llenando hasta el tope ese animal que no dejaba de correrse, porque su semilla caliente me estaba irritando mi feminidad, porque el muy bestia seguía empujándome para descargar en mi toda su hombría.

Saturada ya, pues juro y dejo constancia de que su descarga ya no me cabía ni en el útero ni en la vagina, y creo que ya me mojaba las trompas hasta los mismísimos ovarios, estaba realmente asustada de haber sido inseminada de esa manera.

Tras unos últimos chorros que ya no me cabían, parece ser que el hombre acabó su orgasmo y cayó rendido encima de mí. Sentí su peso machacándome las costillas, y la dureza de su polla que seguía sin salir de mi interior, mi pubis mojado por dentro me hacía parecer más pesada. Empujé para apartar al negro encima de mí, o al menos para sacar su sexo de mi maltrecha rajita, pero su polla estaba atascada en mí y no conseguía retirar al negro, que se había empeñado en no moverse. Tras lo que yo creo que fueron 5 minutos, tras sufrir que el líquido siguiera haciéndome cosquillas y embarazándome por dentro, su polla comenzó a perder dureza y cuerpo, y lentamente fue dejando más sitio en mi vagina. Noté como el mar de semen comenzaba a arrastrarse por mi estrecho sexo, mojando al suyo, y se aproximaba a mis labios externos. Al sentirlo él, también decidió hacerse a un lado, y fijó su mirada ansiosa sobre mi entrepierna. Recostado sobre mi rodilla, tenían una buena vista de lo que allí ocurría. Él y los otros dos porteros.

Yo, con mi pelo completamente revuelto, yacía sin fuerzas en la cama. Despatarrada como estaba tras el brutal coito con aquél semental negro, sentí como mi coñito evacuaba cantidades nada despreciables de aquella crema blancuzca. Ellos pudieron ver como mi sexo latía, y a cada latido salían chorros densos de esperma depositado en mi interior, que se agolpaban sobre la piel de mis rosados labios externos y se vertían de forma obscena y desordenada, como una cascada blanca a la que le cuesta avanzar. Caía el reguero sobre la sábana sucia llena de humedades y manchas que no me atrevía a descifrar, el semen con el que ese negro me llenó caía de mi fuente del sexo y se sumaba a la contribución de cuantas chicas más que hubieran caído en sus manos. Sentía que, pese a estar derramando una gran cantidad de esperma, aún me quedaba una buena reserva en mi interior, dado lo inmensurable de su corrida. El espectáculo se plasmaba a la perfección en los rostros de los tres porteros.

Pero no solo en ellos, tardé en ver que los otros dos estaban agitando con fuerza sus pollas, y al parecer desde hacía ya rato, durante todo el polvo que habíamos mantenido el negro y yo antes. Ya se oían con claridad algunos bufidos de elevado tono que uno de ellos profería. Adelantándose hacia mí, más concretamente, hacia mi rostro, me colocó su portentosa verga ante mis ojos mientras movía su mano casi convulsiva. Era un latino, el menos fuerte físicamente de los dos, aunque eso no quería decir precisamente poco. Decidí incorporarme, sin saber muy bien que hacer, quedé sentada en la cama, aún mi sexo ardía…

De repente, una ducha saltó de su miembro y aterrizó en mi cara. Continuó durante varios segundos, una lluvia de caudalosos chorros de esperma que impactaban contra mis mejillas y mis ojos cerrados y se deslizaban hacia abajo.

Me ardía la temperatura de su hombría en mi rostro maquillado, y a cada gota me sentía inundada por un líquido que jamás había conocido en tanta cantidad… Las riadas de semen me cubrían los labios y la barbilla, y ya algunas gotas caían manchando mis pechos con una graciosa y excitante firma.

Abrí los ojos con dificultad, pues el esperma se había quedado atascado en mis pestañas… Tras esa visión lechosa pude comprobar el regocijo de este portero latino tras haberse corrido en mi cara. Yo tenía que estar dando una imagen completamente lujuriosa, lástima de no poder verme. Porque sí, creo que me hubiera encantado poder ver mi rostro corrido…

Al lado del portero que había rematado su faena, el otro seguía batiendo su polla, e imaginaba que terminaría cubriéndome al igual que su compañero. Pero me sorprendía su aguante, pues ya debía de llevar bastante tiempo masturbándose. Si había empezado a la vez que el otro, el cual también había durado bastante antes de correrse, ¿no debía hacerlo también él en breves?

Pronto vi que no, que al menos no era esa su pretensión. Este último portero era también de origen latino, con la piel muy tostada y facciones surcadas por una piel áspera. Llevaba el pelo rapado, y en su torso tenía una esvástica gigantesca. Todo eso me estaba creando un temor interno bastante difícil de ocultar, la verdad: una chica, y menos una chica de clase alta como yo, no se encuentra delante de tipos como ése muy a menudo, y mucho menos desnuda…

Se quedó a medio metro de mí, observando como el semen recorría lentamente mi piel, casi como si pudiera medir a la temperatura que estaba, como dejaba de estar tibio para enfriarse sobre mi perfecto cutis… Me intimidaba con su mirada, fija, fría. Sin mostrar ningún estado de ánimo me miró el coño, donde aún me salía un torrente de semen que me bañaba la entrepierna… El latino neonazi me miró, y yo supe sin ninguna duda que el juego continuaba, y que ahora continuaba con él, que yo no podía escapar de allí. Un escalofrío me recorrió al recordar el polvo con el negro, que me había dejado casi para el arrastre, que había sido el sexo más duro que jamás me habían dado a mí, a Flora Coslada.

Pero a Flora Coslada, hace unas pocas horas reina de las pijas de su universidad e inalcanzable para la gran mayoría de hombres, le había gustado esto… Sentí que una nueva Flora había nacido desde que recibí esa inyección de esperma del poderoso negro. Y la nueva Flora estaba mirando al neonazi entre el temor y la más sorprendente excitación.

La Flora que yo no me esperaba fue la que se puso de rodillas, miró desafiante a los ojos oscuros del latino, y enterneció el semblante, a la vez que pasaba una mano suave por mi cuerpo. Con este gesto, yo misma le indiqué al peligroso moreno que estaba a su disposición, y que me hallaba exultante, que por favor no tardara…

Eso pareció conmover al impotente neonazi. Sin dejar de agarrar la polla, dio una orden a sus dos compañeros para que me agarraran. Al momento, sentí como los brazos musculosos del negro que me había follado y el latino que se corrió en mi cara me agarraban de los brazos y de los hombros, y me voltearon para dejarme boca abajo, con mi cara restregada sobre el colchón. Me dolió un poco internamente pensar que ahora que yo me quería deleitar con el sexo, ahora que yo, encendida por la libido, ofrecía mi cuerpo, mi semental no quería saber anda de ello y prefería seguir tomándome a la fuerza. Y sentí como me agarraban de las caderas, como las elevaban hasta dejarlas muy por encima de mi torso. Me consideraba en ese instante una muñeca en manos de aquellos despiadados, pero una muñeca atractiva y deseosa de lo que estaba a punto de ocurrir. Porque lo sabía.

Sabía que ese capullo no quería meter su polla en el agujero que estaba a rebosar de leche, apuntó directamente a mi ano. Yo, nerviosa entera, no pude reprimir una sacudida a lo largo de mi cuerpo, pues pese a mi sumisión totalmente consentida, yo estaba ante algo nuevo. Nadie jamás había osado ni proponerme metérmela por atrás, mi trasero se conserva totalmente virgen, y siempre he tenido cuidado de que así fuera. Pero en aquél momento… No me importaba dar mi virginidad anal, lo más sagrado que podía quedarme, ni siquiera a ese sujeto de apariencia tan inmunda.

Con timidez, entre la caída de mi pelo sobre mis hombros, podía ver a cuatro patas que estaba ocurriendo detrás de mí. Veía la palidez de mi piel recortada contra la morena piel del latino, veía su esvástica amanecer por encima de mis nalgas y vi su gran polla: de dimensiones comparables a la del negro, con cierto grado de falta de higiene, bien enhiesta y surcada de rollizas venas por todo el tronco, y con pelos gruesos y rizados que cubrían los grandes y pesados testículos. Esa fue la última imagen que tuve de su miembro antes de que quedara vedado a mi vista al empezar a puntear entre mis nalgas. Y sí, sentía ese gran y aparatoso glande chocar contra la fina carne de mis perfectas nalgas, mis hinchadas carnes comenzaron a deformarse desde el momento en que la punta de ese pene toco y empezó a introducirse sin vacilación por mi orificio superior. Tensa, mis manos se crisparon con más fuerza y agarraron las sábanas como si pudieran quebrarlas, sentí como mi boca se abría como por reflejo de gritar… Y sólo quería saber más y más. La verga comenzó a meterse por donde no parecía posible, mis carnes prietas se quejaban, pero el neonazi no vacilaba y me enfilaba seguro de su empeño. Sus centímetros, el grosor de su tronco se fueron infiltrando en lo más profundo de mi culo. Sentía como se me partía el alma, como de mi garganta salían alaridos mientras él me penetraba sin cuidado ninguno, las lágrimas mojaban mis ojos mezclándose con el esperma ya casi reseco mientras mi culo se abría con dolor. El pobre trasero de una adolescente no preparada, como lo era yo, se resentía, casi podía ver que por dentro me creaba heridas sangrantes y un excelso sufrimiento, pero yo, en medio de mi ansiedad, resistía estoicamente porque quería verlo pleno, lleno dentro de mí. Y así me la metió, cuando ya tenía confianza de haberse hecho un costoso hueco dentro de mi virgen reducto, dio un empujón monstruoso para meterlo hasta lo más profundo de mí. Y yo ahí sí que chillé y lloré como una verdadera niña, porque el dolor era insoportable, me sentía la más puta del barrio, la más despreciable chica que había conocido en mi vida, la más sucia, al tener la polla del forzudo neonazi clavada hasta lo más profundo de mi culo…

Y Dios… ¡Cómo me había puesto de cachonda! Me volvía a latir el sexo con una fuerza inédita…

El neonazi, arrodillado contra mi culo, empezó un bombardeo cruento contra mí. Su polla estaba retenida entre mis carnes, pero él ponía todo esfuerzo posible en desengancharse, en arrastrar y rozar de nuevo mis músculos internos para volverme a encajar su pene dentro de mí. Y al de poco rato me batía como a un objeto inerte, a mí, que me había desflorado el culo y probablemente me lo había destrozado de por vida con su violenta intromisión. Yo me movía, llevada por su compás y pegando rebotes sobre el asqueroso colchón, mientras él salía y se metía de mi ano una y otra vez, con muchísima fuerza. Sentía que estaba muy, muy dura y su contacto en cada golpe contribuía a crear un enorme eco que se extendía a todos mis nervios. El neonazi, visiblemente contento pues hasta podía oír su sádica risa, empezó a azotarme con una de las manos, dejando su dura impronta en mis bellas carnes, mientras con la otra mano me agarraba fuertemente de la cintura para seguir culeándome. Pero pese a la brutalidad, al destrozo que cada golpe y cada penetración suponía dentro de mis entrañas intestinales, notaba cómo algo me estaba gustando cada vez más, ya os lo he dicho, era el latido de mi coñito lleno de semen hasta arriba… Y esa sensación de calor interno era compartida por mi dolorido ano, yo me sentía más plena que nunca… Mis quejidos de dolor empezaron luego a ser casi un silencio, para empezar a tornarse en una complicidad manifiesta.

Y así es como yo misma, casi paralizada, saqué fuerza de donde no las tenía para acompasar el ritmo de sus penetraciones, para hacer que la fuerza con la que el neonazi me embestía se aprovechara al máximo para que me la metiera lo más adentro posible, para que su pelvis peluda pegase bien fuerte contra mis azotadas nalgas. Yo, Flora, estaba contribuyendo a que me follaran el culo de forma perfecta. Estaba completamente resentida de la lija que estaba suponiendo su rabo atascado en mi culo, pero quería más y más… Con ninguno de mis rolletes había experimentado tal pasión en el acto sexual. A este punto, yo ya no gemía, chillaba de placer a cada contacto, mis manos me hacían cabalgar la cama como si yo fuera la patrona del barco y mi cara miraba desafiante a los dos porteros que gozaban con mi sodomía. Me había crecido, me sentía de una vez liberada mientras me rompían el culo.

Las embestidas, gracias a mi acople a sus movimientos, empezaban a ser cada vez más despiadadas, cada vez volcaba más sus peso encima del mío. Le oía jadear, me tomó mis pechitos entre sus manos y los estrujaba a cada empujón que me propinaba, lo cual hacía que mi placer se conjugara ya estupendamente entre mis senos y mi entrepierna, me creía cada vez más en el cielo. El muy cabrón escupió sobre mi nuca y la saliva resbaló por mi pelo alisado, me empezó a llamar de todo (recuerdo que dijo varias veces “¡zorra!” y “¡pija putita!”, y que yo le dije que en efecto, así podía llamarme), y sus dedos hercúleos ya atosigaban con tal presión a mis tetas que me estaba dejando marca mientras yo chillaba y experimentaba las sensaciones propias de una hembra en celo. Sentía, de nuevo, ese calor que se empezaba a licuar en mi sexo, que me estaba mojando a chorros, que mi fluido femenino enjuagaba mi cavidad ya abonada con el semen del negro mientras experimentaba el inicio de un orgasmo bestial… Sí, me descontrolé, y visiblemente se me notaba, creo que hasta podía oírse por todo el garito a pesar de que estuviéramos en sus confines, que todos los chicos y chicas de la discoteca podían oír mi éxtasis y mis gritos cachondos cuando me estaba corriendo. Y ojalá hubieran aparecido por la puerta, en aquella inmunda habitación, para verme y no olvidar jamás el mejor de mis orgasmos.

Esto, claro está, también lo percibió mi amante neonazi, y creo que fue el desencadenante de su corrida. El verme, a mí, una chica tan bien parecida, mona y formal, derretirme de placer mientras me daban por culo, le dio el pistoletazo de salida para acabar. Y tras una serie de arremetidas que me dejaron sin aliento, que me marcó mi interior con la huella imborrable del contorno de su enorme sexo, decidió apretar hasta el fondo de mi ano, y de mí como persona mientras me clavaba el pubis contra el colchón y él se tiraba salvajemente sobre mi espalda. Y ahí es cuando recuerdo que explotó. Dentro de mí. Vertió su dura y densa capa de esperma, en caudales portentosos y bien cargados, sentí como su semen era violentamente expulsado y me empapaba mis carnes magulladas, como su asquerosa leche de tono amarillento y viscoso me llenaba el culo por dentro sin parar, y como yo quería que no se agotara. Y tardó en hacerlo, varios chorros aún salieron de su polla para rellenarme el culo de esperma hasta que pareció que ya no me entraba más, y sacó su miembro aún goteante de mi interior. Yo tumbada, hecha polvo, sentí como me tomaba la cara, y me caían desde el cielo las últimas gotas que su aparato sexual aún ordeñaba. La leche me manchó de nuevo los labios, los párpados y la frente, parte del flequillo mientras yo, deseosa, chupaba ese miembro divino para degustar hasta el último deje de sabor a hombre. Él sonreía, y yo ponía la mayor cara de guarra que jamás imaginé mientras me ardía el culo y se iba curando con el bálsamo de su esperma, mientras tenía el coñito mojadísimo de semen y jugos, y prácticamente todo el rostro cubierto de más leche masculina. Y sentí como los tres hombres me miraban, a mí, que me había degradado, y que de pija ya no tenía ni el alisado del pelo pegajoso. Me observaban, cubierta de blanco en ese lecho del deseo, mientras aspiraba grandes bocanadas de aire para calmar el intenso calor que me inflamaba el cuerpo, y de vez en cuando recorría mi sexo, mi ano para recoger más de esa bacanal de lava blanca que me recorría y metérmela a la boca…

Ellos, lo supe, no habían acabado. Y yo, tampoco.

Rápidamente se estaban sus pollas poniendo bien duras. Y yo, la nueva Flora Coslada, cogí una botella que estaba tirada en el suelo mientras no dejaba de mirarlos, la destapé y pegué un trago largo de whisky a pelo, algo que siempre me hacía toser, pero no aquella vez. Mientras sentía los efluvios del alcohol de nuevo atontarme y volverme más dócil, me recosté abierta de piernas sobre la cama, retiré sensualmente mi pelo y lo hice caer a un costado, sobre mi blanca y apetitosa piel, mientras con un dedo incité a esos depredadores sexuales a que vinieran de nuevo a por mí…

E imaginaros, de nuevo, cómo esos porteros de discoteca extranjeros, violentos y de vida de bandas, con músculos hinchados a anabolizantes y con sus pollas gigantescas, duras y de grandes capacidades en cuanto a volumen de eyaculación, se acercaban a mí con la intención de volverme a dar la follada de mi vida, y todas las que hicieran falta hasta bien entrada la mañana. Y como me podríais ver a mí, esa niña de diecinueve añitos, esa pijita resabiada y coqueta, de facciones tan dulces… como me podríais ver a mí tirada sobre esa sábana sucia y en ese ambiente depravado, totalmente desnuda, con el esperma aún húmedo sobre mi piel y órganos, y con la lengua relamiendo mis labios con gloss, absolutamente deseosa de que me volvieran a reventar…

___

Así acaba la historia de Flora Coslada. Espero que les haya gustado. Este relato está inspirado y pedido por la propia Flora, lectora y fan de mis relatos. Les animo a compartir sus fantasías conmigo, ya sea por comentarios o al correo electrónico.

cantydero1@hotmail.com

 

Relato erótico: “La violé por amor” (POR AMORBOSO)

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Hace tres semanas que salí de la cárcel. Me han tenido dos años por robar cuatro euros de nada. No les importó que fuera para comer mi madre y mi hermana. Me encerraron y las dejaron desamparadas.

En estos dos años se han llenado de deudas, porque los prestamistas saben que yo respondo por ellas y les han dado lo que necesitaban. Ahora me toca a mí devolverles el dinero y los intereses, que son muchos. Por eso es que ahora tengo que trabajar más para pagarles.

La semana pasada había quedado con un amigo para que me recogiese e ir juntos a dar un palo a unas naves industriales sin vigilancia. Nos habíamos enterado de que esa noche guardan bastante dinero. Suficiente para cancelar la deuda.

Mientras esperaba en una calle entre mi casa y la suya a que me recogiese, algo distrajo mi atención. Vi que salía una preciosa muchacha de la casa de enfrente. Dediqué un instante a admirarla. Ella, cerró la puerta y se colgó el bolso de su hombro. En este gesto, quedó enganchada su corta falda en él y me mostró sus largas piernas y una buena parte precioso culo, donde no pude apreciar si lleva tanga o nada.

Toda ella era provocación. El top pequeño y apretado, empujado por unos pechos generosos, una minifalda negra y las botas de tacón, casi no cubrían su cuerpo. Rubia, buenas tetas y culo redondo completaban la imagen. Creo que me enamoré de ella en ese mismo momento.

-Mmmm Qué a gusto me follaría a esa tía. Voy a seguirla.

Me dije para mí solo.

Llevo dos años sin follarme a una tía, matándome a pajas en chirona y, como mucho, algún culo. Por lo que sólo con verla se me puso dura al instante. Y no sólo por llevar tanto tiempo sin mujeres, sino porque ella era especial. Desde que salí me he cruzado, hablado y mirado a cientos de ellas, pero ninguna me ha causado tanta impresión.

Está empezando a anochecer, ella tomó la dirección desde la que tenía que venir mi amigo. Yo la seguí por la otra acera, sin dejar de mirarla, hasta que el sonido de un claxon me hizo ver que mi amigo me esperaba. Nada más entrar en el coche, le dije:

-Rápido Cañas, da la vuelta y sigue a esa tía. Me la quiero follar esta noche.

-¿Pero estás tonto, Richi? ¿Vas a perderte un palo como el de esta noche que nos hará vivir como reyes una temporada? ¿Y encima por una puta como esa? Con lo que nos vamos a repartir, puedes tener putas de esas a cientos.

Además de no poder hacer nada, porque había arrancado rumbo a nuestro destino, tuve que reconocer que tenía razón. El trabajo salió perfecto. Cuando terminamos, yo seguía empalmado, por lo que pedí al Cañas que fuésemos de putas, pero llegamos tarde y ya habían cerrado.

No pude más y tuve que hacerme una paja apoyado en el coche, ante las risas del Cañas al principio, y con su compañía después, apostando a quién duraba más. La apuesta de las dos cervezas la ganó él.

Durante toda la semana he estado controlando sus salidas y entradas. La he visto quedar con sus amigas, la he visto pasear con su novio. La he visto subir al coche de él y volver ya de noche moviéndose extrañamente al bajar del coche. Cada día me gustaba más. Estaba enamorado de ella.

Intenté entrarle varias veces, tanto cuando estaba sola como cuando estaba con sus amigas en el bar, pero en todas ellas o bien me rechazó o bien me ignoró.

Pero yo no podía vivir sin ella. Necesitaba hacerla mía y ayer, por fin, me decidí. Si no quería por las buenas, sería por las malas, pero iba a ser mía sí o sí.

Pedí prestada la furgoneta al Chata, la limpié bien de todos los restos metálicos y virutas de chatarra que tenía para no salir heridos y eché un viejo colchón en su interior. No tiene ventanillas laterales, y si tiene un separador de malla entre el conductor y la caja, sobre el que puse un gran trozo de tela. Compré una caja de viagra, distraje unas esposas, un antifaz, una bola y una cuerda en un sex-shop, mientras compraba una caja de condones y me fui a buscarla. Aparqué en un callejón por el que pasaba habitualmente y que siempre estaba vacío y esperé a que llegase.

Cuando la vi llegar, me puse un pasamontañas que solamente dejaba visibles mis ojos y labios, y preparé el cuchillo de monte. Mi corazón latía a mil por hora. Estaba más nervioso que en cualquier robo, atraco o acto vandálico en el que hubiese estado, ni siquiera en mi primer robo estaba así. Al pasar a mi lado, abrí la puerta corredera lateral, salté de golpe a cogerla del brazo y tire de él haciéndola caer en el interior, al tiempo que la puerta se cerraba sola.

-Aaaaayyy. ¡Pero qué…!

Con el susto de mi aparición al abrir la puerta y la sorpresa, no le dio tiempo a reaccionar. Me eché sobre ella, coloqué la mano sobre su boca y el cuchillo en su cuello y le dije:

-¡Si gritas te corto el cuello! Estate muy calladita. ¿Lo has entendido?

Hizo un movimiento afirmativo con la cabeza.

Me puse a caballo sobre ella, con una rodilla a cada lado, sujetando los brazos bajo ellas y coloqué el cuchillo en su garganta, pinchando ligeramente.

-¡Abre la boca todo lo que puedas!

-¡Por favor no me haga…!

-¡CALLATE Y ABRE LA BOCA! – Le grité al tiempo que pinchaba y hacía salir una gota de sangre de su cuello.

Lo hizo y rápidamente coloqué la bola bien adentro y la sujeté detrás. Ya sin poder gritar, liberé sus brazos, adormecidos al cortarles la circulación con mi peso, la hice darse la vuelta y coloqué las esposas en sus manos. Luego le até los muslos juntos, por encima de las rodillas y de ahí a los tobillos e hice que doblase las rodillas para atarlas a las esposas. Quedó totalmente empaquetada e inmovilizada boca abajo.

Salí para ponerme al volante y conduje hasta las afueras de la ciudad. Aparqué en una zona boscosa, a cubierto de miradas indiscretas, que ya había utilizado en otras ocasiones con mis amigos para nuestras actividades delictivas. Me metí en la parte trasera y cerré las puertas para evitar posibles interrupciones indiscretas.

-Bien, putita, vamos a ver ese cuerpo

Llevaba un vestido corto y fino, de tirantes, que se le había subido hasta enseñar la lorza que su culo redondo, (su maravilloso culo), hacía con sus piernas. La subí todavía más, dejando a la vista el hilo de su tanga.

-ZASSSS, ZASSSS

Le di un golpe en cada cachete.

-Buen culo. Me va a encantar follarlo.

-MMMMM, MMMMM, MMMMM, MMMMM.

-¿Lo estás deseando, eh?, no te preocupes que todo llegará. Te voy a desnudar y más vale que colabores. Si colaboras, terminaremos pronto y saldrás viva y sin daño de aquí. Si no lo haces te haré lo mismo pero sufrirás más.

Omití lo de salir viva intencionadamente, pero no debió de darse cuenta.

-Ahora voy a soltarte las manos, espero que no hagas tonterías.

Desaté la cuerda de sus manos, lo que le permitió bajar las piernas, y solté las esposas. Le di la vuelta para dejarla sentada. Bajé los tirantes de su vestido, pero ella intentó evitarlo llevando sus manos a las mías para impedirlo.

-NNNNN PFMMM

-ZASSSS ZASSSS

Me deshice de su mano y le di un bofetón con todas mis fuerzas y seguido, otro en el otro lado. Cayó de lado sobre el colchón llorando.

-Si prefieres esto, yo no tengo inconveniente en seguir. ¿Quieres más?

Negó entre lágrimas. La agarré del pelo y volví a colocarla sentada. Esta vez sí que se dejó bajar los tirantes del vestido y hasta colaboró en sacar los brazos. No llevaba sujetador. Ante mis ojos maravillados quedaron sus preciosas tetas, como pirámides de Egipto incrustadas en su pecho.

El movimiento de bajar su vestido, me llevó a acercar la cabeza a ellas y no pude evitar sacar la lengua y lamer uno de los pezones. Enseguida, la mano de ella fue a cubrirlo, apartándome la cara.

-ZASSS.

Una nueva bofetada la tiró de costado. Volví a levantarla tirando del pelo.

-¿Qué te pasa zorra? Es que no entiendes o es que te gusta que te sacuda. ¡Eh! ¿Te gusta que te sacuda?

-MMMMmno.

Negó con la cabeza

De un empujón, volví a tumbarla sobre el colchón y terminé de sacarle el vestido por los pies. Desnuda estaba impresionante sus tetas, grandes y tiesas, su cara de líneas suaves, que no le perjudicaba su pelo revuelto y despeinado, su tripa plana, su coño apenas cubierto por un triángulo minúsculo y transparente a través del que se vislumbraban sus pliegues sin la más mínima muestra de pelo.

La volví a poner boca abajo para admirar su culo y acariciarlo, sintiendo los pequeños temblores de su cuerpo que eran más pronunciados en él. Lo recorrí con mis manos, acariciándolo, para terminar con dos palmadas en sus cachetes al tiempo que le decía.

-Venga, cariño, no perdamos más tiempo.

Solté las cuerdas de sus piernas y, cuando se vio libre, intentó moverse, pero un puñetazo en la espalda, la dejó totalmente inmóvil. Luego volví a colocarla boca arriba

Como la cuerda era larga. Até su tobillo derecho con su muñeca derecha y llevé la cuerda para pasarla por un agujero en uno de los lados del chasis de la furgoneta, hasta otro agujero igual en el otro lado, para terminar atando su otra muñeca y tobillo. Con esto, quedó totalmente abierta, con los pies elevados e inclinados hacia su cabeza.

Saqué de nuevo el cuchillo y rodeé con la punta sus pezones, mientras ella miraba aterrorizada, fui bajando por el pecho, su estómago, hasta llegar a su tanga, por el qué metí la punta, para desplazarla hasta la tira lateral y cortarla, luego hice lo mismo con la otra. Guardé el cuchillo, con un suspiro de ella y retiré la prenda cortada.

Bajé mi nariz hasta su coño, buscando encontrar su olor, sorprendido, me encontré con que mostraba algunas gotitas y los bordes humedecidos. Se estaba excitando. Me desnudé completamente, dejándome solamente el pasamontañas y me coloqué entre sus piernas, y me puse a acariciar sus pechos con ambas manos, estrujándolos. Su turgencia me fascinaba. Disfruté un rato amasándolos Cuando cambié para chupar uno de sus pezones, pude sentir su gemido a pesar de la mordaza hasta que se le pusieron duros. Baje por su pecho y vientre pasando la lengua por donde antes había pasado el cuchillo, hasta que llegué a su coño. Estaba totalmente depilado y suave como el de una niñita.

Lo recorrí alrededor con mi lengua desde encima de su clítoris, bajando por un lado, hasta el perineo y subiendo por el otro. Le di varias vueltas, acercándome cada vez más a su raja, sintiendo cómo se iba excitando. Poco a poco se iba abriendo, dejando ver parte de su intimidad con algo de humedad, a la espera de que mi lengua la recogiera.

Bajé hasta su ano, que intenté forzar con mi lengua. Sorprendentemente se abría ante mis ataques con facilidad. Ensalivé bien mi dedo medio y se lo metí sin problemas en su culo.

-Veo que le das mucho uso a tu culo, ¡eh puta! Me hubiese gustado rompértelo, pero ya que no es posible, espero disfrutarlo bien.

-MMMMMM MMMM

-Sí, ya sé que tú también. Te voy a quitar la mordaza y me vas a chupar la polla hasta que me corra. Te lo tragarás todo y me la dejarás bien limpia. ¿Entendido?

Asintió con la cabeza. Yo me separé de ella, me tomé una viagra y preparé un bulto con su ropa y la mía para ponerlo bajo su cabeza. Le puse el antifaz y solté la mordaza. Entonces pude quitarme el pasamontañas, que me estaba asfixiando de calor

-Agua

Fue lo que dijo casi sin voz. Le puse la botella que llevaba y casi se la bebió entera.

-Gracias. Por favor. No me hagas daño…

-¡No hables si no te lo digo yo! –La interrumpí.

-Pero tengo que decirte que…

-ZASSSS, ZASSS

Dos nuevas bofetadas.

-¡QUE TE CALLES!

Intenté llevar mi polla a su boca, pero entre las piernas, brazos y cuerdas, me resultó incómodo y solamente le metí la punta un momento. Frustrado, volví a su coño, metiendo nuevamente un dedo en su culo y recorriendo con la lengua los bordes de los labios. Noté cómo se separan cada vez más con mi caricia. Mi dedo en su culo presionaba la pared con su coño para transmitirle el roce cuando lo movía.

Su respiración se aceleraba, a pesar de los intentos que hacía para que no se le notase

Yo seguía recorriendo los bordes hasta que se retiraron dejando ver el sonrosado interior, donde destacaba su clítoris duro como un garbanzo y sobresaliendo de los labios. Le hice un recorrido desde la base del clítoris hasta la entrada, rozando ligeramente la base por arriba y luego metiendo mi lengua todo lo que pude en su agujero.

-OOOOOHHHHH. SIIIIII

No pudo aguantar más y cedió al placer. Yo tampoco pude. Cambié el bulto de ropa a debajo de su culo y, tras escupirme en la polla, la puse en la entrada de su ano y se la clavé hasta el fondo.

-AAAAAAAAAAHHHH

Un grito, no sé si de dolor o placer, acompañó la entrada de mi polla en su ano la mantuve unos segundos hasta que se acostumbró y empecé a moverme. Primero despacio, pero poco a poco fui acelerando y machacando su ano sin piedad. De vez en cuando, sacaba la polla para escupir abundantemente en el agujero y seguía machacando.

La cogí de los pezones y se los estiré. Me incliné sobre ellos y los mordisqueé, lamí y volví a estirar.

Ella solamente decía:

-Ah, ah, ah, ha,…

Coincidiendo con mis envestidas.

-Oooohhh. ¡Qué culo más divino! Me voy a correr. Te lo voy a llenar de lecheeeeee AAAAAAHHHHHH

Me corrí con uno de los mejores orgasmos de mi vida. Me dejó agotado. Me dejé caer en el colchón, junto a ella. Le hice girar la cara y le estuve comiendo la boca un buen rato.

-Mira, putita, voy a soltarte. –Le dije poco después- Está todo cerrado y no puedes salir, además, ya sabes cómo las gasto. Así que, si no quieres que te rompa todos los huesos, pórtate como una buena puta e intenta disfrutar. Si lo haces así esto durará menos y te podrás ir a casa pronto. Si intentas algo, te follaré igual y luego te cortaré el cuello.

Un ligero temblor recorrió su cuerpo. Solté con tranquilidad las cuerdas que ataban sus manos y pies, que cayeron como muertos sobre el colchón.

-Ahora me la vas a chupar hasta ponérmela bien dura, y vas a tener mucho cuidado con los dientes si no quieres sentir el roce del cuchillo. ¿Lo has entendido?

-SSSi

La hice girarse, ponerse a cuatro patas y llevé su cabeza a mi polla. Enseguida se puso a mamarla. Primero se la metió en la boca hasta que tuvo suficiente dureza, metiéndosela entera al principio y luego en grandes trozos y sacándosela mientras presionaba con los labios. Tras algunos minutos, consiguió ponérmela totalmente dura de nuevo, la ensalivó bien, repasando toda con la lengua, y se la metió casi completa. La fue sacando despacio, hasta que solamente quedó el glande en su boca, aplicándose entonces a rodearla con la lengua y darle golpecitos en el borde.

Volvió a metérsela nuevamente todo lo que pudo, quedando unos centímetros nada más.

-ZASSSS, ZASSSS

Un par de bofetadas, antes de cogerla del pelo y forzar la entrada hasta que su boca llegó a mi pubis, le hicieron comprender rápidamente cómo quería que me la mamase.

Se la mantuve un rato dentro, sintiendo las contracciones de su garganta ante las náuseas y el ahogo que le producía. Se la saqué de golpe, arrastrando un aluvión de babas. Acentuó sus arcadas, pero cuando estaba a punto de vomitar:

-ZASSSS

-ZASSSS

Dos fuertes bofetadas la hicieron recuperarse, por lo que volví a meterle mi polla hasta lo más profundo, volviendo a disfrutar de las contracciones. Estuve menos tiempo, pero tuve que volver a darle nuevas bofetadas para que se recuperase.

Después de hacerlo un par de veces más, la dejé que siguiera ella sola durante un rato más. Luego la hice acostarse boca arriba, tomé el bulto de ropa, lo puse bajo su culo y me puse a frotar mi polla a lo largo de su raja.

-Mmmmmm. Me va a encantar follarte este coñito tan sabroso.

-Nooooo. Por favoooor. Que…

-ZASSSS

-ZASSSS

Dos fuertes golpes en sus tetas cambiaron sus gritos por llanto.

-¡CALLATE! Te he advertido ya antes y no lo haré más. A la próxima te cortaré la lengua.

Y para confirmarlo, coloqué el cuchillo a mano.

-Pero es que…

-ZASSSS

Un puñetazo en el estómago la dejó sin respiración y en silencio. Se dobló con las manos en su vientre y cayó encogida de lado. Yo le hice estirar la pierna de abajo, colocándola entre las mías y le levanté la de arriba poniéndola en ángulo, quedando su culo y coño a mi disposición.

Coloque mi polla en su entrada y, de un solo empujón, se la clavé hasta el fondo.

-AAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGG.

Un fuerte grito de dolor seguido de llanto, acogió mi entrada, estaba muy estrecha y casi me corro en ese momento, pero quería disfrutarla al máximo, así que fui sacando mi polla despacio, mientras ella seguía llorando. Cuando la tuve toda fuera, vi que estaba manchada de sangre.

-Vaya, vaya, así que la putita no es más que una calientapollas virgen de coño y puta de culo.

-¿Todavía no te han follado bien el coño?

-NNNo. Soy virgen todavía.

-Querrás decir que lo eras. Acabo de bautizarte como nueva puta. Y te voy a dejar bien entrenada.

Volví a escupir abundantemente sobre mi polla y volví a clavársela hasta el fondo.

-AAAAAYYYYYYY.

No le hice caso. Me mantuve un rato con la polla dentro, mientras volvía a chupar y lamer sus pezones

La sacaba despacio, escupía en ella y la volvía a meter al mismo ritmo. Lamía y chupaba sus pezones volviendo a repetir el proceso, hasta que conseguí que su coño se encharcara. A partir de ese momento, me moví con rapidez, en una follada frenética en la que pude sentir dos gemidos más fuertes con un arqueo de su cuerpo.

Cuando sentí que estaba a punto de correrme, me salí de ella, puse mi boca sobre su coño y rodeé su clítoris con mis labios. Me dediqué a chupar y aflojar, sintiendo como iba estirándose. Le metí dos dedos en el coño y me puse a follarla con ellos, sin dejar de chuparla.

Cuando sus gemidos y su cuerpo me dijeron que se había corrido, volví a clavársela y a follarla con violencia nuevamente. Aguanté todo lo que pude, hasta que…

-Jodeeeer. Puta. Me corrooo. AAAAAAAAAAA.

La clavé todo lo que pude y solté toda mi corrida. Luego seguí con ella dentro hasta que quedó flácida. Caí a su lado, mirando al techo, y cerré los ojos un momento para recuperarme.

-Joder, Edu, eres un cabrón. Sabes que quería llegar virgen al matrimonio, pero te perdono porque he perdido la cuenta del número de veces que me he corrido. De todas formas, sí que te has dado prisa. Ayer te conté mi fantasía y no has tardado ni un día en cumplirla. ¡Gracias, cariño!

Esto último lo dijo al tiempo que se levantaba apoyada sobre un brazo y con la otra mano se quitaba el antifaz.

-¡PERO QUIEN COÑO ERES TU! ¡TU NO ERES EDUARDO!

-No, no soy Eduardo. Soy Richi…

-Ya sé quién eres. Eres el gilipollas que ha intentado ligar conmigo esta semana. ¡TE DAS CUENTA DE LO QUE ME HAS HECHO, CABRÓN! ¡ME HAS VIOLADO! ¡TE VOY A DENUNCIAR PARA QUE PASES EL RESTO DE TU VIDA EN LA CARCEL!

-Espera… Estoy enamorado de ti desde que te vi…

-CERDO, HIJOPUTA, VIOLADOR…

-Era la única forma de tenerte. No podía vivir sin pensar en ti.

-MAMÓN, MARICÓN, CABRÓN, HIJOPUTA

-¡TE QUIERO!

Con estos diálogos, terminó de ponerse de rodillas y empezó a darme puñetazos en el pecho mientras seguía insultándome.

Ver sus tetas temblando como flanes, su cuerpo de curvas perfectas y su coño casi escondido entre sus piernas ligeramente separadas, junto con los efectos de los restos de la pastilla, volvieron a encenderme de nuevo, poniendo mi polla casi en su total dureza.

-ZASSS

Me levanté ligeramente y le di otra bofetada, en su cara ya roja, que la desequilibró, haciéndola caer de nuevo al colchón.

-¡Te he dicho que te calles!

Rápidamente la puse a cuatro patas colocándome a su espalda entre ellas. Intentó levantarse, pero un buen golpe con el puño entre los omóplatos la dejó totalmente inmóvil. Escupí en su culo y en la punta de mi polla y se la clavé de golpe hasta la mitad.

-AAAAAAAAAAAAAAAYYYYYYYYYY

No hice caso de su queja, sin pensarlo más, se la metí completa. Sólo emitió un gemido. Fui sacándola despacio y volviéndola a meter lentamente. Ella gemía quedamente. Poco a poco fui acelerando mis movimientos hasta que alcancé un ritmo rápido. Sus gemidos aumentaron con mi ritmo. Me incliné sobre ella para pasar mi mano por debajo y alcanzan su clítoris, encontrándome con su mano frotando su clítoris. Le retiré la mano y…

-ZASSSS

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH.

Una palmada sobre el coño disparó su orgasmo que fue largo e intenso, por lo que duraron sus convulsiones. Sus piernas no la aguantaron y quedó totalmente acostada sobre el colchón, saliéndosele mi polla de su ano. Cuando se relajó, volví a ponerla en cuatro, escupí en su ano y en la punta y volví a follarla con fuerza, al tiempo que me inclinaba sobre ellas y me sujetaba metiendo las puntas de tres dedos en su coño y frotaba su clítoris con la palma de la mano.

Estuve un buen rato, y al final, intenté aguantar mi orgasmo, pero no daba para mucho más. En el límite de mi aguante, ella volvió a correrse y entonces, prácticamente al mismo tiempo, pude hacerlo yo, echándole dentro las últimas gotas que quedaban en mis huevos.

Volvió a quedar acostada boca abajo, totalmente agotada. Yo esperé un momento para recuperarme de tan buenas corridas y me puse en pie para vestirme. Mientras lo hacía, le tiré encima el vestido y le dije:

-Vístete, puta, que te voy a llevar a casa. Después de esto puedes denunciarme si quieres. Estoy seguro que el recuerdo de esta tarde me durará toda la vida y podré aguantar con él todo el tiempo que esté encarcelado.

Se lo puso como pudo y cuando iba a coger su destrozado tanga, se lo retiré y, después de darle una pasada por su coño, me lo eché al bolsillo diciendo:

-Me lo quedo para recordarte en la soledad de mi celda.

Terminé de vestirme y abrí la puerta para pasarme al lugar del conductor. Ella salió tras de mí y se subió en el puesto del acompañante. Recorrimos el camino de vuelta en silencio, mientras ella recomponía su maquillaje y escondía las rojeces de su cara.

Pronto estuvimos frente a su casa. Había un vehículo detenido ante la puerta.

-Está mi novio esperándome. Déjame a la vuelta de la esquina de la siguiente calle.

Antes de bajarse, ya detenido el vehículo, ella sacó un pequeño bolígrafo de su bolso y tomando mi mano que tenía sobre el cambio de marchas, me escribió en la palma:

VANE 555XXXXXX

-Llámame cuando quieras violarme otra vez.

Era cerca de la media noche cuando llegamos. Me dio un beso en la mejilla y se bajó, volviendo con paso tranquilo y tembloroso hacia su casa.

Y esta es la historia. Esto pasó ayer. Acabo de escribirla y ya estoy empalmado otra vez, solamente de recordarlo. Voy a llamarla.

-…

-Vane, soy Richi. Todavía no he devuelto la furgoneta al Chata y…

-Sí. Acabo de ducharme y estoy dándome crema para calmar las irritaciones. Dame diez minutos y recógeme donde me dejaste…

-Jodeeeer. Lo siento lector o lectora. Me voy a buscarla. Si quieres comentar, te lo agradeceré, y si me valoras me animarás a contarte más. Adiós.

Richi

 

Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (1)” (POR BUENBATO)

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NOTA DEL AUTOR

 

Sin títuloSiempre he tenido la mala costumbre de dejar los relatos a medias. Ya sea por falta de tiempo, por la saturación de ideas para otros relatos o simplemente la falta de atención. Mi intención es que eso ya no suceda; creo que esta serie – que no espero que pase de las cinco partes – será la primera de muchas que escribiré con la firme intención de empezar-terminar. Es decir, no comenzar otra historia hasta que no termine otra.

 

Es obvio, lo sé, pero a veces se me han dificultado esa clase de cosas.

 

Junto con este relato, he creado una “portada” con los personajes de la historia (este lo pondré en Comentarios, una vez que se publique la historia). Simple ocurrencia, pero que servirá de algo para quienes quieren guiarse acerca del aspecto fisico de los personajes que aparecen en la historia. Quienes prefieran dejarlo a su imaginación, excelente, simplemente ignoren el link con la imagen.

 

Espero les guste, personalmente creo que es una historia buena y que he cuidado en redactar lo mejor posible. Cualquier error o desacuerdo, por favor haganmelo saber, siempre es bueno mejorar.

 

Pasenla bien, saludos.

 

BUENBATO

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ASALTO A LA CASA DE VERANO

 

Ayer había sido su cumpleaños y, a pesar del desvelo del festejo, se había levantado temprano para nadar. Quizá la piscina era lo que más disfrutaba de aquel lugar. Adentro, su madre y su hermana debían seguir dormidas; eran apenas las 8 de la mañana, pero Mireya había madrugado como muy comúnmente solía hacerlo.

El agua estaba fría, pero el sol comenzaba a salir, y el calentador de piscina, aún en su nivel más bajo, era suficiente para que aquel baño fuera disfrutable. Nadaba de un lado a otro, avanzando principalmente con la fuerza de sus piernas.

Ya llevaba casi una hora nadando, pero el desayuno – pan y un vaso de leche – que había ingerido hacia unas horas tuvieron su efecto. Sintió ganas de cagar, y salió de la alberca para dirigirse al baño del patio, un cuartito en medio del pasto del jardín.

Entró e hizo sus necesidades, mientras tarareaba una canción. Sintió como si alguien estuviese afuera, pero pronto comprendió que, si alguien era, se trataría de su madre o su hermana. Terminó, se limpió el exterior de su esfínter con papel higiénico, bajó la palanca del inodoro, se subió el bikini de su traje de baño y salió del cuarto de baño.

Caminó de vuelta hacia la piscina, pero sintió una presencia extraña. Apenas iba a voltear hacia atrás cuando una mano la rodeó por la cintura y otra más le tapó su boca y rostro.

Arriba, su hermana mayor, Sonia, apenas despertaba. Como toda muchacha de su edad, lo primero que hizo fue revisar su celular. Como cada verano, estaba pasando las vacaciones de verano con su familia, y como cada verano, su padre no estaba presente. Era de entender, trabajaba en cruceros caribeños, de modo que aquella época era la que más le mantenía ocupado. Ella iba a la universidad desde hacia un año, y aquel era su primer verano como universitaria.

Pero en realidad se aburría en aquel lugar, no era la ciudad capital donde solía vivir antes, sino la casa de verano que sus padres habían comprado desde hacia cinco años y donde había pasado, para su desgracia, los últimos cinco veranos.

Era una casa de verano colocada sobre una pequeña colina, en un apacible pero pequeño pueblo al interior del país, lejos de las costas. Ni siquiera tenia vecinos, la casa más cercana estaba a doscientos metros y era ocupada principalmente por turistas extranjeros. El pueblo, una ciudadela de menos de cinco mil habitantes, se hallaba a cinco minutos en auto, y era tan aburrido como quedarse en casa.

Pero al menos había internet, y con eso era suficiente para mantenerse en línea durante todo el día, planeando las cosas que pensaba hacer una vez que terminara aquel infierno de vacaciones. Pero sintió calor, y entonces comprendió que, de nuevo, Mireya había apagado el aire acondicionado.

Aquello irritó a Sonia, por que detestaba amanecer sudada; se quitó la bata de dormir y salió del cuarto en bragas y con las tetas al aire. Entró al baño, y cuando estaba a punto de cerrar la puerta una fuerza la detuvo.

– ¡Me voy a bañar! – se quejó, intentando cerrar la puerta – ¡Mireya!

Pero de pronto, las cortinas de baño a su espalda se movieron y una figura salió de estas, tapándole el rostro con un trapo y haciéndola perder el conocimiento en menos de un minuto.

Ya eran las nueve de la mañana cuando Leonor despertó; hacia frio, por que el aire acondicionado se había quedado encendido toda la noche. Salió de entre las sabanas, con pantalones de pijama y las tetas desnudas, y corrió a ponerse la cálida bata de dormir. Se hubiese vuelto a arrojar a la cama, para dormir más, pero ya era demasiado de día para eso.

Se acicaló un poco frente al espejo, y salió de la recamara. Se dirigió al cuarto de sus hijas, pero no las encontró ahí. Tampoco en el baño había nadie, así que bajó las escaleras. Aun no llegaba a la planta baja cuando un sonido, como gemido, la alertó. Venía de la sala, y ahí se dirigió de inmediato. Su corazón pareció detenerse cuando se encontró con sus dos hijas.

Ambas se encontraban atadas, sentadas en las sillas del comedor. Pero estas estaban sentadas al revés, de manera que sus pies habían sido atados a las patas delanteras de la silla, en tanto que sus manos habían sido esposadas abrazando el respaldo de las sillas. Estaban alejadas a dos metros una de otra.

Mireya, la menor, llevaba aun su traje de baño y una playera de su padre. Aun llevaba el cabello húmedo por la piscina. Sonia, la mayor, vestía sólo con sus bragas y con una blusa blanca. Les había dejado cubrirse la parte superior de sus cuerpos.

Más que estar sentadas, parecían mantenerse recargadas a duras penas sobre la silla, con el culo volando en aquella incomoda posición que provocaban sus ataduras. Les podía ver sus rostros asustados; y parecía que intentaban decirle algo, pero no podían debido a la mordaza acallaba sus bocas.

Los gemidos aumentaron más, como si sus hijas quisieran decirle algo. Intentó acercarse a ellas, para auxiliarlas, pero una fuerza la detuvo por la espalda. Rápidamente fue rodeada por unos fuertes brazos; intentó zafarse, pero era inútil.

– ¡Será mejor que se tranquilice! – dijo una voz, que provenía de la cocina.

Segundos después, un segundo sujeto de camisa amarilla entró a la sala desde la cocina, con el rostro cubierto por un pasamontañas y con una pistola en sus manos. Debía tener, a juzgar por su voz y su complexión, unos 25 años. Hizo un movimiento, quitándole el seguro al arma y preparando aparentemente un disparo.

– No queremos que ocurra una desgracia – dijo, mientras jalaba una silla que después arrastró hasta ponerla en medio de las sillas donde estaban atrapadas las hijas de Leonor.

– ¿Q…qu…qué es lo que quiere? – preguntó Leonor, aterrorizada

– Muchas cosas – dijo el hombre, sentándose en la silla – pero eso lo iremos viendo sobre la marcha. Por lo pronto necesito que se tranquilice.

– Suelte a mis hijas y me tranquilizo. – espetó Leonor, tratando de verse fuerte

– No estamos aquí para seguir su ordenes señora, primera lección.

– ¿Entonces qué quiere?, dígame

– Lo que queramos nos lo darán, por las buenas o las malas, segunda lección.

Leonor no entendía nada, pero aquello le aterrorizaba en toda proporción. Temía por la seguridad de sus hijas, pero no se le ocurría algo que pudiera hacer.

– Déjenos ir, y quédese con lo que quiera – ofreció.

El hombre le sonrió, maliciosamente. Tomó el arma con su mano derecha y con la izquierda pasó su mano sobre la espalda de Sonia, recorriéndola con la yema de sus dedos. Tras esto, tomó el arma con la mano izquierda, y con la derecha hizo lo mismo sobre la espalda de Mireya. Las muchachas temblaron, y Leonor sentía que perdía el conocimiento de sólo ver aquello.

– Ahí si se equivoca, doña Leonor, no venimos por otra cosa que no sea usted y sus hijas.

La mujer intentó comprender lo dicho, pero de pronto el hombre que la sostenía por detrás la soltó, pero sólo para empujarla y hacerla caer sobre el suelo boca abajo. Ella intentó aprovechar esto para alejarse a rastras, pero el pesado pie del hombre la detuvo dolorosamente. Escuchaba sollozar a sus hijas a través de las mordazas, pero por más que intentaba levantarse aquello se le volvía imposible.

Dejó de intentarlo cuando los zapatos del hombre que estaba sentado entre sus hijas aparecieron frente a ella; alzó la vista y lo vio sonriendo, mientras parecía desabrocharse sus pantalones. Aquello aterró a Leonor, que no era incapaz de comprender a qué iba aquello.

– ¡No! – imploró – ¡No por favor!

– ¿De verdad? – dijo burlón el hombre – Bien, si no es contigo será con alguna de ellas… – giró y comenzó a avanzar hacia las hijas de la mujer.

– ¡No! – dijo esta desde el suelo, haciéndolo detenerse – ¡Por favor! Lo que quiera menos esto.

El hombre regresó hacia ella, mientras terminaba de sacarse el cinturón.

– Ya le dije señora, no tiene más opción que colaborar. Lo que queramos lo conseguiremos, por las buenas o por las malas.

Se acercó, y bajó el cierre de su bragueta. Parecía a punto de sacarse el miembro cuando una gruesa voz interrumpió.

– Yo primero – dijo el hombre que pisaba sobre Leonor – Acuérdate que yo primero.

Sólo entonces Leonor prestó su atención al sujeto que la había mantenido forzadamente sobre el suelo. Volteó lo que pudo, era un hombre fuerte y alto, y su voz le parecía extrañamente conocida, pero fuera de ello también llevaba un pasamontañas y una camisa azul.

Dejó de pisarla, y entonces Leonor vio cómo el sujeto de la camisa amarilla regresaba a la silla, junto a sus hijas. Se acomodó haciéndose hacia atrás, de manera que podía tenerlas en la mira; o al menos esas creyó que eran sus intenciones, pues el hombre no dejaba de apuntarles amenazadoramente.

– Le voy a explicar lo que hará – dijo la gruesa voz del hombre de azul, que le quitó de encima su pesado pie – Usted obedece lo que le digamos o nos cobramos cualquier tontería que se le ocurra con la dignidad o la vida de sus hijas. ¿Estamos?

Leonor se levantó, parecía diminuta frente a aquel hombre que parecía mucho mayor que su compañero; debía tener la misma edad que ella, y eso que ella tenía 42 años de edad. Pero además de todo eso, debía medir un metro y ochenta centímetros de altura. Y si no era más alto, sería por el ancho de sus hombros y la grandeza general de su complexión. Todo eso la hizo sentirse definitivamente impotente, y pareció quedarse sin opción.

– Está bien – dijo con una voz queda – Pero por favor, no le haga nada a mis hijas, se lo ruego.

El hombre pareció no escucharla, la tomó groseramente de los cabellos y la arrastró hacia uno de los sofás de la sala. Leonor tenía 42 años, pero aun conservaba bastante la belleza de su cuerpo; era de complexión bajita, pero tenía unas curvas que apenas comenzaban a tener el desgaste de los años. De su último embarazo, hacia apenas catorce años, no parecían quedar muchas secuelas.

La forma de sus glúteos aun se antojaba apetecible bajo las telas de su pantalón de pijama, y la bata de dormir mostraba parte de sus aun bien formadas tetas con las que contaba.

Su cabello era largo y negro, lo que le iba bien con la tez clara de su piel. Tenía un rostro sonriente, que no era evidente en ese momento, con una boca grande, dientes alineados y labios carnosos. Su mirada era inquietante, en un sentido erótico, pues tenía unos ojos ligeramente rasgados que le daban cierto aire exótico.

Pero en aquel momento, recién levantada de la cama, tenía más características de un ama de casa que de modelo; pero en realidad aquello poco importaba, por que, fuese como fuese, era fundamentalmente bonita. Parecía una niña castigada frente a aquel hombre; y todo lo que sucedía podían verlo sus hijas, amarradas a las sillas, soportando los constantes manoseos del hombre de la camisa amarilla.

Pero Leonor no se podía enterar de aquello, por que el enorme hombre de azul la arrojó pesadamente sobre el sofá grande. Ella creyó que se la follaría ahí mismo, frente a sus hijas, pero se sorprendió al ver cómo aquel hombre se sentaba al extremo del sofá.

Entonces comprendió; él comenzó a sacarse el cinturón y bajarse la bragueta. Ella, arrodillada al otro extremo del sofá, parecía adivinar su destino cercano. Él se bajó los pantalones y calzoncillos hasta sus pies, dejando ver por fin la forma de su verga.

Eran 21 centímetros de una verga venosa y gruesa; tan morena como la piel de aquel hombre. Ya estaba en pleno proceso de erección, y bastó una sencilla sobada para que se parara completamente.

– Ven acá – dijo el hombre, golpeando pesadamente el asiento del sofá con la palma de su mano

– ¡No! – imploró Leonor

– ¡Lucas! – gritó al muchacho de amarillo, que en seguida se levanto.

El tal Lucas se colocó detrás de Sonia, la hija mayor de Leonor y, jalándole de los cabellos, la hizo doblar el cuello hacia atrás. Apunto el arma a su sien, pero no pasó mucho cuando Leonor pidió perdón e imploró que la dejaran en paz.

– Suéltala – dijo el hombre de azul – Creo que Doña Leonor está entendiendo de qué se trata esto.

En efecto, Leonor supo entonces que en realidad no había escapatoria. Con aquel individuo apuntándole a sus hijas, lo menos que podía hacer era obedecerlos, evitando lo más posible que abusaran de sus hijas. De ella dependería que no hicieran daño a sus hijas, y ahora estaba consiente de eso.

No tuvo aquel hombre que repetirlo; ella se acercó gateando hasta la altura de la entrepierna de aquel sujeto. Sabía que sus hijas miraban, y que vería todo lo que sucedería, pero no pensaba quejarse. Obedecería con tal de que no hubiera alguna represalia contra ellas.

Quedó a un lado del hombre, como si se tratará de su mascota. Él la miraba a través del pasamontañas, y no terminaba de parecerle familiar aquel sujeto. De pronto el abrió la boca.

– Chúpamela – dijo

Y no tuvo que insistir, la mujer bajó la cabeza y se llevó aquella verga a su boca. No era la primera vez que mamaba una verga, ni de esas características ni en aquella posición; pero por dentro quería morir sólo de pensar que sus hijas la miraban con angustia.

Comenzó a mamar aquel falo; primero trató de acostumbrarse al sabor. Nunca le había gustado el sabor de una verga, pero junto a su marido había ido acostumbrándose al fuerte sabor – y olor – que conllevaba realizar sexo oral. De manera que, por ese lado, no había mayor diferencia.

Lo hizo bien, por que, a pesar de todo, las felaciones se le facilitaban bastante gracias a su amplia boca y sus labios carnosos. El hombre no podía quejarse; pero tampoco pudo evitar colocar su mano sobre la nuca de la mujer y comenzar a pujarla; esto provocaba en ella pequeños atragantos que parecían gustarle a aquel cruel sujeto.

Leonor comenzaba a fastidiarse con aquella fuerza sobre su nuca que por poco y le provocaba el vomito; de modo que se atrevió a imponer fuerza en su cuello para evitar aquello. Pareció funcionar por un momento, pero, cuando menos se lo esperaba, la mano del hombre cayó sobre su cabeza y la mantuvo durante casi cinco segundos tosiendo con su verga entera atragantando a la pobre mujer.

Cuando por fin la liberó, la pobre Leonor tuvo que respirar profundamente mientras un rio de saliva corría por sus mejillas. Miró asustada a aquel hombre.

– Vas a ser mi puta, y como tal me obedecerás – dijo, para después volver a dejar caer su mano sobre Leonor, haciéndola regresar a su tarea.

Por fortuna, él ya no volvió a atragantarla; ella pudo seguir con la felación tranquilamente. De vez en cuando recordaba a sus hijas, y volteaba a verlas de vez en cuando. Ellas trataban de no mirar, llevando sus ojos hacia el suelo; pero de vez en cuando sus miradas se entrecruzaban en una especie de terror y apoyo de ánimos.

El sujeto no sólo recibía la felación; sus asquerosas manos la acariciaban por todo el cuerpo. A veces las tetas, a veces su espalda, su vientre, a veces su cabello o sus nalgas; durante un momento que pareció eterno, se instalaron bajo su pijama y sus bragas para acariciar con la palma su culo, y para recorrer con su dedo índice la línea que dividía sus nalgas.

Ella continuó con aquel estremecedor trabajo, soportando todo aquello, hasta que de pronto el hombre la detuvo. La hizo a un lado, cómo si se tratara de una perra, y se puso de pie. La colocó en cuatro sobre el sofá, y él se colocó detrás de ella, mientras la sostenía por las caderas. De pie, las dimensiones de su verga parecían evidenciarse aun más.

Leonor no tenía que ser adivina; sabía que aquel hombre la penetraría. En efecto, las manos del sujeto la desvistieron de un solo y violento movimiento de sus pantalones de la pijama, y lo mismo con sus bragas. No se las quitó completamente, sino que las arrinconó hasta sus pies.

Ella se estremeció al sentir la desnudez en la parte baja de su cuerpo, y de sus nalgas brotaron sus poros, enchinados por aquella sensación. Él le acarició, atraído por aquella situación; y concluyó las caricias con una suave nalgada. Aprovechó también para manosear el coño velludo de Leonor; eran unos vellos recientes, que evidenciaban la costumbre de ella de rasurárselos. Pero era evidente que, a falta de su marido, no había mucha necesidad; de pronto que los alrededores de su concha se hallaban rasposos.

Estaba claro qué era lo que seguía. Pensaba oponerse, pero no soportaba la idea de que, el otro sujeto, volviera a hacerle daño a alguna de sus hijas. Aceptó con resignación su destino, y espero el momento en que la verga de aquel hombre la atravesara.

Y no tuvo que esperar mucho; pronto el sujeto colocó la punta de su falo en la entrada del coño, y lenta pero progresivamente, la penetró hasta el fondo. Aquello consterno a Leonor, por que, aun con todo su pesar, se dio cuenta de que estaba excitada y de que su coño estaba completamente lubricado. Se sintió culpable, pero la verdadera vergüenza vino cuando el hombre abrió la boca.

– ¡Que fácil entró! – ladró – ¿Vieron a la puta de su madre? La muy zorra esta completamente mojada.

Las niñas ya ni siquiera lloraban, por que sus lágrimas se habían agotado; pero evidentemente aquellas palabras le dolían más que cualquier cosa. Era evidente: su madre no había podido evitar excitarse con aquella situación.

– ¿Te gusta perrita? – continuó humillándola el sujeto – ¿Te gustó cómo te la metí?

Leonor no contestaba, hasta que sintió un pellizco en su teta, a través de la tela de su bata de dormir. El hombre repitió.

– ¿Te gusta o no?

– Si – dijo ella, al fin

– ¿Si qué, putita?

– Si me gusta – repitió ella, la voz de aquel sujeto no dejaba de resultarle conocida

– ¿Te gustó chuparme la verga? ¿Eh? ¿Te gustó que tus niñas te vieran mamándomela como una zorra?

Leonor tardó en contestar, las lágrimas volvían a recorrer su rostro y su garganta se había ennudecido. Detestaba aquella situación; detestaba tener la verga de aquel sujeto clavada totalmente en su coño.

– Si – dijo, tras unos segundos – Si me gustó.

Él ya no dijo nada; comenzó a bombearla. Metía y sacaba su verga del humedecido coño de Leonor. A ella le causaba dolor y una evidente molestia; pero conforme avanzaba aquello, no pudo evitar comenzar a sentir placer. Primero su respiración se aceleró, pero al poco rato comenzó a gemir sin posibilidad de evitarlo.

Aquel pene era, de entrada, más grande y grueso que el de su marido; pero no había querido admitirlo hasta que no sintió el placer de tenerlo dentro de ella. Se comenzaba a sentir culpable, por disfrutar de aquello cuando se suponía que era lo peor que le podía haber pasado en la vida. Gemía de placer, lloraba de culpa.

El sujeto de la camisa azul, por su parte, parecía interesado en dar placer a la mujer de la que se aprovechaba; variaba velocidades, lanzaba embestidas repentinas que provocaban gritos en Leonor. Y todo aquello daba resultado entre las piernas de aquella mujer que no paraba de morderse los labios ante las arremetidas.

Ni siquiera habían cambiado de posición; y Leonor parecía haber olvidado su situación puesto que en ningún momento intentó detener aquello. Con sus bragas y pijama en sus pies y su culo alzado, no paró de ser penetrada por aquel desconocido; sintió el primer orgasmo, pero intentó no evidenciarlo, aunque las contracciones de su coño lo demostraban, al menos para el hombre que la penetraba.

– ¿Te viniste, perrita? – murmuró aquel hombre en su oído

– No – mintió Leonor

– No me engañas, Leonor, te has venido como una verdadera zorrita.

– Nooo… – insistió Leonor, antes de perder la voz ante la respiración entre cortada que le provocaban las embestidas.

El hombre se mantuvo inclinado sobre ella, y aprovechó para tomarle las tetas con las palmas de sus manos. Las apretujó y manoseó todo lo que quiso, y no tardó en deslizarlas bajo la bata de dormir para poder apretujar las tetas desnudas de la mujer. Pero aquello no fue suficiente, y no tardó en detenerse un momento para desvestir de plano el torso de la mujer.

Ella ya no opuso resistencia alguna; de alguna forma, en su interior, deseaba continuar siendo bombeada de inmediato, y así lo fue una vez que sus tetas quedaron al aire, a merced total de aquel hombre que no las desaprovechó, sino que se agasajó de lleno magreándolas con sus grandes manos.

De pronto se acordaba de sus hijas, de sus pobres hijas que tenían que ver aquella terrible escena. Ya no volteaba a verlas, porque le dolía la idea de que supieran que estaba disfrutando de aquello. Había tratado de que sus gemidos parecieran de dolor, y no quería que fueran sus ojos los que delataran el placer que recorría su cuerpo y su mente.

Pero sus hijas no la estaban pasando muy cómodo; el sujeto de la camisa amarilla hacía rato que se entretenía con sus cuerpos. Los tocaba, las lanzaba suaves nalgadas y apretujaba lo que se podía de sus expuestos culos. Apretujaba sus tetas y pellizcaba suavemente sus pezones; les besaba sus mejillas. Había comenzado a hacerlo sólo con Sonia, la mayor, y la que más tenia formas de una mujer; pero con el tiempo comenzó a perder toda moral e inició también los manoseos contra Mireya, casi una niña.

En una de esas, el sujeto se había puesto de pie; se había colocado tras Sonia, masajeándole primero la espalda, pero bajando lentamente. Así siguió hasta que terminó por deslizar su pervertida mano por debajo de las bragas de la muchacha, recorriendo con sus dedos el canal que se formaba en medio del culo de la muchacha. Ella lloró, ya sin lágrimas, y comprendió que de ninguna forma estaba a salvo.

Después, y contra todo pronóstico, el sujeto sacó su mano y se dirigió tras de la pobre Mireya. Ella comenzó a temblar desde el primer contacto, y comenzó a gritar como pudo pese a la mordaza, pero fue inútil. Nadie más que su hermana mayor miraba la forma en que aquel hombre metía sus manos por debajo de su bikini, hasta magrear con sus dedos su coño virgen y tierno. También comenzó a imaginar lo que en aquel día le esperaría.

Ambas habían estado llorando por aquello, y por la horrible escena de su madre siendo abusada por aquel desconocido. Habían tratado de mantenerse fuertes, especialmente cuando su madre había tratado de calmarlas con la mirada; pero habían terminado por perder, al igual que ella, toda esperanza. Estaban a merced de aquellos sujetos, y ya no podían engañarse.

– ¡Ya! – comenzó a decir Leonor, de pronto, en un aparente recuerdo de la verdadera naturaleza de los hechos – ¡Por favor! ¡Ya déjeme!

Pero el hombre parecía no escucharla, parecía inmerso en aquello, y sus movimientos acelerados recordaban la imagen de un perro montado. Las nalgas de Leonor estaban húmedas de sus jugos y sudores combinados.

– ¡Por favor! – repitió Leonor, con la voz entrecortada, en un evidente reinicio de su llanto.

Entonces el hombre paró; pero parecía evidentemente molesto. La jaló de una pierna y la hizo caer de bruces sobre el suelo. Cuando ella se intentó incorporar, él la jaló terriblemente de los cabellos, obligándola a arrodillarse. Entonces el hombre comenzó a masturbar furiosamente su verga y, cuando la madre de las muchachas comenzaba a recuperar la compostura, un chorro de esperma y semen salpicó sobre su rostro. No podía alejarse, porque el hombre la mantenía con fuerza de su cabello, de modo que tuvo que soportar aquella humillación de la que sus hijas eran espectadoras.

Finalmente la soltó, con la cara completamente matizada de semen y esperma que se le había metido hasta en los ojos. Lloraba, humillada y agotada, mientras seguía rogando que las dejaran en paz.

– ¡Por favor! – insistió, llorando de lleno – Sólo déjennos ir. ¿Qué más quiere de mí?

– Por el momento de ti nada – dijo el hombre, que sacudió los últimos restos en su verga sobre la mujer; al tiempo que sonreía maliciosamente.

CONTINUARÁ…

 

Relato erótico: “En mi finca de caza (1.-con la ex de mi amigo)” (POR GOLFO)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2Sentado un viernes en mi oficina, enfrascado en mi trabajo, no me había dado cuenta que estaba Sin títulosonando el teléfono. Al contestar la voz de la telefonista de mi empresa me informó:
-Don Manuel, una señora pregunta por usted, dice que es personal-.
Molesto por la interrupción, le pedí que me la pasara, esperaba que fuera importante y no la típica empleada de una empresa que utiliza esta estratagema con el objeto que le respondas. Era Patricia, la esposa de Miguel, mi mejor amigo. Nunca me había llamado, por lo que al oírla pensé que algo grave ocurría.
-Pati, ¿en qué te puedo ayudar?-, le pregunté extrañado por su tono preocupado.
-Necesito hablar contigo-, en su voz había una mezcla de miedo y vergüenza, ¿me puedes recibir?-.
-Por supuesto, te noto rara, ¿ocurre algo?-, le dije tratando de sonsacarla algo, ya que su hermetismo era total.
Me fue imposible descubrir que es lo que le rondaba por la cabeza, debía de ser algo muy íntimo y necesitaba decírmelo en persona. Viendo el tema, quizás lo mejor era el encontrarnos en algún lugar donde se sintiera cómoda, lejos de las miradas de mis empleados, en un sitio que se pudiera explayar sin que nadie la molestara. Le pregunté si no prefería que le invitara a comer, y así tendría tiempo para explicarme tranquilamente su problema, sin las interrupciones obligadas de mi trabajo. La idea le pareció bien, por lo que quedamos a comer ese mismo día en un restaurante cercano.
El resto de la mañana fue un desastre, no me pude concentrar en los temas, ya que continuamente recordaba su llamada, la tensión de sus palabras. Conocía a Pati desde los tiempos del colegio, siendo una niña empezó a salir con Miguel, todavía me es posible verla con el uniforme del Jesús Maestro, una camisa blanca con falda a cuadros que le quedaban estupendamente. En esa época, todos estábamos enamorados de ella, pero fue él quien después de un partido de futbol, quien tuvo el valor de pedirla salir, y desde entonces nunca habían terminado. Eran la pareja perfecta, él un alto ejecutivo de una firma italiana, ella la perfecta esposa que vive y se desvive por hacerle feliz.
Llegué al restaurante con cinco minutos de adelanto, y como había realizado la reserva no tuve que esperar la larga cola que diariamente se formaba en la entrada. Tras sentarme en una mesa de fumadores, y previendo que tendría que esperar un rato, debido al intenso tráfico que esa mañana había en Madrid, pedí al camarero una cerveza. No tardó en llegar, como siempre venia espléndida, con un traje de chaqueta y falda de color beige, perfectamente conjuntada con una blusa marrón, bastante escotada y unas gafas de sol que le tapaban totalmente sus ojos.
Me saludo con un beso en la mejilla, todo parecía normal, pero en cuanto se sentó se desmoronó, por lo que tuve que esperar que se calmara para enterarme que es lo que le ocurría.
Estaba un poco mas tranquila cuando me empezó a contar que es lo que le ocurría.
-Manu, necesito tu ayuda-, me dijo entrando directamente al trapo, -Miguel lleva unos meses, bebiendo en exceso y cuando llega a casa, se pone violento y me pega-. No me lo podía creer hasta que quitándose las gafas, me mostró el enorme moratón que cubría sus ojos por entero.
Nunca he aguantado el maltrato, y menos cuando este involucra a dos personas tan cercanas. Si Miguel era mi mejor amigo, su mujer no le iba a la zaga, eran muchos años compartiendo largas veladas y hasta vacaciones en común, les conocía a la perfección y por eso era mas duro para mí el aceptarlo.
-¿Quieres que hable con él?, le indiqué sin saber que realmente que decir, esta situación me desbordaba.
-No, nada que haga me hará volver con él-, me dijo echándose a llorar, -no sé donde ir. Mis padres son unos ancianos y no puedo hacerles eso. ¡Está loco!, si voy con ellos, es capaz de hacerles algo, en cambio a ti te respeta-.
-¿Me estas pidiendo venir a mi casa?-, supe lo que me iba a responder, en cuanto se lo pregunté.
-Será solo unos días, hasta que se haga a la idea de que no voy a regresar a su lado-, en sus palabras no solo me estaba pidiendo cobijo, sino protección. Su marido siempre había sido un animal, con mas de un metro noventa, y cien kilos de peso, cuando se ponía agresivo era imposible de parar.
No pude negarme, tenía todo el sentido. Miguel no se atrevería a hacerme nada, en cambio si se enfadaba con su suegro con solo soltarle una bofetada lo mandaba al hospital, pensé confiando en que la amistad que nos unía fuera suficiente, ya que no me apetecía el tener un enfrentamiento con él. Por eso y solo por eso, le di mis llaves, y pagando la cuenta le expliqué como desactivar la alarma de mi piso.
Salí frustrado del restaurante, con la imagen de mi amigo por los suelos, cabreado con la vida, y con ganas de pegar al primer idiota que se cruzara en mi camino. Tenía que hacer algo, no podía quedarme con las manos cruzadas, por lo que cogiendo mi coche me dirigí directamente a ver a Miguel, quería que fuera por mi, como se enterara de que lo sabía todo y que no iba a permitir que volviera a dar una paliza a su mujer.
Me recibió como siempre, con los brazos abiertos, charlando animadamente sin que nada me hiciera vislumbrar ni un atisbo de arrepentimiento. En cuanto cerró la puerta de su despacho, decidí ir al grano:
-He comido con Patricia, y me ha contado todo-, le dije esperando una reacción por su parte.
Se quedó a cuadros, no se esperaba que su mujer contara a nadie que su marido la había echado de su casa al descubrir que tenía un amante, y menos a mí. Sorprendido, al oír otra versión de lo ocurrido, le dije que no me podía creer que ella le hubiera puesto los cuernos y que en cambio si había visto las señales de la paliza en su cara. Sin inmutarse, abrió el cajón de su mesa y sacando un sobre me lo lanzó para que lo viera.
Eran fotos de Patricia con un tipo en la cama. Por lo visto, llevaba mas de un año sospechando sus infidelidades y queriendo salir de dudas contrató a un detective. El cual, en menos de una semana descubrió todo, con quien se acostaba y hasta el hotel donde lo hacían.
“¡Que hija de puta!”, la muy perra, no solo se los había puesto sino que me había intentado manipular para que me cabreara con él. Hecho una furia, le conté a mi amigo como su mujer me había mentido, como me había pedido ayuda por miedo a que le diera una paliza, no podía aceptar que me hubiera intentado usar. Miguel me escuchó sin decir nada, por su actitud supe que no se había enfadado conmigo por haber dado crédito a sus mentiras, al contrario mientras yo hablaba el no dejaba de sonreir, como diciendo “fíjate con quien he estado casado”. Al terminar, con tranquilidad me contestó:
-Esto te ocurre por ser buena persona-, mientras me acompañaba a la puerta,-pero ahora el problema es tuyo, lo que hagas con Patricia me da igual, pero lo que tengo claro es que no quiero saber nada de ella nunca mas-
Cuando me subí en el coche, todavía no sabía que carajo hacer, no estaba seguro de cómo actuar, lo que me pedía el cuerpo era volver a la casa y de una patada en el trasero echarla, pero por otra parte se me estaba ocurriendo el aprovechar que ella no tenía ni idea que su marido me había contado todo, por lo que podía diseñar un castigo a medida, no solo por mí sino también por Miguel.
Llegué a casa a la hora de costumbre, la mujer se había instalado en el cuarto de invitados, colocando en la mesilla una foto de su ex, al verla me hervía la sangre por su hipocresía, si necesitaba un empujón para mis planes, eso fue suficiente. Se iba a enterar. Me la encontré en la cocina, en plan niña buena estaba cocinando una cena espléndida, como intentando que pensase lo que había perdido mi amigo al maltratarla. Siguiéndole la corriente, tuve que soportar que haciéndose la victima, me contara lo infeliz que había sido en su matrimonio y como la situación llevaba degenerando los últimos tres años, yendo de mal en peor y que la paliza le había dado el valor de dejarle.
-Pobrecita-, le dije cogiendo su mano,-no sé como pudiste soportarlo tanto tiempo. He pensado que para evitar que Miguel te encuentre lo mejor que podemos hacer es irnos unos días a mi finca en Extremadura-.
Su cara se iluminó al oírlo, ya que le daba el tiempo para lavarme el cerebro y que cuando me enterara de lo que realmente había ocurrido, ya estuviera convencido de su inocencia y no diera crédito a lo que me dijeran. Todo iba a según sus planes, lo que no se le pasó por la cabeza es que esos iban a ser los peores días de su vida. Esa noche llamó a sus padres, diciéndoles que no se preocuparan que se iba de viaje y que volvería en una semana.
Nada mas despertarnos, cogimos carretera y manta. Iba vestida con unos pantalones cortos y un top, parecía una colegiala, los largos años de gimnasio le habían conservado un cuerpo escultural, sus pechos parecían los de una adolescente, la gravedad no había hecho mella en ellos, se mantenían erguidos, duros como una piedra, y sus piernas seguían teniendo la elasticidad de antaño, perfectamente contorneadas. Era una mujer muy guapa, y lo sabía, durante todo el camino no paró de ser coqueta, provocándome finamente, sin que nada me hiciera suponer lo puta que era, pero a la vez buscando que me calentara. Sus movimientos eran para la galería, quería que me fijara en lo buena que estaba, que me encaprichara con ella. Nada mas salir se descalzó, poniendo sus pies en el parabrisas, con el único objetivo que mis ojos se hartaran de ver la perfección de sus formas. Poco después, se tiró la coca-cola encima, y pidiéndome un pañuelo se entretuvo secándose el pecho de forma que no me quedara mas remedio que mirar sus senos, que me percatara como sus pezones se habían erizado al tomar contacto con el hielo de su bebida.
Medio en broma le dije que parara, que me iba a poner bruto, a lo que ella me contestó que no fuera tonto, que yo solo podía mirarla como un hermano. Si lo que buscaba era ponerme a cien, lo había conseguido. Mi pene estaba gritando a los cuatros vientos que quería su libertad, ella era conocedora de mi estado, ya que la descubrí mirándome de reojo varias veces mi paquete.
Llegamos a “el averno”, la finca familiar que heredé de mi familia. La mañana era la típica de septiembre en Cáceres, calor seco, por lo que le pregunté si le apetecía darse un remojón en la piscina. Aceptó encantada yéndose a poner un traje de baño, mientras le daba las ordenes oportunas al servicio. Me quedé sin habla cuando volvió ataviada con un escasísimo bikini, que difícilmente lograba esconder sus aureolas, pero que ni siquiera intentaba tapar las rotundas curvas de sus pechos. Si la parte de arriba tenía poca tela, que decir del tanga rojo, que al caminar se escondía temeroso entre sus dos nalgas y que por delante tímidamente ocultaba lo que se imaginaba como bien rasurado sexo. Solo verla hizo que mi corazón empezara a bombear sangre hacia mi entrepierna, y que mi mente divagara acerca de que se sentiría teniendo encima.
Patricia sabiéndose observada se tiró a la piscina, manteniéndose unos minutos dando largos, pero al salir sus pezones se marcaban como pequeños volcanes en la tela. Viendo que me quedaba mirando, sonrió coquetamente, mientras me daba un besito en la mejilla. Tuve que meterme en el agua, intentando calmarme. El agua estaba gélida por lo que me contuvo momentáneamente el ardor que sentía, pero no sirvió de nada por que al salir, la muchacha me pidió que le echara crema en la espalda.
Estaba jugando conmigo, quería excitarme para que bebiera como un gatito de su mano, sabiéndolo de antemano me dejé llevar a la trampa, pero la presa que iba a caer en ella, no era yo. Comencé a extenderle la crema por los hombros, su piel era suave, y estaba todavía dorada por el verano. Al sentir que mis manos bajaban por su espalda, se desabrochó para que no lo manchara, dejando solo el hilo de su tanga como frontera a mis maniobras. Sabiendo que no se iba a oponer, recorrí su cuerpo enteramente, concentrándome en sus piernas, deteniéndome siempre en el comienzo de sus nalgas. Notando que no le echaba ahí, me dijo que no me cortara que si no le ponía crema en su trasero, se le iba a quemar. Fue la señal que esperaba, sin ningún pudor se lo masajeé sensualmente, quedándome a milímetros de su oscuro ojete, pero recorriendo el principio de sus pliegues. Mis toqueteos le empezaron a afectar, y abriendo sus piernas me dio entrada a su sexo. Suavemente me apoderé de ella, primero con timoratos acercamientos a sus labios, y viendo que estaba excitada, me puse a jugar con el botón de su clítoris, mientras le quitaba la poca tela que seguía teniendo.
Su mojada cueva recibió a mi boca con las piernas abiertas, con mis dientes empecé a mordisquearle sus labios, metiéndole a la vez un dedo en su vagina. Debía de estar caliente desde que supo que nos íbamos de viaje por que no tardó en comportarse como posesa, y cogiéndome la cabeza, me exigió que profundizara en mis caricias. Mi lengua como si se tratara de un micropene se introdujo hasta el fondo de su vagina, lamiendo y mordiéndola mientras ella explotaba en un sonoro orgasmo.
Me gritó su placer, derramándose en mi boca, ella estaba satisfecha, pero yo no, me urgía introducirme dentro de ella, y cogiendo mi pene, coloqué el glande en su entrada, poniéndole sus piernas en mis hombros. Despacio, sintiendo como cada uno de los pliegues de sus labios acogían toda mi extensión, me metí hasta la cocina, no paré hasta que la llené por completo. Ella al sentirlo, empezó a mover sus caderas en busca del placer mutuo, acelerando poco a poco sus movimientos. Era una perfecta maquina, una puta de las buenas, pero en ese momento era mía y no la iba a desperdiciar, por lo que poniéndola a cuatro patas, me agarré a sus pechos y violentamente recomencé mis embestidas. Ella seguía pidiéndome mas acción, por lo que sintiéndome un vaquero, agarré su pelo y dándole azotes en el trasero, emprendí mi cabalgada. Nunca la habían tratado así, pero le encantaba, y aullando me pidió que siguiera montándole pero que no parara de pegarle, que era una zorra y que se lo merecía. Su sumisión me excitó en gran manera, y clavándole cruelmente mis dientes en su cuello, la sembré con mi simiente. Eso desencadenó su propia uforia, y mezclando su flujo con mi semen en breves oleadas de placer se corrió por segunda vez.
Agotado me tumbé a su lado en la toalla, satisfecha mi necesidad de sexo, solo me quedaba mi venganza, sabiendo que me quedaba una semana, decidí dejarlo para mas tarde. Ella por su parte, tardó unos minutos en recuperarse del esfuerzo, pero en cuanto su respiración le permitió hablar, no paró, diciendo lo mucho que me había deseado esos años, pero que el respeto a su marido se lo había impedido, y que ahora que nos habíamos desenmascarado quería quedarse conmigo, no importándole en calidad de que. Le daba igual ser mi novia, mi amante o mi chacha, pero no quería abandonarme.
Mi falta de respuesta no le preocupó, supongo que pensaba que me estaba debatiendo entre mi amistad por Miguel y mi atracción por ella, y que al igual que yo, tenía una semana para hacerme suyo. Lo cierto es que se levantó de buen humor y riendo me dijo:
-Menudo espectáculo le hemos dado al servicio-, y acomodándose el sujetador, me pidió que nos fuéramos a vestir, que no quería quedarse fría.
Entramos en el caserío, y ella al descubrir que nos habían preparado dos habitaciones, llamó en plan señora de la casa a la criada, para que cambiara su ropa a mi cuarto. María, mi muchacha, no dijo nada pero en sus ojos vi reflejada su indignación, mi cama era su cama, y bajo ningún concepto iba a permitir que una recién llegada se la robara. “Coño, esta celosa”, pensé sin sacarla de su error. Error de María y error de Patricia, mi colchón era mío y yo solo decidía quien podía dormir en él.
Comimos en el comedor de diario, por que quería la cercanía de la cocina, permitiera a la muchacha el seguir nuestra conversación, y convencido que no se iba a peder palabra, estuve todo el tiempo piropeando a la esposa de mi amigo. Buscando un doble objetivo, el cabrear a mi empleada, y que Patricia se confiara. Nada mas terminar la comida, le propuse salir a cazar, me apetecía pegar un par de tiros de polvora, antes que en la noche mi escopeta tuviera faena. Aceptó encantada, nunca en su vida había estado en un rececho, por lo que recogiendo mis armas, nos subimos al land-rover. En el trayecto al comedero no dejaba de mirar por la ventana, comentando lo bonita que era la finca, creo que sintiéndose ya dueña de las encinas y los alcornoques que veía.
Durante todo el verano mis empleados habían alimentado a los guarros, en un pequeño claro justo detrás de una loma, por lo que sabía que a esa hora no tardarían en entrar o bien una piara, o bien un macho. No se hicieron esperar, apenas tuvimos tiempo de bajarnos cuando un enorme colmilludo, ajeno a nuestra presencia, salió de la espesura y tranquilamente empezó a comer del grano allí tirado. Tuve tiempo suficiente para encararme el rifle, y con la frialdad de un cazador experimentando, le apunté justo detrás de su pata delantera, rompiéndole el corazón de un disparo. En los ojos de Patricia descubrí la excitación del novato al ver su primera sangre, era el momento de empezar mi venganza y acercándome al cadáver del jabalí, saqué mi cuchillo de caza y dándoselo a la mujer, le exigí, que lo rematara.
Ella no sabía que había muerto en el acto, y temiendo que la atacara, se negó en rotundo. Cabreado la abofeteé, diciendo que no se debe hacer sufrir a un animal, por lo que recuperando el cuchillo, le abrí sus tripas sacándole el corazón. Patricia estaba horrorizada por mi salvajismo, por lo que no se pudo negar cuando le ordené que se acercara. Teniéndola a mi lado, le dije que como era su primera vez, tenia que hacerla novia, y agarrándole del pelo, le introduje su cara en las entrañas del bicho. Estaba asqueada por el olor y la sangre, pero la cosa no quedó ahí, y obligándola a abrir la boca le hice comer un trozo del corazón crudo que había cortado.
La textura de la carne cruda le hizo vomitar, solo el sentir como se pegaba a su paladar le provocó las arcadas, pero cuando se tuvo que tragar la carne, todo su estomago se revolvió y echando por la boca todo el alimento que había ingerido. Yo solo observaba. Al terminar, se volvió hecha una furia, y alzando su mano, intentó pegarme. Me lo esperaba, por lo que no me fue complicado el detener su mano, e inmovilizándola la tiré al suelo. Patricia comenzó a insultarme, a exigirme que la llevara de vuelta a Madrid, que nunca había supuesto lo maldito que era. Esperé que se desfogara, y entonces me senté a horcajadas sobre ella, con una pierna a cada lado de su cuerpo, y dándole un tortazo le dije:
-Mira putita, nunca me creí que tu marido te maltratara-, mentira me lo había tragado por completo,- es mas, al ver las fotos tuyas retozando con tu amante, decidí convertirte en mi perrita-.
Dejó de debatirse al sentir como con el cuchillo, botón a botón fui abriéndole la camisa, se paralizó de miedo al recordar como había destripado al guarro con la misma herramienta con la que le estaba desnudando. Realmente, estaba bien hecha medité mientras introducía el filo entre su sujetador y su piel, cortando el fino tirante que unía las dos partes. Su pecho temblaba por el terror cuando pellizqué sin compasión sus pezones erectos. Me excitaba verla desvalida, indefensa. Sin medir las consecuencias, le despojé de su pantalón y desgarrándole las bragas, terminé de desnudarla. Al ver que liberaba mi sexo de su prisión intentó huir, pero la diferencia de fuerza se lo impidió.
-Patricia, hay muchos accidentes de caza-, le dije con una sonrisa en los labios,-no creo que te apetezca formar parte de uno de ellos, ahora te voy a soltar y tendrás dos posibilidades, escapar, lo que me permitiría demostrarte mi habilidad en el tiro, o ponerte a cuatro patas para que haga uso de ti-.
Tomó la decisión mas inteligente, no en vano había estado presente cuando de un solo disparo acabé con la bestia y con lagrimas en los ojos, apoyándose en una roca, esperó con el culo en pompa mi embestida. Me acerqué donde estaba, y con las dos manos le abrí las nalgas de forma que me pude deleitar en la visión de su rosado agujero. Metiéndole un dedo, mientras ella no paraba de llorar comprobé que no había sido usado aun, estaba demasiado cerrado para que alguna vez se lo hubieran roto, saber que todavía era virgen análmente, me encantó, pero necesitaba tiempo para hacerle los honores, por lo que dándole un azote le dije:
– Tu culito se merece un tratamiento especial, y la berrea no empieza hasta dentro de unos días-, me carcajeé en su cara, dejándole claro que no solo no iba a ser la dueña, sino que su papel era el de ser objeto de mi lujuria.
El primer acto había acabado, por lo que nos subimos al todoterreno, volviendo a la casa. Esta vez fue un recorrido en silencio, nunca en su vida se había sentido tan denigrada, era tal su humillación que no se atrevía ni a mirarme a la cara. Yo por mi parte estaba rumiando la continuación de mi venganza.
 

Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (2)” (POR BUENBATO)

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Asalto a la casa de verano (2)

Sin título– ¡No! – rogó Leonor, comprendiendo a qué se refería – ¡Por favor! ¡Ellas no!

Pero el hombre no le prestó atención. Llamó a su secuaz, Lucas, y le ordenó que atara a la mujer. Leonor, en su desesperación, trató de salir corriendo de ahí, como último recurso para pedir ayuda. Pero, tan pronto como aceleró, cayó de culo al tropezarse con sus propias bragas, que aún seguían al nivel de sus pies. Lucas la alcanzó y la pateó, evitando que pudiera incorporarse de nuevo; la piso, manteniéndola boca abajo, mientras la esposaba rápidamente y la terminaba de desnudar de la parte inferior, dejándole sólo la delgada bata de dormir, tan corta que apenas le cubría media nalga.

Leonor ya no pudo hacer nada; se sentía agotada y perdida. Ni siquiera pareció enterarse cuando el tal Lucas la sentó sobre la silla, atándola de la misma forma que habían atado a sus hijas. Con los pies atados a las patas delanteras de la silla y ella recargada de pecho sobre el respaldo, con sus manos sostenidas tras su espalda.

Seguía con el rostro cubierto con los restos seminales del sujeto de la camisa azul, pero ya no lo veía. Sólo se encontraba Lucas, con el arma empuñada. Este la miraba lujurioso y con una malicia inmensa; burlón, se acercó hacia las muchachas, sabiendo que Leonor lo miraba. A cada una de ellas les sobó el culo y les magreo las tetas, asegurándose de que Leonor no perdiera detalle, primero a Sonia y luego a Mireya.

Leonor lo miraba con odio, pero al mismo tiempo le imploraba que las dejara en paz. Sólo tras cinco minutos, la figura del sujeto de azul descendió de las escaleras, secándose el área de su entrepierna con una toalla rosa que le pertenecía a Mireya.

– ¡Por favor! – comenzó a implorar, al verlo bajar – ¡No les haga nada! ¡Haga lo que quiera conmigo!

– Amordaza a esta perra escandalosa. – dijo el sujeto de azul

– Ustedes dijeron…

– ¡Nosotros no dijimos nada! – gritó – Sólo le avisamos que haríamos lo que quisiéramos por las buenas, o por las malas; y que no veníamos a seguir ninguna orden.

– ¡Por favor! Por lo que más qui…– insistió Leonor, antes de que Lucas la tomara por el cuello para amordazarla.

La mujer ya no pudo decir nada; y no le quedó más opción que ver cómo aquel sujeto, completamente desnudo a excepción del pasamontañas, se acercaba como una fiera a sus indefensas hijas. De pronto tuvo que observar aquello sólo con un ojo, porque en el otro le había entrado esperma. Lloraba, de impotencia, dolor y humillación.

Miró como se acercaba a sus hijas; lo vio pasear por detrás de ellas, que se encontraban completamente aterrorizadas. Él les desató los pies y las hizo ponerse de pie. Comenzó con Mireya, que se mantuvo de pie frente a su silla; miraba de reojo a su madre, pero mantenía más que nada la vista al suelo.

– Muy bien, muy bien… – murmuraba el sujeto de azul.

Después desató a Sonia; esta si intentó oponer resistencia, pero no duró mucho su arrebato de rebeldía puesto que bastó una patada seca de aquel hombre para hacerla caer de rodillas. Tomó un cojín del sofá y lo tiró a un lado de dónde se encontraba Sonia.

– Arrodíllate ahí – ordenó a Mireya, señalándole el cojín.

Mireya no supo cómo reaccionar. El sujeto perdió la paciencia, se acercó a ella, la tomó de los hombros y la empujó hacia abajo, obligándola a arrodillarse en el cojín. Cuando por fin ambas quedaron de rodillas, las acomodó de manera que quedaran juntas.

Se agachó tras de Sonia, con las llaves de las esposas, pero sólo para volverla a esposar con las manos tras su espalda. Sonia pensó en huir en aquel momento, pero el miedo la había invadido de tal forma que no se atrevió. Después hizo lo mismo con Mireya, quien menos aún pensó en cualquier posibilidad de escapar.

Una vez hecho esto, se colocó de pie frente a ellas, desnudo como estaba, y con la verga levantándose poco a poco hasta llegar a su erección total.

Sonia y Leonor adivinaron de inmediato de qué se trataba todo aquello, pero Mireya parecía no entender mucho, hasta que el sujeto comenzó a hablar.

– Vamos a jugar un juego – dijo – Se llama “Salvando a mamá”. ¿Quieren jugar?

Ninguna de ellas se atrevió a decir nada.

– ¡Respondan! – gritó, asustándolas – ¿Quieren jugar?

– Ss..si – respondieron ambas, temblorosas

– ¿Sí qué?

– Si queremos jugar – respondió Sonia por ambas

– Perfecto. Las reglas son muy sencillas; hacen lo que les ordene y a su madre no le pasará nada. ¿De acuerdo?

– Sss..ss..si.

Sonia y Mireya eran muy similares. Sonia, la mayor, tenía una tez morena, heredada de su padre, y un cuerpo de infarto gracias a su madre. Media unos 165 centímetros, y lo que más destacaba de ella era, sin duda, el redondo y hermoso culo que decoraba su cuerpo. Sus tetas también eran preciosas, redondas y bien formadas.

Tenía un cabello lacio y negro; que caía a veinte centímetros bajo sus hombros. Su cara era más fina que la de su madre, a excepción de la nariz de su padre, pero conservaba sus labios hermosos y carnosos.

Mireya, por su parte, era aún más bonita, quizás por la edad. Era similar a su hermana, pero con los ojos ligeramente rasgados, como su madre. Su boca era pequeña, pero sus labios eran gruesos y carnosos. Su nariz, mucho más bonita que la de Sonia, estaba ligeramente respingada. Sus cejas, afinadas hacia poco en una estética de la capital, eran dos líneas finas y densas que la hacían parecer a su rostro más mayor de lo que en realidad era.

Era una chiquilla, apenas, de modo que en sus pechos no había más que pequeñas tetitas de adolescente. Su culo, sin embargo, ya tenía las formas redondas y voluminosas de cualquier mujer bien dotada; y con su gusto por la natación, no había hecho más que acentuarlas.

Ambas chicas estaban arrodilladas frente a aquel invasor, que les apuntaba con su verga erecta hacia sus rostros. Sus manos, atadas tras su espalda, las ponían en una situación incómoda y de indefensión.

Sonia lloraba, pero Mireya parecía más desorientada que triste. Entonces recordó lo que su madre había sido obligada a hacer, y sólo entonces comprendió lo que le esperaba. Tragó saliva.

– Pues bien, lo primero que tendrán que hacer es besarme aquí – dijo, señalando el glande de su verga – ¿entendido?

Pero sólo recibió un largo silencio. Ambas chicas se miraron, pero ninguna se atrevió a llevar a cabo lo que el hombre les ordenaba. Simplemente era algo que no querían hacer por nada del mundo.

– Que feo – dijo el hombre – eso es no querer a su mamá.

Iba a ordenar algo a Lucas cuando de pronto la voz de una de las chicas lo interrumpió. Era Sonia, la hermana mayor, que lo miraba desde abajo con ojos de cordero.

– Está bien – dijo, con la voz quedita – Lo haré. Pero, por favor, deja ir a mi herma…

Una bofetada cayó sobre su rostro, haciéndola llorar de inmediato. Mireya también lloró al ver aquello, pero se concentró en mirar al suelo. Su madre, amordazada desde la silla en la que estaba atada, también comenzó a llorar; tanto así, que sus lágrimas comenzaron a limpiar parte de su rostro manchado de esperma.

El sujeto de azul tomó con su mano la barbilla de Sonia y la hizo alzar el rostro, llorosa como estaba.

– A mí no me vengas con que qué debo hacer – dijo, con firmeza – A mí sólo me vas a obedecer. Así que vas a besarme la verga en este instante o la siguiente cachetada es para tu madre, y, si insistes, la que sigue es para tu hermanita.

La soltó, pero el rostro de Sonia se mantuvo en alto. Tragó saliva, lo pensó un poco mientras el hombre la esperaba. Entonces, cerró los ojos, apretándolos muy fuerte, y comenzó a acercarse.

Sus labios apenas tocaron el glande del sujeto, alejándose inmediatamente, pero aquello siguió siendo terriblemente repúgnate.

– Ahora es tu turno – dijo el hombre de azul, dirigiéndose a Mireya

– ¡Por favor! – insistió Sonia – Deja…

Otra bofetada cayó sobre ella. Ella intentó, instintivamente, detener aquella mano con las suyas, pero estaba atada, y a veces lo olvidaba. Su rostro se había enrojecido, y sollozaba con la mirada hacia el suelo.

– Repito, es tu turno. – volvió a decir el sujeto, dirigiéndose a Mireya – ¿O también te pondrás necia?

La muchachita alzó la vista, y movió la cabeza negativamente.

– Perfecto – dijo el hombre – Te espero.

Pero no esperó demasiado, Mireya se acercó rápidamente y besó el glande del hombre para después retirarse inmediatamente. Era como si hubiera besado una llama de fuego. Leonor no tuvo más remedio que ver cómo, después de aquellos rápidos besos, el hombre iba exigiendo más y más, y sus hijas iban cediendo más y más.

Pronto les pidió que lamieran la punta de su verga, y ambas se negaron en un principio; pero cuando Sonia volvió a recibir una bofetada, ambas volvieron a acceder a los deseos. Después de aquellas lamidas, el hombre pidió que le chuparan el glande, y esta vez hubo menos resistencia y ninguna bofetada.

El hombre continuó y continuó; a veces, apretaba la quijada de Sonia, cuando esta le hacia alguna mueca. Otras veces empujaba a Mireya por la nuca, obligándola a no pensar tanto sus movimientos. Y las muchachas comenzaron a ceder a cada cosa que el hombre les decía, por que sabían que ninguna opción tenían si no querían ser lastimadas. Eso lo entendió perfectamente Mireya, cuando se detuvo para rogar compasión a aquel sujeto; entonces recibió su primera bofetada, y ya no volvió a desobedecer.

Sonia aun se ganó tres bofetadas más; y cinco pellizcos en sus pezones; y Mireya, en un momento de repugnancia en el que simplemente no quería tragarse la mitad de aquella verga, provocó que su madre recibiera cinco manotazos en el rostro.

La regla se volvió muy simple: someterse, o pagar las consecuencias. Leonor ya no sabía qué era peor; tanto ver a sus hijas siendo castigadas como verla mamándole el falo a aquel sujeto, le dolía verdaderamente en el alma.

Con el paso de los minutos, aquello pareció convertirse en cualquier escena barata de una película porno. Leonor se horrorizó con la facilidad con la que aquel sujeto había terminado por someter a sus hijas. Estas ni siquiera se quejaban ya; se habían rendido, y preferían obedecer las palabras y los movimientos de manos de aquel sujeto a ganarse uno de los castigos.

Su madre comprendía todo esto; y tampoco quería seguir viendo cómo las abofeteaban, pero en el fondo deseaba que se negaran, aunque sea un poco, que no se rindieran a los deseos de aquellas bestias. Pero nada podía hacer, sólo llorar.

Y en verdad que sus hijas ya no se quejaban; aquel hombre jugaba con ellas como si se trataran de un par de títeres. Con la mano derecha, detenía o empujaba hacia su verga la boca de Sonia, y con la izquierda tenía el mismo poder sobre Mireya.

La más chica era la que más injusticias se había llevado; Sonia debía tener cierta experiencia, por que el sujeto jamás la reprendió durante la felación. Pero la pobre Mireya, que no tenía la menor idea de aquello, había cometido los errores comunes de meter dentelladas o atragantarse sola.

Dos bofetadas, y un par de indicaciones ladradas por el sujeto de azul, parecieron suficientes para no repetir aquellos errores, aunque debía concentrarse demasiado, preguntándose si aquella o tal forma era la correcta, a sabiendas de que algún manotazo caería de nuevo sobre ella si se equivocaba.

No habían perdido aun el asco a chupar aquel horroroso y apestoso pellejo; pero si habían perdido la esperanza de cualquier alternativa. Sonia y Mireya, las pobres hijas de Leonor, no tenían más opción que evitar que todo aquello empeorara.

Por si fuera poco, el tal Lucas se acercó tras ella y comenzó a manosearla.

Conforme las hijas de Leonor mejoraban su desempeño, sin embargo, más les exigía el hombretón aquel. Comenzó a lastimarles el cabello; primero a Mireya, a quien jaloneaba de los pelos, atrayéndola hacia su verga, mientras de un empujón en la frente alejaba a Sonia, que sacaba aquella verga de su boca entre saliva y líquido seminal. Entonces la pobre chiquilla abría bien la boca, tomaba aire y cerraba los ojos antes de que aquella verga venuda invadiera su boca.

A veces el sujeto le permitía moverse sola pero, cuando se le antojaba, la mantenía atragantándose con aquel falo dentro de su garganta. Entonces la pobre chica se desesperaba, respiraba lo que podía por la nariz y sentía unas ganas insoportables de vomitar. Sólo cuando comenzaba a gorgotear fuertemente, aquel hombre la liberaba empujándola y entonces tomaba de los cabellos a Sonia y repetía lo mismo con ella, mientras Mireya sollozaba en silencio.

Repitió aquello varias veces, en lo que era lo más humillante que ellas habían tenido que soportar hasta entonces. Pero ya nada las sorprendía, cada cosa que él les hacía se convertía en lo más denigrante jamás vivido. Se preguntaban qué más seguiría después de todo eso.

– ¡Oye! – interrumpió Lucas, que estaba de pie tras Leonor – ¿Ya puedo…?

– ¡Si! – respondió molesto por la interrupción el tipo de azul, mientras mantenía a Sonia tosiendo con su verga dentro – ¡Sólo sabes qué parte me toca a mi!

– Perfecto – asintió el chico de amarillo

Leonor sintió entonces las manos de Lucas sobre su espalda y su culo; la abrazó por detrás para alcanzar a manosear sus tetas bajo la bata, ella intentó poner resistencia, creyendo que aquel sujeto sería suficiente, pero un jalón de cabello la regresó a su triste realidad.

– ¡No hagas tonterías – dijo Lucas, directo al oído de la mujer – maldita zorra!

Y Lourdes ya no hizo tonterías; ni cuando él la siguió manoseando, ni cuando comenzó a pellizcar sus pezones, ni cuando la obligó a besarla en la boca, sintiendo como la lengua del sujeto invadía su boca.

Tampoco hizo tonterías cuando él se agachó tras ella y comenzó a besar sus nalgas; ni cuando aquellos dedos comenzaron a magrear su coño, obligándola a excitarse; ni siquiera cuando la verga erecta de Lucas sobó por sobre la línea de su culo antes de penetrarla por el coño. Los dieciocho centímetros de aquel falo se clavaron en lo profundo de su húmedo coño; pero ella no hizo tonterías porque estaba llorando, había estado llorando mientras miraba a sus hijas siendo sodomizadas por el otro sujeto.

Pronto el muchacho comenzó a bombear su coño, y Leonor tuvo que perder de vista a sus hijas para enfrentarse a su propio destino. Más pequeña que la anterior verga, aquella de todos modos la hizo gemir de placer. El muchacho era joven y ágil; y todo aquello agitaba a aquella mujer que, a sus 42 años, todavía era muy capaz de sentir las delicias de una buena follada.

Se sentía sucia; pero su mente no dejaba de confundirse entre sentir asco o goce. Aquella posición sobre la silla la mantenía con el culo bien abierto, permitiendo el libre paso al pene de aquel ágil hombre. La cogía una y otra vez; hasta el fondo, sacando su verga por completo y volviéndosela a clavar.

Leonor ya gemía escandalosamente, sin poder evitarlo; inundando el silencio incomodo que reinaba en la sala. Se sentía una idiota, pero no quería que aquello se detuviera, no en aquel justo momento cuando su interior se estremeció y un chorro de placer pareció recorrer su circuito sanguíneo. Entonces gritó, porque su mente estaba tan inundada de sensaciones que aquel orgasmo se sentía distinto a cualquier otro.

El sujeto ni siquiera dejó de bombearla, aún a sabiendas del orgasmo de la mujer y, hasta que no descargó su leche dentro del coño de Leonor, no paró de embestirla. Esperó a que su pene perdiera

Cuando Leonor regresó la vista al frente, miró de frente a sus hijas. Cruzó miradas con Mireya y después con Sonia; ambas estaban arrodilladas de frente, con el sujeto de azul detrás de ellas, tomándolas de los hombros y obligándolas a observar a su madre.

Leonor se ruborizó; deseaba estar en otra parte, desaparecer de ahí para siempre. Pero su realidad era otra; un extraño le había provocado un orgasmo, y había chillado como cerda frente a sus propias hijas. Entonces el teléfono sonó.

Sonó una vez, y otra, y ambos sujetos se pusieron alertas, aunque el de azul parecía relajado y el chico que la follaba ni siquiera había sacado su pene de su coño. Siguió sonando, hasta que el tono paró. Leonor comprendió, eran las diez y media de la mañana, y a esa hora su esposo y padre de las niñas marcaba todos los días desde el crucero.

– ¿Es él? – dijo la ronca voz del hombre de azul

Leonor asintió; ya no le sorprendía que aquel sujeto lo supiera.

– Pues va a volver a marcar, seguramente; aquí espérenme putitas – dijo, dirigiéndose a las chicas que seguían arrodilladas, mientras se alejaba hacia la mesita del teléfono.

Tomó el teléfono inalámbrico y se acercó a Leonor.

– Cuando conteste – dijo a Leonor, que lo miraba de reojo – vas a hablarle con toda normalidad. Le dirás que estas bien, que tus hijas están bien y que no existe problema alguno. Cualquier idiotez que cometas – dijo, al tiempo que tomaba una de las pistolas – provocará una situación decepcionante. ¿Me has entendido?

Leonor no contestó de inmediato; la sola posibilidad de provocar que dañaran de esa manera a alguna de sus hijas la hizo estremecerse, porque no estaba segura de guardar las apariencias ante su esposo en aquella situación. Entonces el teléfono volvió a sonar.

– Lo haré – dijo Leonor – No te preocupes.

El sujeto de azul le entregó el teléfono a Lucas, quien contestó y alargó su brazo para que Leonor contestara; ni siquiera sacó su verga de ella, y hasta parecía haber vuelto a ganar dureza.

– Bueno – dijo Leonor, tras una extraña pausa

– …

– Si, lo sé – dijo, tratando de normalizar su voz – Estábamos desayunando y dejamos los celulares en los cuartos.

– …

– Si, todo bien, despertamos a eso de las nueve de la mañana – continuó, y en aquel momento vio cómo el sujeto de azul regresaba hacia donde se hallaban sus hijas

– …

– ¡Ah! Que bien, ¿entonces llegan mañana a Puerto Rico?

– …

El sujeto de azul regresó a sus hijas a la posición anterior y, como si nada estuviese pasando, volvió a obligarlas a chupar su verga. Primero Mireya, quien estuvo obligada a realizarle aquella felación durante medio minuto, y luego Sonia otro rato; para después continuar aquel juego de turnos en que él metía su verga bruscamente en la boquita que más se le antojaba hacerlo.

Leonor escuchaba los relatos de su marido, y agradecía no tener que decir nada, puesto que su garganta se había ennudecido.

– Muy bien – dijo, cuando tuvo que responder – Pues yo creo que las niñas y yo vamos a quedarnos en la casa, a menos que salgamos por la tarde al pueblo.

– …

– Si, me parece bien, si los encuentro los compro – respondió, en el momento en que, por fin, Lucas sacaba su verga de ella, provocando que se le escapara un ligero gemido.

– …

– No, nada, me lastimé la espalda durmiendo, yo creo, y me ha estado doliendo un poco.

– …

– Si, lo haré, no te preocupes. – continuó, con la leche de Lucas corriéndole por los muslos, emanando de su concha.

– …

– Si, yo les digo. Igualmente, cuídate.

Entonces colgó; Lucas le arrebató el teléfono y lo colocó en su lugar.

– ¡Lo ves! – dijo el sujeto de azul, mientras masturbaba su verga frente a los rostros de las hijas de Leonor, a quienes había obligado a pegar sus mejillas una al lado de otra y a mantenerse inmóviles, a la espera de su eyaculación – Eres muy buena actriz a pesar de tener una verga dentro.

Leonor hubiese querido verlo reventar en aquel mismo momento; pero se limitó a bajar la vista, ocultando el dolor de su mirada.

Ya no miró cómo aquel individuo mantenía entre amenazas y groserías los rostros de sus hijas aglutinados, esperando con los ojos cerrados el momento en que aquella verga escupiera semen sobre sus rostros, como hacía unos minutos había sucedido con su propia madre.

La espera era eterna, especialmente porque no querían que nada de aquello sucediera; de modo que, finalmente, el escupitajo de esperma las tomó por sorpresa. El primer chorro cayó sobre la frente de Mireya, y un segundo disparo llegó a la nariz y boca de Sonia. Azotó su pene sobre la cara de Sonia, manchándola lo más posible de su leche, pero ya la mayor parte había caído sobre Mireya, que empezaba a tener problemas con los ríos de semen corriéndole cerca de los ojos hasta comenzar a invadirlos.

– ¡Váyanse a bañar! – les gritó, mientras empujaba a Sonia para que se pusiera de pie, misma cosa que no tuvo que repetir con Mireya, que ya se incorporaba – Lucas, sube con ellas.

Lucas tomó su arma y las hizo subir.

– ¡Lucas! – gritó, mientras el muchacho subía – Acuérdate de lo que te dije.

El hombre de amarillo asintió, y siguió su camino. El individuo de azul se quedó solo con Leonor, quien seguía fija al suelo. No se podía saber si lloraba o si se había desmayado de tantas emociones. Le alzó el rostro, y se encontró con una mirada perdida y desesperanzada.

Se agachó, a un lado de ella, acariciándole la barbilla. El esperma de Lucas aun goteaba desde su coño, cayendo al suelo.

– Mira nada más que desastre – dijo el tipo, asomándose hacia el culo de Leonor – eres tan puta que ya dejaste un charco de mugre acá atrás.

Llevó su dedo bajo la concha de la mujer y una gota cayó en su dedo; se incorporó e impregnó la gota de esperma en la nariz de la mujer, que lo miraba con una extraña combinación de odio y miedo.

– En fin – continuó – Te puedo adelantar que esto es sólo el principio – dijo, agachándose de nuevo frente a ella, acercándose a su oído.

– ¿Qué más quieres? – preguntó Leonor, con una voz destrozada

– Todo, follarte, follarte hasta que me canse. Y follarme a tus hijas también; romperle el culo a Sonia, desvirgar a tu adorada Mireya; lanzarles mi leche sobre sus culos y atragantarlas con mi verga. Eso quiero.

Las lágrimas de Lourdes corrían silenciosamente por sus mejillas. Miraba al suelo, pensativa, mientras escuchaba las sandeces de aquel individuo que no dejaba de parecerle familiar.

– ¿Quién eres? – preguntó

Alzó la vista y mirándole los ojos a través de aquel pasamontañas. El hombre la miró; se quedó pensando un largo rato hasta que, por fin, decidió quitarse el pasamontañas.

– ¿No me recuerdas? – dijo

Ella no lo recordaba; no sabía quién era. Lo miró; y trató de recordar aquel rostro y aquella voz. Pero nunca había conocido a alguien como él. Estaba a punto de preguntar hasta que una idea le cruzó por la cabeza; entonces lo recordó.

– Benjamín – dijo, completamente segura

– El tipo al que le rompiste el corazón.

CONTINUARÁ…

 

Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (3)” (POR BUENBATO)

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ASALTO A LA CASA DE VERANO (3)

Sin títuloEra él, definitivamente; pero lo veía tan cambiado. Físicamente parecía haberse desarrollado más; siempre había sido un muchacho robusto. Pero jamás se hubiese imaginado que él fuera capaz de cometer algo como aquello; nunca lo hubiese creído.

Habían sido novios durante una corta temporada; ella tenía 16 años y él 19, pero era apenas una chiquilla, los cinco meses que salieron juntos no significaron gran cosa para Leonor, quien hubiese salido con quien fuera que la invitara. Que se tratara de Benjamín o de cualquier otro era lo de menos.

Ella siempre había sido muy bonita; y sin duda era la mujer más bonita en aquella colonia. Benjamín era un muchacho serio, trabajador y extremadamente responsable; hubiesen seguido como novios de no haber sido por la necesidad de alejarse.

Él entró a la Escuela Militar de Medicina, le prometió a ella que volvería y ella juró que lo esperaría. Se escribían cartas; él escribía dos cartas por cada una de las que ella le enviaba. Pero con el tiempo se fueron reduciendo aún más; a veces él tenia que esperar dos meses y dieciocho cartas para que ella le respondiera, cada vez con menos cosas que decirle. “Suerte”, era lo único bonito que ella le escribía.

Ella se hubiese enterado del amor que aquel sujeto le tenía, si tan sólo se hubiera tomado la molestia de leer aquellas cartas. Pero, siendo bonita como era, no tardó en regresar a una vida social atrabancada, en la que los más muchachos más galantes y populares acaparaban su tiempo y su atención. Guardaba las cartas en una cajita; y después las tiraba a la basura cuando estas se acumulaban.

Llegaba a leer algunas, pero le parecían escritas por un pobre necio que no entendía que las relaciones a distancia no tenían futuro. Decidió entonces escribirle la carta más corta de todas: “Basta ya, Benjamín, no te he escrito en meses por que deseo que me dejes en paz. Esto ya murió hace mucho. Suerte.”

Aquello funcionó, tras dos años y medio de correspondencia apasionante, ella no volvió a recibir ninguna carta. Un alivio del que se olvidó pronto. Habían pasado más de 25 años desde entonces; y apenas y había podido recordar su nombre.

– Lo lamento – dijo Leonor, tratando de comprender aquella situación – Pero lo que estas haciendo no solucionará nada. No puedes culparm…

– No te estoy culpando – dijo él – Es sólo venganza.

– No puedes hac…

– Lo estoy haciendo; ¿crees que tus disculpas me harán decir “muy bien, sólo eso necesitaba; me voy, hasta nunca”? – dijo, burlón – Planeé esto desde hace muchos años; no voy a dejarlo ir por unas falsas disculpas.

– Son sólo unas niñas. Hazme a mi todo lo que te venga en gana, pero los que les hiciste hace un momento a ellas es realm…

– El principio. – interrumpió

– No puedes ser tan malo, Benjamín

– Eso mismo creía de ti – concluyó, alejándose

Subió las escaleras, seguramente hacia el baño, donde el otro sujeto y sus hijas se encontraban. Cuando se sintió sola, intentó zafarse de sus amarres. Pero era inútil; las esposas la inmovilizaban completamente, y no encontraba manera alguna de desatarse los amarres de los pies. Sus intentos de desatarse la hicieron caer de espaldas, cayéndole encima la silla. Lloró de impotencia; se sentía una idiota, desnuda ahí sin poder hacer nada por defender a sus hijas.

Arriba, en efecto, Lucas supervisaba a las chicas mientras se lavaban el rostro, cabello y cuerpo bajo la regadera. Les había quitado la blusa y la playera, recortándolas con unas tijeras. Ahora Mireya vestía sólo con el traje de baño de dos piezas, y su hermana Sonia sólo iba cubierta por sus bragas.

– ¡Que bonitas! – dijo el socarrón de Benjamín – ¿Ya se limpiaron bien la carita? Vi que a la chiquita le entró un poco en el ojo.

Lejos de responderle, las chicas lo miraron con rencor. Como si, debajo de la regadera, pudieran estar a salvo. Pero no era así; apenas cerraron la llave y se acercaron a tomar sus toallas; el gorilón de Benjamín las empujó hacia la plataforma de la regadera, haciendo que resbalaran y chocaran sus cuerpos entre ellas.

– Les hice una pregunta, pendejas, ¿creen que estoy jugando?

Las muchachas se asustaron de nuevo, y cualquier espíritu de rebeldía se esfumó. Movieron la cabeza negativamente.

– ¿Entonces por qué no responden? ¿Se limpiaron la cara? Si recuerdan, ¿no? ¿Recuerdan cómo les llené la cara de leche? ¡¿Eh?! ¿Lo recuerdan?

– Si – dijeron ambas, al unísono

– ¿Les gustó?

Ambas se miraron mutuamente, estaban tan asustadas que ya no lo pensaban dos veces.

– Si – respondieron

– ¡Que putas! No me sorprende en lo absoluto. Me acabo de follar a su madre y ha quedado encantada. ¿Les gustó ver cómo nos las follamos mi amigo y yo?

– Si – respondieron las pobres chicas

– ¿Si qué, putitas?

– Si nos gustó ver – respondió Sonia, por ambas

– A ti – dijo señalando a Mireya – ¿Te gustó cómo te eché mi leche en tus ojitos?

Mireya estaba tan asustada que apenas y pudo entender la pregunta. Trató de pensar rápido, incluso Sonia la apuraba con suaves pellizcos para que respondiera; Benjamín se estaba desesperando cuando por fin la chiquilla se atrevió a responder.

– Si – dijo entonces, como si lo hubiera tenido ensayado – Si me gustó, mucho.

– ¿Mucho? – repitió el hombre – Vaya que eres una perrita al natural, a ti te voy a enseñar muchas cosas.

Aquello la asustó, pero no dio tiempo de ello; Benjamín dio indicaciones a Lucas, y entre ambos las tomaron de los brazos y las hicieron levantarse, mojadas aún como estaban. Benjamín llevaba a Sonia, que a pesar de los intentos de arrebatos era incapaz ante aquellos fuertes brazos. Menos aún pudo poner resistencia Mireya, a quién Lucas jaloneaba con el menor de los cuidados. Entraron a la recamara de ellas.

Las lanzaron sobre los colchones de sus camas, exactamente donde cada una de ellas dormía; ya fuera por casualidad, o por que conocían bien cómo se llevaban a cabo las cosas en aquella casa.

Cayeron sobre las camas; pero no tuvieron tiempo de incorporarse por que, de forma casi sincronizada, ambos hombres se les encimaron para inmovilizarlas boca abajo. Les volvieron a colocar las esposas, y sacaron unas cuerdas con las que ataron, por desde la mitad los cuellos de las chicas, y después cada uno de los extremos a las patas superiores de las camas.

Aquello estaba, evidentemente, más que planeado; en menos de dos minutos ambas muchachas estaban completamente inmovilizadas boca abajo sobre sus camas. No podían moverse mucho en aquella posición y con aquellas ataduras. Si existía un secuestro bien planeado, era aquel.

Las dejaron solas, o al menos eso les hizo creer. Benjamín miraba satisfecho todos los intentos de las chicas por escapar, por si existiera algún defecto en su plan; pero no lo había, por más que ambas intentaron, no podían moverse demasiado. Cualquier movimiento forzado las hacia ahorcarse a ellas mismas con las ataduras. No podían hacer otra cosa que mantenerse en aquella posición.

Lucas y él bajaron a la sala; descansaron, especialmente Benjamín, quien había eyaculado más veces. Era uno de los inconvenientes que veía, deseaba follárselas sin parar. Lucas hubiese continuado, pero estaba bajo las órdenes de Benjamín, y las parecía obedecer al pie de la letra.

Miraron algo de TV y comieron algo en el cuarto de la cocina; de vez en cuando hacían rondines por la casa. Lourdes había terminado por rendirse; y lo poco que lograba era arruinado por alguno de ellos, que reforzaban los amarres.

Lo mismo sucedía con Sonia, quien de vez en cuando se retorcía sobre la cama esperando escapar, pero de igual manera era inútil; y cuando era descubierta en pleno intento, lo único que conseguía era una buena nalgada.

Mireya, sin embargo, había terminado por dormirse. “La más lista – pensó Benjamín – Con todo lo que le espera”. Se acercó a ella y le acarició suavemente el culo; ella no despertó. La contempló un rato; ya sabía que ella nadaba, pero sólo hasta entonces comprendió las ventajas de aquel ejercicio.

El trasero de la muchachita era precioso, redondo y voluminoso; junto con su cintura delgada le otorgaban un cuerpo precioso. Si bien era, en parte, heredado, pues su madre y hermana también se cargaban un buen par de nalgas, la más chica no había perdido el tiempo y, mientras nadaba, iba marcando aún más su bello cuerpo.

El traje de baño era muy bonito; tenía holanes de colores sobre la tela rosada, era claramente un traje de baño de tipo infantil. La parte superior no estaba hecha para cubrir gran cosa, y es que en verdad las tetas de la chiquilla eran insignificantes. La parte inferior, por su parte, sí que estaba apretujada sobre sus voluminosas nalgas. Las tocó otra vez, esta vez con más ahínco, y Mireya despertó. Debió haber estado soñando algo lindo, porque el regresó a la realidad no pareció caerle bien.

Benjamín regresó de la última ronda con su compañero. Había sido un descanso de tres horas; Lucas lo aprovechó para revisar las computadoras. Había revisado la laptop de Mireya, pero nada le llamó la atención, y también revisó el celular de Sonia, al cual le dedicó casi una hora, y la tablet de Lourdes, dónde no encontró nada interesante.

– ¿Algo importante?

– Nada – respondió Lucas, mostrando su aburrimiento – Parece ser que sus vidas aquí no tienen mucho de interesante.

– Pues ya va siendo hora de cambiar eso; subamos.

Lucas sonrió, entusiasmado, y caminó tras Benjamín. Este se acercó rápidamente a donde se hallaba Leonor, y acercó su boca a su oído.

– Sólo para avisarte que ya les llegó la hora a tus hijitas.

– ¡Púdrete! – espetó Lourdes

– Gracias – respondió Benjamín, alejándose – eso me alienta.

Subió a la alcoba de Sonia y Mireya, seguido de Lucas. Las muchachas los esperaban, atadas sobre sus camas.

– Pasará esto, Lucas – dijo al muchacho – Comenzaremos con la mayor; sólo quiero penetrarla un poco, después será toda tuya. ¿Te parece?

– Perfecto – dijo Lucas

Las chicas podían escucharlos pero, ¿Qué importaba eso? Se dirigieron a la cama donde se hallaba Sonia; comenzaron a bajarse los pantalones, quedando completamente desnudos, con sus vergas erectas y listas.

Sonia temblaba de verdad; sintió las manos de Benjamín sobre sus piernas, pero estaba tan trabada que ni siquiera pudo alejarse. Vestía sólo sus bragas blancas; pero estas no tardaron en irse, cuándo Benjamín las arrancó de un solo jaloneo.

Ella tenía un cuerpo precioso, dónde los rasgos africanos y latinos no se limitaban a su tono de piel morena. Tenía un par de tetas preciosas que ya todos conocían, redondas y altivas, con el tamaño adecuado para competir con las de su madre. Debajo de su pecho, comenzaba una curva que disminuía para formar su cintura y, más abajo, la curva volvía abrirse para dar paso al culazo que siempre lucia.

Era un culo corriente, por así decirlo. Grande por naturaleza, vibraba como cama de agua con cada movimiento brusco. Sus caderas eran anchas, pero no tanto para la abundancia de nalgas con el que contaba. Un hombre podía sobrevivir un mes sin problemas alimentándose de ellas.

No parecía ejercitarse tanto, como su madre y su hermanita, pero aquello no tenía importancia con el cuerpazo con el que contaba en ese momento. Eso lo supo Benjamín quien, abalanzando su cuerpo sobre ella, la acarició desde abajo hasta arriba. Lanzó algunas nalgadas a la chica, poniéndola nerviosa; pero es que aquello era inevitable, su trasero mismo invitaba abiertamente a lanzar manotazos sobre la superficie de sus culo.

El hombre alzó con sus brazos las caderas de Sonia, obligándola a arrodillarse sobre la cama y abrir sus piernas. Pronto sintió la lengua de aquel sujeto restregándose entre su coño, saboreando su culo y besuqueando sus nalgas. Aquello era repugnante, y lo peor es que de cierta forma comenzaba a sentir sensaciones placenteras.

Su coño era un bollito oscuro e hinchado, rodeado con unos vellos oscuros y medianamente crecidos. Era evidente que la chica no veía a su novio desde hacía unas semanas, y había dejado de rasurarse el área de su concha. La parte interior de su almeja rosada comenzó a excitarse, provocada por los dedos mañosos de aquel sujeto que abrían paso a su asquerosa lengua.

Se sintió estúpida cuando su concha comenzó a llorar jugos de placer. La dura lengua y los labios de aquel sujeto chupándole su coño comenzaban a provocarle inevitables efectos. No tardó, contra lo más racional de su voluntad, a restregarse ella misma contra el rostro de aquel individuo.

Benjamín sonrió satisfecho, al ver cómo aquello sobrepasaba el carácter de la chica y la hacía sucumbir al deseo sexual. Dio un último beso a los labios vaginales de Sonia, y alejó su rostro, llevándose adheridos algunos vellos en sus mejillas.

– No tardaste mucho en calentarte putita – dijo Benjamín, limpiándose el rostro con las bragas de Sonia, al tiempo que se colocaba de rodillas tras ella.

– Déjeme por favor… – intentó pedir Sonia, pero una bofetada la acalló.

Era Lucas, quien se estaba acomodando frente a ella, apuntándole con su verga erecta. El muchacho se acomodó para que la pobre chica le chupara la verga, pero Sonia se negó de inmediato. Mala idea, una mano le alzó la cabeza por los cabellos y recibió cinco bofetadas seguidas que la regresaron a su triste realidad, y entonces tuvo que ceder a los deseos del muchacho. Abrió la boca, y se dejó llevar por la mano de Lucas hacia su verga.

No había terminado de llevarse aquel falo a la boca, cuando la verga de Benjamín la penetró. Su coño estaba tan húmedo que no costó gran trabajo clavársela hasta el fondo. Ella gimió de dolor, pero ni siquiera para eso pudo sacarse aquel otro pedazo de carne de su boca. Apenas y tenía permiso de respirar; y las embestidas de Benjamín le aceleraban tanto la respiración que era desesperante tener la verga de Lucas en su boca.

Este la obligaba a tragarse completamente su falo; y aunque este no era tan grande como el de Benjamín, era suficiente para hacerla sentir que perdía la respiración. De modo que la muchacha tuvo que implementar una estrategia que le permitiera tomar un poco de control. Comenzó a moverse como pudiera, de manera que no fuera necesario que Lucas le moviera la cabeza.

Él comenzó poco a poco a soltarla, cuando se dio cuenta que ella misma se encargaba de mamarle la verga. Lucas se recargó sobre la cama y se limitó a disfrutar de aquella felación; a Sonia, por su parte, esto le permitía respirar en los momentos adecuados. Con el tiempo, aprendió a coordinarse entre chuparle el falo a Lucas y recibir las embestidas que Benjamín le propinaba a su coño.

Pero no tardó mucho tiempo en volver a perder el control, y es que Benjamín no la taladraba con su verga completa, pero cuando comenzó a hacerlo el éxtasis hizo sucumbir a la pobre muchacha. Entonces Lucas volvió a azotarle su boca sobre su verga, sin que pudiera hacer nada, puesto que apenas y tenía las fuerzas necesarias para soportar el placer que se le estaba acumulando desde la espalda hasta sus caderas.

Entonces, con todas las fuerzas que tuvo, se alzó lo suficiente para sacar el falo de Lucas, tapizado de su saliva, al tiempo que su coño reventaba de placer con la verga de Benjamín adentró. No había podido evitarlo, había experimentado el primer orgasmo del día.

Benjamín se detuvo, lanzó unas cuantas embestidas más, lentas y pausadas, y entonces sacó su verga chorreante de los jugos vaginales de la muchacha. Le propinó una sonora nalgada que le hizo lanzar un gritito.

– Toda tuya – dijo Benjamín, poniéndose de pie – La zorrita se ha venido y debe querer volver a disfrutar una buena follada.

Y es que era verdad, aunque Sonia no quisiera admitirlo, su coño extrañó de inmediato aquella sensación que le habían provocado los encontronazos de Benjamín. Se sintió idiota, sucia, se sintió una verdadera zorra y comenzó a llorar; y sin querer se encontró en la misma encrucijada moral que su madre. Pero no iba a permitir que aquellos pensamientos la doblegaran, y mucho menos exteriorizarlos.

– ¡Ya basta! – dijo, con las fuerzas acumuladas – Déjenme en paz.

Pero Benjamín no le dirigió la palabra; todo lo contrario, le dio la espalda y se alejó hacia la cama donde el cuerpo tembloroso de Mireya aguardaba.

– La más preciosa de las tres – murmuró Benjamín, mientras se acomodaba de rodillas sobre la cama, tras la menor de las hermanas.

Colocó sus manos sobre el culo de Mireya, y esta se estremeció tanto que pareció perder temperatura. Poco le importó eso a aquel sujeto, que ya masajeaba con sus manos las pronunciadas nalgas de la chiquilla.

Se agachó a darle un rápido beso a su culo, e inmediatamente se dejó caer sobre ella, repegándole su pecho sobre su espalda, su verga entre sus piernas y sus labios a su oreja.

– Eres mi favorita – dijo – Eres un poco más negrita, pero tienes la misma cara que la zorra de tu madre cuando tenía tu edad. Me recuerdas mucho a ella, ¿sabes?

La chica temblaba; sentía el olor del coño Sonia emanando de la boca de aquel sujeto, sentía la verga de él deslizándose húmeda sobre sus piernas, su pecho sudoroso sobre su espalda y sus labios endurecidos chocando con sus orejas.

– A tú madre nunca me la follé en ese entonces, pero creo que tú harás un mejor papel que ella, ¿no crees?

La niña no respondió, porque quería creer que nada de aquello estaba sucediendo.

– ¡¿Lo crees o no?! – se alteró él, al tiempo que rodeaba a la chica con sus manos para tomarle los pechos a través del sostén del traje de baño – ¡Responde!

– Sí, señor – dijo ella, finalmente, con una voz tan tierna que la verga de Benjamín se endureció más de lo posible

– Lo sé putita; mira nada más que tetitas tienes acá. – continuó, apretándole lo poco que ella tenía de senos – ¿Eres una putita verdad? ¡Dilo! – insistió, estrujándole aún más las chichitas

– Si – dijo ella, con la voz entrecortada por el llanto acumulado

– ¿Si qué? Dímelo.

– Soy una putita – dijo ella, limitándose a repetir las palabras de él

– Sí que lo eres, y hoy lo descubrirás.

Se alejó de su oído y de su espalda, soltó sus tetas y pareció irse. Ella sintió una extraña calma hasta que, de pronto, una fuerza le hizo descender el bikini de su traje; sacándolo por los pies. Ni siquiera había tenido tiempo de voltear hacia atrás cuando las manos de Benjamín sostenían fuertemente su cintura y su boca se deslizaba entre sus nalgas.

Intentó alejarse de aquellos labios que besuqueaban entre la falla que partía sus nalgas, pero le era imposible. Benjamín le hizo abrir las piernas, con la fuerza de su cuerpo. Mireya se quejó, gritó un poco hasta que lo consideró inútil; estaba a punto de darse por vencida cuando sintió la horrible lengua de aquel sujeto sobre la entrada de su ano.

Apretó sus nalgas inmediatamente, y estas eran tan firmes y fuertes que lograron detener a aquel individuo. Pero aquello no duró mucho, y no se sorprendió cuando una tras otra de fuertísimas nalgadas cayeron sobre su culo. Aquel sujeto no se detenía, incluso cuando ella rogaba que parara.

– ¡Está bien! ¡Está bien! – lloriqueaba la muchacha – ¡Ya por favor!

– ¡No vuelvas a hacer idioteces! – gruñó aquel hombre, que le había dejado enrojecida la nalga izquierda a la pobre de Mireya.

Volvió a besar el culo de la chica, e inmediatamente dirigió su lengua al anillo de su ano; esta vez Mireya tuvo que tragarse su orgullo, moral, decencia e integridad. Benjamín le chuparía el culo y no había remedio.

Él parecía disfrutar realmente de ello; el olor de la mierda que ella había cagado en la mañana aún era perceptible, pero parecía un aroma perfumado por aquella situación tan erótica. Su lengua, hábil en aquellas labores, no tardó en provocar que la chiquilla cerrara los ojos y respirara más profundamente.

Las sensaciones venían del esfínter de su ano, pero era su virgen coño el que progresivamente se iba mojando por dentro. Comprendió, a pesar de su edad, que se estaba excitando; no sabía, en aquella confusión, si lo que la calentaba más era la lengua de Benjamín en su culo o los gemidos de Sonia mientras era montada por Lucas.

Vio cómo el muchacho detenía sus movimientos, con la verga clavada en su hermana y sus manos apretujándole las tetas. Era claro que estaba eyaculando dentro de ella. Aquello también estimuló su coño; parecía no tener control sobre su propio cuerpo.

La lengua sobre su ano se interrumpió, Benjamín parecía haberse ido, y sólo quedaba en el cuarto los sonidos de Sonia y Lucas suspirando. Pero, entonces, un par de manos le volvieron a alzar el culo, y un objeto se posó sobre su coño. Era Benjamín, que estaba a punto de robarle su virginidad con su verga de veinte centímetros.

Pensó en gritar, pero lo descartó; pensó también en retorcerse y tratar de evitar aquello, pero también lo consideró inútil. Pensó en rogar, pero comprendió que aquellos sujetos no tendrían oídos para sus súplicas. Decidió entonces ceder, y esperar a que aquello terminara.

El hombre acomodó su verga; Sonia ya no gemía, y entonces Mireya volteó para ver qué sucedía. Lucas estaba frente a ellos; con una cámara en la mano, apuntando a ella y a Benjamín.

– ¿Ya? – preguntó Benjamín

– Ya, estoy grabando.

– Aquí tenemos a esta putita – comenzó a narrar Benjamin, mientras Lucas se acercaba a grabar el rostro de ella, que volteó la mirada hacia otro lado – ¡Saluda a la cámara putita! – le recriminó Benjamín, volteándole bruscamente la cabeza

– Perdón – dijo ella

– ¿Cómo te llama putita?

– Mireya

– ¿Te gusta mamar vergas?

– Si – respondió ella, para no arriesgarse a nada

– Mira a la cámara putita. ¿Cuántas vergas has chupado?

– Una – dijo ella

– ¿Una nada más? ¿Quién fue el afortunado?

– Usted

– ¡Ah sí! Lo recuerdo. Me imagino que quieres chupar muchas vergas, ¿verdad?

– Sí, señor – dijo ella, aguantando las ganas de llorar

– Chupa la de mi amigo – dijo Benjamín, mientras alargaba el brazo para sostener la cámara

Lucas no perdió tiempo alguno; y enseguida se colocó de rodillas frente a Mireya. La hizo alzarse, y ella se dejó llevar como una simple muñeca de trapo. Le intentó alzar la cabeza jalándola de los cabellos, pero ella prefirió incorporarse sola, colocándose sobre sus rodillas, con tal de no sentir dolor en su cuero cabelludo.

Cuando estuvo frente a frente con la verga de Lucas, se limitó a abrir la boca; el glande de aquel falo estaba impregnado de restos de esperma, y el olor del coño de su hermana Sonia era penetrante. Y sin embargo prefirió no pensar en aquello, y limitarse a abrir la boca. Pero la bestia de Lucas le metió su falo completo, sosteniéndola de la cabeza.

La fustigaba con violencia hacia su verga, y la chica simplemente trataba de no ahogarse con todo ese ajetreo. Benjamín reía mientras grababa la cruel escena. El muchacho sacó y metió salvajemente su verga una docena de veces, y para entonces las lágrimas de la chica recorrían silenciosamente sus mejillas.

Benjamín no paraba de lanzar risotadas. Grababa aquella situación con su mano izquierda, mientras que con los dedos de su mano derecha palpaba el coñito velludo de la muchachita. Eran unos vellos gruesos ya, aunque no tanto como los de Leonor o Sonia; eran negros y parecían crecer como un bosque no muy denso sobre toda el área de aquella conchita.

Su coñito no era el bollo que caracterizaba a Sonia y a su madre, sino una apertura en medio de un vientre bajo plano, apenas perceptible el discreto cañón curvo por el que se llegaba a sus entrañas. Cuando los dedos de la mano de Benjamín estuvieron los suficientemente mojados, decidió continuar con lo suyo.

– Basta ya – le dijo a Lucas – Toma la cámara.

Lucas liberó la boca de Mireya, y se despidió de ella golpeándole las mejillas tres veces con su verga; tomó la cámara y la apuntó hacia Benjamín, que ya se acomodaba tras de la muchachita.

– ¿Te gustó mamársela? – preguntó Benjamín, todavía riendo, mientras Mireya tosía

– Si – respondió ella, recuperando el aliento

– Me alegra – dijo él, palpando la entrada húmeda de aquella conchita con el glande de su pene – Porque eres muy zorrita, ¿no es cierto?

– Si – respondió ella, que se comenzaba a acostumbrar a aquellos diálogos

Dejaron de hablar, porque la dura verga de Benjamín comenzaba a empujar entre los labios vaginales de la chica. Mireya comenzó a gritar; nunca se imaginó que la entrada de aquella gruesa verga fuese a resultar tan doloroso. Golpeaba el colchón, tratando de soportar el dolor. Apenas habían penetrado tres centímetros de glande.

El hombre siguió avanzando, lento, como si quisiera recabar cada detalle de aquel momento. Lucas acercaba el zoom de la cámara a la zona en la que la chica estaba siendo penetrada.

– ¡Uy! – dijo Benjamín – Ya siento la telita de esta perrita – anunció, refiriéndose al himen intacto de Mireya.

El coño de Mireya se contraía, intentando inconscientemente evitar aquello; pero aquello no molestaba en lo absoluto a aquel hombre, y sólo intensificaba el dolor de la muchacha.

Siguió penetrándola, con la firme idea de reventarle el himen; pero este había resultado bastante flexible, y permaneció sin romperse aun cuando media verga de Benjamín estaba clavada en la muchacha.

– ¡Vaya putita! – exclamó él – No quiere romperse.

Siguió penetrándola, como si aquello fuera una especie de reto, mientras ignoraba por completo los gritos y retortijones de la pobre muchacha, que intentaba moverse para sacarse aquello de su coño, aunque esto era inútil ante la enorme fuerza de los brazos que la sostenían.

Entre más se expandía su resistente himen, más era el dolor que sentía. Quería que aquello terminara de una buena vez, pero no fue hasta que Benjamín la penetró más, que aquella telilla se desgarró, provocándole un dolor aún más espantoso.

La niña lloró y siguió retorciéndose entre gimoteos, pero Benjamín no hacía más que posar ante la cámara al tiempo que mostraba el hilillo de sangre manchando su verga. Pronto el dolor fue disipándose, los gritos de dolor atenuándose y las lágrimas secándose; la pobre chica había sido arrebatada de su virginidad, y ya no había nada que hacer.

En ese momento se dejó someter. Se convirtió auténticamente en la muñeca inflable que aquellos sujetos veían en ella. Cuando Benjamín la comenzó a bombear, ella se limitó a soportar las embestidas. Cuando él la hacía alzar el culo, ella se dejaba llevar, y mantenía la posición en la que lo colocaba. Lloraba, por momentos, pero a nadie más que a ella parecía importarle.

Se limitaba a obedecer sumisamente los antojos de aquellos sujetos; cuando Lucas se acercaba a ella, para grabar su rostro, ella hacia un esfuerzo inútil por sonreír. Pero no era su sonrisa lo que deseaba grabar, sino sus gemidos, los cuales comenzaron una vez que el dolor se disipó para dar lugar al regodeo que le comenzaban a provocar las cada vez más veloces embestidas de Benjamín.

Lucas grababa el rostro enrojecido, los ojos apretados y la boca abierta por la respiración agitada de Mireya; la naricita de ella parecía ser demasiado pequeña para mantener el acelerado ritmo de sus quejidos y su exhalación.

Benjamín no la penetraba completamente, colocaba una de sus manos como tope, y sólo dos tercios de su verga bastaron para provocar el primer orgasmo en la vida de Mireya. Ella gritó y se retorció de placer; su coño generó unas contracciones que Benjamín se detuvo a disfrutar. Aquel coño era cálido y apretado; y era sin duda una fortuna poder penetrarlo.

Pasaron todavía varios minutos y dos orgasmo más. La sensación del tiempo había perdido importancia. El tercer orgasmo lo había experimentado al tiempo que mamaba la verga de Lucas, que había regresado por una nueva ración de sexo oral.

A los pocos segundos de aquel último éxtasis, sintió cómo un chorro cálido invadía el interior de su coño. Hubiese llorado de la vergüenza, pero aquello se sentía tan bien que sólo se limitó a cerrar los ojos y disfrutarlo al tiempo que chupaba el glande de Lucas, como si se tratará de una paleta.

Pero este se puso de pie y comenzó a masturbarse; Benjamín permaneció dentro de ella hasta que su pene recuperó la flacidez. Segundos después, Lucas se colocaba tras ella y la penetraba. No tardó mucho, con unos cuantos movimientos, su verga comenzó a lanzar escupitajos de esperma.

Benjamín miraba satisfecho su obra. Lucas terminó de descargar su leche, y los restos impregnados en su verga los restregó sobre las hermosas y morenas nalgas de Mireya.

– ¿A poco no te sientes una verdadera putita? – preguntó, concluyente, Benjamín

– Si – respondió la chica, recuperándose, como si hubiera estado enterada de aquella pregunta

– Excelente, ¿te gustó tu regalo de cumpleaños? Por qué no creas que no nos acordamos.

– Si – respondió Mireya; después suspiró – Gracias.

Las hicieron caminar hacia el baño después de desatarlas de la cama. Estaban entumidas de las piernas. A Sonia le chorreaba el esperma de Lucas por las piernas; y a Mireya le brotaba en aún más cantidad de su coñito, atiborrado de la leche de aquellos dos sujetos.

Completamente desnudas, las hicieron bajar ante su madre. Ella las miró desconsolada; como si quisiera pedirles perdón sin palabras. Las ataron de nuevo. A Mireya la dejaron esposada con las manos en la espalda, al pasamanos de la escalera; a Sonia, con los pies atados y esposada de espalda con espalda a su madre, a quien habían liberado de la silla sólo para volver a atarla a su propia hija.

Pasaron así el día; hasta que, alrededor de las tres y media de la tarde, el timbre de la casa sonó y todo mundo se puso alerta.

CONTINUARÁ…

 

Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (6 y final)” (POR BUENBATO)

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NOTA DEL AUTOR

Pues eso, este es el último capitulo. Decidí hacer el cápitulo más largo e incluir el final de una vez.

Fue una buena experiencia, y debo decir que tengo varias historias en mente.

Mi plan es terminar primero los relatos, antes de enviarlos, y así poder subir capitulos más largos y más constantemente.

Quizas vaya subiendo algunas historias cortas; pero debo antes arreglar unos asuntos laborales.

Espero les haya gustado la seríe, y agradezco sus puntuaciones y comentarios.

No sé que genero les gustaría, estoy abierto a sugerencias.

Saludos.

BUENBATO

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ASALTO A LA CASA DE VERANO (6, FINAL)

Con todas las chicas limpias, las bajaron de nuevo a la sala. Les pusieron ataduras más cómodas y les permitieron recargarse sobre el sofá. Aquello fue el momento más tranquilo que habían vivido hasta el momento; los hombres se dedicaron a sus propios asuntos.

Benjamín descargaba y miraba los videos que había grabado con su cámara. Lo escuchaba con el volumen en alto, riéndose de los gritos y súplicas que se escuchaban en los videos y las imágenes de su verga penetrando a las muchachas.

Sofía se sonrojó en silencio y bajó la mirada, evitando los ojos de todos los presentes, cuando escuchó el video de sus aullidos de dolor de cuando Benjamín deslizaba su pene dentro de su apretado esfínter.

Así hubieran continuado otro rato, hasta que Sonia rompió el silencio, para sorpresa de todos.

– Tengo hambre – dijo, con una voz neutral

Benjamín la miró, estaba recargada sobre el sofá, entre su madre y su hermana. Ella bajó la voz cuando él volteó, pero volvió a alzarlos convencida de la importancia de aquello.

– Ni siquiera he desayunado – miró a su alrededor, pero sólo se encontró con la mirada asustada de su madre – Todas tenemos hambre – concluyó

Benjamín se puso a pensar; por un momento se le ocurrió que aquella petición era comprensible, naturalmente debía darles hambre y lo más correcto sería alimentarlas. Pero, su mente, repleta de todas las perversidades, comenzó a maquinar alguna forma denigrantes de darles de comer. Entonces habló.

– Bien – dijo él, y se retiró hacia la cocina

Regresó minutos después, con dos botes de leche, algo de pan, un tarro de miel y varios platos hondos de la vajilla. Colocó cinco platos en el suelo, y los llenó de leche.

– Tendrán que ganárselo – comenzó – y la manera es muy sencilla. Aquí tengo un tarro de sabrosa miel, toda la que quieran, pero la comerán directo de mi verga. En cuanto a la leche, tendrán que beber rápido, porque Lucas se las estará follando todo el tiempo que demoren.

Lucas no estaba enterado de aquello, pero sonrió con la idea. Ambos tenían las vergas algo adoloridas, pero se habían colocado un ungüento antinflamatorio y analgésico que había resultado efectivo. De modo que la idea no tardó en endurecerles la verga a ambos.

Comenzaron a desvestirse la parte de abajo, liberando sus falos. Mientras las mujeres miraban al suelo, considerando la posibilidad de pasar hambre. Todas excepto Sonia que, hambrienta, comenzó a arrastrarse hacia donde se hallaba Benjamín. Avanzaba sobre sus rodillas, a veces tropezando y cayendo de cara al suelo, pues llevaba las manos atadas por la espalda.

Finalmente llegó ante Benjamín, quien comenzó a embadurnarse la verga de miel con un pincel de cocina. Se untó la miel en todo lo largo de su tronco, en su glande enrojecido y en sus testículos peludos.

– Provecho – le dijo sonriendo a Sonia, quien lo miraba desde abajo, como tratando de terminar de atreverse de aquello.

Entonces, empujada por el hambre y el impulso, abrió su boca y comenzó a chupar aquella verga. Tuvo que admitir para sus adentros que aquello era delicioso, y es que el hambre la estaba matando. Succionó toda la miel del glande, y comenzó a girar su cabeza de un lado a otro, asomándose por todos lados, para limpiar la miel esparcida a lo largo del tronco.

Las otras chicas y su madre la miraban, no tanto con indignación como con curiosidad. También tenían hambre, y aquello no parecía tan malo después de todo. Miraban cómo Sonia terminaba de chuparle los testículos a Benjamín, y cómo este, finalmente, le cedía el paso para que se dirigiera a la leche.

Ella se acercó a uno de los platos, y comenzó a bajar la cabeza para beber de la leche, aunque tuviera que hacerlo a lengüeteadas. No llegó a tocarla superficie con la lengua cuando un jalón de cabellos la detuvo; era Lucas.

– Con las piernas abiertas – le dijo el muchacho – Abre las piernas o no comes, putita.

Ella tuvo que abrirlas; entendió que aquello era para que él pudiera penetrarla más fácilmente. Era difícil mantener el equilibrio así, porque el peso de su cabeza y de sus tetas la hacía sentir que caerían de cara sobre el plato. Entonces sintió la verga de Lucas penetrándole el coño, y sosteniéndole de las caderas.

Aquello al menos ayudaba, Lucas ayudaba a mantenerla en equilibrio mientras la embestía, aunque los movimientos más fuertes le hacían sumergir la nariz en el plato de vez en cuando.

Estaba a la mitad de aquel delicioso plato de leche cuando una segunda chica se animó a participar en la cena. Era Sofía, hambrienta también, que se acercaba más lenta y tímidamente a Benjamín, quien ya comenzaba a pintar su verga de miel.

– Otra putita – exclamó, cuando esta ya estaba frente a ella – ¿Qué busca señorita?

La niña no respondió, no hubiese sabido qué responder.

– Responde, putita, ¿qué se te ofrece?

– Comer – dijo ella

– ¿Qué quieres comer?

– Miel

– Tengo miel en mi verga, curiosamente, ¿se te antoja?

– Si – dijo ella, queriendo terminar con aquella incomoda charla

– Entonces dímelo, sin pena.

Ella respiró profundo, esperando dar con la respuesta correcta.

– Señor – dijo entonces – Quisiera chuparle la miel que hay en su verga. ¿Puedo?

Benjamín rio complacido, entonces le acarició la cabecita a la niña, y miró al resto de las muchachas que esperaban.

– Por supuesto – le respondió entonces a la chica – Chúpame la verga todo lo que quieras, buen provecho.

Se comenzaban a escuchar los gemidos de Sonia cuando Sofía comenzó a chupar el glande de Benjamín. Era muy dulce verla, chupaba durante segundos alguna parte de aquel falo, y después se retiraba unos centímetros a saborear la dulzura de la miel, luego entonces regresaba a continuar con aquella mamada.

Desde el glande hasta los cojones, consumiendo todo el endulzante. Aún tuvo que darle un largo beso al glande, a petición de Benjamín. Entonces se dirigió a uno de los platos, abrió las piernas y esperó paciente a que Lucas terminará con Sonia.

No tuvo que esperar bastante; Sonia, a duras penas, había terminado de beber la leche. Entonces Lucas le sacó su falo, y se colocó tras Sofía. La niña dio el primer sorbo al mismo tiempo en que el muchacho la penetró.

Trató de beber rápido, y lo logró. En menos de dos minutos se había bebido la leche. Lucas se enfadó un poco.

– Esto es trampa – denunció a Benjamín – La muy zorra ha bebido como si fuera elefante. Apenas y me la he podido follar un minuto.

Benjamín concordó, y entonces dijo.

– Pues síguela follando; a ver cuál de sus amiguitas viene a rescatarla.

En efecto, Lucas volvió a penetrarla. Siguió embistiéndola, enfrente de todos, mientras la niña gemía de dolor y excitación. Ella miraba alrededor, esperando si alguien más acudía para sustituirla.

Leonor la miraba con el pecho adolorido, y entonces comprendió que era su responsabilidad hacer lo posible porque a aquella muchacha no le siguieran sucediendo barbaridades. Estaba a punto de avanzar, pero de pronto alguien a su lado se le adelantó. Era Mireya, que avanzaba de prisa hacia Benjamín.

– Mi zorrita favorita – exclamó él – ¿Quién más podría ser? ¿Ahora eres una especie de heroína? ¿La heroína de las putas?

– Si – contestó ella, sorprendiéndolo a él y a todos – Ponte la miel.

Benjamín le dio el gusto; se embadurnó la verga con una cantidad abundante de miel, y dio paso para que Mireya se acercara. Ella no lo pensó dos veces, se llevó la verga a la boca y comenzó a mamar la verga de Benjamín sin tapujos algunos; aquello sólo se trataba de hacerlo rápido, para ayudar a la pobre de Sofía.

Desde atrás, Leonor se sorprendió al ver las manos de su hija tras su espalda, palpándose el área de su coño mientras chupaba el pene de Benjamín. Entonces, tras pensarlo, comprendió que estaba tratando de lubricarse.

Mireya terminó con toda la miel de la verga de Benjamín; pero este la tomó por los cabellos, se vertió más miel y le llevó la cabeza de nuevo hacia su verga.

– Te ves hambrienta – le dijo él, mientras obligaba con su mano a la chica a mantenerse con su boca llena de aquella verga –Me has conmovido.

Mireya no dijo nada, se limitó a aceptar aquello y seguir chupándole el falo a Benjamín mientras continuaba masturbándose con sus manos.

Finalmente él la dejó en paz, y ella avanzó de rodillas rápidamente, dirigiéndose hacia el plato de leche. Se abrió de piernas y sintió entonces a Lucas posándose tras ella; apenas sintió cómo él la penetraba, ella bajó la cabeza para comenzar a beber.

Él la embestía lentamente, por fortuna. Bebía lo más rápido que podía, aunque a lengüetazos.

Leonor ya se acercaba rápidamente a Benjamín, y repitió la misma técnica de su hija. Chupó la verga de Benjamín sin problemas, masturbándose con las manos por detrás. Quería apurarse también, para rescatar a su hija.

Y así lo hizo, terminó con Benjamín y este la dejo ir, pues detrás ya venía Azucena, quien ya no le encontraba el sentido a quedarse atrás.

Leonor se colocó en posición, escuchaba los gemidos de su hija; miró hacia Sonia, quien se encontraba junto a Sofía esperando recargadas en la pared, de pronto todo quedó en silencio y segundos después sintió las manos de Lucas tras ella. Sintió la penetración, y bajó a beber la leche.

Mireya avanzaba de rodillas hacia su hermana, Azucena mamaba la verga de Benjamín y Leonor era follada por Lucas. Entonces Azucena terminó su miel y avanzó hacia la miel.

– Ve con la chiquita – indicó Benjamín, posando su mano sobre sus hombros – Dejame a esta perra.

Lucas se hizo a un lado, y fue tras Azucena. Benjamín tomó posición tras Leonor, quien ya casi terminaba. Él la penetró y tras algunas embestidas escuchó la voz de Leonor.

– He terminado Benjamín – dijo Leonor – Déjame ir, me he terminado la leche.

– Te falta una – dijo él, sacando su verga del coño de la mujer y apuntándolo en la entrada del ano

Sin previo aviso, y con una fuerza y habilidad propias de la experiencia, el sujeto la penetró en seco. Leonor gritó de dolor al sentir los veinte centímetros de verga atravesándola como una espada.

No era su primer anal, pero aquel fue el más intenso que había sentido. Aquella verga le apretaba tanto dentro de su culo, que se preguntó cómo diablos habían podido soportar aquello las más jovencitas.

Tras sentir las palpitaciones de la verga de Benjamín dentro de sí, comenzó a experimentar los movimientos que este comenzaba a hacer. Lenta, pero progresivamente, Benjamín inició y fue aumentando el ritmo de las embestidas contra aquel enrojecido esfínter. Su verga aparecía y desaparecía de aquel redondo agujero, mientras los suspiros de Leonor se convertían en gemidos de placer.

Pronto, las respiraciones aceleradas de Azucena se unieron; estaba siendo follada por el coño. Lucas sacaba suavemente su pene de ella, y entonces lo metía con fuerza hasta el fondo; repetía aquellos movimientos una y otra vez, provocándole suspiros y grititos a la chica, cuya concha se iba humedeciendo más y más con cada penetración.

Azucena era, de todas, la única que secretamente disfrutaba de aquello. Había disfrutado cada mamada, cada penetración y cada dilatación de su culo. No lo había comentado con nadie, y seguía simulando una actitud de victimismo que realmente no existía. Nunca había tenido sexo, y estaba asustada al principio, como su prima Sofía, pero por alguna extraña razón había terminado por encantarse con aquella situación.

Incluso los amarres, las humillaciones, los gritos y la violencia le habían terminado por gustar; siempre se preguntaba qué podía seguir después con su cuerpo. Pero debía simular, y seguir disfrutando de aquello en secreto.

Y sí que lo hacía; Lucas penetraba su coño mientras esta suspiraba con cada embestida. Se mordía los labios y sentía su cabeza agotarse del placer que le llegaba desde el área de su pubis.

Pero no sucedía lo mismo con Leonor, quien gemía inevitablemente por el placer que le provocaba Benjamín sobre su recto, pero no por ello dejaba de sentirse en una situación humillante y de lo más desagradable. Pero no tenía más opción a la vista que abrir bien el culo y disfrutar obligadamente de cada arremetida sobre su culo.

Así siguió castigándole el ano, hasta que sintió venirse y detuvo su verga bien clavada en aquel agujero; entonces descargó toda su leche en el recto de Leonor, que sintió las gotas de semen salpicándole los intestinos.

Benjamín sacó su verga caliente, chorreándole la leche en las nalgas a aquella mujer que alguna vez había amado y de quien ahora se cobraba venganza. Subió al baño a limpiarse el pene, dejando a aquellas mujeres y a Lucas, quien seguía follándose felizmente a una Azucena que disfrutaba en secreto de sus arremetidas. Se había corrido dos veces ya, y su coño estaba más mojado que nada.

Pronto, Lucas sintió su eyaculación cercana; sacó su verga chorreante de jugos de Azucena; la hizo arrodillarse y apuntó su verga al rostro de la chica. Una salpicadura generosa de leche cayó sobre la cara de Azucena, quien apenas y alcanzó a cerrar los ojos para que el semen no la dejara ciego. El viscoso líquido recorrió sus mejillas, y ella misma atrajo lo que pudo con su lengua. Sintió de pronto dos golpes sobre su rostro que la hicieron reaccionar; era Lucas, que sacudía sobre su cara los restos de esperma en su verga.

Todavía algunas gotas cayeron sobre su rostro y sus cabellos oscuros y rizados, hasta que Benjamín regresó del baño .

– Mira nada más que zorra te ves con tu carita manchada de leche – no pudo evitar comentar Benjamín – ¿Te gustó?

– Si señor – admitió Azucena, sonriendo tímidamente, a sabiendas de que todos creerían que mentía – Me gustó mucho.

– Vaya putita. – concluyó él – ¿Podrías darle un besito a mi verga? – preguntó, ofreciéndole su falo flácido.

La niña no respondió, sólo se limitó a acercarse a aquel glande y darle un beso. Benjamín le acarició los cabellos, como si se tratara de una mascota, y se alejó. Ella se quedó ahí, esperando con la cara llena de esperma.

– Le has tirado una buena cantidad de mecos a la chiquilla – dijo – Sube a lavarla, mira cómo la dejaste.

Lucas subió con Azucena, mientras Benjamín se quedaba junto a las otras chicas. Benjamín se acercó a la pared donde Sonia, Sofía y Mireya estaban arrinconadas. Tomó a Sofía y Mireya por los cabellos y las regresó a rastras a recargarse sobre el sofá.

Misma cosa hizo después con Sonia y Leonor. Cuando bajó Lucas, le ordenó que subiera con Azucena a bañarla y limpiarle el rostro.

Traía en sus manos una bolsa grande de galletas que había encontrado en la alacena; tomó una y la fue metiendo en la boca de cada chica. Repartió alrededor de ocho galletas a cada una, y estas las devoraron, hambrientas como estaban. No hizo nada más; pacientemente las alimentó y después fue a sentarse.

Arriba, Lucas metía a Azucena a la regadera. Dado que él también iba a lavarse y la chica estaba atada, Lucas tuvo que limpiarle el rostro y las partes intimas a Azucena. Le estaba pasando el coño a la chica con el jabón, y esta no dejaba de gemir.

– Tranquila – dijo él – Sólo te estoy lavando, ¿tanto sufres?

– No – dijo ella – Me gusta.

Lucas sonrió, incrédulo.

– ¿Te gusta?, ¿me vas a decir que eres la única a la que le está gustando esto?

– Un poco – admitió ella

– Un poco…

– Al principio no – continuó ella – Pero ahora sí.

Lucas no entendía del todo, pero la historia de la chica le parecía curiosa.

– ¿Qué es lo que te gusta?

– Cómo se siente

– ¿Y cómo se siente?

– Al principio duele, pero después gusta.

Lucas se puso a pensar.

– Entonces – dijo él – Si te desato, te llevo a la cama y nos acostamos, ¿tendrás sexo conmigo sin ningún problema?

– Si – dijo ella

El muchacho pareció rememorar.

– Sabes, me quedé con la duda; ¿qué sentiste cuando Benjamín y yo te follamos al mismo tiempo?

La niña quedó en silencio, parecía recordar aquello. Suspiró y dijo.

– Al principio me asustó, creí que dolería mucho.

– ¿No te dolió?

– Si – admitió ella – Me refiero a que, me doliera en el corazón. Me sentí muy triste, porque sentía que aquello estaba mal, pero…

– ¿Pero…?

– Pero al final me gustó – admitió ella mirando al suelo – Y sentía que estaba mal, y que aquello no debía gustarme.

– Pero te gustó… – dijo entonces Lucas, rodeándola y atrayéndola a él con un brazo – …te gustó

– Si – dijo ella, antes de ser callada por un beso de él.

Se besaron, mientras las manos de Lucas se escurrían sobre la espalda de la esbelta chica; llegaron a colocarse sobre el culo de Azucena antes de meterse entre sus nalgas y reptar hasta su coño.

La mano de Lucas no tardó en magrear la concha de la chica, y no dejaban de besarse apasionadamente. La concha de ella se fue humedeciendo, y su cara temblaba de una especie de pasión tímida.

Hubiesen seguido, hasta que escucharon la voz de Benjamín gritando desde la sala, para que bajaran.

– Te follaremos como una reina – le prometió Lucas, separando sus labios – ¿Te parece?

La niña sólo movió afirmativamente la cabeza.

– Seré tu putita – agregó ella, sin saber exactamente para qué por qué.

Lucas también se sorprendió con aquello, pero no dijo más. Ambos bajaron, como si nada hubiese sucedido, y Lucas la dejó recargada sobre el sofá, junto a las otras chicas.

Sin nada que hacer por el momento, y con las vergas descansando, Lucas y Benjamín siguieron alimentando a las chicas, quienes aprovecharon el momento de bondad para comer jamón, queso, jugo y más galletas. Después descansaron sobre el sofá, algunas incluso se sentaron sobre él, sin que aquello tuviera represalias de los hombres aquellos, que sólo se limitaban a vigilarlas, siempre con su bolsa a la mano, dónde ya todos sabían que se encontraban las armas.

Lucas se acercó en un momento dado a Benjamín, y le contó sobre la charla que había tenido con Azucena.

– ¿Me quieres decir que a ella le gusta todo esto?

– Al menos no piensa poner resistencia, creo que es una especie de afrodita.

– Ninfómana, Lucas, se dice ninfómana. Vaya idiota que eres – lo corrigió Benjamín – Es muy joven para eso, simplemente debe haberte dicho eso para que la trataras mejor. Son mujeres, y por muy jóvenes que sean son igual de astutas; yo no me fio de ellas, y no te lo recomiendo.

– Bueno – dijo Lucas – pero probemos; estoy cansado de estarlas forzando, quiero algo más natural, más apasionante.

– ¿Te estás enamorando de esa niña? – lo miró con extrañeza Benjamín

– No –reaccionó Lucas – ¡No! Yo mismo te estoy invitando a que nos la follemos, juntos, es sólo que sin ataduras, simplemente diciéndole lo que debe hacer.

Benjamín quedó pensativo.

– Podría ser; pero me interesa más su prima, tiene ese culo que me fascina.

– Bueno – calculó Lucas – Quizás ella podría convencerle, son primas, deben tenerse confianza.

– Arregla eso entonces – resolvió Benjamín – Pero, a la primera idiotez, tu noviecita se las verá conmigo.

A las once y media de la noche ya todos estaban cansados; comenzaron a prepararlas para dormir. A Sonia y a su madre las ataron por los extremos de las camas de la recamara de Sonia y Mireya; una en cada cama, al menos quedaron lo suficiente cómodas para poder conciliar el sueño.

A Mireya, Sofía y Azucena las llevaron al cuarto de Leonor y su marido. Sofía y Azucena fueron desatadas, pero Mireya fue amarrada a una de las sillas, inmovilizada. Miró con extrañeza cómo Azucena y Sofía podían sentarse con libertad sobre el colchón de su madre, sin atadura alguna; Azucena incluso platicaba en voz baja con Lucas. Entonces Benjamín entró, secándose la verga con una toalla, tras haberse dado una ducha.

– Ya habrá platicado Lucas con ustedes – comenzó

Azucena se arrodilló de inmediato, para sorpresa de Mireya, que miraba desconcertada. Más tímidamente, Sofía secundó a su prima, arrodillándose también.

– Si señor – dijo Azucena, con voz servicial – Seremos suyas.

-¿De verdad? – Benjamín también parecía extrañado

– Lo que usted desee – agregó Sofía, con una voz menos convencida, y aún temerosa

Benjamín las miró largo rato. Llevaban ambas una playera, que debían ser del padre de familia de aquella casa.

– Alcense la playera, quiero verles las tetitas – ordenó, como poniéndolas a prueba

Las niñas obedecieron inmediatamente. Mostraron sus tetas, si es que podía llamárseles así a aquellos bultitos de piel, coronados por sus pezoncitos.

– Tápense – dijo, y las niñas volvieron a cubrirse – Ya veo que son muy putas. ¿Con que les gustaría iniciar? – preguntó

Sofía miró a su prima, y esta respondió inmediatamente.

– Lo que usted desee – dijo ella, sin dudarlo

Benjamín asintió; después preguntó.

– ¿Pero, si pudieran elegir, qué les gustaría hacer?

Azucena quedó pensativa; era obvio que no sabía exactamente que decir, pero sentía que debía ser cuidadosa con sus palabras.

– Chupar verga – dijo, sintiéndose extraña por usar aquella palabra

Benjamín comenzó a masturbar ligeramente su verga, que lentamente iba endureciéndose; Lucas se puso de pie, y se quitó los calzoncillos, liberando su verga erecta.

Lucas se puso frente a Sofía, quien le tomó la verga tímidamente con la mano. Azucena, frente a Benjamín, tomó inmediatamente el falo del hombre y se lo llevó a la boca, donde terminó de endurecerse.

La mulatita no era muy hábil, pero el hecho de que lo intentase cambiaba bastante las cosas. Benjamín disfrutó con la amable felación de Azucena.

– ´Hazlo como tu primita – dijo Benjamín a Sofía, que chupaba torpemente la verga de Lucas – Aprende de ella, mira.

Sofía miró a su prima, que no se detuvo en tragarse una y otra vez el pene de Benjamín, entonces, tomando el ejemplo, fue soltándose también y comenzó a moverse con más habilidad para satisfacer a Lucas, que se lo agradeció acariciándole la cabeza.

Continuaron así por un buen rato; y minutos después Benjamín ordenó un cambio de pareja. Se colocó frente a Sofía, y Lucas hizo lo propio con Azucena; e inmediatamente reiniciaron, adaptándose pronto a las nuevas vergas que invadían sus bocas.

Benjamín, sin decir nada, vio como Azucena comenzaba a magrearse el coño, y se sorprendió cuando ella tocó el hombro de Sofía, quien inmediatamente, aunque con más duda, empezó también a masturbarse.

Así, chupando vergas y masturbándose sus coños, ambas muchachitas se comportaban como dos autenticas expertas en el sexo. Aunque por momentos seguía pareciendo patético cómo Sofía trataba de alzarse lo más posible para alcanzar a tragarse la gruesa verga del grandulón de Benjamín.

– ¡A follar! – ordenó entonces Benjamín, quien de un rápido movimiento se llevó a Sofía a los brazos

Divertido, Lucas hizo lo mismo con Azucena, de modo que parecían dos parejas de recién casados a punto de iniciar una orgia. Lanzaron a las chicas a la cama king size, y estas rieron divertidas por aquello.

Entonces los hombres cayeron sobre ellas, intercambiando de nuevo parejas. Benjamín, con Azucena recostada boca arriba, comenzó a besarla mientras le pellizcaba las tetitas. Sofía había caído boca abajo, y el beso que recibió de Lucas fue en el esfínter de su culo.

Pero la situación era tan apacible que de alguna forma comenzó a disfrutar los lengüetazos sobre la entrada de su ano. El muchacho fue alzándole el culito y abriéndole las piernas, hasta alcanzar con su boca el coño humedecido de la chica.

Poco a poco, comenzó a lengüetearle el coño a Sofía, mientras esta iba humedeciéndose más su concha; era un coñito plano, del que se abría únicamente su raja, de modo que el pequeño y delicado clítoris de la chica estaba completamente a merced de los labios de Lucas.

También Benjamín había bajado hacia el vientre de Azucena, donde besaba ya su ombligo; siguió bajando, besando su piel e instalándose finalmente en el bollito abultado que la niña atesoraba entre sus piernas.

La misma chica que lo había mirado con desconfianza aquella mañana, por su actitud de viejo pervertido, ahora disfrutaba entre gemidos de los lengüeteos con los que saboreaba su coño.

Siguió metiendo su lengua entre aquella raja, saboreando el sabor ligeramente acido de los jugos vaginales que comenzaban a surgir debido a la excitación que le provocaba saberse tan zorra.

Y es que tenía que admitirlo, se abría de piernas con tal de ofrecer su coño lo suficiente como para que alguien se lo chupara, la penetrara o la rellenara de esperma. Y tenía ganas de gritarlo y pedirlo, pero sabía que bastaba con dejarse llevar para conseguirlo.

Alargó su brazo, hasta tomar con su mano la de Sofía, y lo apretó fuerte, en un mensaje de confianza, de que todo estaba bien y nada malo pasaba. De que lo disfrutara tanto como ella disfrutaba sentir la boca de Benjamín provocando su clítoris oculto entre sus abultados labios vaginales.

Entonces su interior reventó; y un chorro de líquido salió de su interior con la fuerza de un estornudo, manchándole la cara a Benjamín, que no por ello disminuyó la intensidad de sus lengüeteadas. Azucena esperaba que él se detuviera, pero al ver que no, se preguntó si sería capaz de soportar tanto placer.

Sólo las sensaciones entre sus piernas se detuvieron, pero sólo para recibir la verga de Benjamín, de la cual no se percató hasta que no la tuvo completamente clavada en el coño. Miró hacia abajo, viendo cómo el rabo de Benjamín era tragado por su concha, y no pudo evitar mirar a aquel sujeto y sonreírle, casi de agradecimiento.

Giró la mirada hacia un lado, y vio cómo Lucas cabalgaba sobre las suaves y voluminosas nalgas de Sofía, quien gemía de placer boca abajo por las penetraciones agiles sobre su coño.

Sofía, bajita como era, apenas llevaba algunos minutos siendo penetrada, pero los lengüeteos en su coño la habían dejado tan caliente que no tardó mucho en descargar su primer orgasmo, mojando su coño repleto de la verga de Lucas.

Del otro lado, tras varios minutos y un orgasmo más de Azucena, Benjamín la colocó en la orilla de la cama, le alzó el culo, y le apuntó su verga a su apretado orificio. Ella no opuso resistencia, pero no por ello le dolió menos. Apenas los veinte centímetros de Benjamín la atravesaron, comenzó a sentir las embestidas lentas pero consistentes de aquel sujeto.

La embistió durante minutos, y Azucena no dejaba de voltear a verlo, con una mirada que trataba de soportar el dolor al tiempo que lo invitaba a seguirle embistiendo el ano. Benjamín sonrió satisfecho, lanzándole suaves nalgadas de vez en cuando a aquella mulata que había resultado una completa zorra.

La folló varios segundos, hasta que decidió que era hora del intercambió. El culo de Azucena no quedó en abandono, porque inmediatamente fue ocupado por la verga de Lucas, más pequeña pero más rápida también, e igual de excitante.

Benjamín fue a penetrar el coño de Sofía, pero apenas tuvo bien clavada su verga en aquella conchita mojada, una voz familiar lo interrumpió.

– ¡Quiero que me folles! – gritó Mireya – Fóllame a mí, cabrón.

Benjamín se detuvo y la miró. Entonces respondió.

– ¡Cállate la boca!

– Fóllame entonces, cállame con tu verga – lo retó Mireya – Saca a todos, toma mi cuerpo y has que me corra. Te reto, maldito. Te reto a que me folles como nunca.

Benjamín sacó los veinte centímetros de su gruesa verga del coño chorreante de una Sofía que no paraba de jadear. Incluso Lucas quedó con media verga fuera y media dentro del ano de Azucena, sorprendido por la extraña reacción de Mireya.

– Salgan todos – dijo Benjamín, empujando a Sofía para que se pusiera de pie – Salgan y déjenme solo con esta zorra.

– Llámame zorra – le espeto Mireya – pero te reto a que me hagas correrme cinco veces.

– ¡Salgan! – insistió Benjamín, con la sangre excitada por todo aquello

Lucas obedeció, llevándose a las dos primas a la sala. Benjamín se puso de pie y cerró la puerta, aunque sin seguro. Se acercó después a Mireya y la desató completamente, dejándola libre tras un largo día de ataduras.

Ella se puso de pie, y empujó a Benjamín suavemente por el pecho, haciéndolo avanzar hacia atrás.

– Quiero chupártela – le dijo la chica, con el tono más corriente – Quiero chuparte tu vergota.

Benjamín, sorprendido de veras, sólo se dejó llevar y se recostó sobre la cama, con Mireya arrodillándose sobre la cama y poniéndose en cuatro para mamarle la verga. Tomó el tronco grueso de su verga y lo masajeó un par de veces antes de llevárselo a la boca, tenía el sabor a culo de Azucena y a coño de Sofía, pero poco le importó.

Benjamín ni siquiera metía mano; porque la chica le mamaba el falo con tal intensidad que era él quien tenía que soportar aquello. Mireya sacó un momento de su boca aquel pedazo de carne.

– ¿Quién es tu puta? – le preguntó a Benjamín – ¿Quién es tu zorrita?

No esperó respuesta, y volvió a hundir su cabeza para seguir saboreando aquella verga.

– Tú putita – respondió Benjamín – Tú eres mi zorrita cochina.

Ella siguió chupándole la verga, salió un momento para besuquearle toda la superficie de aquel tronco y bajó un momento a llevarse aquellos testículos peludos a su boquita. Volvió a darle un último beso al glande enrojecido de Benjamín, y entonces lo rodeó con sus piernas hasta apuntarse ella misma aquella verga a la entrada de su coño.

Se dejó caer sobre aquella verga, y se la clavó poco a poco hasta que su coño la tragó por completo. El propio Benjamín lanzó un suspiro cuando la penetró por completo. Entonces, Mireya comenzó a moverse, cabalgando sobre él.

Lo montó por varios minutos, y ella misma se provocó orgasmos con aquellos movimientos. Se movía tan ágilmente, aun mientras su coño chorreaba de placer, que Benjamín se preguntó si iba a poder soportar la agilidad juvenil de Mireya.

Pero aguantó, y lo disfrutó, y cuando estaba a punto de eyacular decidió detenerla. Se puso de pie y se colocó tras ella, posicionándola en cuatro.

– ¡No! – dijo entonces Mireya – ¡Por atrás no!

– Callate, eres mi zorra, dimelo.

– ¡No! – ella se movió y se zafó de él, alejándose a una esquina

Él, molesto, tomó su bolsa y sacó el arma.

– No me disparas – lo retó ella – Me necesitas viva para seguirme follando.

Él sabía que ella tenía razón, pero intentó asustarla acercándose a ella, cortando el cartucho del arma y apuntándole en la sien. Ella se asustó, pero trató de mantenerse firme ante aquella amenaza de muerte.

– Está bien – dijo al fin Mireya – Me rindo

Ella misma se colocó en cuatro sobre la cama, y alzó el culo abierto ofreciéndosele. Aquello calentó tanto a Benjamín que dejó sus cosas sobre la almohada para correr y posicionarse tras el culo precioso de Mireya.

Lo lengüeteo, entre los suspiros de Mireya, como si quisiera que el único lubricante fuera su saliva. Aquello provocó que el asterisco de Mireya parpadeara ante la frescura de aquella lengua. Se mordía los labios inferiores, porque después de todo el sexo anal era lo que más la hacía sentir aquel extraño placer que no terminaba de explicarse.

Cuando su esfínter quedo plenamente mojado, sintió la verga de Benjamín posarse sobre la entrada. Y después sintió aquel tronco deslizándose entre su culo que se iba dilatando para darle paso.

– ¡Ay papi! – dijo Mireya, animándolo – Papi, tu vergota.

– ¿Te gusta?

– Si – dijo ella, con una voz viciada – Métemela toda.

Y así lo hizo.

Abajo, Lucas aprovechaba la buena disposición de Azucena y Sofía. Las colocó a ambas sobre el sofá, con el culo ofreciéndose bien abierto. Penetró el recto de Sofía, y comenzó a embestirla suavemente mientras sus manos y dedos jugueteaban con los agujeros de Azucena, colocada a un lado.

Tenía cuatro agujeritos de dos preciosas jovencitas a su completa disposición; inició un juego en el que cambiaba saltaba de culo en culo, revolviéndoles la mierda una con otra. Las niñas gemían cada que las penetraba, y esperaban pacientes su turno de ser folladas por el culo.

También Mireya comenzaba a ser embestida por los veinte centímetros de aquella verga que tanto daño le había hecho en el día.

– Así cabrón – decía, mirando hacia en frente – Así cabrón, fóllame…

Pero lo que hacía era ver el arma cargada que Benjamín había dejado sobre la almohada; bastaría un ágil impulso hacia enfrente y mucho valor de su parte para alcanzarlo, pero sentía que no era el momento. Entonces tomó una decisión.

Las manos de Benjamín la movían para follarla, pero entonces ella misma comenzó a moverse, como si estuviese aventando su culo contra un palo clavado a la pared. Poco a poco, sus movimientos fueron tomando control sobre aquella verga, y Benjamín sintió tanto placer que soltó las caderas de la chica para poder soportar aquellas embestidas que ahora ella le propinaba.

Se movía con agilidad, mirando el arma y machacando con su culo aquel falo excitadísimo. Incluso buscaba la forma de apretar el aro de su culo para acelerar la eyaculación de aquel sujeto, era ese el momento que esperaba.

– ¿Te gusta, cabrón? – le preguntó – ¿Quieres rellenarme el culo? Quiero tu leche, papito.

– Te voy a llenar el culo – respondió él – Sigue moviéndote, que te voy a llenar el culo.

– ¿Así? – pregunto Mireya, acelerando los movimientos de su cadera

– Así putita, así zorrita.

Siguió moviendo sus caderas con furia, apretando el culo y clavándose la verga completa, gemía, naturalmente, pero trataba de soportar aquel placer con tal de seguir el plan en curso.

– Ya me voy a venir – anunció Benjamín

– Hazlo papi – pidió ella – Quiero tu lechita, cabronazo, quiero que me llenes el culo de tu leche.

Y entonces, la sintió; la calidez de aquel fluido viscosa reventando en su recto, las gotas de semen siendo chorreadas de aquella verga. Benjamín lanzó un bramido de placer y la chica dio una última embestida.

Saltó hacia enfrente, sacándose la verga por completo y siendo salpicadas sus nalgas del esperma que aún fluía. Cayó al frente, sin que Benjamín pudiera dar cuenta de aquello, tomó el arma y giró.

Miró a Benjamín quien estaba con los ojos bien abiertos, apunto de gritarle algo y alargando la mano para detenerla. Entonces disparó.

La primera bala penetró el pecho del sujeto, empujándolo hacia atrás. Un segundo apretón de gatillo lanzó otra bala que impactó en el ojo derecho de Benjamín. No había más que hacer, estaba muerto.

Unos pasos subieron rápidamente, y la puerta se abrió de golpe. Lucas miró sorprendido la escena, e idiotamente comenzó a tratar de sacar su revolver de su bolsa.

Fue inútil, una sola bala en su cuello fue suficiente para hacerlo caer y morir desangrado. La niña se mantuvo ahí, asustada y con la sangre repleta de adrenalina, miraba la sangre de aquellos dos sujetos desbordándose sobre el suelo. Entonces despertó a la realidad, se puso de pie y salió huyendo de aquel cuarto.

Se dirigió al cuarto donde se hallaban su madre y su hermana, y fue directamente con Leonor.

– Mamá – le dijo, acercándose a su mejilla y besándola – Ya estamos bien – decía, con el semen de Benjamín aún caliente, corriéndole entre las piernas y fluyendo de su culo – Ya estamos bien, mamá.

FIN.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR

buenbato@gmx.com

 

 

Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (4)” (POR BUENBATO)

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me daríasAdjuntaré en comentarios la portada con los nuevos personajes.

Me está tomando algo de tiempo llevar la historia; pero continuo con mi meta de un capitulo cada dos días.

Agradezco de antemano todos sus comentarios.

Saludos.

BUENBATO.

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ASALTO A LA CASA DE VERANO (4)

Sin título– ¿Quién es? – preguntó intrigado Benjamín cuando llegó ante la madre y sus hijas – ¡Respondan! ¿Quién está tocando?

Todas parecían estar igual de sorprendidas. No podían responderle por que no tenían la menor idea.

– Asómate – dijo a Lucas, quién inmediatamente se vistió y salió – Ves quién es y me avisas, ¡rápido!

Benjamín se quedó con las mujeres; tomó el arma instintivamente. Volvió a preguntarles.

– ¿Quién es? – volvió a preguntar – O díganme quién podría ser, ¡respondan carajo!

– ¡No sé! – respondió Leonor – Podrían ser los vecinos, nunca se sabe Benjamín. Pero no es alguien que esperáramos.

Benjamín estaba a punto de gritonear de nuevo cuando una vocecilla lo interrumpió.

– Creo que es Azucena.

El hombre volteó; sentada lo más cómoda posible que sus amarres le permitían, Mireya hablaba desde las escaleras.

– La invité ayer – continuó – pero no pudo venir a mi cumpleaños, así que le dije que viniera hoy.

– ¿A qué?

– A la alberca – dijo Mireya

– Voy a necesitar que le digas que se vaya – sentenció Benjamín – Y más te vale no levantar sospechas, a menos que quieras que le vuele los sesos a la idiota de tu madre.

Mireya quedó en silencio. Pasaron algunos segundos cuando, agitado por haber corrido, Lucas regresó.

– ¡Son dos niñas! – dijo, recuperando la respiración – Dicen que vienen a ver a Mireya.

– ¿Dos?

– Si – continuó el muchacho – una dice que se llama Azucena.

– ¿Y la otra?

– No me dijo, sólo comentó que es su prima

Benjamín miró a Mireya, esta lo vio extrañada, no conocía a ninguna prima de Azucena.

– ¿Te vieron? – preguntó Benjamín

– No – dijo – Sólo las vi por la mirilla de la puerta. Les dije que Mireya estaba bañándose, que esperaran diez minutos, vi que se sentaron en la banqueta.

Benjamín se quedó pensativo.

– Iré yo, con Mireya, para asegurarme de que no se ponga nerviosa. Necesitamos que se vayan sin levantar sospecha.

– Benjamín… – intervino Lucas, enseguida – ¿No podríamos…?

– ¿Qué?

– Hablar en la cocina.

A Benjamín le extrañó aquello; se aseguró de que las mujeres estuvieran bien atadas y acompaño a Lucas a la cocina.

– ¿Qué sucede? – preguntó Benjamín

– ¿Cuánto durará esto?

– Ya te he dicho, no más de tres días.

– Bueno, mañana es el segundo, y estas chicas…

– No estarás pensando… – intervino Benjamín

– Si, si lo estoy pensando; tú mismo sabes que esto es como una oportunidad. ¡Vamos! Lo tenemos todo bien planeado…

– Excepto la intervención de personas externas…

– ¡Son casi niñas! ¿Qué pueden cambiar?

– Sus padres…

– No lo sabrán, no si no quieren que les “hagamos daño” a Mireya o a su familia. Benjamín, podemos inventar lo que sea.

– Deberán regresar hoy, Lucas, ¿estás loco? ¡Arriesgaríamos dos días por un par de horas de tus estupideces!

– Que se queden – dijo Lucas – Que la madre llame a los papás de las niñas y les digan, no sé, una pijamada, cualquier estupidez. Son adolescentes, ellas morirán por que les permitan. Si no, bastará con esperar a que se vayan lo más pronto posible.

Benjamín lo pensó; la idea era tan arriesgada como tentadora.

– ¿Cómo son? – preguntó

– Preciosas – dijo sonriente el muchacho

Un largo silencio permaneció por unos segundos. Lucas miraba a Benjamín; sabía que no podía arriesgarse pero, carajo, a veces la razón simplemente no obedece.

– Está bien – reinició Benjamín – Prepara a la niña para salir y a la madre para la llamada que tiene que hacer; hazlo bien. Quédate con Sonia, como rehén. Les diré que soy hermano de Leonor, has que todas entiendan eso.

– Perfecto – dijo Lucas

– Lucas – llamó Benjamín, cuando el muchacho se alejaba – Haz las cosas bien.

Lucas asintió y fue a la sala. Benjamín se cambió rápidamente y se fue a acicalar al baño. Hizo muecas con su rostro, de manera que le saliera una sonrisa de lo más natural. Salió y respiró mientras avanzaba por el patío hasta la puerta que daba a la pequeña callecilla de tierra.

Llegó a la puerta y la abrió; dos chiquillas se levantaron de la banqueta frente a la casa y se miraron extrañadas una a otra.

– Dice la mamá de Mireya que pasen – anunció Benjamín, con la mejor de sus sonrisas – Ya está la alberca.

Las niñas sonrieron con aquello ultimo, y confiadamente entraron. Siguieron a Benjamín, quien se dirigía a la alberca. Pero la chica más grande parecía tener idea de dónde se hallaba esta, y se adelantó junto a su prima, que iba un tanto más tímida.

De verdad que Lucas no mentía; la mayor, que debía ser Azucena, era de una complexión similar a Mireya, aunque más esbelta, e igualmente era de piel muy morena, con claros rasgos africanos. Su cabello era bastante rizado, oscuro y denso como sus abundantes cejas. Era la más bonita pero no la que llamaba más la atención de Benjamín.

La otra niña era de complexión más baja; pero debían tener una edad similar. Tenía un rostro típico de las niñas de rasgos indígenas de la región y un cabello castaño oscuro medianamente largo. Parecía venir exclusivamente a la albercada, pues llevaba una playera amarilla y un pareo corto azul claro que cubrían su traje de baño rojo.

El pareo era muy delgado y ligeramente translucido, de modo que bajo él se marcaban perfectamente las formas de su culo. Eso fue lo que hipnotizó por un momento a aquel hombre. Ambas chicas llevaban zapatos deportivos blancos, limpios, pero desgastados.

– ¿Cómo te llamas? – preguntó sonriente Benjamín, como queriéndola hacer entrar en confianza

– Sofía – dijo la chica, con retraimiento

– Que bonito nombre – comentó él – Bueno, pues no sé cuanto vaya a tardar Mireya, por que está ayudando a su mamá en algunas cosas, pero si quieren ya váyanse metiendo a la alberca.

Las niñas no tuvieron que escucharlo dos veces; Azucena, que vestía una blusa morada deportiva y unos pantalones deportivos negros, se los quitó enseguida para quedar únicamente en un hermoso traje de baño de dos piezas, completamente negro. Era delgada, y de complexión alargada. La figura de sus tetitas y su culo apenas se distinguían en aquel cuerpo exquisitamente esbelto y mulato.

Azucena no tardó en echarse un chapuzón dentro de la alberca. Sofía, más tímida, sólo se quitó el pareo y se sentó en la orilla de la alberca para remojar sus pies.

– ¡Metete Sofí! – la animó Azucena – que movía los brazos graciosamente

– Ahorita – determinó Sofía

Benjamín se quedó algunos minutos acompañándolas, pero más que nada vigilándolas, pronto se dio cuenta de la forma en que lo miraba Azucena. La chica lo comenzaba a ver con repugnancia, pues lo había sorprendido mirándole el culo y las piernas a Sofía. Benjamín le sonrió, tratando de ganarse su confianza, pero aquella chica seguía mirándolo con extrañeza.

Por suerte para él, Mireya apareció a lo lejos, avanzando hacia ellos. Iba vestida con el mismo traje de baño rosa con holanes de colores de la mañana; y llevaba un pareo negro que cubría la parte baja de su cuerpo, similar al de Sofía. Llevaba en su mano el teléfono inalámbrico, hacia el que hablaba cortadamente.

Se acercó directamente hacia las niñas; pero cuando su mirada se cruzó con la de Benjamín, no pudo evitar lanzarle un odio y un rencor incomparables. De aquello platicarían después, pensó el sujeto. Mireya llegó con Azucena, que salía de la alberca para saludar de beso a Mireya; tenían un cuerpo más o menos parecido, el de Mireya era mucho más marcado y acentuado, pero no cabía la menor duda de que hacían un par exquisito.

– Es tu mamá – dijo Mireya, ofreciéndole el teléfono a la chica – Mi mamá le dijo que, si querías, se podían quedar a dormir hoy, en una pijamada.

– ¿De verdad? – preguntó sonriendo Azucena

Mireya había actuado bastante bien; y Azucena era bastante crédula. La niña comenzó a hablar con su madre al otro lado del auricular.

– Si, comemos al rato.

– …

– Si, aquí en la casa de la colina.

– …

– Si, Sofía está en la alberca ya. Yo también ya me metí.

– …

– ¡Sofía! – gritó, dirigiéndose a su prima – Dice mi mamá que dice mi tía que si tú quieres quedarte a dormir.

Sofía no dijo ni sí ni no; sino que hizo un movimiento extraño de cabeza que su prima interpretó a su conveniencia.

– Dice que sí.

– …

– Si, yo le digo.

– …

– Si, yo te marco, en la noche cuando ya nos vayamos a dormir.

– …

– ¿Mañana?

– …

– No sé, a las ocho de la noche.

– …

– Bueno pues, a las seis de la tarde.

– …

– Si, bajamos solas; o con la mamá de Mireya.

– …

– Si.

– …

– Si.

La niña colgó el teléfono y sonrió. Benjamín había estado algunas horas en aquel pueblo del que las niñas venían; era un pueblo polvoriento y extremadamente aburrido. Había un lago cerca, de modo que los trajes de baño no le sorprendían, pero era obvio que las niñas traían sus mejores ropas. La casa de Leonor y sus hijas era sin duda la más grande y bonita de la zona.

Benjamín miraba pensativo a las pobres niñas; porque eso debía ser, gente flotando sobre la pobreza como la mayor parte de aquel pueblo. Pero, finalmente, aquello no era su problema, y el plan estaba en marcha.

Las chicas platicaron un poco, pero Mireya se veía tan retraída que Benjamín temió que aquello arruinara el plan. Azucena, la más animada, volvió a lanzarse entre risas a la alberca. Segundos después, Sofía la secundó; se quitó su playera amarilla y quedó únicamente con el traje rojo de una pieza. Benjamín la degustó con la mirada, hasta que la vio caer sobre la superficie de la piscina.

Se acercó a Mireya, por detrás, con una confianza total, cual si fuera realmente tío. Cuando estaba tras ella, y cuidando de que las invitadas no lo vieran, pellizcó una nalga a Mireya.

– Más vale que hagas las cosas bien, a mí no se me olvida nada.

Mireya no le dijo nada, se quitó el pareo y se lanzó a la alberca. Estuvieron ahí durante varios minutos; a veces Mireya olvidaba, entre la diversión, lo que realmente estaba sucediendo. Pero entonces se acordaba y su sonrisa se disipaba; y comenzaba a pensar en el tormentoso futuro que les esperaba a todas.

Pero en aquel momento la tranquilidad era la norma. Solamente Azucena parecía desconfiada con aquel hombre que parecía permanecer ahí para vigilarlas, o, peor, para el sólo hecho de mirarlas con aquellos ojos pervertidos. No se equivocaba, pero a Benjamín le irritaba la forma tan hosca con que aquella mulata lo miraba. “Ya verás”, pensó.

A las cuatro y media de la tarde, Lucas apareció a lo lejos. Iba vestido y reluciente, y algo atractivo. Lanzó sonrisas a las invitadas, y parecía tan encantador que las muchachitas le sonrieron alucinadas.

– Ya están listos los hot dogs – anunció, con toda naturalidad

Benjamín trató de entender qué estaba sucediendo, pero un guiño de Lucas le hizo comprender que aquello estaba completamente planeado.

– Pues bueno – dijo Benjamín, entrando en el papel – ¡A comer!

Salieron de la piscina y se secaron rápidamente con una toalla que ya estaba ahí desde la mañana. Benjamín vio cómo Azucena se vestía de nuevo con su ropa deportiva, mirándolo desconfiadamente de reojo. Luego la vio acercarse a Sofía y murmurarle algo al oído; acto seguido, Sofía se vistió con su pareo y su playera amarilla. Benjamín sólo se limitó a lanzar un resoplido de burla.

Avanzaron, con las chicas delante, hacia la casa. Las escuchaba preguntar a Mireya si aquel muchacho llamado Lucas era acaso su primo; y después intercambiaban risitas tontas mientras lo miraban de reojo. Lucas se acercó discretamente a Benjamín.

– Terminan de comer, y las atamos.

– ¿Cómo planeaste todo esto?

– No lo sé – admitió Lucas – pero no puedes negar que está saliendo perfecto.

– Me has sorprendido. ¿Y las otras dos?

– Inmovilizadas, atadas una a otra; tetas contra tetas.

– Bien – dijo Benjamín, tratando de imaginarselo

Llegaron al comedor y, efectivamente, una montaña de quince hotdogs las esperaba sobre un platón. Los prepararon con la cebolla, el picante y los condimentos; y comieron glotonamente. Sólo Mireya parecía no tener mucho apetito.

Lucas y Benjamín se murmuraban cosas, alejados de dónde pudieran escucharlos. Luego regresaban a vigilar, y se alejaban a otros cuartos por momentos, para no levantar sospechas. Sólo ponían atención a cualquier tontería que pudiera escaparse de la boca de Mireya. Cuando vieron que las chicas estaban por terminar de comer regresaron, completamente preparados, al comedor.

Benjamín se acercó a Mireya, y simuló recoger una servilleta que intencionalmente tiró al suelo cercano a donde se encontraba la chica. Abajo, agachado, tomó el tobillo izquierdo de Mireya, lo esposó y el otro extremo lo enganchó a la silla. Aquello no la inmovilizaba del todo; pero al menos no podría salir corriendo de ninguna manera.

Él se puso de pie, y ella se quedó fría, como si nada de aquello hubiera sucedido. De nuevo se sintió insegura, y supo que no quedaba más opción que contemplar el infierno que se acercaba a su pobre amiga y a su prima.

Habían terminado de comer y comenzaban a platicar entre ellas; Mireya actuaba demasiado seria, pero Azucena trataba de animarla contándole algunas anécdotas, Sofía sólo la escuchaba, entrando cada vez más en confianza.

Lucas simuló acercarse a recoger un plato de Sofía y se colocó tras ella. Benjamín, por su parte, se acercó tras la silla donde Azucena terminaba de beberse un vaso con agua. Ninguna de las muchachas, excepto Mireya, se percataba de aquellos hombres que comenzaban a rodearlas.

Entonces sólo le quedó ver como el cuello de Sofía era rodeado por Lucas. E inmediatamente Benjamín lanzaba al suelo, empujándola desde los hombros, a una desconcertada Azucena.

Benjamín lanzó una patada a Azucena, lo que debió sacarle el aire por que no pudo poner ninguna resistencia cuando el hombre le ató las manos con una velocidad y pericia asombrosa, claramente basada en un entrenamiento riguroso. En menos de veinte segundos la chica estaba inmovilizada de manos.

Lucas, en cambio, tenía problemas con Sofía, que se movía frenéticamente; intentando zafarse. Pero Benjamín llegó a asistirlo, y no le costó trabajo tirar al suelo a la chica y desde ahí repetir sus amarres inmovilizadores.

Azucena, con las manos atadas a la espalda, estaba poniéndose de pie cuando una patada de Lucas la volvió a tirar justo a tiempo. Finalmente, ambas chicas estaban completamente aseguradas. Mireya no había movido ni un solo dedo.

Subieron a las chicas al baño; y les ataron los cuatro pies juntos para que no pudieran incorporarse. Cerraron la puerta y las dejaron ahí, gritando y llorando inútilmente. Benjamín subió a Mireya; y avanzaba atropelladamente, importándole poco si la chica tropezaba al no poder seguirle el ritmo.

– Sólo quiero ver cómo dejaste a las otras; antes de comenzar con las nuevas.

Lucas lo guio a la recamara de Leonor; dónde había la había dejado junto a Sonia. Efectivamente, estaban acostadas en el suelo, amarradas una a otra, frente a frente; parecían un par de troncos incapaces de ponerse de pie.

Miró el rostro enrojecido de Sonia, y su labio partido con sangre coagulándose. Comprendió entonces por qué la facilidad de Lucas por convencer a Leonor de que hiciera aquella llamada. Pero decidió no discutir nada; a fin de cuentas, el plan marchaba bien.

– Hay que asegurar a Mireya, antes que nada.

Le ataron las manos a la espalda; y le esposaron los pies a los barrotes de la escalera, afuera, en los pasillos. Cuando se aseguraron de que todo marchaba bien, regresaron al cuarto de baño.

Se encontraron con Sofía y Azucena intentando ponerse de pie. Ellas se asustaron y cayeron de culo al suelo.

– No, no, no. – dijo Benjamín – Continúen, nos interesa sacarlas de aquí.

Y en efecto, las hicieron ponerse de pie y las llevaron bruscamente a la recamara de Mireya y Sonia. Las desamarraron una de otra, y cada una fue lanzada boca abajo contra las camas. Sofía sobre la cama de Sonia, y Azucena sobre la de Mireya.

– Espérame – dijo Benjamín

Lucas vigilaba a Sofía, mientras Benjamín se apoderaba de Azucena. El hombre mantenía una rodilla sobre la espalda de Azucena, mientras se desabrochaba los pantalones.

– A ti te toca esta – le dijo a Lucas, refiriéndose a Azucena – Pero primero quiero enseñarle algo.

Lucas esperó paciente; mientras miraba cómo Benjamín jalaba los pies de Azucena hasta hacerla quedar en la orilla de la cama. Le bajó los pantalones deportivos con todo y bikini hasta abajo, arrinconados contra sus zapatos deportivos, dejándola inmediatamente desnuda del culo, que estaba a su completa merced al encontrarse todavía más inmovilizada.

La niña pataleaba, pero era imposible luchar contra la fuerza de aquel hombre que ya tenía su verga erecta y apuntándole. La manoseaba bruscamente con los dedos, hurgándole agresivamente el área de su coño.

Era un culito pequeño, apenas destacable bajo su delgada cintura. Negro, como su piel, tenía una piel tersa y suave; Benjamín recorrió su mano entre la línea que se partía. Pasó rozándole el esfínter de su ano, el canal bajó entre sus piernas, hasta llegar al área de su concha. Era un coñito abultado, con la forma de un bolillo rodeado de unos vellos oscuros y enchinados, no muy densos.

La niña sollozaba, intentando inútilmente cerrar las piernas, pero la fuerza de Benjamín no se lo permitía. Su vagina era obligada a mojarse contra su voluntad. Y de pronto sintió aquellos dedos alejarse, pero sólo para ser reemplazados por la punta de la verga de Benjamín, que se encimó con todo su peso sobre ella.

– Mucha desconfianza, ¿no? – le dijo Benjamín sobre su oreja, recriminándole – ¿No te doy mucha confianza verdad? Vi cómo me mirabas, putita, vi cómo desconfiabas de mí.

La niña sólo sollozaba mientras lo escuchaba.

– ¿No te gustaba cómo les miraba la colita a tu prima y a ti verdad? – continuó – ¿Sabes por qué les miraba la colita? Estaba pensando en cómo me las iba a coger a ti y a la zorrita de tu prima.

Azucena comenzó a rogarle que la dejara ir, que la soltara; pero lo único que consiguió fue sentir cómo aquel grueso glande comenzaba a penetrarla. Sintió su coño expandiéndose forzadamente para permitir el ingreso de aquel enorme pedazo de carne.

Se agitó e intentó zafarse; pero era imposible, aquel individuo la sostenía con fuerza al tiempo que la penetraba. Apenas y la había logrado lubricar, de modo que aquella experiencia era doblemente dolorosa para Azucena, que gritaba como esperando que alguien en el ancho mundo fuera a escucharla.

Benjamín sintió de pronto la membrana de la chica; pero se extrañó cuando su verga lograra traspasarla sin romperla. La explicación era lo que se conoce como himen complaciente; uno donde existe un orificio en este que se dilata para permitir el paso de los objetos. Aquello le pareció extraño a Benjamín, que supuso que simplemente la chica había rotó su himen de alguna otra forma.

– ¿Ya has cogido verdad putita?

La chica sólo lloraba, aquello no era cierto, puesto que aquella verga de Benjamín era la primera que la penetraba.

Concluyente, Benjamín perdió cualquier consideración, y comenzó a bombearla furiosamente, provocándole a la chica unos clamores terribles que retumbaban por todo el cuarto. Con cada embestida la iba penetrando más y más; aquello era un castigo por aquellas miradas que la chica le había lanzado, y que ahora estaba pagando a un doloroso precio.

Tras unos momentos, ya los veinte centímetros de verga la penetraban hasta el fondo de su coño. El orificio de su himen se había expandido al máximo, y había terminado por machacarse con aquellas arremetidas dentro de su vagina. Tras una últimas y fuertes embestidas más; Benjamín sacó su verga de Azucena. Le jaló de los cabellos, obligándola a mirarlo y le lanzó un escupitajo en el rostro. Volvió a empujarle la cabeza contra la cama.

– Esto es sólo el principio – dijo, alejándose, y dejándola agotada y gemebunda sobre la cama, con la cara ensalivada.

Se acercó a dónde Lucas mantenía recostada boca abajo a Sofía.

– Es toda tuya aquella putita, disfrútala.

Lucas sonrió y fue a por Azucena, dejándole a Sofía a aquel despiadado hombre. La niña temblaba, y tembló aún más cuando sintió las manos de Benjamín sobre su culo. Había visto cómo él desfloraba a su prima, y comprendió que algo parecido le esperaba.

La hizo ponerse de pie; ya estaba cansándose de aquella posición. Le comenzaba a enfadar que siempre estuvieran atadas con las manos a la espalda, y si bien era la mejor manera de tenerlas aseguradas, había que innovar.

De pie, la chica era completamente bajita. Él medía un metro ochenta centímetros, y la chica apenas y llegaba a los 140 centímetros de altura. La tomó de la barbilla; y le acarició el rostro mientras ella lo miraba con ojos aterrados.

– Tienes dos opciones Sofi – le dijo, recorriéndole el cabello con los dedos – Hacemos esto por las buenas o por las malas. ¿Qué eliges?

– Ninguna – dijo la niña

– ¿Por las malas?

– Por favor señor…

– ¿Por las buenas, o por las malas?

La niña lo miró, por al lado de sus ojos comenzaban a surgir líneas de lagrimas. Él la miraba, esperando respuesta.

– Por las buenas – dijo, finalmente

– Buena elección – dijo él – Quítate la ropa. – le dijo, al tiempo que desamarraba sus ataduras – Cualquier tontería que hagas lo pagaras caro.

La chica quedó liberada; hubiese pensado en huir, pero la puerta estaba cerrada y no estaba segura si tenía llave. Estaban en un segundo piso, y en general era completamente arriesgado intentar huir.

Se secó las lágrimas, y se desamarró el pareo azul, dejándolo caer al suelo. Después vino la playera amarilla, donde Benjamín le ayudó; quedó sólo con su traje de baño y sus zapatos deportivos blancos. Se agachó para desamarrárselos pero Benjamín la detuvo.

– Esos déjatelos – le dijo – Me gustan cómo se te ven.

La chica se volvió a poner de pie; pero sólo se mantuvo ahí, sin hacer nada. No quería quitarse el traje de baño rojo de una pieza.

– ¿No te lo vas a quitar?

– Por favor, señor…

– Está bien, hagamos esto. No te voy a pegar, jamás le pegaría a una niña tan bonita, pero te asignaré una esclava de castigos. ¿Sabes lo que es una esclava de castigos?

La chica movió la cabeza negativamente; entonces Benjamín salió del cuarto rápidamente.

– Cuida a esta zorrita – le dijo a Lucas, que en aquel momento estaba sentado en la orilla de la cama, besuqueándole la boca a Azucena que lo rodeaba arrodillada sobre él.

Lucas ya le había quitado la blusa morada a la muchacha, y estaba desatándole el sostén de su traje de baño. Seguía con los zapatos deportivos blancos, y aún tenía el pantalón y la braga del traje de baño colgando de uno de sus pies.

– Yo cuido – dijo Lucas

Pero aquello fue rápido; en menos de un minuto Benjamín regresó arrastrando a Mireya consigo.

– Pásame una esposa – le dijo a Lucas, y este rebuscó en su, siempre a la mano mochila hasta dar con una.

– La última que me queda – dijo Lucas

– Debimos comprar más.

Obligó a Mireya a arrodillarse sobre el suelo; la esposa que tenia en un tobillo, la aseguró por detrás a una de sus muñecas, e hizo lo mismo con su otra mano y tobillo con las esposas de Lucas.

Se maravilló del resultado; Mireya estaba completamente arrodillada, obligada incómodamente a permanecer con las manos hacia atrás y atrapadas con sus propios pies, y más inmovilizada que nunca.

– Mira Lucas – dijo Benjamín, orgulloso de su obra – ¿Qué tal se ve?

– Perfecto – dijo el muchacho, que en aquel momento recibía una felación de Azucena – No se me había ocurrido.

Hacia unos minutos que Azucena estaba de rodillas, frente a Lucas, quien le acariciaba el rostro y el cabello sentado en la orilla de la cama. La chica estaba completamente desnuda; en efecto, su cuerpo no era muy ostentoso, pero se le marcaban las curvas naturales de su cuerpo, nada despreciables. Sus tetitas, que Lucas se había dado el gusto de saborear hacia unos momentos, eran un par de montañas emergiendo, coronadas por un pezón amplio y oscuro.

El muchacho notó que con Azucena todo era distinto; casi no ponía resistencia, y bastaba ordenarle las cosas para que lo hiciera; ya fuera por miedo, o porque de alguna forma ella se sentía atraída por él. Por las buenas o por las malas, a Lucas le daba igual, siempre que consiguiera lo que quisiera de ellas.

Azucena había sido torpe con la boca al inicio, pero, con paciencia, Lucas le explicó los aspectos más básicos para realizar una buena mamada. Cuando la niña se equivocaba, Lucas la empujaba momentáneamente contra su verga, clavándosela. Entonces la soltaba y la chica recuperaba el aliento antes de volver a intentarlo.

Poco a poco iba mejorando, y Lucas recargó sus manos sobre la cama, disfrutando relajado con la fresca boca de la mulatita.

Por su parte, Benjamín explicaba la nueva dinámica a Sofía, a base de un sencillo ejemplo.

– Ahora sí – le dijo a Sofía – Quítate el puto traje de baño.

– Por favor – insistió la chica – No quie…

– Bien – dijo Benjamín, acercándose a donde se hallaba Mireya – Cada vez que me desobedezcas pasará esto.

Acto seguido, lanzó una tremenda bofetada que fue a parar al rostro de Mireya. Fue tan rudo que la pobre cayó de lado por el impacto. Él la volvió a colocar de rodillas; alzándola por los cabellos. Mireya lloraba, mientras Benjamín volvía a dirigirse a Sofía.

– Quítate el traje de baño – repitió

La chica no dijo nada, pero comenzó a gimotear. Benjamín se exasperó y volvió a girar hacia donde se hallaba Mireya.

Una segunda bofetada cayó de nuevo sobre el rostro de la chica. Y Sofía ya lloraba a rienda suelta, impactada por aquella escena. También Mireya seguía llorando, pero sin dejar de mirar con rencor a aquel sujeto.

– Quitat…

Y entonces Sofía comenzó a desvestirse. Se bajó los tirantes por los hombros, y poco a poco fue bajando su traje de baño. Lo dejó caer hasta sus zapatos, y movió los pies para desatorarlos y quitárselos definitivamente. Finalmente quedó desnuda, como una ofrenda para Benjamín.

– Ven acá – dijo Benjamín, señalando el suelo frente a sus pies – Ponte de rodillas, como la zorrita de Mireya, mira que bonita.

Sofía echó un vistazo a Mireya, y en seguida obedeció. Se arrodilló frente a Benjamín, cuya verga estaba complemente erecta. Sofía desviaba la mirada con tal de no verla.

– Quiero que veas lo que tienes que hacer – dijo Benjamín, moviéndose – Quédate aquí y mira bien.

Él se acercó a Mireya, y la tomó de los cabellos para alzarle el rostro ante su verga. La soltó, y Mireya prefirió no esperar a que él le ordenara lo que ya sabía que le exigiría. Abrió su boca, y se llevó aquel glande a la boca.

– Mira nada más – exclamó Benjamín – Esa es la putita que me gusta. Observa bien a esta zorrita, Sofía, aprenderás mucho de ella; quiero que hagas lo mismo.

En efecto, Sofía miraba a Mireya mientras esta movía rítmicamente su cabeza para mamar aquella verga. Era difícil, por la manera en que estaba esposada, pero prefería hacer el esfuerzo a volver a recibir un manotazo.

Cuando a Benjamín le pareció suficiente, empujó violentamente a Mireya para que dejara de chuparle el falo. Mireya regresó a su posición; mirando al suelo desolada. Benjamín regresó con Sofía.

– ¿Lista?

La muchacha lo miraba con preocupación, pero él parecía tan firme que tuvo que rendirse. Asintió con la cabeza, y esperó hasta que Benjamín se acomodó frente a ella. Estaba mirando al suelo cuando algo tocó dos veces su frente, era la punta del falo de aquel sujeto.

– ¡Toc, toc! – expresó él – Alarga el cuellito o no vas a alcanzar.

Sofía tuvo que obedecer; alargó el cuerpo y abrió la boca, y su lengua sintió enseguida la textura y el sabor de aquella verga. Al inicio cometía errores, pero Benjamín se los corregía. Aprendió a no meter los dientes y a abrir correctamente los labios.

Al inició Benjamín permitió que la niña se moviera sola, pero conforme aumentaba su excitación se iba volviendo más salvaje. Pronto tomó la cabeza de Sofía, y comenzó a embestirle su verga contra su garganta como si se estuviera follando una sandia.

La niña sentía que se ahogaba con aquel pedazo de carne, y trataba inútilmente de alejarse. Lloraba de la vergüenza y desesperación, y comenzó a soltar manotazos contra la pierna de Benjamín. Pero este no la soltaba y, en su desesperación, cometió el grave error de lanzarle una mordedura.

No fue muy fuerte; pero Benjamín sacó su verga con violencia. La chica supo que aquello le traería problemas, pero de verdad que sentía que se atragantaba. Cayó de manos sobre el suelo, y comenzó a toser. Escuchó el sonido de una bofetada, y vio caer a Mireya al suelo. De pronto sintió un jalón de los cabellos y en segundos se vio arrastrada por el suelo.

Lucas sólo miraba, mientras seguía recibiendo la apacible mamada de Azucena, quien no era ajena a los gritos o sucesos a su alrededor, pero que se mantenía callada y chupando para no despertar la ira de nadie.

Benjamín sacó a Sofía, arrastrándola por el suelo. La llevó al pasillo con barandales que unía todas las recamaras. Con destreza, sacó cuerdas de su mochila – que llevaba siempre a la mano, a todos lados – y las amarró a las rodillas de Sofía, atándola a la parte baja del barandal. Era una idea ruin, aquellos amarres la mantenían no sólo de rodillas, sino abierta de piernas. No era capaz de moverse. Ató las manos de Sofía juntas, y las amarró a la parte alta del barandal.

En aquella posición, Sofía estaba a completa merced de quien quisiera. Benjamín entró al baño, y al poco rato volvió con una botella de crema corporal.

– Te has ganado un buen castigo – dijo Benjamín, agachándose tras ella.

– ¡Perdón! – decía la pobre chica, incomoda por aquella posición – ¡Perdóneme!

Pero lo único que recibió por respuesta fueron los dedos de Benjamín untándole algo en el área de su ano. Sofía comenzó a gritar, por que comprendió a qué iba todo aquello. Pero no podía hacer nada; aquellos amarres la tenían inmovilizada, en una posición que la obligaba a abrir su culo y ofrecerlo a Benjamín.

Los dedos se fueron, y en su lugar se colocó el glande de la gruesa verga de Benjamín; Sofía movía el culo tanto como podía, pero las manos de aquel sujeto la tenían fuertemente agarrada con sus dedos clavados en las carnosas nalgas de la chica.

La muchacha también intentó apretar las nalgas, pero en aquella posición se encontraba demasiado abierta, y no había nada que pudiera hacer con los músculos de su culo, por más abultado que este fuera. Era imposible, y la verga de Benjamín ya se encontraba ejerciendo presión sobre su rugoso y oscuro esfínter.

Las diferencias de tamaño dificultaban un poco las cosas; Benjamín, demasiado grande a comparación de la chiquilla, tenía que arrodillarse bastante para poder realizar correctamente la quirúrgica hazaña. Tenía que mantener alzado el trasero de Sofía con sus manos, y la muy zorra había hallado en aquello su única defensa. Pero era demasiado tarde para Sofía, el pene de Benjamín comenzaba a entrar.

Tuvo que empujar mucho al inicio, pero no tardó en comenzar a dilatarle el aro del culo a la chica, que comenzaba a gritar adolorida. Segundos después, ya su glande se asomaba dentro. Siguió penetrándola poco a poco, importándole poco los alaridos de Sofía.

– Olvidaba algo – dijo Benjamín de pronto, sacando de nuevo su glande al exterior

Volvió a apuntar su verga, esta vez unos centímetros más abajo, y de una sola arremetida penetró el coño de Sofía. El dolor había sido tan profundo que el cuerpo de la chica pareció torcerse de forma sobrenatural; sólo segundos después, cuando recuperó el aliento, fue que lanzó el más grande de los gritos.

No era para menos; Benjamín la había desflorado, despedazándole el himen de un solo golpe, atravesándola hasta el fondo con sus veinte centímetros de envergadura. La chica lloraba a rio suelto; mientras Benjamín saboreaba las nalgas sudadas y las caderas temblorosas de la chica con sus manos.

– Bueno, putita, felicidades; te he roto el coño – le dijo, con una voz áspera

Mientras mantenía su pene clavado en la chica, tomó un poco más de la crema y la untó de nuevo en la entrada del ano de la chica. Esta vez metió un dedo, que se deslizó con facilidad para lubricar el interior cálido de aquel hoyito; un segundo dedo no tardó en abrirse paso, y pronto comenzó un mete y saca que fue acelerando la respiración de Sofía, que lloraba de dolor y placer al mismo tiempo.

Sacó sus dedos, y sólo acariciaba por el exterior el rugoso aro de aquel esfínter. Cuando los gemidos de Sofía perdieron amplitud, Benjamín sacó lentamente su falo de Sofía. Sangrante y húmedo, el hombre volvió a colocarlo en la entrada del culo de la chica, y de nuevo comenzó a empujar, esta vez con mayor determinación.

Poco a poco, el ano de Sofía se iba dilatando; la verga de Benjamín ya comenzaba a alcanzar nuevas profundidades, e iba destrozando todo a su paso. Sentía los pliegues del recto alrededor de su verga, y pareció topar con pared cuando ya le había atravesado quince centímetros de su falo. Pero continuó empujando, hasta abrirse paso casi a través del intestino de la niña.

Y entonces lo logró; su verga completa se había hundido completamente dentro del ano de Sofía. Ella seguía llorando, y Benjamín sonreía mientras sentía maravillado las contracciones del recto de la chica alrededor de su falo. Era un culo apretado y precioso; le encantaba ver la base de su pene dilatando preciosamente el esfínter de la chica.

– Deberías ver cómo se ve desde aquí tu culo abierto

Sacó la cámara y comenzó tomar algunos videos, grabando los detalles de la penetración; entonces, sin dejar de grabar, comenzó a sacar parte de su pene, y en seguida lo volvió a meter. Poco a poco, comenzó a iniciar un mete y saca que fue provocando la inevitable excitación de la chica.

– Te gusta, sé que te gusta putita; dímelo.

Pero la chica no respondió; estaba completamente asustada.

– ¡Te he dicho que me digas! – gritó Benjamín

– Me gusta – reaccionó por fin Sofía

– ¿Si? Dame las gracias. Di “gracias señor por romperme el culo”.

– Gracias señor por romperme el culo – dijo la niña, con la voz entrecortada por el llanto contenido

– De nada putita; ¿quieres que te la meta toda o la mitad?

– La mitad – respondió la niña, sin pensarlo dos veces

Pero a Benjamín le importaba una mierda la opinión de la niña; se la metería toda, mil veces si se le antojaba. Aumentaba progresivamente la velocidad, y a los pocos minutos era la totalidad de su verga la que salía y volvía a entrar. La chica gemía, entre dolor y placer, y su cuerpo sudaba. La mano libre de Benjamín comenzó a manosearle los pechos, y no tardó en pellizcarle suavemente los oscuros y pequeños pezones.

Siguió embistiéndole, mientras su verga comenzaba a embadurnarse de la mierda fresca de Sofía, recién escarbada de sus intestinos. El olor a sudor, fluidos y excremento comenzó a inundar el ambiente. Pero aquello no le molestaba en lo absoluto a Benjamín; que estaba absorto grabando su verga saliendo y entrando del culo de Sofía.

La chica había dejado de gemir desde hacía rato, pues el exceso de excitación la tenía al borde del desmayo. Pero, para su suerte, su culo era tan apretado que no pasó mucho rato para que un líquido viscoso y caliente se esparciera por el interior de su recto.

Benjamín se mantuvo dentro hasta que sintió que la última gota de su esperma había quedado en el interior de la chica. Entonces, perdió la dureza de su pene y lo sacó de aquel culito agotado.

– Bien hecho putita – dijo, palmeándole suavemente las redondas nalguitas – Tienes un culito fabuloso.

Pero no obtuvo respuesta; la niña había perdido el conocimiento. Benjamín se dirigió al baño, abandonando a su suerte a la pobre Sofía, que apenas seguía recobrando el conocimiento.

Cuando Benjamín salió del tocador, con su verga limpia ya de los restos de esperma y mierda, sólo se agachó para ver y fotografiar a su leche saliendo lentamente del esfínter de Sofía. Después se alejó, sin prestarle mayor atención; era obvio que la chica significaba un simple objeto para él, uno que sólo servía para ser follado a voluntad.

Entró a la recamara de las hermanas. Mireya seguía de rodillas, mirando derrotada el suelo. Sobre una de las camas, Azucena cabalgaba torpemente sobre la verga de Lucas, con los zapatos deportivos aun puestos y las manos atadas por la espalda.

– O le gustas a esta zorrita o la has entrenado muy bien – interrumpió Benjamín

Azucena se detuvo, avergonzada, al escuchar aquello; pero Lucas, sonriendo, comenzó a moverse para no detener aquella follada. Benjamín se sentó en una silla que colocó a un lado de donde se hallaba Mireya. Apaciblemente, miraba la escena de Lucas y Azucena al tiempo que acariciaba la cabeza y cabellos de Mireya, como si se tratara de una mascota. Ella sólo se mantenía mirando al suelo, pero su rencor podía olerse.

Pasados algunos minutos, y con semejante acto que se llevaba a cabo frente a sus narices, su verga comenzó a recobrar su erección. Se puso de pie, y se detuvo momentáneamente frente a Mireya.

– Dale un besito de la suerte – le dijo, apuntándole al rostro con su verga

Mireya no tuvo más remedio que besar el glande apestoso de aquel hombre, y sólo entonces Benjamín se alejó de ahí.

Se acercó a la cama donde Azucena había vuelto a cabalgar sobre Lucas; cuando de pronto sintió tras si el cuerpo corpulento de Benjamín, quien llevaba en sus manos el bote de crema del baño.

Sin permitir que sacara la verga de Lucas de su coño, la empujó hacia el muchacho, quien la abrazó de oso para inmovilizarla. Entonces, la pobre chica comenzó a sentir cómo los dedos cremosos de Benjamín caían sobre la entrada de su culo; y lanzó un alarido cuando sintió entrar un dedo y luego otro.

Intentó por todos los medios zafarse de las garras de aquellos sujetos; pero fue imposible. Lo siguiente que sintió fue la verga de Benjamín abriéndose paso a través de su culo; la chica apretaba instintivamente sus nalgas, pero aquello era demasiado tarde pues la mitad de aquel falo estaba clavado en ella y el dolor se había vuelto insoportable.

Gritaba y rogaba, mientras el pene de Lucas seguía dentro de ella y el de Benjamín se abría paso hacia su recto. Finalmente, con la chica agotada completamente, ambos hombres la penetraron completamente.

Comenzaron a moverse entonces, casi bajo una especie de coordinación natural. La chica recuperaba las fuerzas, pero sólo para comenzar a clamar de dolor y goce. Las vergas de aquellos sujetos aumentaban el ritmo, el dolor disminuía y el placer aumentaba insoportablemente. La propia chica comenzó a besar la boca de Lucas, mientras los labios de Benjamín besaban su espalda, su nuca y sus rizados cabellos.

Sólo Mireya miraba con repugnancia aquella escena; su esbelta amiga era penetrada doblemente por aquellos hombretones. Pero también le molestaba oír los gemidos de placer de Azucena; porque detestaba que aquello, encima, tuviera que ser tan placentero. “Puta”, pensó Mireya, “que puta eres, Azucena”.

Pero Azucena no tenía más remedio; con dos vergas penetrando sus orificios, lo menos que podía hacer era entregarse a ese extraño regodeo que todo aquello le causaba, estuviese o no de acuerdo con ello.

– Te gusta putita – preguntó Benjamín, respirando aceleradamente sobre la nuca de la chiquilla

– ¡Siii! – admitió Azucena

– ¿Te estas viniendo verdad? Puedo sentir tu culito temblando.

– ¡Siii!

En efecto, aquel era un orgasmo. No era el primero, Lucas le había provocado los dos primeros de su vida; pero, dadas las circunstancias, estaba claro que este sí que era el más intenso que había sentido hasta el momento.

– ¡Me voy a venir! – anunció Lucas, extasiado

– ¿De verdad? – expresó Benjamín – ¿Dónde quieres que se venga Lucas, Azucenita? Tú dile.

– Adentrooo… – alcanzó a decir la chica

Lucas descargó su leche dentro del coño de la delgada mulata, y tras unas últimas embestidas se detuvo, sin sacar su verga de ella. Atrás, Benjamín daba los últimos arrimones; un par de minutos después, su verga escupía su leche dentro del recto de la chica. Ambos sacaron sus penes al mismo tiempo de la niña; quedando de su culo una masa chorreante de fluidos, esperma, mierda y sangre.

Benjamín salió a limpiarse al baño, y Lucas quedó cuidando el cuarto. Pero no hacía falta; agotada, Azucena pareció desfallecer sobre la cama y, para cuando Benjamín regresó, ya estaba completamente dormida.

– Duerme como un angelito – expresó, irónico, Benjamín

– Creo que, para la edad, ha soportado mucho

– El mundo es sorprendente Lucas; ve a lavarte esa verga, no queremos que se te infecte. Y, por favor, hazle una limpieza a Sofía; le he dejado el culo relleno de leche; usa una cubeta, no quiero que la desates.

Lucas asintió, y salió de ahí.

– ¿Te ha gustado el espectáculo? – preguntó Benjamín, mientras se acercaba a Mireya.

La niña no respondió. Lo miró pesadamente, mientras él se agachaba a su lado.

– Te he hecho una pregunta, putita, ¿te ha gustado el espectáculo?

La niña siguió en silencio, y tras unos segundos abrió la boca para emitir un sonido claro, aunque tenue.

– Te detesto.

Benjamín no perdió la compostura. Sacó su teléfono celular de su mochila y comenzó a apretar teclas. Tras unos segundos, le mostró la pantalla a Mireya.

– Siete de la tarde, he programado la alarma.

La niña lo miró, desconcertada; no entendía a qué se refería Benjamín con aquello.

– Tontita – expresó Benjamín – Déjame explicarte: a esa hora te rompo el culo.

La niña abrió los ojos, asustada. Benjamín se puso de pie, se acercó a la cama y jaló bruscamente los pies de una somnolienta Azucena, hasta arrastrarla consigo fuera de la recamara. Despertó pero, al no poder pararse, se dejó llevar por el bruto de Benjamín.

– Lo siento perrita – se disculpó Benjamín – Pero tengo que ir a lavarte ese culito.

Mireya se quedó sola en el cuarto; pensativa. Volvió a mirar al suelo y comenzó a llorar.

– Me las pagaras – rezaba en voz baja, para sí misma – Me las pagaras…

CONTINUARÁ…

 

Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (5)” (POR BUENBATO)

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Asalto a la casa de verano (5)

Sin títuloTodas las muchachas fueron atadas en sus respectivos lugares. Lucas y Benjamín bajaron a comer; tanto follar les había abierto el apetito y los dos hot dogs que había comido habían resultado insuficientes.

Terminando de comer, recordaron que quienes debían estar muriendo de hambre eran Sonia y Leonor. Subieron al cuarto donde ellas seguían atadas; estaban dormidas, pero despertaron apenas se abrió la puerta.

Leonor se había orinado, y sus miados hacia rato que se había evaporado. Sólo quedaba el olor acre. La desataron; le esposaron las manos a la espalda y le ataron los pies para que no tuvieran mucha maniobra de movimiento. Benjamín la llevó al baño, donde la hizo entrar a la regadera. La puso de rodillas, y él mismo se encargó de tallarle el cuerpo con el estropajo. Tuvo cierto interés en que sus partes íntimas quedaran bien limpias, y no dudó en meterle algunos dedos enjabonados por el culo.

Leonor soportó aquello con paciencia; pues ya era un alivió poder salir de aquel cuarto y aquella incomoda situación en la que se hallaba junto a su hija. Estaba preocupada por Mireya, pero no la veía por ningún lado.

Tampoco había visto a Azucena, sólo a su prima, a quién vio con desconsuelo atada al barandal, con las nalgas abiertas recién folladas apuntando hacia arriba. La vio rápidamente, antes de entrar al baño, y le pareció tan pequeña e indefensa que se preguntó lo que podría ser de su propia hija. Había escuchado los gritos desgarradores de Sofía, cuando le habían roto el culo atada en el pasillo.

En el cuarto; Lucas preparaba a Sonia. La tenía en el suelo, pisoteándola, mientras realizaba unos complicados amarres. La había puesto primero en una posición tipo yoga; y después amarró sus tobillos juntos, como un par de troncos. Pasó las manos de Sonia hacia atrás de su espalda, y las ató. Hecho esto, sin darse cuenta se había acercado a una posición estilo lotus tie.

Amarrada como la tenía, le pateó la espalda haciéndola caer hacia adelante. Con aquellas ataduras y el rostro pegado al suelo, Sonia se veía obligada a abrirse de culo y ofrecer su la entrada de su ano.

No podía incorporarse; y el peso de sus propios brazos esposados por detrás le hacía imposible lograr incorporarse. Estaba completamente desnuda, obligada a ofrecer su culo a aquel sujeto.

Pronto sintió cómo él se acomodaba tras ella; intentaba alejarse de su alcance, pero una sola manos sobre ella era capaz de contener cualquiera de sus esfuerzos. Se hallaba indefensa e inmovilizada.

Sintió las manos de Lucas masajeándole las nalgas y acariciándole con los dedos en las áreas ubicadas en medio de su culo. Sintió el roce de aquella mano acariciándole su gordo coño, que formaba una natural hinchazón rodeada de vellos de reciente crecimiento. Los dedos, humedecidos con sus propios jugos, comenzaron a palparle la zona alrededor del anillo de su esfínter.

Era un culito apretado, y virgen. Tenía unas hermosas arrugas alineadas en circunferencia, y formaban un punto rosado en medio de su culo moreno. Sentía asco y vergüenza de pensar que aquella zona tan intima estuviera siendo manoseada por aquel desconocido. Pero la situación se volvió más tormentosa cuando sintió dos manos sosteniéndole el culo y de pronto unos húmedos besos sobre sus nalgas.

Aquellos labios recorrieron parte del área de sus voluminosas nalgas, pero no tardaron mucho en llegar a su objetivo y, en segundos, Sonia comenzó a sentir con impotencia cómo Lucas escarbaba su ano con su lengua. Los roces humedecían con saliva su culo, y el sujeto comenzó pronto a intentar meter sus dedos en aquel orificio.

Sonia le pedía con la voz entrecortada que parara, pero parecía no ser escuchada por Lucas, que no se detenía ni un segundo. Pronto uno de los índices de Lucas comenzó a abrirse paso entre su estrecho culo.

– Deberías sentirte afortunada – interrumpió la voz de Benjamín, que llegaba de regreso con Leonor puesta de rodillas a su lado, asomados bajo el umbral de la puerta – Hace unos minutos, a dos más jovencitas que tú, les he roto el culo de un solo golpe. Me preguntó cómo gritaras tú cuando te lo haga.

Leonor escuchaba aquella sentencia, de rodillas al lado de su captor, mientras tenía que ver cómo el otro sujeto metía sus asquerosas manos en el orificio trasero de su hija. Tenía ganas de ofrecer su culo en lugar del de su hija, pero sabía que sólo lograría ganarse una bofetada y apresurar las cosas. Su silencio era la única defensa que le quedaba.

– Esa posición se ve muy bien – comentó Benjamín

– Si – respondió Lucas sonriente, con su dedo índice metido completamente en el culo de Sonia – De esta forma se mantienen inmovilizadas y con las piernas muy abiertas.

– Ya veo

– Mira – continuó Lucas, sacando el dedo de Sonia y palpando las partes que quería mostrar – Su coño, su ano y las nalgas siempre hacia arriba; no tiene opción, sólo puede mantenerse así.

– Me gusta – asintió Benjamín – Hagamos lo mismo con esta zorrita – dijo, señalando a Leonor – quiero ver cómo lo haces.

Lucas se puso de pie y trajo cuerdas; no se requirió forzar nada. Leonor tomó el papel de una muñeca de trapo y no hizo más que dejarse llevar por lo que aquellos hombres le hacían a sus extremidades. Pronto se halló en la misma posición que su hija, con el rostro sobre el suelo, las manos esposadas por detrás y su culo ofreciéndose al cielo. Era un posición más incomoda que la anterior, y la tendría que soportar.

El problema era moverlas; Lucas y Benjamín las tuvieron que bajar a la sala una por una. Tenían que cargarlas entre los dos, como si se trataran de alguna especie de mueble. Hicieron un espacio en el centro de la sala, y ahí colocaron a las dos mujeres.

Subieron donde se encontraba Azucena, a quien obligaron a llamarle por teléfono a sus padres y decirles que todo estaba bien. Con la voz más tranquila que pudo, Azucena habló con su madre y le contó una serie de mentiras para que esta no se preocupara.

– Estamos bien, ya sólo cenamos y nos vamos a dormir.

– …

– Si, ella está bien también.

– …

– Si, en la alberca. Si, fue divertido.

– …

– Nos vemos, también te quiero.

Apenas colgó, los sujetos la apresaron entre los dos, y comenzaron a realizarle unas ataduras. La niña trataba de quedar cómoda, pero finalmente sólo se hizo conforme a lo que aquellos sujetos demandaban.

Mientras pasaban los minutos, Sonia y Leonor fueron comprendiendo el macabro juego que aquellos sujetos estaban tramando. Primero vieron cómo Azucena fue llevada abajo, con las mismas ataduras y puesta sobre el suelo, al igual que ellas. Lo mismo pasó después con Sofía, que parecía un animalito acurrucado.

Las iban colocando en círculo; con las cabezas al centro y los culos por el exterior. La ultima en cerrar el círculo fue Mireya, a quien trajeron y colocaron en su posición unos minutos después.

Formaban una estrella de cinco picos, donde el centro eran sus cabezas y los picos sus respectivos traseros apuntando al cielo. Sonia, Azucena y Sofía lloraban a gota suelta, Mireya y Leonor sólo se limitaban a guardar silencio y esperar su destino.

Escuchaban sus llantos, sus respiraciones y sus ruegos con claridad, pues sus cabezas estaban pegadas una junto a la otra. Aquello sólo hacía que la situación fuera aún más estresante.

Repentinamente el llanto y los alaridos de Sonia aumentaron; Leonor alcanzó a asomarse desde su incómoda posición y vio el cuerpo de Benjamín posicionándose tras su hija mayor.

La chica de diecinueve años comenzó a rogarle a aquel sujeto que la dejara; pero lo único que conseguía era que Benjamín le metiera los dedos dentro de su culo para untarle crema a las paredes de su ano. Cuando estuvo lista; él tranquilamente se desvistió hasta quedar tras ella desnudo y con la verga endurecida.

Otro grito de terror fue soltado por Azucena, cuando Lucas se sentó en el suelo tras ella. Sus manos palparon ligeramente el redondo traserito de la chica, pero no pasaron muchos minutos cuando inició el recorrido con sus labios y su lengua, saboreando el sudor que escapaba de las nalgas de la muchachita.

Sonia, por su parte, comenzaba a gritar ante las dolorosas sensaciones que le provoca la verga de Benjamín, abriéndose paso a través de su virgen ano. Apenas iba la mitad de aquella verga, y Sonia ya sentía que él la terminaría por partir a la mitad.

Él descansó un poco, disfrutando la sensación de su verga apretujada entre las paredes del ano de Sonia. Pronto, comenzó a empujar de nuevo, dilatando más y más el culo de la chica hasta llegar a su recto.

Entre gritos de dolor, lágrimas en las mejillas y respiraciones aceleradas, Sonia fue penetrada por los veinte centímetros de verga que aquel salvaje le había terminado de clavar.

Después sintió, sin que el dolor fuera menos, el falo de Benjamín retirándose. Cuando creyó que aquello acabaría, volvió a sentir una nueva penetración que de nuevo llegó hasta el fondo. Había comenzado a bombearla.

– Tranquila – le susurró su madre, a unos quince centímetros de ella – No te desesperes, Sonia – le recomendó

Pero es que el dolor era tremendo; además de larga, era considerablemente gruesa. Escuchando el dolor de Sonia, que tenía aquellas anchas caderas y el culo grande, Leonor se preguntó qué sería de las otras niñas. Ella misma había escuchado los alaridos desgarradores de Azucena, y no le sorprendió cuando la vio dormida y agotada en el pasillo del piso superior.

“Pobrecitas”, pensó Leonor, “estas pobres chicas tendrán que soportar todo esto, y más. Estos dos son tan salvajes que violarían hasta a sus propias hijas”. Ella siguió pensando en todas, especialmente en Mireya, “la pobrecita, tan chiquita; espero que al menos a ella la perdonen”.

Los gritos de Azucena comenzaron a iniciar, Leonor giró el cuello para ver qué sucedía. Era Lucas, que comenzaba a penetrar por el culo a la chica. La sangre de Leonor se congeló con aquella escena; estaba tan molesta que tenía ganas de insultar a aquellos crueles, pero decidió girar la vista al suelo y callar, mientras escuchaba los ruegos y alaridos combinados de Sonia y Azucena.

Benjamín, por su parte, iba aumentando el ritmo de las penetraciones. Había colocado más crema en el culo, facilitando el desliz de su verga dentro de Sonia. Los gritos de dolor de Sonia habían menguado, y comenzaban a ser sustituidos por gemidos y respiraciones aceleradas.

Al lado de Lucas, Benjamín parecía un caballero, el muchacho ya había acelerado las embestidas importándole poco los gritos y súplicas de la pobre mulata. Azucena apretaba los dientes y los ojos para soportar los arrebatos de aquel sujeto dentro de su ano; el muchacho parecía tener la intención de romperle los intestinos, pues clavaba su verga hasta el fondo y se movía con una velocidad tal que parecía taladrar con furia el culo de la chica.

Azucena se había cansado de gritar, y lanzaba unos gemidos secos con cada embate de Lucas; a Leonor sólo le bastaba mirar los ojos de la chica, casi en blanco, volteados hacia arriba y con la boca abierta, jadeando por el ajetreo que le provocaba aquel remolino de sensaciones surgidas desde su recto.

Parecía una muñequita con su esbelto cuerpo siendo maltratado por aquel muchacho bruto y desconsiderado. Pero Lucas parecía pequeño al lado de Benjamín; quien con su tremendo cuerpo y su bestial verga representaba lo peor que le podía pasar a cualquier chica de ahí. Y en ese momento le pasaba a su hija, Sonia, quien resoplaba de placer y ramalazo con cada arremetida de aquel gorilón.

Leonor alzó la mirada para verlo, y se amilanó cuando se encontró frente a la pesada mirada de aquel sujeto, sonriéndole sin dejar de embestir a su hija, pasándole sus sucias manos por la espalda, jaloneándole el cabello, lanzándole nalgadas e inclinándose para pellizcarle las tetas.

– ¿Te gusta cómo me follo a tu hija?

– Eres un asqueroso – le espetó Leonor

– Y tú una puta.

Aceleró las embestidas para cortar aquella conversación, a costa de los alaridos de Sonia, que comenzó a resollar con tanta fuerza que su madre lamentó haberle dirigido la palabra a Benjamín.

– Por favor, por favor, por favor… – repetía Sonia, como si estuviese rezando

Su madre la miraba con tristeza, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Vio cómo los ojos de Sonia parecieron voltearse, y cuando se pusieron en blanco comenzó a chorrear de sus entrepiernas un líquido abundante que comenzó a gotear sobre el suelo. El sexo anal le había terminado por provocar un orgasmo, tan grande, que su coño había escupido todos aquellos fluidos.

– ¡Vaya! ¡Vaya! – comenzó Benjamín – Se ha chorreado. ¿Lo ves Leonor? A tus hijas les encanta la verga; deberías ir poniendo una sonrisa en esa cara. Mira, mira nada más – dijo, al tiempo que le mostraba lentamente cómo penetraba el ano de su hija – Le gusta, la muy puta se ha chorreado de placer.

Leonor sólo lo miró con despreció, y estaba a punto de decirle algo cuando un sonido interrumpió. Era una especie de alarma.

Vio cómo Benjamín sacaba su verga completa de Sonia, desde abajo, aquel falo parecía enorme, aún más grande; no entendía cómo aquello podía caberles en el culo. Lo vio darle una última nalgada, como si se estuviese despidiendo de Sonia.

Miró hacía en frente, y se encontró con la mirada perdida de su hija Mireya. Se vieron frente a frente, pero Mireya parecía ausente del mundo. Leonor, estúpidamente, trató de sonreírle.

Sintió de pronto cómo Benjamín rozaba sus nalgas con sus dedos, y una especie de electricidad recorrió su piel. Supuso que ahora era el turno de ella. El silencio hubiese sido total sin los gemidos de Azucena, quien seguía con la verga de Lucas atorada en su recto.

No obstante, sintió y luego confirmó con un vistazo, que Benjamín se alejaba de ella. Y entonces, con su verga erecta y manchada ligeramente de restos de excremento de Sonia, lo vio colocarse tras Mireya. Su piel se heló.

– Por favor – dijo, inmediatamente – A ella no por favor; Benjamín…te lo ruego. Hazme a mí lo que quie…

– ¡Cállate! – le espetó el hombre

– Sólo – insistió Leonor – Solamente es una niña…

– La más bonita; además, le hice una promesa. ¿No es así? – preguntó, dirigiéndose a Mireya

Pero la chica no respondió, porque parecía que estaba desconectada del mundo.

– ¡Yuju! – expresó Benjamín entonces, metiéndole juguetonamente un dedo en su coño – Te estoy haciendo una pregunta putita, ¿qué te dije hace rato?

– ¿Sobre qué? – respondió rebeldemente la chica

– Sobre lo que iba a pasar contigo a las siete de la tarde – dijo Benjamín, con un tono más serio

– No me acuerdo – dijo la niña

– ¡Parece que tenemos una rebelde! – expresó Benjamín, alzando las cejas – Leonor, debiste educar mejor a tus niñas; no es recomendable ser tan grosera cuando están a punto de romperle el culo. ¡En fin!

Leonor no supo qué más decir; miró a su hija de nuevo, pero esta inmediatamente viró la vista hacia el suelo. Parecía dispuesta a soportar lo que fuera.

– Por favor… – insistió Leonor, mientras miraba cómo Benjamín, con una mano, sostenía las caderas de Mireya, mientras con la otra apuntaba su verga hacia el ano de su hija menor.

Pero nada pudo hacer; nadie de ahí. Con su verga cubierta con algo de mierda como única lubricación, Benjamín comenzó a pujar contra el apretado esfínter de Mireya. Esta trató de mantenerse fuerte pero, apenas el grueso glande de aquel sujeto se abrió paso para comenzar a entrar, su boca se abrió lastimosamente para después lanzar un grito agudo que conmovió a su madre.

Los gritos fueron haciéndose más constantes, al tiempo que, centímetro a centímetro, la gruesa verga de Benjamín iba entrando sin misericordia al ducto trasero de Mireya. La pobre chica sentía sus entrañas expandirse para dar paso a aquel pedazo de carne extraño y endurecido.

Lucas ya había terminado con Azucena, a quien le había rellenado el recto con su semen, Y sólo miraba impresionado, con su verga aun dentro de la mulata, la forma en que Benjamín penetraba sin lubricación a Mireya.

Las lágrimas de la chica se exprimían cuando apretaba los ojos para soportar el dolor. Sus dientes parecían salírsele de tanto que abría la boca para gritar. Pareció eterno, pero llevó alrededor de un minuto y medio penetrarla por completo. Finalmente, sonriendo cómo quien conquista la luna, Benjamín se detuvo unos segundos con la verga clavada en lo más profundo de Mireya.

– A ver si con esto, putita, aprendes a obedecer. Te voy a follar una y otra, y otra vez, hasta que termines pidiéndomelo. Sólo entonces te dejaré en paz.

Mireya intentó decirle algo; pero tenía que terminar de respirar. Cuando recuperó el aliento, y aun con la verga de Benjamín incrustada en su ano, se atrevió a responderle.

– Entonces follame, cabrón – le espetó – ¡Te pido que me folles y me dejes en paz!

Benjamín pareció intimidarse con aquella respuesta; era todo menos lo que él hubiese esperado, especialmente de alguien tan jovencita como Mireya. Por un momento no supo que hacer, de alguna forma se sintió idiota. El mismo Lucas sacó su verga de Azucena, y se fue a sentar a un sofá, como si alguien lo hubiese castigado.

Benjamín deslizó su pene hacia afuera, y lo sacó. Se mantuvo tras la chica, en silencio. A los tantos segundos, tomó el bote de crema, untó un poco de él sobre el culo de Mireya, y volvió entonces a apuntar su verga para penetrarla.

La penetró de nuevo hasta el fondo, pero con una suavidad inaudita. Comenzó a embestirla, suavemente. Podía sentir los pliegues y texturas, así como el calor entre las entrañas de la chica. Ella gemía, porque aquello era tan suave que el dolor no duró mucho. Sentía placer, de cierta forma, pero intentaba, a veces sin lograrlo, ocultar cualquier seña de su excitación.

Benjamín seguía así, con unas embestidas lentas y concienzudas, que parecían más destinadas a satisfacer a la chica que a sí mismo. Continuó por minutos, porque aquello era tan lento que realmente se hallaba más lejos él de la eyaculación que ella del orgasmo.

Habían pasado alrededor de siete minutos cuando las primeras contracciones en el vientre de Mireya se hicieron presentes. Benjamín no dejó de embestirle el culo mientras él mismo sentía cómo el interior de la chica vibraba.

Habrían de pasar catorce minutos más y dos orgasmos de Mireya para que, al fin, la leche de Benjamín inundará su interior. La niña tuvo que admitir para sí misma, por más que le avergonzara, que aquella calidez extraña en ese viscoso liquido se sentía sorprendentemente bien dentro de su recto.

Sólo tuvo que esperar a que la erección de Benjamín disminuyera en su interior para que su culo fuera liberado de aquel grueso pedazo de carne. Él no dijo ninguna palabra; tomó sus cosas y subió a lavarse la verga al baño; dejando a Mireya en aquella posición, con la leche comenzando a brotar lentamente de su esfínter.

Como intentando romper el silencio, Lucas se volvió a poner de pie y se colocó tras Sofía. Le colocó crema en la entrada de su ano, y la penetró. Sus gritos fueron iguales a todas las demás, pero se habían acostumbrado a aquello que en su caso parecieron perder importancia.

Fue una follada rápida; y con un culito tan apretado como aquel, Lucas no tardo en embutirle el ano con sus mecos. Sacó su verga, acarició las nalgas de Sofía, que aun sollozaba, y se puso de pie para dirigirse al baño también.

Pronto bajó Benjamín; parecía ser el mismo de antes. Avanzó autoritario al grupo de chicas y, para la mala suerte de Sofía, se colocó tras ella con la verga nuevamente erecta.

A aquel sujeto no le pareció importar que el semen de Lucas estuviese emergiendo de aquel ano, pues colocó su verga sobre él y lo penetró por completo de un solo golpe. La chica hubiera doblado de dolor su espalda, de haber podido, pero tuvo que conformarse con lanzar un grito desgarrador que volvió a hacer el ambiente pesado.

A ella sí que la embistió con furia; sin el menor de los cuidados. Parecía que con ella desquitaba el mal sabor de boca que le había dejado la actitud de Mireya.

– Po…porrr…f…ffa…vooorr… – intentaba decir Sofía mientras su culo era castigado sin misericordia.

Pero Benjamín no parecía escucharla; sólo se dedicaba a castigar aquel apretado hoyo. Como si el ano de Sofía fuera el culpable de todos sus problemas.

Cuando él se vino, por fin, el esperma combinado con el de Lucas comenzó a brotar alrededor del tronco de su verga. La chica estaba tan llena de semen que este ni siquiera tuvo que esperar a que Benjamín sacara su verga de ella para comenzar a brotar.

Benjamín sacó su verga y limpió el exceso de fluidos y mierda sobre las nalgas de Sofía. Está sólo se limitó a llorar, con el rostro sobre el suelo, mientras de su culo seguían brotando borbotones de leche de dos hombres diferentes.

Eran suficientes eyaculaciones por el momento, y ambos hombres debían descansar. Subieron a Azucena y Sofía al baño, y cada uno limpió el culo de cada una de ellas. Lo hacían cómo dos mecánicos limpiarían el escape de un automóvil; les metían el dedo en los culos y les tallaban las nalgas como si se trataran de objetos.

Fue difícil limpiarlas, especialmente a Sofía, cuyo culo no dejaba de derramar fluidos.

Las volvieron a bajar y las sentaron sobre el sofá; era lo más cómodo que ellas se habían sentido en lo que iba del día.

Después subieron a Sonia y a Mireya al baño, y tras ellas subieron a su madre.

Sus hijas estaban en el piso de la regadera; con el rostro sobre el suelo y sus culos al aire, tal y como habían estado antes. Supuso que a ella también la colocarían así, pero se sorprendió cuando Benjamín le quitó las esposas y le desamarró las piernas. La colocaron de rodillas frente a sus hijas, y le entregaron un jabón y un estropajo.

– Límpiales el culo a tus hijas – le dijo Benjamín – Se útil en algo.

Ella no supo cómo reaccionar. Miró los traseros de sus hijas; el de Sonia parecía bastante estropeado, mientras que el de Mireya parecía sorprendentemente intacto, y los únicos rastros del sexo anal era los hilos de leche, secos ya a lo largo de sus piernas.

Tomó el tallador, les enjabonó las nalgas a sus hijas, y comenzó a tallarles, limpiándolas. En el fondo, sabía que sólo las preparaba para las siguientes agresiones.

– Cantales – dijo Benjamín, con un tono de voz extraño – Lo que les cantaras cuando eran niñas; cantales.

Aquella petición le pareció extraña, por no decir estúpida, a Leonor. Pero no estaba en condiciones de querer desobedecer sus ocurrencias. Pensó un poco e hizo memoria, y cuando el nudo de su garganta se lo permitió, comenzó a cantar mientras sus dedos trataban de extraerle los restos de semen a Mireya.

– Arrorró mi niña, – entonó – arrorró mi sol, arrorró pedazo de mi corazón.

Benjamín escuchaba atento, como si aquello fuera relevante. Su verga volvió a endurecerse, aunque con cierto dolor. Se agachó tras Leonor, y apuntó su verga hasta penetrarla en el coño.

– Esta niño linda, ya quiere dormir; háganle la cuna de rosa y jazmín. – continuó cantando Leonor, tallándole el culo a Mireya y recibiendo las embestidas de Benjamín – Arrorró mi niña, arrorró mi sol, arrorró pedazo de mi corazón…

CONTINUARÁ…

 

Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (6)” (POR BUENBATO)

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JEFAS PORTADA2NOTA DEL AUTOR

Pues eso, este es el último capitulo. Decidí hacer el cápitulo más largo e incluir el final de una vez.

Fue una buena experiencia, y debo decir que tengo varias historias en mente.

Mi plan es terminar primero los relatos, antes de enviarlos, y así poder subir capitulos más largos y más constantemente.

Quizas vaya subiendo algunas historias cortas; pero debo antes arreglar unos asuntos laborales.

Espero les haya gustado la seríe, y agradezco sus puntuaciones y comentarios.

No sé que genero les gustaría, estoy abierto a sugerencias.

Saludos.

BUENBATO

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ASALTO A LA CASA DE VERANO (6, FINAL)

Sin títuloCon todas las chicas limpias, las bajaron de nuevo a la sala. Les pusieron ataduras más cómodas y les permitieron recargarse sobre el sofá. Aquello fue el momento más tranquilo que habían vivido hasta el momento; los hombres se dedicaron a sus propios asuntos.

Benjamín descargaba y miraba los videos que había grabado con su cámara. Lo escuchaba con el volumen en alto, riéndose de los gritos y súplicas que se escuchaban en los videos y las imágenes de su verga penetrando a las muchachas.

Sofía se sonrojó en silencio y bajó la mirada, evitando los ojos de todos los presentes, cuando escuchó el video de sus aullidos de dolor de cuando Benjamín deslizaba su pene dentro de su apretado esfínter.

Así hubieran continuado otro rato, hasta que Sonia rompió el silencio, para sorpresa de todos.

– Tengo hambre – dijo, con una voz neutral

Benjamín la miró, estaba recargada sobre el sofá, entre su madre y su hermana. Ella bajó la voz cuando él volteó, pero volvió a alzarlos convencida de la importancia de aquello.

– Ni siquiera he desayunado – miró a su alrededor, pero sólo se encontró con la mirada asustada de su madre – Todas tenemos hambre – concluyó

Benjamín se puso a pensar; por un momento se le ocurrió que aquella petición era comprensible, naturalmente debía darles hambre y lo más correcto sería alimentarlas. Pero, su mente, repleta de todas las perversidades, comenzó a maquinar alguna forma denigrantes de darles de comer. Entonces habló.

– Bien – dijo él, y se retiró hacia la cocina

Regresó minutos después, con dos botes de leche, algo de pan, un tarro de miel y varios platos hondos de la vajilla. Colocó cinco platos en el suelo, y los llenó de leche.

– Tendrán que ganárselo – comenzó – y la manera es muy sencilla. Aquí tengo un tarro de sabrosa miel, toda la que quieran, pero la comerán directo de mi verga. En cuanto a la leche, tendrán que beber rápido, porque Lucas se las estará follando todo el tiempo que demoren.

Lucas no estaba enterado de aquello, pero sonrió con la idea. Ambos tenían las vergas algo adoloridas, pero se habían colocado un ungüento antinflamatorio y analgésico que había resultado efectivo. De modo que la idea no tardó en endurecerles la verga a ambos.

Comenzaron a desvestirse la parte de abajo, liberando sus falos. Mientras las mujeres miraban al suelo, considerando la posibilidad de pasar hambre. Todas excepto Sonia que, hambrienta, comenzó a arrastrarse hacia donde se hallaba Benjamín. Avanzaba sobre sus rodillas, a veces tropezando y cayendo de cara al suelo, pues llevaba las manos atadas por la espalda.

Finalmente llegó ante Benjamín, quien comenzó a embadurnarse la verga de miel con un pincel de cocina. Se untó la miel en todo lo largo de su tronco, en su glande enrojecido y en sus testículos peludos.

– Provecho – le dijo sonriendo a Sonia, quien lo miraba desde abajo, como tratando de terminar de atreverse de aquello.

Entonces, empujada por el hambre y el impulso, abrió su boca y comenzó a chupar aquella verga. Tuvo que admitir para sus adentros que aquello era delicioso, y es que el hambre la estaba matando. Succionó toda la miel del glande, y comenzó a girar su cabeza de un lado a otro, asomándose por todos lados, para limpiar la miel esparcida a lo largo del tronco.

Las otras chicas y su madre la miraban, no tanto con indignación como con curiosidad. También tenían hambre, y aquello no parecía tan malo después de todo. Miraban cómo Sonia terminaba de chuparle los testículos a Benjamín, y cómo este, finalmente, le cedía el paso para que se dirigiera a la leche.

Ella se acercó a uno de los platos, y comenzó a bajar la cabeza para beber de la leche, aunque tuviera que hacerlo a lengüeteadas. No llegó a tocarla superficie con la lengua cuando un jalón de cabellos la detuvo; era Lucas.

– Con las piernas abiertas – le dijo el muchacho – Abre las piernas o no comes, putita.

Ella tuvo que abrirlas; entendió que aquello era para que él pudiera penetrarla más fácilmente. Era difícil mantener el equilibrio así, porque el peso de su cabeza y de sus tetas la hacía sentir que caerían de cara sobre el plato. Entonces sintió la verga de Lucas penetrándole el coño, y sosteniéndole de las caderas.

Aquello al menos ayudaba, Lucas ayudaba a mantenerla en equilibrio mientras la embestía, aunque los movimientos más fuertes le hacían sumergir la nariz en el plato de vez en cuando.

Estaba a la mitad de aquel delicioso plato de leche cuando una segunda chica se animó a participar en la cena. Era Sofía, hambrienta también, que se acercaba más lenta y tímidamente a Benjamín, quien ya comenzaba a pintar su verga de miel.

– Otra putita – exclamó, cuando esta ya estaba frente a ella – ¿Qué busca señorita?

La niña no respondió, no hubiese sabido qué responder.

– Responde, putita, ¿qué se te ofrece?

– Comer – dijo ella

– ¿Qué quieres comer?

– Miel

– Tengo miel en mi verga, curiosamente, ¿se te antoja?

– Si – dijo ella, queriendo terminar con aquella incomoda charla

– Entonces dímelo, sin pena.

Ella respiró profundo, esperando dar con la respuesta correcta.

– Señor – dijo entonces – Quisiera chuparle la miel que hay en su verga. ¿Puedo?

Benjamín rio complacido, entonces le acarició la cabecita a la niña, y miró al resto de las muchachas que esperaban.

– Por supuesto – le respondió entonces a la chica – Chúpame la verga todo lo que quieras, buen provecho.

Se comenzaban a escuchar los gemidos de Sonia cuando Sofía comenzó a chupar el glande de Benjamín. Era muy dulce verla, chupaba durante segundos alguna parte de aquel falo, y después se retiraba unos centímetros a saborear la dulzura de la miel, luego entonces regresaba a continuar con aquella mamada.

Desde el glande hasta los cojones, consumiendo todo el endulzante. Aún tuvo que darle un largo beso al glande, a petición de Benjamín. Entonces se dirigió a uno de los platos, abrió las piernas y esperó paciente a que Lucas terminará con Sonia.

No tuvo que esperar bastante; Sonia, a duras penas, había terminado de beber la leche. Entonces Lucas le sacó su falo, y se colocó tras Sofía. La niña dio el primer sorbo al mismo tiempo en que el muchacho la penetró.

Trató de beber rápido, y lo logró. En menos de dos minutos se había bebido la leche. Lucas se enfadó un poco.

– Esto es trampa – denunció a Benjamín – La muy zorra ha bebido como si fuera elefante. Apenas y me la he podido follar un minuto.

Benjamín concordó, y entonces dijo.

– Pues síguela follando; a ver cuál de sus amiguitas viene a rescatarla.

En efecto, Lucas volvió a penetrarla. Siguió embistiéndola, enfrente de todos, mientras la niña gemía de dolor y excitación. Ella miraba alrededor, esperando si alguien más acudía para sustituirla.

Leonor la miraba con el pecho adolorido, y entonces comprendió que era su responsabilidad hacer lo posible porque a aquella muchacha no le siguieran sucediendo barbaridades. Estaba a punto de avanzar, pero de pronto alguien a su lado se le adelantó. Era Mireya, que avanzaba de prisa hacia Benjamín.

– Mi zorrita favorita – exclamó él – ¿Quién más podría ser? ¿Ahora eres una especie de heroína? ¿La heroína de las putas?

– Si – contestó ella, sorprendiéndolo a él y a todos – Ponte la miel.

Benjamín le dio el gusto; se embadurnó la verga con una cantidad abundante de miel, y dio paso para que Mireya se acercara. Ella no lo pensó dos veces, se llevó la verga a la boca y comenzó a mamar la verga de Benjamín sin tapujos algunos; aquello sólo se trataba de hacerlo rápido, para ayudar a la pobre de Sofía.

Desde atrás, Leonor se sorprendió al ver las manos de su hija tras su espalda, palpándose el área de su coño mientras chupaba el pene de Benjamín. Entonces, tras pensarlo, comprendió que estaba tratando de lubricarse.

Mireya terminó con toda la miel de la verga de Benjamín; pero este la tomó por los cabellos, se vertió más miel y le llevó la cabeza de nuevo hacia su verga.

– Te ves hambrienta – le dijo él, mientras obligaba con su mano a la chica a mantenerse con su boca llena de aquella verga –Me has conmovido.

Mireya no dijo nada, se limitó a aceptar aquello y seguir chupándole el falo a Benjamín mientras continuaba masturbándose con sus manos.

Finalmente él la dejó en paz, y ella avanzó de rodillas rápidamente, dirigiéndose hacia el plato de leche. Se abrió de piernas y sintió entonces a Lucas posándose tras ella; apenas sintió cómo él la penetraba, ella bajó la cabeza para comenzar a beber.

Él la embestía lentamente, por fortuna. Bebía lo más rápido que podía, aunque a lengüetazos.

Leonor ya se acercaba rápidamente a Benjamín, y repitió la misma técnica de su hija. Chupó la verga de Benjamín sin problemas, masturbándose con las manos por detrás. Quería apurarse también, para rescatar a su hija.

Y así lo hizo, terminó con Benjamín y este la dejo ir, pues detrás ya venía Azucena, quien ya no le encontraba el sentido a quedarse atrás.

Leonor se colocó en posición, escuchaba los gemidos de su hija; miró hacia Sonia, quien se encontraba junto a Sofía esperando recargadas en la pared, de pronto todo quedó en silencio y segundos después sintió las manos de Lucas tras ella. Sintió la penetración, y bajó a beber la leche.

Mireya avanzaba de rodillas hacia su hermana, Azucena mamaba la verga de Benjamín y Leonor era follada por Lucas. Entonces Azucena terminó su miel y avanzó hacia la miel.

– Ve con la chiquita – indicó Benjamín, posando su mano sobre sus hombros – Dejame a esta perra.

Lucas se hizo a un lado, y fue tras Azucena. Benjamín tomó posición tras Leonor, quien ya casi terminaba. Él la penetró y tras algunas embestidas escuchó la voz de Leonor.

– He terminado Benjamín – dijo Leonor – Déjame ir, me he terminado la leche.

– Te falta una – dijo él, sacando su verga del coño de la mujer y apuntándolo en la entrada del ano

Sin previo aviso, y con una fuerza y habilidad propias de la experiencia, el sujeto la penetró en seco. Leonor gritó de dolor al sentir los veinte centímetros de verga atravesándola como una espada.

No era su primer anal, pero aquel fue el más intenso que había sentido. Aquella verga le apretaba tanto dentro de su culo, que se preguntó cómo diablos habían podido soportar aquello las más jovencitas.

Tras sentir las palpitaciones de la verga de Benjamín dentro de sí, comenzó a experimentar los movimientos que este comenzaba a hacer. Lenta, pero progresivamente, Benjamín inició y fue aumentando el ritmo de las embestidas contra aquel enrojecido esfínter. Su verga aparecía y desaparecía de aquel redondo agujero, mientras los suspiros de Leonor se convertían en gemidos de placer.

Pronto, las respiraciones aceleradas de Azucena se unieron; estaba siendo follada por el coño. Lucas sacaba suavemente su pene de ella, y entonces lo metía con fuerza hasta el fondo; repetía aquellos movimientos una y otra vez, provocándole suspiros y grititos a la chica, cuya concha se iba humedeciendo más y más con cada penetración.

Azucena era, de todas, la única que secretamente disfrutaba de aquello. Había disfrutado cada mamada, cada penetración y cada dilatación de su culo. No lo había comentado con nadie, y seguía simulando una actitud de victimismo que realmente no existía. Nunca había tenido sexo, y estaba asustada al principio, como su prima Sofía, pero por alguna extraña razón había terminado por encantarse con aquella situación.

Incluso los amarres, las humillaciones, los gritos y la violencia le habían terminado por gustar; siempre se preguntaba qué podía seguir después con su cuerpo. Pero debía simular, y seguir disfrutando de aquello en secreto.

Y sí que lo hacía; Lucas penetraba su coño mientras esta suspiraba con cada embestida. Se mordía los labios y sentía su cabeza agotarse del placer que le llegaba desde el área de su pubis.

Pero no sucedía lo mismo con Leonor, quien gemía inevitablemente por el placer que le provocaba Benjamín sobre su recto, pero no por ello dejaba de sentirse en una situación humillante y de lo más desagradable. Pero no tenía más opción a la vista que abrir bien el culo y disfrutar obligadamente de cada arremetida sobre su culo.

Así siguió castigándole el ano, hasta que sintió venirse y detuvo su verga bien clavada en aquel agujero; entonces descargó toda su leche en el recto de Leonor, que sintió las gotas de semen salpicándole los intestinos.

Benjamín sacó su verga caliente, chorreándole la leche en las nalgas a aquella mujer que alguna vez había amado y de quien ahora se cobraba venganza. Subió al baño a limpiarse el pene, dejando a aquellas mujeres y a Lucas, quien seguía follándose felizmente a una Azucena que disfrutaba en secreto de sus arremetidas. Se había corrido dos veces ya, y su coño estaba más mojado que nada.

Pronto, Lucas sintió su eyaculación cercana; sacó su verga chorreante de jugos de Azucena; la hizo arrodillarse y apuntó su verga al rostro de la chica. Una salpicadura generosa de leche cayó sobre la cara de Azucena, quien apenas y alcanzó a cerrar los ojos para que el semen no la dejara ciego. El viscoso líquido recorrió sus mejillas, y ella misma atrajo lo que pudo con su lengua. Sintió de pronto dos golpes sobre su rostro que la hicieron reaccionar; era Lucas, que sacudía sobre su cara los restos de esperma en su verga.

Todavía algunas gotas cayeron sobre su rostro y sus cabellos oscuros y rizados, hasta que Benjamín regresó del baño .

– Mira nada más que zorra te ves con tu carita manchada de leche – no pudo evitar comentar Benjamín – ¿Te gustó?

– Si señor – admitió Azucena, sonriendo tímidamente, a sabiendas de que todos creerían que mentía – Me gustó mucho.

– Vaya putita. – concluyó él – ¿Podrías darle un besito a mi verga? – preguntó, ofreciéndole su falo flácido.

La niña no respondió, sólo se limitó a acercarse a aquel glande y darle un beso. Benjamín le acarició los cabellos, como si se tratara de una mascota, y se alejó. Ella se quedó ahí, esperando con la cara llena de esperma.

– Le has tirado una buena cantidad de mecos a la chiquilla – dijo – Sube a lavarla, mira cómo la dejaste.

Lucas subió con Azucena, mientras Benjamín se quedaba junto a las otras chicas. Benjamín se acercó a la pared donde Sonia, Sofía y Mireya estaban arrinconadas. Tomó a Sofía y Mireya por los cabellos y las regresó a rastras a recargarse sobre el sofá.

Misma cosa hizo después con Sonia y Leonor. Cuando bajó Lucas, le ordenó que subiera con Azucena a bañarla y limpiarle el rostro.

Traía en sus manos una bolsa grande de galletas que había encontrado en la alacena; tomó una y la fue metiendo en la boca de cada chica. Repartió alrededor de ocho galletas a cada una, y estas las devoraron, hambrientas como estaban. No hizo nada más; pacientemente las alimentó y después fue a sentarse.

Arriba, Lucas metía a Azucena a la regadera. Dado que él también iba a lavarse y la chica estaba atada, Lucas tuvo que limpiarle el rostro y las partes intimas a Azucena. Le estaba pasando el coño a la chica con el jabón, y esta no dejaba de gemir.

– Tranquila – dijo él – Sólo te estoy lavando, ¿tanto sufres?

– No – dijo ella – Me gusta.

Lucas sonrió, incrédulo.

– ¿Te gusta?, ¿me vas a decir que eres la única a la que le está gustando esto?

– Un poco – admitió ella

– Un poco…

– Al principio no – continuó ella – Pero ahora sí.

Lucas no entendía del todo, pero la historia de la chica le parecía curiosa.

– ¿Qué es lo que te gusta?

– Cómo se siente

– ¿Y cómo se siente?

– Al principio duele, pero después gusta.

Lucas se puso a pensar.

– Entonces – dijo él – Si te desato, te llevo a la cama y nos acostamos, ¿tendrás sexo conmigo sin ningún problema?

– Si – dijo ella

El muchacho pareció rememorar.

– Sabes, me quedé con la duda; ¿qué sentiste cuando Benjamín y yo te follamos al mismo tiempo?

La niña quedó en silencio, parecía recordar aquello. Suspiró y dijo.

– Al principio me asustó, creí que dolería mucho.

– ¿No te dolió?

– Si – admitió ella – Me refiero a que, me doliera en el corazón. Me sentí muy triste, porque sentía que aquello estaba mal, pero…

– ¿Pero…?

– Pero al final me gustó – admitió ella mirando al suelo – Y sentía que estaba mal, y que aquello no debía gustarme.

– Pero te gustó… – dijo entonces Lucas, rodeándola y atrayéndola a él con un brazo – …te gustó

– Si – dijo ella, antes de ser callada por un beso de él.

Se besaron, mientras las manos de Lucas se escurrían sobre la espalda de la esbelta chica; llegaron a colocarse sobre el culo de Azucena antes de meterse entre sus nalgas y reptar hasta su coño.

La mano de Lucas no tardó en magrear la concha de la chica, y no dejaban de besarse apasionadamente. La concha de ella se fue humedeciendo, y su cara temblaba de una especie de pasión tímida.

Hubiesen seguido, hasta que escucharon la voz de Benjamín gritando desde la sala, para que bajaran.

– Te follaremos como una reina – le prometió Lucas, separando sus labios – ¿Te parece?

La niña sólo movió afirmativamente la cabeza.

– Seré tu putita – agregó ella, sin saber exactamente para qué por qué.

Lucas también se sorprendió con aquello, pero no dijo más. Ambos bajaron, como si nada hubiese sucedido, y Lucas la dejó recargada sobre el sofá, junto a las otras chicas.

Sin nada que hacer por el momento, y con las vergas descansando, Lucas y Benjamín siguieron alimentando a las chicas, quienes aprovecharon el momento de bondad para comer jamón, queso, jugo y más galletas. Después descansaron sobre el sofá, algunas incluso se sentaron sobre él, sin que aquello tuviera represalias de los hombres aquellos, que sólo se limitaban a vigilarlas, siempre con su bolsa a la mano, dónde ya todos sabían que se encontraban las armas.

Lucas se acercó en un momento dado a Benjamín, y le contó sobre la charla que había tenido con Azucena.

– ¿Me quieres decir que a ella le gusta todo esto?

– Al menos no piensa poner resistencia, creo que es una especie de afrodita.

– Ninfómana, Lucas, se dice ninfómana. Vaya idiota que eres – lo corrigió Benjamín – Es muy joven para eso, simplemente debe haberte dicho eso para que la trataras mejor. Son mujeres, y por muy jóvenes que sean son igual de astutas; yo no me fio de ellas, y no te lo recomiendo.

– Bueno – dijo Lucas – pero probemos; estoy cansado de estarlas forzando, quiero algo más natural, más apasionante.

– ¿Te estás enamorando de esa niña? – lo miró con extrañeza Benjamín

– No –reaccionó Lucas – ¡No! Yo mismo te estoy invitando a que nos la follemos, juntos, es sólo que sin ataduras, simplemente diciéndole lo que debe hacer.

Benjamín quedó pensativo.

– Podría ser; pero me interesa más su prima, tiene ese culo que me fascina.

– Bueno – calculó Lucas – Quizás ella podría convencerle, son primas, deben tenerse confianza.

– Arregla eso entonces – resolvió Benjamín – Pero, a la primera idiotez, tu noviecita se las verá conmigo.

A las once y media de la noche ya todos estaban cansados; comenzaron a prepararlas para dormir. A Sonia y a su madre las ataron por los extremos de las camas de la recamara de Sonia y Mireya; una en cada cama, al menos quedaron lo suficiente cómodas para poder conciliar el sueño.

A Mireya, Sofía y Azucena las llevaron al cuarto de Leonor y su marido. Sofía y Azucena fueron desatadas, pero Mireya fue amarrada a una de las sillas, inmovilizada. Miró con extrañeza cómo Azucena y Sofía podían sentarse con libertad sobre el colchón de su madre, sin atadura alguna; Azucena incluso platicaba en voz baja con Lucas. Entonces Benjamín entró, secándose la verga con una toalla, tras haberse dado una ducha.

– Ya habrá platicado Lucas con ustedes – comenzó

Azucena se arrodilló de inmediato, para sorpresa de Mireya, que miraba desconcertada. Más tímidamente, Sofía secundó a su prima, arrodillándose también.

– Si señor – dijo Azucena, con voz servicial – Seremos suyas.

-¿De verdad? – Benjamín también parecía extrañado

– Lo que usted desee – agregó Sofía, con una voz menos convencida, y aún temerosa

Benjamín las miró largo rato. Llevaban ambas una playera, que debían ser del padre de familia de aquella casa.

– Alcense la playera, quiero verles las tetitas – ordenó, como poniéndolas a prueba

Las niñas obedecieron inmediatamente. Mostraron sus tetas, si es que podía llamárseles así a aquellos bultitos de piel, coronados por sus pezoncitos.

– Tápense – dijo, y las niñas volvieron a cubrirse – Ya veo que son muy putas. ¿Con que les gustaría iniciar? – preguntó

Sofía miró a su prima, y esta respondió inmediatamente.

– Lo que usted desee – dijo ella, sin dudarlo

Benjamín asintió; después preguntó.

– ¿Pero, si pudieran elegir, qué les gustaría hacer?

Azucena quedó pensativa; era obvio que no sabía exactamente que decir, pero sentía que debía ser cuidadosa con sus palabras.

– Chupar verga – dijo, sintiéndose extraña por usar aquella palabra

Benjamín comenzó a masturbar ligeramente su verga, que lentamente iba endureciéndose; Lucas se puso de pie, y se quitó los calzoncillos, liberando su verga erecta.

Lucas se puso frente a Sofía, quien le tomó la verga tímidamente con la mano. Azucena, frente a Benjamín, tomó inmediatamente el falo del hombre y se lo llevó a la boca, donde terminó de endurecerse.

La mulatita no era muy hábil, pero el hecho de que lo intentase cambiaba bastante las cosas. Benjamín disfrutó con la amable felación de Azucena.

– ´Hazlo como tu primita – dijo Benjamín a Sofía, que chupaba torpemente la verga de Lucas – Aprende de ella, mira.

Sofía miró a su prima, que no se detuvo en tragarse una y otra vez el pene de Benjamín, entonces, tomando el ejemplo, fue soltándose también y comenzó a moverse con más habilidad para satisfacer a Lucas, que se lo agradeció acariciándole la cabeza.

Continuaron así por un buen rato; y minutos después Benjamín ordenó un cambio de pareja. Se colocó frente a Sofía, y Lucas hizo lo propio con Azucena; e inmediatamente reiniciaron, adaptándose pronto a las nuevas vergas que invadían sus bocas.

Benjamín, sin decir nada, vio como Azucena comenzaba a magrearse el coño, y se sorprendió cuando ella tocó el hombro de Sofía, quien inmediatamente, aunque con más duda, empezó también a masturbarse.

Así, chupando vergas y masturbándose sus coños, ambas muchachitas se comportaban como dos autenticas expertas en el sexo. Aunque por momentos seguía pareciendo patético cómo Sofía trataba de alzarse lo más posible para alcanzar a tragarse la gruesa verga del grandulón de Benjamín.

– ¡A follar! – ordenó entonces Benjamín, quien de un rápido movimiento se llevó a Sofía a los brazos

Divertido, Lucas hizo lo mismo con Azucena, de modo que parecían dos parejas de recién casados a punto de iniciar una orgia. Lanzaron a las chicas a la cama king size, y estas rieron divertidas por aquello.

Entonces los hombres cayeron sobre ellas, intercambiando de nuevo parejas. Benjamín, con Azucena recostada boca arriba, comenzó a besarla mientras le pellizcaba las tetitas. Sofía había caído boca abajo, y el beso que recibió de Lucas fue en el esfínter de su culo.

Pero la situación era tan apacible que de alguna forma comenzó a disfrutar los lengüetazos sobre la entrada de su ano. El muchacho fue alzándole el culito y abriéndole las piernas, hasta alcanzar con su boca el coño humedecido de la chica.

Poco a poco, comenzó a lengüetearle el coño a Sofía, mientras esta iba humedeciéndose más su concha; era un coñito plano, del que se abría únicamente su raja, de modo que el pequeño y delicado clítoris de la chica estaba completamente a merced de los labios de Lucas.

También Benjamín había bajado hacia el vientre de Azucena, donde besaba ya su ombligo; siguió bajando, besando su piel e instalándose finalmente en el bollito abultado que la niña atesoraba entre sus piernas.

La misma chica que lo había mirado con desconfianza aquella mañana, por su actitud de viejo pervertido, ahora disfrutaba entre gemidos de los lengüeteos con los que saboreaba su coño.

Siguió metiendo su lengua entre aquella raja, saboreando el sabor ligeramente acido de los jugos vaginales que comenzaban a surgir debido a la excitación que le provocaba saberse tan zorra.

Y es que tenía que admitirlo, se abría de piernas con tal de ofrecer su coño lo suficiente como para que alguien se lo chupara, la penetrara o la rellenara de esperma. Y tenía ganas de gritarlo y pedirlo, pero sabía que bastaba con dejarse llevar para conseguirlo.

Alargó su brazo, hasta tomar con su mano la de Sofía, y lo apretó fuerte, en un mensaje de confianza, de que todo estaba bien y nada malo pasaba. De que lo disfrutara tanto como ella disfrutaba sentir la boca de Benjamín provocando su clítoris oculto entre sus abultados labios vaginales.

Entonces su interior reventó; y un chorro de líquido salió de su interior con la fuerza de un estornudo, manchándole la cara a Benjamín, que no por ello disminuyó la intensidad de sus lengüeteadas. Azucena esperaba que él se detuviera, pero al ver que no, se preguntó si sería capaz de soportar tanto placer.

Sólo las sensaciones entre sus piernas se detuvieron, pero sólo para recibir la verga de Benjamín, de la cual no se percató hasta que no la tuvo completamente clavada en el coño. Miró hacia abajo, viendo cómo el rabo de Benjamín era tragado por su concha, y no pudo evitar mirar a aquel sujeto y sonreírle, casi de agradecimiento.

Giró la mirada hacia un lado, y vio cómo Lucas cabalgaba sobre las suaves y voluminosas nalgas de Sofía, quien gemía de placer boca abajo por las penetraciones agiles sobre su coño.

Sofía, bajita como era, apenas llevaba algunos minutos siendo penetrada, pero los lengüeteos en su coño la habían dejado tan caliente que no tardó mucho en descargar su primer orgasmo, mojando su coño repleto de la verga de Lucas.

Del otro lado, tras varios minutos y un orgasmo más de Azucena, Benjamín la colocó en la orilla de la cama, le alzó el culo, y le apuntó su verga a su apretado orificio. Ella no opuso resistencia, pero no por ello le dolió menos. Apenas los veinte centímetros de Benjamín la atravesaron, comenzó a sentir las embestidas lentas pero consistentes de aquel sujeto.

La embistió durante minutos, y Azucena no dejaba de voltear a verlo, con una mirada que trataba de soportar el dolor al tiempo que lo invitaba a seguirle embistiendo el ano. Benjamín sonrió satisfecho, lanzándole suaves nalgadas de vez en cuando a aquella mulata que había resultado una completa zorra.

La folló varios segundos, hasta que decidió que era hora del intercambió. El culo de Azucena no quedó en abandono, porque inmediatamente fue ocupado por la verga de Lucas, más pequeña pero más rápida también, e igual de excitante.

Benjamín fue a penetrar el coño de Sofía, pero apenas tuvo bien clavada su verga en aquella conchita mojada, una voz familiar lo interrumpió.

– ¡Quiero que me folles! – gritó Mireya – Fóllame a mí, cabrón.

Benjamín se detuvo y la miró. Entonces respondió.

– ¡Cállate la boca!

– Fóllame entonces, cállame con tu verga – lo retó Mireya – Saca a todos, toma mi cuerpo y has que me corra. Te reto, maldito. Te reto a que me folles como nunca.

Benjamín sacó los veinte centímetros de su gruesa verga del coño chorreante de una Sofía que no paraba de jadear. Incluso Lucas quedó con media verga fuera y media dentro del ano de Azucena, sorprendido por la extraña reacción de Mireya.

– Salgan todos – dijo Benjamín, empujando a Sofía para que se pusiera de pie – Salgan y déjenme solo con esta zorra.

– Llámame zorra – le espeto Mireya – pero te reto a que me hagas correrme cinco veces.

– ¡Salgan! – insistió Benjamín, con la sangre excitada por todo aquello

Lucas obedeció, llevándose a las dos primas a la sala. Benjamín se puso de pie y cerró la puerta, aunque sin seguro. Se acercó después a Mireya y la desató completamente, dejándola libre tras un largo día de ataduras.

Ella se puso de pie, y empujó a Benjamín suavemente por el pecho, haciéndolo avanzar hacia atrás.

– Quiero chupártela – le dijo la chica, con el tono más corriente – Quiero chuparte tu vergota.

Benjamín, sorprendido de veras, sólo se dejó llevar y se recostó sobre la cama, con Mireya arrodillándose sobre la cama y poniéndose en cuatro para mamarle la verga. Tomó el tronco grueso de su verga y lo masajeó un par de veces antes de llevárselo a la boca, tenía el sabor a culo de Azucena y a coño de Sofía, pero poco le importó.

Benjamín ni siquiera metía mano; porque la chica le mamaba el falo con tal intensidad que era él quien tenía que soportar aquello. Mireya sacó un momento de su boca aquel pedazo de carne.

– ¿Quién es tu puta? – le preguntó a Benjamín – ¿Quién es tu zorrita?

No esperó respuesta, y volvió a hundir su cabeza para seguir saboreando aquella verga.

– Tú putita – respondió Benjamín – Tú eres mi zorrita cochina.

Ella siguió chupándole la verga, salió un momento para besuquearle toda la superficie de aquel tronco y bajó un momento a llevarse aquellos testículos peludos a su boquita. Volvió a darle un último beso al glande enrojecido de Benjamín, y entonces lo rodeó con sus piernas hasta apuntarse ella misma aquella verga a la entrada de su coño.

Se dejó caer sobre aquella verga, y se la clavó poco a poco hasta que su coño la tragó por completo. El propio Benjamín lanzó un suspiro cuando la penetró por completo. Entonces, Mireya comenzó a moverse, cabalgando sobre él.

Lo montó por varios minutos, y ella misma se provocó orgasmos con aquellos movimientos. Se movía tan ágilmente, aun mientras su coño chorreaba de placer, que Benjamín se preguntó si iba a poder soportar la agilidad juvenil de Mireya.

Pero aguantó, y lo disfrutó, y cuando estaba a punto de eyacular decidió detenerla. Se puso de pie y se colocó tras ella, posicionándola en cuatro.

– ¡No! – dijo entonces Mireya – ¡Por atrás no!

– Callate, eres mi zorra, dimelo.

– ¡No! – ella se movió y se zafó de él, alejándose a una esquina

Él, molesto, tomó su bolsa y sacó el arma.

– No me disparas – lo retó ella – Me necesitas viva para seguirme follando.

Él sabía que ella tenía razón, pero intentó asustarla acercándose a ella, cortando el cartucho del arma y apuntándole en la sien. Ella se asustó, pero trató de mantenerse firme ante aquella amenaza de muerte.

– Está bien – dijo al fin Mireya – Me rindo

Ella misma se colocó en cuatro sobre la cama, y alzó el culo abierto ofreciéndosele. Aquello calentó tanto a Benjamín que dejó sus cosas sobre la almohada para correr y posicionarse tras el culo precioso de Mireya.

Lo lengüeteo, entre los suspiros de Mireya, como si quisiera que el único lubricante fuera su saliva. Aquello provocó que el asterisco de Mireya parpadeara ante la frescura de aquella lengua. Se mordía los labios inferiores, porque después de todo el sexo anal era lo que más la hacía sentir aquel extraño placer que no terminaba de explicarse.

Cuando su esfínter quedo plenamente mojado, sintió la verga de Benjamín posarse sobre la entrada. Y después sintió aquel tronco deslizándose entre su culo que se iba dilatando para darle paso.

– ¡Ay papi! – dijo Mireya, animándolo – Papi, tu vergota.

– ¿Te gusta?

– Si – dijo ella, con una voz viciada – Métemela toda.

Y así lo hizo.

Abajo, Lucas aprovechaba la buena disposición de Azucena y Sofía. Las colocó a ambas sobre el sofá, con el culo ofreciéndose bien abierto. Penetró el recto de Sofía, y comenzó a embestirla suavemente mientras sus manos y dedos jugueteaban con los agujeros de Azucena, colocada a un lado.

Tenía cuatro agujeritos de dos preciosas jovencitas a su completa disposición; inició un juego en el que cambiaba saltaba de culo en culo, revolviéndoles la mierda una con otra. Las niñas gemían cada que las penetraba, y esperaban pacientes su turno de ser folladas por el culo.

También Mireya comenzaba a ser embestida por los veinte centímetros de aquella verga que tanto daño le había hecho en el día.

– Así cabrón – decía, mirando hacia en frente – Así cabrón, fóllame…

Pero lo que hacía era ver el arma cargada que Benjamín había dejado sobre la almohada; bastaría un ágil impulso hacia enfrente y mucho valor de su parte para alcanzarlo, pero sentía que no era el momento. Entonces tomó una decisión.

Las manos de Benjamín la movían para follarla, pero entonces ella misma comenzó a moverse, como si estuviese aventando su culo contra un palo clavado a la pared. Poco a poco, sus movimientos fueron tomando control sobre aquella verga, y Benjamín sintió tanto placer que soltó las caderas de la chica para poder soportar aquellas embestidas que ahora ella le propinaba.

Se movía con agilidad, mirando el arma y machacando con su culo aquel falo excitadísimo. Incluso buscaba la forma de apretar el aro de su culo para acelerar la eyaculación de aquel sujeto, era ese el momento que esperaba.

– ¿Te gusta, cabrón? – le preguntó – ¿Quieres rellenarme el culo? Quiero tu leche, papito.

– Te voy a llenar el culo – respondió él – Sigue moviéndote, que te voy a llenar el culo.

– ¿Así? – pregunto Mireya, acelerando los movimientos de su cadera

– Así putita, así zorrita.

Siguió moviendo sus caderas con furia, apretando el culo y clavándose la verga completa, gemía, naturalmente, pero trataba de soportar aquel placer con tal de seguir el plan en curso.

– Ya me voy a venir – anunció Benjamín

– Hazlo papi – pidió ella – Quiero tu lechita, cabronazo, quiero que me llenes el culo de tu leche.

Y entonces, la sintió; la calidez de aquel fluido viscosa reventando en su recto, las gotas de semen siendo chorreadas de aquella verga. Benjamín lanzó un bramido de placer y la chica dio una última embestida.

Saltó hacia enfrente, sacándose la verga por completo y siendo salpicadas sus nalgas del esperma que aún fluía. Cayó al frente, sin que Benjamín pudiera dar cuenta de aquello, tomó el arma y giró.

Miró a Benjamín quien estaba con los ojos bien abiertos, apunto de gritarle algo y alargando la mano para detenerla. Entonces disparó.

La primera bala penetró el pecho del sujeto, empujándolo hacia atrás. Un segundo apretón de gatillo lanzó otra bala que impactó en el ojo derecho de Benjamín. No había más que hacer, estaba muerto.

Unos pasos subieron rápidamente, y la puerta se abrió de golpe. Lucas miró sorprendido la escena, e idiotamente comenzó a tratar de sacar su revolver de su bolsa.

Fue inútil, una sola bala en su cuello fue suficiente para hacerlo caer y morir desangrado. La niña se mantuvo ahí, asustada y con la sangre repleta de adrenalina, miraba la sangre de aquellos dos sujetos desbordándose sobre el suelo. Entonces despertó a la realidad, se puso de pie y salió huyendo de aquel cuarto.

Se dirigió al cuarto donde se hallaban su madre y su hermana, y fue directamente con Leonor.

– Mamá – le dijo, acercándose a su mejilla y besándola – Ya estamos bien – decía, con el semen de Benjamín aún caliente, corriéndole entre las piernas y fluyendo de su culo – Ya estamos bien, mamá.

FIN.

 
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